Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

27. The only idiot

—¿Qué opinas de este?

—Está lindo.

—¿No crees que brille mucho?

—No. 

Casi pude imaginar el cambio abrupto de la expresión en el rostro de Naomi, pero no pude hacer más que seguir en mi lugar, sentado en uno de los sillones cerca de los probadores con mis dedos entrelazados de forma nerviosa y mi mirada en el alfombrado bajo mis botas. 

No obstante, no tardé en escuchar los pasos de la morena al acercarse a mí y colocar una de sus manos en mi antebrazo, sacándome de mi trance. 

Naomi se colocó de cuclillas, incluso si llevaba ese vestido largo con lentejuelas, y me miró preocupada. 

—Llevas así toda la tarde. 

Apreté mis labios, tan solo logrando responder con un:—Lo siento. 

—Eso lo haz dicho toda la tarde también. 

Relamí mis labios, ya que no tenía mucho más que decir. 

Mi cabeza definitivamente estaba en otro lado... O más bien, con otra persona. 

—¿No han hablado?—preguntó la morena, nuevamente captando mi frágil atención. 

Pero no quería hablar. Sentía que cualquier cosa que dijera bastaría para derrumbarme o acabar en un mar sin fin de emociones que no hacían más que confundirme y darme un fuerte dolor de cabeza. 

Por eso, me limité a negar con la cabeza y mirar al suelo manteniendo el aire para no perder la calma. 

Desde todo ese derrumbe en mi vida, mi padre, Dean y el perder el control de mis propias decisiones, sentía que era más frágil que nunca. Escondiéndolo detrás del silencio y una mirada tranquila. 

Pero, diablos... Solo quería gritar, llorar, hacer algo para expresar lo que sentía ¡Incluso si para el resto no estaba bien!

—Roman.—me llamó mi cita para el baile una vez más, haciéndome levantar la cabeza casi por cuarta vez en ese lapso pero sin abrir la boca. Sus ojos castaños estaban llenos de preocupación, haciéndome sentir automáticamente culpable.— Hay algo que no me estás diciendo. 

Hice el esfuerzo, tragando con suavidad antes de responderle:—No es nada, Nao.

Para la morena, eso no fue suficiente en ningún aspecto. 

Dejó salir un sonido de frustración, colocándose de pie perfectamente en sus tacones y teniendo cuidado con el vestido que llevaba al sentarse junto a mí exasperada. 

—Te lo preguntaré otra vez.—retomó el habla, a lo que me mantuve mirándola por el rabillo de mis ojos aunque la ansiedad se apoderara internamente al saber lo que venía.— ¿Por qué no has hablado con Dean? 

Esa era la misma pregunta que me estaba haciendo en ese momento. Al igual que esas noches en las que no era capaz de dormir y me quedaba horas mirando al techo o solo mirando las estrellas por la ventana en busca de calma. 

Pero nada daba resultado, en mi interior se sentía como si una bomba fuese a explotar y era yo aquel que la detenía de causar un holocausto a su alrededor. 

Naomi no tardó en notar que no llegaría a ningún lado, apretando sus labios y negando con la cabeza. 

—Rome, no quiero echar más leña al fuego ¿sabes?—retomó el habla, la exasperación ya era presente en su tono y eso solo lograba tensar más mis hombros y que retorciera mis dedos entre sí nervioso.— Pero estoy muy preocupada por ti. 

—Naomi, por favor no empieces también.—logré articular. 

No obstante, la morena no tardó en soltar otro sonido de molestia y tensar su expresión. 

—Pues lo siento, Roman. Pero voy a tener que empezar.—gruñó.— Seth, Rusev, todos estamos preocupados por ti desde ese día en que te encontramos con resaca en tu casa. 

—Solo tomé un trago, no es para tanto. 

—Pero nunca te habías embriagado.—insistió con tono exasperado.—¿Qué opina tu mamá de todo esto?

—Nada.—respondí con sequedad.— Porque no le hablo. 

—¿¡Me estás jodiendo!? Roman, ya va casi una semana de lo de tu papá. No puedes seguir corriendo de todo como siempre...

—¡Ya sé que no!

Mi voz salió por fin con fuerza, alarmando a la morena y causando que mi interior dejase de temblar con ansiedad por un momento. 

—¡Ya sé que no, Naomi! ¡Pero no hay nada más que pueda hacer!—continué con mi tono alzado.— ¡No logro hablar con Dean, ni con mi mamá, ni siquiera con mi padre! ¡Porque soy un maldito cobarde e imbécil! ¿¡Eso querías escuchar, Naomi!?

Esperé un golpe o que simplemente me mandara al diablo. Perder el control de mí mismo esos días era fácil, y el no tener a Dean a mi lado lo empeoraba a grandes pasos. 

Pero Naomi continuó callada, incluso si varios de los encargados de aquella tienda de vestidos y trajes para fiestas se nos quedaban viendo y cuchicheaban por mis gritos. 

Luego de segundos casi eternos, Naomi apretó sus labios y encontró su mirada en la mía. 

—¿Ya terminaste?—me quedé en silencio, tan solo mirándola con duda en mi expresión.— ¿Terminaste de gritarme? 

Mierda ¿qué ocurre conmigo?

—Sí.—solté con timidez, sintiendo como la ira en mi interior por fin se reducía y era reemplazada por la verguenza.— Lo siento. 

—Me vas a escuchar bien, pedazo de idiota. Y que te quede claro que esta será la única vez que te voy a tratar así. 

Naomi colocó sus manos en mis antebrazos, haciéndome mirarla a los ojos sin ningún impedimento. 

—Tienes que poner en orden tu cabeza ¿de acuerdo? Lo que sea que esté pasando por tu cabeza solo te está volviendo loco y haz perdido el control por completo. 

—Ya lo sé, Naomi. Pero ¿qué quieres que...?

—Cállate.—gruñó, a lo que obedecí sin chistar.— Te tomarás un tiempo para calmarte, dejarás de gritarnos a todos y confiarás en tus amigos.—con suavidad, la morena me sonrió.—Roman, no sé qué habrá pasado realmente entre Dean y tú, tampoco tengo muy claro el tema de tu papá...

Mi pecho dolía, teniendo que tragar con fuerza y bajar mi semblante para esconder dicha sensación amarga en mi ser. 

—Pero te aseguro que no resolverás nada emborrachándote o escondiéndote, solo te estás lastimando a ti mismo y no hay forma de que vaya a permitirlo. 

Las palabras de Naomi me reconfortaban, incluso si no me sentía merecedor de ellas o solo quería cubrirme los oídos. 

Era como si dos partes de mí se pelearan constantemente sobre qué era lo correcto y qué es lo que Roman Reigns haría. 

—Naomi...—logré decir su nombre en un débil susurro que con suerte fue audible. A continuación, tuve la fuerza de alzar la mirada y encontrar la suya llena de comprensión y cariño.— Lo siento. 

La chica con bonito vestido lleno de brillos solo soltó una pequeña risa y extendió sus brazos hacia mí, apegándome a ella en un reconfortante abrazo que ayudó a calmar mis constantes ansias. Me permití cerrar los ojos, dejando que el contacto influyera en tranquilizar la tensión en mi cuerpo y también a disculparme por los constantes arranques de emociones que tenía respecto a mi situación. 

Me sentí afortunado de contar con alguien como ella en esos momentos. 

—Todo estará bien, Lista A.—dijo por sobre mi hombro, dándome un par de palmaditas en la espalda antes de separarnos de nuestro abrazo.—Así que, ahora quiero que te relajes, me acompañes a pagar este vestido y luego iremos por un helado ¿de acuerdo?

—C-Claro.—murmuré, a lo que ella se levantó de su lugar y se dispuso a ir a cambiarse.—N-Naomi.—la mencionada volteó al instante mirándome expectante.— ¿Crees que... podamos ver un traje para mí también?

Naomi ladeó su cabeza, dejando que su cabello bicolor cayera como una cascada a pesar de estar en una coleta alta. 

—No hay problema, pero... Creí que usarías uno de los trajes de... Oh. 

Se interrumpió, a la par en que mordía mi labio inferior mirando al suelo bajo mis zapatillas. 

La idea inicial era usar uno de los trajes que mi papá dejó en casa, los cuales casualmente me quedaban perfectamente y me ayudaban a recordarme que él estaba conmigo. Sin embargo... Ahora se sentía extraño. 

—No te preocupes por eso, Rome.—habló la fémina una vez más, distrayéndome de los tristes recuerdos en mi cabeza.— Me cambiaré e iremos a verte un traje que te quede perfecto. Aunque perfecto ya estás, déjame decírtelo. 

No pude evitar soltar una risa, logrando que los labios de la morena se alzaran en una sonrisita antes de que retomara su andar al probador y cerrara la puerta detrás de sí. 

Una vez que estuve solo otra vez, tomé otro respiro, soltándolo con suavidad en tanto dejaba que el latido de mi corazón retumbara contra mis oídos. A continuación, bajé la mirada a mis manos, los puños apretados sobre mis muslos cubiertos por aquellos jeans oscuros. Lentamente abrí una de mis manos, mirando en mi palma extendida aquel objeto pequeño de color negro algo gastado con las iniciales "DA" escritas con letra brusca en corrector de lapicero. 

No pude evitar sonreír. 

Eso era tan típico de él. 

Sin embargo, por más que miraba esa uñeta en mi mano, no podía quitarme el mensaje de ese día después de la obra. 

Suspiré involuntariamente, a la par en que me levantaba de ese sillón y guardaba la uñeta en el bolsillo de mi sudadera. 

Desde lo ocurrido, no habíamos cruzado palabra de ninguna clase. Durante las clases no nos mirábamos, o si lo hacíamos rápidamente movíamos nuestro semblante a alguna otra parte. Dean dejó de esperarme después de clases e incluso desistió de volver al club, dejando notas en su escritorio con un simple "Lo siento" y su desordenada firma. 

No había intentado buscarle, incluso cuando Seth y Rusev me gritaban exasperados que eso es lo que él quería. 

Tenía miedo, una especie de miedo que jamás había tenido. 

No era miedo de lo que Dean pudiese decirme si me disculpaba, era miedo de mí mismo. 

Ambrose cambió mucho desde que nos vimos obligados a convivir juntos, le había mostrado a todos que era mucho más allá que un idiota al que habían coronado figurativamente como el rey de todos ellos. En cambio, sentía que había pasado tanto tiempo con esa corona en la cabeza que había olvidado lo que quería en realidad. 

Al mismo tiempo, temía por lo que Dean había escrito y de solo pensarlo mis ojos quemaban por esas lágrimas que me negaba a mostrar. 

¿Y si solo soy bueno para ser un Lista A? ¿Y si él no... ama a quien yo soy en realidad? 

Había tratado de ser honesto cada segundo de mi vida, pero la situación me presionaba tanto esta vez que solo quería gritar y mandar al diablo todo por lo que había luchado. 

Llegué a culpar a mi padre de todo, bebí sin importarme la forma en que traté a Dean, e incluso él continuó ahí para mí...

¿Cómo es que era tan cobarde?

Me di cuenta que había caminado a lo largo de la tienda cuando pude ver unas estanterías de vidrio frente a mí, en ellas había una especie de arreglos florales pequeños de distintos colores y cintas llenas de detalles. 

Me acerqué con lentitud y curiosidad, ya que era la primera vez que los veía. Más de cerca pude ver que eran del tamaño perfecto de brazaletes, como si se llevara un ramo de flores alrededor de la muñeca y ese fuera el detalle final para un baile de graduación. 

Recordé que se llamaban ramilletes, ya que mi madre siempre mencionó que el suyo terminó en el fondo de una jarra de ponche gracias a su cita fatal para el baile. Además, siempre sonreía al contar que mi padre fue el que trató de rescatarlo de la jarra aunque terminara totalmente empapado y el ramillete ya estuviese arruinado. Para ella fue el gesto más dulce del mundo. 

Pasé mi mirada por cada uno, desde esos llenos de detalles y rosas de color chillón y brillos, hasta los más simples y delicados. 

Entonces, mis ojos cayeron en uno que consideré bastante bonito. 

Se trataba de un arreglo bastante simple con cintas de un blanco cálido, adornado en gran parte por un par de flores hawaianas de un tono azul que me hizo sonreír. 

Ese tono de azul era parecido a...

—Se parece al color de ojos de Dean ¿no?

Di un salto sobre mis pies, mirando alarmado a la morena que se había posado junto a mí sin que lo notara. 

—N-Naomi.—logré balbucear, haciendo lo posible por mostrarme tranquilo y retrocediendo de aquella vitrina de ramilletes.— Perdona, me alejé un poco. 

—Descuida.—se encogió de hombros con simpleza mi cita, llevando aquel vestido que se había probado sobre uno de sus brazos. A continuación, volvió a inclinarse y mirar los ramilletes.—Ese en serio es bonito. 

—¿Q-Qué cosa?

La morena giró a verme, casi con obviedad. 

—Los ramilletes, tonto.—sonrió, rodando brevemente sus ojos y volviendo a la vitrina.—No te hagas el imbécil, sé que los estabas mirando. 

—B-B-Bueno, sí. Nunca los había visto en realidad, solo mi mamá habla de ellos y dice que es algo que tienes que comprar para tu cita así que...

—Cuando vi a Dean por primera vez el idiota dijo algo grosero sobre mi culo en un juego de fútbol.

La fémina soltó un sonido de desagrado a la par en que volvía mi atención a ella. 

Eso era algo que él haría, claro. 

—Pensé en darle una cachetada hasta que lo vi con Paige, solo me detuve por ella.—suspiró con suavidad antes de retomar el habla.—Pero no pude evitar ver que sus ojos eran de un azul muy bonito... Igual que el de las flores en ese ramillete. 

Mis ojos volvieron involuntariamente hacia dicho ramillete, a la par en que una sonrisa se colaba indebidamente en mis labios y no hacía nada por detenerla. Podía imaginar a la chica junto a mí sonriendo con burla. 

—¿No crees que sería buena idea comprarlo?—mi garganta se volvió un nudo.— Estoy segura que a Ambrose le encantaría que le dieras algo así. 

—Sí, claro.—ironicé.— Si te refieres a que lo lanzará contra mi cara y me dará un golpe en la nariz luego, pues tienes razón, Naomi. 

—Estás siendo dramático. 

—Seth es mi mejor amigo ¿lo olvidas? Es normal que sea dramático. 

Naomi suspiró, notoriamente cansada de mis excusas. 

—Okay, cariño.—se resignó.—Me rindo por hoy. Mejor vayamos a ver un traje para ti y a por el helado, que ya se me antoja uno de chocolate. 

Tan solo asentí, comenzando a seguirle el paso por la tienda. 

Sin embargo, mentiría si dijera que no volteé una última vez a ver aquel ramilleta en la vitrina antes de apresurarme por seguirle el paso a mi cita. 

I'd like to make myself believe, that planet Earth turns slowly. It's hard to say that I'd rather stay awake when I'm asleep. 'Cause everything is never as it seems...

—¿Podrías cambiar esa canción?

La pelinegra giró a verme, o al menos eso creí ya que prefería mantener mi semblante en lo que ocurría al otro lado de la ventana del auto. 

—¿Qué...? Roman, es una canción muy buena.—se quejó en un chillido casi incrédulo.

—S-Solo... Cámbiala ¿sí?

La fémina no dijo nada por varios segundos, para luego mover su mano hacia el estéreo y hacer caso a mi petición. Aquella canción de Owl City fue reemplazada por un rock suave que probablemente era de la preferencia de la porrista detrás del volante. 

Dejé salir un suspiro, siendo lo único que alteraba ese silencio extraño entre nosotros luego de un par de minutos conduciendo a quién sabe dónde. 

—Paige. 

—¿Qué?

—¿No piensas decirme nada?

—¿Sobre qué, Romancito?—dijo tranquilamente y con una sonrisa demasiado divertida para la situación. 

Rodé ligeramente los ojos y giré mi vista hacia ella. 

—El saber por qué te dejé conducir mi camioneta sería un buen inicio.—comenté con el ceño fruncido.— Dean me dijo que eres una maniática al volante. 

—Pues Dean tiene el pene pequeño y nadie le dice nada ¿sabías?—respondió irónica con un breve enarcar con sus cejas perfectas en mi dirección.— Solo vamos a dar un paseo. 

—¿A dónde?

—Por ahí.

—Paige. 

—Roman.

Su alargar de sílabas solo ayudaba a sacarme más de quisio, terminando con mi mirada fruncida en el rostro de la pálida pelinegra que no hacía más que sonreír mientras continuaba con sus manos en el volante. 

El que llegara a mi casa mientras mi madre iba a trabajar y solo me la pasaba leyendo en mi cuarto, tomara las llaves de mi camioneta quién sabe cómo y me tirara casi a patadas al asiendo del piloto no era un buen inicio para absolutamente ningún panorama. 

—Si estás pensando en matarme en tu cabeza, cariño. Créeme, no me asustas. 

—¡Yo soy el asustado!—exclamé exasperado.— ¡Manejas como loca, igual que Ambrose!

—Aprendió de la mejor.—sonrió de lado en tanto le daba la vuelta al volante entre sus manos.—Relájate, Roman. Ya estamos llegando. 

Mantenía mi mandíbula tensa cuando giré mi cabeza al frente, percatándome del lugar en el que efectivamente Paige se estaba estacionando. 

—¿Me trajiste a la escuela?—pregunté realmente perplejo. El vehículo dejó de vibrar luego de que Paige moviera la palanca de cambios, bajara el freno de mano y girase la llave en la hendidura principal.— No me voy a quejar, lo sabes, pero... ¿por qué?

La pelinegra de mechones azules cayendo de su coleta alta dejó salir un notorio sonido de hostigamiento, para a continuación quitar la llave del contacto y tirarla al aire. 

Reaccioné lo más rápido que pude, atrapándola torpemente entre mis manos. 

—Sé que no puedes evitar comportarte como un nerd, Roman. Así que seré breve y quiero que me prestes mucha atención ¿de acuerdo?—me miró con seriedad mientras hablaba, a lo que solo pude asentir.— No te traje aquí a estudiar, si es que eso es lo que tu cerebrito de Lista A está pensando. 

Disfrutaría de una ronda de estudio más que dejar mi cabeza me torture más de lo que hace a cada segundo...

—Seth me llamó.—cerré mis ojos, soltando automáticamente un gruñido de protesta en tanto me apretaba el puente de la nariz.— Está preocupado por ti. 

—Ya les dije...—suspiré.—Que estoy bien. No tienen que hacer un alboroto de todo esto. 

La pelinegra apretó sus labios, a la par en que se encogía de hombros. 

—Parece que él no te cree.—dijo, mirándose brevemente en el retrovisor y arreglando rápidamente su brillo labial y camiseta a cuadros roja.— Así que, mientras deja que Randy se lo coja contra la pared, le pidió a tu servidora que te llevara a que te entrara aire al cerebro. 

—¿¡Qué hay de malo con mi cerebro!?

¡Que no sirve para nada!

—Que estás muy alterado y algo no va bien contigo.—respondió con rapidez.— Una amiga me pidió ayuda con decorar para el baile, así que también nos ayudarás. 

—¿Qué hay de Ambrose?—hablé casi mordaz, las palabras como veneno en mi lengua gracias a la repentina molestia.— ¿No es tu mejor amigo? ¿Por qué no lo traes a él y me dejas en paz?

Pensé que me golpearía o algo, pero le fémina solo colocó cómicamente uno de sus dedos en su barbilla en gesto de que lo estaba pensando. 

—Así es. Pero Dean tenía que ir a rentar un traje. 

—¿Un traje?

En ese momento, me invadió una mezcla de emociones. Pero entre ellas, el terror de pensar lo que había provocado. Rechacé a Dean cuando pensaba invitarme al baile... Eso significa que tenía otra pareja.

¿¡Qué demonios hice!?

Dean no era alguien al que le costaría encontrar una cita, y esa era una de las cosas que me aterraba a cada segundo.

—Por tu cara, diría que estás pensando lo peor.

Giré a ver a la pelinegra, incluso si mi rostro probablemente había palidecido y me veía como un manojo de nervios. Pero ella sonreía de lado. 

—Relaja ese culo, Lista A.—dijo con tranquilidad.— Que yo sé quién es su pareja para el baile. 

Con miedo, logré balbucear:—¿Q-Quién?

¿En serio quería saber eso? ¡Claro que no! ¡Ni siquiera quería que alguien más lo tocara en un baile lento!

Paige se veía como si me estuviese leyendo la mente durante aquel debate conmigo mismo y esa molesta voz en el interior de mi cabeza, por lo que no fue sorpresa que llamara mi atención con un "hey" antes de apuntarse a sí misma con su uña pintada de negro. 

—Cálmate, en serio. La estás viendo. 

—¿T-Tú irás con él?

—¿Por qué te ves tan sorprendido?—preguntó con un enarcar de ceja.— Tú mismo lo dijiste, soy su mejor amiga, ninguno de los que teníamos en mente para ir nos aceptó.—se encogió de hombros.—Resulta bastante obvio. 

El hecho de recordar que lo había rechazado ya había hecho que mi corazón doliera, pero el saber que Dean no tenía otra cita... de alguna manera me calmó, por muy egoísta que sonara. 

—Ahora, vamos al gimnasio. 

—Paige, esto no es necesario.

Entonces, tras soltar una pequeña respiración, estiró su mano y palmeó mi hombro.—Vamos, será divertido. 

—No lo creo...

Paige en un inicio ignoró mi queja en voz baja, bajando del asiento del piloto y colocándose perfectamente erguida en sus botas altas combinando perfectamente con sus shorts y medias rotas. 

Cerró la puerta detrás de ella, pero no tardó en volver a verme y abrirla nuevamente cuando se percató de que no había movido un músculo. 

—Roman, escúchame.—comenzó a hablar, esta vez con calma y sin diversión o ironía aparente.— Sé lo que es que te encuentres lastimado, o que te sientas solo. Pero te tengo un consejo. 

Levanté la vista, mirándola aunque mi sentido común comenzara a dudar de ello. 

—No te cierres.—Paige sonrió levemente de lado.— Todos tenemos derecho a comportarnos como unos idiotas de vez en cuando, pero es tu decisión el cómo quieres hacerlo. Lastimándote a ti mismo, a otros... O simplemente mandando todo al diablo y haciendo lo que a ti te haga feliz. 

Comenzaba a comprender el porque Paige era la mejor amiga de Dean, aunque mi corazón doliera de solo tener su nombre repitiéndose en mi cabeza. 

Pero las palabras de Paige consiguieron que una esquina de mi boca se moviera y pudiera asentir a sus palabras. 

Pareció bastar para la porrista de perfecto delineado. 

—De acuerdo, ahora sal de ahí.—exclamó con ese tono tosco pero divertido tan familiar en ella.— Nos están esperando y no quiero que nos cuelguen del aro de basketball si es que llegamos más tarde.  

Pensé en preguntarle de qué demonios hablaba, pero si lo hacía probablemente me llevaría una tunda o que me empujara en contra de mi voluntad. Además, comenzaba a sentirme culpable de estar preocupando a todo el mundo con mi mierda. 

Tras tomar una bocanada de aire en un intento por calmarme, abrí la puerta junto a mí y salí de la camioneta. No tardé en apresurarme por seguirle el paso a la pelinegra que ya se acercaba a la puerta trasera del gimnasio en el que sería el baile de graduación esa noche. 

Paige abrió la puerta mientras que la sostuve para que pasara, al instante pude escuchar música pop proviniendo de alguna parte junto un canto agudo y femenino mezclado con tarareos. 

—¡Ya llegué, perras!—exclamó la pelinegra, alzando sus brazos dramáticamente como si de una presentación se tratara. 

Sin embargo, en cuanto cerré la puerta no pude ver a nadie en los alrededores. 

—¡Te tardaste, Paige!—chilló una voz que ya conocía.— Nia casi nos ahorca por tu culpa y me mandó aquí arriba. 

Seguí la mirada de la fémina de camisa escocesa, levantando mi cabeza y encontrando a Billie de pie en una escalera. Parecía estar colocando varios globos de tonos dorados y decoraciones brillantes. 

—Perdóname, Bill.—dijo Paige, acercándose a mí y apoyando su codo sobre mi hombro con una sonrisa divertida.— Tenía que pasar por este bizcocho antes de venir aquí. 

Los ojos de la pelinegra parecieron brillar y giró a verme con una sonrisa emocionada. 

—Hola, Roman~—alargó con ese canturreo tan típico de su mejor amiga y ella. 

—Hey, Billie.—me las arreglé para sonreír lo más amable posible.

—No te atrevas a poner los ojos en él, Bill.—se burló la pelinegra, dándome una caricia en el rostro a la que solo solté una risa.— Está tomado y el loco que tiene por novio no tendrá piedad en romperte el cuello. 

Pareció que el solo pensamiento bajó los ánimos de Billie, la cual apretó sus labios en un mohín y, con un sonido de notorio disgusto, giró bruscamente al frente y volvió a lo que hacía. 

—A propósito ¿dónde está tu otra mitad?—preguntó Paige, ahora agarrada de mi brazo mientras daba un par de lentos pasos por el gimnasio. 

—Pey tenía que ir a probarse su vestido una última vez.—respondió la pelinegra con chaqueta de cuerina.— Pero volverá antes de que Nia se de cuenta de que...

—¿Antes que me de cuenta de qué, Billie?

La pelinegra dejó escapar un chillido de susto y casi pude imaginar cómo había palidecido su rostro, mientras que nosotros volteábamos a ver a esa chica de cabello ondulado y seria expresión. 

—¡Nia!

A pesar de que su cara era de temer y su porte podía hacer retroceder a uno de los matones de la Lista F, Paige no dudó en desguindarse de mi brazo y correr hacia ella. Sus brazos se enredaron alrededor de la fémina y pude ver cómo su semblante cambiaba en un parpadeo. 

—Qué gusto que llegaras finalmente, cariño.—le sonrió Jax a la porrista cuando soltaron su abrazo.—Pensé que me dejarías sola con cosa uno y cosa dos. 

—¡Oye!—se quejó en un chillido la pelinegra sobre la escalera. 

—Tú ni te metas, Billie.—se dirigió a ella nuevamente.— Porque te la llevarás caro junto con tu amiguita por escapar a probarse un vestido. 

—¡Tú no eres la jefa, Nia! ¡No es justo!

Pero la castaña ladeó la cabeza con una sonrisa de lado y arqueando una ceja. 

—¿Recuerdas a quién dejó acargo el director del consejo?

Billie frunció sus labios en otro mohín, demostrando claramente que no tenía argumentos para defenderse en realidad. 

—¿A quién, Billie?—insistió Nia. 

De mala gana, la pelinegra respondió casi en un murmuro desganado:—A ti. 

—¡Magnífico! ¡Te ganaste una magdalena por el buen esfuerzo de usar tu cerebro, Billie!—aplaudió la castaña.— Ahora, te quiero trabajando o yo misma subiré ahí. 

—¡Agh! ¡Como digas! ¡Solo déjame en paz!

—Y dile a Peyton que se apure o le diré al director. 

—¡Agh!

Y luego de un último sonido de fastidio entre dientes, volvió a girar al frente y retomó su trabajo con molestia. Solo escuché todo algo perplejo, pero finalmente volví a mirar al par de féminas a unos pasos de mí. 

Paige parecía aguantar a bruces una risa, mirando a su amiga antes de preguntar:—¿Por qué maltratas tanto a esas chicas?

—Solo sigo las órdenes de nuestro director del consejo estudiantil.—se encogió de hombros con simplicidad, pero no tardó en rodar los ojos levemente.— Además, siempre me están copiando en Matemáticas. 

—Pero... Tú eres pésima en Matemáticas. 

—Y esas dos tienen cerebro de ardilla.

Tras aquella respuesta, Jax giró a verme y me observó con una pequeña sonrisa en sus labios pintados de rosa. 

—Vaya, vaya.—dijo.— Lo veo y no lo creo, no pensé que lo traerías en serio, Pai. 

—Te dije que confiaras en mí. 

—Ya hablan como si fuera muy difícil atraparme o algo así.—dije con una pequeña risa algo nerviosa. 

—Bajo la custodia del loco de ojos azules, pues sí lo eres.—siguió sonriendo la castaña.—De todas formas, me alegro de verte, Roman. 

—Igualmente, Nia. 

Recordaba a Nia por ser su compañero de química durante un semestre, en el cual todos la rechazaban ya que ella quería hacer el intento por pasar al menos una materia. La ayudé en todo y consiguió pasar sin problemas, además que nos conocimos y congeniamos bastante bien. Ella era una de las pocas personas que le importaba un demonio las listas de la escuela y hablaba con cualquiera que fuera lo suficientemente simpático y no juzgara por las apariencias. 

Eso la hacía una chica diferente a varias en la escuela, además de alguien que muchos creían difícil de tratar. 

También me dijeron una vez que era amiga de Dean, ya que compartían bastante en las fiestas pero ella siempre era como la voz de razón del castaño, aparte de Randy. 

—Bueno, les agradezco que vinieran.—continuó la fémina.—Hemos madrugado y acomodado muchas cosas, pero esto parece eterno y nos quedan muchos detalles que terminar aún. 

—Estamos aquí para ayudar, Nia.—sonrió Paige, dándome una mirada de soslayo.—¿Verdad, Rome?

—A-Ah, claro.—me apresuré por sonreír antes de verme como un total tonto.— Estamos a tu servicio, Nia. 

—En serio son un encanto.—sonrió la mencionada.— Paige ¿crees que puedas ayudar a Billie allá arriba y luego con el arco de globos de la entrada? Siento que lleva una eternidad allá arriba y ya van casi tres veces que ha estado a punto de caerse por esos tacones de aguja que le gusta usar. 

Soltó lo último con una mueca algo fastidiada, pero Paige solo sonrió y asintió. 

—A la orden, capitana. 

—Roman.—me llamó, haciendo una breve ceña con su mano mientras giraba sobre sus talones.—Tú ven conmigo. 

Apreté mis labios y sin más que decir, le seguí por el gimnasio. 

—Disculpa que sea curiosa, pero en serio me sorprendí de verte aquí.—habló la fémina una vez que me encontré junto a ella.— Pensé que estarías por ahí con Ambrose, preparándose para el baile o...

Me aclaré la garganta, siendo suficiente para interrumpirla y que sintiera su semblante sobre mí. 

—Nosotros... Nosotros no...

—Oh. 

Nia no agregó nada, acercándose a unas cajas y tomándolas fácilmente, me entregó dos de ellas mientras ella cargaba otras dos cuando retomamos nuestro caminar por el gimnasio. 

—Las noticias vuelan rápido y son ciertas a veces al parecer.

—¿A qué te refieres?

—Corbin mencionó escuchar que ustedes no irían juntos.—comentó la castaña, a lo que solo dejé la mirada vagar por mis pies en movimiento.— No lo creí, hasta ahora. 

—Es... complicado. 

—Me imaginé que dirías eso.

Nia se detuvo en una mesa en uno de los lados del gimnasio, esta estaba cubierta por un mantel perfectamente ordenado y habían varios elementos de repostería sobre la mesa. 

La castaña dejó las cajas sobre la mesa, a lo que la imité antes de que retomara el habla. 

—Déjame preguntarte algo, Roman. Aunque imagino que muchos lo han hecho ya.—me miró con seriedad, casi impenetrable y agitando algo en mi interior.— ¿Es tan complicado para Dean? 

—¿Para Dean?—me relamí los labios, para luego volver mi mirada a las cajas y comenzar a abrir esta.— No lo sé, ya no me habla. 

—Joder.—murmuró por lo bajo, llevándose una mano a la cara.—Ustedes los hombres sí que son estúpidos. En especial cuando se enamoran. 

Decidí no responder a eso. 

—Necesito que me ayudes a decorar estos muffins con glaseado, está todo en las cajas y en la mesa.—comenzó a dar instrucciones la castaña.— Puedes decorarlas como quieras, ¿crees que puedas hacerlo?

—No hay problema.—sonreí de lado ligeramente. 

Me dispuse a comenzar a trabajar, sin embargo, Nia acercó su mano a mi antebrazo y lo tocó con suavidad. Alcé la vista, encontrándomela con una mirada amistosa pero determinada. 

—No voy a meterme en lo que sea que esté pasando entre Ambrose y tú.—dijo.— Solo quiero que lo pienses... ¿Crees que a ese idiota le complicaban tanto las cosas hasta que tú asumiste que era así? 

Mi boca se abrió y miré a Nia perdido, ya que no tenía ningú tipo de respuesta. 

Pero como prometió, Nia no dijo otro tipo de comentario y tras una última sonrisa, se alejó por el gimnasio a retomar sus asuntos. 

Me quedé quieto por un rato, sentía como si mi cabeza volviera a dar mil vueltas pero solo volvía al mismo punto una y otra vez. 

A Dean, siempre volvía a Dean. Y esa sensación tan fuerte y sofocante a la que ya me había acostumbrado al pensar en él. 

Decidí concentrarme en las instrucciones de Nia, abriendo las cajas de muffins y comenzando a organizar todo para trabajar. 

Los minutos pasaron amenamente, convirtiéndose en una o dos horas, en las cuales decoraba cada magdalena lo mejor que podía y la colocaba en esos soportes de repostería en tanto veía a Paige inflar globos o molestar a Billie en las escaleras. Varias veces estuvieron a punto de caer, pero cuando ya había saltado de mi puesto alarmado, encontraban la forma de salvarse y solo resultaba un mini ataque cardíaco para mí. 

Ya pasaba la mañana cuando el tranquilo ambiente se vio interrumpido por el brusco abrir de la puerta del gimnasio. Este hizo eco por todo el lugar, alarmándome lo suficiente para dejar de poner chispas de chocolate sobre un glaseado y mirar en dirección a la puerta. 

Mi corazón dio un vuelco al encontrarme con un furioso Dean caminando a pisotones en mi dirección. 

Sentí que mi cuerpo temblaba y mi corazón latía con fuerza aunque no quisiera, colocándome erguido y tratando de mantenerme en mí para no tirar nada de lo que había hecho. 

El castaño se detuvo frente a esa mesa que nos separaba, sus ojos estaban oscurecidos por la ira, su ceño fruncido y la mandíbula tensa. Estaba realmente molesto. 

De repente, y sin quitar esa mirada envenenada de la mía, estrelló algo sobre la mesa casi con desprecio y un golpe. 

—No sé que demonios estés pensando.—comenzó a decir con ira.— Pero esto no es divertido. 

—¿D-De qué hablas?—logré balbucear, con mi voz temblando y dejando de lado lo que hacía. 

—No te hagas el tonto.—gruñó una vez más, para así referirse al ticket que había dejado en la mesa.— Si esto es lo mejor que puedes hacer, no pienso aceptar tu mierda de disculpa. 

Había dejado el ticket que había comprado en su casillero durante uno de los recesos, por lo que no esperé que lo encontrara tan solo ahora. Tampoco esperé que le importara al punto de estar tan furioso. 

—No me estoy disculpando.—solté sin más.— Solo te estoy devolviendo algo que es tuyo. 

—¡Oh, muchas gracias! ¡El señor de la Lista A, tan responsable y caballeiroso como siempre!—exclamó con claro sarcasmo que comenzó a molestarme. 

—Es caballeroso, y eso no tiene contexto aquí. 

—Como sea.—bufó con desprecio.— Haz lo que quieras con esa mierda, no me interesa. 

—¿Cuál es tu puto problema, Ambrose?

Me atreví a salir de mi lugar detrás de la mesa, aproximándome a él casi a zancadas y terminando a tan solo unos pasos de su tenso cuerpo y mirada asesina. 

—Fuiste tú el que decidió comenzar a ignorarme. 

—¡Oh, vamos, Reigns!—gritó exasperado.— ¿¡Por qué no cierras la boca un segundo y usas ese cerebro por el que tanto te aclaman!? ¡No intentes echarme la culpa! 

—¡Dijiste que te hice renunciar a tu corona!—hablé ahora un poco más fuerte.— ¿¡Por qué te importa entonces!? ¡Déjalo y huye entonces! ¡Siempre lo haces!

—¡Chicos, basta ya!

Pero aunque Paige intentara intervenir, ya no había vuelta atrás y no podíamos dejar de gritarnos.

—¿¡Qué me dices de ti!? ¡Yo no soy tú, Roman! ¡El único que huye todo el tiempo eres tú! 

—¡Yo no te pedí que cambiaras! 

—¡Nadie dijo que lo hicieras!—gritó con fuerza mirándome a los ojos. Su respiración era notoriamente agitada y apretaba sus puños a cada lado de su cuerpo.— ¡Deja ya de ser un fastidio y enfrenta todo como es! ¡No todo es Lista A y F, desgraciado! ¡Pero lo sabrías si dejaras de comportarte como un hijo de puta por una maldita vez!

Mi garganta se hizo un nudo y mi interior temblaba con ira, a lo que solo pude apretar mi mandíbula y arriesgarme a mantener mi envenenada mirada en la de Dean. 

—Al demonio, me voy de aquí. 

Tras soltar aquello, me dispuse a salir del gimnasio sin importarme nada más. 

Ya había tenido suficiente. 

O eso pensé al momento en que me encaminaba hacia la puerta con mi cuerpo tenso y labios apretados. De pronto sentí que me golpearon la espalda con algo, y ese algo se estrelló luego en el suelo, dejando un montón de glaseado a mis pies. 

Aguanté una bocanada de aire, girando lenta y amenazadoramente hacia el castaño de sonrisa desafiante pero envenenada que ahora se encontraba con su mano alzada y con algo de glaseado de las magdalenas en sus dedos. 

Dean siguió sonriendo, soltando una carcajada irónica para luego soltar:—¿¡Vas a seguir huyendo, emperador Romano!?

Mi interior se apretó y sentí cómo la sangre bombeaba con ira, al mismo tiempo en que mi cuerpo se movía por inercia en dirección al ojiazul. 

No sé cómo, pero terminé tomando uno de los pasteles de la mesa, impactándolo de lleno y con fuerza contra el rostro de Ambrose y comenzando una pelea sobre la mesa de pastelillos. 

Intentamos golpearnos y atacarnos el uno al otro, Dean intentaba quitarme de encima, pero mi fuerza no tenía control ni tampoco mis ganas por romperle la nariz. La ira me controlaba y mis pensamientos eran nulos.

En mis oídos hizo eco la voz de Paige gritando que dejásemos de pelear, pero no podía escuchar nada más que los constantes gruñidos de Dean y cuando conseguía darme algún golpe en la cara o intentaba jalarme de mi cabello ahora suelto. 

Sin embargo, nuestro enfrentamiento de niños de cinco años peleándose por los dulces de la piñata acabó al momento en que Nia agarró uno de los extremos de la mesa, levantándola fácilmente y causando que ambos nos estrellásemos de lleno en el frió piso del gimnasio. 

Dean aterrizó nada delicado sobre mí, a lo que solté un bufido y lo hice a un lado lo más rápido posible. 

Mi cara dolía, al igual que mi abdomen luego de los varios rodillazos del rey de la Lista F, mientras que con suerte podía ver por el glaseado que este había intentado ponerme en los lentes durante nuestra pelea. 

Me dispuse a quitarme los lentes, pero de pronto fui agarrado de la cintura y lo siguiente fue aterrizar sobre el hombro de la fémina de cabellos castaños. 

Repitió lo mismo con Dean, dejando que sus zapatillas manchadas de magdalena aplastada quedasen cerca de mi cara. Y, como obra del destino, este no dudó en mover su pie y golpearme ligeramente la sien. 

Apretando mis dientes, imité su acción y sentí mi pie impactar su cabeza hueca. 

—Se dejan de comportar como niños o a ambos los colgaré del aro de basketball hasta la graduación.—advirtió Nia. 

Y como dichos niños pequeños, solo gruñimos y nos quedamos en silencio el resto del camino que nos quedaba sobre los hombros de Nia. 

Y ahí estábamos, sentados frente al escritorio del director del consejo estudiantil, con nuestras ropas llenas de pegajoso glaseado y magdalena aplastada, el cabello desaliñado y completamente dispuestos a ignorar el semblante del otro. 

Mantuve mis puños cerrados sobre mis muslos, en tanto Dean permanecía con sus brazos cruzados tras desparramarse en la silla como habitualmente hacía. 

Maldito idiota. 

—El programa de la escuela me prohíbe tomar acción física sobre los estudiantes.—murmuró el director luego de un largo silencio y suspiros exasperados por nuestra parte. A continuación, dio vuelta sobre su silla giratoria y nos encaró con su ceño fruncido.— Pero no me prohíbe hablarles como se me dé la maldita gana. 

El hombre de cabeza rapada, camiseta negra y un chaleco de mezclilla cortado en las mangas apretó más el entrecejo. 

—¿Qué se creen ustedes, par de mocosos, para destruir el trabajo de mi consejo estudiantil? ¿¡Ah!? ¿¡Qué carajos tienen en la cabeza!?

—Señor Austin, nosotros...

—¡Cállate, Reigns! ¡Nadie pidió tu opinión!

—Es lo que vengo diciendo todo este tiempo.—escuché murmurar al castaño por lo bajo. 

—¡Tampoco te pedí que hablaras, Ambrose!—le gritó al mencionado.— ¡Los dos a callar o los llevaré con la directora! ¿¡Entendido!?

—¡No he hecho nada malo!

—¿¡Qué!?

—¡Le digo que yo...!

—¿¡Qué!?

—¡Maldición, que yo...!

—¿¡Qué!?

—¡Agh, mierda!

Dean se rindió, dejándose caer de forma fastidiada en la silla una vez más y cruzando los brazos sobre su pecho. 

Tratar con alguien como el señor Austin, nuestro consejero y el director del consejo estudiantil, no era una de las cosas más fáciles en el mundo y todos los alumnos de nuestra escuela lo sabían. 

Sin embargo, luego de nuestro incidente en el gimnasio, Nia no encontró mejor idea que traernos con él como castigo suficiente por arruinar las cosas previas al baile. 

—No quiero escuchar excusas ni nada más, pedazo de pelmazos.—continuó hablando con el mismo tono malhumorado de siempre.— Agradezcan que no los mande con la directora, porque incluso a un par de días de la graduación estarían expulsados. 

—Como sea.—bufó Dean casi entre dientes. 

—D-De verdad lo sentimos, señor.—me esforcé por balbucear sin que se enredara mi lengua.— Fue estúpido de nuestra parte y no quisimos destrozar el trabajo de las chicas. 

El hombre de cabeza rapada me observó con su dedo sobre su mejilla, golpeando esta suavemente en gesto de pensamiento. No obstante, tras unos segundos de mirarme en silencio, desvió su semblante hacia el castaño de cabellos alborotados llenos de glaseado. 

—¿Qué hay de ti, Ambrose? ¿Algo que quieras decir o prefieres que golpee tu maldito trasero yo mismo fuera de mi despacho?

Dean alzó la mirada, sus ojos azules parecían oscurecidos con molestia y mi garganta se torció de solo verlo. 

—Si piensas que te chuparé las bolas como Reigns ha hecho, ni lo sueñes.—escupió con desprecio.

En ese momento, sentí un piquete de dolor en mi pecho. 

El director sonrió brevemente, soltando una respiración profunda y girando levemente en su silla dándonos la espalda una vez más. 

—Siempre supe que eras un completo hijo de puta, Ambrose. Y ahora me convenzo de que lo sigues siendo. 

—Si vas a echarme, dilo de una vez.—rodó los ojos Dean, al mismo tiempo en que se mantenía al lado contrario en el que yo estaba sentado mirándole con mi ceño ligeramente fruncido.— ¿A quién le importa?

Mi corazón dio un vuelco, imágenes del pasado vinieron a mi cabeza. Sin embargo, me las arreglé para hablar.

—A mí.—solté nada más, causando que el castaño dejase de mover sus piernas nervioso y volteara unos insignificantes milímetros en mi dirección.—A mí me importa. 

Hubo una pausa, en la que mi corazón latía con fuerza. La ira seguía ahí, pero el deseo de volver a tenerlo en mis brazos era más fuerte aunque me negara a enfrentarlo durante tanto tiempo. 

Pero este se desmoronó ligeramente cuando Ambrose bufó:—Sí, claro. 

—Ambrose, una agencia nos llamó el otro día.—intervino el director Austin, llamando tanto su atención de mala gana como la mía.— Querían saber datos sobre ti ya que te ofrecieron un contrato discográfico o algo por el estilo. 

Pude ver el cambio en la postura de Dean, ya no estaba echado en la silla de forma deliberada y poco interesada, ahora se encontraba erguido y sus puños estaban apretados sobre las mangas de su chaqueta de cuerina pegajosa. 

—E-Es que yo...

—Dije que no quiero excusas ni explicaciones.—lo cortó el de camiseta negra.— Solo quiero que sepas mis razones por las cuales no los expulso a los dos. Reigns tiene futuro como profesor, y tú... parece que por fin encontraste qué hacer con tu basura de vida, muchacho. 

Relamí mis labios, notando el alivio de Dean y cómo apretaba sus labios con una herida hecha por mí. 

—No presentaré ningún cargo contra ustedes con la directora.—continuó el hombre detrás del escritorio.— Pero no quiero volver a verlos por aquí ni enterarme de que molestaron a la señorita Jax. Así que desaparezcan su trasero de mi vista... ¡Largo!

Obedecimos al instante, colocándonos de pie casi al mismo tiempo y caminando hacia la puerta. 

Fui el primero en salir del despacho con las manos en los bolsillos de mi sudadera y el corazón pesado en mi pecho. Y estaba tan concentrado en ello que ni siquiera noté los pasos de Dean detrás de mí aunque sus zapatillas chillaran en la baldosa del pasillo. 

—Reigns.—me llamó por detrás, pero continué mi camino.— Reigns, te estoy hablando. 

—Déjame en paz. 

—No pienso. Deja de huir y mírame.—seguí ignorándolo, a lo que pude imaginarle más exasperado en tanto me seguía por los pasillos.— ¿En serio piensas correr? ¿Vas a esconderte de nuevo?

Silencio y otro piquete en el corazón.

—¿Hasta cuando piensas correr, emperador Ro...?

—¡Cállate!

Mi repentino grito y girar hacia él le hizo casi saltar sobre la suela de sus zapatillas, deteniéndose con un leve tropiezo y mirándome con sus ojos abiertos de par en par. 

—¡No vuelvas a llamarme así! ¡Sabes lo mucho que duele, Dean! ¡Basta ya!

—R-Reigns.

—¡No quiero escucharte más!—exclamé, sintiendo que mi voz se volvía un hilo, uno que jamás había escuchado.— ¡Ya tuve suficiente! ¿¡Sabes cuánto me duele esto!? ¿¡Sabes cuánto me dolió decirte que no!?

Dean se había quedado helado, sin palabras y mirándome completamente atónito. 

—¡Pensé que te molestaría que te vieran conmigo, porque soy yo! ¡Solo soy el maldito nerd estirado que estoy seguro te avergüenza tener como novio!—continué gritando, sintiendo que mi garganta se apretaba más y más y algo extraño recorría mi pecho.— ¡Todos te respetaban hasta que decidiste estar conmigo! ¡No creas que no me di cuenta!

—Roman... Cariño...

—¡No quiero escuchar nada más, estoy harto!—lo interrumpí con un grito roto que resonó a lo largo del pasillo.— ¡No me importa lo que hagas, solo... solo...! ¡Hazlo rápido, no como mi padre! 

Otro piquete, y eché a correr fuera de ahí. 

Otro cuando llegué a casa. 

Otro cuando mi madre estaba en la sala y, tras verme pasar corriendo por las escaleras y manteniendo mi rostro bajo, comenzó a gritar mi nombre y a preguntarme por qué venía cubierto de magdalenas y glaseado.

Y otro, cuando cerré la puerta de mi cuarto y solo me dejé caer en la cama desordenado, abrazando una de las camisetas que Dean había dejado en mi casa y dejando que las lágrimas recorrieran mi cara luego de haberlas contenido por tanto tiempo. 

Pasaron horas y entre ellas me había quedado dormido tras el llanto, pero solo lo noté al momento en que mi celular comenzó a sonar desde el bolsillo trasero de mi pantalón y me vi obligado a contestar la videollamada de Rusev y Seth. 

Me senté sobre la cama, pero solo podía sentir el ardor en mis ojos y en la cara tras mi pelea con mi novio... Si es que aún lo era si quiera. 

En cuanto contesté, el Búlgaro y el bicolor aparecieron en la pantalla. Ambos se veían ya arreglados para el baile, aunque no dudaron en abrir sus ojos sorprendidos ante mi posible apariencia. 

—Pero ¿¡qué mier...!?—exclamó Seth.

—¿Qué demonios te pasó, Roman?—interrumpió Rusev. 

—¿Qué es eso que tienes en el cabello? ¿Acaso es glaseado?

—¿Estuviste llorando?

—Ya, ya.—los calmé con cierta exasperación en mi tono. En cuanto tuve un poco de silencio, solté un suspiro.— ¿Qué hora es?

—Son las siete, es tarde ¿no piensas ir al baile?—respondió Rollins con un chillido. 

Rodé los ojos, para luego cerrarlos en busca de algo de relajo para mis ojos hinchados.

—¿Con qué objeto?—gruñí casi para mí, colocándome de pie y comenzando a caminar por la habitación oscura. 

—¿Cómo que "¿con qué objeto?"?—habló Rusev en un intento fallido por imitar mi desganada voz.—¿Acaso piensas dejar sola a Naomi?

—¡Exac...! Momento.—se detuvo el bicolor con su cabello perfectamente peinado en una coleta y una flor azulina en su lado izquierdo.— ¿Desde cuando te importa Naomi?

Incluso si mi visión estaba aún nublada, pude ver al Búlgaro notoriamente tenso y con un poco de color rojo colándose en sus mejillas. 

—¡C-Cierra la boca, pulga de mar! ¡Juro que te romperé el cuello cuando te vea aunque tu novio te esté cuidando el culo!

Seth rodó los ojos. 

—Como sea. Pero Rusev tiene razón.—continuó el escritor del club.— ¿Piensas dejarla plantada?

—¿Es que acaso no me ven?—dije más exasperado todavía.— Estoy hecho un desastre. 

—Un desastre que puedes arreglar.—insistió Seth, ahora más serio.— Roman, sabemos que no estás bien. No importa lo que nos digas, no lo estás. 

Bingo. 

—Y si crees que no nos vamos a preocupar, estás mal de la cabeza y vamos a darte una buena patada.—Seth sonrió.—Anda, date una ducha y ven al baile. Será divertido. 

—Exacto, jefesito. 

—Chicos, no lo sé...

Entonces, el sonido de un timbre resonó desde el lado de Seth, haciéndole voltear y sonreír brevemente detrás de sí. 

—Ya llegaron por mí.—dijo Seth.—Los veo en el baile. 

—Corre por tu hombre.—festejó Rusev. 

—En eso estoy.—sonrió, luego miró a la pantalla una última vez.— Roman, a ti también. 

Y sin que si quiera me escuchara balbucear una respuesta, el bicolor finalizó la llamada, dejándome solo con el Búlgaro que milagrosamente se había quitado su habitual gorra y llevaba su cabello algo largo en una coleta perfectamente arreglada. 

Este solo me sonrió amablemente antes de finalizar su llamada, dejándome en un profundo silencio en mi propia habitación. 

No podía dejar de pensar en todo lo que daba vueltas en mi cabeza, hasta que esta dolía. Pero había algo en especial, y era las cosas que Dean y yo nos dijimos. 

¿Es realmente eso lo que pensábamos? 

Estaba furioso con mi padre, con Dean por gritarme y las cosas que decía... Pero, más que otra cosa, estaba enojado conmigo mismo y de a poco lo entendía. 

Dean había cambiado, al punto que incluso sus gritos de hoy se vieron falsos para mí. Sin embargo, el ver su rostro cuando mencioné que se avergonzaba de mí... Nunca había visto su rostro así. 

Mi corazón dio un latido que rebotó contra mis oídos y mi cuerpo recuperó su movilidad, aprovechando de casi lanzar mi celular sobre la encimera y quitarme la camiseta arruinada de pastelillos para correr a la ducha. 

—Sí, creo que podríamos verlo la próxima semana y... ¿Roman?

Mi madre se encontró conmigo bajando la escalera, haciendo que mi cuerpo temblara un poco y sonriera nervioso. Pero hice lo mejor por mantenerme fuerte y caminar hacia la sala en donde se encontraba. 

La morena me observaba con sus ojos abiertos de par en par, mientras sus labios luchaban por formar una sonrisa. 

Se apresuró por tomar su teléfono y decir:—Te llamo después. 

Tras colgar la llamada, se levantó del sofá y caminó hacia la entrada de la sala en la que me encontraba de pie usando el esmoquin que había comprado junto a Naomi. 

Mi mamá se posó delante de mí, admirándome de pies a cabeza para a continuación poner sus manos delicadamente sobre mi pecho. 

—Oh, cariño... Te ves realmente guapo. 

—Gracias.—sonreí de lado.— Naomi lo eligió. 

—Ella tiene buen gusto sin duda. 

Era la primera vez que hablábamos luego de lo ocurrido con papá, por lo que era un avance. 

Ambos nos quedamos en un tranquilo silencio, en el cual nos mirábamos a los ojos sin atrevernos a romperlo de alguna manera. 

—Roman.—habló ella luego de un rato que me pareció una eternidad en mi cabeza.— Lo siento tanto, cariño.

—Mamá, está bien...

—No, no está bien.—continuó.— Siempre haz cargado con todo y nunca te haz quejado... Ambos te debemos una disculpa y...

—Mamá.—la interrumpí, tratando de no ser brusco. Con cautela agarré sus manos en las mías, acariciando el dorso de ellas con mis pulgares.—Gracias, pero... No creo estar listo para hablar con él. 

La morena apretó sus labios por un momento, para a continuación alzar su mano y dejar que esta descansara en mi mejilla. 

—Un paso a la vez ¿te parece?

Con una sonrisa formándose lentamente en mis labios, asentí. Entonces, no dudé en enredar mis brazos a su alrededor y dejar que su calidez me reconfortara. 

Extrañaba eso. La extrañaba. 

Y la perdonaba.

—Aww.—murmuró una voz femenina a nuestras espaldas, haciéndonos voltear con curiosidad.— Creo que llegué en el mejor momento. 

—¡Naomi!—chilló mi madre, acercándose a la morena de vestido brillante y peinado recogido.—¡Te ves hermosa, cariño!

La fémina sonrió agradecida, murmurando una gracias y luego mirando por sobre el hombro de mi madre.

—¿Listo para irnos, Rome?

Sonreí de lado, buscando en mi bolsillo y acercándome a ella. Naomi entendió rápidamente el mensaje y estiró su mano hacia mí, dejando que colocara aquel ramillete con flores color menta en su muñeca. 

Mi madre fue por su teléfono, tomándonos un montón de fotos antes de abandonar el pórtico de la casa y subir a mi auto para ir a la escuela. 

Naomi no tocó ningún tema en especial, solo conversando de cosas triviales como la música en el estéreo, de cómo le gustaba el traje que ella escogió para mí y retocando su brillo de labios con el espejo retrovisor. 

No obstante, no podía evitar pensar en Dean. 

Me habría gustado que fuera él aquel sentado junto a mí aquella noche, un ramillete en su muñeca y esas zapatillas que sabía usaba para ir a todo lugar combinando para nada con su traje. Me habría gustado tener fotos de ese día con él, haberle besado en el pórtico y haberle prometido la mejor noche de su vida. 

Suspiré, sabiendo que todo se quedaría en mi cabeza y que no podía desmoronarme una vez más. 

Me estacioné fácilmente a las afueras del gimnasio que ya era iluminado por múltiples luces y una entrada adornada con un arco de globos y serpentinas. Ayudé a Naomi a bajar, dejando que enganchara su brazo al mío en tanto ambos caminábamos en dirección a la entrada. 

—¡¡Roman!!

Aquel grito proviniendo de ambos chicos con esmoquin que corrieron hacia mí me alarmó, siendo lo suficientemente rápido para que Naomi se hiciera a un lado antes de que ambos se abalanzaran contra mí y enredaran sus brazos a mi alrededor en un fuerte abrazo. 

Una risa se me escapó e hice lo posible por aceptar su abrazo rodeando a ambos con mis brazos. 

—Vamos, chicos. Creo que exageran.—dije con diversión.— No he muerto o algo parecido. 

—No, pero ellos en verdad te querían aquí.—habló aquel tatuado al lado de una sonriente Naomi.— Me alegro de que decidieras venir, Roman. 

Tras una pausa, solo asentí hacia Orton y me concentré en mis amigos que seguían sin soltarme. 

—Vamos.—de a poco los aparté, mirándoles con una sonrisa.—Estoy bien, no se preocupen. 

—No vuelvas a hacernos esto, jefesito.—murmuró Rusev, al mismo tiempo en que Seth me golpeaba suavemente en el pecho. 

—Si lo haces de nuevo, te mataré. 

—Hay solo un baile de graduación.—sonreí de lado.— Y creo que lo mejor que me puede pasar es compartirlo con mis amigos. 

Ambos sonrieron, realmente aliviados y mirándome de la misma manera que siempre hacían. Apoyándome. 

Aún dolía pensar en mi padre y en Dean, pero quería dejar de huir. 

Rusev y Seth estiraron sus puños, chocándolo con el mío una última vez y compartiendo un abrazo menos incómodo que el anterior. 

—Lamento interrumpir el momento.—comentó Naomi luego de un rato, haciendo que nos separásemos lentamente de nuestros agarres.— Pero la fiesta ya ha empezado y muero por algo de beber. 

—Ahora que lo mencionas.—silbó el tatuado, para acto seguido acercarse al bicolor y pasar su brazo detrás de su cintura, atraiéndolo hacia él con una cómplice sonrisa en sus labios.— ¿Vamos, bebé?

Con un rubor en sus mejillas pero una sonrisa tímida, Seth asintió y se encaminaron hacia la entrada del gimnasio, seguidos de Naomi y luego Rusev y yo. 

—Hey, Rusev.—lo llamé casi en un susurro.—¿Dónde está Lana?

El Búlgaro dejó salir un suspiro, al igual que un breve encogimiento de hombros. 

—Lo mío con Lana solo fue una fantasía que armé en mi cabeza.—comenzó a decir.— Creo que... no fui digno de ella, o eso dijo cuando rompió conmigo esta mañana. 

—¿Qué?—fruncí el ceño.—Rusev, eso no es cierto. Tú eres digno de lo que sea, ella debería haber sabido lo afortunada de tenerte. 

El chico de corbata de moño roja sonrió ligeramente de lado. 

—Gracias, amigo.—dijo.—De alguna manera, me siento aliviado. Lana parecía querer cambiarme y... no me sentía yo mismo. 

Tragué con suavidad. 

—¿Crees que... cambiar por alguien esté mal?

—Cambiar porque alguien te lo diga, claro. Pero, si ese cambio lo haces por ti y te ayuda a crecer, creo que es algo maravilloso. 

Por alguna razón, sus palabras hicieron click en mi cabeza. 

—¡Muevan ese culo, chicos! ¡La fiesta ya empezó!

—¿¡Es necesario que grites, Naomi!?

Y mientras Rusev seguía gritando a la morena, hice lo posible por no pensar en nada más y divertirme en nuestro baile de graduación. 

El lugar estaba muy diferente a como lo había visto temprano, luces de tonos azules y morados nos bañaban de los pies a la cabeza, todo estaba organizado y las decoraciones le daban el toque perfecto. 

Varias parejas se encontraban ya bailando al ritmo de la música de manera casual, otros estaban atacando lo que había en las mesas de bocadillos en tanto otros se divertían tomándose fotografías por la ocasión. 

Saludé a varios de mis conocidos mientras me encaminaba entre la multitud con Naomi guindando de mi brazo, ella sonreía y miraba todo encantada. Randy y Seth se habían perdido entre la multitud y Rusev parecía tener un asunto que arreglar con la rubia que lo llamó unos segundos después de que entrásemos al gimnasio. 

Incluso si Naomi se vio algo afectada, supo esconderlo muy bien y me sonreía de vez en cuando mientras caminábamos por el lugar. 

—No esperé tanto esmero de esto al ser armado por el consejo estudiantil.—comentó la morena, tomando asiento en una de las mesas vacías que pudimos encontrar.— Casi todos son de la Lista F. 

—Nia hizo un gran trabajo.—respondí, soltando suavemente su brazo.— Te traeré un vaso de ponche. 

—Eres un encanto, Rome. 

Le guiñé un ojo, para luego dirigirme a una de las muchas mesas de bocadillos por el lugar. 

Acomodé tentativamente mi chaqueta negra, al mismo tiempo en que caminaba directamente en busca de algo de beber para mi cita. Cuando llegué a la mesa, serví el líquido rojizo en uno de los vasos de cristal, hasta que fui golpeado simpáticamente en la cintura y me vi obligado a voltear. 

No tardé en sonreír. 

—Paige. 

—Hola, guapo.—me saludó sonriente con sus labios pintados con un oscuro labial.— ¿Te han dicho que eres uno de los hombres más guapos esta noche? 

Solté una risa.

—Tú no te ves nada mal, preciosa.—sonreí hacia ella.— Ese vestido te queda muy bien. 

—Gracias.—apreció mi cumplido dando una pequeña vueltita.— ¿Cómo estás? 

—Uhm... Bien, creo. Aunque la cara me duele un poco aún. 

Paige apretó sus labios brevemente y comenzó a servirse ponche en un vaso. 

—Admito que cuando los vi pelear, quise bajar y ponerles mis tacones en el culo.—dijo, para luego soltar un suspiro.— Pero veo que ya se hicieron suficiente daño ustedes solos. 

—...Supongo que sí. 

Nos quedamos en silencio por un momento, Paige comenzó a beber lentamente del vaso en su mano y yo tomé un momento para mirar a mi alrededor. 

Mentiría si no era para ver dónde estaba la pareja de la pelinegra. 

No obstante, me encontré con Corbin sentado junto a la capitana de las porristas. Esta se veía algo incómoda y reacia a continuar con lo que sea que hablaba con el tatuado de largo cabello. 

—Así que vino con él a fin de cuentas. 

Giré a ver a la pelinegra una vez más, pero solo la encontré terminando de beberse un segundo vaso de ponche y yendo por un tercero con un largo respiro. 

—No todos podemos tener la noche que queremos.—murmuró, más para sí misma antes de terminar de servir el líquido en su vaso. Le dio un largo trago y volvió a mirarme.— Ni tampoco la vagina que yo quiero así que, qué más da. 

Auch. 

Paige bebió otro trago, terminándose su bebida y dejando el vaso sobre la mesa. 

Esperaba que ese ponche no tuviera demasiado alcohol.

—Como sea, iré a dar vueltas por ahí.—comentó, a continuación apuntó con su pulgar detrás de sí.— Por cierto, mi pareja está por allá. Diviértete, grandote. 

Y tras darme un par de palmaditas en el hombro, la pelinegra de vestido negro corto de pabilos se perdió entre la multitud de estudiantes y me dejó sin nada que decir. 

Me fue imposible no seguir la dirección en la que apuntó antes de marcharse, siguiéndola en busca de aquel castaño desaliñado y de ojos azules. 

Pero me encontré una situación totalmente distinta a la que esperaba. 

Dean si estaba ahí, apoyado contra una de las paredes del lugar mirando a sus pies. Su cabello no estaba desarreglado, este estaba peinado como el día de la obra y llevaba un esmoquin negro con su camisa blanca abierta en el cuello. De este caía una corbata negra con un nudo bastante desordenado, mientras que en su bolsillo resaltaba una flor blanca, además del detalle de llevar sus habituales converse gastados cruzados uno delante del otro.

Mi corazón dolió por un segundo, al igual que mi pecho se apretó al recordar todo lo que había sucedido entre nosotros estos días. Dolía, dolía verlo. Dolía no poder hablarle. 

Todo lo que nos dijimos... Todavía dolía. 

Mis piernas habían empezado a temblar, y no entendía por qué. 

Pero no podía dejar de mirarlo. No podía apartar mis ojos de él aunque me viera como un imbécil. 

No me importaba verme como uno. 

Muy dentro de mí solo quería mandar todo al diablo y disculparme, quería agarrar su mano y llevarlo a la pista, ignorar a cualquiera que nos moleste. 

Quería a mi Dean. 

En ese instante, como si ese pensamiento resonara de alguna manera en voz alta, el castaño levantó de mala gana la vista y nuestros ojos se encontraron. 

Sentí que el corazón me viajaba a la garganta y mis mejillas se sonrojaban rápidamente, rogando que las luces fueran suficiente para esconderlo. 

Mierda, ¿qué estoy haciendo? 

Seguía sosteniendo ese vaso de ponche de pie cerca de la mesa, pensando en apartar mi mirada de la suya ahora paralizada. Sus labios se encontraban entre abiertos, como si quisiera decir algo, pero la distancia entre nosotros era tan grande que no podría escucharle de todas maneras. 

Casi pude ver que Dean se había apartado de ese muro en el que se apoyaba, tal vez dispuesto a acortar la distancia que nos separaba con la pista de baile. No obstante, mis esperanzas decayeron rápidamente al momento en que una chica de cabello rubio y vestido rosa apareciera, pareciendo pedirle bailar con una sonrisa a la que él no se negó. 

Apreté mis labios, por fin rompiendo con el contacto una vez que lo vi caminar siendo jalado del brazo por esa chica, resignándome a lo obvio. 

Seguía siendo un maldito cobarde no importa lo que pasara. 

Aunque los bailes no fueran lo mío, este había sido realmente divertido. Naomi consiguió sacarme a bailar aunque yo le insistiera en que mis habilidades en ello eran nulas, recibiendo un montón de burlas por parte de Paige y Seth, además de tener que disculparme casi por diez minutos con Orton cuando intentó enseñarme. 

Ya casi pasaba la media noche, muchos de nuestros compañeros ya se habían ido o se encontraban completamente ebrios luego de que alguien le echase alcohol al ponche. Entre ellos estaba Nikki, la cual había mandado al carajo a un enfurecido Corbin y festejaba junto al resto de ebrios en la fiesta. 

Naomi se atrevió a empujarme a la pista una vez más, haciendo lo posible por guiarme en tanto yo nervioso trataba de no pisarla o lastimarla con mis torpes pasos. 

Estábamos en eso cuando di un paso atrás, pero algo me hizo resbalar y caer de culo al frío piso del gimnasio. 

—¿Roman?—casi chilló la morena que antes bailaba conmigo. 

No obstante, no tardé en reconocer la risa de Roode entre la música pop a nuestras espaldas.

—Vaya, vaya.—sonrió el castaño.— Lo siento, marica. No creí que vendrías. 

—Hazte a un lado, Roode.—se entrometió al instante Naomi. 

El Lista F la miró y luego sonrió con aún más incredulidad. 

—Wow... ¿No te da pena, Naomi? Este pedazo de idiota no te dará lo que buscas ¿sabes?—a continuación, acercó su rostro al de Naomi tras colocar una de sus manos en su cintura, la cual la morena no dudó en tratar de quitar.— Hay verdaderos hombres aquí, preciosa. Que valemos mucho más que él en donde sí cuenta, si sabes a lo que me refiero. 

El que murmurara esas palabras cerca del oído de la fémina y que intentara acercarla a él me hirvió la sangre, siendo motivo suficiente para que me levantara de inmediato y me dispusiera a quitárselo de encima. 

Sin embargo, no esperé que el búlgaro de mirada furiosa llegara antes y con un movimiento nada delicado empujara a Roode lejos de Naomi. 

—¡Vuelve a tocarla y te mato, hijo de puta!—escupió al tambaleante matón. 

—¿¡Quién mierda te crees que eres, nerd!?—gritó de vuelta, dispuesto a atentar contra Rusev. 

Esta vez no dudé en adelantarme y posarme frente al Búlgaro que era detenido por Naomi. El miembro de la Lista F me miró más molesto, pero procuré mantenerme lo más calmado posible.

—No jodas...—bufó incrédulo.— Apártate, marica. Esto no es asunto tuyo. 

—Estás borracho, Roode. Y no te dejaré molestar ni a Rusev ni a Naomi. 

—¿Y qué vas a hacer tú?—se burló con una carcajada entre dientes.— No le tengo miedo a un tipo que le gusta que se la metan. 

La ira comenzaba a hervir en mi interior, apreté mis puños en un intento por no perder el control de mis emociones. 

—Vamos, sé hombre. 

—¡Déjalo en paz, pedazo de mierda! ¡Voy a matarte!—siguió gritando el fotógrafo detrás de mí. 

—¡Vamos! ¡Defiéndete! ¿¡O solo seguirás siendo un marica de mierda!? 

—Cállate, Roode. 

Pero eso solo lo hizo reír. 

—¡Eso eres entonces! ¡Un marica de mierda que a nadie le importa!

Sus burlas se terminaron al momento en que recibió un golpe en la mejilla, el cual le hizo caer de bruces al suelo y llamando la atención de varias de las personas a nuestro alrededor. 

Se me secó la boca cuando vi a Dean de pie a un par de pasos delante de mí, con su respiración agitada y su mirada en el tipo que trataba de levantarse luego del golpe y los efectos del alcohol. 

—¡A mí me importa!—gritó Ambrose a todo pulmón.— ¡Y si vuelves a acercarte a alguno de ellos no tendré más piedad contigo, Roode! ¡Largo de aquí!

Roode no pudo soltar palabra, el posible mareo no lo dejaba y no tardó en ser levantado por uno de sus amigos de la Lista F que hizo lo posible de alejarse de Dean lo más rápido posible. 

Incluso cuando el causante de esa breve trifulca desapareció, varios nos veían en silencio y comenzaban a murmurar cosas entre sí, lo que no tardó en sacar de quicio a Rusev. 

—¿¡Qué miran!? ¡Lárguense ustedes también!

Su gritó bastó para espantar a todos nuestros espectadores, al igual que rompió ese silencio tenso entre nosotros. Salvo en el que me vi expuesto al momento en que Dean giró hacia nosotros. 

Escuché a Rusev preguntándole a Naomi si estaba bien, al igual que la música recobrando el ambiente del baile a nuestro alrededor. Pero mis ojos en los de Dean eran suficiente para que sintiera como si no hubiese nadie más a mi alrededor. 

No quería ser un cobarde. 

—Gracias por eso, Dean.—dijo Naomi, con una pequeña y agradecida sonrisa todavía siendo rodeada por el brazo de Rusev. 

El castaño apretó sus labios y dio un ligero asentimiento. Con un murmuro casi inaudible agregó: —De nada.

Y, tras darme una última mirada, dio media vuelta y desapareció de la escena.

No quiero huir más...

—Hey, jefesito...—giré ante el suave llamado de Rusev.—Olvidándonos de ese hijo de puta y lo que acaba de pasar...—dio una pequeña mirada a la morena que todavía estaba entre sus brazos con una mano sobre su pecho y una mirada algo nerviosa.— ¿Te molestaría que baile con tu cita por un rato?

Le di una mirada a Naomi y luego a él, pero pude notar de inmediato lo que ocurría. Por lo que no dudé en esbozar una sonrisa y responder:—Adelante, Rusev. 

Mi amigo sonrió, al igual que la morena de una forma tímida con un adorable rubor en sus mejillas. 

Sin embargo, esta detuvo a Rusev tras unos segundos en los que me dispuse a ir a pasar el rato y dejar de sentirme como un idiota. 

—Roman.—me llamó con cautela. Naomi se acercó y agarró mi mano entre las suyas.— ¿Por qué no vas tras él? 

Relamí mis labios, al mismo tiempo en que sentía mi corazón acelerándose. 

—¿Qué pasa si me odia? ¿Y si ya lo arruiné?

—Tú le importas, Roman. Más que cualquier otra cosa y se nota.—insistió la morena de labios rosa brillante.— Corre si quieres, pero corre para alcanzarlo. 

Naomi le dio un pequeño apretón a mi mano, a lo que sentí cierto peso caer en la palma de esta. En cuanto sus manos me soltaron, pude ver ese ramillete que vi en la tienda. 

—¿C-Cómo...?—fruncí el ceño confundido, mirando del ramillete a la fémina.— ¿C-Cuándo tú...?

—Eso no importa.—chilló, dándome un pequeño empujoncito.— ¡Ve por él! 

Tenía razón. Todo este tiempo, debí correr tras él. 

Dejar de correr, de huir. Debía dejar de engañarme a mí mismo y confiar en lo que sentía. 

Tal y como lo hacía Dean. 

Tal vez... ser un poco más idiota, como él. 

Mis labios formaron una sonrisa, para acto seguido echar a correr por la dirección en que Dean había salido minutos atrás. 

Había guardado el ramillete en el bolsillo de mi chaqueta cuando el viento algo helado de la madrugada me golpeó el rostro, varios autos ya no estaban aparcados y se notaba que no quedaba mucho de fiesta. No obstante, pude reconocer fácilmente el rugir de la moto a unos metros de mí. 

Mi mirada se quedó en el castaño que con su casco ya se alejaba del estacionamiento sin mirar atrás, haciéndome tragar con fuerza. 

—Esta vez no te vas a escapar. 

Tras murmurar aquello para mí, corrí hacia mi camioneta y comencé a seguirle a lo largo de las calles bajo la oscura noche. 

Conduje lo más lejos posible de él, tratando de no perder la moto de vista pero tampoco que notara el hecho de estarle siguiendo. Sin embargo, ya sabía exactamente a donde iba. 

Me estacioné frente a la casa de Dean luego de un par de minutos en que había entrado, las luces estaban apagadas y ni siquiera se había dado el trabajo de estacionar bien su motocicleta. Tras tomar una bocanada de aire, decidí salir del auto. 

Mis piernas temblaban, el corazón me latía con fuerza y las ansias de correr eran muchas. Pero me las arreglé para ir hasta la puerta y tocar esta con mis nudillos. 

El castaño no tardó en abrirla, dejándose ver con su camisa ya un poco más abierta y ausente de corbata. 

Este soltó un bufido en cuanto me vio de pie en el pórtico. 

—Sabía que no me lo había imaginado.—dijo de mala gana con un rodar de ojos.— ¿Qué es lo que quieres? Si vienes a disculparte o lo que sea, no me interesa. Nada de ti me interesa porque... eres un imbécil que solo sabe romperme el corazón y... ¡Agh! ¡Joder! ¿¡Qué coño quieres, Roman!?—empezó a chillar en su monólogo, su voz parecía perder más fuerza con cada palabra.— ¿¡Quieres que te vuelva a gritar!? ¿¡Que me disculpe!? ¿¡Que me sienta culpable!?—su voz se rompió.— ¿¡A-Acaso quieres que llore!? ¡Sabes que yo no...! ¡Mierda! ¡Te odio por hacerme esto!

Ambrose había dejado que su voz se rompiera, al mismo tiempo en que pasaba su muñeca por su cara con desprecio pero sus ojos aguados no dejasen que ocultara las lágrimas que comenzaban a salir de sus ojos. 

—Por favor... Di algo ya. 

En su lugar, tomé suavemente su muñeca, alejándola de su rostro para así inclinarme y juntar mis labios con los suyos en un suave beso. Dean no dudó en responderlo dejando sus manos vendadas sobre mi pecho y soltando un pequeño jadeo. 

No fue un beso largo, pero sentía cómo la presión entre nosotros se disminuía y mi corazón dejaba de doler. 

Mi frente se apegó a la de él, sintiendo cómo luchaba lo mejor posible por aguantar sus sollozos y su temblorosa respiración en aquel silencio en que nos dejamos llevar. 

Su cálido aliento cosquilleaba contra mis labios, manteniendo mis ojos cerrados y dejándome llevar por esa calidez única que él podía darme. 

—Lo siento, Dean...—murmuré, soltando una suave respiración y apegando mis manos a su cintura.— Lo siento por todo. 

—Eres un completo idiota, Roman Reigns.—respondió con un tembloroso balbuceo.— Yo jamás pensé en ir al baile con alguien más que tú ¿sabías?

—Lo sé...

—Tampoco...—chilló, apretando su mandíbula al no poder controlar que un par de lágrimas se le escaparan.— Tampoco me avergüenzo de estar contigo.

—Ahora lo sé.—murmuré, dejando otro beso breve en sus labios.— Lo sé, cariño. 

—Te tardaste en entenderlo, pedazo de imbécil. 

—Y lo siento...—abrí mis ojos, encontrando los de él.— Pero espero que esto cuente como una disculpa. 

No le dejé decir palabra antes de colocarme en una rodilla frente a él, para a continuación alzar el ramillete que mantenía guardado en mi bolsillo hasta ese momento. 

—¿Serías mi cita en el baile? 

Dean mordía sus labios, probablemente por el hecho de que no había dejado de llorar todavía. Pero tras un negar de cabeza para sí, se dejó caer sobre sus rodillas y agarrándome del rostro chocó sus labios con los míos en un apasionado beso que hizo mi corazón saltar con fuerza. 

—Me debes una cita. 

—Con gusto. 

—Y muchos besos. 

—No veo por qué no.

A continuación, sus brazos me rodearon con fuerza. Y ahí, en medio del pórtico, dejé que mi corazón actuara por mí. 

Y dejé de huir. 

—Deberíamos entrar.—murmuró luego de una eternidad en la que estuvimos abrazados en medio del pórtico.— Tengo la cara hecha un desastre y... tal vez es tarde para ir al baile. 

Dean se alejó de mí y pude ver la decepción en su mirada azulada todavía aguada. 

Sin embargo, puse una de mis manos sobre la suya, llamando su atención al instante. 

—Podemos lograrlo si nos apresuramos. 

Y con una sonrisa, le ayudé a colocarse de pie y entramos a su casa. Dean dijo que iría rápidamente a lavarse la cara, por lo que lo esperé en el sofá. 

No tardó mucho en volver, con su corbata puesta una vez más pero incluso más desordenada. 

Bastó que se sentara a mi lado con un suspiro para que me observara con el ceño fruncido. 

—¿De qué te ríes ahora?

—T-Tu corbata.—me las arreglé para balbucear entre risas. 

—Sí, haha. Muy divertido.—rodó los ojos Ambrose.— Nunca había anudado una corbata ¿de acuerdo? Y Paige solo me estaba ahorcando. 

Reí una vez más, dejando el ramillete sobre la mesa frente a nosotros y acercando mis manos a su cuello con delicadeza. 

—Déjame a mí. 

Dean solo echó su cabeza ligeramente hacia atrás, soltando una respiración y dejando que arreglara el nudo de su corbata con facilidad. Ya era natural para mí, pero el que mis dedos a veces tocaran su cuello por accidente hacían mi corazón latir y eso amenazaba con romper mi concentración. 

Luego de un par de vueltas, su corbata estuvo en orden. 

—Listo. 

Dean volvió a bajar la cabeza, moviendo un poco su cuello. 

—Gracias.—me sonrió ligeramente de lado.— Creo que me falta algo ¿no?

Una sonrisa se formó en mis labios, a la par en que agarraba el ramillete de la mesa. Me dispuse a ponerlo en su muñeca izquierda, pero me vi interrumpido cuando Dean agarró mi mano en movimiento. 

—Uhm... Creo que se vería mal con las vendas puestas. 

Alcé la mirada, viéndole sorprendido. 

¿Acaso él...?

—Dean... ¿estás seguro?—murmuré preocupado. 

El castaño apretaba sus labios nervioso. Pero no tardó en encontrar mi mirada en la suya. 

—Confío en ti, Rome. 

En ese momento, sentí la ansia de abrazarlo y no dejarlo ir jamás. 

—De acuerdo...—susurré, dejando de lado el ramillete una vez más y tomando su mano entre las mías.— Pero dime si no te sientes listo ¿está bien?

Dean asintió, a lo que volví mi mirada a su mano vendada entre las mías. 

Él nunca se había quitado los vendajes en frente de nadie, todos lo comentaban y Dean evitaba el tema cada vez que podía. 

Su mano temblaba mientras removía el primer vendaje con cuidado, concentrándome en ello y dándole un par de miradas al castaño junto a mí. 

Quité la venda lentamente, dejando poco a poco que la piel de sus manos desnudas quedara frente a mis ojos. Hice lo mismo con su mano derecha, hasta quitar todo el vendaje y dejar ambas de sus manos libres sobre mi regazo. 

La piel de sus manos estaba marcada por varias cicatrices que parecían ser de quemaduras a lo largo del dorso de la mano, sus dedos y un poco más arriba de la muñeca. 

Dean seguía sin abrir sus ojos y sus manos seguían temblando. 

—En el incendio me lastimé las manos...—comenzó a decir.— Son cicatrices que nunca se borrarán...S-Son horribles ¿verdad? 

Su voz sonaba nerviosa y temerosa, pero eso no me fue impedimento para agarrar sus temblorosas manos entre las mías. Y aunque todavía no abriera sus ojos, llevé estas a mis labios, besándolas con delicadeza. 

Ambrose por fin abrió sus ojos, mirándome con sus labios entre abiertos y respiración irregular. No dudé en sonreírle. 

—Son hermosas, Dean.—dije, logrando que sus labios se alzaran en una pequeña sonrisa.— Igual que tú, son lo más lindo de este mundo. 

Pude ver sus mejillas ruborizarse. 

Dean apoyó una de sus manos en mi mejilla, enviando una calidez que me recorrió de los pies a la cabeza. 

—También lo siento, Roman.—comenzó a decir con un ligero negar de cabeza y dejando su mirada caer en su regazo.— Las cosas que dije, fui cruel, egoísta y... También te lastimé. 

—Los dos nos equivocamos.—lo interrumpí.— Lo que importa es que hablamos y... que sepas que te amo, Dean. 

—Yo también te amo, Rome.—me miró con seriedad.— Y quiero que entiendas que no me importa lo que el resto diga, confía en mí cuando te digo que eres lo más importante para mí. Por favor, prométeme que no lo olvidarás. 

No dudé en sonreír, agarrando la mano que tenía en mi mejilla y dándole un suave apretón. 

—Lo prometo. 

Con cuidado coloqué el ramillete en su muñeca, dejando una suave caricia en su mano antes de alzar mi mirada y deleitarme con ese tono azul tan parecido al de las flores de ese adorno. 

No tardamos en acortar la distancia entre nosotros. Sus labios se sentían incluso más dulces y suaves que en otra ocasión, o tal vez era solo por el hecho de haberle extrañado durante tanto tiempo. 

Las manos de Dean se posaron en mi rostro, al mismo tiempo en que llevé las mías a su nuca y lo empujé un poco más cerca de mí. Nuestros labios se movían a un ritmo del cual ni siquiera era consciente, sintiendo que mi corazón se aceleraba más y más y no había posibilidad de que quisiera detenerlo. 

Sin embargo, incluso cuando Dean había empezado a tocar tímidamente mis labios con su lengua, me aparté ligeramente de nuestro contacto con mi respiración algo agitada. 

—Creo que no conseguiremos llegar al baile...

El castaño se quedó pensativo, tan solo mirándome a los ojos antes de alzar sus cejas. 

—Yo tengo una idea.—murmuró entre nuestra pequeña distancia. 

Su aliento chocó cálidamente contra mis labios latiendo mientras le observaba perplejo. El rey de la Lista F besó rápidamente la comisura de mis labios antes de levantarse del sofá, tirando de mi mano para que le siguiera. 

El castaño se encaminó escaleras arriba sin decir nada, guiándome hasta su habitación y logrando que algo dentro de mí temblara. 

¿Por qué estaba nervioso de repente? Habíamos estado en su habitación un montón de veces. 

—Me debes un baile lento por rechazar mi invitación. 

—En teoría nunca te rechacé.—respondí de pie cerca de la puerta cerrada, tan solo viéndole caminar hacia uno de los estantes en el dormitorio.

—Porque fuiste un imbécil y me rechazaste sin si quiera haberte invitado al baile.—dijo con facilidad, girando levemente sobre su hombro y mirándome desafiante.— ¿No es cierto?

Apreté mis labios y rodé levemente los ojos con frustración. 

—Ya me disculpé, Dean...

—Eso no me basta. 

Pensé en insistirle que ya entendí el error y lo estúpido que fui, pero me vi interrumpido por una suave música de piano proviniendo desde el equipo de música que recordaba Dean tenía en su cuarto. 

El ojiazul giró lentamente sobre sí, encaminándose en mi dirección con una sonrisa amenazando por formarse en sus labios. 

Mi corazón latió con fuerza y sentí el nerviosismo aumentar al momento en que extendió su mano hacia mí. 

En serio quería bailar conmigo. 

—Ah... Dean, sabes que yo no bailo. 

—No mientas, cretino. Te vi bailar con Naomi.—se quejó con el ceño fruncido. 

—¿Y cómo lo hice?

—Pues sigues apestando en ello. 

Era obvio. 

—Pero.—le miré, incluso si la vergüenza ya llenaba mi rostro de solo recordar lo torpes que eran mis pasos de baile. Dean sonreía de lado sin bajar la mano que me ofrecía.— Quiero que bailes conmigo. 

Tragué con fuerza, sintiendo que mis piernas ya habían empezado a temblar como gelatina y amenazaba con arruinarlo todo. Pero no pude evitarlo, la forma cariñosa en la que me miraba y sus labios tentadores en esa sonrisa que adoraba fueron motivos suficientes para que moviera mi mano hasta la suya y por fin aceptara. 

Incluso en su desastrosa habitación tuvimos espacio para detenernos en medio del lugar y, tras pasar mis brazos detrás de su nuca y que sus manos se acomodaran suavemente en mi cintura, comenzáramos a movernos al lento ritmo de esa canción reproduciéndose detrás de nosotros. 

—Cálmate e imítame ¿sí?—murmuró el castaño con suavidad, a lo que solo asentí sin apartar mis ojos de los suyos. 

Dean dio pasos lentos, guiándome para que no perdiera la calma en tanto mi interior todavía temblaba. Sonreía de vez en cuando, lo cual admito que no ayudaba. 

Pero la calidez de sus manos, incluso mayor sin sus vendajes en ellas, lograba reconfortarme y enviar una sensación extraña por mi cuerpo, lo cual ayudaba a que hiciera lo mejor por moverme con delicadeza y no terminara pisándole. 

La voz masculina de aquel cantante junto al piano llenaba el ambiente, a lo que sonreí hacia mi pareja. 

—No creí que esa canción fuera de tu tipo.—dije con cierta diversión colándose en mi voz. 

—¿De mi tipo?—alzó una ceja el miembro de la Lista F.

—Destrucción, rebeldía... Tu aura de chico malo. 

Dean aguantó una risotada, negando con la cabeza sin dejar de movernos por el lugar con pasos lentos y sincronizados. 

—Tú sabes bien que soy más que eso, Roman. Sabes que soy más que rebeldía y destrucción. 

—¿Cómo estás tan seguro?

En ese instante, una de sus manos abandonó mi cintura, alzándose para agarrar una de las mías abrazando su nuca y moviéndola con suavidad. Sus dedos se entrelazaron con los míos, acelerando el latido de mi corazón. 

—Por la forma en que se sienten tus manos.—sonrió lentamente el castaño.—Y por cómo tus ojos me ven. 

Parpadeé un par de veces, sin procesar del todo la idea en tanto mis mejillas se sentían un poco más calientes que lo usual. 

—Nunca alguien me ha mirado de la forma en la que me miras tú. 

—Pues cometen un gran error.—murmuré, incluso si eso me costaba tener la cara más roja de lo que ya.— ¿Sabes?—agregué luego de un corto silencio.— Esto me recuerda a  nuestro primer beso. 

Dean alzó sus cejas, y casi pude ver un sonrojo colarse en sus mejillas aunque intentase hacer lo posible por ignorarlo. 

—En la fiesta de disfraces.—acoté. 

—Lo recuerdo.—contestó.— Bailabas horrible. 

Aguanté una risa, mirándole con una sonrisa. 

—Ya lo sé. —a continuación, ladeé ligeramente la cabeza.—¿Y... qué tal lo hago ahora? 

Dean sonrió, para a continuación con fuerza jalar de mi brazo e inclinarme un poco. Un jadeo se me escapó por la sorpresa, pero perdí el aliento al encontrarme tan cerca de su rostro. 

—Sigues pareciendo un ebrio bailando, Lista A. 

—Y tú sigues viéndote como un idiota, Lista F. 

Sus labios no tardaron en atacar los míos, besándome con bastante fuerza y quitándome el aliento en cosa de segundos. Logré volver a estar erguido, atrapando su rostro entre mis manos y atraiéndolo incluso más. 

Pude sentir un gemido placentero escapar de entre los labios del castaño, enviando una sensación eléctrica a lo largo de mi cuerpo. No podía explicarlo, pero su beso causaba tantas emociones en mi ser al punto de que no podía concentrarme en nada más. Dean me había tomado de la cintura, apretándome contra él mientras yo hacía el intento por corresponder a sus movimientos. 

La música no tardó en detenerse, siendo nuestros besos y jadeos entre labios lo único que hacía eco en su habitación. 

Mi corazón latía desembocado y el nerviosismo se extendía a flor de piel a lo largo de mi cuerpo. Sin embargo, no podía detenerme. Sus manos se movieron hacia mis hombros, deslizándose de forma tan cautelosa hasta que le permití despojarme de la chaqueta de esmoquin y continuar con nuestro beso. 

Su lengua talló mi labio inferior, siendo suficiente para que abriera ligeramente mi boca y le permitiera el acceso a esta. Un jadeo escapó desde el fondo de mi garganta, pero solo era callado con esa sensación tortuosa que su contacto provocaba en cada extremidad de mi cuerpo. 

Mis manos se movieron por sí mismas hasta mi corbata, deshaciendo el nudo y dejándola caer a nuestros pies en tanto le daba un leve mordisco al labio del castaño. 

Mi corazón dio un vuelco cuando un claro gemido se escuchó por lo bajo, pero no pude detenerme mucho a pensar en ello cuando las manos de Dean se habían movido hasta mi pecho y me empujaron gentilmente hasta guiarme en dirección a su cama. 

Me dejé caer sobre las colchas al instante en que mis piernas chocaron con el colchón, al mismo tiempo en que Dean tomaba asiento sobre mi regazo, con sus piernas extendidas a cada lado de mis caderas y sus labios sin separarse de los míos. 

Joder... ¿Esto en serio estaba pasando? 

La incertidumbre corría en mi cabeza, pero a mi cuerpo no parecía afectarle en tanto Dean se quitaba su chaqueta con un movimiento y la dejaba caer en alguna parte de la habitación. 

Recuerdos de esa noche en su motocicleta volvieron a mi cabeza, a la par en que soltaba un gemido cuando mi pelvis chocó con la suya en un intento por tenerlo más cerca de mí. 

—R-Roman... Espera... Espera. 

Con cuidado puse mis manos en su pecho, deteniéndome a pesar de la sensación poco satisfactoria en la parte baja de mi estómago. 

Diablos. 

Mi respiración era agitada y sentía los labios latiendo luego de aquellos besos bastante bruscos que compartíamos entre nosotros. Dean me miró en silencio por un par de segundos, relamiendo sus labios y manteniéndose así por un rato. Acercó su mano hasta mis labios, acariciando mi labio inferior con su pulgar y teniendo que tragar con fuerza para no soltar un sonido del que me arrepintiera a esas alturas. 

—¿Estás seguro de que...?

—Cierra la boca.—murmuré, con una voz que no reconocí en mí mismo. A continuación, moví descaradamente mi mano a lo largo de su muslo, encontrando ese bulto apretándose contra mi miembro algo despierto y logrando conseguir un gemido que él intentó ocultar moviendo su cabeza al lado contrario.— Ha sido un día largo... Déjame tener esto al menos. 

Una risa escapó entre los labios de mi novio, a la par en volvía a mirarme con sus ojos oscuros y sus dedos comenzaban a luchar por desabotonar mi camisa. 

—Ya empiezas a sonar como un verdadero emperador Romano. 

Ignoré su comentario, ni siquiera teniendo tiempo para pensar en ello antes de que volviera a atacar sus labios un poco más desesperado. Dean consiguió quitarme fácilmente la camisa, dejando nuestra breve conversación en el pasado y concentrándose en hacerme enloquecer con sus besos a lo largo de mi cuello e incluso mi hombro. 

No pude evitar soltar un jadeo al momento en que mi espalda desnuda tocó las frías colchas, mientras que el castaño se desplazaba deliberadamente por mi abdomen y se tomaba el tiempo de recorrer cada centímetro de mi piel a su gusto. Aún por sobre mi ropa podía sentir que mi miembro dolía de una forma insoportable, la tela de mis pantalones apretaba cada vez más y la vergüenza fue en aumento cuando Dean se encontró más cerca de esa zona. 

Sus labios besaron mi abdomen bajo, pasando por mis caderas y dejando un par de mordiscos en la delicada piel que me hicieron apretar las sábanas con mis puños cerrados y morder mi labio inferior para aguantar esos extraños sonidos. 

No me imaginé terminando en esta situación, ni tampoco podía quejarme. 

Dean alejó sus labios de mi piel, dejando una sensación de abandono a la que gruñí en protesta para mí. Pero me encontré con el castaño alzándose a horcajadas sobre mí con una sonrisa triunfal en su boca.

—Deja de hacer eso.—murmuró, en un tono rasposo que hizo algo latir en mi interior.

Diablos ¿por qué me parecía tan malditamente guapo en estos momentos?

—¿Q-Qué cosa?—pude articular entre mi agitada respiración y mi rostro sintiéndose más caliente a cada segundo en que él me miraba.

—Morder tus labios...—Dean acercó su mano a mi rostro y con su pulgar movió suavemente mi labio fuera de mis dientes apretándolo, dejando una caricia que no me ayudó en nada.—Ese es mi trabajo.

Mierda, este tipo me haría perder la razón.

No había palabras que tuviera en mente, tampoco era como si fuera capaz de articular alguna. En especial cuando Dean volvió a sonreír y, con una suavidad que me hizo temblar sobre las colchas, deslizó sus dedos lentamente por mi pecho, abdomen, hasta llegar a la cinturilla de mis pantalones.

Joder.

El castaño mantuvo sus ojos en mi rostro, lo cual me daba más ganas de apretar mis labios con tal de aguantar cualquier sonido vergonzoso que pudiese escapar entre mis labios y apartar aún más mi mirada de la suya.

Sin embargo, no pude conseguirlo cuando él abrió la cremallera de mis pantalones de tela y no tardó en colar su mano bajo estos. Solté un audible gemido al momento en que su mano masajeó mi ya notoria erección por sobre la tela de mis boxers. 

—Mierda...—murmuré entre dientes, girando mi cabeza y evitando que el castaño viera mi rostro enrojecido. 

¿Por qué se sentía tan malditamente bien? ¿Tal vez porque era mi primera vez? ¿O... tal vez por el hecho de tratarse de Dean?

—Roman, en serio deja de hacer eso.—me advirtió. 

Pero solo pude responder con otro sonido estúpido en tanto su mano acariciaba y se deslizaba a su gusto por mi erección, causando que esta doliera y palpitara peor con dicho tacto. 

—N-No... No puedo evitarlo.—murmuré casi en un respiro.—Es tu culpa...

Dean enarcó una ceja, para a continuación mover su mano, solo que esta vez dentro de mis bóxer y tocando directamente mi pene con su cálida mano libre de vendajes. 

—¡Oh, joder!—se me escapó un grito, apretando con más fuerza las sábanas en mis manos y cerrando mis ojos. 

Las sensaciones eran tan fuertes que sentía que explotaría de una vez, pero me negaba a hacerlo y solo esperaba que dicha sensación durara mucho más. Se sentía tan bien pero tenía miedo de verme como un verdadero estúpido. 

Sin embargo, a Dean no parecía importarle y seguía torturándome con una mirada sugestiva y sus labios en una sonrisa satisfecha cada que soltaba algún gemido por su mano en mi longitud. 

No quería que me viera, o que escuchara esos sonidos ridículos. Pero no había forma de detenerlos y al mismo tiempo no quería que pararan. 

Era como una contradicción sin fin. 

—Dijiste que era mi culpa ¿verdad?—dijo el ojiazul después de un rato masajeando mi miembro y aguantando mis jadeos entre dientes. 

Entonces, su mano abandonó el lugar bajo mis bóxer. Un sonido como de protesta que ni yo pude reconocer escapó de entre mis labios mezclado con mi agitada respiración, sin embargo me atreví a girar un poco la mirada y ver cómo Dean agarraba una de mis manos sobre el colchón y con suavidad tiraba de mi muñeca para guiarme. 

Mi corazón latió con fuerza mientras mis dedos recorrían su abdomen, ya incluso moviendo mi mano por voluntad propia, bajando hacia el cierre ya desabrochado de sus pantalones negros y dándole una mirada breve antes de proseguir. 

Dean parecía querer ocultarlo tanto como yo, pero su rostro enrojecido y respiración acelerada lo delataban en lo obvio, que lo estaba disfrutando tanto como yo. 

Eso me bastó para meter mi mano bajo la tela, con la mano de Dean todavía sobre la mía cuando encontré su miembro y este latió contra mi mano. Un gemido escapó entre sus labios al instante en que toqué su erección, a lo que me atreví a sonreír y comenzar a hacer lo mismo que el había hecho conmigo todo este tiempo. 

—Supongo que "eso" es mi culpa ¿no?—murmuré atreviéndome a sonreír desafiante. 

—Cállate. 

—Hace un rato te quejabas de que no me escuchabas... 

—Cállate y bésame. 

Tras aquella orden, todo era un espiral de emociones y de recuerdos. Terminé sin prendas aunque me quejara en contra de Dean, bajo su cuerpo cálido y a su completa merced. Eso solo me hacía enrojecer e intentar distraerme con sus salvajes besos que me quitaban el aliento. 

Intenté no ponerme a detallar su cuerpo con mis ojos, ya que me vería como un psicópata total. Pero no pude evitar apreciar el hecho de que su cuerpo estaba tallado de una forma que ponía mi mente a funcionar a mil por hora y mi corazón latía tan rápido que creí tendría un ataque cardiaco. 

Dean había retirado sus bóxer por fin, siendo la última prenda que lanzó al suelo de la habitación antes de dejarse caer nuevamente sobre mi cuerpo, sintiendo su cálida y suave piel chocar con mi pecho y enviar una sensación eléctrica a lo largo de él. 

Sin embargo, incluso cuando sus labios besaban los míos y contenían mis jadeos al sentir su piel acariciando la mía, cierto pánico comenzó a crearse en mi interior. 

Jamás lo había hecho con un chico... Con nadie en realidad. Y el ponerme a pensar en eso ahora comenzaba a ponerme nervioso. 

¿Acaso Dean sabía lo que estaba haciendo? ¿Lo había hecho con algún otro chico alguna vez? 

¡Agh! ¿¡Cómo me pongo a pensar en esas babosadas ahora!?

Antes de que mi mente pudiera seguir dando vueltas o me diera un tiro mental en la sien y arruinara el ambiente, mi novio se separó suavemente de mis labios y me miró a los ojos. 

—¿Estás bien?

¡Vaya pregunta!

—Uhm... Sí... yo... Agh.—cerré brevemente los ojos.— Solo estoy nervioso. 

—No lo estés. 

—Eso es lo peor que puedes decirle a alguien nervioso, Dean.—ironicé.— Además viniendo de ti. 

El castaño apretó el ceño sin alejarse de mí. 

—Auch. Incluso cuando estamos a punto de tener sexo eres un maldito, Rome.—se quejó, para a continuación suspirar suavemente.— Pero hablo en serio. Confía en mí. 

—Lo hago... Creo. 

Lo hacía, pero el que se levantara levemente y se estirara para alcanzar algo de la mesita de noche me hizo tensarme de todas maneras. 

Dean se colocó entre mis piernas flectadas, sosteniendo una botellita azul en su mano y concentrándose en dejar un líquido algo espeso caer en la palma de su mano. 

Mierda. 

—¿Qué demonios es eso?—pregunté casi entre dientes. 

—¿Tengo que explicarte todo?—dijo, mientras masajeaba el gel en sus manos tras dejar de lado la botella.— Será incómodo si no hacemos esto primero ¿sabías? 

No estaba del todo enterado de todas las precauciones, sin embargo, mi mente empezó a procesar todo y de pronto me sentí agobiado.

Pero confiaba en Dean. 

—¿Confías en mí?—habló de pronto, casi sobresaltándome en tanto apoyaba una de sus manos algo heladas en una de mis rodillas. Se veía algo preocupado, como si mis inquietudes hubiesen salido a la luz sin que lo dijera en voz alta.— Roman, entenderé si no te sientes listo. Solo dímelo, cariño. 

La forma en que habló me reconfortó de una forma que no soy capaz de explicar. 

Apreté levemente mi labio inferior entre mis dientes, pero no pasó mucho antes de que lo soltara y sonreí de forma pícara. 

—¿Crees que te habría dejado llegar tan lejos para decirte que no ahora?—solté una pequeña carcajada entre dientes.— Confío en ti, tarado. 

Dean sonrió levemente, para a continuación  concentrarse en lo que sea que fuera a hacer. 

Confiaba en él, confiaba en él. Me lo repetí un centenar de veces en tanto tomaba un respiro. 

Sin embargo, la incomodidad me recorrió y apreté la mandíbula cuando los dedos de Dean se acercaron a mi sensible entrada y tocaron el lugar por primera vez. 

—Mierda...—murmuré entre dientes.—Me arrepiento de confiar en ti, maldito...

—Shh...—susurró el ojiazul, con su mano todavía en mi rodilla y dándome una miradita.— Seré delicado, lo prometo. Pero tienes que relajarte. 

El primer dedo entró y sentí otra oleada de una incomodidad extraña, recorriéndome de los pies a cabeza y creando un huracán de emociones. Dean insistía en que me relajara, a lo cual intenté hacer caso lentamente. 

Su voz y su atenta mirada me permitieron relajar los músculos de mi cuerpo, al mismo tiempo en que esa parte estimulada también dejaba de sentirse tan incómoda y una sensación de placer ahora me inundaba al momento en que mi pareja insertaba otro de sus dedos en dicho lugar. 

Otra vez mi rostro se enrojeció, el calor era insoportable, mucho más que antes, y sentía mi miembro latir una vez más al no ser atendido. 

No había sentido algo así jamás. 

Gemidos empezaron a escapar de mis labios luego de un rato en que Dean masajeara mi entrada una y otra vez, el placer recorría mi ser y me sentía como en el mismísimo cielo. 

Incluso, sin que mi mente lo procesara y mi cuerpo solamente tomara el control, había movido mi mano por mi propio abdomen y agarrado mi erecto miembro con mi mano, masajeándolo a un ritmo que ayudara a esa sensación sofocantemente dulce a calmarse un poco. 

Una vez que me atreví a abrir brevemente mis ojos, pude ver la sonrisa en los labios de Dean al ver lo que hacía. 

—Por lo que veo te la estás pasando bien. —murmuró, a lo que hice lo posible por ignorarlo hasta que se inclinó suavemente sobre mi cuerpo y acercó sus labios a mi oreja.— Pasémoslo bien juntos ¿de acuerdo?

Los dedos de Dean abandonaron mi entrada, causando un sonido de queja por mis labios hasta que vi la forma en que se posicionaba entre mis piernas. Tomé un respiro y me atreví a mirarle a los ojos.

—¿Estás listo, emperador Romano?

—No lo estaré si sigues hablándome así. 

Una risa se le escapó, al mismo tiempo en que sentía mi interior temblar y me veía forzado a tragar con fuerza. 

—Seré delicado ¿sí?

Solo asentí, ya que el hecho de estar nervioso y a punto de terminar allá abajo no eran la mejor de las combinaciones. 

Mi respuesta había sido suficiente para el ojiazul, el cual se deslizó entre mis piernas y de inmediato me hizo mover mis manos hacia sus brazos a cada lado de mi cuerpo. Sentí su miembro encajar en mi interior y esa nueva sensación devorándome por completo. No pude evitar gruñir por esa sensación nada agradable en un inicio, a lo que Dean se detuvo por un momento hasta que probablemente el mal rato pasara. 

—¿Te estoy lastimando?—preguntó, con su respiración agitada y su rostro sonrojado. 

—S-Se siente extraño.—balbuceé, casi quedándome sin aire en medio de la frase.—P-Pero... No está mal. 

Mi respuesta fue motivo para su sonrisa, lo cual causó lo mismo en mis labios antes de que estos chocaran suavemente con los de Dean. Fue un beso tranquilo, casi como si él quisiera asegurarme de que todo estaba bien y que me podía relajar estando bajo sus brazos. 

Era el mejor sentimiento del mundo, no lo podía negar. 

Nos alejamos del contacto del otro, Dean mantuvo su frente contra la mía mientras estábamos quietos. 

—¿Estás bien?—murmuró, su aliento acarició cálidamente mis latientes labios entre abiertos. 

La sensación incómoda comenzaba a desvanecerse, y ahora era reemplazado por esa sensación placentera y el latir de cada parte de mi cuerpo. 

Dean no dudó en dar un pequeño movimiento de embestida y, en cuanto un gemido escapó de mis labios, supo que fue el momento de continuar. 

No podía evitar soltar jadeos y gemidos con cada una de sus suaves embestidas, a un ritmo que no hacía más que enviar escalofríos por mi cuerpo y amenazar con quitarme la cordura a cada segundo. 

Dean apretaba su mandíbula, pero podía escuchar sus rasposos quejidos antes de que se inclinara para besarme sin detener sus movimientos en mi interior. 

Su boca chocó tan violentamente como lo hacían sus embestidas, las cuales comenzó a acelerar y a llevar a cabo con más fuerza, incluso aumentando ese placer con el que no podía mantenerme callado. 

Mi cuerpo temblaba y sentía esa desesperación bajo el estómago, aquello que era tan tortuoso pero que me decía que pronto llegaría a mi límite. 

Dean alejó sus labios de los míos, a la par en que sus manos agarraban las mías y daba certeras y profundas embestidas. 

Se sentía bien, demasiado la verdad. 

Dean dejó de apretar su mandíbula, soltando esos gemidos que contenía y siendo casi tan erótico que pensé que acabaría en un segundo. 

Mi cabeza daba mil vueltas y sentía cada parte de mi cuerpo tensarse, mientras que sentía a Dean golpear el punto más dulce de mi interior a un ritmo cambiante del que supuse significaba que también estaba cerca. 

Mis dedos se entrelazaron con los del castaño, a lo que este me miró y casi suspiró:—Te amo... Joder, te amo. 

Me sentía como un idiota con los sonidos y caras que debía estar haciendo, pero no quitó que entre respiraciones agitadas, mi cabello pegándose a mi rostro sudado y enrojecido, sonriera y susurrara de vuelta:—También te amo, Dean...

Entonces, Dean dio una fuerte embestida que envió una sensación que nunca antes tuve, siendo suficiente para que sintiera como me corría entre nuestros abdómenes con un gemido raspando mi garganta. 

Y no mucho después, sentí que Dean aguantaba un jadeo y acababa en mi interior. Nuestras respiraciones permanecieron haciendo eco en la habitación, a la par en que el ojiazul se dejaba caer suavemente encima de mí, exhausto y con su pecho chocando con el mío. 

No tardé en sonreír, abrazandándole contra mí y dejándole a que se acostara a mi lado. 

—¿Estás bien?—volvió a preguntar mi novio. 

Solté un bufido:—Mierda, sí que lo estoy. 

Una risa por parte del castaño resonó por la habitación, justo antes de que rodara ligeramente sobre sí y me mirara con una sonrisa. 

—Eres un imbécil. 

—Esa es mi línea.—respondí todavía agitado. 

Dean movió su mano hacia mi rostro, quitando un mechón de cabello de mi frente y dejando una suave caricia. 

—Pero eres el único imbécil que me importa. 

Sonreí de lado, alzando mi mano y quitando el cabello alborotado frente a sus ojos con el mismo cariño que él había hecho. 

—Y tú a mí. 

ESTA COSA TIENE CASI 17.500 PALABRAS. ASÍ QUE ESPERO QUE APRECIEN MI ESFUERZO, EL QUE LO ESCRIBIERA EN PLENA BIBLIOTECA Y QUE EN SERIO ME ESTRESARA HACIÉNDOLO. NO SEAN MALDITOS Y DEJEN SUS VOTOS Y APRECIEN ESTO. 

Okay, me calmo. 

Saben que el smut no es lo mío, pero me esforcé y espero que sea digno de alguna manera. Si no, pues se va a quedar igual porque me importa maní ;)

Advertencia desde ya... Nos quedan dos capítulos, el final y el epílogo. Así que se me van preparando y me dejan sus posibles ideas de lo que pasará o sus expectativas para el final. 

Gracias a todos sus comentarios y apoyo, como siempre <3 Me daré el tiempo de contestar comentarios entre clases y cosas así, por lo que no piensen que las actualizaciones no llegarán. 

El próximo capítulo será narrado por Dean y es la fiesta de cumpleaños de Randy, solo les dejaré eso por adelantado. 

Se me cuidan, los quiero y nos vemos a la próxima. 

Rock. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro