22. Monstruo
—Entiendo que se preocuparan por mí y me comportara como un maldito idiota, lo siento mucho.—gruñí, sin apartar mi mirada de la ventana.—Pero ¿es esta mierda necesaria?
—Realmente necesaria, cariño.—contestó la pelinegra.—Deberías ser más agradecido.
—...Perra.
—Gracias.—sonrió ella encantada.—Me lo dicen seguido, pene pequeño.
—Solo te estamos llevando a casa ¿es eso tan malo?—comentó Randall frente al volante, en tanto yo rodaba los ojos.— Para que no tuvieras que manejar tu moto, o caminar...
—O irte a un bar.
Arrugué el ceño con molestia, pero eso solo dibujó una sonrisa en la boca de la pelinegra mientras decidía mantener mi mirada en la ventana junto a mí con disgusto en mi rostro.
—No necesito que me traten como a un niño.—gruñí por lo bajo.
—Por lo que yo vi, que fue muy de cerca en mi lugar de trabajo, sí lo necesitas.—respondió rápidamente la perra de mi mejor amiga.—Te comportas como un niño y necesitas de tus leales niñeras para empezar a comportarte.
—Ugh... ¿Por qué no solo me dejan solo?
—Porque no es lo que los amigos hacen.
Solo suspiré ante la respuesta de Lana al lado de Paige, decidiendo quedarme callado de una vez. No llegaría a nada en esta discusión, era obvio.
Aunque ignorara el dolor en mi pecho, mi mente no dudaba en recordarme la razón de mi mal humor y la constante ansia de ahogarme nuevamente en alcohol para olvidar.
Roman no quería verme.
Me había expulsado del club, y desde ese día no había vuelto a mirarle a los ojos. Incluso si buscaba estos durante cada clase que teníamos juntos, hacía un gran trabajo en evitarme a donde nos encontrásemos.
Una gran mierda si debo acotar.
Fui un idiota y para variar arruiné algo que era importante para mí.
Lo extrañaba, extrañaba su risa cada vez que intentaba molestar a Seth en el club, o la forma en que sus mejillas se sonrojaban un poco cada vez que intentaba sostener su mano aunque fuera por un par de segundos.
Extrañaba sus brazos a mi alrededor, esa calidez suya capaz de traspasar los vendajes en mis manos...
Lo extrañaba a él, muchísimo.
Moví mi mirada tan solo dando un vistazo a lo que ocurría por el rabillo de mis ojos. Orton seguía conduciendo en silencio junto a mí, mientras que en la parte de atrás Paige daba sorbos a su malteada de vainilla y a su lado Lana permanecía en su celular soltando algunas risitas de vez en cuando.
Apreté mi ceño, para a continuación voltear sobre mi lugar en el asiento y dirigirme a ella.
—¿Y tú qué, rubia?— pregunté, llamando la atención de la fémina de coleta al instante.— Llevas así de risueña todo el camino ¿algo que reportar?
Incluso si lo quiso ocultar y dejó de prestarle tanta atención a su celular, dijo:—Nada, Dean.
—Mentiras.—escupí.
—Nuestra querida Barbie parece que consiguió cautivar el corazón de muchos durante el juego... pero en especial el de cierto Búlgaro del club de periodismo.
— ¡Paige!
Lana no dudó en codearla con su rostro algo sonrojado, a lo que la pelinegra rió bajito y siguió bebiendo su malteada.
El que mencionaran el club me revolvió el estómago por un momento, pero pude concentrarme en lo que dijeron a pesar de eso.
—¿Búlgaro?—dije, enarcando una ceja inquisitivo.—¿Hablan del grandote? ¿De Rusev?
Lana suspiró, todavía algo molesta de que Paige fuera tan chismosa pero decidiendo mirarme de todas maneras.
—Sí, de él.—admitió, con una avergonzada sonrisa en sus labios brillantes de gloss.—Tuvimos una cita en el café el otro día. Fue bastante...
—¿Bruto?
—Encantador.—completó ella a pesar de mi comentario.—Es un verdadero caramelo, me gustó mucho salir con él y desde entonces no hemos dejado de hablar.
—Eso es estupendo, Lana.—se unió Orton a la conversación sin alejar su mirada del frente.—El grandulón se martirizó por mucho tiempo para invitarte a salir.
Lana solo rió, sin embargo, podía sentir que algo no me calzaba a juzgar por la ligera mueca que alteraba su rostro antes feliz.
—Dices que es encantador y todo.—comencé a decir.—Pero...
—¿Pero?
—Eso te pregunto a ti.—la miré con un encoger de hombros.—Hay algo que no estás contándonos, Barbie.
La pelirrubia me miró en silencio, bastando para decirme que tenía razón y sí nos ocultaba algo más. Se removió en su lugar notoriamente incómoda.
—Es solo que...—mordió sus labios brevemente.—Él no es uno de nosotros.
Aquello me hizo fruncir el ceño de inmediato.
—¿Qué carajos dices, Lana?—gruñí algo irritado.—El pobre chico te invitó a salir luego de años admirándote como un baboso y a ti te sigue importando esa mierda de las listas.
—No eres quién para hablar, rey de la Lista F.
—Sabes muy bien que yo ya no soy eso, Lana.—respondí casi escupiendo cada palabra con hastío.—Ser o no parte de la Lista me importa una mierda, mi reputación está en el suelo desde hace mucho y tú misma lo viste desde el momento en que Corbin atentó en mi contra.
—No es solo eso, Dean.—replicó.—Sí, somos de listas diferentes pero... A mí me sigue importando un poco mi reputación.
—En serio estás actuando como una pe-
—Persona muy linda que se quedará callada ahora mismo al igual que el culo suelto de Ambrose ¿verdad?—nos interrumpió Paige, mirándome con sus amenazantes ojos perfectamente delineados de negro.—¿Verdad?
A la mierda la reputación.
Su comentario sí me molestó, pero sabía que no podía pelearme con más de la gente cercana a mí. Por ello decidí apretar mis labios, la mandíbula y tomar una gran respiración silenciosa antes de volver a hablar.
—De acuerdo, como digas.—la miré más calmado.—¿Y? ¿Qué piensas hacer entonces?
Incluso si nuestra conversación se tornó tensa por un par de segundos, una sonrisa se dibujó en los labios de la porrista antes de que murmurara risueña:—Cambiarlo para mejor. Hacerlo digno de que nos vean juntos.
Si pasar tiempo con los chicos y con todo lo que había sufrido durante este año servía de algo, no podía evitar pensar que Lana estaba completamente equivocada en sus acciones.
No obstante, antes de que pudiera remarcárselo, el vehículo se detuvo y nos encontramos frente a mi casa quedándome con las palabras en la lengua.
—Hogar, dulce hogar.—canturreó el tatuado al volante.— ¿Quieres que te arrope también?
—Vete al diablo, Orton.
Una risa salió de su boca incluso cuando le enseñé mi dedo corazón antes de casi saltar fuera de su camioneta, disponiéndome a ir a casa y tener un momento de paz y dejar de pensar de una vez por todas.
Pero mis intenciones se interrumpieron al momento en que Paige me lanzó a la espalda su bolso deportivo y sus pompones rojos y negros a la cabeza. Molestó intenté quitármelos lo más rápido que pude, lanzándolos al suelo cuando giré a ver a mi mejor amiga con una mueca nada agradable en mi rostro.
Ella se despedía rápidamente de Randall e iba a hacerlo de Lana cuando se encontró con mi molesta mueca.
—No seas mal amigo y sostén eso un momento.—casi chilló al ver sus pertenencias a mis pies.—Tengo que hablar contigo.
Sabía que no me libraría de ella tan fácil.
Maldiciéndome a mis adentros y hasta a la madre de Paige, agarré de mala gana los pompones de porrista y su bolso deportivo, arreglándomelas para echármelo al hombro y caminar a pisotones hacia el pórtico de mi casa.
Escuché a Paige despedirse de nuestros amigos una última vez, para luego oír sus tacones hacer ese extraño ruido al encaminarse por el asfalto.
Dejé su bolso a un lado, para a continuación desparramarme en la pequeña escalera a los pies de la puerta y mantener mis brazos apoyados por sobre mis rodillas flectadas.
La pelinegra permaneció callada, incluso al apartar sus cosas para tomar asiento junto a mí en el mismo escalón.
Sentía su mirada sobre mí a cada segundo, pero me rehusaba a mirarla a los ojos.
¿Por qué? Se preguntará cualquiera
—Sé que estás molesto, Dean. Sé que algo malo pasó.
Porque ella puede leerme tan fácil como a un puto libro.
Permanecí en silencio, mirando al frente y respirando con regularidad. El pecho seguía doliéndome ya que, aunque me forzara, no podía dejar de pensar en Roman. En la forma en que sus ojos se encontraban con los míos, brillando junto a aquella sonrisa que se había convertido en una de mis favoritas , pero tan diferente a sus ojos oscurecidos y su mueca llena de ira cuando me expulsó de su club días atrás.
—Algo pasó con Roman ¿verdad?—preguntó Paige, devolviéndome a la realidad.
Giré mi cabeza hacia ella, atreviéndome a mirarla incluso si comenzaba a sentir que mi corazón se hacía trizas aún más que en el momento en que nos peleamos.
—Lo arruiné todo, Pai.—murmuré, casi asustado de que el dolor tomara control de mi ser y mi voz se rompiera.—Ustedes tienen razón.—suspiré.— Fui un imbécil, jodí todo lo bueno que teníamos y ahora solo puedo arrepentirme de ello.
— ¿De qué hablas, Dean? ¿Acaso terminaron?
Bufé casi para mí.
—No es como si estuviésemos juntos como para terminar.—negué con la cabeza exasperado.— Pero se siente igual de mal.
—Sabes que pierdes el control con el alcohol.
—¡Eso ya lo sé, Paige!-—comencé a gritar de pronto.—¡Lo sé, soy un hijo de puta de primera! ¡Lo jodí todo increíblemente! ¿¡De acuerdo!?
Paige guardó silencio, tan solo mirándome sin mover un músculo.
—¡Arruiné aquello que creí tener con él! Arruiné todo e incluso fui un desgraciado al decirle que lo amaba y...
— ¡Momento, Deanie!— chilló ella, sosteniendo mis brazos y haciéndome mirarla aunque mi ceño siguiera fruncido y no dejara de atormentarme.—¿L-Le dijiste qué cosa?
—¿Solo eso se te quedó de todo lo que dije?—le gruñí con molestia.—Le dije que lo amaba, Paige. Pero ¿qué importa ya? Lo arruiné todo al final.
—Estabas ebrio ¿estás seguro de lo que dices?
—¡Joder, Paige! ¡Te juro que te...! ¿Por qué mierda me miras así?
No esperaba encontrarla sonriendo, haciendo mis gritos ceder y la observara desentendido.
—Tienes razón, lo arruinaste, Deanie. Completamente.
Apreté mis labios, soltando una respiración y volviendo a mirar al frente.
—Pero.— continuó la fémina.—Confío en que decías la verdad, sé que eso es lo que sientes por Roman.
—¿Cómo estás tan segura?—me encogí de hombros.—Ni Roman me cree cuando se lo digo, él me odia.
—Lo sé porque te conozco, cariño.
Paige movió su mano con delicadeza hasta mi cabeza, dejando una relajante caricia sobre mis cabellos. Mis manos habían comenzado a temblar, pero supe ocultarlo al entrelazarlas sobre mis rodillas y manteniéndome sin decir palabra.
—Te conozco lo suficiente, y esa mirada tuya cuando ves a Roman...—soltó un suave suspiro.— Es casi la mirada de ensueño que tenías con... ella. Pero esta es diferente, esta es de felicidad recíproca.
Ella siempre sabía que decir para sacarme de la ansiedad y de mi cerrada forma de pensar, esta vez no fue diferente.
—Y respecto a Roman, él no te odia.—jugó con uno de mis mechones revueltos.—Solo está muy enojado por todo lo que dijiste.
—No dije nada de eso en serio.
—Sí lo hacías.—me replicó.—Una parte de ti, tal vez la que todavía tenía esperanzas en Renee...
No sabía si eso era verdad, ni tampoco estaba seguro de querer saberlo al final.
—Pero...—con delicadeza movió su mano por mi cabeza, para empujar esta suavemente hasta que pude apoyarme en su hombro sin siquiera haberle preguntado.— Estoy segura que las cosas son diferentes ahora ¿no? Lo que sientes por Roman es diferente.
No tenía que pensar mucho para responder.
—Lo es.—murmuré, con mis palabras casi perdiéndose a nuestro alrededor.—Por eso estoy tan enojado conmigo mismo y... tengo miedo.
—¿Miedo?
—Él cree...—hice una pausa, sintiendo que me costaba trabajo continuar. Tuve que tomar una respiración, soltándola con exasperación antes de poder seguir hablando.—Él cree que solo fue un reemplazo de Renee, que solo le mentí.
Paige soltó un gran suspiro, casi agotado pero con cierto toque de diversión antes de mover su cabeza y apoyarla suavemente sobre la mía.
—Pues demuéstrale lo contrario, tarado.
—¿Cómo?
—No jodiéndola de nuevo para empezar.—respondió automáticamente, a la par en que ambos nos mirábamos a los ojos.—Por favor no vuelvas a pasarte con la bebida, Dean. Tal vez fue divertido en un inicio, pero nos tenías angustiados a todos.
—Sí... Lo siento.
—También tuve que limpiar tu asqueroso vómito del bar, así que me debes una.
No pude evitar apretar mis labios en una mueca algo divertida, aunque en realidad me encontraba apenado de ello. Ese momento era borroso y creí haberlo soñado solamente.
— ...Lo siento por eso también, Pai.
—También tienes que disculparte con Roman.
—¿Cómo? No quiere ni hablarme y me expulsó del club.—exclamé casi irónico y exasperado.
—Encuentra la chance.—sonrió de lado desafiante.—Estoy segura que no lo dejarás escapar de la zona Ambrose así de fácil ¿o sí?
Tenía razón. No quería dejar escapar a Roman.
—Ya tengo que irme.
Paige agarró sus cosas, comenzando a levantarse mientras sacudía un poco sus ropas.
—Tengo turno hoy y también quiero cuidar de mi madre un poco antes de irme.
—¿Cómo vas con ese asunto?
—Mejor.—sonrió ligeramente mientras se quitaba un mechón de cabello travieso que se cruzaba entre nuestras miradas.—Al menos está más calmada y no depende tanto de esas malditas pastillas, solo queda que se aleje de la nube de narcóticos que todavía la hacen dormir un montón.
—Dale mis saludos y... ¿Pai?
—Dime, lunático.
Hice una pausa, pero solo para sonreírle ampliamente y luego murmurar:—Gracias por todo. Eres una de las mejores cosas que me puede haber pasado.
La pelinegra abrió la boca, casi alzando sus labios conmovida y dejando salir un "Aaaaw" mientras se llevaba la mano al pecho dramáticamente.
Sin embargo, era caracterizada por no dejar las cosas así incluso en un momento tan conmovedor.
—Intenta no beber ¿sí?
Bufé entre dientes.
—¿Tan fácil soy de leer?—me quejé divertido.
Paige no dudó en mover uno de sus pompones de animadora frente a mi cara, haciéndome reír y tratar de quitármelo rápidamente con un manotazo. Luego de eso movió su mano libre y se encaminó por el jardín en dirección a su casa.
Me quedé en el mismo lugar por un rato, tan solo pensando sobre todo lo que estaba ocurriendo.
Luego de minutos casi eternos me dirigí a mi cuarto y dejé que mis cosas se desparramaran por el lugar. Me dispuse a tan solo tumbarme y practicar un poco con mi guitarra, hacer cualquier cosa que pudiera distraerme de toda la mierda en mi cabeza.
Sin embargo, mientras caminaba por el lugar quitándome mi sudadera, uno de mis pies chocó con algo, haciendo caer lo que era una botella de cerveza amontonada con algunas más en el rincón de la habitación.
Me quedé ahí mirando la botella de cristal con líquido dorado, hasta finalmente suspirar entre dientes y encogerme de hombros.
—Dije que lo intentaría solamente.
Mis piernas dolían, al igual que mis ojos bajo mis rebeldes mechones de cabello que escapaban de la capucha roja cubriéndome gran parte del campo visual. Pero eso bastaba para que pudiera caminar por el lugar y finalmente llegar a casa.
Cerré la puerta sin hacer tanto escándalo, pero no esperaba encontrarme con la presencia de ambos adultos ya en casa.
El terror me recorrió el cuerpo, por lo que me dispuse a apresurar mis pasos por la alfombra y solo actuar como si no existiera.
—Dean.
¡Diablos!
No tuve más opción que detenerme en seco. Mis manos seguían apretando la cinta negra de mi bolso y mis labios agrietados eran apretados con fuerza por mis propios dientes.
—Ven acá en este instante.—me ordenó de nuevo aquella voz masculina.
No. No quiero.
—S-Solo me iré a mi cuarto ahora.—balbuceé, incluso si mi temblorosa voz me delataba fácilmente.
—¿No vas a cenar, cariño?—agregó ahora esa cantarina voz femenina con aquella amabilidad que solo me rompió más el alma.
—No te quedes ahí y ven a cenar en este instante. Tenemos que hablar.
El corazón casi me subió a la garganta, no pude evitar aguantar un jadeo y hacer caso a mi instinto gritando que corriera.
—¡No tengo hambre, perdón!- grité, subiendo las escaleras lo más rápido posible.
Recuerdo escuchar a mi padre llamarme molesto. Bueno, mi padrastro.
Gritó mi nombre, pero ya había cerrado la puerta con fuerza y no había señal de que fuera a hacerle caso.
Solo podía sollozar, dejar que las lágrimas cayeran por mis hinchados ojos y rodaran por mis mejillas algo lastimadas luego de la pelea en que me metí con otros niños.
Quería desaparecer, dejar de sentirme tan miserable. Pero solo empeoraba, al mirar mis manos temblando y tratar de esconderlas en mi pecho mientras lloraba con fuerza en dirección a la pared y dejaba que mi llanto mojara la almohada.
Me encontraba tan distraído, o tal vez tan débil, que no me percaté del momento en que la puerta fue abierta y alguien se aproximaba hacia mí.
Di un ligero saltito cuando una mano alcanzó mi brazo tenso, pero aguanté el jadeo y apegué con más fuerza a mi pecho mis manos entrelazadas.
—Vamos, cariño.—dijo con gentileza la mujer sentada en la cama.—Date la vuelta y dime qué ocurrió.
—Y-Ya los llamaron ¿no?—balbuceé, sorbeteando y tratando de dejar de hablar raro.—Saben lo que hice.
—Quiero saber tu versión de la historia, bebé.—insistió, acariciando mi brazo con aquella ternura que parecía ser la cura para cualquier dolor en mi ser.—Por favor, confía en mí.
Relamí mis labios nervioso, tratando de tomar la valentía y hacer lo que me pedía.
Con lentitud me di la vuelta, mirando a aquella mujer de cabello oscuro que me observaba con una amable sonrisa en su boca. Dejé que viera mi rostro mojado por las lágrimas, al mismo tiempo en que ella acercaba su mano a este y trataba de quitar gentilmente las lágrimas que caían mientras sorbeteaba.
—Así está mucho mejor.—dijo con una sonrisa de lado.—Extrañaba ver tu carita y esos ojos azules.
Quería seguir llorando, pero también quería parar por el bien de ella.
—¿Por qué lo hiciste, Dean? ¿Por qué golpeaste a esos niños?
Me quedé en silencio por un rato, sintiendo que mi garganta seguía en un nudo incluso cuando me sentí listo para hablar.
—Ellos...—dije casi en un susurro, tragando con fuerza para conseguir mi tono de voz audible.— Ellos se burlaron de mí...
—¿De ti? ¿Qué es lo que dijeron?—preguntó con genuina curiosidad mientras quitaba varios de los desordenados mechones de cabello fuera de mi campo visual.
—Mis manos...—susurré, sintiendo la ansia de llorar nuevamente.—Se burlaron de mis manos.
No había dejado de esconder mis manos contra mi pecho, haciendo lo posible para que fueran lo menos visibles incluso para mí.
Pero a la mujer frente a mí no pareció importarle. Ella movió sus manos en dirección a las mías, a lo que reaccioné instintivamente y me alejé bruscamente.
Sin embargo, ella me regaló una comprensiva mueca en busca de calmarme.
—Está bien. Todo está bien.—murmuró con gentileza.—Nadie va a hacerte daño, Dean. No voy a hacerte nada, tampoco me burlaré. Te lo prometo.
Incluso si mis defensas eran altas, con un tembloroso movimiento comencé a mover mis manos hasta las suyas, dejando que las viera.
La piel estaba algo enrojecida y oscura en algunas partes de mis manos, al igual que había varias cicatrices de cortes a lo largo de ellas que les daban un deplorable aspecto, al menos para mí.
A pesar de ello, y aunque quisiera alejarlas de la vista de la mujer lo más rápido posible, ella las sostuvo con delicadeza y luego me miró a los ojos.
—¿Qué hay de malo con ellas, bebé?
No pude hacer más que morder mi labio inferior, moviendo mi mirada hacia cualquier otro sitio menos sus amables ojos.
—Ellos... dicen que soy un monstruo.—murmuré, sin embargo no tardé en verme interrumpido por un sollozo y que el llanto me atacara una vez más.—¡Y lo soy, soy un monstruo!—casi chillé.— D-Dejé... Dejé que mis padres murieran en ese incendio... ¡No hice nada para salvarlos!
Moví mis mano hacia mi rostro, tratando de esconderlo lleno de lágrimas y ocultar mi temblorosa voz.
—¡Eso me convierte en un monstruo!
—Hey...
No pasó mucho antes de que la fémina me acercara suavemente hacia ella, abrazándome con suavidad y apegando mi tembloroso cuerpo al suyo.
—No llores más, por favor.—murmuró, sin alejar sus brazos de alrededor de mi cuerpo.—Tú no eres un monstruo, tampoco eres malo.
—Lo soy... Nunca nadie me querrá, menos cuando mis manos se ven así.
—Cariño, no hay ningún problema con tus manos.
—¡Claro que lo hay!—chillé, alejándome ligeramente de sus agarres.—Míralas.
Le enseñé mis manos mientras mi mandíbula temblaba y no había dejado de llorar.
—Ellos tienen razón, mamá.—continué.—Son horribles, están quemadas y son las manos de un monstruo.
Mi madrastra nunca se quejó de que no la llamara "mamá" ni una sola vez. Pero en el instante en que lo hice entre lágrimas, la sonrisa en su cara no pasó desapercibida.
—Dean, escúchame.
Con delicadeza tomó mis manos, acariciándolas incluso cuando las dejó caer sobre su regazo sin apartar su mirada de la mía.
—Lo que ocurrió con tus padres fue un accidente, y lo sabes muy bien.
Apreté la mandíbula, no obstante seguí atento a sus palabras.
—Ellos hicieron lo que estimaron conveniente y lograron que te salvaras.—una pequeña sonrisa se dibujó en su boca.—Sobreviviste, Dean. Ellos querían que lo hicieras.
Aguanté un sollozo, dejando que ella continuara.
Con delicadeza tomó una de mis manos, estirándola y colocándola sobre la palma de una de las suyas, juntándolas. Sus alargados dedos hacían contraste con mi mano un poco más pequeña que la suya a mis cortos trece años, al igual que podía verse cual diferente era mi piel quemada en relación a la suya completamente sana.
Pensé en alejar mi mano, pero me contuve y me quedé perdido en su cálida mirada.
—Esas son las marcas de que sobreviviste, nadie debería opinar mal de ellas si no conoce tu historia.
—Pero...—comencé a decir en un susurro cabizbajo.—No me gustan. Cada vez que las veo me siento mal, me siento triste...
—Hm... Entiendo.
La fémina torció sus labios de una forma bastante cómica, pero no tardó en sonreír ampliamente.
—Tengo una idea.
No pude decir nada, solo me quedé viendo cómo salía de mi habitación con un trotecito y sin explicación.
Pasaron un par de minutos, cuando volvió traía algo entre sus manos. Parecían delgadas líneas de tela blanca que algunas veces le había visto a la enfermera cuando me metía en problemas y tenía que ir allá por curaciones.
Mi madre tomó asiento en la cama una vez más, estirando su mano en señal de la mía. No dudé en dársela, dejando que hiciera lo que sea que tenía en mente.
En silencio observé a la mujer cubrir mis manos con esa tela de color blanco, esta cubría cada extremo de la piel quemada y las heridas, sin dejar nada a la vista.
Una vez que terminó con ambas de mis manos, las levanté un poco para verlas.
—Esta bien si no quieres verlas, Dean. Puedes usar esos vendajes si quieres.—comentó ella.— Pero no olvides que esa es la marca de que mereces seguir luchando ¿de acuerdo?
No supe cuando, pero había dejado de llorar.
Abría y cerraba mis puños, admirando la nueva apariencia de mis manos con vendajes y sonriendo lentamente.
Me gustaban.
—Dean.
Volví a mirar a mi madre con curiosidad. Ella sonrió de lado brevemente y luego acercó su frente a la mía, quedándose así y cerrando lentamente sus ojos.
—Dean... Prométeme algo ¿sí?
—¿Qué cosa, mamá?
—No dejes de luchar nunca, Dean.—con una suavidad casi como si fuera un objeto de cristal, ella acarició mi mejilla.—Sin importar lo que pase de ahora en adelante... Incluso si yo no estoy aquí para ayudarte...
De inmediato protesté.
—¿De qué hablas, mamá?—dije inocente. No tardé en sonreír, para luego enredar mis brazos alrededor de su cintura.— No digas esas cosas, nadie nos va a separar. Yo siempre voy a estar contigo.
No pude ver su rostro en ese momento, solo sentí su suave toque al abrazarme de vuelta y acariciarme el cabello.
—Claro que sí, bebé....—murmuró, con su voz casi perdiéndose por sobre mi hombro.—Nadie nos va a separar... Te lo juro.
—Gracias por las vendas, mami.
—Por nada, cielo.
Desperté con un ligero sobresalto, abriendo mis ojos de golpe y sintiendo que mi corazón latía con fuerza.
Dejé salir un respiro y con pereza me senté sobre la cama tras quitarme las colchas de encima.
Hace mucho no soñaba con mamá, ni menos algo tan específico. En nuestra promesa de no separarnos el uno del otro jamás.
No contaba con que una enfermedad respiratoria fuera suficiente para separarnos, tampoco con que ella lloraba mientras me abrazaba aquella noche y que luego de eso ella pareciera más concentrada en mi felicidad que la suya en sus últimos momentos de vida.
Mi mirada no tardó en caer sobre mis manos vendadas. Tragué con fuerza, sintiendo como si las palabras de mi madre se quedaran plasmadas en mi mente.
Desde ese día, procuraba mantener mis manos vendadas y nadie las había visto.
¿Quién querría verlas de todas maneras?
Ni yo mismo lo quería hacer. Solo podía soportarlo al momento en que tocaba la guitarra o cambiaba los vendajes por nuevos de vez en cuando.
Suspiré, dejando caer mis manos libremente entre mis piernas y resoplando para mí.
—Otra noche sin dormir supongo.
Culpé a la cerveza de mis pesadillas, tal vez esas dos botellas que bebí antes de dormir no fueron la mejor idea. No obstante, era lo único que me ayudaba a dejar de pensar en el moreno que en sí amenazaba con quitarme el sueño.
Pensé en ir a buscar mi guitarra, tal vez pasar el rato improvisando algo el resto de horas que me quedaba para tener que mover mi trasero e ir a la escuela.
Me levanté de la cama de una vez, encaminándome por la habitación a oscuras en dirección al lugar en que sabía de memoria estaba mi guitarra.
Sin embargo, solté un alarido de dolor cuando una sensación poco agradable y punzante recorrió mi pie, haciéndome levantarlo del suelo al instante y casi cayendo sobre mi culo.
—¡Agh! ¡Mierda...!
Fue una suerte que seguía cerca de la cama, por lo que solo me dejé caer sobre ella y me concentré en inspeccionar mi pie desnudo.
Me di cuenta que me había lastimado con un vidrio, los cuales por suerte no se habían quedado pegados a mí pero sí habían dejado una herida latiendo y sangrando.
— ¿Qué carajos?— murmuré casi entre dientes gracias al tortuoso dolor.— ¿Cómo demonios me...?
No seguí hablando, ya que mis ojos se encontraron con aquellas botellas de cerveza rotas que en algún momento tiré entre mi chiquero de habitación.
Mi culpa, lo sabía.
— Ugh.— gruñí exasperado.— Soy un completo imbécil.
Tenía que curar la herida pronto, la sangre brotaba a penas y con lentitud por lo que no llegaría a desangrarme, pero sí dolía muchísimo y solo me maldecía por primera vez por ser tan desordenado.
— Tal vez beber esas cervezas me puso más estúpido...
Incluso cuando dije eso sobre mí mismo, mi cabeza se movió lentamente en dirección a la mesa de noche en la que tenía mi teléfono.
Relamí mis labios ante la idea en mi mente.
— Muchísimo más estúpido...— repetí, casi como si tratara de convencerme de que no era lo mejor hacerlo.
Sin embargo, mi cuerpo no parecía interesado en la mierda que salía de mi boca, terminando por estirar mi brazo hasta alcanzar el teléfono con mi mano.
Con el pie todavía en alto y aguantando el dolor con ello, mis dedos rápidamente buscaron aquel contacto que con solo leer su nombre sentí el corazón subirme por la garganta.
Tomé una respiración al momento en que solo tenía que pulsar su nombre.
— Sí soy un idiota...Un verdadero... y grandísimo idiota.— comenté de nuevo, cerrando mis ojos y soltando un agotado suspiro para luego mirar la pantalla encendida entre mis manos.
Un gran idiota que además estaba loco por Roman Reigns.
unstable F: Roman? Estás ahí?
unstable F: Roman? Roman, por favor
unstable F: Rome, sé que estás ahí
unstable F: Puedo ver que estás leyendo los mensajes, no soy tan estúpido
roman emperor: ...
unstable F: Roman, por favor...
roman emperor: Sigues siendo un estúpido.
unstable F: Un estúpido al que le respondes al fin, no? :)
roman emperor: ¿Qué es lo que quieres, Ambrose?
Su frialdad era algo de esperar y no era para menos, por mucho que me doliera. No obstante, una parte de mí era feliz de que me respondiera al menos.
unstable F: Escucha, sé que estás molesto
roman emperor: Dime ya que quieres. No estoy de humor para esto y estoy bastante cansado.
roman emperor: Además ¿viste la hora?
roman emperor: No sé ni que hago respondiendo tus mensajes a las dos de la madrugada.
Yep, estaba molesto.
unstable F: De acuerdo, voy al grano
unstable F: Creo que estoy lastimado
roman emperor: No voy a creerte esa excusa barata, Ambrose.
unstable F: Hablo en serio, Roman
unstable F: Tuve una pesadilla y cuando me levanté me pinché con un vidrio
unstable F: Mi pie está lastimado y no sé qué hacer
roman emperor: ...
roman emperor: ¿Cómo es que llegas a ser tan torpe e idiota?
unstable F: Vas a poder ayudarme o no?
roman emperor: ...
unstable F: Roman
unstable F: Por favor
Hubo una pausa, en la que miré mi pie lastimado que latía junto al dolor haciéndose mayor y que apretara los dientes.
roman emperor: Tú ganas.
roman emperor: Estaré ahí en diez minutos.
unstable F: Eres el mejor :)
— Así que...— murmuré casi con un canturreo simpático.— ¿Te he dicho lo genial que eres al venir a rescatarme?
Trataba de quitarle la tensión al ambiente desde hace minutos, pero el moreno de ceño fruncido e irritada mirada no abría su boca sin importar las tonterías que dijera. Continuaba con su mirada en mi pie ya curado, el cual envolvía suavemente pero certero con unos vendajes que trajo en el bolsillo de su chaqueta.
Estaba muy enojado, pero no podía soportarlo tan fácil.
— Gracias por venir, Roman. En serio creí que tendría que amputarme el pie o algo.
Incluso si reí junto a la broma, él ignoró mi comentario una vez más.
Cerré mis ojos rendido, a la par en que sentía a Roman atar las vendas en un nudo que las fijó, para finalmente terminar con lo que hacía y levantarse de su lugar en cuclillas a mis pies.
— No deberías moverte por un par de horas.— dijo con seriedad, evitando mi mirada a toda costa y pareciendo no cambiar aquella fachada llena de indiferencia.— Trata de volver a dormir y no hacer más tonterías. Adiós.
Se dispuso a salir de mi dormitorio, pero no pude hacer nada cuando mi mano ya se había movido por acción propia para agarrar la suya y detenerle.
— Roman, por favor no te vayas aún...— murmuré casi rendido.
Pero él solo me observó con aquellos ojos claros lastimados, llenos de indiferencia e ira en ellos al punto que pensé se me congelaría la sangre en las venas.
Joder, odiaba esto.
— Yo...— comencé a balbucear. Relamí brevemente mis labios, soltando una respiración y manteniendo mi mirada en la suya a toda costa.— No puedo dormir bien cuando tengo pesadillas y... eso me pasa seguido. Por favor ¿te quedarías conmigo?
Su ceño seguía fruncido, pero podía notarse la incertidumbre en su mirada, como si se debatiera consigo mismo.
Esperanzado en el fondo de mi pecho, agarré su mano con ambas de mis manos vendadas y susurré:— Por favor.
Pasaron segundos que me parecieron casi eternos, pero el rey de la Lista A terminó por suspirar y mirarme resignado.
— Bien. Me quedaré.
No pude evitar sonreír.
— Pero dormiré en el sofá.— agregó, a la par en que se quitaba mis agarres de encima y comenzaba a caminar en dirección al viejo sofá en la habitación.
— P-Pero...
— Dime si no te sientes bien.— comentó en tanto agarraba la colcha que había empezado a dejar ahí por costumbre.— Buenas noches.
Esperaba que durmiera a mi lado, pero luego me percaté que era lo más tonto que podía desear.
Dejé salir una respiración, incluso si me sentía un poco desilusionado internamente y quisiera correr a abrazarlo o algo por el estilo.
Pero varias razones me lo impedían.
Una; mi pie seguía doliendo incluso si estaba vendado.
Y dos, la más importante de todos; él seguía pensando que solo lo usé para mi propio beneficio.
Roman seguía creyéndome un mentiroso.
— Buenas noches, Roman.
Murmuré aquello en la oscuridad, antes de moverme con lentitud y meter mi pie dentro de la cama con delicadeza. Me cubrí con las colchas, diciéndome a mí mismo que lo mejor sería dormir y hacer caso a los consejos de Paige.
Tenía que arreglar las cosas, y estaba decidido a hacerlo por la mañana.
Me quema. Siento que todo mi cuerpo arde, el sudor me llena la frente y mis extremidades se sienten pesadas.
Me cuesta trabajo, pero consigo abrir mis ojos aunque mis párpados no quieran ceder. Me encuentro en el suelo lleno de cenizas, el aroma a ahumado llega a mis fosas nasales casi asfixiándome. Siento que el aire se reduce, por lo que comienzo a toser con fuerza cuando intento levantarme.
No obstante, algo más me lo impide. Mi mirada cae sobre mis manos una vez que me encuentro de rodillas.
Siento terror y asco cuando veo estas temblando, irritadas, sangrando por varios cortes sobre la piel antes sana.
Los ojos me queman por las lágrimas, pero también se confunde por la sensación de estarme quedando sin aire.
Levanto la mirada, el fuego se hace más fuerte y mi cuerpo se siente más pesado, como si algo me mantuviera ahí inmóvil.
Sin embargo, algo es distinto esta vez.
A lo lejos puedo ver una figura, se encuentra al otro lado de las llamas pero puedo reconocerla a pesar de todo.
Quiero gritar su nombre, quiero que voltee a verme, que sepa que estoy aquí.
Pero mi voz no puede salir, solo puedo dejar que mis pulmones se llenen de humo tóxico, quitándome segundos de consciencia.
No, tenía que salir de aquí. Él no me abandonaría.
Renee lo hizo, mis padres lo hicieron...
¡Pero no él!
— ¡Roman!
Consigo gritar, pero no pasa nada.
— ¡Roman! ¡Roman, por favor! ¡No me dejes solo!
La figura comienza a alejarse y el pánico se apodera de mí. Mis ojos se llenan de lágrimas y siento las ansias de levantarme y correr detrás de él.
— Ro...
Sin embargo, antes de poder hacer algo, mis piernas ceden en cuanto me pongo de pie tembloroso sobre ellas, dejándome caer de nuevo en el suelo pulverizándose y sintiendo que el aire es casi nulo.
No tengo oxígeno y no puedo dejar de llorar, susurrando su nombre con mi último aliento.
Hasta que finalmente cierro mis ojos y todo se vuelve oscuridad de nuevo.
— Roman... ¡Roman, por favor!
— ¡Dean! ¡Dean despierta!
Abrí mis ojos con fuerza en cuanto la voz en mi cabeza fue reemplazada por la del chico moreno que ahora se encontraba junto a mí en la cama, sujetándome de los hombros con su rostro en una mezcla de preocupación y terror.
Mi respiración era agitada al igual que los latidos en mi pecho, pero bastó que viera sus bellos ojos grisáceos reflejando mi rostro para que mis labios comenzaran a temblar y rompiese a llorar.
—Wow... Me estás asustando ¿qué es lo que pasa?—solo pude responder con un sollozo y el llanto llenando las esquinas de mis ojos cerrados.—Comenzaste a gritar y a moverte, me preocupaste.
¿Por qué aquello me hizo querer llorar más?
Roman, eres demasiado gentil conmigo.
Quería explicarle lo ocurrido, pero las lágrimas simplemente no me dejaban y me era imposible decir palabra.
— Hey...— le escuché murmurar, a la par en que sus manos jalaban suavemente mi tembloroso cuerpo de entre las colchas.— Hey, tranquilo. Estoy aquí...
— N-No...— balbuceé entre el llanto que me recorría el rostro y se hacía cada vez peor.— T-Tú me dejaste atrás... Por favor no me dejes, Roman. Por favor...
Chillé lo último antes de seguir sollozando, tratando de ocultar mi llanto bajo mis manos apegadas a mi rostro. Sin embargo, sentí las manos de Roman todavía en mis brazos, enviando una calidez reconfortante al mismo tiempo en que sentía cómo se movía sobre la cama hasta estar más cerca de mí.
— Shh... Tranquilo.— susurró, abrazándome y aproximándome a su pecho aunque aún llorara bajo mi piel vendada.— Todo está bien.
— No...No lo está...
— Claro que sí.
Quité mis manos suavemente de mi rostro húmedo de llanto, atreviéndome a girar suavemente mi mirada y encontrarme con la suya. Una pequeña sonrisa asomó en sus labios, incluso si todavía se veía algo preocupado por mí.
Mirándome de la misma manera, movió una de sus manos hasta mi rostro. Con suavidad quitó una de las lágrimas que caía por mi mejilla con su pulgar, para luego quitar algunos mechones de mi rebelde cabello de mis ojos antes de volver a hablar.
— No voy a abandonarte.— dijo, causando que mi corazón diera un salto incluso en mi débil estado.— No ahora, ni nunca.
¿Cómo podía ser tan tonto?
Lastimaba a Roman, a veces hasta sin notarlo. Pero no quería dejarlo ir, ni tampoco quería que él me dejara ir.
No quería seguir atrapado en ese incendio el resto de mi vida.
— Ven aquí.— murmuró el rey de la Lista A, sacándome de mis pensamientos al mismo tiempo en que Roman me ayudaba a recostarme una vez más.— Tienes que dormir.
— P-Pero yo...
— No me moveré de aquí ¿de acuerdo?— agregó, sin siquiera tener que decirle nada. Con una pequeña sonrisa, se cubrió con las mismas colchas que a mí, para a continuación pasar sus brazos por mi cintura y apegarme a su pecho con suavidad.— No voy a soltarte, lo prometo.
No pude hacer más que rendirme a aquella calidez que se había convertido en mi analgésico para todo, para la oscuridad en mi mente y para los miserables sueños que siempre me quitaban el sueño.
Dejé que mis brazos se movieran todavía un poco temblorosos, mis manos se apoyaron débilmente en el pecho del moreno y se quedaron ahí mientras respiraba con suavidad en busca de calmarme por completo.
El corazón de Roman latía suavemente bajo mis dedos apoyados sobre la tela de su camiseta cubriendo su pecho, mientras que sentía su mentón apoyarse levemente sobre la cima de mi cabeza en la mullida almohada.
Comenzaba a sentir mis párpados cada vez más pesados, dejando que aquella última sensación de sus cálidos dedos sobre mi espalda me brindara lo necesario para entregarme al suelo y cerrar mis ojos una vez más.
Ya en la escuela me encontraba un poco más tranquilo de lo que esperaba. Aunque me ganaba miradas para variar, algunas más al verme cojear por el pasillo gracias a mi pie lastimado, mantenía una sonrisa de lado en mis labios mientras me hacía camino como podía hasta mi casillero.
Como era habitual, bastó un golpe para que este se abriera y pudiera dejar mi mochila al interior y buscar mi cuaderno lleno de dibujos y el libro de la siguiente clase.
Aunque eso hiciera, no pude evitar toparme con la decoración que recientemente había agregado a mi casillero.
Luego de quitar las fotos antiguas, comenzaba a agregar nuevas y algunas cosas que me hacían feliz con solo mirarlas.
Sin embargo, mi mirada se quedó en la foto que ocupaba el mayor espacio de la taquilla, aquella en la que se veía el club de periodismo unos días después del juego cuando por fin estábamos todos.
Rusev no sonreía para variar, Seth sonreía ligeramente, probablemente por el hecho de que Orton fue el que tomaba la foto. Mi labio se guía herido por lo que pasó con Roode, al igual que no llevaba mi chaqueta de siempre. Pero recuerdo que eso no me impidió sonreír.
Ya que... Con tan solo mirar la sonrisa amplia del chico con anteojos de marco negro y coleta bastó para que mis mejillas se alzaran y mirara gustoso a la cámara.
No pude evitar pensar en lo ocurrido la noche anterior.
En la forma que me contuvo de derrumbarme, la manera en que logró calmarme.
También en lo frío que se sintió su lado de la cama cuando volví a abrir los ojos y ya era de día.
Claro. Desde el instante en que desperté ya no sentía esos brazos alrededor de mi cuerpo o la ligera respiración bajo mis dedos.
Tampoco esperaba que se quedara después de lo que pasó...
—Hey, Ambrose.—me saludó el tatuado, llegando con una sonrisa en sus labios y apoyándose deliberadamente en el casillero junto al mío.—¿Mejor de la resaca?
—Hey.—choqué su puño con una sonrisa también, pasando por alto su sarcástico comentario.—Sé que me veo como la mierda, pero ya pasará.
—Claro. Al igual que la herida en tu pie.
Fruncí el ceño.
—¿Quién demonios te dijo?
Tras un encogimiento de hombros contestó:—Paige te vio salir cojeando fuera de tu casa.
Sabía que la bocona era responsable. Que te jodan, Paige.
—Ugh...—gruñí, casi rodando los ojos pero conteniéndome con un suspiro.—Voy a matar a esa maldita perra chismosa un día de estos.
—Uhm...¿Ambrose?
—¿Qué?
—Hm...—lo miré enarcando una ceja. Pero Randy parecía reformularse lo que sea que quisiera decirme.
Todavía con mi mirada confundida sobre él, el tatuado miró a ambos lados del pasillo rápidamente, para luego hacerme una seña con su mano para que me acercara a él.
Con ceño fruncido y todo, me acerqué lo suficiente como para que Orton ahuecara su boca cerca de mi oreja y susurrara: —¿Tanto...te dolió? Digo, ya sabes...Eso. Que Roman y tú...
Me quedé de pie en seco un segundo. Tomé segundos casi eternos, pero una sonrisa se formó lentamente en mis labios apretados.
Miré al Lista F, haciendo la misma seña que él me hizo momentos atrás e indicándole que también tenía algo que decirle.
Orton obedeció de inmediato, acercándose dispuesto a escuchar mi respuesta en su oído.
Sin embargo, yo no ahuequé mi boca ni nada e incluso seguía sonriendo como un imbécil.
Hasta que mi ceño se frunció y la ira me recorrió el rostro.
—¡ERES UN MALDITO IMBÉCIL!
Randall casi saltó sobre sus zapatillas con mi grito, cubriendo su oído en el que grité con una mueca de dolor en el rostro.
—Auch... Cálmate, Dean—dijo casi ofendido mientras cubría su oreja.—Paige me dijo eso y yo...
—¿Por qué mierda siempre crees todo lo que Paige te dice?—gruñí exasperado, acariciándome la sien en busca de calma.
—Osea....—continuó, apuntándome con su dedo mientras una mueca inquisitiva seguía en su rostro.—¿Que ustedes dos no...?
—No cogí con él.—me queje casi entre dientes.—Estoy cojeando porque me lastimé el puto pie con una botella rota ¿contento?
Orton solo frunció sus labios, notoriamente incómodo por confundir las cosas.
Volteé hacia mi casillero nuevamente, cerrándolo con fuerza.
—Ya va a ver esa muerta viviente cuando la encuentre.—murmuré para mí. Sin embargo, no tardé en volver hacia mi mejor amigo.—Tú te veías muy feliz antes de decir esa mierda.
Crucé los brazos sobre mi pecho, dejando mi cuerpo caer hacia atrás para apoyarlo sobre las taquillas y mirarlo desafiante.
—¿Algo que decir en tu defensa, Orton?
—¿No puedo simplemente estar feliz?
—No. Porque tú no eres la clase de persona que llega aquí sonriendo hasta a la molesta chica del comité de la escuela.
—Ella se llama Peyton, Ambrose.—me corrigió el tatuado.—Y no entiendo por qué te molesta tanto.
—Chilla mucho. Igual que su amiguita que siempre intenta arrastrarme a sus actividades.—expliqué casi con obviedad y un rodar de ojos.— Pero eso no es de lo que hablaba. Tú sueles llegar a este infierno con tu nariz en un libro e ignoras al mundo a tu alrededor.
—Dean...
—Ya sé que estoy hecho un jodido desastre, pero no soy un tonto.
—De hecho sí lo eres.
Fruncí levemente el entrecejo:—¿Quieres que te patee en las bolas? Porque mi pie sigue funcionando aunque me duela como el infierno.
Orton miró al techo, notablemente evitando el tema. Pero me encontraba firme y no lo dejaría ir hasta que me respondiera.
—Vamos, Orton. Escúpelo.—insistí, no recibiendo respuesta.—No me obligues a ir con Paige y Lana para que te hinchen las pelotas y te obliguen a hablar.
—Joder.—gruñó bajito, pero lo escuché de todas maneras antes de que soltara un suspiro.—De acuerdo, de acuerdo. Seth y yo... Estamos oficialmente juntos.
Mis ojos se abrieron y prácticamente el silencio entre nosotros prevaleció por un tiempo casi eterno.
—Espera... Estoy mal del pie, no de las orejas pero ¿puedes repetirlo?
—¿¡Acaso me estás jodiendo!?
—Sí y me encanta cuando funciona.
Aunque me carcajeara y Randy se viera como a punto de golpearme con su bolso de deporte, no dudé en sonreír hacia él.
—Hermano, eso es en serio genial.—le dije, logrando que su rostro se tranquilizara notoriamente.—Me da gusto por ti.
—No sabía si decirte por... Reigns y todo eso.
Aunque eso resultara un piquete en la herida, procure pasarlo por alto.
—Dejemos eso de lado.—continué. No tardé en mirarlo con cierta incertidumbre.—Momento... Si le pediste eso... ¿Significa que le dijiste lo de...?
—No, todavía no.
Apreté mis labios, mirándole con obvio regaño.
—No me mires así, Ambrose.—se quejó.—Sabes que no es fácil.
—Lo sé.—repliqué.—También sé que las mentiras no son lo mejor en una relación.
Quise reírme en mi cara por ese comentario. Decidí ignorar a ese hijo de puta en mi mente por el momento.
— Algún día tendrás que decirle la verdad sobre lo que pasó entre ustedes en el pasado y lo sabes.
—Sí. Juro que lo haré.—suspiró el tatuado.—Solo...quiero hacerlo feliz, necesito que confíe en mí y tal vez me gane su perdón por lo que hice.
Sabía que eso era la culpa constante en sus hombros.
Apreté mis labios, para a continuación mover mi mano hacia adelante con mi puño cerrado.
Randy me miró sin entender.
—Es muy sensato.—agregué con una breve sonrisa.—Sabes que cuentas conmigo en lo que decidas.
La tensión en su rostro desapareció poco a poco, justo antes de que el timbre sonara y tuvieramos que ir a nuestras clases.
Randy se despidió rápidamente, apresurándose por ir a su clase de biología mientras que yo me disponía a ir a la de álgebra.
Con mis cosas bajo el brazo, caminé por el pasillo. Sin embargo, algo me hizo detenerme en seco cuando pasaba a las afueras del club de periodismo que tan solo hace días se había vuelto una guarida para mí.
Mi mandíbula cayó ligeramente y mis ojos se abrieron al quedarme casi paralizado frente a la puerta, en la cual se encontraban pegadas algunas fotos, todas pintadas con aerosol rojo y con palabras escritas en plumón negro que desprendía un fuerte olor. Probablemente estaba fresco.
Entre ellas habían fotos de todos los miembros del club, tachados con una cruz en los ojos y con las palabras "perdedor" debajo. La foto en la que el capitán del equipo sonreía de lado me heló la sangre, ya que en ella su rostro estaba pintado por completo y debajo de él estaba escrito "marica" con trazos desordenados.
También había una foto mía al lado de Renee, una que recordaba tomaron en mi cumpleaños cuando Corbin y el resto me planeó una alocada fiesta en la que probablemente me emborraché y la rubia solo se avergonzó de mí y me dejó solo.
En ella mi rostro era marcado con una equis y encima de la pintura decía "traidor".
Apreté la mandíbula, la ira comenzaba a recorrerme de los pies a la cabeza y sentía como mi respiración se dificultaba con el rato que pasaba mirando esas fotos con veneno en mis ojos.
Finalmente, mi vista se centró en la foto que más destacaba de las demás. La misma fotografía que estaba en mi casillero. Pero esta estaba completamente maltratada, los rostros de todos los miembros se encontraban tachados de pintura y con burlas escritas.
Sin embargo, mi sangre ardió al ver que sobre el rostro de Roman y el mío se leía:
— ...Maricas...— murmuré, como si las palabras me quemaran la lengua.
Apretaba la mandíbula, al punto que creí que se rompería.
Sabía exactamente quién había hecho esto, e internamente juré que lo pagaría aunque me expulsaran del puto lugar.
No aceptaría que lo lastimaran. No más.
Di un paso amenazante hacia la puerta, para estirar mis manos y quitar bruscamente foto tras foto de la puerta. Mi respiración era sumamente agitada y sentía que sucumbiría a la ira si no golpeaba pronto algo.
Quería encontrar a Corbin y a Lesnar y acabar con ellos con mis propias manos.
De repente, cierto sonido quiebre me sacó de casillas. Dejé de gruñir para mí, tratando de calmar mi respiración con tal de escuchar atentamente.
Otro sonido, solo que este era como un forcejeo y como si alguien tratara de decir algo.
Estando más cerca, pude darme cuenta que provenían del interior del salón del club de periodismo.
No lo dudé ni un segundo y abrí la puerta frente a mí rápidamente, encontrándome con la fuente de aquel escándalo.
— ¡Quédate quieto, pedazo de mierda!— decía entre dientes el tatuado que ataba a alguien a la esquina del escritorio de Rusev.— Tus malditos amigos no están aquí, así que deja de gritar.
Apreté los puños y la mandíbula una vez más, ya estaba completamente fastidiado de todo esto.
Seth, quien era al que estaban aprisionando y habían amordazado de alguna manera, se removió lo suficiente como para ver el momento previo antes de que me acercara a pisotones y agarrara al miembro de la Lista F del cuello y lo alejara de él.
Graves, uno de los secuaces de Lesnar, me miró aterrado en cuanto mis ojos llenos de frialdad se reflejaron en los suyos al momento en que apreté mis agarres al cuello de su camisa.
— A-Ambrose... Déjame explicar...
— Cierra la boca.— ordené con agresividad en mi tono.— ¿Quién te envió a hacer esto?
Mantuvo silencio, por lo que no dudé en apretar mi ceño y mis dedos en su cuello.
— Habla o yo...
— Nadie te tiene miedo a ti, marica.
Sus palabras fueron como una inyección de furia en mi ser, a lo que simplemente estampé mi puño contra su rostro y sentí el líquido vital de su nariz salpicarme de inmediato.
Graves soltó un gruñido de dolor entre dientes, tratando de alejarse de mí pero ganándole en fuerza.
Con la misma agresiva expresión, acerqué mi rostro un poco al suyo ahora distorsionado por el dolor en su nariz.
— Dile a Corbin que no le conviene meterse en mi camino.— murmuré como palabras quemando en mi lengua.— Que este marica es capaz de acabar con él si quisiera ¿entendido?
El tatuado siguió poniendo resistencia, pero en cuanto coloqué mi puño cerrado cerca de su mandíbula se paralizó casi al instante.
— Dije— repetí con más fuerza.—¿entendido?
Asintió con algo de horror, a lo que alejé mi puño y solté mis agarres en su camisa.
— Fuera de mi vista.
En cuanto solté aquello con frialdad, Graves casi corrió fuera del club con sus manos oprimiéndose en su nariz sangrando, apresurándose a desaparecer de mi campo visual.
En cuanto estuvo fuera de vista, me apresuré en socorrer al bicolor atado de manos al lado del escritorio del Búlgaro. Rápidamente solté los nudos en sus muñecas, dejándole quitarse la mordaza de la boca y mirarme aterrado.
— Nunca creí que me alegraría tanto de verte, Ambrose.— dijo con su respiración agitada.
— ¿Estás bien, Seth?
— En su medida.— murmuró, apoyándose del escritorio para levantarse.— Estaba buscando unas cosas del anuario cuando entró ese tipo a atacarme.
— Es una de las perras de Lesnar.— agregué, ganándome su mirada.— Es mi culpa que él viniera.
— ¿Tu culpa?
— Larga historia.— lo corté de inmediato. Sin embargo, con mis puños apretados y mis labios en una fina línea agregué.— No te preocupes, Seth. De la basura me encargaré yo.
Agarré mis cosas, disponiéndome a abandonar a pisotones el salón de mi antiguo club.
Todo en mi cabeza era un caos, desde lo que ocurrió con Roman hasta ser atacado por las personas que antes consideré mis amigos.
Iba tan enfrascado en aguantar mi ira que no me percaté de lo que pasaba frente a mí, hasta el momento en que escuché ciertos tacones chocar con el cerámico y mis ojos se encontraron con los de la rubia.
Se tensó al verme, abriendo la boca pero no pudiendo formular palabra.
En cambio, no pude evitar sonreír con ironía y murmurar:— Genial. Lo que me faltaba.
— Dean.— el que dijera mi nombre me revolvió el estómago, no ayudando mucho a todas las emociones que me apresaban en ese momento.— Necesitamos hablar.
— No, Renee.— respondí con una risa sarcástica y apuntándola con mi dedo.— Tú necesitas largarte de aquí y yo no volver a verte en mi vida.
— Perdona, pero estás siendo un poco injusto conmigo.
— ¿Injusto?
Su mirada era seria, al igual que había cruzado sus brazos sobre sus pechos.
No me intimidaba, ni mucho menos sentí mi corazón doler como en otras ocasiones. Tal vez era la ira que sentía en ese momento o el saber que gracias a ella y mis estupideces podría perder a Roman.
— ¿Yo soy el que es injusto?— pregunté, mirándola con mi ceño fruncido.— La última vez que te vi fue cuando tomaste ese avión con un tipo con el que me engañaste quizás por mucho tiempo.
— Dean.— dijo, pero no tenía palabras en mente y se notaba.— Por favor, quiero explicarte.
— Y yo no quiero oír.
Me dispuse a caminar lejos de ella, pero me detuvo del brazo e hizo que me girara automáticamente.
— Dean, por favor.— casi gruñó entre dientes.— Lo último que me debes después de todo lo que hice es escucharme.
— No.
No dudé en quitarme sus agarres de encima, mirándola con lo que pude sentir desprecio reflejado en sus ojos castaños sobre mí.
— No te debo nada, Renee.— escupí las palabras como si quemaran en mi lengua.— Es por eso que no quiero volver a escucharte, no me interesa.
— ¿Estás seguro de eso?— balbuceó, incrédula pero manteniéndose desafiante.— Hasta donde sé, tú hubieses hecho todo por mí.
La miré de los pies a la cabeza, con mi mandíbula tensa y mi ceño fruncido sin señales de flaquear.
— Lo hubiese hecho, es verdad. Pero ya no, Renee.
La rubia me observó sin creerlo, como si mis palabras hubiesen sido un gran golpe para ella. Pero no había forma de que me retractara de ellas.
— No vuelvas a meterte en mi camino, rubia.— agregué.— Y espero que tengas una bonita vida... O lo que sea, me da igual.
No miré atrás. Ni siquiera como en mis sueños o en otras ocasiones...
Fue la primera vez que me sentí orgulloso de ser un monstruo que no mirada atrás luego de destruir a alguien.
— ¿Solo de nuevo?— preguntó la fémina de mechones azules haciéndome levantar la vista.— Sabes que puedes ir allá ¿no?
Seguí la mirada de Paige por la cafetería, encontrando rápidamente a lo que se refería.
En la mesa de los Lista A Rusev se la pasaba sonriente hablando con Nikki, Orton se había estado encargando de calmar a Seth en cuanto entró a la cafetería y Roman solo escuchaba en silencio la conversación mientras jugaba con su comida de vez en cuando.
Apreté mis labios y bajé la mirada hacia mi plato de spaguetti una vez más.
— Prefiero que no.
Paige guardó silencio, pero no tardé en escuchar el sonido de su bandeja al dejarla sobre la mesa en la que me encontraba solo.
— Te ves de mal humor.— comentó con cierta preocupación.— ¿Qué ocurre?
— Nada.— gruñí, casi golpeando la comida con mi tenedor en un impulso por mantener mi molestia al margen.— Solo quiero estar solo.
— Dean...
— ¿Puedes...?— casi grito, pero preferí contenerme y tan solo tomar una respiración.— ¿Puedes, por favor, dejarme solo? Por favor.
Mi mejor amiga se me quedó viendo por un rato, para a continuación torcer sus labios y acto seguido agarrar su bandeja de la mesa y alejarse de mí en silencio.
Odiaba pedirle eso, odiaba alejarme del resto.
Pero ya estaba harto. Y no quería involucrar al esto.
De mala gana vi cómo Paige tomaba asiento en la mesa A, a un lado de Nikki para que luego la mirada de todos ellos cayera lentamente en mí. A excepción de la de Roman, supongo.
Me resigné a bajar la mirada y simplemente quedar como un imbécil ante sus ojos.
Pero entonces escuché aquellas familiares risas e irritantes voces acercándose hasta que las puertas de la cafetería se abrieron, dejando pasar a varios de los miembros de la Lista F.
Entre ellos el hijo de puta de Corbin junto a Lesnar y Roode.
Apreté mis puños sobre la mesa, al igual que tragué con fuerza mientras mi cuerpo se tensaba por completo al verlos fijamente pasar por el pasillo en dirección a las mesas que solían frecuentar.
Pero, una vez que la mayoría pasó ignorando a todo aquel que solo bajaba la mirada ente sus malditas presencias, me levanté de mi lugar y avancé con pisotones hasta el tatuado de cabello largo que bromeaba con sus compinches.
— Corbin.
En cuanto dije su nombre, la cafetería se quedó en silencio y el susodicho giró sobre sí para mirarme enarcando una ceja. No tardó en sonreír burlón al verme, hirviéndome la sangre al estar de pie a unos pasos de él.
— Vaya, vaya. Hey, Ambrose.— habló con esa simpatía irónica típica en él.— ¿Se te ofrece algo?
— Romperte la cara estaría estupendo.
— Oh, estás enojado.— se burló.— ¿A qué se debe que un hijo de puta traidor venga a amenazarme el día de hoy?
— Déjate de estupideces, Corbin. Sabes muy bien lo que hiciste.
El tatuado alzó sus manos, encogiéndose de hombros en gesto de no tener idea de lo que estaba hablando.
Bufé, negando con la cabeza antes de volver a mirarle.
— Escucha, sé que me detestas tanto como yo a ti.— comencé a decir.— Pero las cosas son conmigo, déjalos a ellos en paz.
— Ya veo. Vienes a defender a tu club de mierda por lo que le hicimos al enano ¿no?
— ¿¡Que ustedes hicieron qué!?
Roman reaccionó, levantándose y disponiéndose a ir a por Corbin aunque la mirada de todos había caído sobre él. Pero Orton lo detuvo, frunciendo una sonrisa en los labios de Baron y que mis ojos se encontraran brevemente con los enfurecidos de Roman.
— ¡Miren quién ha decidido interferir!— exclamó Baron mofándose en dirección a sus amigos a sus espaldas.— ¡El rey fracasado de la Lista A! ¡Roman Marica Reigns, damas y caballeros!
En ese instante, cualquier tipo de control en mi se rompió y ya me había abalanzado contra Corbin. Pero solo conseguí empujarle, ya que Lesnar me atrapó y estampó su puño contra mí con tal fuerza que terminé en el suelo de inmediato.
— ¡Dean!
Escuché la voz de Roman gritar mi nombre, al igual que sus pasos acercándose rápidamente hasta mí.
Abrí débilmente mis ojos y dejé salir un pequeño jadeo cuando sentí las manos de Roman jalándome para volver en mí, apegándome a él y ayudándome a reaccionar.
— Dean ¿Estás bien?— preguntó preocupado, incluso si aún no reaccionaba del todo.
— Aaaaaw ¿no creen que es adorable?— dijo Corbin con notoria diversión que me molestaba, como toda la mierda que salía de su boca.— El marica viene a proteger a su noviecito ¿no es encantador?
— Quién diría que además de cobarde y traidor era un marica tan débil ¿verdad, Corbin?— agregó Lesnar.
Quise levantarme, abriendo como pude mis ojos y tratando de hacer a un lado a Roman. Pero, sorpresivamente, este me detuvo y me ayudó a quedarme sentado en el suelo apoyado en mi pierna más sana.
A continuación, Roman se levantó, quedándose erguido y encarando a Lesnar en completo silencio. Este reía incluso teniendo al rey de la Lista A frente a él.
Con una sonrisa burlona y un encoger de hombros dijo:— ¿Qué?
A lo que Reigns solamente murmuró:— No vuelvas a tocarlo.
Brock no pudo decir nada antes de que el puño de Roman se hiciera paso hacia su rostro, golpeando este una y otra vez y desatando el desastre que comenzó en la cafetería.
Varios de la Lista A habían salido de sus mesas, ayudando a Roman a quitarse de encima a los chicos de la Lista F que se disponián a atacarlo en su pelea con Lesnar.
Seguía en el suelo, tratando de ponerme de pie mientras veía a Lista A y F enfrentarse a golpes y patadas, incluso Seth había escapado de los brazos de Randy de alguna manera e intentaba atacar a Graves que huía de él lo mejor que podía.
Me las arreglé para levantarme, mi pie dolía y una parte de mi rostro ardía por el golpe de Lesnar. Pero la ira de ver cómo este atacaba a Roman bastó para que le quitara importancia.
Me dispuse a sacarle de ahí, ya que no permitiría que lo lastimaran. Pero mis ojos se encontraron con los de Corbin que atacaba a Johnny, golpeándole en el abdomen antes de que me viera y sonriera de lado.
Dejó en paz a Gargano y se dirigió hacia mí en medio del desastre.
Con una sonrisa de lado en mis labios, lo esperé en mi sitio. Mis puños se apretaban y me importaba un carajo tener mi pie lastimado.
Haría lo posible por patearle la cara hasta que no quedara nada de él.
Corbin me observó con una sonrisa, para a continuación extender sus brazos como si quisiera mostrar inocencia.
— Sabes que no quiero llegar a esto, Ambrose.
— Interesante que lo digas, Corbin.— repliqué, sin dejar de sonreír de lado desafiante.— Porque yo sí.— tomé una respiración breve.— Te metiste con lo que a mí me importa, y sabes muy bien las represalias que cobro por eso.
Por alguna razón, eso le hizo reír.
— ¿Hablas de Reigns?— no respondí, aunque él se mostrara muy divertido por ello.— No voy a pelear contigo por ese pedazo de mierda.
— Sé que me tienes miedo, Baron.— le interrumpí, comenzando lentamente a tensar mi mandíbula al igual que lo miraba lentamente con esa venenosa mirada llena de ira.— Siempre me haz tenido miedo.
Soltó un bufido, tratando de mostrarse tranquilo.
— Vamos, hermano.— exclamó.— No es que te tenga miedo.— negó con la cabeza de manera incrédula.— No quiero golpearte porque somos mejores amigos ¿recuerdas?
Arrugué la nariz, mirándole directamente a los ojos y sintiendo cómo estos eran capaces de responder antes de que moviera mis labios.
— Nunca fuiste mi amigo.
En medio segundo ya había alzado mis puños hacia él, comenzando a atacar su cabeza mientras él hacía lo mismo y nos uníamos al mayor desastre que alguna vez pudo ocurrir en la secundaria entre Lista A y F.
Pasaron minutos que no era capaz de contar, solo sabía que llevábamos un rato peleando cuando todo fue interrumpido por el fuerte sonido de un silbato que resonó a lo largo de todo el lugar.
Dejé de estrangular a Corbin sobre las baldosas de la cafetería, Orton dejó de pisotear la mano de Graves mientras Seth agonizaba en uno de los rincones del lugar por el dolor en su cabeza, Rusev no dejó de impactar sus puños contra el estómago de Lesnar hasta que Naomi lo jaló de una de sus orejas y le obligó a parar.
Me vi obligado a mirar a la fuente de aquel sonido luego de que Roman apareciera de entre los estudiantes, con su mano contra el lado derecho de su abdomen pero acercándose a mí sin importar su dolor. Sin decir nada, jaló de mi brazo y me levantó del indefenso y cansado cuerpo de Corbin, obligándome a estar en pie pero ayudándome al dejarme apoyar sobre uno de sus hombros.
Abrí la boca para decir algo, pero mi interés cayó rápidamente en la escena que tomaba lugar entre los miembros de ambas listas.
Los alumnos se hacían a un lado, algunos más aterrorizados que otros, dejando pasar a la mujer de cabello rubio y porte elegante acompañada del entrenador que todavía llevaba el silbato entre sus labios.
La directora Phoenix no se veía nada contenta, por lo que supe de inmediato lo que eso significaba.
— Estamos jodidos.
— ¡No puedo creer esto!— gruñó el Búlgaro, casi por tercera vez en ese rato.— ¡Todos fuimos expulsados! ¡Voy a encontrar a cada uno de esa lista de burros y le romperé los huesos a cada uno, lo juro!
— Falta que digas que te harás un collar con sus huesos.— comentó Naomi, sonando ya acostumbrada a sus expresiones de ira.
— ¡No te metas, mujer del infierno! ¡Debiste dejarme matar a Lesnar!
— Probablemente estarías expulsado definitivamente de la escuela o en la cárcel.— se unió ahora el bicolor, sonando bastante disgustado.— De hecho, ¿te molestaría dejar de gritar? Ya me duele suficiente la cabeza.
— ¡Cierra la boca, pulga de mar!
— Seth tiene razón.— Roman detuvo su arrebato.— Ya es suficiente que todos estemos expulsados, incluso los de la Lista F. No necesitamos más problemas.
Apreté mis labios, sintiendo que el peso en mi pecho se hacía más doloroso y difícil de soportar.
— Chicos ¿qué hay del anuario?
La pregunta de Naomi causó un breve tiempo de silencio entre los miembros al interior del club de periodismo.
— No queda mucho antes del baile y la graduación... ¿Qué van a hacer?
— ¡Joder...!— gruñó Rollins, aunque no supe si por lo que ella decía o por el probable dolor que lo atormentaba luego de la pelea.— Naomi tiene razón ¿Qué demonios vamos a hacer?
— ¡No me importa ir a la cárcel, voy a ir a romperle el cuello a Corbin y a todos esos malditos hijos de puta!
— Ya, ya. Cálmense.— interrumpió el capitán del equipo, pareciendo lograr su objetivo de tranquilizar al equipo a juzgar por el silencio que se quedó en el lugar.— Las cosas se ven mal, lo sé. Pero encontraré la manera de que podamos trabajar.
— ¿Cómo?— insistió Seth, casi en un chillido exasperado.
Otra vez ese silencio, el cual se rompió tan solo con el suave suspiro de Roman antes de que respondiera con tono afligido.
— Algo se me ocurrirá...
— Te ayudaremos.— habló Naomi, con dureza y determinación en su voz.— ¿Verdad, chicos?
— Las cosas son un verdadero desastre y me duele todo el cuerpo.— se quejó Rollins.— Pero no dudes de eso, Rome.
— Cuenta conmigo, jefesito.
Cerré mis ojos, sintiendo las ansias de correr y tan solo abandonar la estúpida idea de seguir escondiéndome detrás de la puerta del club.
Pero no quería huir más. No después de lo que Roman hizo por mí ahí.
No era el momento de echarme atrás.
Relamí brevemente mis labios, para a continuación abandonar mi lugar de cuclillas y colocarme erguido. Aguantando el aire, acerqué mi puño a la puerta ligeramente abierta y golpeé mis nudillos vendados suavemente contra esta, lo suficiente para llamar la atención de los integrantes del club.
No tardé en sentir sus miradas sobre mí, pero especialmente la del paralizado miembro de la Lista A.
— ¿Dean...?— murmuró incrédulo.— ¿Qué haces aquí?
Tragué con suavidad, levantando mi cabeza con algo de miedo. Una sonrisa intentó formarse tímidamente en mi boca al encontrarme directamente con sus ojos bizarramente grises en mí. Como si solo fuéramos los dos por un segundo.
— ¿Es muy estúpido si...?— comencé a decir, tratando de no terminar balbuceando por lo nervioso que me encontraba de pie en el umbral de la puerta.— ¿...si digo que cuentas conmigo también?
Roman dejó que sus labios se abrieran un poco, como si se hubiese quedado sin palabra alguna.
Noté cómo Rollins y Naomi se sonreían el uno al otro, justo antes de que el bicolor se levantara de su lugar luego de dejar a un lado la bolsa de hielo que apretaba sobre su frente.
— Todo esto me ha dado mucha hambre.— comentó divertido Seth.— ¿Qué les parece si vamos por unos dulces mientras esperamos a que nos llamen a detención?
— Sé donde venden unas galletas estupendas de chocolate.— sonrió Naomi, apoyando al chico de gafas negras.
— Me convenciste con eso.— Seth se apresuró a salir de su escritorio, girando a ver al Búlgaro.— Vamos, Rusev.
— Mi espalda me está matando, me quedaré aquí.
Aguanté una risa cuando, luego de que Seth y Naomi rodaran sus ojos casi al mismo tiempo, la morena caminó a pisotones sobre sus sandalias de plataforma, acercándose al grandote y agarrándole de la oreja sin delicadeza alguna.
Incluso si Rusev gritaba incoherencias en su lengua natal, probablemente insultos para la morena, los tres miembros del club abandonaron el salón cerrando la puerta detrás de ellos y dejándonos solos en un incómodo silencio.
Joder, odiaba ese tipo de silencios.
— ¿Podemos hablar?— pregunté tímidamente, ganándome la mirada del rey de la Lista A que se había cruzado de brazos. Insistí, mirándole con súplica en mis ojos.— ¿Por favor?
El moreno me observó con sus labios en una fina línea, pasando su mirada por mi rostro para finalmente responder en un suspiro:— Eso creo.
El que no me echara del club o me ignorara era un avance, uno muy grande al menos para mí.
Roman tomó asiento sobre su escritorio, en lo que solo me quedaba en mi sitio mirándole sin decir palabra. No me esperé que él diera unas suaves palmaditas a la madera del mesón, en señal de que me sentara junto a él.
No pude objeción, traté de caminar lo más normal posible hacia su escritorio aunque tuviera que agarrarme de este gracias a mi pie lastimado.
El rey de la Lista A no tardó en reaccionar, colocando sus manos sobre las mías agarradas del mesón, haciéndome levantar la cabeza algo sorprendido.
— ¿Cómo sigue tu herida?— preguntó, aunque tratara de ocultar su preocupación, su rostro lo delataba.
No pude evitar sonreír, al mismo tiempo en que agarraba rápidamente sus manos entre las mías y las acariciaba.
— Estoy bien, grandote.— respondí con una sonrisa de lado.— He recibido peores, créeme.
Solté las manos del moreno, para así dar un pequeño salto y sentarme junto a él en su escritorio.
Reigns no tardó en romper aquel silencio en el que nos encontrábamos.
— Dean, siempre dices eso.— lo observé enarcando una ceja inquisitivo.— Siempre dices que...
— ¿Que he recibido peores palizas?— le interrumpí, completando fácilmente lo que decía mientras le miraba con simpleza.— Es porque es la verdad, Roman.
Tras un encogimiento de hombros y que él siguiera esperando a que hablara, supe que no me libraría del tema.
— Cuando niño no tuve las mejores amistades, me peleaba muy seguido como podrás imaginar.— comencé a explicar, tomando respiros de vez en cuando para no sucumbir a la presión en mi pecho.— Cuando me volví el rey de la Lista F aprendí a lidiar con muchas cosas, entre ellas los delincuentes de la escuela y los de otras que les gustaba provocarnos. Cada fin de semana era una fiesta, o una paliza a otros tipos o simplemente tener que aguantar el dolor bajo los vendajes en mi cuerpo.
Moví inconscientemente mi mano sobre la otra, tocando los vendajes con suavidad y sintiendo mi corazón latir con pesadez.
— Durante esos años aprendí que la única forma de valer algo era demostrando cuál fuerte eras, mostrando que valías la pena para sobrevivir y usando uñas y dientes para hacerlo si es necesario.
Roman estaba en silencio, pareciendo escuchar cada palabra mientras sus labios se mantenían en una fina línea y sus ojos buscando los míos.
Pero no podía mirarlo, no cuando hablaba de las atrocidades que había hecho bajo la identidad del rey de la Lista F.
— Yo...lastimé a mucha gente, Roman.— continué, mordiendo brevemente mi labio inferior.— Física y mentalmente, al punto que dejé de reconocerme a mí mismo. Comencé a creer que yo solo era...
¡Soy un monstruo!
— Que solo era un monstruo. Un monstruo que solo destruía y dañaba todo a su paso.
Incluso si era egoísta, giré a ver al moreno todavía en silencio, dejando que mi mirada se encontrara con la suya.
— Sentí que era un monstruo cuando te lastimé, Roman.— expliqué, al mismo tiempo en que los ojos del Lista F bajaban lentamente hacia su regazo.— Sé que lo arruiné todo, que me comporté como un imbécil solo porque Renee...
Me interrumpí por un segundo, dejando que mi mirada se quedara en Roman, dejando que el aliento en mis pulmones se perdiera por unos instantes.
Ese chico era el chico que amaba, no quería dejarlo ir por muy egoísta que sonara.
Lo quería, aunque yo mismo me considerara un monstruo.
— Roman.
Decidido, volví a agarrar sus manos entre las mías, haciendo que levantara su semblante hacia mí con algo de timidez.
— Aún... tengo sentimientos por Renee, sí. Es la verdad.— negué con la cabeza suavemente antes de continuar.— Pero no los que tengo hacia ti.
— ¿Cómo sé si no es un juego?
— Porque no lo es.— agregué sin pensarlo.— Nunca serás un juego para mí, Roman.
Sus ojos brillaban, dejando que mi corazón diera un vuelco pero fuera lo suficientemente fuerte como para seguir con lo que decía.
— Lo siento, por todo lo que dije en ese estado. Por haberte lastimado tanto y causarte todos esos problemas.— dije.— Pero no voy a disculparme por amarte.
Sus ojos se abrieron con sorpresa.
— Dean, no...
— Lo que dije sobre eso sí es verdad, Roman.— lo interrumpí. Con delicadeza moví una de mis manos hasta su rostro, dejando descansar esta en su suave mejilla.— Estoy enamorado de ti, te amo muchísimo y...
Mis palabras se interrumpieron al momento en que sentí un inminente dolor en la punta de uno de mis dedos y me hizo aguantar un jadeo.
Miré al frente para ver a Roman con sus dientes apretando la yema de mi dedo, justo antes de que se lo arrebatara y lo observara con el ceño fruncido.
— ¡Oye!— me quejé, a la par en que movía mi mano por el punzante dolor disminuyendo con los segundos.— ¿¡Por qué demonios hiciste eso!?
— Quería que dejaras de hablar.— se quejó entre dientes.
— ¡Eres un maldito idiota hijo de puta!
— ¡Y tú un imbécil que habla sin pensar!
— ¡No hablaba sin pensar, hablaba en serio!
— ¡Mentiras!
— ¡Rey de los estirados!
— ¡Rey de los idiotas!
— ¡Nerd!
— ¡Putero!
Pensé que seguiríamos gritándonos, pero en su lugar, Roman sonrió de lado y con sus mejillas sonrojadas movió sus manos hasta mi rostro, jalando de este y haciendo que nuestros labios chocaran con los del otro.
Simplemente me dejé llevar, ya que lo extrañaba mucho más de lo que pensaba.
Sus labios se mantuvieron junto a los míos por un rato, siendo un contacto tierno y amable, pero que era capaz de acelerar mi corazón de todas maneras.
Luego de un rato, el moreno alejó suavemente su boca de la mía, lo suficiente para mirarme a los ojos con una pequeña sonrisa en sus labios apretados.
— Dean... No puedo decir que te amo, al menos no todavía.— explicó casi en un murmuro solo para mí.— Pero... No me molestaría seguir enamorándome de ti como lo estoy haciendo ahora.
Una sonrisa se formó automáticamente en mis labios.
— ¿Lo estás?— pregunté, tratando de ocultar inútilmente mi emoción.
— Claro que sí.— sonrió con sus mejillas pintándose ligeramente de rojo.— Estaba celoso de lo tuyo con Renee, pensé que me abandonarías y me romperías el corazón sin decir nada... También me equivoqué en no confiar en ti, lo siento tanto.
— Wow, el rey de la Lista A se está disculpando conmigo. Debería sentirme honrado ¿no?— lo observé, pero a él obviamente no le hizo gracia. De todas formas, solté una risa entre dientes.— Solo estoy jugando.
Rodó sus ojos, sin poder esconder las curvaturas en su boca.
De repente, Roman movió sus manos hacia mi cintura, jalándome hacia él hasta que sentí que estaba sentado sobre su regazo y mis brazos se enredaban automáticamente alrededor de su cuello.
Sonreí de lado.
— Entonces...
— ¿Entonces?— imitó mi tono el moreno, mirándome con dulzura.
— ¿Tengo mi trabajo en el club de vuelta?
Roman no tardó en fruncir el ceño.
— ¿Eso es lo que más te importa de todo esto?
Sonreí ampliamente, acercándome lentamente hasta que nuestras narices prácticamente se rozaban y nuestras miradas estaban completamente conectadas.
— Claro que no.— murmuré.— Contigo puedo ser quien me gusta ser, Roman. Me haces querer ser una mejor persona, pasar más tiempo haciendo lo que me gusta. También me haces querer ser tu novio...
Sentí el cuerpo de Roman tensarse junto al mío, al igual que los latidos de su corazón chocar con mi pecho.
Sin embargo, en cuanto la sonrisa iluminó sus labios sentí que estaba perdido en un compaz del que nunca quería salir.
— Me encantaría, en serio, amaría...ser tu novio.— respondió en un murmuro, pero este se volvió más serio a la par en que abría sus ojos y me miraba sorprendido.— Espera... ¿Esto... nos hace novios? D-Digo, no... Lo reformularé ¿tú quieres que nosotros...? No, no. Dios, estoy sonando como un tonto yo...
Sus balbuceos siempre se me habían hecho adorables, pero esta vez lo eran más que nunca.
No pude evitar dejar escapar una carcajada, justo antes de volver a mirarle a la cara.
— Eso creo, Roman.— admití.
Roman se calmó al instante, justo antes de mover sus manos de mi cintura y ponerlas en mis mejillas.
Con una sonrisa amplia en sus labios, agarró mi rostro y comenzó a repartir besos a lo largo de mis mejillas, haciéndome reír por la sensación de cosquillas que dejaba su barba al igual que por la felicidad que no podía contener en esos momentos.
Era el momento perfecto, hasta que el sonido de la puerta al abrirse nos interrumpió.
Roman se quedó quieto, como si alguien le hubiese dado un electrochoque o algo. Y por alguna razón, no pude evitar perder el balance y caer de culo al suelo desde su regazo.
— ¡Mierda!— exclamé.
— Maldita sea, chicos.— se quejó Naomi entrando al salón.— Les dimos tiempo para que arreglaran las cosas, no para que volvieran este lugar un motel de mala muerte a los que Rusev probablemente planea llevar a Lana.
— ¡Cierra la boca, perra de satán!
— ¡Oblígame, imitación de Hulk!
— Cállense los dos.— agregó Seth, sonando tan malhumorado como siempre.— Aunque ella tiene razón, Rome. Dejen ya de copular o en serio tendré que llamar a alguien para informarle lo pervertido que es nuestro capitán.
— Jódete, Seth.— respondió Roman, recuperando su movilidad y saltando de su escritorio.— Los he visto a Randall y a ti en tu escritorio y...
— ¡Okay, okay! ¿¡Quién quiere galletas de chispas de chocolate!?
Reigns solo negó con la cabeza resignado ante la obvia capacidad de Rollins de evitar los temas, para acto seguido acercarse a mí y ofrecerme su mano.
No dudé en tomarla, ayudándome a volver a estar sobre mis zapatillas y mirándole con una sonrisa en los labios.
— Oigan, tórtolos.— ambos miramos hacia el bicolor que masticaba una galleta y se acomodaba sus gafas.— Lamento interrumpir su momento, pero creo que deberíamos trabajar en el anuario en tanto no nos llamen aún para la detención.
— Seth tiene razón.— dijo el rey de la Lista A. Para luego mirarme inquisitivo y con una sonrisa de lado.— ¿Cuento contigo, Dean?
Fruncí una mueca divertida, haciendo como si lo pensara antes de asentir con mis ojos entrecerrados.
Roman solo negó sin dejar de sonreír, para luego dirigirse a su club.
— Bien. Rusev y Naomi seguirán trabajando en las fotos, asegúrense de que todos hayan enviado sus fotos o tendremos que contactarlos para que las traigan lo antes posible.
— Entendido, jefesito.— exclamó Rusev.
— A la orden.— le siguió el paso la porrista, golpeando su cintura contra el cuerpo del Búlgaro no muy sutil y haciendo a este gruñir un insulto.
— Seth, tú trabajarás conmigo en la edición de lo que es la información y pies de foto.
— Ya lo sabía.— dijo el bicolor, echándose otra galleta a la boca antes de moverse en su silla y disponerse a trabajar en la computadora.
— Dean.— Roman giró a verme.— He visto que se te da bien el tema del arte.
— Me conoces bien, Lista A.— bromeé con un encoger de hombros.
— ¿Podrías encargarte del diseño de las páginas y el anuario en general?
— No hay problema.
Me dispuse a ir hacia mi pequeño mesón al lado de el de Roman, pero no sin antes dar marcha atrás chistosamente sobre la suela de mis gastados converse y volver al lado de mi nerd favorito.
Con sus ojos desentendidos en mí, me acerqué rápidamente a él y dejé un rápido beso en la comisura de sus labios. Sus mejillas estaban algo rojas cuando volvimos a mirarnos.
Le sonreí de lado al susurrar: — Eso es por dejarme regresar... Aunque te debo un poco más para más tarde.
Mi novio soltó una carcajada, sonriéndome brevemente antes de que tomara rumbo hacia mi escritorio.
Me desparramé sobre la silla casi de un salto, disponiéndome a comenzar con mi trabajo hasta que fruncí el ceño.
— Oigan, malditos nerds. ¿Dónde está mi puto florero?
— Cuidado con ese vocabulario, Ambrose.
Tal vez era la felicidad de por fin estar con Roman, o el hecho de que por fin me tomaba en serio el trabajo del club, o incluso fueron los gritos del fotógrafo y la porrista acerca de qué fotos tenían que usar. Pero ninguno se percató de la presencia del entrenador Copeland hasta que todos lo vimos de pie en la entrada del salón del club.
— E-Entrenador.— balbuceó Rusev, levantándose nervioso.— ¿Qué es lo que hace aquí?
— Pues lo obvio, Rusev.— soltó una respiración, negando y mirándonos con fingida lástima.— Tienen que ir a detención, chicos.
Mierda.
No pude evitar cerrar mis ojos exasperado, luego miré a Roman y él solo suspiró resignado.
Tal parecía que todavía no habíamos terminado.
Otro capítulo largo que espero les gustara :) Desde ahora, la relación de Ambreigns es oficial así que las cosas serán mucho más interesantes. Sin embargo, aprecio que no me estén hinchando las pelotas con que follen :) Ya he explicado eso antes y no quiero volver a enojarme.
También ya saben por qué Dean oculta sus manos con esos vendajes... la cosa es ¿creen que alguien llegue a ver sus manos en algún momento?
En el siguiente capítulo se espera la aparición especial de dos personajes muy especiales y carismáticos. La única pista que les daré es que son una pareja ICÓNICA ;) Y no, no son las chicas icónicas porque a ellas las mencioné en este capítulo y aparecerán en un par más adelante.
Otra cosa, si no se han visto la película Grease o la versión Live más actual, les recomiendo darle una chance porque, además de que son buenas, en el siguiente capítulo aparecerá una gran referencia. Recuerden que Grease es la película favorita de Roman y Dean así que... Lo que se viene es muy bueno.
Espero que les gustara el capítulo de nuevo y les agradezco el gran apoyo como siempre :)
-Rock.
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