21. Efecto Ambrose
Tarareaba una canción, la primera que se me vino a la cabeza. Probablemente era de Grease, pero daba igual.
Lo único que la acompañaba era la sonrisa en mi boca mientras caminaba por el salón del club ordenando un poco, disponiéndome a dejar todo en orden para trabajar por la tarde.
Me quedaban un par de minutos antes de la clase, por lo que no había problema.
Tan concentrado me encontraba e inmerso en mis propios pensamientos felices que ni cuenta me di de que la puerta del club había sido abierta y alguien había entrado.
—Hey, Roman. No pensé que te vería a...—Seth se interrumpió, incluso cuando solo lo miré.— Vaya, vaya. Pero miren quién está de buen humor.
Sonreí con burla.
—No sé a qué te refieres, Seth.—dije, dejando los libros en su lugar correcto de la repisa y volviendo a mi escritorio.— Estoy igual que siempre.
—A eso me refiero. A esa sonrisa.—insistió, disponiéndose a cerrar la puerta detrás de sí.— Esa sonrisa tiene el nombre de Ambrose en todos lados.
Pensé en decirle que eso era una locura, que no era cierto. Aunque me convertía en un total mentiroso tal vez.
Pero no pude decir nada antes de que la puerta se abriera con gran brusquedad y terminara por casi aplastar a Seth contra la pared.
—¡Mierda!
—¡Lo logré!—casi chilló el Búlgaro entrando al salón del club irradiando felicidad.—¡No puedo creer que lo hiciera!
—¿Matar a Seth con la puerta? Parece que no te costó mucho trabajo.
Rusev parecía estar a punto de estallar de felicidad, ni importándole lo que dije del bicolor que luchaba por recuperar el aire y se apretaba el abdomen con molestia.
—Juro que te romperé esa basura de gorra mientras duermes la siesta, maldito infeliz.—consiguió gruñir Seth, pero se veía más preocupado de que no se le rompiera ni una costilla o se le saliera un órgano vital por la boca.
El sonriente de Rusev giró a verlo:—¡Has lo que quieras, microbio! ¡Nada puede arruinarme esta felicidad!
—Vale, vale.—sonreí también, irrumpiendo en la escena y ganándome tanto la mirada del alegre fotógrafo como la fastidiada del escritor.— ¿Nos dirás ya qué te ha hecho tan feliz?
—Tal vez por fin descubrió que su cerebro es del tamaño de una anchoa...
—¡Lana aceptó salir conmigo!
Mis ojos se abrieron y la mandíbula de Rollins cayó cómicamente ante la declaración del Búlgaro.
—¿¡Que ella qué cosa!?—gritó Seth, preso de la sorpresa.— ¿¡Cómo!? ¿¡Estás seguro que no te golpeaste con el balón y lo imaginaste todo!?
—¡Para nada!—respondió, sin dejar de sonreír.— Por fin me armé de valor y le pregunté después de la práctica... ¡Me dijo que sí!
Sonreí ampliamente, sintiendo la felicidad llenándome el pecho.
—Eso es fantástico, Rusev.—dije acercándome a él y palmeando su hombro.— En serio me alegro mucho por ti.
—Aunque sigo sin creerlo, también me alegro por ti, cerebro de pelotita.
Ambos mirábamos a nuestro amigo realmente contentos, mientras que los ojos de Rusev brillaban con emoción.
—¡Aw, ven aquí, pulga de mar!—chilló, para acto seguido acercarse a Seth y rodearlo con sus brazos, no tardó en estirar uno de sus brazos hacia mí para que me acercara. Lo hice, dejando que los tres nos abrazáramos.— ¡Lo logré gracias a su fe en mí!
—Vamos, Rusev.—reí ligeramente, hablando apenas gracias a su fuerte abrazo lleno de cariño.—No es para tanto.
—N...No... No es para tanto, en serio...—escuché murmurar bajo a Seth, probablemente por el hecho de ser más bajo que Rusev y que el brazo del grandulón le cubriera por completo la cara.
—¡Siguen siendo los mejores amigos en el mundo!—chilló, abrazándonos como a sus peluches más preciados.
—C-Como digas pero...—balbuceó Rollins una vez más.—¿P-Podrías soltarme? Me... Me estás dejando sin aire y como que apestas a sudor.
Rusev lo soltó de inmediato, a lo que el bicolor rápidamente empezó a toser mientras buscaba apoyo de su escritorio dramáticamente.
Tras tomar una respiración de su inhalador, giró a vernos un poco menos pálido.
—Eso fue lo peor que he vivido hasta ahora.
Rusev resopló mientras yo solo reía:—Eres un microbio, dramático.
—Toc, toc.
Todos giramos en dirección a la puerta a medio abrir, encontrándonos con la morena de camiseta en colores brillantes y sonrisa en sus labios rosa fuerte.
—¿Cómo les va a mi club favorito?
—Hey, Naomi.—la saludé de inmediato con una afable sonrisa.—Bueno, estábamos...
—Festejando que nuestro Búlgaro cerebro de pepinillo por fin tendrá una cita real y no la que imagina en sus sueños sucios.—agregó Seth con simpleza.
Naomi frunció el ceño confundida al igual que yo enarqué una ceja.
—¿De qué babosada estás hablando ahora?—preguntó la porrista.
—¡Hasta me alegro de ver a la mujer del demonio en estos momentos!—chilló Rusev, pareciendo ir directamente a abrazarla.
Sin embargo, Naomi dio marcha atrás de inmediato.
—¡Wow, wow, wow! Alto ahí, grandote.—exclamó con sus manos alzadas, para luego girar hacia mí.— ¿Qué es lo que le hicieron? Este no es el Rusev de siempre.
—Solo está feliz de que por fin Lana aceptó salir con él.
Naomi se paralizó al escuchar a Seth, bajando lentamente sus manos y dejando caer sus brazos aunque su ceño siguiera fruncido.
Se había quedado muda por alguna razón, abriendo y cerrando la boca ausente de palabras.
—¿C-Cómo?—logró balbucear luego de segundos casi eternos.—¿Estás seguro de que no lo imaginaste?
—¡Completamente seguro!—exclamó contento el Búlgaro.—La invité al café este Viernes después de clases y aceptó. ¡Aceptó! ¡Estoy tan feliz!
Mis ojos estuvieron en el sonriente Rusev por un rato, pero no pude evitar volver a ver a la morena de cabello largo que no parecía tener nada que decir.
Sus labios se encontraban en una línea, sus manos apretaban las correas de bolso deportivo con más fuerza de la necesaria y sus ojos... Sus ojos parecían oscurecerse, apagarse ante la imagen sonriente de Rusev.
Mi ceño se frunció lentamente, pero antes de que pudiera decir algo ella sonrió de lado.
—Me alegro de que el cabeza de pepinillo por fin dejase de ser una gallina.—dijo con diversión, cruzando los brazos sobre su pecho con superioridad.—Creí que en vez de Hulk te volverías una...
En lugar de seguir hablando, imitó los sonidos de una gallina y comenzó a disgustar a Rusev como siempre hacía.
Sin embargo, había algo extraño en ella.
— Uhm...— balbuceó ella, relamiendo sus labios antes de encogerse de hombros.— Yo solo venía a ver cómo estaban, así que... Hasta luego.
Naomi caminó rápidamente fuera del salón del club, dejando a un Seth con el ceño fruncido, a Rusev todavía en las nubes a punto de saltar sobre sus talones y a mí con una preocupada mueca en el rostro.
Miré al bicolor, pero este solo se encogió de hombros al no saber qué decir y rápidamente volvió a concentrarse en otra cosa.
Yo no estaba así de tranquilo, por lo que no dudé en dejar lo que hacía y apresurarme por alcanzarla.
— Naomi.— la llamé en cuanto la vi caminando por el pasillo.— Naomi, espera.
La morena giró sobre sus zapatillas, mirándome con lo que supe era tristeza en sus ojos delineados.
Me detuve frente a ella, incluso si solo mantenía su mirada a sus pies.
— Roman, antes de que digas algo.— comenzó a hablar a los pocos segundos.— Estoy bien, no hay ningún problema.
— No hay forma de que te crea eso.— la interrumpí. — Esa mirada en tu rostro... No es la Naomi que yo conozco.
La fémina negó casi para sí, sin levantar la cabeza y soltando un suave suspiro.
— En serio, Roman...— con suavidad levantó su mirada, encontrándose con la mía.— No intentes indagar en esto. Son solo tonterías.
— No son tonterías si se trata de ti.
— No.— insistió, dando un paso atrás cuando intenté poner mis manos en sus brazos amistosamente.— No lo intentes, en serio. Son tonterías sin sentido que yo misma no logro comprender.
— Naomi...
— Déjame sola ¿sí? Podré lidiar con esto y no habrá problemas.
— ¿Esto tiene que ver con Rusev?
La fémina me observó enarcando una ceja, para luego soltar una pequeña risa.
— ¿Por qué dices eso?— dijo con un bufido.— Me alegro de que el grandulón al fin tuviera suerte con Lana.
— Lo digo porque no pareces estar muy cómoda con eso.
— Roman.— negó de nuevo, parpadeando y soltando algunos balbuceos en busca de palabras.— Claro que no es eso, yo...
— ¡Reigns!
Alguien gritó mi nombre, alarmándome e interrumpiendo nuestra conversación al llamar la atención de ambos.
Orton corría por el pasillo en nuestra dirección, a simple vista pude notar que se veía tenso y eso solo me dijo una cosa.
Algo no andaba bien.
— ¡Por fin te encuentro!— exclamó en cuanto se detuvo y trató de recuperar el aliento.
— ¿Qué ocurre?— pregunté.
— Es Dean.
Mi corazón dio un vuelco y lo miré inquisitivo al ganarse mi completa atención.
— ¿Se metió en problemas?— intenté mantener la cordura, pero el nerviosismo me ganaba a cada segundo.
— Peor.— contestó.— Renee... Renee está aquí.
Mis ojos se abrieron como un par de ventanas y tuve la sensación de que un balde de agua me caía encima, paralizándome en mi sitio y dejando que esa simple frase se repitiera una y otra vez en mi cabeza.
— ¿Qué cara...?— escuché exclamar a la morena, tomando lugar en la tensa conversación.— ¿Estás seguro, Randy?
— No hay ninguna duda.— dijo junto a un asentimiento de cabeza.— La vi cuando ya la mayoría se iba del campo de fútbol.
— ¿Qué se supone que está haciendo aquí ella? Creí que se había ido a otro país.
— Así es...
— ¿Y Dean?— le interrumpí, ganándome su atención al instante.— ¿Dónde está?
— Vamos, tienes que venir conmigo.— se apresuró, comenzando a caminar nuevamente.— La cosa se veía bien fea.
Estaba confundido, quería una explicación, pero lo que más sentía en el momento en que empecé a correr detrás del tatuado fue miedo.
Dean había sufrido bastante por Renee y los sentimientos que guardaba por ella eran fuertes... Y por mil veces que lo pensara, ella estando aquí no me sonaba a nada bueno.
Nos apresuramos a volver al lugar de la práctica donde me había despedido de Dean. Sin embargo, el familiar rugido de una motocicleta hizo que mi corazón latiera e incluso con mi cuerpo tensándose apresuré la velocidad en la que corría.
— ¡Dean!— grité, sin importarme llevarme miradas y cuchicheos al estar corriendo y gritando como un loco.— ¡Dean, espera!
Mis piernas dolían, pero no importaba ya que podía ver la motocicleta en el estacionamiento. O eso creí, hasta que el rugido se hizo más fuerte y lo último que viera fuera al castaño colocarse el casco con fuerza sobre la cabeza. A lo lejos estuve casi seguro de notar su rostro serio y molesto, pero más importante, pude ver sus ojos enrojecidos y aguados antes de que los cerrara y con brusquedad cubriera su cara con el casco.
— ¡Dean!
Pero no importó que gritara su nombre con todas mis fuerzas, la motocicleta se alejó del lugar a toda velocidad tan solo dejando una nube de tierra y a mí con mi acelerada respiración.
Me apoyé de mis rodillas con cansancio, tratando de recuperar el aliento en tanto sentía al miembro de la Lista F detenerse junto a mí con lentitud.
— Debió ser un golpe muy fuerte para él.— murmuró a mis espaldas.
— ¿A...A dónde pudo ir?— pregunté entre balbuceos, tomando respiraciones en busca de retomar el habla correctamente.— T-Tampoco veo a Renee.
— Debe haberse ido antes de que llegáramos.— explicó.— No sé muy bien lo que ocurrió, solo los vi a los dos discutiendo en la tribuna. Dean se veía furioso.
No podía mentir, quería seguir corriendo hasta encontrarlo. Sabía que era un golpe grande y sabía que su corazón seguía roto después de lo que pasó entre ellos.
— Tengo que ir por él.
Aunque me apresuré a decir eso entre mi precipitado y agotado ser, Randall me agarró del hombro y me observó con seriedad en su semblante. No pude decir nada cuando el timbre de entrada a clases sonó entre nosotros.
Orton levantó la cabeza un momento, pareciendo ver que todos los interesados en las clases empezaban a moverse a sus salones. Acto seguido volvió a mirarme determinado.
— Tú ve a clases.— me ordenó.— Yo iré a buscarlo.
— ¿Tienes alguna idea dónde está? Ni siquiera yo la tengo.— gruñí casi entre dientes.— Yo iré contigo.
— No.
Fruncí el ceño fastidiado. Sin embargo, Orton solo suspiró y soltó su agarre sobre mí.
— Escucha, ya es suficiente que uno de nosotros se esté hundiendo.— explicó.— Además, estoy seguro que a Dean no le gustaría saber que tú bajaste tus notas o te castiguen por su culpa.
Apreté mis labios.
Aunque sentía la necesidad de decirle que quería ir de todas maneras y seguir mi instinto, sabía que tenía razón.
Después de un debate conmigo mismo casi eterno, me las arreglé para casi murmurar:— De acuerdo. Me quedaré aquí.
Randall sonrió ligeramente, buscando en su bolsillo por las llaves de su camioneta.
— Te llamaré si ocurre algo, te lo prometo, Reigns.
No dije nada, tan solo me quedé ahí hasta que el tatuado desapareció por el mismo camino que Dean había tomado unos minutos atrás.
Me impresionaba lo rápido que mi felicidad se estaba desmoronando, pero ¿por qué?
Dean podría arrepentirse de todo. De lo que ha pasado entre nosotros, de los momentos que hemos pasado... de nosotros.
Mi mente quería dejarse llevar por esos malos pensamientos, por esas imágenes del "¿qué tal si...?" en que Dean corría a los brazos de Renee y se olvidaba por completo de todo. Sin embargo, una parte de mi ser me decía que solo me quedaba algo por hacer.
Y eso era creer en Dean.
El resto del día fue un completo fracaso. No pude concentrarme en nada, incluso fallé en cada clase en que me hacían alguna pregunta. Los profesores tan solo me miraban perplejos, pero por dentro sabía que me juzgaban por mi poca atención durante las clases.
No podía pensar en nada más. Solo podía pensar en lo que pasaba con Dean y la posibilidad de que la llegada de Renee se transformara en el cúlmine de nuestra reciente relación.
Aunque... Ni yo entendía del todo esta relación aún, sentía que ella la ponía en peligro.
— ¡Ya llegué, ya llegué!— repitió chillando el bicolor, dejando su bolsa de papel con su almuerzo sobre la mesa.— ¿De qué me perdí?
No respondí, solo lo miré en silencio y seguí jugando con el pastel de carne en mi bandeja del almuerzo.
Pude sentir cómo Rusev y él se miraban el uno al otro, probablemente en busca de algo que decir.
Sabía que estaba actuando como un baboso, pero poco a poco sentía que mi energía se iba junto con mi capacidad de pensar claramente.
Tenía miedo.
Miedo de que Dean me abandonara por Renee.
Pero también comenzaba a tener un desagrado por ella y por las posibles razones que ella tuvo para volver.
— Siéntense ya, tarados.— exclamó Naomi, dejando su bolso a un lado de la mesa junto con su bandeja de almuerzo.— No tenemos todo el día para almorzar y luego hay que trabajar en el anuario ¿verdad, Rome?
Tuve la fuerza para mirarla y solo apretar sus labios. Pero ella sonrió con amabilidad, haciendo que me sintiera al menos un poco mejor.
Sabía que no estaba solo, pero agradecía que no me preguntaran respecto al tema en esos momentos.
Rusev, Seth y Naomi rápidamente comenzaron a charlar del desastre que hubo en la exposición volcánica de química, tan enfrascados en ello que me dediqué a buscar el celular al interior de mi chaqueta y revisar la pantalla en busca de mensajes o llamadas.
Me la había pasado todo el día ansioso por noticias de parte de Orton, pero incluso en ese momento seguía sin tener ninguna información respecto a su búsqueda.
¿Y si le pasó algo a Dean?
Joder, debí ir a buscarlo. Debí hacerlo.
Debí quedarme con él, no lo habría dejado huir de Renee. Lo habría abrazado, le habría dicho que todo estaría bien, que me tenía a mí aunque me odiara.
¿Y si ahora me odia?
Apreté mi mandíbula, resignado a que mi cabeza definitivamente estaba tomando el control.
No sé si soportaría la idea de él odiándome...
— Uh-Oh.— canturreó casi con advertencia Naomi, mirando algo en dirección a las espaldas de Seth y Rusev.— Creo que Baron viene hacia acá y no se ve feliz.
— Mierda...— susurró Seth, poniéndose pálido.— C-Creo que se molestó porque escapé de él y no me pudo quitar el almuerzo...
— ¡Y no debería hacerlo!— gruñó enojada, dejando su tenedor de lado y disponiéndose a levantarse de su lugar en la mesa.— Ya va a ver este bastardo...
— Naomi, no...— susurró Rollins, casi temblando como una presa en medio de la selva.
Corbin era el depredador y parecía listo para atacarlo.
Apreté el ceño, dispuesto a levantarme primero que Naomi.
— ¡Ya va a ver ese calvo!— gruñó Rusev, subiéndose las mangas de su sweater y frunciendo su ceño más de lo normal.
— No, tú siéntate.
Seth nos estaba deteniendo a los dos, pero no había duda que mi razón ya no funcionaba del todo.
No tenía miedo a partirle la cara a Corbin, aunque me suspendieran, me estaba cansando de la presencia de todos esos tarados.
— ¡Con permiso!— gritó la porrista que llegó dando saltitos y con su cadera le dio un gran empujón a Corbin, sacándole de su camino en dirección a nuestra mesa.— Ups, lo siento, Baron. Pero esa mesa está llena y esos son nuestros lugares ¿querías sentarte?
— ¿O tenías algún asunto que atender allá?— agregó la capitana del equipo de porristas mirándole con un ladear de cabeza.
El matón se les quedó viendo paralizado, pareciendo haberse quedado en blanco ante la aparición de ambas miembros de la Lista F. A continuación, frunció el ceño.
— Ustedes no deberían sentarse con esos pedazos de mierda.— gruñó molesto.— Paige, de ti me lo esperaba porque te juntas con basura como Ambrose.
— Ouch, me rompes el corazón, Baron. Detente.— canturreó con un dramático y sarcástico tono.
— Perra.— murmuró entre dientes. A continuación, sus ojos cayeron en la chica de cabello bicolor amarrado en una coleta y mirada castaña.— ¿Nicole? ¿Qué crees que estás haciendo?
— Vete a la mierda, Baron.— casi escupió con un bufido de por medio.— Nadie me dice qué hacer, menos tú.
Ambas féminas se dispusieron a seguir con su camino, pero el chico de pelo largo agarró rápidamente a la capitana de porristas del brazo y la detuvo en seco mientras le miraba con la mandíbula apretada.
Me levanté, moviéndome listo para dejarle las cosas en claro aunque fuera con violencia. Pero Naomi me agarró de la chaqueta para que no me moviera más allá de la mesa.
La miré con el ceño fruncido, pero ella me dio aquella mirada de "tranquilízate".
— Vamos, nena.— siguió hablando Corbin, llamando mi atención al igual que la del resto que estaba atento a la escena.— Eres mi chica ¿no? Tienes que sentarte con los mejores.
Nicole no tardó en quitarse su agarre de encima y con una sonrisa derramando ironía le respondió:— Claro, por eso me voy con ellos.
Quise sonreír, pero me contuve a solo hacerlo a medias. Seth dejó caer la mandíbula y Rusev se veía a punto de aplaudir aquella respuesta. Al igual que Paige, que aunque todo el tiempo quiso saltarle encima a Corbin y arañarle la cara con sus uñas, miraba orgullosa a la capitana.
— Por cierto.— continuó, acercándose ligeramente a Corbin antes de murmurar lo siguiente.— No soy tu chica.
Los "Oooh" sonaron a nuestro alrededor en tanto Nicole daba media vuelta sobre sus talones y continuaba caminando.
Baron apretaba sus labios, pareciendo rendido aunque no se animara a aceptarlo jamás. Típico en él.
— Una cosita más, Corbin.— habló Paige, levantando la mano como si fuese a pedir la palabra en clase. Corbin la miraba como si quisiera golpearla por lo de Nicole, pero ella no se veía alterada por ello.—Si vuelves a tocar a alguno de los chicos de la Lista A yo...
— ¿Tú qué?— la cortó el miembro de la Lista F con brusquedad, casi sonando amenazante.— ¿Vas a darme una cachetada o algo así?
Varios de la Lista F, probablemente los confabulados con él, rieron ante el comentario. Pero Paige continuó en pie inalterada, sonriendo lentamente mientras mantenía su bolso en uno de sus hombros y su brazo libre en jarra sobre su formada cintura.
— No. Le diré a Dean.
Las risas cesaron, pero no la de Corbin que comenzó a carcajearse como si fuese el chiste más grande del universo.
Vaya tarado.
Siguió sonriendo cuando miró a la pelinegra y le dijo con burla:— ¿Crees que le tengo miedo a un pedazo de mierda traidor como Ambrose?
Aunque siguió riendo y Paige sonriendo de lado, esta vez fue Nicole la que se llevó sus dedos a sus labios, echando un chiflido que llamó la atención del chico de cabello largo.
Con una sonrisa llena de complicidad, la capitana del equipo le dijo:— Sabemos que así es. Ambrose podría patearte el trasero y tú siempre le has tenido miedo.
Las risas pararon, el rostro de Baron palideció y ambas féminas por fin dieron por finalizada la conversación.
Volví a sentarme cuando Naomi me soltó suavemente de la chaqueta, sonriéndome antes de volver a concentrarse en su botella de agua.
Paige y Nicole aparecieron en nuestra mesa, ambas con una sonrisa en su cara.
— Hey, chicos.— saludó Paige con más confianza que la de la sonrisa de Nicole.
— ¿Creen que podamos sentarnos aquí?
Seth masticó en silencio, mirándome en busca de alguna respuesta.
— Después de eso...— hablé por primera vez en minutos.— Pueden sentarse aquí cuando quieran.
Paige me guiñó un ojo y Nicole sonrió encantada, ambas tomando lugar en la mesa y disponiéndose a comer su almuerzo.
— Salvado por las chicas.— canturreó Naomi hacia Seth.
— N-No era necesario hacer eso.— balbuceó, relamiéndose los labios notoriamente nervioso.— L-Le habría dado una paliza y yo...
Se interrumpió al momento en que moví mi pie ligeramente hacia el frente y le golpeé en la rodilla.
Aunque aguantó una maldición y me miró furioso, comprendió el mensaje y terminó suspirando exasperado.
— Gracias, chicas.
Su murmuro casi entre dientes hizo sonreír tímidamente a la castaña que cortaba su pastel de carne y a la pelinegra la hizo apoyar sus codos sobre la mesa.
— Tenía que hacer algo, pequeñito.— comenzó a decir.— Siempre está Orton para ser tu guardia de seguridad a esta hora y...
— No es mi guardia de seguridad.— gruñó, volviendo a su emparedado de mantequilla de maní y jalea mientras permanecía moviendo una pierna por la exasperación.
— Bueno, tu novio te protege y...
— ¡Tampoco es mi novio!— chilló aún más molesto.
— Como sea, la cosa es que no está aquí... ¿Por qué no está aquí?
Mi corazón dio un vuelco y no pude evitar girar a ver a Naomi, la cual también se veía confundida.
—Joder ¿dónde está mi Randy?— Paige se removió un poco, lo suficiente como para sentarse a la orilla de la mesa y levantar su cabeza para empezar a gritar ahuecando sus manos pálidas a cada lado de su boca.— ¡Randy! ¿¡Randy!? ¿¡Dónde está mi Randy!?
— Él no está.
Paige se detuvo en cuanto me escuchó, volteando su cabeza y observándome curiosa.
— Wow... Tal vez se quedó leyendo o algo de nuevo, pero cariño ¿por qué tienes esa cara cuando lo dices?
— Uhm... Paige, creo que es mejor que no...
— Lo sé porque se fue a buscar a Dean.— interrumpí a Naomi, incluso si intentó calmar la situación.— Dean... Huyó hace algunas horas.
La mesa se quedó en silencio. Paige bajó de la mesa y volvió su rostro para mirarme con una mezcla de preocupación y molestia en su rostro pálido.
— ¿De qué hablas, Roman?— preguntó.— ¿Por qué él huiría?
— Porque Renee regresó.
Otra vez silencio, solo que esta vez Seth me miró tenso, Rusev se quedó preocupado, Naomi solo bajó la mirada y Nicole se cubrió la boca por la sorpresa.
— Tienes que estar jugando...— murmuró luego de ese silencio casi eterno para todos.
— No juego con cosas así.— dije de inmediato.— Corrí tras Dean en cuanto Randall me dijo que ella estaba con él, pero llegué tarde y huyó en su moto.
— ¿¡Y por qué demonios nadie me dijo nada!?— molesta, agarró su bolso y se dispuso a caminar lejos del lugar.— Voy por él ahora mismo.
Pero Paige no pudo moverse cuando Seth estiró su brazo por sobre la mesa, logrando alcanzar el suyo y detenerla.
— ¿Qué haces? Suéltame.— se quejó.
— ¿Crees que Roman estaría aquí si no confiara en él?— dijo con seriedad.— Ran fue a buscar a Ambrose porque sabe dónde podría estar y porque lo conoce.
Paige frunció el ceño con más fuerza, viéndose notoriamente más molesta por lo que el bicolor dijo.
— ¿Y yo qué?— gruñó, luciendo cada vez más enojada.— Soy su mejor amiga, así que lo conozco más que nadie.
— Nena, tranquilízate.— interrumpió rápidamente Naomi.— Orton sabe lo que hace, estoy segura que hará lo posible para encontrar a Ambrose. Además...— hizo una pausa, soltando una pequeña respiración para luego continuar con lo que decía.— Creo que el lunático necesita tiempo para pensar.
— Opino lo mismo.— habló Nicole.— Recuerdo cuando Renee lo dejó y... Dean se veía fatal.
Esto no me gustaba. El solo recordar aquellos momentos después de enterarme de la rubia dejando al afamado rey de la Lista F comenzaban a revolverme el estómago y apretar dolorosamente mi pecho.
Llegaba ebrio a algunas clases, se le veía varias veces con moretes o heridas que se rumoreaban venían por las peleas clandestinas en las que se metía de vez en cuando. Pero todo eso me hacía pensar en que, dentro de su corazón, todo debía estar roto.
Dean era un completo desastre y probablemente nadie lo notó.
Ni siquiera yo.
Sin pensarlo antes, ya me había empezado a levantar de mi lugar con mi mochila al hombro y llamando a la mirada de todos los que se encontraban en la mesa.
— Rome ¿a-a dónde vas?— preguntó confundido el bicolor.
— ¿Se siente bien, jefesito?— agregó Rusev, viéndose igual de preocupado que Seth.
— Sí... Sí, estoy bien.— murmuré, aunque fuera una real mentira oculta detrás de la mueca que buscaba se pareciera a una sonrisa.— Perdí el apetito, es todo.
— Roman.
Me detuve en cuanto Paige alcanzó mi muñeca por sobre la mesa, deteniéndome suavemente con sus pálidos dedos destacando sus uñas pintadas de negro.
La miré, en espera de lo que quería decir en tanto me miraba con una mezcla de preocupación e incertidumbre.
Se quedó callada por un rato, como si lo que tenía en mente fuera realmente difícil de formular.
— Roman, escucha... Si te sientes así por Renee...
— Paige.— chilló Naomi, casi con regaño hacia la chica de traje de porrista.— Cierra la boca, no es el momento para eso.
Ella parpadeó, viéndose algo avergonzada al soltar nerviosamente mi muñeca y que nos volviéramos a sumergir en ese silencio que no hacía más que desesperarme.
Tragando con fuerza y manteniendo mi semblante en el suelo, lo único que fui capaz de formular fue:— Los veo luego.
Me apresuré por salir del lugar, evitando las miradas venenosas de los miembros de la Lista F al pasar, las de mis amigos al decirme que no mirara atrás y el mismísimo temblor de mis piernas antes de lograr abandonar el comedor.
Caminé por los pasillos manteniendo mi mirada a mis pies. Sentía que mi corazón latía con fuerza por la ira, la exasperación y muchas emociones de las cuales no me sentía capaz de escapar.
¿Sentirme así por Renee?
No sentía nada más que ira de pensar que Dean tal vez estaba con ella ahora y...
No tardé en detenerme en seco, golpeándome la cara con una de mis manos y haciendo una pausa para calmarme.
Respiré suavemente, abriendo los ojos lentamente antes de murmurar:—¿Qué demonios estoy pensando?
Me dispuse a seguir caminando a algún sitio en busca de calma, pero la melodía de una canción al llegar a mis oídos me hizo girar la cabeza y encontrarme frente a aquella puerta con un entretenido cartel escrito en papel de color naranja diciendo "SZ diseños. Miembros de la Lista F, fuera".
Me quedé de pie por un momento, para a continuación agarrar con más fuerza la mochila sobre mi hombro y caminar hacia la puerta.
Con suavidad la abrí, dejando que aquella canción de Fall Out Boy resonara más fuerte en mis oídos en tanto me encaminaba por la habitación.
Era normal ver a Sami Zayn de esa manera al estar solo en su taller. Parecía que nadie fuera capaz de romper su concentración, tarareando entre dientes la letra de la canción que escuchaba en tanto hacía algo con unas telas de tonos azules entre sus dedos como todo un experto.
Tras cerrar la puerta detrás de mí, me aclaré la garganta.
Eso bastó para que dejase de cantar y girara su cabeza con gran rapidez en mi dirección. En cuanto se encontró conmigo, sus labios se elevaron en una amable sonrisa.
— ¡Roman!— exclamó, dejando de lado lo que hacía y girando su silla hacia mí.— No me esperaba verte aquí.
— Lo siento.— dije con rapidez.— No quería interrumpirte en tu trabajo, Sami.
Abrió sus ojos, mirando a las varias telas e hilos en su escritorio y junto a la máquina de coser lista para trabajar.
— Oh ¿te refieres a esto?— soltó un bufido, moviendo su mano quitándole importancia.— No es nada, no te preocupes. Mis hermanas me han estado pidiendo sus vestidos para el baile de graduación, pero no me tardaré nada.—sonrió.—Dime ¿qué se te ofrece?
Cierto, el baile de graduación sería tan solo en unos meses, un par de semanas antes de los exámenes finales. No le había tomado mucha atención, en especial porque pensé que terminaría yendo con Naomi simplemente como amigos o algo así.
Pero ahora...
Decidí dejar de pensar en ello, concentrándome en el pelirrojo que esperaba por lo que sea a que venía a su taller.
— Uhm... Yo...
Me siguió viendo expectante, abriendo sus ojos en espera de que hablara.
Sin embargo, parecía un completo idiota al que le han quitado las palabras de la boca.
— Tú... Vienes a ver cómo va la chaqueta de Ambrose ¿no es así?
— Sí.— me apresuré a decir, sonriendo en busca de ocultar mi nerviosismo.— E-Eso. Venía a ver la... L-La chaqueta.
Sami sonrió orgulloso:— Pues ya te la puedes llevar, amigo.
Me quedé inmóvil por un momento, de pie en el mismo sitio mientras Sami casi daba un saltito desde su silla y daba un pequeño trote hasta uno de los muchos maniquíes que tenía cubiertos con pañuelos blancos. Empujó fácilmente uno de ellos hasta estar frente a mí, para luego quitar el gran pañuelo de encima y dejar ver aquella chaqueta en la que había estado trabajando desde hace un par de semanas.
Le había encargado recrear aquella chaqueta que Dean usaba, la que Randy le dio y perdió gracias a los de la Lista F al quemarla. La recordaba y junto a Sami fuimos capaces de hacer un bosquejo de ella.
Sin embargo, se veía aún mejor al tenerla frente a mí.
—Reforcé las costuras, usé material de buena calidad y traté de seguir las descripciones que me dijiste.—dio un par de golpecitos a la tela sin dejar de verse orgulloso de su trabajo.— Totalmente a prueba de Listas F.
Llevaba los mismos colores del equipo de fútbol, la capucha y su apellido con letras rojas en la espalda al igual que la insignia del equipo. Sin embargo, habían algunos detalles que no había planteado en nuestro bosquejo anterior. Por ejemplo, en la espalda estaba su apellido, pero debajo de este se encontraba un 04 en señal de ser el cuarto miembro en unirse al club de periodismo.
— ¿Qué es eso en la capucha?— le pregunté a Sami, levantándola un poco.
Zayn sonrió ampliamente, encogiéndose ligeramente de hombros antes de responder.
— Dejé volar mi imaginación un poco y decidí darle un estilo un poco más... "Ambrose", creo.
En uno de los lados de la capucha podía verse una F gigante, pero esta se encontraba como si estuviera tachada con pintura roja, como si fuera eliminada.
No pude evitar sonreír al verla.
Sí era algo de su estilo.
— ¿Y?— habló el pelirrojo, interrumpiendo mi trance con una entretenida mirada mientras caminaba un poco a mi alrededor.— ¿Qué te parece?
— No esperaba menos de ti, Sami.— sonreí.
El chico hizo una pequeña reverencia quitándose su boina, reí ligeramente.
— Se agradece el cumplido.— dijo orgulloso.— Me sirve para practicar después de todo.
— Claro. Serás diseñador de modas saliendo de aquí ¿no?
— Ya tengo algunas ofertas de trabajo.— se encogió de hombros.— Solo espero que les guste mi trabajo.
— Por favor, Sami.— exclamé, casi confundido con su escepticismo.— Todos en este lugar saben que eres el mejor diseñador y tus trajes son espectaculares.
— Aunque el resto me hinche las pelotas diciendo que eso me hace gay o algo por el estilo.— bufó, dando vuelta sobre sí y caminando hacia su silla giratoria.— Como si el hecho de que mi mamá me enseñara a coser desde niño fuera lo que me hace gay.
— Pero...— torcí un poco mi boca.— Tú sí eres gay.
— Gracias por el comentario obvio, su majestad.
Solo reí entre dientes en tanto él se dedicaba a cortar una tela de la misma tonalidad azul.
— Sin embargo, ya sabes cómo son las cosas aquí.— habló con cierta exasperación en su voz.— Los Lista F siempre buscarán algo con lo que joderte la existencia.
Aunque fuera un pensamiento horrible, tenía razón.
Sami sabía coser y diseñaba atuendos en sus propios cuadernos en su tiempo libre, eso lo hizo un blanco perfecto para los abusones de la Lista F. Cuando se enteraron que le gustaban los chicos fue aun peor. Sin embargo, consiguió su taller de costura donde nadie vino a molestarlo tan seguido y a veces hacía pedidos para sus amigos de la Lista A.
— Te ves afligido.— comentó de la nada, sacándome de mi ensueño.— ¿Algo que reportar, su majestad de la Lista A?
No me gustaban mucho los apodos, pero sabía que Sami no tenía malas intenciones.
También supe en ese momento que era más fácil de leer de lo que yo pensé.
Me maldije internamente, tan solo pudiendo relamer mis labios en busca de qué decir.
En ese instante, cierta idea me recorrió la cabeza y me hizo levantar la cabeza hacia el pelirrojo que mantenía una aguja entre sus dientes en tanto trabaja en los dobleces de una tela de pabilo.
— ¿Sami?
— ¿Ajám?— murmuró entre dientes, sin perder su concentración o dejando caer la aguja de entre sus labios.
— Tú... ¿Tú conociste a Renee?— me atreví a preguntar, incluso si me quedaba con un agrio sabor en la boca.
El pelirrojo me miró perplejo por un par de segundos.
— ¿Renee Young?— preguntó, a lo que asentí con suavidad.— Un segundo...
Se quitó la aguja de entre los dientes, pinchándola en la pequeña almohadilla que tenía junto a su máquina de coser y dejando de lado la tela de pabilos también.
— Claro que la conocí.— comenzó a explicar.— Miembro de la Lista A, se graduó hace poco. Fue mi tutora en artes.
— Sí... Sé que se graduó y eso pero... ¿Ustedes eran amigos?
— Algo así.— se encogió de hombros.— Ella pasaba mucho tiempo con Ambrose, así que solo la veía en nuestras sesiones de tutoría. Pero ella...— lo pensó un momento.— Pareciera que siempre le molestaba algo al estar con él. Como si... no dijera algo.
— ¿Como si lo ocultara?
— Algo así.— respondió, para luego continuar.— No era una mala chica, al contrario. Siempre era muy amable y tenía una gran personalidad. Pero no hay duda que sí guardaba muchos secretos, en especial a Ambrose.
Quería dejar de sentir aquello en cuanto hablaban de Renee, esa ira sin explicación y los deseos de gritarle que se largara.
Eso no era algo típico de mí.
—¿Y...?—me arriesgué a continuar con el tema.—¿Tú sabes qué era eso que Renee ocultaba?
Sami dejó de mirarme con aquella amabilidad inocente, su semblante se volvió serio y algo amenazante le llenaba la mirada.
Él lo sabía.
—Roman, escucha.—dijo con cautela.— Se habla mucho de ti en los pasillos y...
—Sabes que eso no me importa.
—Aún así.—habló con brusquedad a pesar de mi interrupción.— Eres un tema recurrente en la escuela, en especial entre los Lista F luego de... Ambrose.
Sabía que a Sami no le agradaba mucho la presencia de Dean, lo comprobé al momento en que le pedí que me ayudara con la chaqueta y sus labios se apretaron un poco de tan sol escucharme hablar sobre él.
Sin embargo, no estaba dispuesto a ceder.
—Roman.—siguió el miembro de la Lista A.— Tienes que saber en el lío que te estás metiendo...
—Eso es lo que menos me preocupa, Sami.—respondí sin pensarlo dos veces.— Por favor, si sabes algo que yo no sobre esos dos...
El chico de camisa roja a rayas me observó por un segundo, viéndose como si se contradijera sin parar en su cabeza. Como si contuviera algo a juzgar por su nerviosa mueca y la manera en que me miraba en silencio.
—Por favor, Sami...—insistí en un murmuro, rogando con mis esperanzas latiendo en mi pecho.
Sami siguió en silencio, dejando que unos segundos eternos pasaran antes de que suspirara exasperado.
—Nadie supo la razón por la que ellos terminaron más que yo, porque Renee se despidió antes de viajar ese día.—explicó, relamiéndose los labios como si fuera difícil formular cada palabra.— Ella... Quería mucho a Dean, pero no lo amaba.
Una parte de mi ser comenzó a doler.
Siempre que veía a Dean, incluso cuando éramos enemigos, sonreía ampliamente y parecía muy contento cada vez que estaba junto a la rubia. Creía que ella era lo único bueno para una basura como él.
Pero yo...
—Renee no lo amaba como él a ella.—continuó hablando, incluso si mi única respuesta para todo era el silencio y el encontrarme tratando de procesar todo.— Ambrose quería estar con ella para siempre, se apoyaba bastante de ella al punto de que Renee lo consideraba... Muy dependiente.
Sami hizo una pausa, soltando un breve suspiro.
—Y ella... Comenzó a ver a otra persona.
En ese momento, reaccioné. Levanté mi semblante y busqué el de Sami casi estupefacto.
—¿Ella...?—balbuceé, dejando que mi ceño poco a poco se frunciera.— ¿Quieres decir que ella lo engañó?
El pelirrojo solo asintió, dejando que las cosas en mi cabeza se tornaran en un remolino de emociones.
A Dean le rompieron el corazón... Y yo nunca lo supe.
Siempre creí que las cosas entre ellos habían salido mal, pero... Nunca pensé que era su corazón el que estaba tan hecho pedazos.
Hubo una pausa entre nosotros, la cual interrumpí antes de que Sami se cuestionara mi repentino interés en la ex miembro de la Lista A y su historia con Renee.
— Ya debería irme.— anuncié con una minúscula sonrisa.— ¿Cuánto te debo por la chaqueta?
— Considéralo un regalo.— me le quedé viendo, pero él solo sonreía de lado.— Me salvaste muchas veces de que Brock me encerrara en los salones cuando me veía con mis materiales o que me rompieran los anteojos.
— Hice eso porque es lo correcto, Sami.— negué con la cabeza.— No te mereces nada de eso.
Por alguna razón, la sonrisa en su boca en cierta manera nostálgica al momento en que nuestros ojos se encontraron.
— Eres un gran tipo, Roman.— dijo.— Uno de los poco a los que no les importa un trozo de papel que te califica.
Sonreí de lado.
—Pero...—su mirada una vez más se volvió seria, en comparación a la alegría que siempre pintaba su rostro.— Roman ¿te doy un consejo?
Lo miré en silencio, esperando a que siguiera.
—Ten mucho cuidado... No te metas en el camino de Ambrose.
—Ya es muy tarde para eso, Sami.
—Roman... Solo recuerda... Ambrose es sinónimo de problemas.—siguió hablando, incluso si ya no quería escuchar más.— Él solo sabe lastimar a la gente, y tú puedes salir lastimado, Roman...
Permanecí en silencio, para después de un par de segundos soltar una suave respiración sin dejar de mirar a mis pies.
—Gracias por la chaqueta.
Y tras murmurar aquello casi inaudible incluso para mí, abandoné el salón de su taller.
Lo siento, Sami. Pero, como dije, ya es muy tarde para eso.
La luna ya iluminaba el cielo nocturno al otro lado de las persianas, pero no me era de real importancia mientras tarareaba y me dedicaba a buscar las fotos para incluir en el anuario. Comenzaban a llegar las fotos de cada estudiante a nuestro club, por lo que había que trabajar pronto o simplemente no podríamos terminar los anuarios a tiempo y estaríamos en problemas.
—Said she's gonna call but I got nothing at all, Inch by inch, she's got my back to the wall.— canté bajito, concentrado en seleccionar las fotos en la computadora.— Cause she's so bad for me and I can't help it... I can't help it, I can't help it...
Mi voz se perdió en la vacía sala del club, tan solo continuando con mi movimiento de cabeza.
Incluso pasado todo el día, y escuchando la misma canción que solo me hacía pensar en una sola persona, no podía dejar de tener ese nudo en la garganta y el terror comiéndome vivo.
Orton no dio señales de Dean, por lo que seguía preocupado y con el horror de que todo se estaba desmoronando gracias a la llegada de la ex novia del rey de la Lista F.
Decidí no tocar el tema, a pesar de que el escritor y fotógrafo del club me miraron preocupados la mayoría del tiempo que trabajaron conmigo en el anuario. Permanecí en silencio porque era lo único que me contenía de perder el control de mis emociones.
La canción casi terminaba cuando me vi interrumpido por mi celular al vibrar sobre el escritorio.
Lo tomé sin pensarlo, pero me encontré con un número desconocido que me hizo enarcar una ceja.
Sin embargo, respondí de todas maneras apoyando el aparato en mi hombro para continuar con mi trabajo.
—Diga.
—¡Tienes que venir aquí ahora!
Me quedé estupefacto ante ese chillido, sin poder procesarlo en un inicio.
Hasta que la misma angustiada voz resonó al otro lado de la línea: —¡Roman, tienes que venir ahora!
Fruncí el ceño, percatándome finalmente de quién se trataba.
—¿Paige?—murmuré inseguro, a la par en que dejaba de mover mis dedos por el teclado y me concentraba en la llamada.— ¿De qué hablas? ¿Qué es lo que ocurre?
—¡Hablo de Dean, genio!—gritó con exasperación y sarcasmo en su tono.
Eso no evitó que algo dentro de mí reaccionara y mi corazón diera un vuelco.
—Conseguí un trabajo en un bar y hoy es mi primer día y yo...—gruñó para sí.—Cuando llegué él ya estaba bebiendo. Ha bebido un montón desde entonces y ya no sé qué mierda hacer. Está hecho un desastre.
¿Esto era por Renee? ¿Era el efecto que tenía sobre su corazón?
Casi en un suspiro pregunté: —¿Él está solo?
—¿Qué cara...? ¡Por supuesto que está solo!—respondió, sonando como si su paciencia llegaría al límite muy pronto.— ¡Deja de hacer preguntas y ven a ayudarme, por favor!
Incluso si una parte de mí seguía molesta y angustiada por todo, la parte que sentía cosas por Dean era más fuerte.
—Mándame la dirección.—dije, apresurándome por ordenar todo antes de abandonar el club.— Estaré ahí lo más rápido posible. Que no se mueva de ahí.
—Espero que no lo haga, o te juro que voy a darle con una botella de ron en la cabeza.
Ignoré la angustia y furia con la que dijo lo último, finalizando la llamada y moviéndome lo más rápido posible en busca de mis pertenencias. Guardé mis cosas y la chaqueta de Dean en mi mochila, tragando con fuerza al no querer ceder a la preocupación que amenazaba con comerme vivo.
Una vez que recibí el mensaje de Paige con la dirección del bar, tomé rumbo lo más rápido posible en la oscuridad de aquella noche helada.
La música, el olor a alcohol y algunas risas y conversaciones fueron lo que encontré en cuanto abrí la puerta del bar que me indicó el mensaje de la fémina.
Se veía más decente de lo que esperaba, aunque realmente no frecuentaba bares como para ponerme a pensar en ello.
Miré a mi alrededor, buscando de inmediato al castaño que ya comenzaba a ser un constante dolor de cabeza y culo.
No tardé en encontrarle... Y eso fue lo peor de todo.
Varias personas, en su mayor parte chicas ebrias, se encontraban alrededor de una mesa en particular. En esta, un castaño de camiseta negra apegada a su cuerpo y jeans rasgados en sus rodillas bailaba al ritmo de la canción que sonaba a nuestro alrededor. Con una botella de ron en su mano, moviendo sus caderas a la sincronía de la canción y causando que sus admiradoras gritaran con más y más fuerza, provocando una sonrisa desafiante en sus labios.
No me podía engañar, en cuanto lo vi de esa manera sentí que se me saldría el corazón por la boca y el calor se adueñó de mi cuerpo.
Se veía malditamente atractivo y sexy al bailar, lo cual me podría volver loco.
Pero no perdí de vista mi objetivo, por lo que después de salir de mi ensueño y fantasía con Dean, me hice paso entre la gente para alcanzarlo.
Hice lo posible por pasar entre las chicas risueñas y coquetas que rodeaban la mesa, sin empujarlas mucho aunque me apresuraba el llegar pronto hasta el castaño.
Mientras más me acercaba, su melodiosa voz cantando la letra de la canción resonando a nuestro alrededor llegó a mis oídos.
—All I ever wanted, all I ever needed, is here in my arms...—cantaba, sin dejar de mover su cuerpo y hacer gritar a sus espectadoras con la poca piel que se mostraba por su camiseta pegada a su cuerpo y sus pantalones ajustados al va y ven de sus caderas.— Words are very unnecessary. They can only do harm.
La multitud gritó al momento en que mantuvo el tono en la última estrofa, al igual que la voz del cantante viniendo del estéreo.
Sí, se veía endemoniadamente sexy desde ahí y sí, adoraba su voz. Pero no podía distraerme con eso.
Loa chillidos y la emoción de sus admiradoras causaron una sonrisa en los labios del castaño con alborotado cabello, justo antes de que se llevara la botella de ron que tenía en la mano a sus labios y diera un largo trago a esta.
Joder.
Me apresuré por acercarme a la mesa en que se encontraba de pie, incluso si a las chicas no les gustara la idea de que les arruinara el show.
—Dean.—grité su nombre con dureza por sobre la música todavía sonando.—Dean David Ambrose.
Bastó eso para que el ojiazul de pie inevitablemente y algo tambaleante girara en mi dirección, con sus labios aún en la botella con líquido mal oliente, sus cejas alzadas con sorpresa y siendo un milagro que no se tropezara al voltear tan precipitadamente.
— ¡Hey!— exclamó con una sonrisa en su boca y sus ojos oscurecidos cayendo sobre mí.— Qué bueno verte, guapo. Ven aquí y únete a la fiesta ¿sí?
Quería darme una bofetada por la manera en que mi corazón saltó cuando sus labios articularon aquello, no era el momento de fijarme en la forma en que me llamaba.
— No pienso unirme y la fiesta ya se terminó.— dije con brusquedad.— Baja de ahí ahora mismo.
— ¡Vaaaaamos!— alzó su voz, arrastrando las palabras y mirándome desafiante.— No seas aburr...
Dejó la frase a medio terminar cuando quiso acercarse, pero la ebriedad pareció quitarle la noción del espacio bajo sus pies y se desmoronó fuera de la mesa.
Sin embargo, fue una fortuna que me encontrara a tan solo un par de pasos y reaccionara al instante en que vi su bota sobresalir de la orilla de la mesa de madera.
Ambrose cayó entre mis brazos casi con un gruñido, la fuerza del impacto me hizo tambalearme un poco pero conseguí atraparlo y sintiendo tan solo un poco de dolor cuando sus brazos golpearon mi pecho. Pero estaba bien, no en sus sentidos, pero no se había caído como esperaba desde el instante en que lo vi bailando.
Las chicas a nuestro alrededor comenzaron a cuchichear, más de alguna se mostró molesta cuando les agüe la fiesta. Apreté mi ceño y exclamé por sobre la música: —¿Qué están mirando? El espectáculo terminó, fuera de aquí.
Eso fue suficiente para espantar a la multitud, dejándonos a mí y al ebrio chico entre mis brazos completamente solos bajo la tenue luz del lugar.
Solté un suspiro, para a continuación volver a concentrarme en el castaño de cabello más alborotado de lo normal que solo reía mientras me veía.
— Eres muy aterrador cuando quieres ¿sabías?— casi ronroneó con una sonrisa de lado en su boca y sus manos sobre mi pecho.
Fruncí el ceño.
— A mí no me hace gracia.— dije molesto sin quitar mis ojos de los suyos.— ¿Qué demonios crees que estás haciendo aquí? ¿Sabes lo preocupados que nos tienes a todos?
Dean rodó los ojos, pero no apartó sus manos cálidas de mí y no dejé de sostenerlo por la cintura.
— ¿A quién le importa?
— ¿A quién le importa, dices?— bufé.— Eres un idiota ¿lo sabes?
— Necesitaba dejar de sentirme como la mierda.— respondió como niño regañado, evitando su mirada de encontrarse con la mía.
— ¿Y esta es tu forma de hacerlo? Corriendo y escondiéndote en un bar, bebiendo hasta perder la conciencia.
No pude evitar molestarme más con el aroma a alcohol que comenzaba a ser nauseabundo, desde el momento en que su rostro se encontró tan cerca del mío podía sentir el fuerte aroma del ron mezclado con otras variadas bebidas que le hacían verse casi dormido y arrastrar sus palabras de vez en cuando. Una imagen bastante tóxica y que no me agradaba en él.
— Joder.— continué hablando, apretando un poco mis agarres en su cintura y haciendo que me mirara de mala gana.— ¿Cuánto haz bebido, Dean?
El rey de la Lista F hizo una pausa, rodando sus ojos un par de veces, al igual que ladeando su cabeza de un lado a otro, una manera muy infantil de pensar en su respuesta.
— Un par de copas de ron...— respondió, con sus palabras casi atorándose en su voz rasposa.— Unos vasos de esa soda transparente... Vodka, creo que eso era.
— No era soda, imbécil.— gruñí exasperado. Tomé una bocanada de aire, soltándola lentamente antes de continuar.— No creí que fueras tan tarado, Dean. Estás completamente ebrio.
Tampoco esperaba que sus manos se movieran lentamente por sobre mi camiseta, sus dedos acariciaron la piel de mi cuello causándome un breve escalofrío, para luego detenerse en mi nuca, abrazando esta y no dejándome más opción que encontrarme frente a frente con sus ojos azul bebé más oscuros de lo normal.
Su aliento todavía olía a alcohol, pero mi cuerpo comenzaba a tomar el control y las sensaciones en él no me permitían estar en mis sentidos.
Su pecho chocaba con el mío y sus labios estaban a una distancia minúscula de los míos paralizados.
— Tal vez estoy ebrio...— murmuró, sus palabras eran frágiles y casi inaudibles, pero el movimiento de sus labios era lo que me mantenía hipnotizado.— Pero no puedo evitar pensar en lo guapo que me pareces enojado, Rome...
La forma en que sonreía y su pecho cálido se sentía sobre el mío me estaba llevando a la locura.
Tragué con fuerza, incluso si tomaba constantes respiraciones en silencio, eso no evitaba que me encontrara completamente perdido en sus ojos y en la forma que su contacto me hacía sentir.
— Tampoco puedo evitar pensar en lo mucho que me gustaría besarte...— continuó. Mi corazón latía con fuerza mientras murmuraba cada palabra, como si las saboreara junto al sabor a ron en sus labios.— Besarte en lugares que ni te imaginas...
De acuerdo, ya estuvo.
Apreté mis labios y, volviendo de mi ensueño, fui capaz de quitarme sus agarres de encima y rompiendo la especie de hipnotismo en el que me tenía atrapado.
— Okay, ya fue suficiente, Dean.— dije mientras sostenía uno de sus brazos y lo obligaba a mantenerlo por sobre mis hombros.— Ya bebiste demasiado y es hora de ir a casa.
No quería escuchar un no, tampoco lo iba a dejar bebiendo ahí y que terminara en el hospital por intoxicación al ahogar sus penas en ron. Pero no pude evitar escuchar un murmuro entre dientes proviniendo del castaño que se apoyaba de mí como si fuera un animal regañado y herido: — Sigues siendo nada divertido.
— Prefiero ser "nada divertido" y cuidarte.
Dean no dijo nada, dejándome jalar de él con suavidad y haciendo que caminara a la par de mí al acercarnos a la barra.
A lo lejos había visto a aquella pelinegra de piel pálida con su cabello cayendo por sobre sus pechos cubiertos por la tela de un vestido negro que seguía la forma definida de su figura. No me sorprendía el hecho de que todo su físico llamara la atención de aquellos que se sentaban en la barra a pedir un trago, o incluso solo los que pasaban le lanzaban lascivas miradas que a Paige no le parecían importar en lo más mínimo.
La fémina seguía limpiando la superficie de mármol de la barra hasta que alzó la vista y se encontró conmigo, técnicamente, arrastrando a su mejor amigo en su dirección.
El fastidio no tardó en colorear su mirada perfectamente delineada de negro, al mismo tiempo en que sus labios se tensaban por la molestia.
— ¿¡Se puede saber en qué demonios estás pensando!?— gritó la fémina.— Agradece que Roman llegó o te habrías golpeado en la maldita cabezota ¡Podrías haber muerto!— Dean rodó los ojos, a lo que solo lo observé en silencio.— Dime ¿qué mierda estás pensando?
— Estoy pensando en que cierres la maldita boca, no me estoy sintiendo bien.— gruñó casi entre dientes.— Todo está bajo control, no necesito que me cuiden como a un niño.
— Apestas, en serio. Y eso basta para darnos cuenta que tenemos que tratarte como a un niño.
El castaño se veía indiferente de los regaños de su mejor amiga, la cual terminó por soltar un suspiro ya harta antes de volver su mirada cansada hacia mí.
— No sabes lo mucho que te agradezco, Roman. No sé qué habría pasado si no hubieses venido.
— Habría seguido divirtiéndome...
— ¡Tú cierra la boca antes de que te la cosa yo misma!— le gritó al castaño que refunfuñaba como niño pequeño.— Eres un desastre y no voy a perder mi empleo por tu culpa, lo sabes.
Dean parecía querer decir algo, pero solo apretó la mandíbula y volvió a mirar al suelo con su entrecejo fruncido.
— No hay problema, me alegro de haber llegado a tiempo.— dije con una sonrisa en busca de calmar a la fémina.— Pero, Paige ¿sabes desde cuándo ha estado bebiendo?
— Mi turno empezó después de clases, para cuando llegué ya estaba terminándose un vaso de ron y su aliento ya olía horrible cuando me gritó que me largara.— gruñó, mirando al ojiazul incluso si este evitaba todo contacto.— Quise detenerlo en cuanto vi el espectáculo que estaba armando con esas perras ebrias, pero no puedo dejar mi puesto en el primer día y... necesito este trabajo.
Me relamí los labios. Sabía que todo era un desastre y no podía evitar querer regañar a Dean hasta quedarme sin aliento.
Sin embargo, dejé eso para luego y me concentré en mirar a Paige con la mayor amabilidad que podía.
— Quédate tranquila.— dije, llamando su atención de inmediato.— Yo me encargaré de llevarlo a casa y te avisaré cuando esté a salvo.
— Confío en ti, cielo.— sonrió, notoriamente más aliviada.
— Oigan...— susurró el castaño entre mis brazos, haciendo que ambos girásemos en su dirección.— ¿A alguien más le da mil vueltas la cabeza?
Paige bufó con desdén.
— No, solo a ti. Y te lo tienes bien merecido.
— No lo sé...— siguió hablando, al punto en que sus palabras casi se perdían en el lugar mientras apretaba el ceño con notoria molestia y su mano libre se apegaba a su cabeza, el lugar en que estaba su sien.— Estoy empezando a sentirme un poco extraño...
Fruncí el ceño, mirándole un poco preocupado sin permitirle que me soltara cuando sus piernas flaquearon ligeramente.
— Wow, wow...— exclamé, procurando que no se desmoronara en el suelo del bar.— ¿Estás bien, Ambrose?
— Yo...
— ¡Mierda, no!
Justo cuando la alarmada pelinegra trató de hacer algo, Dean se apartó de mi hombro y cayó sobre sus rodillas, lo suficiente para dejar salir el contenido de su estómago y que me quedase paralizado en mi sitio.
Paige soltó una respiración exasperada:— Sabía que esto pasaría. Bebiste demasiado, Ambrose.
Dean se mantuvo así por unos segundos, vomitando y tratando de volver en sí luego de un par de toces y arcadas.
— Esto... es una mierda...— gruñó con su voz casi perdida.
— Eso te pasa por beber tanto.— dije con regaño.— Paige, lo siento tanto...
— Lo sentirás más si no lo sacas del bar ahora.— a pesar de decir eso con poca simpatía, sabía que no lo decía con mala intención. Suspiró, manteniendo sus manos en jarra sobre su marcada cadera.— Yo me encargaré de esto, solo saca su maldito trasero de aquí, por favor.
No dudé en obedecer a su orden, apresurándome por acercarme al moribundo chico que seguía débilmente sobre sus rodillas, manteniendo una de sus manos sobre su boca y la otra sobre el suelo como apoyo.
Con delicadeza estiré mi mano hacia él, agarrando suavemente uno de sus tensos pero temblorosos brazos.
— Vamos, amigo.— murmuré, a la par en que enredaba mis dedos en su brazo.— Es hora de irnos.
No le escuché decir nada, solo dejó que jalara de su brazo para que se colocara de pie sobre sus temblorosos pies y volviera a guiarlo fuera del bar.
No era sorpresa que terminara de esa manera, en especial tomando en cuenta todas las horas que se las pasó bebiendo un vaso de alcohol tras otro.
Joder, Dean. ¿En qué demonios estás pensando?
Logré que nuestros pies tocaran el pavimento a las afueras del bar, sin dejar de tirar de su débil cuerpo para que caminara a mi ritmo en dirección al estacionamiento donde había dejado mi auto.
— Dejé mi moto por allá...— murmuró casi entre dientes, arrastrando las palabras una vez más.
— ¿Qué? ¿Piensas conducir?— bufé con cierto sarcasmo.— Sí, claro. Ni en un millón de años.
— ¿A dónde... me llevas entonces?
— Te llevaré a tu casa, tú dormirás en el camino y me harás caso en todo lo que te diga.
Por alguna razón, él sonrió.
— Sí viniste a buscarme después de todo ¿verdad?
No quería discutir con él, sabía que perdía mi tiempo. Solo rogaba que se quedara dormido o que simplemente no terminara intoxicado.
Ignoré su adorable sonrisa, siguiendo nuestro camino sobre el asfalto ligeramente mojado hasta detenernos frente a mi camioneta.
Me las arreglé para abrir la puerta del copiloto y soltar suavemente el agarre que tenía en Dean, teniendo suerte en que no se cayera una vez más.
— Entra al auto.— le ordené.
Pero sus ojos ahora estaban en mí, observándome con un brillo que solo me hizo poner nervioso.
— No me mires con esa cara.— exclamé.— Te llevaré a tu casa y...
Hice una pausa, estirando mi brazo levemente por sobre el asiento y alcanzando la botella de agua que usualmente llevaba en la guantera.
— Y serás un adulto responsable y te beberás esto.— insistí en tanto le alzaba la botella con agua ante sus ojos ahora sorprendidos.
Dean no tardó en tomar el objeto de entre mis manos, para luego sonreír conmovido al igual que minutos atrás.
¿¡Qué demonios le ocurre!?
— Eres tan adorable.— alargó con esa mueca y sus mejillas ligeramente enrojecidas.— Si me bebo esto ¿te quedarás conmigo?
— No, estás ebrio.— respondí sin dudar, soltando un respiro.— Bébelo, por favor.
No tuve más problemas desde ahí, Dean comenzó a beber tragos de agua aunque siguiera hablando tonterías y sonriéndome de esa manera rara mientras conducía en silencio. Yo hacía mi mayor esfuerzo por mantenerme calmado ante la situación y rogando que no pasara de nuevo lo del bar.
— Le debes un gran favor a Paige luego de lo que hiciste, Dean.— comenté, rompiendo ese lapso de silencio entre nosotros.
— Ya lo sé...— respondió casi en un gruñido, moviendo su cabeza en mi dirección y apegándola contra el asiento al mirarme con sus ojos azules.— Pero ella no lo entiende...
— ¿Qué es lo que no entiende?
— Lo que siento ahora mismo.— continuó rápidamente, a la par en que soltaba una pequeña risa, casi iracunda.— ¿Sabes lo que se siente tener el corazón tan destrozado que esperes que cualquier cosa solo te quite ese dolor? ¿Por qué solo puedo sentir dolor ahora? Es un asco.
Sentí como mi cuerpo se tensaba, por lo que solo pude apretar la mandíbula y rodear con más fuerza el volante con mis dedos.
— Siempre la amé ¿sabías?— continuó hablando, tan solo ganándose mi atención por el rabillo de mis ojos.— Quería ser alguien mejor para ella, dejar de ser el imbécil por el cual siempre la juzgaban... Quería pasar el resto de mi vida junto a Renee.
No podía engañarme a mí mismo, esto dolía.
Dolía incluso más que el mentirme a mí mismo al decirme que no lo hacía.
Incluso si sentía mi garganta en un nudo y que mi pecho dolía, me atreví a preguntar:— ¿Qué es lo que te detuvo a hacerlo?
Sabía la respuesta... pero dudaba de la fuerza que esta tenía.
Sí, Renee engañó a Dean. Pero nunca supe qué tan fuerte fue ese golpe para él.
Y lo peor... Si es que ese dolor seguía ahí y yo solo era... Un reemplazo.
Dean rió ligeramente ante mi pregunta por alguna razón, negando con la cabeza antes de volver su cabeza hacia mí.
— Ella me engañó, viejo. En mi propia cara, siempre lo hizo.— Tal vez... Tal vez Renee nunca me amó de la manera en que yo lo hice.— se encogió breve y lentamente de hombros.— Sí, tal vez dependía mucho de ella, pero era porque ella era la única que había tenido fe en mí incluso cuando ni yo la tenía, cuando nadie la tuvo en realidad.
Yo la tenía, Dean...
— Hice mucho por ella.— siguió.— La acompañaba a sus clases extra de arte, trataba de hacerla feliz, cantaba nuestra canción...
— ¿Su canción?
No noté que lo había interrumpido hasta que volteé mi mirada hacia él, encontrándome directamente con sus ojos. Una sonrisa de lado comenzó a crecer lentamente en sus labios.
— Ya sabes, esa canción genial que siempre canto cuando estoy en el club. Esa... ¿Cómo se llamaba? Ugh... No puedo recordarla...
Por favor, no esa canción. Esa canción no.
Un tarareo empezó a salir de sus labios, moviéndose levemente hasta que este fue audible a mi alrededor.
—...gonna call but I got nothing at all, inch by inch, she's got my back to the wall. She's so bad for me and I can't help it...— cantó, con su voz volviéndose más y más un susurro.—I can't help it, I can't help it...
Dean tenía el corazón roto, no sabía cómo eso se sentía.
Hasta ese momento.
— Creí... Creí que esa era nuestra canción.
Dean no pareció escucharme decir eso, por lo que el resto de camino a su casa fue en completo silencio.
Pero en mi interior, solo sentía que me hacía mil pedazos que no podría reconstruir fácilmente.
Subimos las escaleras, Dean solo reía cuando sus pies se resbalaban en los escalones de vez en cuando pero yo seguía ahí para sostenerlo. No tenía nada que decir.
Encaminé al todavía ebrio castaño hasta su habitación, siguiendo nuestro camino hacia la cama tan desordenada como recordaba.
— Bien...— murmuré por primera vez en ese lapso en que permanecí callado.— Deberías dormir un poco, mañana te sentirás como la mierda, te lo garantizo.
Me dispuse a apartarme de su espacio en cuanto Dean se encontró sentado en su cama, pero rápidamente fui jalado de la chaqueta hasta que mi cuerpo volvió a estar a solo centímetros del suyo.
Sus ojos se quedaron en los míos, mientras que sus labios tentadores se movían ligeramente en la búsqueda de palabras.
— ¿Qué hay de ti?— murmuró casi desde el fondo de su garganta, con su voz sonando rasposa y causando una sensación eléctrica a lo largo de mi espalda.— ¿Vas a quedarte conmigo?
— Yo...
Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, mis labios golpearon los suyos en un beso para nada suave. Era un contacto desesperado, haciéndome soltar un jadeo pero solo atrapándome más en lo tentador del contacto.
Los labios de Dean sabían a ron, tal como esperaba, pero el embriagador sabor solo causaba aquella sensación tan extraña y placentera que recordaba desde el momento en que nuestros labios se tocaron por primera vez.
No pude evitar seguirle la corriente.
Mis manos se movieron lentas e inseguras por su cuerpo, teniendo cuidado de no aplastarlo con mi cuerpo a causa de la posición en que nos encontrábamos. Mis dedos extendidos recorrieron sus costillas, bajando por cada centímetro de su cuerpo hasta llegar a sus piernas. Con algo de brusquedad, jalé de estas para que se enredaran a los lados de mi cadera, sin dejar de recorrer sus labios con mi lengua y dejar que él apegara una de sus manos a mi nuca para mantenerse en equilibrio.
No podía detenerme, era como si la tristeza siguiera en mi corazón pero mi cuerpo no lo sintiera.
Mi piel quemaba, mis manos apretaban ligeramente sus muslos y sentía la calidez recorrerme de los pies a la cabeza.
Fue entonces que sentí la mano libre de Dean recorrer nuevamente mi pecho, moviéndose lenta y tortuosamente hacia abajo hasta llegar a mi entrepierna. Su mano tocó mi miembro algo abultado bajo mis pantalones, haciéndome soltar un inevitable gemido entre nuestros labios todavía juntos.
No... Esto estaba mal.
Aunque sonara imposible, logré separarme de aquel apasionado contacto, encontrándome con los inquisitivos ojos de Dean y sintiéndome como un real idiota.
— Rome...— habló casi en un susurro.— Rome, por favor...
— No.— rápidamente hice sus manos a un lado tratando de no ser brusco. A continuación me levanté como pude de las colchas, quedándome en pie a un lado de la cama.— Esto no está bien...
Sentía mi garganta apretada, al igual que la tristeza nuevamente expandiéndose por mi pecho con tan solo ver aquellos ojos azules buscando una respuesta mía.
— No quiero esto, Dean. No así.
No cuando soy solo un reemplazo usado por despecho.
Pensé que solo lo pasaríamos por alto, que solo había sido un error. Pero mi sentí cómo mi corazón era estrujado al momento en que escuché un sollozo provenir del castaño que ahora mordía sus labios y mantenía su mirada baja lo mejor posible.
— ¿Qué...?— murmuré paralizado.— ¿D-Dean, qué es lo que...?
— Lo lamento.— susurró entre otro sollozo.— Soy un completo hijo de puta, Roman. Perdóname...— su voz se perdía, siendo casi un agudo susurro que amenazaba con romperme el alma.— Por favor... Perdóname, Roman...
— Hey.
Sin pensarlo dos veces, volví a acercarme. Tomé asiento sobre la cama nuevamente, no perdiendo tiempo en atraer al castaño hacia mí y refugiarlo entre mis brazos.
Dean apegó su rostro a mi pecho, sintiendo cómo lloraba y sollozaba con fuerza, solo pude mover una de mis manos hacia su cabeza y dejar suaves caricias por su cabello alborotado.
— Lo siento, Roman... De verdad que lo siento mucho...
— Está bien, Dean.
— No...— gruñó entre otro sollozante hablar.— No está bien, solo te he estado lastimando.
No quería seguir hablando del tema, mi corazón ya dolía suficiente y terminaría llorando como él.
Pero ¿por qué esto dolía tanto?
Sabía que sentía algo por Dean pero... Parecía ser más fuerte de lo que creí.
Lo supe ya que, con su rostro lleno de lágrimas y humedeciendo mi camiseta cuando lo mantuve entre mis brazos, sentía como si mi corazón doliera con cada uno de mis pensamientos.
Desearía que sonriera porque estoy a su lado, no que llorara por la perra que le destrozó el corazón... Incluso, me gustaría que llorara por mí en lugar de Renee.
Suena enfermizo, lo sé. Pero eso solo me hace reaccionar y encontrar lo que busco, estoy celoso. Y lo estoy porque me gustaría que él supiera lo mucho que quería besar sus labios y aliviar su dolor.
Acaso... ¿Era este el efecto Ambrose?
— Yo... Quiero que te quedes conmigo por siempre, Roman...— murmuró, con su voz todavía víctima del llanto y los sollozos.— Yo te amo.
Las últimas palabras consiguieron que algo dentro de mí se agitara, era como si cada parte de mi ser se volviera un desastre.
Era felicidad, mezclada con dolor, con ansia y nerviosismo.
Algo que nunca antes sentí.
Pero no podía evitar dudar de sus palabras. No podía olvidar esto, ya que la razón de que nos encontrásemos ahí era... Renee.
Y el corazón de Dean parecía pertenecer a ella, no a mí.
No pude hacer nada más que apartarme suavemente de su lado, empujándole delicadamente hasta que se tumbó en la cama y pude cubrirlo con las colchas. El llanto poco a poco se había detenido y sus párpados parecían hacerse pesados.
Sonreí, seguía viéndose adorable.
Yo te amo.
Con aquella dolorosa sonrisa llena de remordimiento y lástima por mí mismo, acerqué mi mano hasta la cabeza de Dean, dejando una suave caricia antes de susurrar casi inaudible: —Desearía que fuera así, Dean.
Rápidamente besé la frente del castaño, dándole una última mirada a su cuerpo dormido bajo las colchas antes de abandonar la habitación con el corazón pesado y mis sentimientos en un huracán que no sabía cómo controlar.
Bajé las escaleras lo más rápido que pude, dispuesto a tan solo desaparecer y hacerme cargo de lo que oprimía en mi pecho. Sin embargo, al cruzar la puerta de entrada y cerrar esta no me imaginé encontrarme a unos pasos de aquella chica de cabello rubio cubierto por una gorra y abrigo verde viéndome con sorpresa.
Definitivamente no quería hablar con ella. Solo me causaba celos, furia y un insoportable dolor en el corazón.
— Roman, por favor escúchame...
Pero ella ya caminaba hacia mí cuando yo proseguía con mi camino.
— No quiero escuchar nada de lo que tú digas.— escupí sin amabilidad alguna.—No me interesa, Renee.
— Tengo mis razones y sé que las entiendes.— insistió, haciéndome girar con el ceño aún fruncido. Ella me miró, abriendo su boca pero soltando una respiración exasperada.— Yo siempre querré a Dean ¿de acuerdo? Es solo que él dependía mucho de mí, incluso demasiado.
Me mantuve en silencio, escuchándola con mis labios en una línea y mis manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta.
— Dean no tenía sueños, ambiciones, nada que lo hiciera especial y...
— Él es especial, Renee.— la interrumpí bruscamente.— Eres una tonta si no te das cuenta de eso.
— Toda su vida era yo, Roman.— agregó, incluso alzando su tono de voz.— Parecía que no hubiese nada más para él y... Yo no podía vivir con eso.
No dudé en apretar la mandíbula y acercarme amenazador hacia la rubia.
— ¿Y decidiste engañarle mientras él te amaba con toda su alma?
Renee volvió a suspirar exasperada, como si no lograra explicarse.
— Roman, él es muy inestable e inseguro y yo...
— No, Renee.— la detuve.— Lo entiendo, entiendo a lo que quieres llegar.— negué con la cabeza.— Lo conozco, sé que es una persona inestable y tiende a apoyarse en el resto, a veces demasiado... Pero eso no te dio el derecho de romperle el corazón.
Mis palabras parecieron ser como una bomba para ella, golpeándola al punto del holocausto y solo mirándome sin habla.
No dudé en agregar:—Espero que no vuelvas a cometer ese error. Porque te juro que protegeré a Dean con cada fibra de mi cuerpo... Incluso si tengo que protegerlo de ti, Renee.
Seguí mi camino, dejándola atrás y diciéndome que no me detendría.
Eso con tal de que nadie viera mi labio temblar y las lágrimas deslizándose por mi rostro mientras caminaba hacia mi camioneta y me permitía llorar todo el camino de vuelta a casa.
Al día siguiente era un completo desastre.
La tristeza no me había dejado dormir nuevamente y sentía que golpearía a alguien en cuanto se atrevieran a colmarme la paciencia.
Caminaba por los pasillos, evitando cualquier contacto visual con tal de llegar pronto al club y solo refugiarme en el trabajo del anuario.
No había visto a Dean en todo el día, ni durante las clases ni en los pasillos. Por un lado, prefería que fuera así.
No me sentía listo para verle la cara, ni mucho menos para hablar sobre lo ocurrido.
Yo te amo.
No podía dejar de escuchar su voz en mi cabeza repitiendo aquellas palabras, pero solo aumentaban la tristeza y la ira en mi interior.
Apresuré mi paso, diciéndome a mí mismo que dejara de ser un idiota y simplemente hiciera lo que tenía que hacer.
Ser el capitán del club y el respetable rey de la Lista A. Así tuvo que ser siempre, en lugar de involucrarme en un montón de juegos.
Cuando finalmente llegué al club, abrí la puerta sin titubeo alguno, entrando al salón sin mirar nada más que mis zapatillas.
No obstante, bastó que mis ojos se encontraran con el chico de cabello castaño sentado sobre su escritorio para que quisiera salir corriendo del club y mandar todo al diablo.
Giré sobre mis talones, dando marcha atrás.
— Roman, no.
— No quiero hablar contigo.
— Pero yo contigo sí, no te vayas.— insistió, solo haciéndome apretar la mandíbula.—¿Podemos hablar?
— ¿Para qué?— exclamé irritado, dejando ir el picaporte y volviendo a verlo con mi entrecejo ya fruncido.— ¿Por qué debería escucharte? Es inservible ¿no crees?
Dean, de pie a varios pasos de mí con sus hombros rendidos y unas gafas de sol puestas, bajó la mirada a sus pies, relamiéndose sus labios con notorio nerviosismo.
— ¿Sabes qué? Déjame hacerte otra pregunta primero.— continué, dejando que la ira se adueñara de mis palabras.— ¿Acaso te importé alguna vez? ¿O solo fui un puto reemplazo para tu ansiedad y tu maldito corazón roto?
— ¿Qué...?— parecía paralizado por alguna razón.— ¿De qué estás hablando, Roman?
— No te hagas el tonto, Dean. Ya no lo voy a creer.— negué con furia en mi mirada.— Ni siquiera entiendo qué haces aquí si nunca te importé en lo más mínimo.
El castaño se quedó en silencio, uno casi eterno entre nuestras miradas. Se veía como si se hubiese quedado congelado, a excepción que su pecho se movía constantemente por sus respiraciones.
O eso creí hasta que una de sus manos se movió hasta las gafas de sol que tenía puestas, quitándoselas y abriendo los ojos cuando volvió a dirigirse a mí.
El ver sus ojos rojos e hinchados fue como si me dieran una patada en el estómago.
— ¿Crees que estaría aquí si no me importara?— comenzó a decir, con su tono de voz firme y brusco. Sonaba molesto, pero no podía estarlo más que yo.— ¿Acaso crees, Roman, que habría pasado la noche entera sin dormir porque no podía dejar de llorar desde que te fuiste anoche?
No podía decir nada, simplemente mirarle con mi ceño fruncido y el corazón herido doliendo en mi pecho.
— ¿Por qué dices todas esas cosas?— preguntó, dejando que su voz fuera suave pero solo me lastimara más.— Recuerdo... que te dije un par de cosas y yo...
— Básicamente... — lo interrumpí nuevamente, ganándome su mirada volviéndose cada vez más destrozada mientras la mía solo expresaba la ira con la que me protegía de ser aún más lastimado.— Hablaste de lo mucho que amabas a Renee, de cómo te destrozó el corazón y cómo querías estar con ella por el resto de tu vida.
— Eso no es verdad...
Ya estaba harto de mentiras, me hacían sentir enfermo.
Este efecto que tenía sobre mí no era más que una fantasía, una farsa en la que solo fui el maldito reemplazo para el corazón roto de Ambrose.
¿Cómo es que pude ser tan idiota?
— Roman, por favor. Nada de lo que crees es cierto, puedo explicarte...
— Te quiero fuera de aquí.
El ojiazul se quedó en silencio, mirándome perplejo y perdiendo el color en su rostro ante lo que había dicho.
Mi corazón dolía y quería llorar, pero me decía a mí mismo que lo mejor ahora...era ser el rey de la Lista A.
— Quiero que abandones el club desde hoy.— repetí.
— ¿De qué hablas?— preguntó, casi con una risa nerviosa.— Roman... ¿me estás expulsando del club?
— Tu castigo se cumplió desde hace un tiempo, ya no estás obligado a quedarte con nosotros.— me encogí de hombros con lentitud, a la par en que tomaba una bocanada de aire con tal de mantenerme fuerte.— Eres libre, Ambrose.
— Roman...
Pero no di marcha atrás, con mi decidida e impenetrable mueca me acerqué a la puerta, abriéndola para él en señal de que no había vuelta atrás a mi decisión.
No lo mires.
Si lo miro... sé que me destrozaré.
Yo te amo.
Eso es una mentira. Él ama a alguien más.
— Bien.— habló luego de una pausa. Escuché cómo tomaba su mochila del escritorio y se la colgaba al hombro, tomando los lentes de sol también.— Haz lo que quieras, Lista A. Me largo de aquí.
Tragué con fuerza, escuchando sus pisotones por la alfombra del club y acercándose a la puerta que mantenía abierta. Pero el castaño se detuvo, y no pude evitar sentir su mirada sobre mí.
— Por cierto, Reigns.— aunque me arrepentiría luego, levanté la mirada hasta su rostro. Encontré seriedad, aquella mueca de hastío que lo caracterizaba desde antes de hacernos amigos.— Cuando ayer dije que te amaba... Hablaba en serio.
Sin más, el ojiazul atravesó el umbral de la puerta y se alejó a pisotones del club.
Una vez que lo escuché lejos, cerré suavemente la puerta, girando el pestillo y quedándome de pie por un par de minutos incapaz de mover un músculo.
Lo dijo en serio... ¿Cómo se supone que confíe en eso ahora?
Mi cuerpo se movió por instinto, desde el momento en que lancé mi mochila al suelo y dejé que todo lo que había al interior se desparramara, hasta el momento que avancé entre sollozos hacia mi escritorio y comencé a tirar libro tras libro al piso con furia en busca de algo de calma.
Pero ya no podía engañarme. El rey de la Lista A era un chico organizado, libre de preocupaciones y solo era eso, el rey de una lista sin sentido.
Ya no me sentía como esa persona, había sido víctima del efecto de Dean Ambrose. Ahora sufría los daños colaterales de ello.
Terminé dejando mi escritorio hecho un desastre, los libros estaban desparramados, había rasgado varias hojas y nada quedaba, incluso había roto el florero en el antiguo escritorio de Ambrose por accidente en mi rabieta.
Mis ojos ardían y sentía las lágrimas mojándome la cara aunque no sollozara por un momento, hasta que mis ojos cayeron en mi mochila con su contenido disperso a mis pies. Mi mirada cayó especialmente en aquella chaqueta completamente nueva de la talla del rey de la Lista F, la chaqueta que no fui capaz de entregarle y probablemente no podría hacerlo jamás.
El simple pensamiento acabó conmigo, mi rostro cedió a los sollozos y solté un jadeo al dejarme caer sobre mis rodillas soltando lágrima tras otra.
Abracé aquella chaqueta contra mí mientras lloraba, rogando que el efecto Ambrose pasara tarde o temprano.
Lo sé, lo sé. De la felicidad nos fuimos a la gran mierda :) Pero, hey, ¿qué es una buena historia sin drama? Especialmente List A.
Si les hace sentir mejor, ya tengo la idea del siguiente capítulo y sé que les gustará mucho.
Espero disfrutaran de este capítulo que me quedó bien largo y que no me maten por todo esto. Piénsenlo, si me matan, no sabrán en qué termina todo ;)
-Rock.
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