Prólogo: Sueños que se vuelven realidad
[...] No quiero estar deprimido, solo quiero sentirme vivo, y ver tu rostro otra vez [...]
—Echo, Jason Walker.
Pese a que los viernes eran los días en los que el descanso semanal comenzaba, para Lumine era el peor día de la semana. Comenzando por su jornada laboral de seis horas más el tiempo extra que siempre se las arreglaba por tomar; el estrés de tomarse un respiro para tomar una buena taza de café, porque lo necesitaba con urgencia cuando había salido de casa sin desayunar; sin mencionar las facturas atrasadas que debía pagar para que no le cortaran el servicio del gas. Este viernes en especial, era por mucho el más estresante del mes.
Añadiendo a eso, el cumpleaños de Paimon era hoy y aún no le había podido comprar nada, pues no tenía el dinero suficiente . Al imaginarse la expresión decepcionada de su querida hija, se sintió como la peor madre del mundo. La niña no se merecía eso, no viniendo de su propia progenitora.
Por fortuna, la hora de la salida se aproximaba y, Lumine hizo todo lo posible por no mirar cada dos segundos el reloj de pared instalado en su lugar de trabajo, tenía a un lado a Ningguang, su compañera de trabajo, que parecía estar absorta en su propio trabajo.
Sin percatarse, una taza de té de manzanilla fue dejada en su escritorio y la rubia miró en dirección a la persona que la había dejado. Se encontró la expresión comprensiva de su otra compañera, Beidou.
—Anda, bebe —le dijo mientras se sentaba en su cubículo—, te ves muy tensa, te hará bien.
Agradeció en voz baja por el gesto e hizo lo que la castaña le dijo. No era muy fanática del té, pero al menos esperaba calmarse un poco de todos los pensamientos intrusivos. No sabía lo rígida que se hallaba, hasta que la mano de Ningguang se posó sobre su hombro, brindándole la tranquilidad que necesitaba.
—Tranquila. —Su dulce voz sonaba casi medicinal—. Zhongli se preocupará si te ve con esa cara.
Tragó saliva al pensar en su jefe. Estaba segura de que si la miraba con esa expresión sombría en el rostro, se haría la idea de que estaba enferma y la mandaría a descansar mínimo una semana. Ella no necesitaba eso, no ahora que se venían tantos gastos.
Respiro hondo, dándole otro sorbo a su bebida.
—Gracias, chicas. No sé qué haría sin ustedes.
Las dos mujeres se miraron entre sí con una sonrisa, volviendo a su lugar de trabajo y terminando los pendientes del día, hasta que llegó la hora de salida. Lumine se estiró en su propio asiento, dando por terminado el día y se despidió de sus compañeras con un cálido saludo, dirigiéndose al centro comercial en busca de un regalo no tan costoso para su pequeña hija. Sin embargo, su presupuesto era muy escaso, por lo que descartó la mayoría de locales en los que vendían artículos para niños.
Dejó escapar un largo suspiro, sacando el poco dinero que cargaba consigo. A veces odiaba que fueran los martes los días de pago, pues ya se había gastado casi todo lo su sueldo pagando deudas que no se saldaban; ulteriormente gruñó, dándose cuenta de que sólo le quedaban cinco dólares de sobra. Con ese dinero jamás podría comprarle un regalo decente a su hija.
Quiso llorar. A veces —siempre— extrañaba la vida que tenía antes, cuando ella y el padre de su hija vivían felices y enamorados, cuando nació Paimon y fueron los mejores días de su vida, hasta que por un trágico accidente, el destino decidió arrebatárselo. Cinco años. Cinco malditos años habían pasado y aún lo recordaba como si hubiera sido ayer; Paimon era muy pequeña como para recordar a su padre, empero, siempre miraba las fotografías en las que él aparecía y le hacía preguntas que aún no podía responder. Sí, sabía que estaba muerto, pero no sabía lo que significaba estar muerto.
Desechó sus pensamientos agitando la cabeza. No era el momento de pensar en esas cosas cuando ya comenzaba a anochecer y aún no tenía un regalo para su hija. Como si una luz la guiara, miró un establecimiento donde vendían artículos a un precio asequible. Casi se regañó por tener que acudir a un lugar donde parecía que las cosas eran de segunda mano, no obstante, se repitió mentalmente que solo sería este año. El próximo, sin duda compraría un mejor obsequio. Además, se había encargado de criar a Paimon con las ideas materialistas fuera de su cabeza.
Al entrar, una mujer de edad avanzada la saludó cortés y le habló con el monólogo del establecimiento. Lumine la saludó de vuelta y se dirigió a los pasillos a echar un vistazo. Sus esperanzas por comprar algo se hicieron añicos al ver que todos los artículos sobrepasaban su presupuesto. Ni siquiera los objetos de segunda eran baratos.
Gruñó, desesperada por no encontrar nada de acuerdo a sus expectativas. Contempló salir del local, hasta que vió al fondo del pasillo, una sección de objetos en remate. Hubiera pasado de largo, pero cada vez era más tarde y sus opciones se agotaban, por lo que con un suspiro, se dirigió al pequeño estante donde se exhibían las cosas de remate. Frustrada, frunció los labios en una mueca, nada la convenció. ¿Qué haría Paimon con un joyero en mal estado? ¿O con la punta de una lanza que se veía sumamente filosa? Ni loca dejaría a su hija jugar con esa cosa de dudosa procedencia.
Estuvo a punto de rendirse antes de mirar sobre la esquina izquierda del estante, justo al fondo del local. Había una bonita lira de juguete que parecía estar bien conservada, a comparación de todas las cosas ahí; las cuerdas se notaban resistentes y los detalles gravados en la superficie de madera eran bastante hermosos. A Paimon le encantaba la música, de seguro que esto le gustaría.
Lo que le pareció extraño, era que este instrumento se notaba costoso por donde mirase, sin embargo, su precio apenas alcanzaba los noventa y nueve centavos y se hallaba justo en un lugar donde era muy difícil de ver a simple vista. Resultaba muy contradictorio, si le preguntaran.
Le restó importancia, tomando entre sus manos la lira y dirigiéndose lo más pronto posible al mostrador. Por alguna razón, tenía una sensación extraña y nada agradable desde que había entrado, por lo que quería salir lo más pronto posible de ahí.
—Finalmente... esa cosa se va de aquí.
—¿Perdón?
—¿Pago con tarjeta, o efectivo?
—E-efectivo.
La encargada le entregó el ticket de compra y le sonrió de una manera que le dió escalofríos. Mientras salía del lugar, Lumine juró que la había escuchado decir algo con respecto a la lira y lo agradecida que estaba con los dioses por haberse deshecho de ella, lo que la hizo dudar de su decisión. ¿Había hecho bien al comprar el instrumento? Después de todo, un objeto que parecía de sumo valor y se encontraba en remate no podía ser sino sospechoso. ¿Y si estaba maldita? No, ¿y si se había usado en el asesinato de alguien? Peor aún, ¿y si estaba maldita porque se había usado en el asesinato de alguien?
Jadeó, imaginándose toda una escena donde un músico psicópata acechaba a su víctima —su rival musical, mucho más talentoso en la mente de Lumine— desde las sombras, producto de su envidia, para al final saltar por detrás y golpearlo en repetidas ocasiones hasta moler su cráneo, riendo como un verdadero desquiciado mientras sonaba esa música aterradora que ponían en las películas de asesinos. Pero eso no era todo, porque el alma de la pobre víctima no había tenido el descanso eterno y en cambio, decidió maldecir la lira y a todo aquel que la tuviera en su posesión como venganza. ¡Oh, no! Paimon estaba en peligro y...
«Aterriza, Lumine. Solo está en tu cabeza».
Suspiró con una mano en el pecho. De nuevo estaba soñando despierta con cosas que eran imposibles de ocurrir, pero nadie podía culparla, últimamente se había encontrado debajo de mucho estrés, además de tener recurrentes pesadillas en las que habían seres horripilantes que nunca antes había visto y que, incluso se atrevió a dibujar en un arranque de ansiedad. Aunque eso no era todo; en sus sueños, había una persona sin rostro que le cantaba, con el sonido de lo que parecía ser una flauta de fondo, calmándola al instante de todo el disturbio provocado por esos monstruos. Lumine solo era capaz de mirar su ropa extravagante, antes de levantar la vista a sus labios delgados y húmedos mientras escuchaba un «estoy aquí» de su parte. Entonces sabía que nada malo iba a pasar.
Era extraño que las pesadillas se convirtieran en un dulce sueño justo antes de despertar. Sin embargo, el sentimiento de inquietud no cesaba. Era como si tuviera el presagio de que algo muy malo estaba por ocurrir, como cuando el padre de su hija se despidió de ella el último día que lo vio con vida. Y se le heló la sangre. Recordar ese evento traumático solo le provocaba una jaqueca terrible que duraba días. No quería eso, al menos no hoy.
Se dió ánimos antes de continuar. Algo bueno de todo eso, era que por lo menos le sobraba el dinero suficiente para llevar el regalo a envolver y darle una mejor presentación; así que no lo dudó más y fue a donde una linda chica decoraba regalos y pidió una caja acorde al tamaño de la lira, junto a un gran lazo de color rosa, el color favorito de su hija. Las manos hábiles de la jovencita pronto hicieron su magia y el obsequio se vio bastante presentable, considerando lo poco que le había costado el instrumento.
Pagó lo necesario, esta vez dirigiéndose a su hogar con un mejor semblante. Al final, había podido comprarle algo que podría gustarle sin descuidar sus otros gastos, inclusive, le sobró algo de dinero que estaba destinado a su alcancía de ahorros. No podía sentirse más satisfecha.
El camino a casa fue rápido, pero aburrido. El cansancio acumulado de toda la semana comenzaba a hacer mella en su cuerpo; cuando se sentó en el asiento del tren, el sueño la invadió como ninguna otra noche, quería dormir hasta mañana a mediodía, no obstante, aún estaba Paimon esperando por su regreso, por lo que esas sensaciones debían esperar. Tenía que mostrarse jovial y energética.
Llegó a casa más tarde de lo que había calculado. El cielo ahora se encontraba oscurecido en su totalidad y los faroles de las calles ahora reemplazaban la luz natural. Con desgano, subió las escaleras de su edificio de apartamentos —hombre, ¿por qué no había un ascensor?— y procedió a sacar las llaves.
—¡Lumine! Qué grata sorpresa. ¿Cómo estás?
La voz masculina de su vecino la detuvo antes de abrir la puerta. Sonrió con cordialidad, dejando la labor de lado.
—Buenas noches, Tartaglia —saludó—, estoy bien, gracias por preguntar, ¿qué tal tú?
—Intrigado. —Señaló la caja entre sus manos—, ¿Algún admirador secreto?
—¡Oh, no, de ninguna manera! —Se rio divertida—. Es para Paimon, hoy es su cumpleaños.
Aquella respuesta pareció calmar al pelirrojo, quien se rió de su propio error. Para Lumine, no era un secreto que le gustaba a su atractivo vecino, se lo había dicho en múltiples ocasiones, sin embargo, ella no se atrevía a darle una respuesta positiva, pues aún pensaba en el padre de su hija.
—Bueno, dale mis felicitaciones —dijo casual, recargándose en la pared del pasillo—. Un día de estos le compraré un obsequio.
—¡Oh, no, no tienes por qué...!
—Lumine —interrumpió, está vez más serio—. Quiero hacerlo... Además, me gustaría tener una excusa para volver a ver a su bella madre.
La rubia negó con la cabeza ante la coquetería del hombre. Siempre era así: se saludaban, tenían una breve conversación y Tartaglia lanzaba sus comentarios destinados a hacerla sonreír o negar de forma irónica. Era un tipo adorable.
—¿Ya me dirás cuándo es el día en que me aceptes un café?
Tal vez debería darse otra oportunidad en el amor y, ¿qué mejor que hacerlo con Tartaglia? El hombre era dulce, atento y sus intenciones no eran más que buenas; Paimon lo adoraba y ni hablar de lo mimada que estaba por él. Parecía como si en realidad él quisiera ganarse su cariño y no solo lo hacía por ella, sino porque la niña de verdad era una de sus adoraciones. Sabía que tenía hermanos pequeños, había visto al menor, Teucer, con él alguna vez y le conmovió hasta los huesos la forma en la que lo trataba. Como todo un hermano mayor.
—Un día de estos, te lo prometo.
Primero necesitaba cerrar ese ciclo doloroso de su pérdida, antes de lastimar los sentimientos de cualquier pretendiente.
—Lo esperaré con ansias —le respondió con una sonrisa cautivadora—. Nos vemos, Paimon te debe estar esperando.
Era verdad, la niña debía estar impaciente por su regreso. No aguardó más tiempo y se despidió de su vecino con un simple «hasta luego» y se adentró al apartamento donde vivía. En un santiamén fue recibida por dos pequeños brazos que le rodearon la cintura tan pronto como cerró la puerta principal.
—¡Mami, llegaste!
Si no hubiera sido por la caja que sostenía entre sus manos, Lumine habría devuelto el abrazo y cargado a su hija; pero esta vez se conformó con recibir la calidez de sus diminutas manos rodearla con tanto amor. Sonrió enternecida, cambiando el peso de la caja a su diestra y acariciando la cabeza albina de Paimon con delicadeza, para después tomarla de la mano y guiarla hacía adentro.
—¡Mira lo que te traje! —Agitó la caja para llamar su atención.
—¡¿Es mi regalo?! —La pequeña sonó mucho más emocionada que antes—. ¡¿De verdad?!
—¿Creíste que no lo haría? Tu regalo de cumpleaños es lo más importante del mundo.
La niña le regaló una enorme sonrisa junto a un ruido emocionado, tomando entre sus manos la caja que le ofreció su madre. Estuvo a punto de abrirlo, sin embargo, una tercera voz la detuvo:
—Ni te atrevas a abrirlo. No hasta que soples las velas de tu pastel.
—¡Xiangling! —Paimon refunfuñó con un pisotón.
—Hazle caso a la tía gruñona. —Lumine secundó—. Anda, ve a lavarte las manos para que puedas partir tu pastel y abrir tu regalo.
Paimon fue a hacer lo que le dijo su madre y, después de preparar la mesa, las tres se sentaron, ambas adultas cantándole a la menor la típica canción de «Feliz Cumpleaños» antes de comer el postre.
—Anda, pide un deseo.
La rubia la alentó a soplar las siete velitas del pastel, colocadas conforme a los años cumplidos; la niña se quedó meditando un momento su deseo justo antes de sonreír y dar un gran soplido, apagando así las velas. Sin dejar de sonreír, le dirigió una mirada brillante a Lumine, cuyo rostro no pudo evitar devolverle la sonrisa.
—Mami, ¿quieres saber qué es lo que pedí?
—Hija —le dijo divertida—, se supone que los deseos son secretos.
La menor negó con la cabeza:
—Pero sé que esta vez se me cumplirá... él me lo dijo.
—¿Quién? —No pudo evitar sentir curiosidad.
—Papá. Pedí que viniera, porque me lo prometió en un sueño.
Por un instante, la habitación se quedó en silencio. Todo lo que se escuchaba, era el bullicio lejano, proveniente de los suburbios allá afuera; el pecho de Lumine se oprimió en un latido sordo, queriendo más que nada que el deseo de su hija se hiciera realidad, empero, sabía con certeza que los deseos no se cumplían con solo aferrarse a ellos, mucho menos cuando se trataba de algo tan inverosímil como aquello. Por más que quisiese, por más que lo anhelara, eso ya no sería posible.
Xiangling las observó con una sonrisa entristecida, conociendo los hechos de memoria. Desde que el padre de Paimon murió, el mundo de Lumine se derrumbó, cerrándose con fuerza solo para dedicarse a su hija; pero ella sabía que la tristeza seguía ahí, reflejándose en sus ojos ámbar que pretendían una fuerza inquebrantable; a ella la invitó a vivir en su hogar y desde entonces, fingió haberlo superado, mas era una pésima mentirosa, al menos ante sus ojos. Era su mejor amiga, la conocía bastante bien.
La rubia sonrió, acariciando la cabeza albina de la niña.
—Estoy segura de que así será.
Antes de que dijera otra cosa que le partiera el alma, le tendió el regalo que antes le había dado, esperando que el tema quedara en el olvido.
—Ahora, abre tu obsequio.
La menor jadeó emocionada, apresurándose a quitar el gran lazo y rasgar el bonito papel metálico que envolvía la caja, para abrir ambas pestañas y buscar entre los adornos de adentro. Ante la mirada fija de su madre, sacó la lira con un poco de esfuerzo, observándola detenidamente durante un par de segundos con una expresión ilegible en su rostro.
—¡Qué bonita! —Xiangling chilló con una gran sonrisa.
—¿Qué te parece?
—¿Qué es esto?
—¡Oh! —Lumine rió ante la pregunta de su hija—. Es una lira, escuché que te gusta mucho la música, así que te compré esta para que comiences a tocar.
El sonido pensativo que hizo Paimon, junto a la mirada furtiva que le dió al instrumento la preocupó. ¿Acaso no le había gustado?
—¡Me encanta! —Después de unos dos minutos de silencio, la niña exclamó—. ¡Muchas gracias, mami! Es el mejor regalo.
—¡Oye! —Xiangling hizo un puchero en broma—. ¿Qué hay de la réplica de Guoba que te hice? ¿No fue el mejor regalo?
La albina sacó la lengua divertida, para después mirar de nuevo la lira. Una idea se le vino a la mente.
—Mami, ¿podrías tocar algo para mí?
Lumine se quedó congelada en su sitio por un momento. ¿Cómo le decía que no tenía idea de cómo tocar un instrumento tan exótico como ese? Sí, sabía lo básico de la guitarra o el piano, pero una lira no era algo que se veía todos los días. Es más, ni siquiera era un instrumento que se usara en la actualidad.
Sin embargo, haría el intento. Por su hija.
Con determinación, tomó la lira entre sus manos y comenzó a tocar las cuerdas. En el instante en que puso su índice y pulgar en dos de las cuerdas, una descarga eléctrica recorrió su espalda, como si esa sensación ya la hubiera tenido antes. ¿Era eso una epifanía? No, era poco probable. Era improbable. Aunque debía admitir que se palpaba agradable.
Cerró los ojos con fuerza, esperando hacerlo lo mejor que pudiera. Lo que no esperaba, era que dominar el instrumento fuera mucho más fácil de lo que esperaba; era casi como si ya supiera cuáles cuerdas tocar en el momento justo. Y podría estar volviéndose un poco paranoica, pero podría jurar que una fría brisa soplaba sobre su nuca, guiándola a seguir tocando con maestría. Ni siquiera conocía la canción que estaba tocando, solo se dejaba guiar por el viento.
Cuando terminó, abrió los ojos con lentitud. Lo primero que vio, fue el rostro iluminado de su hija y la mirada de admiración que le daba; le sonrió, acercándose a ella.
—¿Y? ¿Cómo estuvo eso?
—¡Increíble! —Dio pequeños brincos—. Tienes que enseñarme a hacer eso.
«Si supiera cómo hacerlo...» Se dijo a sí misma en su mente, abrazando a su hija en el acto. Qué extraño había sido eso. No quería ser supersticiosa ni nada de eso, pero fue como si el dueño de aquella lira se hubiera manifestado y poseído sus dedos. Ahora se sentía un poco inquieta... ¿De verdad era un objeto común y corriente?
¿Por qué no lo sería? La magia, las maldiciones y las cosas paranormales no existían. De hacerlo, ya habría invocado al espíritu de su amado.
De pronto, escuchó fuerte un latido dentro de sí. De nuevo, la sensación de que algo había cambiado se manifestó y, por todos los cielos, esperaba que eso desapareciera pronto, de lo contrario, se volvería loca.
Era el estrés... Tenía que serlo.
«Desearía hallar la verdad detrás de esto».
Humo.
Se ahogaba entre el mar de humo que las máquinas misteriosas y peligrosas dejaron atrás al caer. El olor a óxido y suciedad se esparcía entre las nubes oscuras que tenía que ingerir, porque no podía ser capaz de aguantar por más tiempo sin respirar.
Sangre.
Las heridas frescas en sus manos eran la prueba suficiente de que había estado luchando por horas. Podría desmayarse ahí mismo, si no fuera por la horda enfurecida de esos seres extraños con máscara, que se amontonaban para darle su merecido. Si no fuera por su fuerza de voluntad, los habría encontrado aterradores, huyendo como la cobarde que era en ese mundo que no comprendía.
Muerte.
Podía sentirla en la nuca. La muerte le respiraba por detrás por cada centímetro que avanzaba en sus pasos; no tenía idea de dónde se hallaba, pero eso no importaba mucho, no cuando lo único que podía mirar era a la personificación de la muerte, vestida con un pomposo vestido blanco y dotada de unos hermosos, pero peligrosos ojos azules que la acechaban de cerca.
Luego, unos ojos azules que se degradaban en un hermoso aguamarina. Mirándola con la más pura de las ternuras, diciéndole en silencio que todo estaría bien, que no había nada que temer porque él siempre estaría en sus sueños, cuidándola como nadie. Dándolo todo por ella.
«Lumine».
Tomó la espada del suelo, dispuesta a terminar con el calvario de la muerte burlándose de ella. La cortaría de un solo tajo, la eliminaría para siempre y así, sus pesadillas regresarían a ser solo un montón de sueños sin gracia, como siempre lo fueron.
«Lumine».
Con el dorso de su mano, se limpió la sangre fresca que corría desde la comisura de su labio hasta terminar goteando por la barbilla. No habría nada, ni nadie que pudiera detenerla de su lucha. No tenía idea del porqué estaba luchando, ni cómo se originó aquel ambiente tan surrealista, pero de una cosa estaba segura: lo protegería.
¿A quién?
«Lumine».
«Lumine».
—¡Lumine!
—¡Agh!
Se incorporó de golpe en su cama, jadeando por recuperar el aliento que no sabía que necesitaba. Al parecer, había tenido otro de esos sueños que ya la tenían harta; trató de recuperarse respirando profundamente un par de veces, poniendo una mano en su pecho, sintiendo los latidos acelerados de su corazón; cuando se recuperó, suspiró, mirando el reloj en la mesita de noche. Genial, apenas eran las dos con treinta y nueve minutos y ya su sueño se había arruinado.
—Lumine.
Uno, dos, tres...
Los segundos avanzaron en un silencio sepulcral. Lumine se quedó petrificada, no queriendo despegar su vista del reloj. Alguien había dicho su nombre, estaba segura de que escuchó a alguien que no era ni Xiangling ni Paimon decir su nombre... Estaba segura de que era la única persona que dormía en esa habitación.
Con un suspiro trémulo, giró la cabeza muy despacio hacía la fuente del sonido, quedándose sin aliento en cuanto vio que, en efecto, había alguien más que ocupaba la habitación frente a ella. Alguien que no era ni Xiangling ni Paimon.
Un hombre.
Un hombre de mirada aguamarina y dos trenzas que, juraba, brillaban azules en la oscuridad, se hallaba sentado en la silla frente a su cama, sonriéndole como si fuera algo precioso que acababa de recuperar.
—Te encontré.
Siguiente capítulo: Lo que el viento trajo consigo.
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(03/17/22)
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