Prólogo: Der Himmel
El sonido alucinante que llegaba hasta los oídos de la gente de lugares tan alejados como Liyue o Inazuma se hacía notar a través del viento. Ahí, al pie de la estatua del Dios Anemo se encontraba un hombre vestido de verde, rasgando con maestría en sus callosos dedos experimentados, el instrumento más preciado para cualquier bardo: una lira bien cuidada y aparentemente antigua que nunca desaparecía de su lado.
Venti, como se hacía llamar el bardo, era el objeto de mirilla de los transeúntes de Mondstadt que se detenían solo para apreciar el dulce sonido desprendido del instrumento, cuyo objetivo era contar la trágica historia de amor entre la diosa de la luna y el dios del viento. Todo aquel que escuchaba la melodía, quedaba prendado, incluso llegando a adentrarse en la historia narrada y sentir que ambos dioses estaban aquí, actuando.
Palabras como «Qué triste», o «Realmente es poético» se hacían notar entre la multitud; era desgarrante el final en el que la diosa de ojos de estrellas y sonrisa de luna creciente, se iba hacia algún lugar sin dejar una despedida, mientras el dios lloraba su pérdida por siglos. Así, Venti concluía su espectáculo seguido por los vitoreos y aplausos de aquellos tocados por la canción.
Después de recibir una canasta entera de manzanas y una que otra botella de vino, el bardo se alejó con un cálido adiós a los ciudadanos del país de la libertad, suspirando después por la resequedad de su garganta y el ardor de sus cuerdas vocales. Aunque esa última canción era una de las novedades en su repertorio, también era una historia real, protagonizada por él mismo y por su eterna amada, quien se encontraba desaparecida desde hacía siglos.
Su desaparición fue toda una noticia, considerando que el dios Barbatos y ella estaban a punto de contraer nupcias; junto a su gemelo, el dios del sol, no había parado de buscarla desde entonces, sin ningún resultado favorable o alguna pista contundente. Parecía ser que la tierra se la había tragado.
Sacudiendo la cabeza, se dispuso a entrar a la taberna El Obsequio del Ángel, donde su dueño, Diluc, lo miraba llegar en tanto se comía una de las manzanas obtenidas por su trabajo; dejó en uno de los taburetes la canasta y sobre la barra, la lira que tanto apreciaba, sacando una botella de vino de diente de león.
—No te preocupes, hoy no requiero de tus servicios —le dijo al pelirrojo con una gran sonrisa, agitando la botella para que entendiera su punto.
—Entonces vete. Ocupas el lugar de un cliente.
—¡¿Así es como te diriges a tu dios? Qué descaro!
—No me hagas repetirlo.
Venti le sacó la lengua en respuesta, dando por sentada la charla. Diluc se limitó a maldecir por lo bajo, calmándose cuando recordó algo importante.
—En realidad —comenzó despacio, observando con atención la expresión del bardo—, hay algo que tengo que decirte.
—Soy todo oídos.
El pelirrojo se quedó callado un momento, dubitativo de algo que a Venti no le dió buena espina. De repente, el ambiente cambió a uno tenso, tanto que el tabernero tuvo que mirar hacia todos lados, antes de suspirar y agacharse, haciendo un ademán para que el otro hombre se acercara.
—Encontramos algo —susurró, todavía mirando hacia los clientes, por si alguno se atrevía a escuchar—. Una pista, para ser más preciso.
Venti se quedó callado por primera vez, sopesando las opciones que conllevaban aquella declaración. ¿Podría ser...?
—Lumine recién estuvo cerca de Fontaine.
Su corazón galopó de un segundo a otro. ¿Lumine estaba bien, viva, sana? Tantas preguntas que tenía por hacerle a Diluc y sin embargo, ninguna salía de su boca. Había sido tanta su sorpresa que no supo cuándo dejó caer la botella de vino.
—Cálmate —tranquilizó un tanto alarmado por que el bardo se desmayara ahí mismo—. Aether está en camino para cerciorarse de que sea verídico.
—Necesito ir. —Despertó de su letargo en cuanto escuchó a Diluc—. Si Lumine está ahí, yo quiero...
—Te dije que te calmaras. —Lo obligó a sentarse de nuevo—. No hay más rastro de ella, por lo que es un hecho que ya no se encuentra ahí.
—Pero...
—No ganarás nada si vas. Aether se encargará, confía en él.
El dueño de la taberna ordenó a Charles a limpiar el desorden del vino esparcido en el suelo, dando por finalizada la conversación; en cuanto a Venti, no lo podía creer. Si había un rastro, por más ligero que fuera, eso significaba que Lumine estaba viva, no obstante, le carcomía el cerebro el solo hecho de pensar que le había ocurrido algo malo. Ella no se habría alejado de él así como así, mucho menos a semanas antes de su boda.
Necesitaba calmarse, distraerse, pensar en algo más. De lo contrario, la angustia se lo comería vivo y, no quería morir antes de ver a Lumine, su querida Lumine, una vez más y decirle cuánto la amaba. Sus dedos le picaban, por lo que, decidido a tocar una vez más su preciada lira, sus manos alcanzaron la barra, tentando la madera sin siquiera apartar la vista de la pared.
No la halló.
Desconcertado, al final fue capaz de mirar hacia la barra, los taburetes, el suelo y hacia cualquier otro lugar que le dieran una vista hacia su instrumento, mas no encontró nada... Nada.
—Diluc —llamó.
—Te dije que...
—Mi lira... ¡¿Dónde está mi lira?! —interrumpió alarmado, fijando su vista en el más alto.
Se encogió de hombros, dándole una negativa a su pregunta. Su corazón se encogió ante el miedo de perder el único recuerdo que tenía de Lumine. El obsequio que le había dado el día en que se comprometieron.
Se levantó y buscó entre todos los rincones de la taberna —pese a los reclamos de Diluc por saber lo que estaba haciendo—, desesperado por encontrar su posesión más preciada o a alguien que la hubiera tomado sin su permiso; salió del lugar, buscó y buscó por los lugares en los que había estado antes, e incluso por los que no. No tuvo éxito.
No encontró su lira ese día, ni en las siguientes semanas.
🔆 P r ó x i m a m e n t e 🔆
Genshin Impact © MiHoYo
Lira 2022 © Sultiko
(02/19/22)
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