Poesía pagana: viajeros de otro mundo
[...] Veo tu rostro frente a mí, siento que aún estás aquí, todo mi cuerpo te extraña [...]
—Ecos de amor, Jesse & Joy.
—Entonces... —Mordisco—. ¿Te llamas Lumine Tigel?
Venti —como se hacía llamar el hombre— mordisqueó con voracidad los hot cakes que le ofreció después de la conmoción pasada. Xiangling no lo dejaba de mirar con el ceño fruncido, mientras que la rubia se frotó la sien con la migraña agudizándose.
Ahora que la tensión y el miedo se habían esfumado y, la bruma de su mente estaba fuera, se detuvo a pensar en las cosas con más calma; Venti le aseguró que no habían más máquinas como esa en la zona, no obstante, los noticieros no dejaban de hablar de los hechos, argumentando que podría salir otra amenaza como aquella en los próximos días. Algunos lo relacionaban con un ataque terrorista; otros, alegaban sobre la posibilidad de una amenaza de guerra, mas ningún país se había atribuido aún dichas acciones. Lo escalofriante era que ambas opciones eran bastante probables.
Sin embargo, el chico le restó importancia al asunto con una risita, diciendo que no había nada de qué preocuparse mientras él y sus amigos estuvieran aquí. Ah, entonces existían más de ellos.
Aunque Lumine no podía sacarse de la cabeza aquel recuerdo de la máquina mirándola antes de disparar. Porque la estaba mirando, tenía la certeza de ello.
—Bonito nombre —habló con la boca llena, pero aún así sus palabras se entendieron. Tragó—. Pero los dioses no usamos esa cosa propia de los clanes... ¿Cómo se llamaba? Abe... Apillo...
—Apellido, se dice apellido —corrigió ella, sentándose frente a él—. Y aún no entiendo a qué te refieres con eso. Estoy segura de que nunca en mi vida te he visto. Tampoco soy la diosa que profesas.
El azabache tragó su bocado con una expresión despreocupada. En serio, no entendía cómo podía estar tan tranquilo con esas cosas gigantes acechando en los alrededores; por otro lado, tenía sentido, ya que con tan solo una flecha disparada con precisión había sido capaz de derribar una de ellas. Aún se hallaba conmocionada y confundida por la fuerza sobrenatural de ese individuo.
Suspiró lánguida, apoyando el codo sobre la mesa y descansando el rostro en la palma de su mano. De cualquier forma, estaba viva gracias a él y toda su enigmática explicación.
—Te debo una.
—¿Disculpa? —Finalmente desvió su atención de la comida para mirarla.
—Gracias —se sinceró con una sonrisa apagada—. De no ser por tí, no sé qué habría ocurrido.
Venti sonrió. Lumine juró que su sonrisa emitía un brillo peculiar, pero sin duda sincero.
—Jamás permitiría que te hicieran daño.
Después de decir eso, la habitación se quedó en un silencio que se tensó a medida que los segundos avanzaron. Él la miró con ternura, mientras que ella, por alguna tonta razón, no podía abandonar sus ojos heterocromáticos. Ahora que los observaba con la luz del sol, podía decir que tenían un bello matiz; las motas azules asomándose entre el verde profundo sin duda contrastaban con su rostro infantil. Sus mejillas se ruborizaron al instante.
—Yo... ¡Yo también quiero agradecerte! —Xiangling exclamó, despertándolos de su letargo—. Nunca tuve tanto miedo como esta mañana. Esas cosas eran enormes y... y... ¡¿De dónde rayos salieron?!
Coincidía con el comentario de su amiga. Jamás había experimentado la muerte tan de cerca; juraba que los proyectiles de aquella máquina oxidada estaban a un soplo de distancia. Por fortuna, Paimon no se despertó en todo el tiempo que duró el caos, así que agradecía por dentro que su hija tuviera el sueño pesado, al menos hoy.
El —no— invitado estuvo a punto de responder a sus agradecimientos, pero fue interrumpido por el sonido constante del timbre. Lumine fue a abrir, esperando encontrar a su preocupado hermano en la puerta, por lo que se sorprendió al mirar en el pasillo a Tartaglia, cuyo rostro angustiado se iluminó al verla.
—¡Lumine, qué bueno que estás bien! Porque estás bien, ¿verdad?
El pelirrojo buscó con la mirada algún signo que delatara lo contrario, pero al no ver ninguno suspiró aliviado, recargándose en el marco de la puerta.
—Estoy bien, gracias por preocuparte. —Sonrió, haciéndose a un lado para dejarlo pasar—. Entonces debo suponer que estabas en tu apartamento cuando pasó todo.
—Iba llegando —respondió—. Cuando ví esa cosa, lo único en lo que pude pensar fue en tí y en tu bienestar. Te lo juro, yo...
Sus palabras quedaron inconclusas al adentrarse al comedor y percatarse del extraño sentado en una de las sillas, cuyos ojos se clavaron sobre los suyos con una expresión ilegible. Miró a Lumine, esperando por una respuesta que nunca llegó, ya que el otro hombre se le adelantó:
—¡Saludos! —le dedicó una gran sonrisa. Una que Tartaglia supo que era falsa—. ¿Quién eres tú?
—Esa pregunta la debería hacer yo —le dijo tajante—. ¿Quién eres, el payaso de la fiesta de Paimon?
—¡Eh.. eh... disculpa, Tartaglia! —La rubia se apresuró a decir—. Él es Venti, el hombre que nos salvó de morir a manos de esa máquina. Venti, él es Tartaglia, mi vecino.
—¿Qué?
—Como lo escuchas, amigo. —El mencionado nunca perdió su tono alegre—. Soy su héroe.
—Es difícil creerlo cuando vistes esa ropa tan ridícula, ¿sabes? —El más alto le siguió el juego, poniendo su mejor cara.
La rubia casi pudo escuchar el sonido de las chispas eléctricas rozar su espalda; la tensión era tal, que ninguna de las chicas se atrevió a moverse o pestañear, centrando su atención únicamente en los dos hombres. Antes de que la rubia pudiera intervenir, el timbre sonó de nuevo. Esta vez fue Xiangling la que se dirigió a abrir la puerta con una risa nerviosa, revelando pocos segundos después a un Aether angustiado, con el estoico Xiao pisándole los talones; el rubio corrió hacia donde se hallaba su hermana, haciéndole la misma pregunta que le hizo Tartaglia minutos antes.
—¡Qué alivio! —Suspiró en cuanto recibió una respuesta positiva—. Cuando ví en los noticieros que ese monstruo estaba cerca de aquí, el corazón se me salió del pecho al pensar que mi sobrina y tú estarían en peligro.
—¡Aether, ¿qué haces aquí?!
Todos voltearon a mirar al que había hecho la pregunta. Venti, consternado, miró al nombrado como si no encajara con el resto de los presentes, o mejor dicho, como si lo conociera desde hace años y no esperara su presencia en el lugar.
—Umm... Disculpa, ¿te conozco?
Oh, oh.
El de trenzas tragó saliva, para después sonreír falsamente como si no se encontrara nervioso de tener toda la atención centrada en él. Diluc le advirtió de manera específica que no abriera la boca de más, en especial cuando hubiera gente en demasía; ahora que la había cagado, debía encontrar la manera para deslindarse de la avalancha de preguntas que se avecinaban.
—Es una larga historia, hermano. —Lumine se le adelantó, salvándolo de la mirada inquisitiva del gemelo—. Por ahora, quiero que conozcas a Venti. Venti, él es mi hermano... Bueno, supongo que ya sabes su nombre.
—¡Olvida lo que dije, es un placer conocerte! —Le extendió la mano en señal de amistad.
Venti no perdió de vista la mirada sospechosa que le lanzaba aquel que se hacía llamar Tartaglia, a la vez que estrechaba la mano con el gemelo. Le restó importancia, por ahora su única prioridad era Lumine.
—Iré a ver a la minicalavanda —anunció después de la extraña presentación—. Xiao, ¿vienes conmigo?
El otro solo asintió, desapareciendo junto a su compañero en una de las habitaciones. La habitación se quedó en silencio de nuevo, con los cuatro miembros presentes mirándose el uno al otro. Dioses, Lumine no sabía qué decir, a pesar de que su cerebro estuviera formulando dos preguntas por segundo al recién conocido. Por otro lado, el pelirrojo no le quitaba la mirada de encima a un ignorante Venti, su aura poco amistosa.
—Yo... —la propietaria del lugar se aclaró la garganta.
—Sé que tienes muchas dudas y lo entiendo —respondió pasivo—. Todas y cada una de ellas serán respondidas en cuanto Diluc y los otros lleguen... ¡Ah, se me olvidaba! También en cuanto tu vecino se marche.
—¿Qué dijiste? —El mencionado inquirió ofendido.
—Que no perteneces a nuestro círculo como para hablar sobre nuestros secretos contigo presente, Tarta Agria.
—¡¿Cómo me llamaste, enano?!
De no haber sido por el sonido de un par de golpes en la puerta, se habría desatado una posible riña entre ambos hombres, por lo que Lumine agradeció internamente a los dioses por la bendita interrupción.
—¡Esos deben ser los chicos! —Venti saltó de su asiento para dirigirse a la puerta antes que nadie.
Un suspiro más tarde y ya invitaba a pasar a sus amigos como si de su casa se tratara, con una sonrisa que competía con el mismo sol. Debió suponer que ese tipo era de los que tomaba confianza a los pocos minutos.
Con un resoplido que se ganó la atención de Tartaglia, Lumine se recostó en la mesa del comedor, observando a las nuevas personas que se adentraron en el inmueble. A Diluc ya lo identificaba, sin embargo, a su lado había una chica hermosa, de cabellera platinada y con rasgos delicados que se inclinó en una reverencia en cuanto cruzó el marco de la puerta y los vio. Bueno, al menos ella tenía modales.
—Un placer, soy Ayaka Kamisato.
—¡Ayaka, no tienes por qué presentarte! —Venti parló confundido—. ¿No lo ves? Es Lumi...
No terminó de hablar cuando un golpe llegó a su nuca, cortesía de Diluc; hizo un puchero ante la agresión, que fue sustituido rápidamente por una mueca en cuanto escuchó la risa descarada de Tartaglia. Por su parte, Ayaka escondió un resoplido divertido por el intercambio.
—Es bueno saber que hay alguien cuerda en el grupo. —La rubia sonrió con amabilidad, invitándola a tomar asiento—. Mi nombre es Lumine, mucho gusto.
Tanto Tartaglia como Xiangling la secundaron, haciendo sus respectivas presentaciones una vez que el ambiente se aligeró. Ni bien pasó un minuto y Lumine ya había decidido que esa linda mujer ya le caía bien, al contrario del par que hasta ahora se mantenía en silencio, observando la escena. Unos minutos de charla después, Aether salió de nuevo en busca de algún aperitivo.
—Oh, ¿tienes más invitados?
—¡Aether, no seas grosero! —regañó ella, obligándolo a saludarlos—. Preséntate como es debido, al menos con esta amable y refinada chica de aquí.
—¡Está bien, pero deja de empujarme!
Lumine no se perdió el respingo que pegó Ayaka en el momento que su vista se demoró en su hermano, no obstante, tan pronto como la inquietud llegó, se esfumó.
Iba a comentar algo al respecto, no obstante, el pelirrojo de coleta, que hasta ahora no había dicho una palabra, se aclaró la garganta con un evidente ceño fruncido.
—Odio tener que arruinar las presentaciones, pero nos están esperando —se cruzó de brazos, señalando la puerta principal con la cabeza—. No puedo compartir ningún tipo de información con tanta gente aquí.
Hizo especial énfasis en las últimas palabras mientras miraba a Tartaglia de soslayo, cosa que el aludido no pasó por alto.
Estaba por contraatacar, pero el sonido de su celular resonó a través de sus pantalones de vestir, desviando su atención al objeto en cuestión. Con un gruñido, revisó el aparato y tras leer lo que la rubia supuso que era algo importante, se levantó casi de un salto, cambiando su expresión por una más seria.
—De igual manera, tengo asuntos que atender. —Se giró hacia la gemela, acariciando su mejilla para la furia de Aether y consternación de Venti—. Llámame por cualquier cosa. No me siento seguro de dejarte sola aquí con... —miró al par de invitados de arriba hacia abajo—. Ellos.
—¡Estoy aquí, ¿sabes?! —refunfuñó Aether sintiéndose ofendido.
Le dió una última mirada a Venti antes de retirarse con pasos lánguidos y, el lugar se quedó en silencio por otro rato, antes de que Diluc volviera a retomar la palabra:
—¿Nos vamos?
Lumine suspiró derrotada, asintiendo débilmente a la petición del pelirrojo. De nuevo, se escapaba de su entendimiento el porqué estaba dispuesta a seguir a unos desconocidos hacia una posible trampa; pero ahí estaba ella, confiando en ellos sin dudar.
—¡De ninguna manera pienso dejar que mi hermana vaya sola con un par de potenciales pervertidos!
—¿Pervertidos?
El ojo de Diluc se crispó ante la acusación y esta vez, Ayaka no pudo contener la risa que trató de esconder tras su mano. Aether los miraba con las cejas arrugadas, dispuesto a seguir discutiendo con el de ojos carmín. Dioses, en momentos como este, agradecía por tener un hermano tan atento.
No estaba muy segura de si era buena idea acompañarlos a un lugar alejado de la ciudad. No era nada prudente confiar en una triada de extraños que actuaban como si la conocieran de toda la vida, pero al menos Aether la acompañaba, eso la mantenía un poco más segura. No le pasaría nada, ¿cierto?
Como si leyera sus pensamientos, su hermano le dio un apretón en su muñeca, en compañía de una mirada cariñosa que le decía que todo estaría bien; él daría su vida por protegerla de todo peligro si fuese necesario, a ella y a su querida sobrina que se había quedado feliz en compañía de Xiangling y Xiao. No permitiría que nadie, ni siquiera estos desconocidos, se atrevieran a tocarle un pelo a alguien de su familia.
—Oh, vamos... —resopló Venti unos pasos delante de ellos, junto a Ayaka y Diluc—. Nos miran como si fuéramos unos villanos, o unos hilichurls.
—Los comprendo —dijo Diluc con una leve sonrisa y citó las palabras que había dicho Tartaglia antes—: "es difícil no creerlo cuando vistes esa ropa tan ridícula".
—¡Oye! Ugh, no debí haberte contado nada.
Ante la protesta del más bajo, Ayaka soltó una risita que de alguna manera aligeró el ambiente, calmando un poco el nerviosismo de los gemelos. El resto del camino prosiguió sin que ninguno hablara y, en cierta forma, era algo que Lumine agradecía, ya que no hallaba las palabras correctas para justificar sus decisiones tomadas con la punta de sus dedos. No era sensato ir a donde estas personas indicaban y arrastró a Aether con ella, pero por alguna razón inquietante que no podía explicar, no se sentía amenazada, o en alerta con algún indicio de sospecha. La situación era... extraña.
—Llegamos.
Se detuvieron en lo que reconocieron era el parque a unas pocas cuadras de su casa. Lumine tuvo que contener el jadeo impresionado, ya que, aunque hacía ya un tiempo que no visitaba ese lugar, era diferente, del tipo irreconocible: la maleza entre el campo era dos veces más grande de lo que recordaba, pero inusualmente estaba repleta de mentas y lo que parecía ser un tipo de flor que desprendía un olor muy dulce; los árboles viejos y enanos que recordaba, habían alcanzado el doble de su tamaño original; asimismo, el atardecer que daba comienzo a la oscuridad de la noche, resaltaba la brillantez de las pequeñas luciérnagas que emanaban un brillo verdoso peculiar, nunca antes visto. Pero lo que más la sorprendió, fueron aquellos seres voladores diminutos, tan parecidos a las polillas pero tan brillantes y hermosos a la vista de cualquiera que pudiera apreciar la fluorescencia de sus alas azules. Por increíble que pareciera, el lugar casi se asemejaba a un bosque de cuento de hadas.
—¿No son hermosos esos cristalópteros? —La voz calmada de Ayaka llamó su atención, en tanto miraba a los animalitos con una pizca de adoración.
—Cristal... ¿Qué?
Ante la confusión de la rubia, Ayaka se rió con ganas, sin llegar a burlarse. Ese nombre no le sonaba de nada a ninguno de los gemelos. Incluso Aether que era un fanático de la biología y botánica, quedó impresionado por el paisaje, no teniendo idea alguna de lo que eran aquellos seres voladores ni de dónde venían. Lo que ninguno de los dos negaba, era que lo dicho por la chica de cabello azul era cierto.
—Parece que no solo los guardianes de las ruinas son la única cosa a tomar en cuenta de nuestro mundo —reflexionó Diluc con una mano en la barbilla.
—¿Otra vez haciendo análisis innecesarios, señor Héroe Oscuro?
Un latido.
El aire alrededor de pronto se tornó espeso, como si el oxígeno se hubiera escapado sin motivo alguno. De un momento a otro, las piernas y espalda de Lumine se envolvieron en un estado criogénico, volviendo estáticos sus músculos y sin la capacidad de moverse un milímetro.
¿Estaba delirando, o no desayunó bien esta mañana? Tal vez eran ambas, ya que la voz burlona que escuchó detrás de ella era inconfundible; jamás podría olvidarse de ese particular tono de voz grueso y ronco con el que pasó tanto tiempo acostumbrada, ese embriagante timbre que siempre fue capaz de doblar sus rodillas sin siquiera usar el contacto físico. No, debió habérselo imaginado. Estaba demasiado paranoica; vulnerable, incluso. No había posibilidad alguna, ni en un millón de años.
Juró que parecía estar dentro de una película dramática, de esas en las que la escena se desarrollaba en cámara lenta, empero, no pudo evitarlo. Con una lentitud tortuosa como el infierno, apenas habiéndose recuperado —una fracción— de su estado shockeado, se dio media vuelta para cerciorarse de que no se estaba volviendo loca, de que haberlo escuchado fue un mero producto de su imaginación. Él no se encontraba aquí porque era simplemente imposible, no había manera.
Entonces lo vio.
Mierda.
—¿Oh, pero qué tenemos aquí? Nuestra querida Lumine al fin decidió iluminarnos con su presencia.
Doble mierda.
—Oye —llamó Diluc con un siseo bajo—. Por una vez deja de ser un idiota.
—¿Qué? Pero a ella le gustaba cuando era un idiota.
Si el aire antes era pesado, ahora parecía haberse esfumado de su radio. Sus pulmones parecían haber dejado de funcionar en un abrir y cerrar de ojos. Lumine tomó una, dos, tres bocanadas sin hallar la estabilidad en su cuerpo, tambaleándose y teniendo que sostenerse de lo primero que hallara en su espacio. Por fortuna, Aether —un poco mejor, pero igual de sorprendido— se apresuró a tomarla del brazo antes de que sus piernas sucumbieran a la gravedad y falta de fuerzas, preocupado por su repentino estado catatónico.
—¡Lumine!
Por supuesto, la escena no pasó por alto para los presentes, en especial Venti, que corrió a tratar de auxiliarla invocando una pequeña corriente de viento en la palma de su diestra, la cual colocó en su mejilla caliente y húmeda. ¿Era sudor o...?
No, estaba llorando.
La rubia jadeó una y otra vez en un vano intento por recuperar el aliento y decir todo lo que por su mente pasaba en ese momento. No podía, no cuando aquel hombre se había quedado mirándola pasmado, con su único ojo visible brillando como solía recordar, cuando la miraba como si fuese lo más precioso sobre la tierra. Fue entonces cuando no pudo callar los sollozos que se volvieron cada vez más fuertes, a medida que los segundos pasaban. Era ahora que se daba cuenta de cuánto lo había extrañado, cuán profundamente lo amaba.
—¡Kae... Kaeya!
Y, como si una fuerza desconocida y fugaz hubiese brotado desde el fondo de su corazón, se levantó sin siquiera importarle las personas a su alrededor, sin importarle el mundo entero, para después correr a largas y rápidas zancadas hasta donde él se hallaba esperándola.
Y lo abrazó como si su vida dependiera de ello.
Y se aferró a él como si fuera a desaparecer con el menor de los suspiros.
Porque no era un sueño, era real, era la absoluta verdad. Kaeya estaba ahí, frente a ella, aunque sin devolverle el abrazo debido a la incomprensión de sus motivos, pero siendo Kaeya, su vida, al fin y al cabo.
¿Qué importaba si todo se debía a una ilusión, o la locura reptando a través de sus sentidos? ¿Qué importaban los demás? De lo único que estaba segura, era que no quería alejarse de él, no otra vez.
No, nunca más.
Siguiente capítulo: cuando el corazón llora.
¡Gracias por leer!
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(07/30/22)
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