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𝟬𝟬𝟮. non-magical candies


⭒ ۫⠀ׅ⠀ CAPÍTULO DOS ۫⠀ׅ⠀ ⭒
GOLOSINAS NO MÁGICAS

Los ojos de la joven de cabellos castaños fueron abiertos por ella con un poco de dificultad. La sensación de Eudora era similar a la de un golpe en la cabeza, el dolor colateral de la mordedura del Murtlap seguía siendo intenso, pero no se comparaba ni un poco con la conmoción en el momento exacto en que el animal mordisqueó su brazo.

Ajena a ello, Eudora miró a su alrededor y se dio cuenta de que ya no estaba dentro del banco. Más bien, se encontraba en una bocacalle al banco de no-majs. La mujer oyó sonar unas alarmas de seguridad y vio un vehículo policial delante del edificio.

—¿Dónde estamos? —preguntó ella, con voz débil y en tono bajo.

Reconoció al brujo que aún llevaba su maleta llena de criaturas mágicas y al no-maj que, sin querer, les había acompañado en la búsqueda de su Escarbato en la bóveda del banco. El muggle se encontraba con la boca abierta y en un profundo estado de shock por lo que había presenciado hacía unos minutos.

—Justo fuera del banco —respondió Newt con calma. Le tendió a Eudora una pequeña botella de un líquido amarillento—. Pase este líquido por su brazo, mejorará los efectos secundarios de la mordedura.

—Gracias —frunció el ceño—. Creo.

Eudora leyó involuntariamente la mente de Newt Scamander y descubrió que el frasco contenía un líquido conocido como Esencia de Murtlap. Recogió el pequeño vidrio y abrió la tapa que lo sellaba, colocando inmediatamente después un poco del antídoto en su brazo herido sin preguntar mucho.

—Lo siento mucho —Newt se volvió hacia el no-maj después de meter al Escarbato en su maleta a la fuerza y cerrarla.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó él, inquieto.

—Nada que le incumba. Por desgracia, usted... ha visto demasiado. Así que, si no le importa, quédese ahí, y en un periquete... —alisó el cuello del traje del no-maj.

Buscó su varita en los bolsillos de su túnica, dándole la espalda por un segundo al muggle, que aprovechó su momento de distracción para coger su maleta marrón y golpearla violentamente contra Newt, que acabó cayendo al suelo por el fuerte impacto.

—¡Lo siento!

El hombre corrió, alejándose a toda velocidad de los dos brujos. Eudora extendió el brazo bueno y ayudó a Newt a levantarse del suelo polvoriento.

—¿Lo ha dejado escapar? —se quejó Eudora, un poco mareada—. Maldita sea, estamos en un montón de problemas. Habría ido tras él si su animal no hubiera acabado con mi brazo.

Newt se llevó la mano a la cabeza por un momento, confundido, y en un intento fallido de razonar la huida del hombre que había sido testigo de una buena cantidad de magia dentro del banco.

—Oh, ¡vaya por Dios! ¿Qué hacemos ahora? —preguntó tras un minuto de silencio.

—¿Está seguro de que sólo fue el Escarbato el que se escapó de su maleta? —preguntó Eudora, devolviéndole la botella de cristal—. ¿Ningún otro animal está deambulando por ahí?

—No —pensó Newt. Apartó la mirada de la mujer que estaba a su lado y la dirigió al suelo—. No que yo sepa.

—Excelente día —Eudora se masajeó las sienes, pensativa—. Oh, ¿qué haría Tina en mi lugar?

—¿Quién? —preguntó él, confuso.

Como si su nombre fuera una forma de llamar su atención, la ex auror se apareció en el mismo callejón. Ambos magos se sobresaltaron por la rápida aparición de la mujer, que estaba seria y decidida de cómo actuaría después de presenciar el desorden causado por la fuga del Escarbato.

Sin decir nada, Tina sujetó los codos de Newt y Eudora y los tres magos se desaparecieron y se aparecieron en un callejón estrecho entre dos tapias de ladrillo. A pesar de la distancia del banco, las sirenas de la policía aún podían ser escuchadas por Eudora.

—¿Quién es usted? —le preguntó Tina, incrédula y sin aliento, al hombre.

—¿Disculpe?

—¿Quién es usted? —repitió la pregunta.

—Se llama Newt Scamander —Eudora se adelantó para responder a la pregunta de su colega.

—¿Y usted es? —preguntó Newt de vuelta a Tina.

—¿Qué lleva en esa maleta? —preguntó ella sin responderle.

—Es mi escarbato —desvía la mirada a la maleta antes de volver a mirarla—. No era mi intención. Es incorregible. Ve algo que brilla y se lanza a por él.

—Está diciendo la verdad —Eudora confirmó la versión del mago—. Ya hemos conseguido traer de vuelta a la maleta al escarbato. No creo que haya que hacer un caso de ello.

—¿Cómo que no? —preguntó Tina, indignada—. Tenemos un gran problema aquí, Eudora, voy a tener que llevármelo.

—Te vas a meter en más problemas —advirtió Eudora a la mujer—. Será mejor que no.

—Disculpad —dijo Newt tímidamente—. ¿Lle... llevarme adónde?

Llevando la mano al bolsillo de su túnica, Porpentina cogió su documento de identificación oficial, y por mucho que la destituyeran de su cargo en el Congreso Mágico de los Estados Unidos de América, mostró con orgullo su fotografía en movimiento junto a un magnífico símbolo de un águila americana con las siglas escritas: MACUSA.

—¿Así que trabajáis para el MACUSA? —concluyó él con una pregunta retórica.

—Al menos dígame que se ha encargado del no-maj.

—¿Del qué? —Newt frunció el ceño.

—Los no-majs son personas que no pueden hacer magia —explicó Eudora para el mago londinense antes de dirigirse a Tina—. No. No pudo encargarse de él, el no-maj huyó antes de tiempo.

La ex auror se preocupó aún más por la situación.

—Es una infracción del Artículo Tres A, señor Scamander. Tengo que llevármelo —dijo Tina, decidida—. Y tú también vienes, Eudora.

—¿No crees que te preocupas demasiado? —insistió Eudora—. La criatura mágica ya ha vuelto a su maleta.

—Pensaste en lo que haría yo en tu lugar —recordó Tina—. Eso es exactamente lo que haría yo, Eudora.

Cogida del brazo de la auror y del hombre londinense, Porpentina se volvió a desaparecer con ambos.

Se detuvieron frente a un rascacielos increíblemente alto, con la fachada muy ornamentada, en la esquina de una calle bulliciosa: el Edificio Woolworth. Los tres fueron andando deprisa por Broadway hacia ese edificio, al mismo tiempo que Tina prácticamente arrastraba a Newt por la manga de su abrigo.

—¿Qué ha venido a hacer a Nueva York? —preguntó Eudora, interesada.

—He venido a comprar un regalo de cumpleaños.

—¿De verdad? —preguntó la mujer, envolvida en el asunto—. ¿Qué pretendía comprar?

—¿Por qué no dejáis esta conversación para otro momento? —Tina entró por una puerta giratoria—. ¿No podía haberlo hecho en Londres?

—Oh, sólo hay un criador de puffskeins appaloosa en el mundo, y vive en Nueva York, así que no —explicó Newt, mirando de reojo a Eudora.

—Debo de haberme perdido muchas clases de Cuidado de Criaturas Mágicas —dijo Eudora, mientras intentaba recordar qué era esa criatura mágica—. No sé lo que es un puffskein appaloosa.

La mujer de cabellos castaños se mordió el labio inferior, pensativa, mientras leía los pensamientos de Newt Scamander, descubriendo que él estaría dispuesto a enseñarle qué era esa criatura mágica y cómo se comportaba. Una leve sonrisa pintó los labios rosados de Eudora.

—Infracción del Artículo Tres A —dijo Tina, mirando a un guardia que inmediatamente abrió la puerta para los tres adultos.

En cuanto cruzaron la puerta, el vestíbulo del edificio Woolworth se transformó mágicamente en el Congreso Mágico de los Estados Unidos de América.

Desde el día en que había empezado a trabajar como auror en el MACUSA, la joven de pelo castaño quedaba encantada al observar los detalles de aquel lugar, uno más bello y fascinante que el otro.

—Me encanta la magia —susurró ella, sonriendo genuinamente.

Subieron una ancha escalera y entraron en un vasto e impresionante espacio con altísimos techos abovedados: el vestíbulo principal.

En lo alto, un reloj gigantesco con varias esferas y ruedas dentadas y con la inscripción «NIVEL DE AMENAZA DE EXPOSICIÓN MÁGICA». La manecilla de una de las esferas señala: «GRAVE: ACTIVIDAD DE ORIGEN DESCONOCIDO». Detrás, pende un retrato imponente de una bruja de aspecto majestuoso.

—Esa es la presidenta del MACUSA —dijo Eudora, llamando la atención de Newt al darle un golpecito en el hombro—. Seraphina Picquery —informó, con admiración.

Por allí circulaban búhos, y magos y brujas, vestidos con trajes típicos de esa década, muy atareados. Los tres pasaron al lado de varios magos sentados en fila, que esperaban a que un elfo doméstico que manejaba un complejo artilugio compuesto con plumas les sacara brillo a sus varitas.

—No me parece justo lo que hacen con los elfos domésticos —comentó Eudora, en voz baja.

Newt estuvo de acuerdo, asintiendo con la cabeza, mientras llegaban a uno de los ascensores del edificio. Las puertas se abrieron para revelar a un duende botones, Eudora recordó su nombre, era conocido como Red.

—Hola, Goldstein —saludó—. Hola, Birdwhistle.

—Hola, Red —dijeron las dos mujeres al unísono.

—Vamos al Departamento de Investigaciones Principales.

—Creía que no...

—Departamento de Investigaciones Principales —intervino Eudora—. Tenemos una Infracción del Artículo Tres A, por favor.

El duende utilizó un largo bastón para pulsar un botón del ascensor que quedaba muy por encima de su cabeza. El ascensor se sacudió y descendió hasta el piso deseado.

En cuanto salieron del ascensor, se dirigieron al Departamento de Investigaciones Principales y se acercaron con cautela a un grupo de aurores que discutían algún otro asunto. Entre ellos estaba Madam Picquery, la mujer vio a Porpentina y dejó escapar un murmullo.

—Ya le he dejado claro cuál es su situación, señorita Goldstein —dijo ella enfadada, pero controlándose.

—Sí, señora presidenta, pero verá... ha habido un pequeño incidente —insistió Tina, cohibida.

—Usted ya no es una auror —respondió la presidenta antes de mirar a Eudora—. En estos momentos tenemos grandes incidentes de los que preocuparnos. Podemos hablar más tarde, señorita Birdwhistle.

Porpentina se sintió humillada. En cuanto leyó la mente de la mujer de pelo corto, Eudora fue capaz de leer también sus sentimientos y así ponerse en el lugar de su colega ante toda aquella situación frente a los aurores.

Los magos volvieron a descender en el ascensor y ahora se detuvieron en una estrecha sala del sótano sin ventanas ni ventilación.

—No sabía que ahora estabas trabajando aquí —dijo Eudora, mirando a su alrededor.

—Soy un caso perdido —se lamentó Tina, desanimada—. ¿Y ya tiene su carnet de varita, señor Scamander? En Nueva York es obligatorio para todos los extranjeros.

—Lo solicité por correo hace semanas —dijo Newt y Eudora supo que estaba mintiendo, pero no lo delató.

—¿Y acaba de estar en Guinea Ecuatorial? —preguntó Eudora, mirando una ficha entregada por Porpentina.

—He estado un año en prácticas. Voy a escribir un libro sobre criaturas fantásticas.

—¡Genial! —exclamó Eudora con entusiasmo—. ¿Como una guía?

—Sí, para ayudar a las personas a entender por qué deberíamos protegerlas en lugar de... en lugar de matarlas —Newt esbozó una débil sonrisa.

Una voz masculina irrumpió en la sala de Porpentina Goldstein, interrumpiendo la conversación entre la auror y el magizoólogo.

—¿Goldstein? —Eudora reconoció a Abernathy en ese mismo momento—. ¿Dónde está? Goldste... ¡Goldstein!

La ex auror se escondió detrás de su mesa, haciendo que Newt y Eudora se rieran débilmente. El pomposo burócrata se dio cuenta inmediatamente de dónde estaba escondida Tina. La mujer salió lentamente de detrás de su mesa, con una expresión de culpabilidad inundando su rostro.

—¿Otra vez importunando al equipo de investigación? —preguntó él, visiblemente estresado. Tina fue a defenderse, pero Abernathy continuó—. ¿Dónde ha estado?

—¿Qué? —preguntó Tina, azorada.

—¿Dónde lo ha atrapado? —Abernathy miró fijamente a Newt y poco después, su mirada se desvió hacia Eudora—. Ah, señorita, ¿usted también quiere terminar como ella?

Antes de que las dos mujeres tuvieran la oportunidad de responder, los magos reunidos en la sala oyeron unos pasos a sus espaldas. Un brujo de pelo negro y gris hizo que Abernathy se retractara un poco de su postura imperativa.

—Muy buenas, señor Graves. Señor —saludó él, acobardado.

Porpentina miró a Eudora con expresión suplicante, como si le rogara a la auror que le explicara la situación del magizoólogo y su maleta llena de criaturas mágicas.

—Señor Graves —comenzó Eudora, nerviosa—. éste es el señor Scamander. Ha ocurrido un incidente en un banco de no-majs con sus criaturas, un Escarbato y un Murtlap, que han provocado un pequeño revuelo.

—Un gran revuelo —señaló Porpentina—. El Murtlap hirió a la señorita Birdwhistle en el brazo y el Escarbato estuvo a punto de robar todos los objetos del banco.

—Veamos a esos pequeñínes.

La ex auror dejó escapar un suspiro de alivio: por fin alguien la escuchaba. El magizoólogo dudó en decir algo para defenderse a sí mismo y a sus criaturas mágicas en la maleta marrón. Estaba entrando en un pánico desproporcionado que el asegurado antes por el escarbato.

Con ademanes teatrales, Tina colocó la maleta encima de la mesa y la abrió. Perplejos, todos los magos reunidos en aquella sala analizaron su contenido.

Había artículos de confitería, muchas golosinas no mágicas y ninguna criatura mágica, lo que dejó a Newt, Eudora y Porpentina horrorizados.

Aquella, definitivamente, no era la maleta de Newt Scamander.

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