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SALVAJE NATURALEZA


Los hombres salieron corriendo hacia los caballos. Con rapidez, levantaron el campamento recientemente armado y se pusieron en marcha. Hood llevaba el candil.

—¡Yah! —gritó Hood para movilizar a su corcel y Link lo siguió.

El joven, que previamente tenía cara de cansado, se despertó como si la situación hubiese sido un baldazo de agua fría. Los caballos, que parecían oler la preocupación, galoparon a toda velocidad. Esquivando raíces, saltando charcos y sorteando diversos obstáculos, los hombres se abrieron camino por el pantano.

—¡¿Hood?! —dijo Link elevando su voz por encima del galopar de los caballos.

—¡¿Qué?! —preguntó Hood sin aminorar la marcha.

—¡¿A dónde vamos?! —preguntó Link.

—¡A buscar la cueva secreta! —contestó el veterano.

—¡¿Y cómo sabremos dónde está si es secreta?! —preguntó el muchacho intuyendo que el viejo sabía algo.

—¡De una forma u otra llegaremos a ella! —dijo sin ahondar en detalles.

De pronto, un sonido chirriante, acompañado de una mancha negra, golpeó a Hood tirándolo del caballo.

—¡Hood! ¡¿Qué fue eso?! —preguntó Link sorprendido.

—¡Maldición! ¡¿Justo ahora?! —gritó el viejo tratando de levantarse del suelo.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?! —preguntó Link.

—¡Badbats! —dijo el veterano.

—¡¿Bad-qué?! —preguntó el muchacho sin entender.

—¡Murciélagos! —dijo Hood ahorrándose la explicación—. ¡Murciélagos grandes... muuuy grandes!

El enorme bicho hizo una segunda aparición y el viejo rodó para esquivar el ataque. Link lo vio claramente durante un breve instante. Por el tamaño de sus alas parecía un halcón peludo con dos ojos rojos llenos de sangre en su interior. El mamífero volador poseía una agilidad digna de un cazador nocturno.

El viejo corrió a su caballo que había frenado pocos metros después de su caída, tomó el escudo y la espada de madera, pues otra no tenía. Con el candil colgando de su cinturón, el veterano se preparaba para una nueva embestida por parte del murciélago.

—¡Allí viene! —señaló Link escuchando el aleteo entre las ramas de un árbol.

El viejo abanicó, pero el bicho se elevó por encima de él y este nunca llegó a ser golpeado.

—¡Maldición! —se quejó Hood.

Link se bajó del caballo para tomar su escudo y su espada y ayudar a su compañero. Antes de salir, el joven había colocado a Navi en un frasco con la tapa abierta para trasladarla sin que cayera. Ella estaba enganchada a su cinturón. El muchacho no sabía si tenerla encima o dejarla para su protección. Finalmente, decidió apoyar el frasco bajo el refugio de la raíz de un árbol cercano.

—¡Espalda con espalda! —gritó Hood.

El joven corrió hacia la posición del viejo y apoyó sus escápulas contra las de su compañero. El bicho pasó volando. Link fue el primero en verlo e intentó lanzar un golpe, pero desafortunadamente no pudo atinarle.

—Es muy rápido —dijo el muchacho.

—El problema no es el murciélago —comentó el viejo—. El problema es que donde hay de esta clase de animales, también hay wolfos. Ambas especies compiten por el territorio y disputan sus presas, cada una para su manada.

—¿Wolfos? —preguntó Link.

—Sí, una especie de lobo, algo más grande de lo normal y de patas más gruesas.

El peludo animal volador volvió a arremeter con furia. Esta vez Hood lo recibió, cubriéndose con su escudo. El enorme murciélago puso sus patas contra la protección de madera del viejo y enganchó las pequeñas garras que le salían de la parte superior de las alas. El viejo lo golpeó severamente unas cuantas veces con su espada de madera y el animal, algo atontado, se levantó volando con dificultad.

—Esto será difícil —dijo Hood—, con estos escudos y espadas de madera tardaremos siglos en dejarlos fuera de combate.

De repente, como si uno fuera poco, un segundo depredador apareció en escena.

—¡Maldición! ¡Son dos! —gritó el joven.

Ambos murciélagos revoloteaban sobre las cabezas de los hombres.

—Link —dijo el viejo preocupado—, tengo un mal presentimiento sobre esto.

Como si estuvieran coordinados, los murciélagos atacaron al mismo tiempo. Forcejeaban contra los escudos y recibían espadazos, pero la madera no era lo suficientemente efectiva. Cada vez que los hombres tenían la iniciativa de pegar, estos huían volando hacia arriba y, cada vez que los murciélagos atacaban, los valientes héroes apenas podían defenderse y contraatacar brevemente. El joven pensaba a toda velocidad tratando de idear algún plan.

—¿Huir no es una opción? —preguntó el muchacho.

—Me temo que nos alcanzarían y sin el escudo seríamos una presa aún más fácil —contestó el viejo.

Como si los animales no quisieran que los hombres se comunicaran, uno embistió a Hood, agarrándolo del brazo que ya tenía lastimado.

—¡Argh! —gritó Hood sumamente adolorido.

Link vio al viejo que no podía librarse del murciélago que lo atacaba. Sentía que todo dependía de él, pero no sabía cómo ayudar. Arriesgando su retaguardia y dándole la espalda a su agresor, el joven hizo un giro hacia atrás. Pasándole de costado al viejo quedó parado frente a la espalda del murciélago. Entonces, tomó al animal con sus antebrazos, aplicándole una llave al cuello sin soltar las armas de madera deku.

—¡Maldito bicho! —dijo Hood zafándose. Su herida parecía haberse abierto de nuevo, esta vez, más que antes. El viejo perdía mucha sangre, pero, aun así, le propinó un generoso golpe de escudo en la cabeza al animal que Link había atrapado. Este quedó muy aturdido, sin embargo, el joven no lo soltó.

—¡Hood! ¡El otro! —gritó Link, señalando al otro badbat.

El viejo giró sobre sí mismo y golpeó nuevamente con su protección. El murciélago rodó en el piso y se levantó nuevamente.

—Link, me es imposible usar este brazo —dijo el viejo señalando su brazo herido.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Link.

—Debes encargarte de los dos —dijo el viejo—. Y debes hacerlo antes de que esto se ponga peor.

Pero como si hablar fuera de mala suerte, se escuchó nítidamente un aullido agudo, dando a entender, que a unos kilómetros de allí se encontraba al menos un lobo.

—Creo que no va a tardar en ponerse peor, ¿no? —preguntó el joven con cara de preocupación.

—Me temo que no —dijo Hood.

El joven tenía en sus manos, al murciélago que luchaba dando mordiscos al aire intentando alcanzar la cara o las manos de Link.

—¡Ponlo en el piso y estírale las alas! —ordenó Hood.

Link se dejó caer hacia atrás sin soltar al animal. Este forcejeaba, aleteando contra el suelo, levantando barro y salpicando a su alrededor.

—¡Ojo por ojo! —gritó Hood empuñando su espada con la mano que antes tenía el escudo y atravesándole el ala la hundió en la tierra.

Si bien la espada no era de metal y ni siquiera tenía filo, sí tenía algo de punta y, gracias a la velocidad con la que la espada descendió sobre la delgada ala del murciélago, no tuvo problemas en pasar de lado a lado como si fuera una estaca. El animal dio un alarido de rabia y sus ojos parecían enfocar a Hood con malicia.

—Esto lo dejará aquí un rato —dijo Hood.

—Ya lo creo —dijo el joven—, pero por las dudas... —agregó tomando el escudo por la parte de abajo y, propinándole un golpe en la cabeza, desmayó al animal por completo.

—Bien pensado —dijo el viejo celebrando la idea del joven.

Un murciélago había caído. El otro, si bien volaba torpemente, aún podía elevarse. Eso lo convertía en un blanco difícil de derribar.

«¡Auuu...! ¡Uai!». Se escuchó nuevamente un aullido estremecedor, pero esta vez fue interrumpido, como si aquel animal hubiese sido herido de alguna forma.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Link.

—¿El aullido? —preguntó el viejo—. Sí, lo oí.

—¿Qué crees que le haya pasado? —preguntó curioso el muchacho.

—No lo sé, Link —dijo el viejo sin perder de vista el objetivo y apretando su herida con la mano que tenía el escudo—. Probablemente, se estén peleando entre ellos, por lo que creo que no tardarán en llegar.

—Sé que debemos encargarnos de este —dijo el joven señalando con la punta de la espada al murciélago—, pero no se me ocurre cómo.

El roedor con alas sobrevolaba por encima de ellos, pero no atacaba. Parecía estar estudiando la situación o esperando que su compañero se despertara.

—Link —dijo el viejo—, estoy perdiendo mucha sangre. Necesito llegar al caballo.

—De acuerdo —dijo el muchacho—. Yo te cubro —afirmó con valentía.

El viejo caminó velozmente. Tambaleándose llegó al caballo que se veía muy asustado. Rápidamente tiró el escudo. Sacó el hilo y la aguja de su alforja. Por suerte ya tenía todo preparado.

—No creo que quede una linda cicatriz —dijo el viejo con los ojos entrecerrados como si se estuviera quedando dormido.

—¡Vamos, Hood, solo un poco más! —alentó el joven.

El viejo le dio unas puntadas a su piel. Sufrió bastante al cocerse, pero, aun así, en ningún momento abrió los ojos completamente.

—¡Qué bronca! —dijo el viejo.

—¿Qué pasa? —preguntó Link intrigado, sin sacarle la vista de encima al mamífero volador.

El viejo estaba sentado en el piso con la espalda apoyada en el árbol.

—Pensé que llegaría más lejos —dijo Hood tirando la cabeza hacia atrás y haciendo sonar un suave «TOC» contra la corteza de aquel árbol.

—Vamos, Hood, no hables así —insistió el joven—. Aún podemos salir de esta —dijo optimista.

—Ja, deberíamos —dijo el viejo.

Link sintió que Hood había comenzado a delirar. Mirando su brazo de reojo, el joven notó, que los puntos que el viejo se había dado en el brazo, estaban algo chuecos y seguía perdiendo bastante sangre.

—Link, no te preocupes —dijo el viejo tapándose la herida con la mano—. Todo va a salir bien. —Entonces, llevó los ojos hacia atrás, los cerró y dejó caer su cabeza desmayándose.

—¡Hood! —dijo el joven esperando que este respondiera cualquier cosa.

Pero el murciélago atacó de nuevo. Link supuso que el animal percibió que volvían a ser uno contra uno. El alado mamífero descendió y se enganchó de la espada de madera que el muchacho tenía en la mano. Aleteó, se elevó y luego le arrebató de sus manos la espada, para luego tirarla unos metros más lejos entre los árboles.

—¡Maldición! —gritó el joven—. ¿Nada me va a salir bien? —se preguntó a sí mismo. Link había entrado en pánico y comenzó a desesperarse, pero entonces, vio al viejo tirado allí y recordó lo que le dijo en su primer entrenamiento: "Mira, Link, en mi opinión siete de ocho no es una falla, sino siete aciertos. Debes empezar a ver el lado positivo, es decir, da de ti todo lo que puedas, pero no esperes que todo salga como quieras. Si no, el día en que algo no salga como lo has planeado, entrarás en pánico como con la última cabra".

Link miró pensativo su propio brazo, solo tenía el escudo de madera. Luego, miró el otro con su mano libre y una idea llegó a su cabeza como un rayo de esperanza. —¡Lo tengo! —gritó el joven en voz alta como si alguien pudiese escucharlo—. Vamos a volar un rato —le dijo al murciélago como si este lo entendiera.

El joven había visto su antebrazo derecho, habiendo olvidado por completo, que llevaba el gancho-brazalete. Sin pensarlo dos veces, destrabó el seguro de este, apuntó al peludo volador de ojos rojos y esperó que el tiro fuera infalible.

—Ahora verás.

El murciélago intentó embestir nuevamente, pero el joven aprovechó el acercamiento para reducir las chances de errar su disparo. La garra había salido volando a toda velocidad en línea recta hacia el alado depredador.

—¡Chriii! —gritó este adolorido.

El murciélago había sido enganchado por su abdomen y aleteó fuerte para escaparse. Volando con dificultad levantó a Link, que se despegó del piso como una pluma. Se habrían elevado unos tres metros, cuando el muchacho se percató que tenía que jalar la garra hacia él.

—Veamos quién aguanta más —dijo el joven y apretó sus dedos para recoger la cadena.

Ambos cuerpos se acercaron en el aire a toda velocidad. Link, que ya tenía una mano ocupada con el gancho-brazalete, solo cargaba el escudo en la otra mano y parecía que planeaba atacar con él. El murciélago, al ser atraído por la parte más baja de su cuerpo, giró sobre sí mismo como quien da un rol adelante y quedó a la merced del muchacho. Si alguien hubiese visto aquella escena, la registraría como el golpe de escudo más fuerte en la historia. Allí estaba, el muchacho a más de cuatro metros del suelo, embistiendo con su protección a aquel enorme animal peludo de alas oscuras y ojos encolerizados. Link vio cómo su presa perdía el conocimiento, cerrando los ojos en el aire, mientras ambos comenzaban a caer. El golpe los había alejado un poco y el muchacho pudo observar la altura. Como si el tiempo fuera más lento, el joven llegó a pensar en menos de un instante: «Si no hago algo rápido, esta caída podría matarme».

Entonces, en un reflejo de habilidad, Link estiró las manos y tomó de los pelos al inconsciente animal. Se lo pegó a sí mismo y descendió en caída libre los metros restantes. El murciélago gigante fue la mejor y única amortiguación que el joven tuvo a la hora de enfrentarse contra el suelo. Ambos cuerpos cayeron y rodaron un par de metros desprendiéndose el uno del otro.

Allí estaban los dos rendidos en el piso, ambos desplomados con sus extremidades abiertas a lo ancho. En el joven, las piernas y brazos, y en el murciélago, sus dos tremendas alas, que ocupaban casi el doble que el cuerpo de Link.

Pasaron diez segundos antes de que el muchacho pudiera moverse. Estaba exhausto, su cuerpo pedía un descanso a gritos. Le dolía hasta la última célula y sus huesos le pesaban una tonelada. El joven no tenía suficiente voluntad para levantarse. Si hubiera sido por él, simplemente se hubiera quedado allí a merced de la naturaleza. Entonces, aun con los ojos cerrados, su cerebro comenzó a traerle varias imágenes. «... Hood...» se dijo así mismo pensando en su compañero. «... Navi...» agregó su cerebro. «... Saria...» recordó de pronto, sabiendo que la joven kokiri no lograría reponerse si ellos no llegaban con el "Rocío de Hada", algo que ni siquiera sabía cómo conseguirían. «... Zelda...». El joven abrió los ojos y movió los dedos. «... Zelda me necesita...» se dijo entonces levantando la cabeza y sentándose donde antes yacía acostado. «... Hyrule me necesita...» meditó levantando una rodilla para pararse. «... Ganondorf no puede ganar, no se la podemos dejar así de fácil...». El joven se puso de pie tambaleándose. «... No puedo morirme hasta que ese malnacido pague por sus crímenes...».

—¡Y no planeo hacerlo! —gritó el joven en voz alta como si sus pensamientos no pudieran aguantar el silencio.

De repente giró la cabeza hacia el costado. Se sentía observado y no estaba tan equivocado. Creyó ver un destello rojo y una figura a varios metros de él, escondiéndose tras un árbol. La oscuridad y su aturdimiento no le permitieron sacar muchas conclusiones.

—¡¿Quién está allí?! —preguntó Link elevando la voz con tono de enojo.

Nadie respondió.

—¡Auuu! —aulló un lobo a varios metros de allí.

Link lo escuchó, pero no podía apartar la vista de aquel árbol donde se había escondido el misterioso sujeto.

—¡Sal, cobarde! —dijo Link, dándose cuenta en ese momento que ya no tenía ni el escudo en sus manos.

El joven avanzó un par de pasos en dirección hacia aquel árbol, sabiendo que, si aquella extraña persona era un enemigo, estaría completamente perdido. Entonces, recordó su encuentro con una persona sospechosa, unas cuantas noches atrás, cuando salió a buscar la cena para él y sus compañeros. Aquel sujeto no parecía hostil, sin embargo, ¿cuál era su propósito? ¿Por qué lo seguía? ¿Lo estaba estudiando?

Link no podía dejar de hacer suposiciones a medida que se acercaba al árbol donde creía que estaba escondido el misterioso espectador. Entonces, vio a sus pies un lobo enorme tendido en el piso. Parecía que había muerto desangrado. Probablemente, hubiera sido el lobo que antes había escuchado con Hood. Aquella imagen le hizo recordar que sus compañeros estaban a pocos metros de allí y pensó que, si ese lobo había muerto tan cerca, alguno otro, aún vivo, podría estar por atacarlos.

El joven desistió de la idea de encarar al sujeto y gritó de manera que lo pudiese oír.

—¡Deja de seguirme! ¡No siempre estaré de humor para dejarla pasar! —exclamó aun sabiendo que estaba en desventaja y, dándose media vuelta, comenzó a deducir dónde podrían estar sus amigos. Al haber volado unos metros, no sabía con exactitud dónde se encontraba. Sin embargo, el joven corrió guiado por su instinto. No logró dar más de diez pasos cuando se tropezó cayendo al piso y golpeándose la rodilla. Cerró los ojos y reprimió un insulto. Al abrirlos nuevamente, vio unos colmillos filosos llenos de baba. Frente a él había un hocico negro como la noche, unas mejillas peludas y, por encima de aquellos dientes, dos ojos negros con salpicones de verde muy oscuro. El muchacho se apartó rápidamente hacia atrás, arrastrándose boca arriba al ver al animal agazapado y listo para atacar. El joven pensaba cómo zafar de aquella situación cuando notó que el lobo no estaba agazapado sino echado como el anterior. El animal yacía muerto, con los ojos abiertos y acostado en el piso en una posición que prestaba ciertamente a la confusión.

—Que me parta un rayo —dijo Link— ¿Quién pudo haberse encargado de semejante animal? —se preguntó el joven a sí mismo sin conocer la respuesta.

Link no encontraba la causa de muerte de aquel enorme canino. No obstante, entre el barro y la poca luz, pudo darse cuenta de que había un charco bajo el cadáver e intuyó que no era solo lodo sino sangre. Se acercó un poco y se agachó poniendo una rodilla en el piso. Tocó con las yemas de sus dedos aquel charco para luego llevárselos a la nariz y percibir su olor.

—Como me lo imaginaba —dijo Link en voz alta—. Te han abierto desde abajo —le dijo al difunto lobo—. No tengo tiempo para esto.

El joven se puso de pie y comenzó a correr nuevamente. Miraba hacia sus costados tratando de identificar algún rastro que lo condujera a sus compañeros. De pronto vio unas huellas de caballo y reconoció el camino que habían tomado anteriormente. Sabía que unos metros más adelante Hood había sido tumbado por el primer murciélago, el mismo que, irónicamente, seguía estando a pocos pasos del viejo con un ala clavada al piso. Siguiendo las marcas que las herraduras de sus corceles habían imprimido en la tierra, el joven llegó al lugar donde el viejo estaba desmayado junto al hada bajo la raíz.

—Menos mal que están bien —dijo el joven—. Bueno, no sé si bien, pero al menos no están peor de como los dejé —pensó en voz alta el muchacho.

Un ruido fuerte de aleteo se escuchó detrás de él.

—¡Maldición, esto no acaba más! —gritó sin ver de dónde provenía el ruido. Al girar, observó al murciélago atrapado, agitando el ala que aún tenía suelta e intentando liberarse de la espada que lo mantenía estacado al suelo. El animal había recobrado el conocimiento y se movía rabioso. Link miró rápidamente para todos lados y encontró solo un escudo junto al viejo.

—Voy a necesitar que me prestes esto —dijo el joven tomando la defensa de madera del veterano—. «Aunque no creo que me sirva de mucho» pensó el muchacho.

El murciélago forcejeó con fuerza y desenterró la espada. Esta salió despedida hacia un costado. Link supo que debía conseguirla, por más que fuese de madera, era mejor que no tener nada. El animal puso sus dos pequeñas garras en el piso y dio un fuerte chirrido, preparando su embestida. Justo cuando iba a moverse, un lobo enorme saltó sobre el peludo volador y le hincó los colmillos en el cuello. Este no tuvo oportunidad frente al wolfo. Si bien ambas especies de animales eran voraces depredadores, en tierra, el canino llevaba una gran ventaja sobre el alado roedor.

Link, vio cómo el lobo le quebró el pescuezo al murciélago y supo que estaba en problemas. Entonces, volvió a ver la espada de madera que estaba aproximadamente a dos metros de la fiera y recordó que a sus espaldas se hallaba el caballo con el boomerang.

Lentamente y sin quitarle de encima los ojos al wolfo, caminó hacia atrás hasta chocar contra la alforja. El animal lo miraba examinando sus movimientos. Link tomó el boomerang y agazapado comenzó a caminar de costado. El oscuro carnívoro miró al muchacho y también se ladeó. Ambos se movían estudiando al adversario. El animal aulló y se lanzó sobre Link, quien revoleó su boomerang y rodó hacia el costado. El lobo saltó evitando el ataque del muchacho y el boomerang se perdió entre los arbustos. El canino giró sobre sí mismo, para volver a encarar al joven, quien ahora tenía la espada de madera en su mano.

—¡Aaargh! —gritó Link corriendo hacia el animal y saltó lanzando una estocada que el lobo esquivó. Link cayó cerca de Hood, su nariz había quedado a centímetros del frasco que tenía dentro a la pequeña hada. Navi, aunque sin brillo, estaba despierta y con las dos manos apoyadas en el vidrio. Ella lo miraba con los ojos entreabiertos, entonces, tomando aire, gritó para ser oída fuera del recipiente. —¡Mantenlo cerca de ti y ve sus movimientos con cuidado! ¡Atácale cuando baje la guardia! —dijo ella y volvió a desmayarse.

—Navi... resiste. —El joven se puso de pie y siguiendo los consejos de su amiga, se apartó de sus compañeros y esperó a que el wolfo se acercara.

El animal se arrimó de a poco y, cuando estaba a un salto de diferencia, se lanzó hacia su presa.

El muchacho lo esquivó y le propinó un fuerte golpe con el canto de la espada de madera, justo en la pata trasera izquierda.

—¡Uay! —aulló el lobo dolorido. Ahora le costaba apoyar la pata, sin embargo, a Link le hacía falta mucho más que un golpecito para lograr salir de aquella encrucijada. El animal volvió a saltar, Link lo volvió a esquivar e intentó lanzar otro golpe. Esta vez no tuvo tanta suerte. El peludo canino eludió el golpe del joven y esto hizo que Link perdiera el equilibrio. Las fauces del lobo habían apresado la pantorrilla del muchacho. Link abanicó con la espada hasta que logró pegarle en la punta del hocico. El rabioso carnívoro se apartó hacia atrás, pero Link ya no podía pararse. Su pierna sangraba bastante y la poca fuerza que le quedaba no le permitía moverse como quería. El lobo corrió y saltó sobre el joven, quien rodó como un tronco hacia un costado y le clavó la espada entre las costillas. Lamentablemente, la herida, no era lo suficientemente significativa como para tumbarlo del todo.

Ambos estaban lesionados y Link no paraba de pensar: «¿Por qué demonios no se va y nos deja en paz?... Ni siquiera me interesa este maldito enfrentamiento». El lobo no parecía pensar de la misma manera y atacó de nuevo. Link volvió a girar al mismo tiempo que lo golpeó con el escudo. Aquel había sido el último gran esfuerzo del joven. A duras penas se arrastró hacia atrás con las manos. Con el pecho hacia arriba y mirando al lobo, se alejaba de este acercándose al viejo, como si morir junto a Hood fuera lo mejor que pudiese pasarle en ese momento.

—Hood... Navi... lo siento mucho... —dijo el muchacho con la poca energía que le quedaba—. Los he defraudado... —balbuceó.

El wolfo, rengueando, pero a gran velocidad, se acercó y se lanzó nuevamente sobre el muchacho. Todo estaba perdido, cuando de repente, otro lobo salió prácticamente de la nada y mordió al agresor de Link. Este era un lobo blanco, majestuoso. Parecía estar cubierto por un manto plateado en lo alto de su espalda. Ambos lobos se enfrentaron, se mordían las patas y el cuello. El joven, con un ojo difícilmente abierto y el otro totalmente cerrado, veía aquella feroz lucha. Los salvajes animales estaban entrelazados. De pronto el lobo negro logró sacarse de encima al plateado, que rodó unos cuantos metros cerca de Link. Como si no quisiera darle un segundo de descanso, el lobo oscuro corrió y saltó para embestir al albino enemigo. Este se apartó y el lobo siguió su descendiente trayectoria hacia Link. Esta vez, el joven ya no podría eludirlo. Simplemente, abrió ambos ojos viendo a su depredador por última vez, saltando hacia él con los colmillos llenos de baba y los ojos repletos de rabia. «¡ZTUC!» «¡ZTUC!» Dos flechazos se clavaron en el cuello del animal y este se desplomó sobre Link.

—¿Qué demonios? —dijo el joven sorprendido con el enorme lobo sobre él. El muchacho intentó sacarse de encima al mamífero que había muerto en el acto. Era muy pesado, imposible moverlo en ese estado y, dándose cuenta de que estaba atrapado, solo pudo observar al lobo plateado. «Me temo que no voy a salir vivo de esta» pensó, pero entonces, con la vista borrosa, notó que el lobo plateado se alejaba perdiéndose entre los arbustos. Aun así, mirando la sangre que le brotaba por la pantorrilla, dedujo que pronto moriría desangrado, y llevando los ojos hacia atrás, se desmayó.

El muchacho yacía acostado con el lobo encima que se desangraba por la arteria del cogote. A su lado, bajo la raíz de aquel árbol cercano, en el frasco de vidrio, la opaca hada no daba señales de vida. Del otro lado, el viejo estaba sentado con la espalda apoyada en el mismo árbol y la cabeza tirada hacia adelante.

Dos sujetos se acercaron caminando.

—¿Está muerto? —preguntó uno.

—Sí —contestó el otro.


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Has llegado al final de esta primera entrega. Solo te falta el epílogo, pero hasta aquí, si te ha gustado, por favor ayúdame calificando esta historia en GOODREADS (es muy pero muy importante) y compartiéndola con todo el mundo (dejo el link en el primer comentario).

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