LEJOS DEL OBJETIVO
Era una noche de luna llena y el terreno real de Hyrule se encontraba envuelto en llamas y destrucción. Las casas llevaban tiempo deshabitadas. Algunas incluso eran usadas de tanto en tanto por viajeros arriesgados, que usaban este pueblo para pernoctar y seguir su camino. Sin embargo, aquella noche todos habían huido con el inicio del fragor de la batalla. Era la tercera vez que el pueblo hyliano intentaba recuperar su hogar ese año, y era la tercera vez que las tropas de Vaati los echaban a punta de espada. Aunque esta batalla había sido distinta, sus resultados habían sido los peores y los mejores a la vez. Los peores, porque nunca habían perdido tantas vidas hylianas. Los mejores, porque nunca habían llegado tan cerca del castillo. Un grupo de hylianos experimentados en el arte de la infiltración se encontraban en las afueras del castillo, escondidos detrás de dos carruajes destruidos.
—Estamos atrapados —dijo el líder del grupo con seriedad pero sin desesperar.
—¿Qué haremos? —preguntó una joven del grupo.
—Lo mejor será separarnos, de esta forma podremos distraer a los guardias y algunos de nosotros entrar en el castillo —contestó el líder.
—Perícleo, conozco el castillo, me ofrezco de voluntario para entrar y conseguir nuestro objetivo —dijo otro hombre. Este, junto con el líder, eran los dos más grandes de edad y experimentados.
—De acuerdo Leonardo —aceptó Perícleo—, pero no lo harás solo. Adrián, tú irás con él —le dijo a un joven de unos veinti-tantos años, fornido, de un metro ochenta, con una mirada seria bajo su frente prominente.
Este asintió sin pronunciar palabra.
—Salma, Jasper y yo saldremos en esa dirección y nos encargaremos de esos guardias —dijo señalando con un dedo a un grupo de soldados que custodiaban la entrada sur del jardín principal—. Lucke y Roger se encargarán de ese otro grupo —agregó señalando otros guardias que cubrían la entrada a la biblioteca.
Todos asintieron.
—Cuando acabemos con esos guardias, saldrán los que custodian el interior. Cuando eso ocurra huiremos hacia el asentamiento. Leonardo y Adrián, en ese momento, podrán entrar al castillo, pero quedarán solos. Aténganse al plan. Nuestro objetivo es la piedra, nada más —dijo Perícleo—. Quiero verlos con vida, si el objetivo es inalcanzable, desistan. Reagruparemos y lo intentaremos de nuevo en otro momento.
—Esperemos que no haga falta —dijo Leonardo extendiendo la mano para saludar a Perícleo, quien le devolvió el saludo.
Todos se pusieron de acuerdo y con mucho sigilo atacaron. Habían logrado reducir a la gran mayoría cuando uno de los guardias avisó al resto antes de perecer. Unos cuantos soldados salieron alertados y listos para la batalla. Perícleo, viendo cómo Leonardo y Adrián se escabullían por una ventana hacia el interior del castillo, dio la orden de retirada y el resto del grupo huyó en dirección a la ciudadela abandonada.
«Buena suerte» pensó Perícleo escapando también.
A pesar de su aspecto abandonado, el castillo de Hyrule estaba más vivo que nunca. Soldados corrían por los pasillos haciendo sonar sus armaduras al andar. De tanto en tanto alguna flecha perdida entraba por los alargados ventanales regando de vidrio las alfombras. Estas tampoco estaban en su mejor momento, desgarradas y manchadas demostraban la decadencia de aquel edificio que en algún momento había sido tan próspero.
—Si no está en el salón del trono, ¿dónde está? —preguntó Adrián.
—Debe estar en la mazmorra pasando el jardín —dijo Leonardo, el otro hombre, algo más grande de edad pero más chico de estatura y no tan musculoso.
—¿Y cómo llegaremos hasta allí? —preguntó el primero.
—No lo sé Adrián, necesito ver el mapa y pensar. Ya nos hemos topado con un sinfín de puertas bloqueadas —contestó el otro hombre mirando una puerta detrás de él.
—Cuidado Leonardo —dijo Adrián corriendo del hombro y escondiéndose junto a él detrás de una columna.
En ese momento, tres hombres con armaduras hylianas pasaron al trote en dirección a la puerta principal del castillo.
—Gracias. Por poco y nos descubren —dijo Leonardo—. Ven, miremos que hay más allá de esta puerta.
Leonardo y Adrián abrieron la puerta y se encontraron en una sala vacía con las ventanas tapiadas con maderas.
—No se ve nada —dijo Adrián acercándose a la ventana.
—Mejor —dijo Leonardo encendiendo una vela.
Algo de luz demostró que el tamaño de aquella habitación era sumamente chico y algunos artículos como baldes y escobas les dieron a entender que se trataba del cuarto de limpieza.
Leonardo se arrodilló en el piso y desplegó un mapa del castillo.
—Aquí estamos nosotros —dijo señalando un lugar en el mapa—. Aquí debemos ir —dijo señalando otro—. Este acceso está bloqueado, este también y este también— agregó marcando en el mapa.
—¿Zelda no dijo algo sobre "un camino bajo el trono"? —preguntó Adrián.
—Sí. Es verdad —dijo Leonardo recordando y buscando en sus bolsillos. Entonces sacó un papel doblado en cuatro y lo extendió. Dentro del papel había una llave labrada. —Antes de entrar me dio esto —agregó dándole el papel a Adrián para observar con detenimiento la llave.
—Bueno, según esto la llave permite desplazar el trono hacia delante y, debajo de este, hay una escalera —dijo Adrián.
—A ver —dijo Leonardo.
Ambos miraron un posible recorrido y lo memorizaron. Al cabo de unos segundos salieron del cuarto de limpieza. Sigilosamente, corrieron hasta el trono y se escondieron detrás, buscando el cerrojo.
—Aquí —señaló Adrián, mostrando un orificio pequeño envuelto en el elaborado grabado que había en la parte posterior del trono.
Leonardo metió la llave y giró. Solo por el ruido dedujeron que algo había pasado. Los hombres se asomaron por encima del respaldo del trono para mirar que nadie estuviera por allí. Comprobando su soledad contaron hasta tres con los dedos y empujaron el asiento del rey hacia delante. Una puerta de madera con labrados en hierro quedó al descubierto. Adrián tiró hacia arriba de la manija y los dos vieron unas escaleras caracol que descendían unos cuantos pisos.
Fuera del castillo y a varios kilómetros, una sangrienta batalla se llevaba a cabo. La masacre había llegado hasta un gran asentamiento. Soldados hylianos combatían contra otros soldados hylianos. La única manera de reconocer los bandos era a través de la poca piel que se veía entre sus armaduras. Se podría decir que un bando tenía la piel viva y la otra muerta. Cientos de carpas ardían en llamas. Gritos de dolor, llantos y desesperación desgarraban los oídos de una joven de cabellos dorados.
—Señorita Zelda, debemos retirarnos. La próxima oleada no tardará en llegar —le dijo un soldado a la joven, sacando su espada del pecho del enemigo.
—Lo sé Coocker —contestó ella—, ¿dónde está Gracielle?
—Aquí princesa —dijo una mujer que vestía armadura hyliana.
—Gracias a las Diosas. Por un momento temí lo peor —contestó Zelda.
La joven princesa hyliana miraba el castillo con lágrimas en los ojos. —Tan cerca... tan cerca de recuperarlo estuvimos esta vez. ¿Cómo demonios Vaati logra doblegarnos así? —dijo tomándose la cabeza con impotencia.
Bajando la mirada, detrás de una muralla de árboles, un grupo de personas llegó corriendo y abriéndose paso hasta la princesa.
—Respira Perícleo y luego cuéntame las novedades —dijo Zelda.
El hombre respiró profundamente y aun con algo de agitación en su voz dijo—: Debemos huir. De camino hacia aquí hemos visto una horda lista para el ataque y no creo que estemos en ventaja.
—¿Leonardo y Adrián están...? —preguntó Zelda temiendo lo peor.
—No lo sabemos, pero espero que no. Lograron entrar en el castillo. Si hay alguna oportunidad depende de ellos.
La princesa suspiró aliviada.
—Aun así, debemos huir, no podemos esperarlos. Estoy seguro de que nos encontrarán. Cuando no nos vean aquí nos rastrearán hasta donde sea que estemos—dijo Perícleo.
—De acuerdo, nos alejaremos más del castillo —dijo Zelda con lágrimas en los ojos.
—¿Sabe hacia dónde señorita?, o ¿desea que le sugiera? —dijo Perícleo.
—Dime las opciones —dijo Zelda.
—Al oeste está Gerudia, no nos conviene ir hacia allí. Hacia el este está el bosque Kokiri. Pero dudo que nuestros sobrevivientes puedan adaptarse fácilmente al bosque. Mi recomendación es viajar hacia el sur. Estamos a un mes de viaje del gran lago Hylia, pero a mitad de camino hay una zona de planicies con canteras y ríos que nos pueden ser de utilidad.
—Es verdad —dijo Salma—. Nosotros estuvimos allí una vez, ¿recuerdas Zelda?
—De hecho, sí. Hay una gruta muy especial para mí en ese sitio —contestó la princesa, y mirando hacia abajo, cómo repasando en su memoria, murmuró—: ¿será posible que...?
—¿Señorita? —preguntó Perícleo, esperando una respuesta.
—¿Cuántos años hacen ya desde la batalla de la amarga victoria? —preguntó Zelda.
—¿Eh? —se sorprendió Perícleo— Siete y algo, más o menos —agregó respondiendo a la pregunta.
—Entonces no debe ser casualidad. Allí iremos y montaremos campamento. Da la orden Perícleo —dijo Zelda.
El hombre asintió con la cabeza y corrió a avisar. Pronto sonaron los cuernos y el pueblo hyliano comenzó a levantar campamento.
En el rostro de Zelda nuevamente había aparecido una luz de esperanza, y murmurando se repitió a sí misma—: No puede ser casualidad. Ese es el sitio donde nos encontraremos. Ese es el lugar donde te volveré a ver, Link.
Dentro del castillo, los hylianos infiltrados habían bajado por la escalera debajo del trono, que al terminar, desembocó en un pasillo oscuro. A tientas caminaron atravesándolo. En aquel silencio, algunas gotas de filtraciones retumbaban sonando amplificadas. El eco de estas se extendía de una punta a la otra. A lo largo del pasillo salían, de tanto en tanto, escaleras para ascender. Los hombres se agacharon para ver el mapa una vez más.
—Estamos abajo —dijo Leonardo.
Ambos subieron por la escalera que tenían al lado y se toparon con un camino sin salida.
—¿Y ahora? —preguntó Adrián.
Leonardo pasó la mano por la pared, removiendo las telas de araña y soplando el polvo que había debajo lo que parecía ser un porta-antorchas. Un extraño grabado quedó al descubierto.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Adrián.
—"JALAR" —respondió Leonardo tirando hacia abajo del porta-antorchas.
El techo sobre ellos se desplazó llenándolos de polvo. Tosiendo lo más silenciosamente posible salieron al exterior. Al hacerlo, notaron que lo que antes era su techo era en realidad la base de una estatua. Se encontraban en un jardín de hojas secas y pasto crecido.
—Es por allí —dijo Leonardo.
—Espera —dijo Adrián señalando a un soldado de prendas hylianas que montaba guardia en la puerta.
—Iré por la derecha —dijo Leonardo.
—De acuerdo, yo me encargo —dijo Adrián.
Los hombres se separaron y envueltos en la oscuridad de aquella noche se dirigieron a su objetivo.
—Lo siento tanto amigo, en unos segundos estarás libre —le dijo Leonardo al guardia, tomándolo por sorpresa.
Este tenía los ojos rojos y la piel seca. —¡¿Qué?! —preguntó con voz de ultratumba apretando la empuñadura de su espada.
Leonardo no tuvo que responderle. Una espada salió desde el pecho del guardia. Adrián lo había tomado por la espalda y mientras cubría su boca para silenciarlo, su hoja lo había atravesado de lado a lado. El hombre llevó los ojos hacia arriba, se sacudió un poco y tosió algo de sangre negra que se escapó entre los dedos de Adrián. Antes de morir, sus ojos bajaron de nuevo y una expresión de libertad inundó su rostro. Su semblante, aunque magullado, parecía agradecido.
—De nada —dijo Adrián.
Los hombres traspasaron la puerta que vigilaba el guardia y subieron por otra escalera caracol, para detenerse frente a una puerta de madera entreabierta. Leonardo asomó la cabeza y luego pasó todo su cuerpo. Agachados, los hombres se acercaron y se ocultaron detrás del aparador. La habitación se encontraba tenuemente iluminada por unas pocas velas, ubicadas a lo lejos en una mesa.
—¿Ves algo? —susurró Adrián.
—Shhh —lo calló Leonardo, dado que en ese preciso instante, la silueta delgada de lo que parecía un hombre, se acercó hasta una estantería llena de libros ubicada a escasos metros de los infiltrados. El hombre tomó un frasco y lo apoyó sobre la mesa. Con una tiza dibujó algo que ni Leonardo ni Adrián pudieron ver. Luego se acercó hasta otro aparador y juntó algunos frascos más. Abriéndolos ordenadamente vertió el contenido dentro de un cáliz gigante. Por último, se pinchó el dedo con una daga, dejó caer una gota de sangre y comenzó a recitar palabras en un idioma desconocido por los hombres.
—¿Qué está diciendo? —preguntó Adrián, en un tono de voz casi inaudible.
—No lo sé, pero parece estar conjurando algo. Atente al plan. Actuaremos cuando ya haya usado la piedra. Cuando eso suceda quedará en un estado de debilidad temporal. Esa es nuestra ventana —murmuró Leonardo.
El escuálido nigromante tomó un frasco vacío y continuó recitando. De repente la copa metálica de boca ancha se puso roja como cuando el hierro se expone ante el fuego. El contenido en su interior comenzó a arder envuelto en llamas, expulsando un humo denso y oscuro. El alquimista parecía controlar el humo con sus palabras, formando una pequeña nube levitante sobre el cáliz. Por último, el hombre sacó una pequeña piedra de su bolsillo y la sostuvo con una mano. Con la otra mano tomó un frasco vacío y volvió a recitar otras palabras. La piedra comenzó a brillar y el humo se alejó metiéndose en el frasco. El nigromante tapó el frasco de boca ancha con un gran corcho y lo apoyó en la mesa con algo de fuerza. Parecía que se iba a desmayar. Tambaleando un poco apoyó sus dos manos sobre la mesa y respiró con fatiga. La piedra estaba justo al lado de su mano.
—Podemos matarlo —susurró Adrián.
—Nuestro objetivo es la piedra —contestó Leonardo
—Sí, podemos matarlo y llevarnos la piedra —dijo Adrián.
—Primero consigamos la piedra, ese es nuestro objetivo —dijo Leonardo seriamente—. Espera aquí.
Leonardo se acercó agachado a la mesa. Ahora estaba a escasos centímetros de la piedra. En ese momento, el nigromante caminó en dirección hacia donde estaba Adrián para tomar una pócima del aparador.
Sin ser descubierto y solo moviendo los labios, Adrián le dijo a Leonardo «Puedo matarlo ahora» sacando una daga de su cinturón.
«No» le dijo Leonardo sin emitir sonido.
Pero Adrián ya estaba en posición y la oportunidad era perfecta. De un salto se puso junto al nigromante y clavó su daga en la espalda de este.
Leonardo se paralizó un segundo y Adrián pateó al escuálido hechicero que se desangraba por el costado de su pecho. Este cayó sobre la mesa y rodó hacia el suelo.
Adrián se acercó para rematarlo y el nigromante soltó una carcajada.
—Si hubieras apuntado mejor, quizás lo hubieras conseguido —dijo con su grave voz de ultratumba.
Adrián se sorprendió y miró la mesa. La piedra ya no estaba. El hechicero la tenía en sus manos y recitando unas palabras, esta brilló y Adrián salió volando hacia atrás, rompiendo el aparador que antes los mantenía a cubierto. El nigromante sintió la presencia de alguien más. Girando sobre sí mismo, vio una figura en la sombra, pero antes de que pudiera recitar algo más, aquella silueta había lanzado una bomba de humo hacia el piso inundando la habitación y anulando la visión de cualquiera. Leonardo pateó la mesa golpeando al hechicero, pero sin lograr que este soltara la piedra. Adrián se sintió libre de las ataduras invisibles que antes lo habían jalado hacia atrás y se puso de pie.
—¡Vamos! —gritó Leonardo sujetando a Adrián de la chaqueta y arrastrándolo consigo.
Adrián trastabilló un poco al principio, pero logró seguir a Leonardo escaleras abajo.
—Lo arruiné, soy un idiota —dijo Adrián.
—Ahora preocúpate por salir con vida —dijo Leonardo.
Abriéndose paso entre las estatuas del jardín que habían visto antes, intentaron llegar hasta la entrada del pasillo bajo la gran estatua, pero cuatro guardias custodiaban el lugar. Leonardo los vio y frenó resbalando un poco.
—¡Allí están! —gritó uno de los guardias dando inicio a la persecución.
Adrián lo sujetó del brazo para cambiar de dirección a la carrera. Pronto llegaron hasta una muralla, precisamente hasta una parte donde la misma estaba algo derrumbada y era más baja que el resto.
—¡Rápido! ¡Por aquí! —dijo Adrián poniendo la espalda contra la pared y las manos en forma de escalón para que Leonardo saltara.
Instintivamente, este puso un pie en las manos de su compañero y logró trepar la pared, pero, una vez arriba, notó que Adrián no tenía intención de subir.
—¡¿Qué haces?! —gritó Leonardo.
—¡Huye, yo los entretendré! —dijo Adrián.
—¡¿Estás loco?! —preguntó Leonardo sorprendido.
—¡No dejaré que pagues por mis errores! —dijo Adrián mirando a los guardias acercarse.
—¡¿De qué hablas?! ¡Sube! —ordenó Leonardo.
Pero el esfuerzo de Leonardo fue inútil. Adrián ya estaba corriendo en otra dirección.
—¡Ey! ¡Idiotas! ¡Por aquí! —les gritó a los guardias alejándose.
Leonardo los vio pasar sin ser detectado y recorrió la muralla por encima hasta encontrar un sitio por el cual bajar hacia el lado de afuera. En silencio se alejó del castillo y del predio real. Pronto se encontraba solo y decidió detenerse un minuto. Metiendo la mano en uno de los bolsillos que colgaba de su cinturón sacó un frasco. En su interior había una nube de humo negra que, de cada tanto, golpeaba en vano las paredes de vidrio de su prisión. Leonardo vio el gran corcho con detenimiento. Una estrella pentagrama con símbolos rúnicos estaban grabados en la superficie.
—Puede que no hayamos obtenido la piedra Adrián, pero no voy a desaprovechar tu sacrificio —susurró como si Adrián estuviera allí—. Quizás la misión no haya sido un completo fracaso después de todo —dijo estudiando el frasco—. Yo me encargaré de ello.
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Antes de seguir avanzando en la historia, por favor, pásate por el enlace que dejé en el primer comentario, cuéntame qué te ha parecido este capítulo y responde allí esta breve pregunta.
Aparentemente, los personajes han hecho un largo viaje.
¿Qué crees que pasará con Adrián?
Sobrevivirá (o eso espero).
No sobrevivirá (no tiene muchas chances).
No lo sé (cualquier cosa puede pasar).
Si te gusta el arte visual puedes compartir un dibujo de cómo te imaginas el castillo por fuera o por dentro, o bien, usa alguna I.A. para ver qué resultados genera.
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