LA PRINCESA HYLIANA
Link no podía creer el recibimiento por parte de aquella extraña. Una joven hermosa, semejante a las mismas que huían de él al ver su desarreglada figura poco tiempo atrás. Además, resultaba ser que era la princesa, pese a su atuendo guerrillero, y estaba al mando del campamento.
—Ho-o-ola —dijo el joven arquero.
—No puedo creerlo... todo este tiempo... sabía que volverías, lo sabía —dijo la muchacha.
—Disculpe, señorita, pero yo... —comenzó a decir Link.
—No tienes idea de quién soy —completó la oración la joven.
—E-ex-exacto —dijo Link y sonriendo de manera rara y forzada, como si no supiera qué hacer.
La princesa rió sutilmente al ver la extraña expresión en la cara de Link.
—No te preocupes Link. Yo sí te conozco. Te recuerdo cómo cuando éramos niños. Claro que ahora estás un poco más... grande —dijo inclinando la cabeza como quien examina algo con detenimiento—. No tanto de altura, pero, esto es nuevo —comentó presionando con un dedo el brazo del muchacho y mirando a Hood y a Astor, como si supiera que eran los responsables de su actual aspecto—. Asumo que ya te lo han dicho. Mi nombre es Zelda, soy la princesa de Hyrule. Lamentablemente, mi padre está incapacitado para dirigir su reino, y es por ello que yo estoy a cargo de todo.
Link tenía la boca entreabierta, miró a la joven y luego solo moviendo sus ojos miró a sus compañeros. Estos comenzaron a reír al ver su expresión.
Al ver que el joven no podía emitir sonido, Zelda volvió a hablar. —Bueno, señores, acompáñenme. —Los cuatro comenzaron a caminar. Link y Zelda por delante, Hood y Astor por detrás. Dos guardias se apresuraron a escoltarlos—. Muchas gracias, caballeros, pero no va a ser necesario —les dijo Zelda a los guardias—. Créanme que estos hombres darían la vida por mí. Es más, uno ya dio hasta su memoria por mí.
Los guardias asintieron con la cabeza, hicieron una especie de reverencia y se volvieron a ubicar a los costados de la gran carpa.
—Yo... yo soy el que perdió la memoria, ¿cierto? —preguntó Link.
—En efecto, Link —contestó Zelda.
Hood hizo un gesto como para decir algo, pero se contradijo con la mano y se quedó callado.
—Y, ¿cómo?... O sea, ¿dónde... cuándo?... ¿Por qué dices que fue por ti? —preguntó Link esperando las respuestas que Hood no le daba.
—Mmm, no debería contestar tantas cosas —dijo Zelda—. Supongo que con el tiempo lo entenderás.
Link hizo un gesto con las manos y abrió la boca para decir algo, pero las palabras tardaron en salir. —No lo puedo creer, eres igual a él —dijo señalando a Hood—. ¿Acaso nadie va a contarme mi propia vida? —preguntó indignado.
—No puedo, Link. No me está permitido —respondió Zelda.
Astor se rascó la nariz y, aprovechando que el resto de la mano cubría su boca, sonrió. Hood lo notó y también contuvo la sonrisa mordiéndose los labios.
—¿Sería tan amable entonces, señorita, de decirme quién se lo ha prohibido? —dijo histriónica y sarcásticamente el joven arquero.
—Sí, tú, Link. Tú me lo has prohibido —contestó Zelda sin preámbulos.
Los otros dos, que ya estaban tentados, soltaron carcajadas y se tomaron la panza mientras caminaban. El muchacho dio vuelta su cabeza como un rayo. Tenía una notoria expresión de asombro
—Es increíble. ¡Ni tú mismo te permites saber nada! —dijo Hood entre risas.
Link entrecerró los ojos fulminándolos con la mirada pero no habló. Luego de unos segundos y al ver que no paraban de reírse, este también sonrió. Volviendo a hablar con Zelda, quien se veía jocosa por la situación, le dijo—: Es sorprendente, irónico y realmente se presta para la risa. Pero, ¿estás segura de que no fue el viejo este, quien te hizo no hablar del tema? —preguntó señalando a Hood.
—No lo sé, tal vez indirectamente sí, pero fuiste tú quien dijo: "Zelda, cuando me veas, es importante que no me cuentes nada sobre mi pasado. Sé que se escaparán algunas cosas de menor importancia, pero debes intentar no revelar lo que sucedió aquí. Puede que sea molesto para mí, pero lo entenderé. Después de todo, ya estoy acostumbrado" —parafraseó la joven.
—¿Yo dije eso? —preguntó Link.
—Sí, Link. Llevo mucho tiempo con esa frase en la cabeza esperando verte.
—Awww —bromeó Hood, y fingiendo que tosía, dijo—: Cof-cof-cursi-cof-cof.
Esta vez fue Zelda, quien dio vuelta su cara y miró a Hood con fuego en los ojos. Si bien ella era la princesa de todos los hylianos, a Hood no parecía que le afectara el rango jerárquico, aunque, en esa ocasión, aquella mirada hizo que este se retractara por su comentario.
—Perdón, perdón, no dije nada —se acobardó Hood.
Astor esperó que Zelda se diera vuelta nuevamente para que no lo vea y, señalando a Hood, se rio en silencio en su cara. Hood hizo un gesto con la mano, agitando sus dedos como diciendo lo brava que era Zelda.
Link no le dio importancia al comentario de Hood y siguió caminando junto a la princesa. Pronto se habían alejado del campamento y habían llegado hasta una formación rocosa por la cual caía una pequeña cascada.
—Bueno, Link, tengo un regalo para ti. Pero está dentro de la cueva —dijo Zelda señalando la cascada.
—¿Qué cueva? —preguntó Link.
—Veo que tu memoria se dañó severamente —dijo la joven—, detrás de la cascada hay una cueva. Solíamos venir cuando éramos niños. Te encantaba nadar en las pequeñas hoyas que se forman dentro y trepar por las rocosas paredes.
—¿Entramos entonces? —preguntó el muchacho.
—Ustedes entren, Astor y yo montaremos guardia aquí afuera —decidió Hood sin consultarle a nadie.
La joven puso un pie en el agua, el otro sobre una roca y saltó dentro de la cascada traspasándola por completo.
Astor miró a Link. —No deberías hacer esperar a la dama... ¡Suerte! —dijo el tío de Link dándole un empujoncito al joven lo metió dentro de la cueva. Este tropezó con Zelda y ambos trastabillaron y cayeron. Los reflejos de Link le permitieron colocarse debajo y amortiguar la caída de la princesa con su propio cuerpo. Ambos quedaron en el piso con las narices a menos de cinco centímetros. Zelda se sonrojó y se levantó rápidamente. Link no llegó a sonrojarse, pero en ese breve instante, notó lo hermosa que era la muchacha. Ese escaso momento bastó para que por un segundo no recordara que no sabía nada de su pasado, que se suponía que él iba a salvar a Hyrule y que Ganondorf existía. Se olvidó de la ocarina, de la trifuerza y de cuantas cosas estaban en su cabeza.
—Lo-lo-lo siento, Astor me empujó —tartamudeó Link.
—Descuida, no es nada —contestó Zelda—. Ven, es por aquí —agregó señalando un camino dentro de la cueva.
—Sí, te sigo —dijo el muchacho—. Aunque... está algo oscuro, ¿no crees? Podríamos tropezar de nuevo. —Link no había terminado de decir la oración, cuando notó que parecía insinuar otra cosa. Entonces, como quien quiere salir de una situación embarazosa, intentó explicarse mejor—: Quiero decir que... no quisiera caerme sobre ti... es decir... no quisiera que te lastimaras. No es que me molestara que hayas caído sobre mí... pero no... o sea yo... lo que quiero decir es que... —balbuceó Link, obviamente sin éxito en el intento de expresarse claramente y hacer de la situación algo menos incómoda.
Sin embargo, disimuladamente, Zelda parecía disfrutar el balbuceo del joven. No obstante, sacó una esfera amarillenta de una de sus bolsas de tela, la agitó un poco y esta comenzó a brillar iluminando el camino.
Link aprovechó para poder dejar atrás el tema anterior y cesar de "remar en la miel" con una conversación unilateral que no podía sostener.
—¡Increíble! Parece que la princesa tiene más de un truco —dijo Link.
Zelda rio. —También olvidaste que era una de las mejores en el colegio, ¿no?... Bueno, al menos en la parte teórica.
—¿Fuimos juntos al colegio...? ¿Yo fui al colegio? —preguntó Link sorprendido.
La educación era algo costosa y no cualquiera podía acceder a ella. Solo algunos afortunados miembros de Hyrule, provenientes de familias con una sólida posición económica, tenían la posibilidad de concurrir al único colegio de Hyrule.
Zelda rio nuevamente. —Sí, Link. Creo que no te hará daño saber eso. Yo era muy buena en las materias teóricas y prácticas "de escritorio". Pero como toda niña de familia real, me resultaban complicadas las artes de combate y cacería. Aunque tenía una especie de "compañero-maestro-particular" que me hizo progresar muchísimo. Este era muy vago para las materias que más me apasionaban, como la lectura antigua, la química y la alquimia. —Entonces, Zelda se detuvo al llegar a una saliente—. Aquí habrá que nadar un poco y bucear otro poco más para llegar al otro lado de este pasillo —dijo señalando el camino.
—¡Genial! —dijo Link, a quien le encantaba nadar.
Ambos se zambulleron en el espejo de agua y dieron un par de brazadas sobre la superficie en el sentido que Zelda había indicado. Al llegar a una pared, Zelda se detuvo.
—Dudo que no te salga instintivamente, pero este tramo lo haremos buceando. —La joven hizo una pausa como si estuviera recordando—. Una vez tú me enseñaste que podía usar las rocas salientes de las paredes para impulsarme más rápido debajo del agua. Supongo que tu propio consejo puede serte útil en este trayecto. —Zelda se sumergió y Link la siguió durante lo que fueron cerca de veinte metros. Link seguía a Zelda, sujetándose de las salientes que ella usaba para impulsarse. La poca luz que había provenía de la bolsa de tela que colgaba del cinturón de la princesa. La brillante esfera estaba atenuada, pero, así y todo, algo de luz se filtraba iluminando su avance.
Zelda llegó hasta un sector y se detuvo nuevamente. Le hizo un gesto a Link para que ascendiera. Link obedeció y ambos sacaron la cabeza del agua en lo que se veía como una bolsa de aire. Era una especie de habitáculo lleno de musgo en las paredes que le proveían de constante aire limpio.
Zelda aprovechó para tomar aire y decir unas palabras. —A continuación, el camino se estrecha un poco y las paredes tienen algunos caracoles bastante filosos, no te acerques mucho a ellos o acabarás todo cortado.
Link asintió con la cabeza y Zelda se sumergió. Ambos fueron cuidadosos. Link pudo ver los filosos caracoles y, lamentablemente, pudo sentir con el antebrazo uno de ellos provocándole un pequeño tajo. Zelda salió en lo que parecía otra bolsa de aire, bastante más chica que la anterior. Link la siguió, emergió y nuevamente sus narices quedaron a pocos centímetros de distancia. Ambos se sonrojaron un poco.
—Bueno, último tramo. ¿Tienes una daga? —preguntó Zelda.
—Sí, es decir, aquí no, pero en la carreta hay... —comenzó a decir Link.
—No podemos volver a la carreta, Link —rio la joven—. Toma, tengo una de más —dijo ella sacando dos dagas del cinturón de su muslo izquierdo—. No la pierdas, es un recuerdo —dijo sonriendo—. Ahora, pasaremos por un lugar lleno de algas. Es normal enredarse un poco, no entres en pánico. Simplemente, corta las algas que te rodeen con la daga y despreocúpate que está bien afilada.
—No hay problema —dijo Link.
Ambos se sumergieron y nuevamente Link siguió a Zelda. Ella se abrió paso rápidamente, pero, como era de esperarse, a Link se le enredó el pie. Sin preocuparse demasiado, Link se inclinó para cortar el alga, cuando una puntada en la cabeza le trajo un recuerdo. Una imagen muy vieja. Era más joven y veía sus manos cortando un alga, pero no estaba enredada en su pie, sino en el pie de alguien más. Estaba liberando a otra persona.
La visión fue interrumpida cuando sus pulmones le recordaron que no era precisamente un ser acuático. Entonces se apresuró a alcanzar a Zelda quien ya había emergido.
—Te tomaste tu tiempo —dijo la muchacha—, ¿te enredaste mucho?
—No tanto, pero tú sí... y por poco te mueres—dijo Link levantando la vista hacia la princesa.
—Link... ¿Has recuperado la memoria? —preguntó la joven con los ojos abiertos de par en par.
—No, solo fue un instante —contestó este—. Pero lo pude vivir... y sentirlo, como en aquel momento... La desesperación... No temía por mi vida, era peor... Zelda... comienzo a creer que eras más importante para mí, que para cualquier otro ciudadano de Hyrule. Es más, creo que tu nivel jerárquico no me era relevante... Creo que me estoy acercando a algo que me preocupa un poco saber —dedujo el joven en voz alta.
—Puede ser, Link, pero no te apresures —pidió Zelda—. Continuemos por aquí —agregó señalando nuevamente el camino.
Ambos continuaron avanzando en un incómodo silencio hasta que Zelda soltó un grito que retumbó en toda la cueva.
—¡Ahhh, no, no, no, no!, ¡las odio!... fuera... shu, shu.
Link no entendía nada, pero aún seguía con la daga en la mano. Entonces, corrió hacia ella y buscó de dónde provenía el peligro. Vio una araña que, si bien no era gigante, medía al menos lo que un puño. Miró a Zelda y entrecerró los ojos.
—¿En serio? —preguntó con sarcasmo—. La princesa de Hyrule, a cargo del gran ejército, la guerrera que... —no terminó la oración, puesto que la araña había saltado sobre él.
Link giró bruscamente y Zelda vio cómo la araña, trepaba por su espalda hacia el hombro, cubriendo su recorrido con una seda gruesa que salía de su hilera. Link intentó golpearla con la mano, pero esta era muy rápida y descendió por su torso hasta sus piernas enredándolo. El joven seguía moviéndose para matarla, pero más se enredaba. Entonces, Zelda sacó la esfera luminosa y la agitó aún más fuerte, haciéndola brillar con intensidad. La araña retrocedió, enceguecida, y Link aprovechó el momento. Con la mano que tenía apenas libre, la atravesó con la daga de lado a lado. El ágil arácnido se retorció y llevó sus ocho patas al centro.
—¿Está muerta? —preguntó Link.
—¿Por qué? ¿Te da miedo? —inquirió Zelda, defendiéndose de la insinuación previa del muchacho.
—No... bueno... era rápida... no sabía que...
—Te pasa por burlarte de mí —dijo Zelda—. Esas arañas son las típicas walltulas de las grutas y cavernas aledañas a Hyrule. Incluso creo que su territorio se extiende aún más. Se cree, que migraron del bosque de los kokiris en una helada, hace muchos años y son verdaderamente rápidas. Si te quedas quieto, te enredan vivo para comerte de a poco junto con sus crías —explicó la princesa—. Aparte, tuviste suerte que no quisiera picarte. Su veneno tiende a entumecer, mientras que su seda te anestesia.
—¿Anestesia? —preguntó Link.
La princesa rio. —Hay cosas que no cambian. Tú sigues igual con respecto a la materia que más repudiabas, ¡química! —bromeó la joven—. Anestesiar es lo mismo que adormecer, y al adormecerte, las walltulas pueden comerte sin que sientas dolor. Gracias a ello, tampoco mueres rápido. Por lo que ellas se alimentan de ti antes que te descompongas.
—Bueno, gracias. No quiero saber más —dijo Link mientras se quitaba la telaraña que lo aprisionaba—. Al menos, no quiero saber cómo me pueden matar lento... Lo que sí me gustaría saber, es cómo yo puedo matarlas rápido.
—La luz suele ser muy útil. Al tener muchos ojos y vivir en lugares oscuros, están acostumbradas a ver mucho, pero en la penumbra —dijo Zelda—. Basta con iluminar en exceso la zona para dejarlas ciegas por completo y aprovechar su distracción como lo hicimos nosotros —concluyó la princesa al mismo tiempo que se ponía en marcha para seguir adentrándose en la caverna.
—Bueno, entonces nos será muy útil tu... a propósito, ¿qué es eso? —preguntó Link señalando la esfera brillante.
—Básicamente, es una mezcla de sustancias atrapadas en esta esfera de vidrio, que por cierto es bastante resistente. Tiene el mismo químico que hace a las luciérnagas brillar, mezclado con un aceite algo especial y un catalizador que reacciona cuando se agita bruscamente —explicó la princesa gesticulando como si fuese una obviedad.
—Cata-¿qué? —preguntó Link.
La princesa rio. —Catalizador. Es algo que hace que se active —resumió en palabras que el muchacho pudiera comprender—. Durante el día se carga absorbiendo la energía solar y, cuando lo agitas, irradia energía lumínica.
En ese momento un sonido de aleteo surgió desde el fondo de la caverna. Link lo percibió primero, puesto que Zelda estaba explicando.
—Shhh... ¿Escuchas eso? —preguntó el joven.
Zelda puso atención y rápidamente intentó sacar algo de su cinturón.
—Ay, no, no, no, ¿dónde estás? —decía mientras tanteaba su cintura.
—¿Qué pasa? ¡¿Qué pasa?! —preguntó Link asustándose.
—¡Murciélagos! —gritó Zelda aun revisando sus bolsitas.
—Pero los murciélagos no son la gran cosa —dijo Link aliviado.
—¡Al suelo! —gritó Zelda agachándose y extrayendo de una de sus bolsas lo que había estado buscando.
Link no llegó a tiempo. Un murciélago adelantado, del tamaño de sus manos abiertas, se le había colgado del hombro y, por la velocidad que traía, lo había tumbado.
Zelda sopló dentro de otra esfera. Esta era hueca y con algunos agujeros, y no parecía emitir un gran sonido; sin embargo, los murciélagos que llegaron detrás, comenzaron a chocarse contra las paredes y avanzaron torpemente volando sobre los jóvenes, huyendo lo más rápido posible.
El murciélago que Link tenía adosado al hombro parecía haberse vuelto loco. Link, que nunca más volvió a soltar la daga después de su encuentro con la araña, lo ensartó matándolo rápidamente.
—¿Qué demonios? —preguntó Link quitándose el peludo animal del hombro y dejando al descubierto la herida producida, dos pequeños puntos a la altura de la clavícula con una separación de tres centímetros—. ¿Todo en esta cueva es más grande de lo normal y quiere matarnos? —preguntó el joven.
—"Pero los murciélagos no son la gran cosa" —le contestó Zelda, algo vengativa, antes de ofrecerle su mano para que este se levantara del suelo—. ¿Sabes una cosa Link? Si no lo hubieses matado rápido, es probable que ahora estuvieras desmayado. Verás, estos animales no son simples murciélagos, sino que son los famosos keeses y tienen la capacidad de drenarte medio litro de sangre en un minuto. Al menos los de ese tamaño. Entonces, piensa lo siguiente: si tú tienes cinco litros de sangre y diez de estos keeses deciden sacártela, ¿cuánto tiempo crees que tardarían? —preguntó Zelda.
Link no dijo nada, simplemente reflexionó.
—No pasaría ni medio minuto para que te desmayes —dijo la joven—. Por suerte no son tan listos. Aunque sí tienen dos sentidos muy desarrollados: el olfato, que les permite morder directamente el lugar donde corre más sangre; y el oído, que los ubica en el espacio mediante el eco que ellos mismos producen. Afortunadamente, si cambiamos su frecuencia auditiva o la alteramos, podemos espantarlos —explicó mostrando la esfera hueca con agujeros que tenía en su mano—. Es decir, ¿quién, en su sano juicio, no se alteraría al perder la ubicación?
Link tardó un momento antes de poder decir algo.
—¿Estás segura de que alguna vez vine a esta cueva solo? —preguntó el muchacho con una expresión en la cara como si no pudiera creerlo.
—No sé si tú habrás venido solo. Al menos yo nunca he venido sola antes de tu incidente con la memoria.
Ambos se pusieron en marcha adentrándose aún más en la cueva. Link iba más pegado a Zelda y empuñaba su daga mirando y escuchando el entorno con atención. Entonces, como si Zelda no tuviera otra forma de reaccionar, gritó. —¡Ahhh!
—¡Ahhh! —gritó Link también, como si fuera un reflejo de la muchacha.
—¡Ay, no, no, no! —exclamó señalando una babosa bastante grande.
Link la corrió con un brazo y saltó sobre el apestoso bicho gritando. —¡Ahhhrg!
Este literalmente explotó.
—Listo, listo, ya está —dijo reafirmando el suceso, algo estresado—. ¿Qué tenía este bicho? ¿Un veneno mortal? ¿Un ácido corrosivo? —preguntó preocupado.
—No, esa clase de babosas son inofensivas... pero viste qué asquerosa... ¡Diuuu! ¡Guacales!, y pensar que casi la piso yo—contestó la princesa.
Link puso cara de atónito, sus labios se despegaron, pero ningún sonido salió de su boca.
—Bueno, sigamos —dijo ella como si nada hubiese pasado.
—Quiero que sepas que ahora me siento algo culpable —dijo Link con un tono un tanto jocoso—. No es que me moleste atacar animales en defensa propia, pero esta babosa no me había hecho nada.
—Si te hace sentir mejor, tampoco podría haberlo hecho porque estaba muerta. Por eso estaba tan hinchada y explotó como explotó.
Link volvió a poner cara de atónito pensando: «¿Por qué Zelda se alarmó tanto con un bicho muerto?», pero no dijo nada sobre eso, simplemente sonrió—. Bueno, para serte honesto, algo mejor me hace sentir. Hablando de otra cosa, ¿falta mucho?
—No, en absoluto. Solo hay que escalar este muro y llegar a la saliente de allí —dijo Zelda señalando un pico que sobresalía de la pared delante de ellos, a unos diez metros de altura.
—Ah, no parece difícil, ¿seguro que nada más hay que trepar o acaso algún otro retorcido bicho de esta cueva puede atacarnos? —preguntó Link, un tanto bromeando, un tanto preocupado.
—Tranquilo, solo hay que trepar —dijo Zelda—. Procura sujetarte de las piedras seguras y no de las que puedan salirse. De lo contrario... Bueno, no creo que mueras, pero... te llevarás un buen golpe.
Link comenzó por mirar detenidamente la pared, evaluando una posible ruta. Zelda miraba al muchacho atentamente, pero no comenzó a trepar, simplemente se quedó parada. Link, ensimismado en sus pensamientos, no lo notó. El joven daba pasos hacia el costado y miraba algunas rocas con más detenimiento que otras. Movía los ojos y con los dedos parecía calcular distancias. Al cabo de un minuto, Link sonrió como quien encuentra lo que busca. Giró para mirar y hablar con Zelda de lo que había descubierto, pero, al verla a ella observándolo, automáticamente cambió de tema.
—¿Qué tienes? ¿Por qué me miras así? —preguntó el muchacho.
—¿Así cómo? —dijo Zelda.
—Así... como si estuvieras observando mi comportamiento, cuál animal —dijo Link sonriendo.
—Observaba... Más bien recordaba que la primera vez que subimos, hiciste exactamente lo mismo —dijo Zelda—. Está en tu instinto. Si bien no te gustaban las materias relacionadas con el estudio, tiendes a estudiar el entorno rápidamente y sacar conclusiones, en general, acertadas. Tienes un don admirable para analizar las distintas situaciones.
Link tomó aire e infló su pecho poniéndose contento por el cumplido. —Bueno, ya que lo dices, creo que encontré la mejor ruta —dijo el muchacho.
—Déjame adivinar. Empezaremos por esa roca que está a tu derecha. De allí, subiremos por esa misma línea hacia esas otras dos piedras, dado que podremos poner los pies en esa hendija. Pasaremos a la roca que está allí, a la izquierda y subiremos por donde se forma esa "V" apoyando nuestra espalda para darnos seguridad —dijo Zelda mientras señalaba el camino. —Por último, aprovecharemos esa cornisa, para ver cómo treparemos los últimos tres metros porque, claramente, desde aquí no se ve.
Link tardó unos dos segundos con la boca abierta para poder soltar una palabra. —¿Cómo supiste...? Es exactamente lo que iba a decirte —dijo el muchacho.
—También fue lo mismo que dijiste la primera vez que estuvimos aquí —dijo Zelda sonriendo caminando hacia la pared—. Vamos, conozco el camino de memoria —dijo saltando hacia la primera piedra.
Link se encogió de hombros, resignado, y la siguió.
Pronto habían llegado a la cornisa, ambos se pararon sobre ella.
—¿Quieres pensar una ruta o te digo cuál pensaste en el pasado? —preguntó Zelda.
Link la miró de reojo. —La segunda opción, gracias.
—Bueno, sígueme —dijo Zelda saltando hacia otra piedra y marcando el camino que el joven copió.
Luego de escalar los metros restantes, Link pudo ponerse de pie en suelo firme. Siguiendo la gran saliente hacia adentro, había una especie de recinto estrecho y, al final de este, un cofre de madera de unos cincuenta centímetros de ancho y treinta de profundidad. Este era muy viejo, con la madera algo cuarteada y los bordes metálicos bastante oxidados. La princesa se quedó parada cerca del cofre y el muchacho se acercó. La miró a ella y luego al cofre. Puso sus manos sobre él e intentó abrirlo, pero este estaba cerrado con llave. Link entonces decidió levantarlo para ver si podía llevárselo, pero el cofre no se despegaba de la roca. Parecía como si tuviera su parte más baja fundida con la misma piedra de la caverna.
—Supongo que, con unas buenas patadas, podría arrancarlo y llevarlo... —dijo Link.
—O, ya que te traje hasta aquí, podrías preguntarme si, de casualidad, no tengo la llave, ¿no? —sonrió la joven—. Digo, para no tener que usar la violencia como primer recurso, cuál neandertal.
—Nean-¿qué? —preguntó Link.
—Eres tan lindo cuando ignoras ciertas cosas —dijo Zelda—. Neandertal es el nombre utilizado para referirse al hombre de las cavernas.
—Bueno, sé que es algo irónico, pero estamos en una. Así que, no veo por qué no podría serlo —bromeó Link.
Zelda rio sutilmente. Sacó de una de las bolsas de tela, que colgaban de su cinturón, una pequeña llave con una "L" grabada en ella. —Toma, es tuya.
El joven tomó la llave. —Esto simplifica un poco las cosas —dijo el muchacho con sarcasmo.
Link puso la llave, la giró y el sonido de la cerradura destrabada se escuchó. Colocó sus manos a los costados del cofre y levantó la tapa. Dentro de él había algo en forma de V envuelto y atado con un cordón. Link desató el cordón y desenrolló el trapo que protegía a un reluciente boomerang naranja con cuatro líneas verdes perpendiculares a su canto, dos de cada lado. En el centro de este, había un ligero, pero bello grabado que contenía un fragmento de rupia roja. Las puntas estaban reforzadas con unas brillosas láminas de un acero muy ligero. Link tomó el boomerang con ambas manos y de repente una puntada en la sien trajo otro recuerdo.
Sus manos sostenían el boomerang de la misma manera, pero eran más chicas. Era joven, bastante más joven. Olía a césped mojado pero era mediodía. Sentía su sangre correr y su corazón latiendo con fuerza. A su vez, sentía fluir la adrenalina. Había algo que no estaba bien. Entonces, levantó la mirada para ver una cabra, idéntica a las de la granja de Ordon. Esta corría hacia él a toda velocidad. Invadido por un miedo paralizante, la vio acercándose unos segundos que parecieron años, dejando al descubierto cada detalle: las pezuñas que levantaban polvo y salpicaban barro, la cornamenta que se inclinaba hacia delante para embestirlo, los ojos que brillaban con una furia rabiosa, el hocico húmedo que largaba vapor al exhalar. El impacto era inminente. Link vio la cara del animal tan cerca como para observar los músculos faciales tensos que conformaban una expresión agresiva. Tres metros, dos, uno... ¡De pronto! Algo lo sacudió de costado, haciéndolo rodar por el piso junto con aquello que lo tumbó. Todo había sucedido muy rápido. Ahora ya estaba viendo el pasto desde arriba, más arriba de lo habitual. Alguien lo cargaba. Percibió el hombro de una persona bajo su abdomen. Aún respiraba y estaba consciente. Sentía que a esa persona le debía la vida.
—¿Estás bien, Link? —escuchó entre la confusión.
¿Acaso aquella persona conocía su nombre?
—Link, ¿me escuchas? ¿Estás bien? —dijo Zelda sacando a Link de su recuerdo.
—Ehhh... sí, sí. Solo que tuve otro recuerdo —contestó este cerrando los ojos y moviendo la cabeza intentando, inútilmente, recuperar algo más de su memoria—. Creo que esta cueva resultó bastante útil —dijo el muchacho— En todos estos años, no había logrado recordar casi nada y solo hoy, ya tuve dos recuerdos previos a mi accidente. Este último, ya lo había soñado o algo, pero nunca tan vívido, nunca tan... real.
—Me alegro por ti, Link —dijo Zelda sonriente.
—Sí, yo también me alegro por mí —dijo Link bromeando.
Link miraba su boomerang y sintió una especie de silencio incómodo, apoderándose de la situación. Pudo haberlo mantenido, pero decidió romper el hielo con una pregunta que, tal vez incluso, hizo más incómodo aquel momento.
—Zelda, ¿cuál era nuestra relación?... —dijo Link.
La joven se sonrojó, agachó la cabeza.
—¿Hay algún parentesco entre nosotros? —indagó Link haciendo la pregunta que para él más necesitaba una respuesta.
—No —dijo rápidamente—, por suerte —murmuró y, elevando la voz, prosiguió—: Verás, Link, yo te conozco desde que tengo memoria. Éramos muy chicos, prácticamente nos hemos criado juntos. Es decir, tú tenías tus amigos, yo los míos y demás. —Zelda hizo una pausa y comenzó a caminar de regreso. Link guardó el boomerang en su cinturón y la siguió—. Luego, con el correr del tiempo tomamos algo de distancia, pero, en los últimos años del colegio, volvimos a acercarnos —dijo ella mientras descendían la pared.
—¿Y por qué nos acercamos nuevamente? —preguntó el joven.
—Supongo que por conveniencia mutua —contestó Zelda—. Yo necesitaba ayuda con algunas materias prácticas y tú definitivamente necesitabas de mí para ciertas materias teóricas —acotó sonriendo.
—Parece lógico... —dijo Link, incapaz de apreciar del todo la explicación de Zelda.
—Sí, pienso igual... Bueno, tal vez en los últimos momentos, antes de perder tu memoria... algo nos acercó un poco más —vaciló la joven ya en tierra firme.
—Ah, ¿sí?... —Link sentía algo extraño, similar a una adrenalina que viajaba por su sangre y le estremecía el estómago. —¿Te refieres a...? —comenzó a decir el joven buscando la manera de acercarse al tema que le importaba más.
Pero de repente, un temblor sacudió el piso, interrumpiendo cualquier posible diálogo o pensamiento.
—¿Qué diablos fue eso? —preguntó Link.
Ambos se miraron a los ojos asombrados y sin poder hablar. Zelda fue la primera en soltar una palabra.
—¡El campamento! —Ella comenzó a correr hacia la salida y Link la siguió. Pronto habían llegado a la parte de la caverna que debían atravesar a nado. Sin dudarlo, la princesa sacó la daga y se zambulló en el túnel cubierto por agua. Ella no se detuvo a respirar en la primera bolsa de aire y el muchacho repitió sus acciones tal cual. En la segunda, ella salió apenas para inspirar una vez. Al joven le quedaba aire y la rebasó por debajo. La joven estaba impresionada. Si el Link que ella conocía era, en su opinión, bastante atlético, el actual parecía haber superado sus expectativas. Ambos emergieron, nadaron rápidamente el trayecto restante hasta hacer pie y corrieron el trecho final hasta la salida de la cueva.
En los últimos diez metros, antes de la cascada que dividía el interior de la cueva con el exterior, Link pudo escuchar el ruido que hacen los metales al chocar entre sí. El estremecedor sonido chirriante del rozamiento de los aceros cada vez era más audible. Entonces, Link dio un salto fuera de la cueva y lo vio.
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Antes de seguir avanzando en la historia, por favor, pásate por el enlace que dejé en el primer comentario, cuéntame qué te ha parecido este capítulo y responde allí esta breve pregunta.
Los personajes se enfrentan a varias criaturas. Si estuvieras en una cueva y te encontrases con alguna de estas alimañas ¿Cuál sería la peor para ti?
Los keeses (murciélagos).
Las walltulas (arañas).
Las criaturas viscosas.
Si te gusta el arte visual puedes compartir un dibujo de cómo te imaginas a la Zelda que describe el libro, o bien, usa alguna I.A. para ver qué resultados genera.
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