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LA OCARINA DEL TIEMPO


—Arriba, sobrino, hora de continuar viaje —dijo Astor mientras sacudía sutilmente al joven arquero.

—¿Ya ha amanecido? Qué bien dormí —dijo Link levantando la mitad de su cuerpo y quedándose sentado.

—Toma, muchacho —Hood le ofreció un té caliente y un pedazo de pan de los suministros de la carreta.

—Gracias, Hood —dijo Link y bebió un sorbo—. ¡Wow! Está caliente en serio —agregó abanicándose la lengua quemada.

—Y sí, campeón, el té se toma caliente —dijo el viejo.

Link bebió su té de a poco y comió un pedazo de pan. Observaba que Hood y Astor ya habían prácticamente levantado el campamento. Hood se encontraba tapando, con tierra húmeda, las brasas rojas que aún ardían después de haber calentado el agua para aquel desayuno. Mientras tanto, Astor ajustaba las amarras de los caballos recién ensillados y se aseguraba rápidamente que la carreta estuviera en condiciones para partir. Link se incorporó del todo y colaboró con el orden. Lavó el jarrito en el arroyo, lo guardó en la carreta con el resto de las cosas del desayuno y pronto los tres estuvieron listos para continuar el camino.

—¡Bueno, Hylianos, listos o no, allá vamos! —dijo sonriente el viejo y con un golpecito a los costados del caballo, este echó a andar.

Durante unos minutos nadie habló. Link, que no olvidaba la promesa del día anterior, tosió dos veces y carraspeó con la garganta insinuándole a Hood que debía empezar a hablar, tal y como había prometido.

—¿Has oído hablar de la Trifuerza, Link? —dijo el viejo notando la intención de su compañero.

—No que yo recuerde —respondió el joven—. Aunque como ya sabes, hay muchas cosas que no recuerdo.

—Muy bien, comenzaré por el principio —dijo Hood—. Hace mucho tiempo, tres entes hechos de energía pura, conocidos como "Diosas", aparecieron en este mundo para moldearlo. Las míticas divinidades fueron reconocidas como "Din": diosa del poder, "Nayru": diosa de la sabiduría y "Farore": diosa del valor.

—No entiendo bien por qué sales con este extraño relato, pero digamos que tengo curiosidad por saber cómo esto deriva en el hecho de que estemos aquí. Por lo tanto, haré, si no te molesta, las preguntas que considere necesarias —dijo Link algo escéptico.

—Pregunta lo que quieras. Yo tengo todo el derecho de no responder si no quiero, o si no conozco la respuesta —contestó Hood sin darle mucha importancia al comentario del muchacho.

—De acuerdo... ¿Por qué diosas y no dioses? —preguntó Link.

—¿Esa es tu gran pregunta? Esperaba algo más elaborado. En fin, según dicen, es porque quienes las vieron, las describieron como seres femeninos —dijo Hood sin entrar en detalles.

—Era solo curiosidad —agregó Link encogiéndose de hombros con una sonrisa.

—Bueno. Se cree que estas Diosas abandonaron nuestro mundo hace tiempo, dejando unas piedras triangulares conocidas como las "Trifuerzas" —dijo el viejo—. Por lo que se sabe, cada trifuerza otorga al portador un conjunto de habilidades, de la misma naturaleza que la diosa a la cual representa.

—Si lo que dices es cierto, imagino que Ganondorf quiere conseguir las trifuerzas —conjeturó el muchacho.

—Ganondorf ya tiene una —aclaró el viejo.

Link abrió los ojos y la boca. —¿Qué?

—¿Puedes adivinar cuál? —preguntó Hood sin sobresaltarse demasiado.

—No, realmente no sé qué efecto causa cada una —respondió el joven ingenuamente.

—Hace algún tiempo Ganondorf consiguió penetrar la pirámide negra y robó la trifuerza de Din, la Diosa del poder. Es por ello que su ejército se vuelve imparable cuando él lidera alguna batalla y es poco probable que alguien del bando contrario quede con vida. La trifuerza del poder le da fuerza sobrenatural, mayor de la que pueda tener cualquier mortal. Aparte, su cuerpo se vuelve más resistente a las diferentes temperaturas. Es imposible que se congele por más que se someta a la ventisca más fría y difícilmente se queme con fuego, de la manera en que nos quemamos cualquiera de nosotros. Imagínate simplemente lo que puede ser y hacer un hombre así. Correr sin parar, saltar como ningún otro, atravesar cualquier obstáculo, resistir golpes impresionantes. Eso, muchacho, eso es lo que lo hace irrefrenable.

—Pero entonces es imposible detenerlo, quiero decir, si él tiene la trifuerza del poder, ¿qué chances de vencerlo tenemos nosotros? —inquirió Link desanimado.

—Lo estás mirando negativamente, Link —interrumpió Astor que escuchaba atentamente desde la carreta—. Como yo lo veo, si la trifuerza del poder es lo que lo hace invencible, basta con robársela para que pierda toda posibilidad.

—Exacto, Astor —dijo Hood—. Como bien dice tu tío, su poder es artificial. Sin la trifuerza, no es nadie. Por eso nuestro objetivo final, es robarle esa piedra y usarla en su contra, antes que él consiga las otras dos. Además, el uso de la trifuerza siempre exige un costo. Si bien él puede usarla a su voluntad, solo lo hace en ciertas circunstancias. De lo contrario, con el tiempo transcurrido desde que la tiene, no sería ilógico que tuviera el resto de las trifuerzas, que hubiera vencido a todos los ejércitos opositores y que nosotros estuviésemos muertos.

—Entiendo... pero, ¿qué es exactamente lo que hacen las otras dos piedras y dónde están?

—Ahora estás haciendo buenas preguntas —dijo Hood sonriendo—. Inicialmente, la trifuerza de la sabiduría la tenía un sabio. Un líder que estaba por encima de los demás sabios. Hasta donde sé, al rey de Hyrule, se le ocurrió cortar la piedra en varios pedazos y repartirla entre un grupo de sabios. Así, si Ganondorf lo atrapaba a él o a otro portador, no obtendría la totalidad de los beneficios de esa trifuerza.

—¿Y qué poderes exactamente concede la trifuerza de la sabiduría? —indagó el muchacho.

—Básicamente, Link, puede dominar cualquier magia. —Hood hizo una pausa al ver la cara asombrada de Link—. Verás, hay cosas que como seres mortales no comprendemos... Enfermedades, emociones e incluso la muerte. Se cree que esta "piedra" puede vencerlas.

—¡¿Qué?! ¿Estás diciéndome que esta trifuerza puede evitar la muerte? —preguntó Link asombrado—. Porque si es así, diría que es la más poderosa. ¿Quién querría morir?

—Yo no querría vivir para siempre —dijo Astor.

—Ni yo —agregó el viejo—. De cualquier manera, algo de razón tienes. Puede que sea una trifuerza muy poderosa. Más, para alguien que entiende del tema. —Hood se rascó la barba soltando una pregunta retórica—. ¿Por qué hago esta aclaración? Porque se cree que uno de los fragmentos de la piedra lo tiene Vaati. Un hechicero que maneja muy bien la magia oscura, la necromancia, la alquimia y sus transmutaciones.

—Parece muy famoso y bastante ocupado —comentó Link con sarcasmo.

—Verás, Link, hoy en día, Vaati es el ser más cercano a Ganondorf y en cierta forma respetado por él. Creemos que el hechicero es quien provee a Ganondorf de sus demonios y así mismo Ganondorf lo protege. Pero ambos son ambiciosos. Imagino que si Vaati consiguiera todas las partes de la trifuerza de la sabiduría, intentaría robarle a Ganondorf la trifuerza del poder... —dijo Hood, y pensativamente agregó—... y viceversa.

Por un momento el joven no dijo nada. Simplemente, se quedó reflexionando con la mirada perdida en el horizonte: «¿Qué sería lo más conveniente, recuperar una trifuerza entera o una parte?». Link intentaba analizar y comparar las opciones que tenían. Buscar los otros trozos de la trifuerza de la sabiduría o buscar la del valor. En ese mismo instante notó que no sabía nada acerca de la última trifuerza.

—¿Y qué hay de la trifuerza del valor? —preguntó el joven.

—Mi favorita sin duda —contestó el viejo con un brillo jovial en sus ojos—. Es sin duda la piedra de la habilidad. Permite manipular cualquier cosa. Verás, esta trifuerza, es la encargada de defender a las otras dos. Por eso sus poderes más significativos, no recaen en lo sobrenatural y en el misticismo, sino en el incremento de tus cualidades positivas. Con ella en tu poder todo sale fluido. Las decisiones que se toman son certeras. La espada se mueve en tus manos como un instrumento musical en su mejor melodía. El escudo parece protegerte hasta de la picadura de un mosquito. Tus flechas no dan en un blanco, les dan a todos. Los movimientos en batalla son precisos... —decía el viejo cuando fue interrumpido.

—No puedo creer que hayas tenido en tu poder la trifuerza del valor. —Link tenía los ojos abiertos y señalaba a Hood como un niño pequeño lleno de emoción.

—¿Qué? Yo no dije eso —dijo Hood, que por primera vez, había sido atrapado por el muchacho en un instante de debilidad.

—Vamos, Hood, no soy estúpido. La manera en que hablas te delató por completo.

—Tal parece, que hasta los más cautelosos meten la pata de vez en cuando —dijo Astor entre risas.

—Bueno, bueno. Puede ser que en algún momento haya portado la trifuerza del valor. Pero fue hace más de veinte años y ya casi ni lo recuerdo.

—Sí, claro —dijo Link con una sonrisa—. ¿Y qué hiciste tú con la piedra?

—La usé para lo que debía ser usada, como lo harás tú.

—¡No! ¡Otra vez no! Este es otro de tus misterios con el que me dejarás intrigado hasta que esté suficientemente preparado, ¿cierto? —preguntó el joven arquero.

—No, mi joven amigo, no lo es —contestó Hood dejando a Link con la boca abierta—. La piedra del valor desapareció hace siete años. Por lo tanto, en un futuro no muy lejano viajarás al pasado e intentarás, junto con tu "yo" del pasado, encontrar la trifuerza. Créeme, yo lo sé.

El joven miró al viejo, luego a Astor y luego al viejo de nuevo.

—¿Estás seguro de que no te golpeaste la cabeza en el día de hoy? ¿En serio? ¿Viajes en el tiempo? ¿Qué sigue? ¿Dragones? —preguntó burlándose el muchacho.

—Mmm, técnicamente eso va antes... aunque también después —balbuceó el viejo—. En fin, ¿puedo terminar lo que venía contando?

—No sé Hood. Todo esto parece salido de un cuento de hadas y no le encuentro mucho sentido —dijo Link.

—Muchacho, hablas de las hadas como si estas fueran dóciles. Te puedo asegurar que no son tan amables cuando están de mal humor y no escriben cuentos tan memorables como los Minish —comentó el viejo, como si todo ello fuera normal.

—Definitivamente, te cayó mal el conejo de anoche y te está haciendo delirar —dijo el muchacho.

—No me creas si no quieres. De cualquier manera, terminaré mi historia —agregó Hood—. Volviendo al tema de las trifuerzas... Existe la leyenda, que al juntar las tres, no solo te llenas de un poder sobrenatural, sino que también, tienes la posibilidad de pedir un deseo a la máxima deidad.

El viejo hizo una pausa para pensar sus palabras y recuperar la atención de Link, que se hallaba medio escéptico.

—Hace mucho, mucho tiempo atrás, antes que los abuelos de tus abuelos nacieran, se cree que existió alguien que logró conseguir las tres trifuerzas y deseó un objeto que le permitiera dominar o destruir a quien sea con el fin de generar orden en sus días. Supongo que esperaría un báculo mágico o algo así, pero la majestuosa deidad le concedió una ocarina, conocida como la ocarina del tiempo. Técnicamente, la deidad no se equivocó. Imagina que manejas el tiempo. Podrías hacer que alguien no exista, simplemente volviendo en el tiempo e impidiendo que nazca, o dominarlo mediante la amenaza de que esto pudiera pasar —explicó Hood reflexivo.

—Sí, tiene sentido, aunque sigue teniendo poca credibilidad toda esta historia en sí misma —soltó Link sin dar vueltas.

—¿Qué me dirías si te cuento que aquella persona, en el ocaso de su vida, envolvió la ocarina en un papiro y la colocó en un cofre que escondió posteriormente? —preguntó Hood.

—Te preguntaría si sabes de la existencia del papiro y qué dice ese escrito —contestó Link.

—Una interesante pregunta, para la cual tengo una interesante respuesta —dijo el viejo—. Se cree que muchos años después de enterrado el cofre, fue encontrado por un ancestro directo del actual rey de Hyrule. Este lo llevó a los sabios porque su escritura había cambiado. Ellos revelaron el contenido y lo tradujeron. En resumen, el papiro cuenta la historia de cómo el portador de la ocarina llegó a conseguirla mediante las deidades y que solo él, o un descendiente de su sangre, sería capaz de destruirla, aunque, para ello, debería reunir nuevamente las trifuerzas.

—Ah, bueno... ahora sí... ya entendí todo —dijo Link sarcásticamente— Ahora solo tenemos que encontrar a un descendiente del primer portador de la ocarina.

—En efecto —dijo Hood pasando por alto el tono irónico de Link—, solo necesitamos las trifuerzas y al heredero, para destruir el artefacto que tanto anhela Ganondorf, dado que él sabe de su existencia.

Link lo miró y levantó una ceja —¿Tienes algo más para agregar a la lista de quehaceres? Déjame repasar: tres piedras de gran poder, de las cuales: una la tiene el tirano de turno; otra, está fragmentada, con uno de sus fragmentos en manos del enemigo, y la última está perdida hace siete años, por lo que para conseguirla debo volver al pasado. —dijo Link revoleando los ojos—. ¿Qué más?... ¡Ah, sí! Para volver en el tiempo, hay que encontrar también un instrumento musical de piedra con poderes sobrenaturales. Creo que eso es sencillo, ¿quién no tiene uno en su despensa? —preguntó el joven riendo con sarcasmo—. Por último, cuando ya hayamos reunido todo, debemos encontrar al heredero de alguien que hoy en día debe ser polvo en el viento. Pan comido, ¿no?

El viejo lo miró y una sonrisa se dibujó en su rostro. Link frunció el entrecejo y el viejo habló. —Yo sé dónde está la ocarina y conozco al heredero. Como yo lo veo, tenemos dos ítems de cinco en tu lista de quehaceres. Ganondorf y compañía solo tienen uno y una pequeña porción de otro.

—¿Cómo? ¿Sabes dónde está la ocarina? —preguntó Link.

—En manos de un aliado muy importante para mí —contestó el viejo.

—¿Y lo del heredero?... explícate mejor —pidió el joven.

—Verás, Link. En el papiro también decía cómo reconocer a un heredero o a la madre de uno —explicó Hood dejando a Link aún más sorprendido—. Durante el embarazo, en medio de la espalda de la madre y a la misma altura del ombligo, aparece una especie de mancha que consta de tres puntos. A medida que el embarazo avanza, las tres pequeñas manchitas se convierten en triángulos equiláteros y estos a su vez forman un triángulo más grande. Esta marca pasa a su feto y cuando este nace tiene la misma mancha en la parte anterior de la muñeca, cerca de la palma de la mano.

Link miró a Astor y luego volvió hacia Hood.

—Dime Link, ¿qué llevas bajo esa venda que tienes en la mano izquierda?

Link se quedó helado y tardó un momento antes de poder emitir un sonido.

—¿Cómo es que sabes? —preguntó el joven tomándose la muñeca—. Nunca me saco esta venda, solo él sabe lo que tengo —dijo señalando a su tío—, y fue él mismo quien me dijo que la cubriera para no revelar a gente indeseable quién era en realidad... —Link hizo una pausa repasando lo que acababa de decir y se dirigió al tío—. A esto te referías... Tú siempre supiste que yo era alguien importante... —pero fue interrumpido por su este.

—Link, yo conozco la leyenda sobre los portadores de la deidad. De hecho, junto a ti viví una parte de ella. Tú eres un portador. Sé que esa mancha te hace importante y buscado a la vez. Sé también, que no puedo proveerte la protección necesaria y educarte para que te puedas proteger lo suficiente, pero sé que él sí —dijo Astor señalando a Hood—. Es por ello que tuve que esperar su llegada, ocultarte a ti y mantener en secreto todo este asunto. Nunca te lo dije porque no quería que empezaras a preguntar cosas que no podría responder. Tu padre tuvo que huir, porque obviamente él también poseía esa marca, al igual que tu madre, es decir, mi hermana. —Astor hizo una pausa. El haber hablado de su hermana parecía algo doloroso y sus ojos se llenaron de lágrimas. Costosamente, tragó saliva y continuó antes de que Link pudiera decir algo más. —Por favor, muchacho, no te enfades conmigo. Siempre hice lo que creí correcto para cuidarte, tal como me lo pidió ella... Este hombre es la llave para muchas repuestas en tu vida y yo creo en él más de lo que te puedas imaginar. No te pido que hagas lo mismo, no tengo por qué. Sé que lo harás.

—Lo siento tío, no supuse que hablar de mi mamá te haría mal. Supongo que es algo que tenemos en común —Link, arrimó el caballo junto a la carreta de su tío y le palmeó la espalda—. Al menos no estamos solos, nos tenemos el uno al otro... Si tú dices que él es tan importante, debe ser únicamente porque es así —dijo señalando a Hood con un gesto de su cabeza.

El viejo sonrió. —Como verás, mi joven amigo, esa marca te concede un gran poder, como así también una terrible carga. Sé que tu padre y tu madre lo sabían, y para protegerte tuvieron que dejarte con Astor. Como yo lo veo, tienes dos opciones: una, mirar hacia el costado, vivir tu vida escondidos y el día que tengas descendencia, ocultarlos de igual forma, o bien, enfrentar tu destino y liberarnos a todos de esta maldita tiranía —dijo Hood.

Link miró hacia delante.

—Supongo que si estás aquí es porque no hay dos opciones, ¿no? —dijo Link sonriendo con algo de sarcasmo—. Háblame de tu aliado, aquel que tiene la ocarina... ¿Quién es? ¿Dónde está?

—Bueno, su nombre es Peer y la siguiente pregunta no es "dónde" sino "cuándo"—dijo Hood.

Link bajó ambas cejas y lo miró frunciendo el ceño.

—No me voy a asombrar después de todos los relatos anteriores, simplemente explícate mejor.

Hood rio. —Te dije que él tenía la ocarina, ¿no? Bueno, estará junto a ti en menos de un año y allí lo conocerás, pero, en ese momento, te llevarás más de una sorpresa.

Entonces Link reflexionó en voz alta—: Digo yo, si tu amigo tiene ese artefacto tan poderoso... ¿Por qué no vuelve en el tiempo y mata a Ganondorf antes que tenga tanto poder... o por qué no vuelve directamente con mi antepasado y destruye la ocarina en el momento en que fue creada?

—Son buenas ideas al principio, prácticas seguramente —dijo Hood—, pero luego te das cuenta de que el tiempo, es algo tan delicado, que puedes destruirlo todo.

Link solo lo miró con los ojos entrecerrados pensando lo último que Hood había dicho.

—Suponte que viajas en el tiempo y logras hablar con tu ancestro. Para ello, le pides que se siente en una silla, en la que se iba a sentar alguien más. Esa otra persona va a buscar otra silla y se sienta cerca de una joven, justo en el lugar donde se hubiera sentado tu ancestro. Suponte que esa joven iba a conocer, en ese momento, a tu ancestro y, posteriormente, iba a ser la madre de sus hijos. Pero no lo sería si el otro hombre se sentara al lado de la joven. Entonces, tú desaparecerías y esa conversación con tu ancestro no existiría. Por lo cual la historia se reiniciaría y todos estarían atrapados en un bucle temporal infinito —explicó Hood.

—Bueno, mi cerebro se fue corriendo —dijo Link riendo confundido—. ¿No es una teoría muy compleja?

—¿No es acaso el tiempo, algo muy complejo? —dijo Hood levantando una ceja.

—Punto para el hombre de la barba canosa —dijo Astor graciosamente.

Link lo miró, le hizo una mueca de burla, como quien carga a un "sabelotodo" y luego volvió a hablar con Hood.

—¿Y no podría viajar tu amigo Peer al momento en que las piedras estén reunidas junto conmigo para destruir la ocarina? —preguntó Link.

Hood sonrió, tomó aire y suspiró.

—Bueno, digamos que podrían viajar al pasado... muy, muy al pasado y romper la ocarina. Eso haría que te quedaras en ese tiempo para siempre. Y sabiendo que puedes caer en un bucle temporal como te mencioné antes, ¿lo harías de todos modos?

Link resopló y bajó los hombros.

—Tienes razón, suena arriesgado. Pero, ¿solo en ese momento se juntaron todas las partes de la trifuerza?

—No, en un futuro no muy lejano lo harán de nuevo.

—¿Y por qué no viajamos allí? —preguntó Link emocionado, como quien resuelve una gran ecuación.

—Porque si nosotros viajamos en el tiempo, no seremos nosotros los que tengamos las trifuerzas —contestó Hood.

—¿Quieres decir que nosotros juntaremos las trifuerzas? —preguntó Link.

—Con suerte, espero que sí —dijo Hood.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Link.

—Porque en cierta forma... ya lo viví —confesó Hood.

—¡Wooow, wooow! Momento que soy lento... a ver si entendí. Tú estuviste en el futuro, con las partes de la trifuerza reunidas, con la ocarina, y no me la trajiste para que la rompa. O sea, ya hubiéramos terminado el trabajo hace más de dos meses —dedujo Link.

—Si yo hubiese hecho eso, las cosas hubieran cambiado y se hubiese alterado el tiempo de manera tal que nunca hubiese pasado entrando en un... —pero fue interrumpido por Link.

—... Bucle temporal, bla, bla, bla, ya sé, ya sé, gracias... —se burló Link y conjeturó nuevamente—. Pero entonces, si ya estuviste allí, dime cómo es el futuro. Solucióname algunas incógnitas al menos.

Hood suspiró de nuevo. —Terco... Qué terco eres... Si cambio algo, ¡bucle! Si te cuento alguna cosa que hace que cambies algo, ¡bucle! Si alguien cambia algo por mi culpa, ¡bucleee! —Hood se tomó la frente y continuó—: Mira, yo quiero tanto como tú que esto acabe, pero lo único que puedo hacer es guiarte. Las decisiones las tomarás tú. El tiempo es frágil, muy frágil y, con él, aprendí que hay ciertas cosas que deben permanecer así.

—Bueno, al menos tú estás tranquilo. Las cosas se darán, como se deben dar —dijo Link.

—Mmm, no necesariamente. Verás, desde que la ocarina existe se han creado miles de posibilidades temporales y ninguna es estrictamente igual a la anterior o posterior —aclaró Hood.

—¿Y eso cómo lo sabes? —preguntó Link.

—Esa es otra historia, muy larga por cierto —dijo Hood—. Estimo que en algún momento la conocerás, pero no creo que ahora tengamos tiempo, puesto que lo que ves allí —dijo Hood, señalando a lo lejos unos troncos en forma de muralla—, es el campamento real de Hyrule.

Los tres viajeros provenientes de las vastas planicies de Ordon cabalgaron a paso tranquilo hasta las puertas de la muralla. Los troncos medían unos tres metros y al final estaban tallados de forma puntiaguda de manera afilada, para prevenir un posible ataque. Esta pared de madera se extendía lo suficiente como para perder su vista más allá de la arboleda, adentrándose en el bosque. A los costados de la gran puerta construida por el mismo material, dos atalayas se erguían unos dos metros más por encima de la muralla. Dentro de cada una de ellas, un puñado de arqueros montaba guardia. Uno bajó por la escalera al ver que tres extraños se acercaban. Al rato este hombre y otro más subieron de nuevo. El segundo parecía tener un rango superior por su vestimenta. Este fue el primero en hablar.

—¿Se les ofrece algo, forasteros? —preguntó en voz alta, perfectamente audible por todos y en un tono muy serio.

—Sí. Deseamos entrar, señor —respondió Hood igualmente fuerte.

—¿Y quién se supone que son ustedes, caballeros, para entrar en nuestro campamento? —inquirió el guardia.

—Mi nombre es Hood de Hyrule...

Link notó cómo los otros arqueros hacían gestos sutiles, se asombraban y susurraban entre sí, en el preciso momento en que Hood dijo su nombre.

Entonces, Hood continuó su presentación. —Ellos son: Astor y su sobrino, Link, también de Hyrule. —Esta vez, Link no vio a nadie secretear, pero tampoco los vio mover un músculo. Todos quedaron con los ojos abiertos y expectantes.

—Creo que la señorita Zelda nos ha estado esperando un largo tiempo —dijo el veterano.

Las puertas se abrieron sin más. Astor estaba entre medio de los caballos de Hood y Link, por lo que el muchacho tuvo que inclinarse sobre el cuello de su corcel para ver a Hood con asombro. Este apenas volteó la cabeza hacia Link. En su cara había una expresión de satisfacción y victoria. Entonces, dando unas pataditas a los costados del caballo, comenzó a caminar dentro del fuerte. Astor lo siguió y a continuación entró Link.

Los tres cruzaron el umbral de entrada y la gran puerta se cerró detrás de ellos.

Algunos soldados y varios campesinos se acercaron. Juntos formaron una especie de pasillo. Varios metros de este cordón humano desembocaban en una gran carpa elevada sobre una tarima de madera que la alejaba al menos medio metro del piso, haciéndola resaltar por encima de las demás.

Esta era una carpa compuesta. Tenía una entrada custodiada por dos guardias con alabardas, una parte central, cuadrada, de no menos de cuatro metros por lado y a ambos costados dos cuadrados más pequeños. Parecía un gran castillo de tela, gruesa y resistente.

De repente, una mano salió por una hendija que le valía de entrada a aquella tienda y una joven rubia de cabello largo y trenzado en forma de corona, con dos puntiagudas orejas y de tez blanca, aunque algo bronceada, se asomó. La bella señorita llevaba un atuendo entre militar y de la realeza. Un chaleco ajustado, parecido a un corsé por los cordones que tenía en el frente. Debajo de él, una camisa marrón claro remangada. La pollera era más larga de un lado que del otro. Con un corte en diagonal, también marrón pero más oscuro. En la pierna que se dejaba ver más, tenía una especie de cinturón en el muslo, con unas pequeñas dagas que no se veían del todo. Calzaba botas cortas y sin tacos que enseñaban su verdadera estatura de aproximadamente metro y medio, apenas más baja que el joven Link. De sus caderas, colgaba un cinturón con algunas bolsas de cuero y una funda corta y abierta en ambos extremos, donde seguramente entraba una espada.

La joven bajó los cuatro escalones de la tarima y se acercó a los viajeros, a quienes miró lentamente.

—Buen día, Astor —dijo ella.

—Buen día, princesa —dijo Astor, que no podía contener más la sonrisa.

—¿Hood? —preguntó la dama.

—En efecto, señorita —contestó el viejo.

A la joven se le llenaron los ojos de lágrimas. Apretando los labios, torció la cabeza para ver al más rezagado y, sin poder aguantarse, salió corriendo y abrazó a Link.

—¡Link, has vuelto!


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Antes de seguir avanzando en la historia, por favor, pásate por el enlace que dejé en el primer comentario, cuéntame qué te ha parecido este capítulo y responde allí esta breve pregunta.

¿Cuál sería tu cualidad favorita si tuvieras que elegir entre estas 3?

Poder. 

Coraje. 

Sabiduría.


Si te gusta el arte visual podrías compartir un dibujo de cómo te imaginas a las diosas: Din, Nayru y Farore, o bien, usa alguna I.A. para ver qué resultados genera.

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