Como si estuviera levitando, Link viajaba acostado. No sentía sus piernas, sus brazos, ni siquiera su tronco o cabeza. Era como si le hubieran arrebatado el sentido del tacto. Algunas imágenes le venían a la cabeza en un remolino de confusión. Sin embargo, estaba en paz y volaba por los prados de Hyrule. La brisa, que él no sentía, acariciaba la hierba haciendo ondas en el pasto como si este fuera una sábana. El rocío matinal había dejado miles de gotas en las hojas verdes de los frondosos árboles y arbustos de la zona. Una ráfaga de olor muy peculiar invadió su olfato. «Carne asada, papá solía cocinar eso de tanto en tanto, cuando el clima era bueno».

Pero tampoco tenía remembranzas de su padre... Ni de su madre. ¿Desde cuándo lo cuidaba Astor? ¿Sería a partir del momento en que perdió la memoria o acaso antes de eso ya estaba bajo el tutelaje del robusto hombre de bigote?... Había tanto por recordar...

El joven sobrevoló el establo y vio unos bonitos corceles marrones de pelaje bien cepillado. No hacía falta tocarlos para saber que estos serían suaves al tacto. Junto al establo, un corral con ovejas, aun sin esquilar y esponjosas como las almohadas, relucían de lana blanca y brillante. Unos cuantos metros más adelante, todavía dentro de la granja, escuchó a los cuccos cacarear. Se estremeció recordando los picotazos que estas aves de corral le habían proporcionado a lo largo de su vida. Sin embargo, no pudo ver si se le erizaba el vello de la piel, porque no podía ver ninguna parte de su cuerpo. Lo raro era que sí podía ver el resto de las cosas. Las imágenes eran nítidas, y aunque de a ratos se volvían borrosas y pasaban velozmente, casi siempre se veían bien. ¿Estaba allí realmente o solo era su esencia? ¿Qué tiempo era aquel? ¿Pasado... presente... futuro tal vez?... Había tanto por pensar...

Como si su cuerpo no pesara o existiese, se elevó aún más viendo el bosque desde arriba para luego descender y pasar entre varias ramas y algunas hojas, moviéndolas como si él mismo fuese el viento. Entraba en cada recoveco, se filtraba por debajo de cada raíz levantada, sorteaba cada piedra con la gracia de un fluido y volvía a ascender para contemplar la creación. Enredándose en las nubes, Link se trasladaba libre de todo peso. El bosque terminó y la orilla del lago Hylia se hizo visible. Como un ave de caza, Link se sumergió. El agua estaba un poco fría. «¿El agua está... fría?», pensó. ¿Acaso ahora podía sentir su cuerpo nuevamente? ¿Era esto un sueño o solo su espíritu había trascendido?... Había tanto por sentir...

Se sumergió unos cuantos metros, varios peces de diversos colores se acercaban curiosos y huían nuevamente. La luz comenzaba a abandonarlo, la profundidad le dejaba ver cada vez menos. «Respirar... debería respirar» razonó el muchacho sintiendo la opresión en sus pulmones.

—Creo que está despertando —escuchó Link.

La voz provenía de todos lados como si fuera un ser absoluto.

—Ha perdido mucha sangre, no creo que se despierte en un rato largo —dijo otra voz distinta que resonó en la penumbra de la vasta profundidad del lago. Ambas voces se escuchaban nítidas, pero a lo lejos. Graves y lentas, como si las sílabas fueran arrastradas.

Los ojos no le permitían ver nada. ¿Eran los ojos o el agua? ¿La profundidad o sus párpados?... Porque... estos estaban abiertos... ¿O no?... A pura fuerza de voluntad, el joven despegó sus párpados. Estaban cerrados después de todo. Ahora, viajaba acostado en un caballo, amarrado a él. Llovía... llovía pesado. Cómo le pesaban los párpados. Qué cansado estaba. Percibió que más de un caballo cabalgaba junto a él—. «Tres... tal vez cuatro» pensó escuchando el galopar de los corceles.

¿Había despertado o era otro sueño? Todo le dolía. ¿Esto era lo real o lo que había vivido anteriormente? ¿A dónde iba y cómo? ¿Por qué estaba atado?... Había tantas cosas por preguntar...

Link tenía cada célula de su cuerpo deseando desaparecer y, como si su cerebro supiera que no debía estar allí para sentir dolor, volvió a huir.

De nuevo, en lo profundo de aquel lago, sentía algo de frío, pero al menos no dolía. «Podría quedarme aquí tranquilamente hasta el fin de los tiempos» meditó el muchacho. El agua se había puesto más tibia: «Esto cada vez se pone mejor» se relajó el muchacho. Flotaba en aquel fluido sin preocupaciones. ¿Qué era lo que antes lo atormentaba? ¿Quién estaba esperándolo? ¿Zelda? ¿Hyrule?... Y si eran ellos, ¿qué sería de Zelda, Astor y el resto de los hylianos, si Link no volvía para ayudar? ¿Qué sería de Saria y los kokiris? ¿Qué sería de Hood y Navi?... Había tanto por lo que vivir...

«Otra vez olvidé respirar» recordó «debería hacerlo».

El joven se vio a sí mismo, nuevamente inmerso entre toda esa agua, y apreció la superficie desde abajo. «Salir... debo salir... y volver...» pensaba mientras ascendía nadando... ¿Nadaba?... Sí, lo hacía. Había vuelto a ver sus brazos al costado del cuerpo, estos braceaban hacia arriba en búsqueda del tan deseoso aire para respirar. Se acercaba a la luz, cada vez más rápido, casi la podía tocar. El brillo lo cubrió por completo y todo se volvió blanco.

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