EL JOVEN ARQUERO
Al día siguiente Link se levantó por el alboroto de la casa. Con los ojos entreabiertos divisó a Hood moviéndose de acá para allá empacando cosas. Astor cocinaba algo, pero parecía ser bastante, como para un desayuno. Entonces, el joven se sentó rápidamente algo preocupado.
—¿Todo está bien? —preguntó Link.
—Sí, no te preocupes, cuando estés más despierto empaca tus cosas... No es urgente, pero nos vamos por un tiempo —dijo Hood restándole importancia.
—¿Nos vamos? Pero... ¿A dónde? —preguntó Link.
—Emprendemos viaje hacia Hyrule, o al menos, hacia donde está la mayoría de los hylianos —dijo el viejo—. Si nos quedamos en el mismo lugar, seremos blanco fácil... Pronto se enterarán de que los enviados por la ocarina, no volverán. Esos ignorantes buscan algo que yo no puedo darles —comentó el hombre de la barba canosa—. Y para cuando eso suceda, simplemente no estaremos aquí —agregó guiñando un ojo.
El muchacho se desplomó hacia atrás y se desperezó ruidosamente. Aun acostado, se sonó los dedos de las manos y exclamó para sí mismo—: ¡Bueno, hora de levantarse! Caminó hasta el grifo que estaba dentro de la cabaña. Movió un par de veces la manija, hacia abajo y hacia arriba, y el agua comenzó a salir a borbotones. El primer chorro salió de color marrón, pero pronto pasó a ser transparente. El joven metió ambas manos a modo de recipiente y se lavó la cara. —Ahora vuelvo, voy a vaciar el tanque —dijo Link bromeando, mientras se dirigía hacia la puerta. Al salir, caminó hacia una letrina que había cerca del granero. Minutos después regreso a la casa, listo para comenzar el día. —¡Ahhh! Soy un hombre nuevo —exclamó al entrar.
El viejo no pareció inmutarse, pero Astor, que si bien no era delicado, apreciaba los buenos modales. Fue por eso por lo que, revoleando los ojos, murmuró—: Más ordinario, imposible.
Link sonrió y comenzó a empacar.
Hood le dio una palmada a Astor en la espalda. —Voy a traer los caballos a la puerta. ¿Necesitas algo más de afuera?
Astor se secó las manos con un delantal. —Yo ya até dos caballos al carruaje que estaba en el granero. Dejé unas jaulas afuera para llevar algunos cuccos. Faltaría ensillar los otros dos caballos, atar la cabra al carro y por último, seleccionar los cuccos que no vayamos a llevar para dárselos a Braulio.
—Perfecto, entonces voy a hacer eso —se ofreció Hood y se dio vuelta para hablarle a Link—. Cuando termines de empacar, puedes venir a ayudarme con los caballos. Voy a llevar los cuccos sobrantes a Braulio. Para cuando regrese, seguro ya estarás listo.
—Bueno, no hay problema, termino esto y te ayudo —dijo el joven señalando la mochila con un gesto de su cabeza.
El viejo salió de la cabaña. Fue al corral de los cuccos y con cuidado, colocó la mitad de las aves dentro de una jaula con ruedas, similar a una carretilla con rejas. Disfrutando el sol matutino pese al frío propio del invierno, Hood caminó a paso tranquilo hacia la casa del dueño de las cabras salvajes. El viejo parecía nostálgico, como quien recuerda momentos vividos. Observaba los árboles, pastizales, las tranqueras que separaban las propiedades y todo aquel animal que se moviese. Pronto estuvo en el pórtico de la casa. Golpeó con los nudillos dos veces y enseguida, Braulio se asomó por la mirilla cuadrada de la puerta. Este salió y lo invitó a pasar. Hood se rehusó educadamente, explicando que ya partían. Brevemente, le contó el episodio del día anterior y explicó a dónde se dirigían sin dar mucho detalle. Luego estrechando sus manos, los caballeros se despidieron y el hombre de la barba canosa regresó a la cabaña. Al llegar a lo de Astor, Link lo recibió con una sonrisa.
—Espero que no te moleste que haya empezado sin ti —dijo refiriéndose al hecho de que ya había ensillado un caballo y estaba ensillando el otro.
—Por supuesto que no muchacho —contestó el viejo palmeando la espalda de Link—. Voy a traer la cabra para atarla al carruaje.
El viejo fue y volvió con la cabra. Con una soga de cuero trenzada, ató al animal a uno de los pasantes traseros. Luego se metió en el carruaje y extrajo un paquete. —Link, toma. Sé que es algo rústico, pero creo que podrá ser útil para el entrenamiento de hoy.
El joven tomó el paquete. —¿El entrenamiento de hoy? —preguntó antes de abrirlo.
—Sí. Estar viajando no significa que no puedas entrenar —explicó Hood.
—¡Un arco, genial! —exclamó Link abriendo el paquete.
—Sí. Y también tienes tu propio carcaj —dijo el viejo, señalando que dentro del paquete se hallaba el estuche para llevar flechas.
—Y tiene... cuatro... ocho... doce... dieciséis... ¡Veinte flechas! —contó velozmente el joven—. Gracias, Hood —dijo el muchacho abrazando al viejo.
—De nada... Pero en realidad te doy esto porque, en los dos meses que estuvimos entrenando, habremos usado el arco tres veces como mucho y, además, como siempre usábamos el mío... no te lo quiero prestar más —bromeó Hood.
Ambos rieron y Link no pudo evitar la curiosidad. —¿Y cómo vamos a llevar a cabo el entrenamiento de hoy?
—A caballo —respondió el viejo—. Yo te diré cuáles serán los blancos y tú intentarás dispararles en movimiento. Algunos al trote, otros al galope y otros en carrera. Ya verás qué divertido será.
—Pero... ¿Y si pierdo las flechas? —preguntó Link.
Hood sonrió y dijo—: Lo bueno de las flechas, es que, casi siempre, puedes ir por ellas y recuperarlas... Entiendo que algunas se romperán, pero espero que no todas... Al menos antes de que lleguemos y podamos conseguir algunas más.
El joven reflexionó y contestó—: En eso tienes razón —y volteando hacia la puerta de la cabaña gritó—: ¡Tío, mira lo que me regaló Hood!
En ese momento, el tío salió de la cabaña. No llevaba su delantal, sino un ropaje similar al que Hood le había regalado a Link el día posterior al que se conocieron. La diferencia era el color y obviamente su tamaño. El ropaje no era verde musgo, sino más bien marrón almendra. Por encima de todo, llevaba una túnica grande del mismo color pero de un tono más oscuro, que lo cubría casi hasta los pies. De su cinturón, colgaban varias bolsas de tela. En una mano, sostenía un paquete lleno de lo que parecía comida como para una semana y en la otra, sujetadas por un trapo, llevaba tres espadas.
—Hay que estar preparados, ¿no? —dijo mientras se dirigía al carruaje.
—¿Lo dices por las espadas o por la comida? —dijo Hood—. Porque te recuerdo, que el último movimiento del gran campamento de Hyrule, está a menos de una semana —agregó riéndose.
—Lo que pasa es que él come por tres —bromeó Link.
—Suerte que no tengan hambre. Mejor, más para mí —dijo Astor sonriente.
—No te pongas así... era un chiste —dijo Hood sonriendo.
—Por favor, tío, no nos dejes morir de inanición —rogó Link juntando las manos y sobreactuando.
—Mmm... no sé. Voy a pensarlo —dijo el hombre robusto mientras arrojaba ambos paquetes dentro del carruaje.
—Muy bien. Es hora —dijo el hombre de la canosa barba—. Voy por mi mochila, ¿alguien más tiene algo que quiera sacar de la cabaña antes de que no la veamos más por un buen tiempo?
—Yo no —contestó el más joven—. Ya saqué todo lo que necesitaba.
—Yo estoy bien con lo que llevó —afirmó el hombre del bigote tupido—. Pero fíjate que no haya nada que se pueda pudrir dentro de la alacena... Eventualmente, quiero volver a mi hogar y desearía no verlo sumergido en un mar de ratas y moscas.
—No seas exagerado —dijo Hood riendo—. Voy por mis cosas y me fijo —dijo el viejo mientras abría la puerta.
No tardó menos de dos minutos en salir, pero para cuando estaba afuera, Link ya estaba sobre un caballo equipado con su carcaj y su arco en la espalda. Astor estaba sentado sobre el banquito del carruaje, con las riendas en sus manos. Hood, que había salido con una bolsa de arpillera, cerró con candado la puerta y caminó hacia el joven.
—Toma, Link, esto es para ti —dijo el viejo.
—Pero no tiene nada —exclamó este sorprendido.
—Por ahora —agregó Hood con una sonrisa maliciosa.
—Mmm... No me gusta cómo se ve esto —comentó el muchacho atando la bolsa vacía, en la espalda, a modo de mochila—... Y menos, con la cara que has puesto.
El hombre de la barba canosa caminó hacia su caballo y dando un salto bastante ágil consiguió subir sin problemas.
—Nada mal para un hombre de mi edad, ¿no? —se halagó el viejo a sí mismo—. Andando —agregó y, con un golpecito, el caballo comenzó a caminar.
Los tres cabalgaron un rato sin hablarse. Todos parecían repasar lo sucedido en sus mentes. Entonces, como era costumbre, el más joven rompió el silencio.
—¿El camino será tranquilo? ¿O nos cruzaremos con más sujetos como los de ayer? —preguntó Link.
—Esa es una buena pregunta —contestó Hood—. La verdad, Link, es una posibilidad, pero creo, que no tenemos de qué preocuparnos. Después de todo ya no nos tomarán por sorpresa, ahora estamos listos para defendernos —aclaró tanteando con una mano la daga que colgaba del cinturón—. Ya que estamos hablando del tema, ¿no crees que deberíamos empezar el entrenamiento? Hoy toca tiro con arco en movimiento.
—No veo por qué no —dijo Link simplemente.
—Buena idea, algo de entretenimiento para el viaje —comentó Astor agradecido.
—Bueno, lo primero que debes hacer, es asegurar las riendas del caballo a tu silla de montar —le comenzó a explicar Hood a Link, quien hizo caso y aseguró las amarras con un nudo sencillo—. Muy bien, ahora, empuña bien tu arco, recuerda los entrenamientos anteriores y no te olvides de poner bien las manos. Empezaremos con blancos fáciles.
El joven sujetó el arco con determinación y colocó una flecha entre sus dedos. Tomó aire profundamente y se concentró.
—Quiero que le des a esa piña que cuelga del árbol, la que está a más o menos treinta metros de ti —dijo Hood mientras señalaba el pino que estaba a su izquierda y por delante.
El joven apuntó, contuvo la respiración y disparó. La flecha pasó a veinte centímetros del objetivo.
—Casi —soltó Astor tosiendo a modo de cargada.
Link lo fulminó con la mirada.
—Rápido, Link, debes encontrar la flecha y traerla... Y eso, incluye bajar y subir del caballo, que no va a dejar de moverse —le dijo Hood al joven.
El muchacho se bajó del caballo. Mientras corría en busca de su proyectil, se percató que aquel entrenamiento podría ser algo cansador después de un rato, y si a eso le sumaba la frustración de no darle al blanco, podría convertirse en la actividad más molesta para un viaje, sin contar que Astor comentaría cada tiro negativo. Entonces la cara del muchacho se transformó y pensó: «Quisiera llegar ahora mismo».
—Calma, muchacho —dijo el viejo como si hubiera escuchado el pensamiento del joven—. Tómate dos segundos más para asegurarte y recuerda que superar la frustración es una cualidad digna de un líder.
Las palabras de Hood, no hicieron que Link se sintiera mucho mejor por errar un tiro, pero lograron que las ganas de abandonar la práctica, desaparecieran. El joven corrió hacia el caballo y de un salto se sentó en la silla de montar.
—Lo mismo, pero con la piña de aquel árbol —señaló Hood con el dedo índice.
El joven dejó de moverse, sintió el caminar del caballo y lo incorporó a su propia imagen corporal para eliminar cualquier posible interferencia en la trayectoria de la flecha. Respiró hondo y soltó el punzante proyectil.
—Suerte de principiante —se oyó decir a Astor, como quien no quiere emitir comentario.
—¡En tu carota, bigote! —gritó Link de felicidad.
—Yo no cantaría victoria, muchacho —dijo esta vez Hood—. Es un buen tiro, pero debes recuperar la flecha —comentó levantando las cejas y torciendo la cabeza hacia el costado—. De hecho, ya que estás en eso, ¿por qué no guardas la piña en la bolsa de arpillera que te di hace un rato? —sonrió el viejo irónicamente.
—Tienes que estar bromeando —dijo el joven algo desanimado—. ¿Tengo que juntar todo aquello a lo que le vaya pegando? —preguntó como quien espera por respuesta: "No, era una broma".
—No. Si te lo he de juntar yo —dijo Hood con sarcasmo—. Por supuesto muchacho, son tus presas, no las mías —ratificó el viejo.
—Uh... Esto va a ser durísimo —dijo Link bajándose del caballo y trotando hacia el objetivo.
—El carácter de un héroe, no se forma de la noche a la mañana. ¿Qué esperabas cuando hace casi tres meses dije que te iba a entrenar?
Las horas pasaron lenta y trabajosamente para Link. Habían comido unos sándwiches prácticamente sin bajarse del caballo, pero, para esto, Hood solo le había otorgado al joven no más de una hora de descanso. Cuatro días similares sucedieron ante los viajeros. Link entrenaba cada vez con más éxito.
Todos, paraban para comer las provisiones de la carreta, alrededor de tres veces al día. Dormían y se levantaban para reanudar la marcha. Pronto el sol del quinto día comenzó a esconderse entre las nubes y las copas de los árboles más altos, y la visibilidad se volvió dificultosa.
El muchacho tenía la bolsa llena de piñas de todos los tamaños. Algunas las había conseguido al trote, otras al galope y otras corriendo. En alguna que otra oportunidad, el viejo lo hizo hasta pararse en el caballo y en otras, extremadamente difíciles, saltar y disparar. De esta última forma en tirar, Link, solo había conseguido una diana ese día. Pero esa única piña, bajada de un disparo en el aire, fue la razón que dio al muchacho la confianza que necesitaba. La alegría que llega luego de vencer la frustración. Fue después de hartarse de escuchar cómo Link gozaba a Astor por su proeza, que Hood, decidió proponer un último objetivo.
—... Le di, le di y "bigotín" no puede decir nada —cantaba Link saltando de alegría con la piña, atravesada por la flecha, en la mano y señalando a Astor con la otra.
—Link... —dijo Hood.
—Le di, le di... —siguió cantando el joven.
—Link... —insistió el veterano.
—¿Quién se ríe ahora?... —decía Link que estaba muy cerca de Astor y no le prestaba atención al hombre de la barba canosa.
—¡Link! —gritó el viejo tratando de hacerse escuchar—. No has terminado...
El muchacho se dio vuelta, asombrado. —Vamos, viejo... ¿Qué tengo que hacer ahora? ¿Saltar mientras doy dos giros con los ojos cerrados y darle a una bellota? —preguntó sarcásticamente—. Aunque, de hecho, lo de los ojos cerrados es innecesario —dijo Link mirando el cielo—. Con la luz que hay desde que se nubló, la verdad... no creo que cerrar los ojos haga falta.
—Último objetivo —dijo Hood sin vacilar—. Es tres veces más grande que una piña y puedes hacerlo caminando...
—Pan comido —dijo Link.
—No te apresures a festejar, muchacho —dijo el viejo—. ¿Cuándo voy a quitarte esa mala costumbre?... En fin, como decía, el objetivo es más grande y tu posición es más segura. Pero esta vez, tu diana es nuestra cena.
—¿Qué? —cuestionó Astor—. ¿Vas a dejar que algo tan importante como la comida quede en manos de un novato tira-piñas? Ahora sí que dudo de tu capacidad a la hora de tomar decisiones cruciales —bromeó el robusto hombre de la carreta.
—Sí, estoy dispuesto a correr semejante riesgo —dijo Hood riendo.
—Verán que lo conseguiré sin problemas —dijo Link muy confiado de sí mismo.
—Sí, para la cena de mañana —se burló Astor.
—Bueno, Link, en breve llegaremos a un arroyo. Allí buscaremos un lugar con algo de maleza y arbustos para refugiarnos del viento, y con suficiente pasto para los caballos. Luego con Astor juntaremos algunos troncos y con las piñas que traes en la bolsa encenderemos un fuego para calentar lo que nos consigas. ¿Todos de acuerdo? —preguntó el viejo.
—Sí, señor —sonrió Link.
—Tú eres el que manda, viejo amigo —dijo Astor.
Pasaron unos minutos, y los tres detuvieron su andar a orillas de un arroyo. En el horizonte, el sol se escondía dejando pocos minutos del día, con una luz tenue. Afortunadamente, el cielo se había despejado de las pocas nubes que lo cubrían cuál manto.
—Dejaremos los caballos aquí mientras te encargas de tu misión —le dijo Hood a Link amarrando su caballo a un árbol, mientras que este comenzó a beber agua del arroyo.
Astor hizo lo mismo con el caballo más robusto, aquel que tiraba del pequeño rodado. Link le dio las riendas a Hood y empuñó nuevamente el arco tomando una flecha con su mano derecha.
—Bueno, voy a aprovechar la poca luz que queda —dijo el joven arquero.
Link se adentró un poco en la maleza, alejándose unos metros del camino. Avanzaba mirando el piso, tratando de recordar algunas de las cosas que Hood le había enseñado en alguna que otra conversación de almuerzo o cena. El muchacho pensaba para sí mismo.
«Debo moverme lo más lento posible, si encuentro huellas de algún animal podría saber su especie y tamaño. Incluso, podría saber si está corriendo o caminando tranquilo. Los montículos con agujeros son madrigueras, cerca de ellos podría encontrar alguna liebre».
Pasaron alrededor de veinte minutos cuando el joven divisó, con la escasa luz que se filtraba, unas pequeñas huellas de liebre. Se agachó y las palpó con las yemas de los dedos, al mismo tiempo que revisaba con la vista las huellas siguientes: «Parecen frescas» pensó comenzando a seguirlas. Pasaron unos pocos minutos más y a lo lejos, el joven escuchó un aullido estremecedor. «¿Lobos?», se preguntó el muchacho a sí mismo.
—Debo apurarme, antes de dejar de ser cazador para convertirme en presa —pensó el muchacho en voz baja.
Al cabo de unos cinco minutos, vio a lo lejos, tapado por la raíz de un árbol frondoso, un lomo gris. Una liebre grande se encontraba mordiendo una rama. Link apuntó sigilosamente. «Rápido y sin dolor» pensó. No deseaba para nada ver a la criatura sufrir. Con un silbido, la flecha cortó el aire y acertó en el blanco.
«Bueno, resultó más fácil de lo que creía» imaginó el joven orgulloso. Caminó hacia su presa y se agachó para tomarla.
—Qué suerte la mía, encontré comida y un prisionero al mismo tiempo —dijo una voz rasposa.
El joven levantó la vista y, para su sorpresa, la punta de una espada se encontraba a menos de dos centímetros de su frente.
—¡De pie! —exigió el demacrado sujeto de piel anserina y ojos rojos sin brillo.
Link se levantó lentamente con la presa en la mano. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Huir, atacar, obedecer, gritar por ayuda a Hood o callar para que no los encontraran.
En ese momento, de la nada, la filosa hoja de una espada salió desde el pecho del demonio, atravesándolo al mismo tiempo que un guante de cuero marrón oscuro aparecía por detrás y le tapaba la boca. Los ojos de este se voltearon hacia arriba y comenzó a convulsionar. Cuando el movimiento cesó, el individuo endemoniado pareció recuperar algo de conciencia y con su último esfuerzo dijo algo que Link interpretó como agradecimiento.
El cuerpo cayó en el piso y el joven arquero vio una figura oscura que se tapaba la cara con el brazo y encapuchado de pies a cabeza. Con una voz, que Link supuso que era fingida, exclamó—: ¡Es una lástima! Pero créeme, este no se hubiese salvado ni con el cuchillo de tu amigo.
—¿Quién eres? —preguntó Link sin poder contenerse.
—Soy el que te salvó la vida... es todo lo que te diré —contestó el misterioso sujeto—. Ahora vete. Yo me encargaré del cuerpo. No intentes seguirme.
—Pero... —empezó a decir Link.
—Razona un segundo conmigo, joven arquero. Llevas un arco, pero no empuñas ninguna flecha. Yo, en cambio, poseo una espada, lo cual me da ventaja, ya que nuestra distancia es efímera. Si quisiera matarte ya lo hubiera hecho. Por eso no puedes considerarme un enemigo. Solo estoy pidiéndote que vuelvas con tu grupo. Ya sabrás quién soy en algún momento y entenderás por qué no puedo revelarte mi identidad.
La misteriosa figura comenzó a caminar lentamente empuñando la espada en dirección hacia Link quien retrocedió tres pasos. Se agachó y recogió el cuerpo que yacía en el suelo. Lo cargó en un hombro y comentó—: Te diré que nos cruzaremos en otro momento. Después de todo, no es la primera vez ni será la última que le salvaré la vida a Link de Hyrule.
Y entonces el extraño sujeto se alejó caminando lentamente.
Link no entendía nada. Su boca estaba entreabierta, pero ni palabras ni aire salían de ella. Durante unos segundos, el joven permaneció inmóvil como una estatua. De pronto bajó la mirada. Vio la liebre en su mano y se miró a sí mismo. Estaba en una pieza, pero, en menos de tres minutos, su suerte había pasado de ser "buena" a "mala" para pasar, nuevamente, a ser "buena" y terminar siendo "incierta". Dado que no tenía ni la más remota idea de quién era aquel sigiloso salvador. Le costó un momento ponerse de pie y en marcha para emprender el regreso. Para ese entonces, el encapuchado ya no se veía ni oía. Caminó hacia donde estaban los caballos y notó que se había alejado considerablemente, porque le tomó como unos quince minutos, a paso ligero, llegar al arroyo. En la cabeza del joven solo resonaban preguntas. «¿Quién diablos era ese sujeto?». «¿Por qué me habría salvado?». «¿Cómo sabía que estaba con un grupo?». «¿En qué otro momento me salvó?... ¿Habría sido antes de perder la memoria?» «¿Cómo sabe que me salvará de nuevo... estaría fanfarroneando?» «¿Sería mi padre?» «¿Por qué se llevó el cadáver? ¿Conocería a la persona que alguna vez fue?». Pero, lamentablemente, ninguna de esas preguntas tenía siquiera una respuesta.
—Miren, quien volvió —dijo Astor contento, sacando a Link de su absorto estado—. Y parece que consiguió cumplir su misión.
Hood no dijo nada, simplemente lo observó. El joven tampoco dijo nada, pero tenía la vista perdida.
—¡Qué silencio! —agregó Astor—. Se ve que se te acabó la arrogancia por hoy... —En ese momento, Astor se percató de que algo extraño sucedía—. ¿Te pasa algo, Link?
Los ojos de Link se cruzaron con los de Hood y comenzó a sospechar que el veterano olfateaba algo desde el principio.
—No sé, pregúntaselo a Hood. Presiento que él lo sabe —soltó Link sin preámbulos.
Un silencio incómodo se apoderó de la escena. Link se encontraba parado con la liebre en la mano derecha y su rostro, serio, escondía sus emociones. Hood estaba a menos de tres metros sentados frente al fuego y le devolvía una mirada fría, pero no parecía que fuera a emitir sonido. Astor miraba a uno y a otro, pero ninguno le devolvió la mirada. La tensión parecía que en cualquier momento rajaría la tierra.
—Bueno, si el viejo no piensa decir nada, hablaré yo —dijo Link—. Resulta tío, que cacé una liebre y un demonio salió de la nada. —Link se acercaba caminando hacia sus compañeros—. La historia obviamente no termina allí. Del mismo lugar que salió el demonio, apareció un sujeto que le atravesó el corazón con una espada, pero eso no es todo... No... como si fuera poco, el misterioso hombre se tapó la cara y me dijo que me conocía y que debía volver con ustedes... ¿Cómo sabía de nosotros?... ¿Quién era?... ¿Por qué me salvó?... No lo sé, pero algo me dice que tú sí —dijo Link enervado mirando fijamente a Hood—. ¡Pude morir por esta estúpida presa! —explicó tirando la liebre al suelo entre sus dos compañeros—. Pero estoy convencido de que sabías que no iba a morir, de qué iba a volver y que tenía que ver eso... ¿Sabes, Hood?... —Link hizo un suspiro como dándose por vencido, como quien se cansa de una situación que se repite constantemente—. Lo que me está irritando en este momento no es el hecho de que tenga que atravesar todas estas "lecciones" tuyas, sino que, ocultándome tantas cosas, pienso que no confías en mí para nada...
—¡Ni se te ocurra pensar semejante estupidez! —El joven fue interrumpido abruptamente por el viejo que se había parado de repente. —Aunque no lo creas, estoy confiando la vida de mis amigos, la mía, incluso la de mi familia en tus propias manos —dijo Hood dejando a Link con la boca abierta sin poder decir nada—. Entiendo que tantas incertidumbres pueden molestarte... Y sí, te oculto cosas, pero no es porque yo quiera, sino porque es necesario. No se puede jugar a la ligera con el tiempo... —dijo Hood apretando los labios y respirando por la nariz.
En la cabeza de Link las palabras resonaron. «¿A qué se refiere el viejo con "jugar con el tiempo"?», pensó.
—Mira, Link, te propongo lo siguiente. Comemos lo que nos trajiste, hablamos de otra cosa, descansamos y mañana de camino al asentamiento de Hyrule te contaré un poco acerca de tu... de mi... de nuestra misión. Porque realmente no es algo que se pueda explicar en unos pocos minutos. Prometo revelarte varias cosas que podrán ser de utilidad, pero a cambio voy a pedirte algo.
—¿Qué? ¿Qué quieres? —preguntó Link ansioso y dispuesto a negociar.
—Primero, lo que te diré, debes guardarlo como un secreto, pues nadie puede saberlo. Y segundo, te pido que confíes en mí una vez más y esperes hasta mañana. ¿Es posible? —pidió el viejo.
—Mientras no sea una forma de evadirme... supongo que puedo esperar unas horas más... —dijo el joven, levantando una ceja y mirando hacia arriba, como quien acepta sin estar del todo convencido.
—Muy bien, entonces, voy a preparar esto —dijo Astor tomando la liebre del piso y remojándola en el arroyo. Un poco, con la intención de comer y, otro poco, para calmar la tensión.
Hood palmeó a Link y con una mano en el hombro le dijo—: Dejando de lado el percance con el demonio y tu rescatista... ¿Cómo te fue con la presa? ¿Te resultó sencillo?
Link hizo una mueca con la boca pensando en su cacería.
—No sé, cazarlo fue fácil. Rastrearlo fue lo que más tiempo me tomó, pero seguí las huellas. En definitiva, hice todo tal cual como me enseñaste.
—Bueno, me parece muy bien. Por lo que observé usaste una sola flecha, así que imagino que fue rápido y sin dolor —dijo el viejo como si aquello fuera algo sumamente importante.
—Te repito, "todo" tal cual como me lo enseñaste —dijo Link —. Eso incluye el final. La verdad, yo tampoco quiero que sufra el animal, Hood.
—Es bueno saber que tienes valores, muchacho —se contentó Hood.
Los dos hombres, con más calma, se acercaron al tercero, que condimentaba la comida colgada de unas ramas al calor de la fogata. Astor terminó su tarea, sacó unas verduras y, dándoles un cuchillo a cada uno de sus compañeros, les pidió que las cortaran. Los tres trabajaron en equipo y al cabo de una hora ya habían cenado.
—Muy rico, Astor —dijo Hood.
—Sí, en verdad la cocina es lo tuyo... ¿Nunca pensaste en abandonar la herrería y abrir un restaurante? —preguntó Link riendo.
Los tres rieron, puesto que el chiste no era para nada ofensivo.
—Quizás cuando termine todo este rollo de Ganondorf y compañía —dijo Astor.
—Qué optimista, ¿crees que llevará poco? —preguntó Link.
—Ganondorf tiene sus días contados. El mejor hombre que conocí, está entrenando al mejor hombre que conozco —dijo el robusto hombre del bigote mirando primero a Hood y luego a Link.
—En serio, me gustaría saber cómo se conocieron —dijo Link soltando un suspiro de resignación.
—Descansa, Link. Mañana te contaré un relato sobre tus ancestros que le dará sentido a tu futuro... al futuro de todos nosotros. Mañana te hablaré sobre la ocarina del tiempo —dijo Hood para luego recostarse.
Link quiso preguntar, pero estaba exhausto. Por eso se echó hacia atrás en silencio y miró el cielo. Este, ahora, estaba algo más despejado que antes y permitía ver una increíble cantidad de estrellas.
La vista en aquel agreste lugar era hermosa, pero poco fue el tiempo que ella pudo ser aprovechada, dado que el joven, cansado por la larga jornada, cerró sus ojos y se sumergió en el más profundo sueño.
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Antes de seguir avanzando en la historia, por favor, pásate por el enlace que dejé en el primer comentario, cuéntame qué te ha parecido este capítulo y responde allí esta breve pregunta.
Link se enfrenta a una situación difícil. Alguien que apenas conoce le pide que confíe en su palabra. ¿Qué harías tú?
Astor es la clave, si alguien de mi familia confía yo también.
No confío, si puede contarlo mañana puede contarlo hoy.
No sabría qué hacer, tendría que estar allí.
Si te gusta el arte visual podrías compartir un dibujo de cómo te imaginas a este Link con un arco en las manos, o bien, usa alguna I.A. para ver qué resultados genera.
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