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DESENTERRANDO HERRAMIENTAS


—Hace mucho tiempo atrás, los minish y las hadas se consideraban razas hermanas. Tal vez era porque ambas especies vivían en hermandad con la naturaleza o quizás simplemente porque compartían su estatura. Después de todo, no se conocen otras formas de vida inteligente que midan apenas una pulgada. Los minish por su parte, son expertos en tecnologías, sobre todo mecánicas como las poleas y las palancas. Además, son grandes entendidos en el terreno de la química. Muchos adjudican el descubrimiento de la pólvora gerudo a un grupo de minish que convivían con ellos. Por otro lado, las hadas comparten una intrínseca relación con la flora y fauna salvaje de este mundo. Su magia radica en la comunicación que tienen con el ecosistema. Si dañas al medioambiente, las hadas lo sabrán. No obstante, estas últimas criaturas entienden que todas las razas requieren de la naturaleza para subsistir. Pueden deducir y diferenciar fácilmente a alguien que caza o pesca para comer o dar de comer, de alguien que lo hace simplemente por el hecho de hacer daño. De igual forma, notan cuando se tala un árbol para hacer una casa, refugio o quizás un fuego y saben diferenciarlo del maltrato a una planta por mera satisfacción. Para ganarse la confianza de un hada hay que demostrar amor por la naturaleza, y eso es algo que los kokiris sabemos hacer muy bien. En fin, resulta que, hace no mucho tiempo, el joven hijo de una minish y de un hada abandonó a su familia para unirse a Ganondorf. Según tengo entendido, el joven mestizo repetía a menudo que los minish y las hadas no eran esclavos de ninguna casta. Aunque, realmente las razas vivían en relación de mutualismo y nadie obligaba a otros a hacer nada. Sin embargo, este muchacho sostenía que él era hijo de los dos linajes más antiguos del planeta y que era superior al resto de las sangres. Se cree que se unió a Ganondorf porque inicialmente su plan era matarlo para demostrar su gran poder. Pero lejos de cumplir su cometido, terminó trabajando para el tirano como su ayudante. El poderoso rey gerudo, en una astuta maniobra, le cedió al joven un fragmento de la trifuerza de la sabiduría. Este, que tenía grandes dotes intelectuales por parte de su madre y un conocimiento amplio de la naturaleza gracias a su padre, pudo elaborar una poción secreta con la sangre de un hyliano para aumentar su tamaño corporal. Actualmente, Vaati se ve como un hyliano algo más alto y bastante demacrado, pero es sin duda el aliado más poderoso que Ganondorf posee. Al ocurrir este evento, los jefes de las razas minish y hadas de cada región del mundo se reunieron a discutir el asunto. Lejos de llegar a un acuerdo, terminaron discutiendo y alejándose unos de otros, separando hasta el día de hoy a las dos especies más primitivas de este planeta. Los minish decidieron abandonar a todas las razas y esconderse. Es por ello por lo que cualquier niño menor de seis o siete años probablemente no haya visto un minish en toda su vida. Las hadas, por otra parte, abandonaron a todas las razas menos a nosotros. Los kokiris, respaldados por el Gran Deku, somos una casta de confianza y por eso las hadas continúan viniendo a nuestra aldea-madre todos los días. Como dije anteriormente, ellas se van y vienen al atardecer y al amanecer. El brillo que emanan es muy difícil de reconocer en ese horario porque se camufla con el entorno. Entonces, supongo que esta noche, con algo de suerte, podrás ver a Navi, la bella hada que te acompañó, durante un tiempo, en tu infancia —dijo Saria, desinflándose como si hubiera contado la historia de su vida.

El joven la miró y se quedó callado tratando de comprender toda aquella nueva información, o más bien vieja, pero olvidada.

—¿Cómo es que yo tuve un hada, si no soy un kokiri? —preguntó Link.

—En primer lugar, ¿cómo sabes que no hay algo de kokiri en tu linaje? —dijo Saria—. Hasta donde yo sé, ambas razas son muy similares. Casi diría que, si no fuera por tu vello facial, raro en los kokiris, físicamente no encuentro ninguna otra diferencia —explicó Saria haciendo pensar a Link.

—Eso nunca se me hubiera cruzado por la cabeza —dijo Link.

El joven, pensativo, miró hacia arriba y advirtió que los árboles eran cada vez más frondosos. A medida que se adentraban en esa parte del bosque, la luz del sol se filtraba cada vez menos. A su vez el día había amanecido algo nublado y minuto a minuto se cubría más.

—No falla, es cuestión de que me dé una vuelta por el cementerio para que el sol me abandone —dijo Saria jocosamente—. La naturaleza parece jugarme unas buenas bromas todo el tiempo. Ella sabe lo poco que me gusta esta clase de lugares.

Los tres rieron suavemente y continuaron caminando.

Pocos minutos después, habían llegado hasta lo que se veía como una pirca, una muralla de piedras encastradas de unos dos metros de alto que se extendía a lo largo del bosque.

—Bueno, hemos llegado al cementerio —dijo Saria—, si no me equivoco, unos metros hacia allá está la entrada —añadió señalando a su izquierda.

Luego de unos cuantos pasos, Link observó una puerta reja de hierro de doble hoja. Saria la abrió y entró. Hood y Link la siguieron. Link apreció la pared del cementerio del lado de adentro y divisó unos garabatos extraños. La necrópolis estaba dividida en secciones y ellos habían entrado a la principal. En la base de la pirca, bajo los dibujos que Link contempló, había unas velas negras que emitían un fuego azul muy tenue. Esta especie de entrada o hall principal debía medir unos veinte metros de lado por otros treinta de profundidad. A los costados del camino principal había seis mausoleos con distintas inscripciones que Link no pudo descifrar. Al llegar al centro, Hood leyó una placa escrita en un lenguaje que Link no conocía.

—"Cementerio del bosque perdido. Lugar de paz para todos los clanes." —tradujo en voz alta el veterano.

Link, asombrado, volvió a ver hacia atrás y dedujo que las seis criptas correspondían a cada clan.

—¿Qué te trae por aquí, Saria? —dijo una voz de ultratumba.

La joven se sobresaltó del miedo y Link también se asustó un poco.

—Dampé, te dije mil veces que no aparezcas así de la nada, me vas a matar de un infarto —dijo la señorita.

—No sería tan malo, estaríamos más tiempo juntos —bromeó este.

Link observó al hombre que había salido de las sombras. Llevaba un overol marrón oscuro, desgarrado en las botamangas. Parecía estar cubierto de moho. Su piel se veía apagada, pálida y sin brillo.

—Este hombre sí que es feo —le murmuró Link a Hood al ver la cara del sujeto. Su boca era gigante y tenía pocos dientes, piel arrugada y párpados pesados. El hombre aparentaba estar recién levantado y con falta de un buen baño. Parecía llevar la mugre de todo un mes.

—Has traído amigos —dijo Dampé.

—Hola, señor, mi nombre es... —dijo Link antes de ser interrumpido.

—No, tú no, bobo, le hablo a la carreta —dijo el hombre sonriendo chistosamente y señalando el carruaje con cadáveres—, de cualquier manera ya sé quién eres tú, Link. No me he ausentado tanto del mundo todavía.

El joven se estremeció. El lúgubre hombre se apartó a un costado y observó a Hood.

—¡Hmph!... Qué curioso —dijo olfateando cuál perro al viejo.

—¿Es que acaso te funciona la nariz, Dampé? —preguntó el veterano.

Dampé rio.

—Mira quién vino. ¿Has estado jugando con la ocarina?

Los jóvenes se miraron preguntándose de dónde podrían conocerse Hood y Dampé.

—Todo puede ser, sepulturero —dijo el viejo—. A propósito, venimos a enterrar a estos pobres caídos en el bosque —aclaró señalando con el pulgar—. ¿Hay algo que puedas ofrecernos?

—Puedes usar a mi vieja amiga, está por allá —dijo señalando una pala apoyada en una polvorienta tumba a unos diez metros de donde estaban parados—. Es la que tiene el mango en forma de T.

—Bueno, ¿y dónde podemos enterrarlos? —preguntó Hood.

—En la siguiente sección hay un sitio bastante amplio que está libre —explicó el hombre de la desgarrada vestimenta—. La pala se llama "Ida y vuelta" —dijo este insinuando que la quería de regreso.

—Gracias, Dampé —dijo el viejo—. Ah, me olvidaba, ¿sabes algo del gancho-brazalete?

Dampé puso cara de sorprendido. —¿Vienes también por eso? —preguntó. Y sin esperar una respuesta añadió—: Está dos secciones más adelante, pasando la zona prohibida, dentro de la última cripta. No sé si hace falta que lo aclare, pero imagino que sabes que la zona prohibida está llena de poes, ¿no? —indagó el hombre.

—Nada de qué preocuparse —dijo Hood—. Gracias nuevamente —y tomando las riendas del caballo comenzó a caminar.

Los jóvenes lo siguieron.

—Hood, ¿qué es un poe? —preguntó Link.

—Es un espíritu, muchacho —dijo el viejo—. Un alma que no pudo abandonar este mundo por alguna razón.

Saria y Link se miraron. Ya habían llegado al terreno liberado para enterrar a los cuerpos. Afortunadamente, cerca de allí había otra pala, algo más rústica que la de Dampé pero bastante útil. Hood tomó esta segunda pala y ambos hombres comenzaron a cavar.

—Una consulta, señor —dijo Saria algo temerosa—. Yo nunca he ido a la zona prohibida del cementerio y quisiera saber si estos "poes" son peligrosos.

—Ellos intentan serlo, pero en realidad, ninguno de ellos representa una gran amenaza —comentó el viejo restándole importancia.

A Saria no le agradó del todo la respuesta.

—Pero, ¿pueden llegar a hacernos daño? —inquirió la joven.

—¿Dónde está la valiente Saria de hace un rato? —bromeó Hood.

La joven frunció el entrecejo y se sonrojó, un poco por vergüenza y otro poco por bronca ante el comentario del veterano.

—No te preocupes, no te dejaremos aquí —dijo Hood haciendo alusión al cementerio.

Durante un largo rato estuvieron cavando sin cesar. Al cabo de unas cuatro horas, los hombres ya habían terminado un pozo lo suficientemente grande como para que los cadáveres quedaran bajo tierra. Sin embargo, Hood no quería que los demonios volvieran por esos cuerpos, entonces le dijo a Link que podían quemarlos y luego enterrar los restos.

—Hood, hay algo que no me queda claro —dijo el joven.

—Cuéntame, muchacho —dijo Link.

—Si nosotros matamos a estos demonios y por esa razón ellos se ven obligados a abandonar su cuerpo, ¿por qué pueden volver a tomarlo una vez muertos? Quiero decir, ¿no es acaso la causa por la que se han marchado inicialmente? —preguntó Link usando su cerebro y recordando la posibilidad que tienen los demonios de volver a habitar un cuerpo usado previamente.

—Es un buen razonamiento —dijo Hood—. Lo que pasa, es que no es tan simple —comenzó diciendo mientras vertía unas gotas de aceite en la tela que los envolvía—. Inicialmente, pueden poseer un cuerpo con un alma debilitada. Para ellos eso es lo más sencillo porque tienen la posibilidad de elegir a cualquier persona. Sin embargo, al morir el cuerpo, el espíritu de la persona queda liberado. Esa ánima, antes aprisionada en los últimos instantes, consigue una fuerza tal que le permite tener nuevamente el control de sí mismo extirpando al demonio. Una vez muerta esa persona, su espíritu se escapa y sigue su rumbo. Ese cuerpo solo puede volver a ser habitado por un espíritu que ya haya estado dentro, en este caso, el del demonio, lo cual es muy trabajoso para estas oscuras entidades —dijo el viejo e hizo una pausa para sacar chispas con su espada y prender fuego la manta empapada con aceite—. Ya de por sí es difícil volver al mundo de los vivos y, si a eso le sumas que tienen que encontrar el mismo cuerpo, se vuelve una tarea casi imposible. Pero suponte que, si pudieran —dijo Hood apoyándose en la pala—. Si al cuerpo, previamente lo reducimos a cenizas, no hay chance de que ningún alma pueda volver a habitarlo.

—Ahhh. Entiendo. Eso convierte la cremación como la mejor opción, aunque no es la única —conjeturó Link.

—¿A qué te refieres? —preguntó Hood.

—A que, si les cortamos las cabezas, por más que volvieran, no podrían ni moverse...

—Bueno, sí, eso es cierto. Pero en honor a la persona que alguna vez fue, yo prefiero el fuego en lugar de la espada —dijo el viejo rascándose la barba—. Obviamente, si fueran muchos y no tuviésemos tiempo, deberíamos hacer eso que propones... pero, para ser honestos, en este momento nadie nos apura.

La joven escuchaba muy atenta a Hood.

—Entonces, ¿no deberíamos dejar que los restos se consuman bien, antes de tirarles tierra? —dijo esta.

—De hecho, sí. Es por ello que dejaremos al caballo y seguiremos avanzando —dijo el viejo dejando su pala—. Link, tú lleva la pala de Dampé por si acaso.

El joven asintió con la cabeza y los tres comenzaron a avanzar en dirección a la zona prohibida del cementerio.

—¡Espérenme, espérenme! —dijo una voz desde atrás.

—¿Mido? ¿Qué haces aquí? —dijo la sabia—. Te dije que descansaras.

—Y lo hice. Vino Fado y me dejó el desayuno al lado de la cama cuando estaba descansando. Habré dormido unas cuantas horas y luego desayuné, bastante tarde para mi gusto —dijo Mido sonriendo—, pero fue el jugo más saludable de mi vida. Se ve que hace mucho que no comía porque sentí que me devolvió la fuerza increíblemente.

Esa última frase resonó en la cabeza de Link y recordó la secuencia de la casa de huéspedes: él estaba hablando con Fado, cuando Hood se levantó, se fue, volvió a la mesa y luego le ofreció el desayuno a Fado. ¿Acaso el hombre de la canosa barba tenía algo que ver? Lentamente, volvió para ver la cara de Hood, con los ojos entrecerrados, tratando de sacarle alguna verdad al viejo. Este lo vio y se llevó el dedo índice a los labios y sin pronunciar "Shhh" le guiñó un ojo al muchacho. Link recordó la sustancia azul que Hood le había dado el primer día que se conocieron y supo, con certeza, que el viejo era el responsable de que Mido estuviera allí gozando de plena salud física.

—Vamos, Saria, deja que el muchacho se quede —dijo el veterano—. Es evidente que te quiere proteger. —Ambos kokiris se sonrojaron un poco y evitaron hacer contacto visual entre ellos—. Además, no nos viene nada mal algo de refuerzo. El chico se ve bastante curtido. De la forma en que resistió la posesión y cómo se recuperó tan rápido, al menos a mí, me sugieren que está hecho de un hueso difícil de roer —halagó Hood nuevamente al joven.

—Está bien, pero si se siente mal... aunque sea muy poco, nos largamos —dijo ella.

—Si quieres puedes volver, Saria, yo me siento en deuda con estos dos —dijo el muchacho refiriéndose a los hylianos.

La joven, algo confundida, miró al muchacho. Le brotaba cierta bronca por haberla tratado de cobarde, pero, por otra parte, le parecía tan noble el gesto, que no podía enojarse con él. Saria vio por un instante en Mido aquello que le gustaba tanto de Link, el heroísmo, la solidaridad desinteresada y la voluntad por ayudar a otros. Todo esto hizo que Saria sintiera una extraña atracción por Mido. Después de todo, el joven era muy apuesto, con la diferencia de que siempre lo había visto como alguien de la familia.

—Bueno —dijo Hood—, ¿seguimos?

Los cuatro avanzaron varios metros por el cementerio. Los charcos de agua, formados por la humedad y el frío de la piedra de todas esas lápidas, generaban un microclima que hacía levantar una brumosa niebla que se volvía más espesa a medida que se adentraban. Al cabo de unos pocos minutos, llegaron a una muralla similar a la que determinaba el perímetro del cementerio. Esta vez no había una puerta de doble hoja, sino una arcada vacía con dos pilares a sus costados. En la parte superior de dicha entrada se podía leer: "No pasar, zona prohibida". Los dos muros laterales poseían una inscripción escrita en otro idioma.

—Creo que me da más miedo no saber qué dicen los muros que la mismísima leyenda de arriba —bromeó Link, para aliviar la tensión.

—No hay de qué preocuparse —dijo Hood que, si bien sabía su significado, decidió no compartirlo—. Al entrar, tal vez vean varios poes. Estos suelen alejarse de la gente viva pero en ciertas ocasiones, algunos se defienden atacando con lo que parecen unas guadañas espectrales.

—¿Guadañas? —dijeron Link y Saria.

—¿Poes? —dijo Mido.

—Miren, solo hagan lo mismo que yo. Caminen detrás de mí. Nadie corra por nada del mundo, no griten, no teman y llegaremos sin problemas hasta la puerta de la cripta en menos de lo que canta un cucco —dijo el viejo.

Los tres jóvenes se miraron entre ellos y se acercaron al veterano. Saria iba pegada a él, sujetando con una mano su túnica, Mido la seguía a ella y Link cubría la retaguardia.

—A su izquierda verán a dos de ellos. Guarden silencio —dijo Hood susurrando.

Los jóvenes vieron a las dos formas fantasmagóricas transparentándose. Podían observar una tétrica silueta algo fluorescente de un color celeste muy claro llegando al blanco. Solo se apreciaba su cara y cuello. Por debajo de ello tenían una túnica, desgarrada en su parte más baja. Lo más peculiar y a la vez divisible era una especie de candil que sostenía cada uno de ellos en una mano. De este, parecía emerger la luz que daba brillo a todo su contorno. Al seguir avanzando, vieron otro grupo a la derecha, merodeando cerca de un mausoleo. Solo faltaban cinco metros para llegar a la puerta de la última cripta cuando uno de los poes se interpuso en su camino.

—No lo vean ni se inmuten, no griten ni hagan un movimiento brusco, pasaremos a través de él —dijo Hood.

El veterano se apartó un poco del grupo para demostrar que era seguro y atravesó al fantasma como si no lo hubiese visto. El poe voló siguiendo a Hood y examinándolo, pero el viejo no se dio por aludido y continuó sin modificar su trayectoria. Los tres jóvenes no paraban de mirar al viejo sorprendido y lo seguían unos pocos pasos atrás. El veterano atravesó el umbral de entrada hacia la cripta. Como si hubiese perdido el interés, el poe giró sobre sí mismo y se deslizó como una hoja en el viento hasta donde estaba la joven kokiri. Esta se paralizó, abrió los ojos y sintió la helada presencia fantasmal acariciándola. El viejo, a menos de dos metros, le hizo un gesto lento con ambas manos como si estuviera empujando algo grande hacia abajo, sugiriendo que mantuviera la calma. La señorita sintió la mano de Mido tomando la de ella y la apretó. Luego lo miró al kokiri. Este parpadeó una vez, cerrando lentamente los ojos, demostrándole confianza y seguridad. Entonces, la joven recobró el coraje y dio un paso largo y suave, atravesando por completo al Poe. Los dos hombres jóvenes hicieron lo mismo y pronto todos habían traspasado aquel umbral. Al pasar junto al viejo, Link, suspiró contento y le mostró una sonrisa a su canoso compañero.

—En la entrada anterior había unas marcas iguales —dijo Link, señalando unos garabatos en los pilares.

—No, Link. No eran iguales —dijo el viejo—. Eran similares, pero cumplían otra función. Cada sección tiene un objetivo y grabado diferente. En la primera sección, la de entrada, el perímetro está marcado para que toda presencia espiritual posea una forma física y a su vez bloquee la salida de cualquiera que no estuviera vivo. Es un viejo conjuro que permite interactuar, de una manera segura, a los que aún siguen vivos con los que todavía no han avanzado hacia el más allá. Aunque los casos son ínfimos. —Hood hizo una pausa para que los tres pudieran apreciar el lugar en el que se encontraban actualmente.

Aquella cripta era diferente a todas las que Link había visto en el camino. Básicamente, la diferencia era que no tenía techo. Aquel amplio habitáculo medía unos cuatro metros de largo por tres metros de profundidad. Poseía tres féretros rectangulares de piedra que presentaban varios grabados en su contorno.

El viejo comenzó a caminar entre los tres sarcófagos.

—Pasando la primera sección, llegamos al cementerio liberado. Ese no posee ningún conjuro y es allí donde enterramos a los antes poseídos —dijo Hood reanudando la explicación.

—Me alegro de no ser uno de ellos —dijo Mido levantando las cejas y recordando que por unos días permaneció junto a ese grupo de demonios.

El veterano sonrió y asintió con la cabeza.

—Yo también lo haría en tu lugar —dijo sonriendo—. Luego se llega a la zona prohibida. La inscripción en sus paredes funciona como un poderoso imán atrayendo a los espíritus atrapados en este mundo y dejándolos capturados en este sitio. Esto no quiere decir que no haya algunos poes allá afuera, en libertad... pero al menos, los que llegan hasta este cementerio no pueden irse —dijo Hood golpeando de costado una de las tapas de los sarcófagos—. Por último llegamos aquí... —Entonces, el viejo destapó por completo una de las tres tumbas corriendo el macizo bloque de cemento que le valía de tapa.

Los jóvenes vieron con asombro el interior del gran ataúd y notaron que no había cuerpo, sino una escalera de piedra angosta que descendía por un pasillo oscuro. Hood encendió el candil y comenzó a bajar por ella. Los jóvenes se miraron entre sí un breve momento, como si estuvieran analizando un plan en silencio, pero no había muchas opciones y, encogiéndose de hombros, siguieron al viejo.

Al cabo de lo que parecían cinco metros de descenso por la empinada escalera, los cuatro llegaron a un recinto con tres arcadas. Hood acarició la pared de uno de los tres pasillos.

—¡Cómo amo mi candil! —dijo sonriendo.

Los jóvenes no entendieron por qué el viejo había dicho eso, pero entonces lo vieron usar su farol carmesí para alumbrar aquella tapia y, al instante, observaron cómo una de las paredes comenzó a brillar en determinados sitios indicando un camino.

—Por aquí —señaló el viejo.

Todos comenzaron a caminar hasta que, de repente, Saria pisó una piedra floja y un ruido metálico se escuchó como si se hubiese activado un mecanismo.

—¡Ups! —dijo Hood—. Siempre olvido esta clase de cosas.

Un estruendo resonó por donde habían entrado y de un gran agujero en el techo cayó un cilindro cubierto por puntiagudas piedras. Este ocupaba todo el ancho del pasillo y comenzó a girar lentamente hacia los cuatro viajeros.

—No teman, pero ahora van a necesitar seguirme rápido. Hagan exactamente lo mismo que yo, ¿entendido? —dijo el veterano.

—Sí —respondieron los tres jóvenes.

El viejo empezó a trotar por el pasillo investigando las paredes. Los jóvenes lo seguían de cerca. Link notó que el rodillo gigante aumentaba su velocidad.

—Creo que debemos apurarnos —dijo preocupado.

—Lo sé, lo sé —dijo Hood acelerando.

Los cuatro cada vez iban más rápido y de igual forma lo hacía el cilindro. El camino llegó a una bifurcación y Hood giró rápidamente guiado por su luz, luego otra vez y otra vez más. Todo cada vez iba más rápido. De tanto en tanto, las bifurcaciones no solo eran de dos caminos, si no de tres. La inercia que llevaban era monumental. Hood gritaba a cada bifurcación.

—¡Izquierda! ¡Derecha! ¡Derecha! ¡Izquierda! ¡Derecha! ¡Izquierda! ¡Izquierda! ¡Al medio! ¡Izquierda! ¡Al medio! ¡Izquierda!... ¡Al suelo! —gritó el hombre deslizándose por debajo de un hueco, en lo que parecía un callejón sin salida. De repente se vieron metidos en un tobogán de piedra que serpenteaba. Descendieron alrededor de medio minuto por el resbaloso adoquinado. Abruptamente, el tobogán desapareció y los cuatro quedaron en caída libre unos tres metros para luego sumergirse en un estanque de agua cristalina, donde el candil de Hood se apagó.

—¡Uah! —exhaló Link al respirar fuera del agua—. ¿Dónde estamos? —preguntó flotando— No veo nada... ¿Hood?

—¡Acá estoy! —dijo en la oscuridad el viejo—. Mi candil se apagó. Tengo que llegar a algún lado para poder prenderlo.

—¿Mido? ¿Mido? ¿Dónde estás? —sollozaba Saria.

—¡Uah! —exhaló Mido—. Acá estoy, acá estoy, Saria, tranquila. Estoy bien —dijo acercándose en la absoluta penumbra. Los kokiris se encontraron y se abrazaron.

Todos continuaban flotando.

—Hood, no aguantaremos mucho con la pala, el escudo y la espada. Me cuesta mantenerme a flote —dijo Link tragando y escupiendo algo de agua.

—Dímelo a mí que te llevo más de dos décadas —se quejó el viejo.

De pronto, sin que nadie lo esperara, otro estruendo se escuchó. Aquel sonido demostraba que el cilindro había terminado su recorrido. El fuego comenzó a salir de unos pequeños caños en la pared. Poco a poco la habitación se iluminó y todos vieron hacia dónde nadar. Una vez fuera del agua, Link apreció la habitación en la que se encontraban.

En el centro de ella se hallaba una especie de pileta circular de unos cinco metros de diámetro y dos metros y medio de profundidad en su parte más honda, como si fuese una media esfera hueca repleta de agua. El fuego de las rústicas tuberías ardía a dos metros de altura y el techo no se veía, por lo que Link intuyó que debía tener más de cinco metros de altura. Los cuatro estrujaron las prendas que pudieron quitarse. Hood se sentó a un costado a revisar el candil.

—Link, mientras yo arreglo esto, ¿puedes revisar el cuarto a ver si encuentras el gancho-brazalete?

El joven asintió con la cabeza, pese a que desconocía de lo que hablaba su compañero. Con la ayuda de los kokiris comenzó a revisar las paredes.

—¡Ey! Link, mira esto —dijo Mido señalando el piso cerca de su posición—. Aquí el suelo se ve diferente.

—Tal vez haya algo enterrado —dijo Saria, que se había acercado a los jóvenes.

Link tomó la pala de Dampé y cavó solo dos minutos hasta que su pala se topó con algo duro.

—Creo que hay algo —dijo Link.

Todos se agacharon y escarbaron con las manos dejando al descubierto un cofre pequeño. Los jóvenes lo levantaron y examinaron. La cerradura era inviolable y el baúl era demasiado pesado como para cargarlo de regreso por donde fuera que intentasen salir.

—Miren detrás, hay una inscripción —dijo Saria, notando un grabado en la parte posterior y leyéndolo en voz alta.

"Puede que mi amiga 'TE' haya ayudado y puede que 'TE' sea útil más de una vez, pero nunca lo sabrás si nunca 'TE' fijas".

Link entrecerró los ojos, pensativo, Saria miró a Mido y este se encogió de hombros. Todos estuvieron en silencio un minuto. Saria repitió murmurando el verso tres veces más.

—Me pregunto por qué las letras 'TE' estarán marcadas de esa forma —dijo la joven.

—Tal vez la llave está en alguna estructura con forma de 'TE', o se asemeja a una 'TE' quizás —especuló Mido.

Otro minuto en silencio pasó. Saria observaba el cofre por todos sus ángulos. Link estaba parado mirando la nada. Mido caminaba en círculos.

—¿Y por qué no le preguntamos al viejo si sabe algo? —preguntó el kokiri.

—No será necesario —dijo Link abriendo los ojos y tomando la pala nuevamente.

—No creo que puedas abrir el cofre a palazos, Link. Parece ser de un metal resistente —dijo la joven kokiri.

—No pienso dañar el cofre —dijo el muchacho al mismo tiempo que retiraba la venda del mango de la pala—. Cuando Hood le dijo a Dampé que tenía que enterrar los cuerpos, este le dijo que podía usar a su "amiga" —empezó diciendo Link.

—¿Quién es Dampé? —preguntó Mido.

—El hombre de la entrada —dijo Saria.

—Yo no vi a nadie —agregó Mido.

Como si no los hubiera escuchado, Link continuó explicando su teoría.

—Luego, la adivinanza dice que: esta amiga "TE" ayudó... Supongo que se refiere a la parte en la que requiere cavar para encontrarlo —comentó el muchacho y añadió—: Después dice que "TE" puede ser útil más de una vez... Lo que me sugiere, que la pala, puede ser útil de nuevo, pero... ¿Qué parte de esta? —dijo Link terminando de remover toda la venda que cubría el mango.

Los otros dos se acercaron más al joven y este miró dentro de la empuñadura hueca de la pala. Sonrió y metió dos dedos estirados por el agujero.

—Se me ocurrió que, con tantas 'TE', podría referirse al mango en forma de 'TE' que tiene esta pala —concluyó Link sacando con la punta de ambos dedos una pequeña llave.

Los tres se miraron brevemente expectantes y entonces el muchacho colocó la llave dentro de la cerradura del baúl. Esta entró sin ningún problema y el joven la giró. «¡CLANK!», se escuchó entonces y el cofre se abrió.



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Antes de seguir avanzando en la historia, por favor, pásate por el enlace que dejé en el primer comentario, cuéntame qué te ha parecido este capítulo y responde allí esta breve pregunta.

Los personajes se meten de lleno en terreno algo aterrador. ¿A ti qué te da más miedo?

Los zombis.

Los fantasmas.

Los demonios.

Si te gusta el arte visual puedes compartir un dibujo de cómo te imaginas un cementerio lleno de POES (fantasmas), o bien, usa alguna I.A. para ver qué resultados genera.

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