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CAOS


Link no sabía dónde estaba parado. La adrenalina corría por su sangre haciendo que el tiempo se detuviera un instante frente a sus pupilas y mostrando un devastador panorama, como si fuera una pintura infernal.

En el fondo, el campamento echaba humo de varias carpas. Dos soldados se hallaban deteniendo a un demonio enceguecido. De la boca de este salía un hilo de baba, de su nariz vapor y sus ojos se veían llenos de rabia. Sus pupilas estaban dilatadas y el iris de ambos ojos era casi tan rojo como el resto de ellos. Era calvo y su cabeza enseñaba muchos tajos profundos. Ofrecía batalla sin escatimar en esfuerzo. Llevaba ropas ligeras permitiéndole mayor libertad, pero nula defensa. Ambos soldados parecían familiares, padre e hijo seguramente. Repelían sus ataques como podían.

A sus espaldas, una mujer huía con dos niños, cubriéndoles las cabezas y proporcionándoles una protección efímera. A unos cinco metros de ella, un soldado yacía en el piso con dos lanzas clavadas. Estas, aún estaban siendo sujetadas por dos demonios. Uno de ellos con el pie encima del tumbado sujeto, mientras que el otro giraba su cabeza y buscaba la próxima víctima.

Más atrás, un grupo de soldados chocaban sus espadas y escudos contra otros demonios. Link podía ver cómo, desde el puesto de vigilancia más cercano, unos cuantos arqueros disparaban sus flechas.

Varios demonios caían; sin embargo, eran más los que llegaban. Algunos de ellos ya habían logrado alcanzar la improvisada torre de madera y comenzaban a treparla. En medio del caos, el joven divisó a su tío chocando un escudo grande contra dos poseídos, haciéndolos caer al suelo y levantando su espada para sentenciarlos a muerte.

Menos de un segundo le tomó al muchacho apreciar el desastre. Ese fue todo el tiempo que tuvo antes de que Hood lo metiera de lleno en la acción.

—¡Link! —gritó el viejo mientras le lanzaba una espada.

El joven la cazó al vuelo justo a tiempo para frenar el ataque de un demonio que se le acercaba a gran velocidad. Un choque de espadas, otro y otro más. Link rompió la defensa del putrefacto sujeto y le hundió su hoja en el tórax.

Zelda, que venía corriendo detrás del muchacho, lo sobrepasó. Saltó y atajó la espada del demonio antes de que esta llegara al suelo. Ahora la joven portaba una daga en una mano y una espada en la otra. Parecía un felino defendiendo su territorio. Sus ojos entrecerrados, sus dientes apretados y su postura agazapada.

Tres demonios llegaron corriendo y el primero no pudo ni ponerse en guardia.

Si Link tenía alguna duda hasta el momento acerca de la capacidad de combate de la princesa, había quedado totalmente descartada.

La joven había atravesado la tráquea del poseído y ni siquiera cerró los ojos cuando la sangre de este le salpicó la cara. Zelda no demoró ni un segundo en sacar aquella filosa hoja de la garganta del enemigo, para levantarla y repeler el ataque del segundo en llegar. Lejos de vencer la guardia alta de la princesa, el demonio retrocedió dejando libre su vientre. La princesa no dudó. Su daga ahora estaba entre la sexta y séptima costilla de su adversario. Pese a que era un demonio, lo sufrió y lanzó otro ataque al cuello de Zelda. La espada abanicó y la princesa, que se había agachado, sintió el sonido de la filosa brisa sobre su cabeza. La fortuna del putrefacto no cambió para bien. La joven, que mientras se agachaba recuperaba su pequeña arma blanca, aprovechó el giró de su rival al abanicar y le perforó la espalda metiéndole la daga a la altura de las primeras vértebras lumbares. Este gruñó, pero Zelda no retiró su daga, sino que pasó su espada por encima del hombro derecho y la frenó cerca de su cuello. Ella sabía muy bien que los demonios no tienen miedo de morir, pero que estos tampoco quieren volver al inframundo. Fue por ello que lo sujetó cuál rehén.

El tercero en llegar no presentaba ni el más mínimo sentimiento por su compañero. No hay ni amor, ni amistad, ni siquiera respeto entre demonios. Es por eso que sin vacilar, le hundió la espada en la boca del estómago, intentando llegar hasta Zelda que se encontraba detrás atravesando a su compañero.

Ella dio un salto, evitó el ataque y empujó de una patada al demonio que había sido apuñalado. Este cayó al piso sobre el otro. La princesa logró con éxito aquello que el último demonio intentó y no consiguió. Clavó la espada en la espalda del demonio que se encontraba arriba y de esa forma atravesó a los dos. Link jamás llegó a ayudarla, pero eso no importó, ella no lo necesitaba.

—¡Link, necesito llegar hasta mi carpa! —gritó la princesa.

El joven comenzó a caminar hacia ella y tomó el escudo de un soldado que yacía en el piso—. Entendido, yo te sigo —contestó.

La princesa empezó a trotar con ambas armas en sus manos. El muchacho la seguía de cerca. De reojo, Link vio a su tío peleando junto a Hood. Parecía que no corrían peligro inminente, pero, de cualquier manera, rogó por dentro que no les pasara nada. Dos demonios salieron corriendo de entre los árboles. Link y Zelda se separaron como si supieran a quién atacar cada uno. El demonio, al que se dirigió Link, saltó. El muchacho se agachó, elevó el escudo por encima de su cabeza y golpeó al enemigo, quien cayó al piso. Esta vez, fue Link quien no vaciló y ensartó al enemigo justo en el corazón.

El rival de la princesa no tuvo ni la más mínima oportunidad de hacer algo. Zelda revoleó su daga y se la clavó justo entre los ojos. Link observó cómo la dama recuperaba la daga del cadáver y no pudo evitar poner cara de asombro.

—No hay tiempo de ser nobles y atacar al corazón, Link —dijo la princesa al ver la cara del joven—. Estamos en guerra y estos seres ni siquiera son humanos.

Ambos siguieron trotando.

—¿No les duele a los humanos que están atrapados? —preguntó Link angustiado al ver demonios que llevaban vestimentas hylianas.

—Lamentablemente, sí —dijo la princesa—. Pero no más de lo que les duele tener al demonio dentro de su cuerpo —agregó haciendo una pausa para tomar algo de aire, puesto que venía trotando rápido—. Lo más noble que puedo hacer, es liberarlos de ese sufrimiento... Y te diré algo más, si dañas de gravedad al cuerpo alojado, puede que el demonio se escape antes, dejando a la persona moribunda... Puedo asegurarte que siempre te agradecen con sus últimas palabras por haberlos salvado de la perdición.

Link se encogió de hombros sin dejar de correr. Pronto llegaron a la torre de vigilancia. Los jóvenes ayudaron a los arqueros a acabar con todos los soldados endemoniados.

—¡Necesito un arco y un carcaj con flechas! —les gritó Link a los guardias que estaban arriba, al mismo tiempo que guardaba su espada en el cinturón.

—Sí, señor —dijo uno de ellos, lanzándole lo pedido.

Nadie se hubiera atrevido a negárselo después de cómo les ayudó y, menos, sabiendo que la princesa estaba con él. Pero Link no tenía eso en mente, su pensamiento estaba ocupado por otra cosa. Su mirada lo demostraba y la princesa lo sabía.

—Suéltalo Link. ¿Qué tienes? ¿Cuál es el plan? —preguntó Zelda.

—¡Por allí! ¡El caballo! —señaló Link—. Podemos usarlo —dijo seriamente comenzando a trotar en dirección a un caballo que se encontraba atado—. Tú conduces, yo disparo —terminó de decir cuando llegaron hasta el animal.

Ambos subieron, Zelda dio dos pataditas y el caballo inició su marcha. Link, cargó una flecha, tensó su arco y no tardó en usarlo. Uno a uno los demonios iban cayendo. Algunos mediante las flechas de Link. Otros, los que pasaban cerca del caballo, eran atravesados por la filosa espada de la princesa. La carpa estaba a pocos metros. Zelda vio a sus guardias personales, peleando cuerpo a cuerpo contra unos cuantos poseídos.

—Sigue hasta donde están ellos, rápido —ordenó Link.

—De acuerdo —contestó la princesa.

Solo quedaban unos veinte metros e iban a gran velocidad, cuando Link se colgó el arco cruzado en la espalda y, poniendo ambas manos sobre el animal, dio un salto quedando de cuclillas sobre el lomo. Desenvainó su espada y, al pasar cerca de los guardias, saltó sobre un demonio poniéndole fin a su vida. Otro enemigo venía por detrás, con un gran martillo de combate en ambas manos. Link lo vio, se agachó eludiendo el ataque y rodó hacia atrás sobre su espalda. El carcaj no le molestó en absoluto.

—¡Link, detrás de ti! —le advirtió un soldado a Link, al ver que otro esbirro aprovechaba la posición desventajosa para intentar clavarle una lanza.

Link saltó hacia el costado. Observó que la carreta que había conducido Astor hasta el campamento, estaba a menos de cinco metros de él. Se puso de pie, sacó la daga y se la lanzó al demonio del martillo. Esta se clavó en su pecho, aunque solo lo ralentizó. El joven no pretendía más que eso, pues pudo aprovechar la ocasión y pasar cerca, sin que este pudiera dañarlo. El muchacho siguió corriendo hasta la carreta. Al estar a un metro y medio de ella, saltó dentro, manoteó el escudo a la pasada y salió nuevamente saltando por la parte delantera.

—Ahora van a ver —murmuró el muchacho para aumentar el coraje en sí mismo. El demonio que tenía la daga clavada iba hacia la parte trasera de la carreta, en busca de Link. Por fortuna, no vio cuando el muchacho le hincó la espada en su espalda

—Muy bien, ahora el del hacha —murmuró Link esta vez.

Aceleró su carrera, puso el escudo delante de él y lo embistió. A su enemigo se le cayó la lanza de las manos. Pero el joven no podía darse el lujo de ser cortés con él y esperar a que este tomara nuevamente su arma. En sus pensamientos, trataba de decirse a sí mismo, que lo que hacía era lo correcto. Que una pobre alma sumisa estaba sufriendo dentro de ese cuerpo, obligada a actuar en contra de su voluntad y que, si el demonio se levantaba, podría matarlo a él. No solo a él, también a Zelda. «Zelda muerta» pensó Link. —¡Nunca! —gritó el joven y su espada descendió con una furiosa velocidad sobre el corazón de su enemigo.

Sin darse un momento de pausa, Link corrió a ofrecerle su ayuda, a los guardias que custodiaban la carpa.

Mientras tanto, Zelda había bajado del caballo y corría hacia la entrada de la carpa. Con la daga en la mano izquierda, la espada en la derecha y a la carrera se deshizo de otros tres demonios. Llegó al mismo tiempo que Link, para ver que otra horda de soldados putrefactos se acercaba por el camino principal a toda marcha.

—Señorita, ¿está usted bien? —preguntó el guardia que previamente había alertado a Link.

—Sí, Coocker, estoy bien. Link llegó justo a tiempo para la acción —dijo sin dirigir la mirada hacia el guardia. Los cuatro, tenían los ojos en los enemigos que venían hacia ellos—. Entraré por el báculo, necesito que resistan lo más que puedan.

Coocker asintió con la cabeza y el otro guardia habló.

—Desde luego princesa. Haremos todo lo posible por darle el tiempo que necesita —dijo sin verla.

Link, al escuchar la voz de la persona que vestía la armadura, notó que este no era "un" guardia sino "una" guardia. No lo hubiese imaginado nunca, dado que peleaba con rudeza y mucha seguridad. Aunque no le resultó tan raro después de haber visto pelear a Zelda.

—Por si no tengo oportunidad... gracias por la ayuda, Link —dijo la mujer de la alabarda adoptando posición de lucha—. Espero que podamos brindar por un triunfo esta noche.

Al oírla, Link recordó que, al saltar del caballo, ella estaba en una situación comprometida y repeliendo difícilmente los ataques de aquel malviviente que Link mató de un acierto certero de su espada.

—Estoy seguro de que así será, señorita —le contestó, para darle ánimo y él también adoptó posición de combate.

A unos cuantos metros de la carpa principal, el hostil campo de batalla, mantenía al tío de Link bastante ocupado.

—¡Astor, a tu izquierda! —rugió Hood.

Astor, que se movía ágilmente pese a su gran tamaño, frenó el ataque de un demonio con una espada que había encontrado. El enemigo intentó atacar de nuevo. Llevaba un hacha de dos manos, pero Astor seguía resistiendo con su espada en una sola mano. Cuando repelió el tercer ataque, le propinó un puñetazo directo en la quijada, dejando al demonio tumbado en el suelo. Hood, que se había sacado de encima a su rival, se acercó a Astor y de camino a él, remató a un malviviente clavándole la espada en el pecho. Astor, sin darle mucha importancia al viejo, se agachó y recogió el hacha de dos manos.

—Esto es lo que a mí me gusta —dijo el hombre tomando el arma con una sola mano.

—A mí también me gustaría si la pudiese levantar con esa facilidad —lo halagó Hood.

Astor rio. —Solo se trata de comer bien —bromeó.

Ambos parecían disfrutar la pelea en cierto aspecto. Se protegían mutuamente y bromeaban cuando podían, para liberar algo de tensión. Pronto a su alrededor había un sembradío de cadáveres. Era tan raro poder bromear en una situación así. Era tan extraño, tan estrafalario como la guerra misma. Sin embargo, allí estaban ellos dos, peleando espalda con espalda.

—No hace falta que me dé vuelta para saber qué me estás cubriendo la espalda —dijo Hood risueñamente—, puedo sentir el olor a cebolla de tus axilas gordito —remató soltando una carcajada.

—Si muero aquí y tú sobrevives, quiero que en mi tumba esté grabado: "Aquí yace Astor, quien murió queriendo salvar a un viejo ordinario" —bromeó sin mirar a Hood y tomando un escudo del piso con la mano izquierda.

—Y si yo muero aquí, que la mía diga: "Aquí yace el mejor arquero de Hyrule" —fanfarroneó Hood, al mismo tiempo que tomaba el arco y el carcaj de un soldado abatido.

Unos cuantos demonios se acercaron corriendo, atravesando una pantalla de humo generada por una carpa prendida fuego. El primer humeante enemigo cayó al instante con una flecha entre sus ojos. El segundo logró llegar al tercer paso después de la humareda, para recibir una flecha en el corazón. Dos más se acercaron y recibieron sus propias flechas. El último demonio de esta horda corría hacia Hood. Este llevó la mano hacia atrás y buscó en el carcaj, pero su mano no acarició ninguna pluma.

—¿Astor? —soltó el viejo con un dejo de preocupación en su voz.

—¡Al suelo! —gritó el fornido hombre de bigote.

Hood se agachó justo a tiempo, para que Astor saliera detrás de él y partiera el pecho del demonio, de un hachazo.

—Gracias —dijo Hood sonriendo.

—No hay de qué —dijo Astor—. Me aseguraré que en tu tumba diga: "Aquí yace el mejor arquero de Hyrule, lástima que se le acabaran las flechas" —agregó entre risas.

—Tienes razón. Debemos conseguir más. Ayúdame a revisar los cadáveres, quizás podríamos recuperar algunas —dijo caminando ligeramente hacia los demonios abatidos.

Ambos comenzaron a registrar los cuerpos caídos.

—Deberíamos apresurarnos a volver con el grupo, pueden necesitar ayuda —dijo Astor después de encontrar unas cuantas flechas sanas

—Desde luego, con estas flechas bastará —reafirmó el viejo.

Ambos empezaron a trotar hacia la gran carpa.

—Necesitamos conseguir un caballo —dijo jadeando Astor—, yo estoy gordo y tu viejo... vamos a llegar para cuando la fiesta termine.

—Por allí, detrás de esa carpa —señaló Hood.

Ambos se asomaron y lo vieron.

—¿Cómo sabías? —preguntó Astor.

—No lo sabía, lo vi cuando pasamos de ida y supuse que como todo empezó tan rápido podría seguir allí —contestó el viejo.

—Me alegro entonces de que tu memoria y suerte nos acompañen. Espero que este pobre caballito nos aguante a los dos.

Ambos subieron. El caballo era grande y poderoso. Hood iba por detrás y llevaba el arco cargado. Astor tenía las riendas en la mano que portaba el escudo y el hacha en la otra. Hood supo qué camino había tomado Zelda, gracias al rastro de flechas que había dejado Link. Pronto, ambos divisaron por encima de los refugios, el techo de la gran carpa principal.

Zelda entró corriendo a la gran carpa, rogando que en su ausencia nada les ocurriera ni a sus guardias ni a Link. No había mucho tiempo, así que se dirigió hacia el fondo de la carpa y corrió una alfombra dejando al descubierto una puerta trampa de madera. La joven extrajo una llave de una de las bolsas de tela que colgaban de su cinturón y destrabó el cerrojo. Abrió la puerta y bajó por una escalera angosta de madera de pino. Se encontraba debajo de los cimientos de la tarima en la cual estaba apoyada la carpa.

El lugar se veía más bien como un escondite secreto. Había bastantes provisiones y espacio como para que una persona viviera unos tres meses. De la pared colgaban varias espadas, martillos, alabardas, arcos, ballestas y escudos.

La muchacha sorteó algunas cajas de madera que había en el camino y fue hasta la esquina más alejada desde la escalera. Al llegar, quitó uno de los tablones que revestían la pared, puestos de manera vertical y que iban del piso al techo de aquel recinto escondido. Sin embargo, el tablón que la princesa retiró era diferente. Cubría una extraña y convexa hendidura semiesférica. La joven sacó la esfera que irradiaba luz en la caverna y la colocó en el orificio.

La pequeña bola de cristal comenzó a brillar, y debajo de ella, se dibujó el contorno de tres triángulos equiláteros, uno encima de los otros, formando, entre los tres, un triángulo de mayor tamaño. El centro de la figura, el cual lucía como un cuarto triángulo con una punta hacia abajo, se desplazó hacia adentro, metiéndose aún más en la pared, y se levantó, dejando al descubierto una cavidad de unos quince centímetros por lado.

Zelda metió una mano en su interior, extrajo un fragmento de piedra, y sin titubear, lo metió dentro de uno de los sacos que colgaban de su cinturón. Rápidamente, quitó la esfera y todo volvió a quedar como estaba al principio. La princesa corrió hasta otra esquina y apartó una caja, revelando en el piso una tabla floja, tabla que removió, descubriendo un báculo que se encontraba debajo. —Necesito que te encargues de unas cuantas almas atrapadas —le dijo al báculo, extrayéndolo, como si este pudiera oírlo. Sin perder tiempo, salió corriendo en dirección a la escalera. Subió y se dirigió a la entrada de la carpa, abrió la hendija y salió al exterior. Afuera reinaba el caos, y Zelda, en menos de dos segundos, pudo ver varias secuencias drásticas que sucedían en paralelo.

Por un lado, un demonio había embestido con el escudo a la guardia personal de la princesa, golpeándole la cabeza y abollando su casco.

—¡Gracielle! ¡Nooo! —gritó Coocker corriendo a rescatarla. El guardia logró matar al demonio, pero antes, este se cobró un brazo. Ahora, el hombre de la filosa alabarda tenía un corte profundo en el bíceps derecho.

Otro demonio se acercaba a gran velocidad. La mujer se quitó el casco y lo tomó por la parte de abajo. Esperó a tener cerca al enemigo y, de un golpe afortunado, lo tumbó con su yelmo. Coocker levantó la alabarda con el brazo izquierdo y la dejó caer sobre el malviviente acostado frente a él.

Cerca de ellos Astor repartía hachazos. Escudo en mano, el robusto hombre de bigote, empujaba a sus enemigos y los cortaba al medio sin tregua. Lo superaban en número, pero Astor, no parecía ser el mismo que había sido poseído hacía tan poco tiempo. Era otro, había recobrado la valentía y, con ella, habían vuelto su habilidad, técnica y estilo. En otros tiempos él había sido un gran espadachín y conocía muy bien las artes del combate. De hecho, antes de dedicarse a la herrería, trabajaba dando clases en el colegio, precisamente en la asignatura esgrima. Zelda lo sabía, había sido su mejor alumna. No por ser la mejor a la hora de combatir con una espada, sino por ser la que más empeño y esfuerzo demostró a la hora de aprender.

Por último, con el rabillo del ojo, la princesa divisó a Link y Hood. Estos se veían como una sola persona. Sus movimientos estaban sincronizados con una armonía tal, que parecía que toda la vida habían peleado juntos. Era una secuencia épica y digna de apreciar. Link disparó una flecha frenando a un demonio que le arrojaba una lanza. Hood la interceptó con el escudo y arrojó un hacha que se encontraba a sus pies para acabar con el enemigo de su compañero. Link, de otro flechazo, tumbó a uno de los dos demonios que iban en dirección al viejo, empuñando una cimitarra que se clavó en el piso, muy cerca de este. Hood aprovechó para tomar aquella espada curva y defenderse del otro demonio. Ambos atacaban y defendían como si fueran dos personas con el mismo cerebro.

Zelda sabía que no había tiempo que perder y se paró en medio de los tres conflictos. Tomó el báculo con una mano y lo clavó en la tierra. Con la otra mano, apretó la piedra que había sacado del triangular escondite y todo su cuerpo empezó a temblar.

Los cinco se acercaron a Zelda. Cada uno peleando sus respectivas batallas. El piso comenzó a vibrar y todos pudieron percibir el temblor del suelo.

La joven se hallaba en el medio, con los ojos cerrados, moviendo los labios sin producir sonido alguno. De pronto, abrió los ojos y un brillo similar al de la esfera que ella poseía, salió desde su interior. El suelo arenoso se levantó generando una tormenta de arena, más densa en algunos lugares que en otros. Un demonio corrió hacia Coocker en medio de la nube de granos, levantó su espada y, cuando parecía que Coocker que se encontraba gravemente lesionado como para defenderse, iba a sufrir un irremediable destino, una formación de arena mucho más densa golpeó al poseído como si fuera un gran puño rocoso. Al momento que este cayó al piso, la condensación de arena se disolvió para volver a formarse cerca de dos malvivientes que atacaban a Astor, quien a duras penas podría sostener tanto tiempo esa batalla. La arena los golpeó mandándolos a volar muy lejos del robusto hombre de bigote.

Pronto, los cinco defensores de Zelda, notaron que la arena hacía el trabajo por ellos y se acercaron en posición defensiva aún más a la joven, rodeándola por completo.

Entonces, Link, mirando a la princesa de reojo, vio que la arena comenzaba a formar un torbellino alrededor de ella haciéndola levitar. El joven arquero estaba a un metro como mucho y sentía la enorme energía que fluía desde la portadora del báculo.

Los cinco formaban un pentágono protector con sus escudos.

—¡¿Qué está haciendo?! —preguntó Link en medio de la tormenta de arena.

—¡Está incrementando su energía para eliminar a los demonios! —contestó Gracielle que se encontraba a su izquierda.

—¡¿Cómo... cómo hace eso?! —preguntó el joven.

—¡Me temo que eso es un secreto de Zelda! ¡Cuando despierte, puedes preguntárselo a ella! —respondió esta vez el magullado Coocker.

—¡¿Cuándo despierte?! —repitió Link.

—¡Sí! —dijo Gracielle— ¡Me temo que después de esto quedará agotada!

Segundo a segundo la tormenta se hacía más densa. Ya prácticamente nadie veía a más de medio metro. Entonces Zelda gritó y su voz sonó amplificada. Tornados de arena elevaban al mismo tiempo que desintegraban a los poseídos, dejando intactos a todos aquellos que no lo estaban. Todo estaba envuelto en una especie de manto rocoso selectivo, que erosionaba a sus enemigos en un abrir y cerrar de ojos.

La princesa dejó de gritar y la luz que emanaba cesó. El torbellino de arena que la envolvía a ella, se dispersó apoyándola suavemente en el piso. De igual forma, el resto de la tormenta se disipó y la claridad volvió a reinar. El suelo se hallaba tristemente sembrado de guerreros caídos. Zelda miraba con los ojos entrecerrados como quien recién se despierta, muy aturdida. Link se dirigió hacia ella para preguntarle cómo estaba, pero esta llevó los ojos hacia atrás y se desmayó. El joven ya estaba a menos de un paso de la princesa y, percibiendo su inminente caída, la previno sujetándola.

—Hay que llevarla a la carpa —dijo Gracielle.

—No hay problema —dijo Link, levantándola con ambas manos.

—Nosotros deberíamos hacer un reconocimiento. Hay que ver y atender a los sobrevivientes —les dijo Coocker a Hood y a Astor, mientras se hacía un vendaje en el brazo herido.

—De acuerdo —dijo Hood.

—Cuando volvamos, voy a coserte ese brazo —le dijo Astor.

—¡Qué suerte! —dijo irónicamente el guardia—, odio las agujas.

—Llorón —bromeó Gracielle mirando a su compañero. —Por aquí, Link —le dijo al muchacho señalando el camino.

El joven entró en la carpa y la acostó en una cama.

—¿Se pondrá bien? —le preguntó a la guardia.

—Supongo que sí. Apenas tiene unos raspones. En líneas generales, su piel se ve... —dijo Gracielle cuando Link la interrumpió.

—Bellísima, ¿cierto? —dijo el muchacho, sin percatarse de cómo eso había sonado.

—Yo iba a decir "ilesa" —dijo Gracielle—, pero supongo, que si a ti te parece bellísima no tengo objeción alguna —agregó al mismo tiempo que una sonrisa de picardía se dibujaba en su cara.

—Quiero decir... sí, intacta, sana, suave... —dijo el muchacho que seguía embarrándose.

—¿Suave? —rio la dama de la armadura—. Suave y bella, bonitas apreciaciones.

—Me refiero a que no tiene daños ni nada, por lo que preocuparse —dijo Link.

—Awww, Link, eres muy tierno. Te preocupas por una bella y suave joven —respondió Gracielle enroscándolo en sus palabras.

—No... o sea sí... lo que intento explicar es... —Link suspiró y se dio cuenta de que cualquier cosa que dijera lo iba a enredar aún más. Entonces, el sonrojado joven se dio vuelta en dirección a Gracielle, dándole la espalda a Zelda. —Está bien. Al margen de que intentaba decir que se encontraba bien de salud, puede que también me resulte atractiva, pero no digas nada —pidió el muchacho.

—No hará falta. Ya lo sé —susurró Zelda que había recobrado el conocimiento.

Sin voltearse para verla, Link abrió los ojos como dos huevos y su cara se puso colorada como un tomate.

Entonces, la princesa prosiguió. —Sin embargo, en este momento, lo más importante no es lo que opines o sientas por mí, ni viceversa. Ahora, lo más vital es reunir a los clanes.

—Y lo haremos, pero cuando usted se reponga, princesa —dijo Gracielle—. Ahora será mejor que descanse.

—Gra, te dije mil veces que no me trates de "usted" yo te considero una gran... —quiso decir mientras bostezaba—... amiga. —Pero Zelda se había dormido nuevamente.

Por encima de la sonrojada cara de Link, dentro de su cabeza, su cerebro había remarcado unas pocas palabras que no olvidaría: «Reunir a los clanes».



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Antes de seguir avanzando en la historia, por favor, pásate por el enlace que dejé en el primer comentario, cuéntame qué te ha parecido este capítulo y responde allí esta breve pregunta.

Si tuvieras que elegir armas blancas para un enfrentamiento medieval, ¿Cuál sería tu set favorito?

Una gran hacha de dos manos.

Una espada y un escudo.

Una daga (puñal o espada corta) en cada mano.

Si te gusta el arte visual puedes compartir un dibujo de cómo te imaginas el campamento, los estandartes de la resistencia hyliana o el armamento, o bien, usa alguna I.A. para ver qué resultados genera.

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