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Capítulo 9

Los chicos se quedan quietos y en posición final, al mismo tiempo que la música acaba. Escucho a Sasha y Thomas aplaudir, y me siento conforme con los resultados.

—Bien, me bastó esta última presentación para decirles que están demasiado listos para mostrarles las coreografías a sus padres.

Sus sonrisas de felicidad demuestran que fue una buena idea escoger la presentación pública. Y luego me encuentro preguntándome, que se supone voy a hacer para incluir a Thomas en el grupo. Repasar algunos pasos sería atrasarnos, porque después de todo, eso ya está visto. Se me ocurre una idea, y sé que va a gustarles.

—Ahora, como vieron ustedes, se nos sumará un chico a la clase. —Oigo sus risitas y veo al rubio rascarse la nuca, un poco nervioso—. Su nombre es Thomas y quiero que todos sean profesores de baile. Hoy me ayudarán y sacaremos rápido los pasos de este tema. Ahora, vamos a marcar el ritmo, y quiero que me sigan. Si el chico en cuestión se pierde, ayudenlo.

—Bueno, creo que mi dignidad ha quedado por el suelo en estos momentos —dice él, a lo que escucho las carcajadas de todos.

—No está mal aprender, luego nos seguirás a todos sin ayuda.

Nadie dice nada más y Boys & Girls de will.iam, suena en la habitación, haciendo que todos claven sus miradas en mi, al mismo tiempo que marco algunos pasos, pero sin seguir ninguna coreografía.

Veo a través del espejo como se concentran en seguir, al mismo tiempo que cuando Thomas se pierde, las dos niñas que están a su lado le muestran cómo hacerlo. Me encanta el trabajo en equipo que están haciendo, y veo que se divierten bastante.

Practicamos un par de veces más, y poco a poco, todo es más fácil. Por un momento, veo a Sasha hablando por teléfono y su rostro me dice que habla con la madre. Seguramente no le ha avisado que estaría fuera de casa, y luego habrán discutido, y ella terminará yéndose de vuelta a su casa.

Aprovecho el descanso de los niños, y que Will habla con Thomas, para acercarme a preguntarle.

—¿Qué pasó?

—La muy pesada quiere que vaya porque Natasha nos presentará a su novio. ¿Puedes creerlo? Quiere fingir que me incluye en todo eso. Ni que a la perra le importara siquiera mi opinión —dice, mientras mueve sus manos rápidamente, poniendo su celular y botella de agua en el bolso fucsia—. Debo irme, no quiero que se ponga a gritar cuando vuelva.

—Está bien. Después me cuentas. Sácale una foto al tipo a escondidas, el anterior tenía cara de terrorista.

—Salúdame a la florecita de tu parte. —Veo que guiña el ojo mientras camina veloz a la salida.

La madre de Sasha no es precisamente una mujer fácil de entender. Educa a sus hijos cuando quiere, y luego pretende lo mejor de todos ellos. Por ejemplo, los dos hermanos de ella, son algo así como el mal ejemplo a seguir para cualquier adolescente. De hecho, nunca pude ver a su hermano, porque está preso hace varios años. Sasha es buena chica, aunque como todos, comete errores, ella se esfuerza por ser diferente. Nunca dudé en irle con la verdad cada vez que la necesitaba, y por más de que nos ocasionara discusiones, siempre termina dando lo mejor de sí.

Continúo la clase y ya para la última media hora, los padres comienzan a llegar. Se los nota emocionados, y yo me encuentro más nerviosa que de costumbre. Aunque después de hacer sus dos presentaciones, y escuchar los aplausos y silbidos, me doy cuenta de que todo ha salido de maravilla. Ellos lo han hecho de maravilla, como sabía que sería. Y me repito que debería dejar de preocuparme por cada cosa en mi alrededor.

Al finalizar, los niños me presentan con algunos de sus familiares, y poco a poco comienzan a irse.

—Siento tu orgullo hasta aquí, no disimules.

Volteo a ver hacia el rubio, que se encuentra recargado en la pared, de brazos cruzados. Quiero contestarle, pero una niña sigue en la habitación, y se apresura para guardar sus cosas. Ambos nos quedamos mirándola, como esperando a que se vaya. Y después de unos minutos, nos saluda moviendo la mano y sale corriendo entre risitas.

Si, todos mis alumnos creen que es mi novio.

—Claro que lo estoy, ellos me dejaron bien ante sus padres —digo, mientras recojo algunas cosas y guardo el estéreo en su armario.

—¿Y que te puedo decir? La verdad es que eres buena en esto, morocha.

Me sube un calor instantáneo a la cara y no puedo creer que me haya pasado eso. Gracias a mi color, no se nota mucho, pero me siento estúpida al instante. No soy de esas personas que se sonrojan por un extraño cumplido, o que se ponen nerviosas al ver a un sujeto atractivo. De hecho, mi ex novio nunca se hubiera acercado a mi si yo no le hablaba. Por eso, me encuentro preguntándome que me pasó en ese preciso momento.

—Gracias. No es para menos, después de todo, hago esto hace mucho tiempo.

Noto que la oración egocéntrica no es más que para despistar mi vulnerabilidad repentina.

Él solo sonríe, nada más.

Ambos salimos del local y son las cinco y media. Nos quedamos parados en la acera y un viento frío nos mueve casi del suelo. Sin duda, la nieve llegará en cuanto se le cruce la idea. Thomas tiembla y me hace un gesto con la cabeza, para luego decir:—Vamos a por un café, yo invito.

Y pronto nos encontramos caminando hacia una pequeña cafetería, que no tiene más que  un tipo de unos cuarenta años, perdido en su celular. El ambiente es un poco deprimente, quizás demasiado tranquilo. Todo está iluminado por una leve luz azul, hay solo una camarera y en la radio suena un suave blues.

Tomamos asiento en la mesa que se encuentra a un lado del piano polvoriento, y la chica no tarda mucho en acercarse.

—¿Qué les sirvo?

La reconozco al instante, sé que va a mi clase de álgebra, pero aún así, nunca nos hablamos. Siempre la veo ser una especie de esclava para Gabriella, algo así como para que la deje entrar en su cerrado grupo de víboras. Supongo que por eso nunca podríamos relacionarnos.

Ella me reconoce también, y me brinda una pequeña y rápida sonrisa, para luego mirar con disimulo a Thomas.

—Para mi un cortado con algún croissant de la casa. ¿Tú qué me recomiendas?

La chica lo mira con el ceño fruncido y sé que está riendo por dentro. Él sujeto parece estar en un local con caviar y vino blanco en el menú de entrada. Yo no puedo evitar mirarlo, pero él se ve de lo más tranquilo, sin notar nada.

—Claro, no sé qué nombre tiene cada uno, pero traeré el mejor. —Ella frunce los labios, esforzándose por seguir seria—. ¿Y tú vas a querer?

—Ah, hum, solo café, con azúcar.

Ella anota, pero Thomas pregunta:—¿Y no piensas comer nada? Creo que soy yo el único que tenía hambre. —dice, y en realidad creo que nota que no quiero pedir demasiado, porque no traje dinero para aportar a la merienda—. Trae dos más de esos que me anotaste.

Cuando voy a rechistar, ella se ha ido.

—Mañana te daré lo mío.

—No empieces con tus cosas raras, morocha. Yo te he invitado, y eso significa que yo pago.

Suspiro y le articulo un gracias. Aunque después siento que debería sacar conversación de algún tema, así que digo:—El primer día que llegaste, se te habían caído algunos dibujos, ¿no?

—Si, eran los bocetos de algunas cosas que quería pintar. Me gusta hacerlo. Pintar es desestresarme.

—Eso es bueno, ¿puedo ver alguno?

Él toma su mochila y lo veo revolver un poco, buscando esa carpeta. Cuando por fin la encuentra, me la da y sonríe de forma nerviosa.

—Son bocetos, ninguno está pintado, porque quiero llevarlos a un lienzo.

Es muy bueno. Me gusta como traza líneas irregulares, pero tan precisas que logran  formar el rostro de un chico, con detalles demasiado exactos.

—Ese es mi mejor amigo. Vive en la otra punta de la ciudad, en mi anterior barrio.

Volteo la hoja y veo a una chica con el cabello un poco despeinado, y una sonrisa tierna, pero con un diente apenas chueco de la parte delantera. Me encanta como retrata cada mínimo rasgo.

—Esa de ahí es mi prima.

Y así, poco a poco, comienzo a conocer a gran parte de su familia y amigos. A su círculo, en fin, a una parte importante de su vida. Es raro, verlos de esa manera. Es como mirar fotografías de un álbum en blanco y negro. Thom capta la escencia de cada persona.

Cuando giro la hoja de nuevo, veo a una mujer, de cabello por los hombros, con una mirada un poco seria, y algunas arrugas en los bordes de la boca. Es una mujer muy hermosa.

—Esa es mamá.

Al girar la página, y mirar el próximo dibujo me quedo con la boca abierta. Escucho la risa grave del rubio en el otro lado de la mesa, y no puedo más que sonreír.

Soy yo.


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