Capítulo 5
Eran las tres y las clases habían terminado. Me encuentro yendo a la salida con Sasha. Aún sigue riéndose de lo tonta que fui siendo casual. En realidad, no debería haberle contado cada detalle. Si, aunque la verdad si fui un poco patética. No es mi estilo serlo, al menos intento pensar antes de hablar. Sigo sin entender que me pasó en ese momento.
—Así que, van a verse en dos horas... —habla, mientras la veo sacar sus cascos color fucsia brillante. Ella no es muy mi estilo. Mi amiga ama lo llamativo.
—Exacto, y me siento rara si me lo planteas así. No lo digas.
—No empieces con tus cosas raras, Peyton. Van a verse, no es algo del otro mundo. Aunque si le agregas el hecho de que piensas enseñarle a moverse...
—¿Tienes siempre que llevarme la contraria? Solo será un encuentro casual, de una persona que incluso puede llegar a ser un amigo. No exageres.
—En serio, hoy estás como loca. Mejor me voy. ¿Nos vemos mañana? Recuerda que ya es viernes y a la tarde me iba contigo. —Sasha comienza a alejarse sin sacarme la vista de encima.
—Claro, nos vemos mañana. —Muevo la mano en forma de saludo y me guiña el ojo. Sonrío.
Esa mujer termina haciéndome reír.
Tomo mi teléfono, y después de poner música con mis auriculares, le mando un mensaje a mamá, avisándole que llegaré como para las siete. Estimativamente. No quiero volver solo por dos horas. Si bien no estoy lejos, prefiero pasar por el supermercado. Me gusta perder tiempo entre las góndolas, revisando si llego algún nuevo producto, si hay ofertas, no sé, es raro. Supongo que adquirí el gusto de mamá. Ella ama tomarse su tiempo para elegir lo más accesible, pero a la vez de buena calidad, a la hora de cocinar.
Dudo si me iré hacia el que es mucho más grande y tiene variedad, pero para ello tendría que alejarme de la plaza unas cinco cuadras más, y no tengo tantas ganas de caminar. Termino dirigiéndome al pequeño, en frente a la plaza. Al estar en el barrio, los blancos casi ni se encuentran entre los clientes, por lo tanto, lo considero un poco demasiado divisivo. Cómo todo aquí. Les gusta sembrar la brecha.
Al llegar compruebo y veo que en la plaza solo hay chicos jugando al básquet. Con tranquilidad entro y empiezo a revisar por ofertas o cualquier cosa interesante. Siempre dije que me gusta el ambiente de los supermercados. Es tranquilo si sabes elegir la hora. Es bueno para cruzarte con personas, tanto deseables como no, eso queda a elección si es bueno o malo. Personalmente, prefiero ser yo la que elija si será un buen día para platicar de cosas cotidianas. Ya saben, ¿cómo has estado? ¿Y la familia? Esas preguntas que todos hacemos.
Cuando vuelvo a mirar la hora, son las cuatro veinte, y me doy cuenta lo rápido que me ha volado el tiempo. Me encuentro escuchando Russ, su tema titulado Ride Slow. El ritmo me hace ir más lento.
Muchas veces suele sucederme que los auriculares guían la velocidad de mis movimientos. La forma en que me muevo, como si mi cerebro conectara lo que escucho y quisiera transmitirlo a mis extremidades. Supongo que ese es el poder de la música. Nunca habría que subestimarlo.
Me pregunto que rayos voy a enseñarle. El hecho de ser profesora de niños tampoco me hace muy calificada, bueno en realidad sí. Creo que le doy demasiadas vueltas al asunto. Aunque sigo preguntándome donde vamos a poner la música. En mi celular no se escucharía demasiado bien.
Para cuando termino de revisar los productos y estoy aburrida, me encamino a la puerta. Son las cuatro con cincuenta minutos y no está ahí. Me siento un poco demasiado patética por ser tan puntual.
Uso mucho esa palabra.
Aunque tampoco es como si los de la tienda me quisieran más tiempo ahí. Comenzaban a sospechar que estaba esperando para hurtar algo. Fue demasiado obvio cuando casi se pusieron a mi lado y chequeaban mis movimientos con disimulo.
Voy hacia un banco libre y me siento a comer una pequeña barra de chocolate. Los chicos siguen jugando y algunos niños columpiandose en las pocas hamacas buenas que quedan.
De repente, siento una respiración en mi nuca.
No lo dudo al dar un golpe con mi puño sin siquiera darme vuelta.
Escucho un quejido y volteo veloz, al comprobar que he sido una paranoica. Veo a Thomas con la mano en su mejilla, y agradezco no haberle dado en la nariz. Me acerco a él con rapidez.
—Oh dios, creí que iban a robarme.
—Vaya Peyton, agradezco que mi nariz se haya apartado de forma mágica. Creo que estas un poco paranoica.
Y plop, me leyó los pensamientos.
—Como si fuera algo del otro mundo, se nota que eres nuevo. —Niego con la cabeza, pero sigo sintiendome mal por haberlo golpeado
—. ¿Estás bien?
Asiente y deja de tocarse la mejilla. Veo una marca roja, y espero que no le saque un moretón. Thom suspira y recarga el peso sobre su pierna derecha, mirándome. Está examinando mi rostro, luego mi cabello y cuando comienza a bajar por mi cuerpo, le digo:—Ya, detén esas pupilas.
Enarca una sonrisa y me dice:—Me gusta tu estilo.
—¿De qué hablas?
—Ya sabes, la forma que tienes de vestir, de llevar tu cabello... —Se detiene cuando comienzo a reírme.
—No tengo mucha ropa, y mi pelo, en realidad no le hago nada porque simplemente no coopera conmigo... —Cuando estoy a punto de seguir, Thomas posa su mano en mi hombro.
—¿No puedes tomarlo como un cumplido? Creo que deberías solo, relajarte un poco.
Lo veo sentarse en el banco, con las manos atrás de su nuca, sonriendo como casi siempre. Cierra los ojos y me pregunto en que está pensando. Es un sujeto raro. Aveces no sé a que se refiere. Aunque la idea de que debería relajarme es cierta. Sasha me lo acaba de decir hoy, y supongo que mamá se cansa de repetirmelo. Es difícil, soy demasiado pesada.
Tomo asiento a su lado, y me siento extraña. Él no habla, solo se limita a "relajarse". No sé que estamos haciendo en realidad, pero me encuentro incómoda. Creo que estoy nerviosa, pero no pienso demostrarlo. Quiero estar tranquila por una vez en mi vida, sin estar en un supermercado, o con la música acariciando mis oídos.
Después de varios minutos, lo escucho suspirar, y sé que me está mirando, así que volteo a verlo. Efectivamente lo está haciendo. Sus ojos azules me examinan con tranquilidad, para luego pegar un bostezo.
—Ah, necesitaba eso. Creo que tengo mucho estrés acumulado —dice, levantándose—. Por cierto, gracias por venir. Creo que hacer esto me relajara un poco y podré recuperar mi nivel de pH.
—¿El pH no está relacionado con la piel?
—Si, creo. Me gustaba como sonaba.
Ruedo los ojos y por primera vez desde que ha llegado, sonrío. Y él no tarda en notarlo. Sin tardar demasiado, toma mi mano y me obliga a levantarme.
—Bien, creo que estás esperando tus clases. No tengo idea de que mostrarte pero vamos a intentarlo. Espero que seas rápido, porque no dispongo de mucho tiempo.
Mentira, en realidad ese día no tenía nada que hacer. De alguna manera me gustaba tener esa extraña relación de constante pelea con él. Thomas en realidad me cae bien, porque sino, ni siquiera habría acudido al encuentro, supongo.
—Tomaba clases de breakdance de más pequeño.
Asiento y me pongo a pensar que tema elegir. Tiene que ser lento para que pueda con los pasos, pero con el ritmo suficiente y poder sentirlo. Elijo No Type de Tae Sremmurd.
Odio su letra pero ahora en realidad mucho no importa, vamos a usar sus buenos bajos.
—Bien, primero lo haremos sin música. Ponte delante mío. —Él lo hace y me mira—. Separa los pies, debes mantener esta postura. Al hacerlo ya tenemos lo primero. Te mostraré algo de Old School, que es lo básico de toda la vaina, de aquí sale todo lo demás. Cada vez que recargamos el peso sobre uno de los pies, el talón del otro nos fija la base. —Lo hago, y Thomas baja su mirada—. ¿Ves? Ahora hazlo tú.
Se mueve, y parece estar bailando cualquier otra cosa. No puedo evitar sonreír.
—Fija un ritmo en tu mente, y síguelo. Cada vez que vayas a bailar, o a practicar un paso sin música, debes tener la música en la cabeza. Sígueme.
—No puedo bailar sin música, Peyton. No sé qué ritmo seguir.
—El hip hop va en la actitud. Mírame.
Comienzo a moverme con el sonido que está siempre en mi mente. Es fácil, es algo llevadero que podría hacer por horas. Me encanta bailar, y creo que él lo nota, porque sonrie, mientras asiente, siguiendo mis movimientos. Me detengo por un segundo y lo miro.
—Eres buena, ¿ya te lo han dicho? —pregunta.
—Bueno, los niños suelen decirlo. —Me encojo de hombros y suelto el aire de mis pulmones—. Ahora, hagamos esto con un poco de música.
...
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