Invadir la linea
Mundo paralelo 2: Actualidad
El sonido de los violines se abre paso a su llegada, suenan en el eco de la habitación abovedada en la que se hacen las reuniones con el pueblo y los vasallos.
Ve como camina tomado de la mano, mostrada a lo alto por al pasillo principal. A sus pies llueven miles de flores carmesí, parecen rosas pero sabe que no lo son. La gente grita, festeja y es feliz ante su llegada.
Con forme avanza; detrás de si las parejas bailan al ritmo de las notas de la música, el fuego de las enormes antorchas en cada esquina del lugar danzan con la briza de los movimientos de las suntuosas ropas de los danzantes. Sus pies se menen al ritmo, agazapado cerca de un enorme ventanal que refleja la luz de la luna.
A su lado, su fiel guardián se menea inadvertidamente, esperando a su pareja hasta que la ve aparecer muy bien acompañado y con una mirada pide permiso para retirarse.
Ese permiso es concedido y se queda solo en su lugar, observando, suspirando. Es entonces que decide escabullirse por un pasillo a la salida, nadie puede verlo, a nadie le importa.
Así que llega con rapidez a una parte del castillo llena de flores, llena de árboles que se mecen tranquilos al viento. El aroma que emanan de sus botones abiertos, llena sus pulmones purificándolo de cada pensamiento que ha tenido a lo largo del día.
Todo cuanto le rodeaba era un extenso camino completamente desierto, eso era lo que quería, lo que en ese momento necesitaba, no la algarabía de la felicidad, de las sonrisas y miradas tranquilas.
De pronto, escucho un chasquido en el agua de la fuente que se encontraba a unos metros de él, la escasa visibilidad de la noche estrellada no le permitía descifrar de qué se trataba, quedando paralizado.
En medio de la oscuridad apareció una mirada, un par de ojos brillantes muy bien conocidos. Detrás de aquellos chiquitos y felinos ojos había algo reconocible, algo que mordía silenciosamente e intentaba quedarse con todo a su alrededor.
Y cuando dijo; «La soledad es algo que va matando lentamente» le sonó a una mezcla de tristeza y de terror; una frase que se apoderó de todos sus sentidos.
No obstante, intento sonreír para él y mientras se acercaba a su lugar, le agradeció con toda la simpatía que le fue posible exteriorizar, su compañía.
-¿Porque me besaste?- le pregunto
-Porque podía- esa voz fuerte y portentosa resonó en cada molécula de su ser, pero no era lo que necesitaba escuchar
-Pero no me besabas a mí, lo besabas a el- volvió a decir, atacándolo donde sabia más le dolía
-Lo mismo digo entonces- obtuvo por respuesta
Los pasos terminaron a sus pies, mostrándose en toda su gloria a uno de los gemelos; Seishiro, justamente cuando la luz de la luna se hacía paso entre las nubes.
Kouki no pudo evitar evocar el recuerdo del Seijuuro de su mundo, de esa mirada altiva y poderosa que le decía al mundo que ganaría, que lo haría sin importar lo que dejase a su paso. Y en ese momento Kouki sentía, que el dejado en efecto, si había sido él.
No fue una lucha ganada, fue solo el dolor insondable de algo que sabía jamás tuvo y que solo era el retazo de lo ahora vivido. No se separó, tampoco le molesto. Pero mientras se besaban, sintió las tibias lágrimas en sus mejillas, sabiendo que las del pelirrojo se derramaban contra las suyas.
Hubo un tiempo, antes de que existiera el mundo tal cual como se conocía, en el que solo existían las tinieblas: No había palabras y mucho menos oraciones. No había nacido nada y tampoco nada moriría. Los relojes no se habían inventado y la rutina todavía no tenía un nombre.
Pero en medio de esa nada inexorable estaba el. Meciéndose en el presagio de lo maldito, de lo profano y corruptible.
¿Qué era? No lo sabía, pero lo que sí; era que quería nacer. Quería existir, quería sentir.
Fue entonces cuando lo poderoso, lo inexplicable, creo el todo.
Creo la vida misma y con ello la muerte.
Creo la felicidad, el amor, el dolor y la tragedia. Creo el verde pasto, el azul del cielo. Pero también creo la sangre manando del inocente, los gritos de agonía de los torturados.
Sin embargo se había olvidado de él. Ahí en el rincón más alejado de la existencia. Ahí estaba, sin nada más que ver como todo se movía en el infinito estando de la misma inocua manera.
A través de las eras, fue susurrando su existencia, brisa en el viento de la vida. No importaba que pero viviría, y lo logro. Pero se dio cuenta que sin la venia de lo poderoso, sus intentos de ser, serian vanos intentos de emular lo que deseaba desmoronándose en las eras a las que lograba transportarse.
Entonces sucedió que se topó con un erudito. En un mundo que le pareció adecuado poseer. Sus planes iban en perfecta sincronía con su portador, más la inteligencia de esa persona lo sobrepaso, logro huir pero logrando perdurar al darse cuenta que podía poseer.
Pero no todo estaba perdido, había logrado anclarse a un cuerpo ideal para su uso, una nueva vida a penas creciente. Fue cuando los esfuerzos del grupo de humanos que custodiaban al no nacido que volvió a ser desterrado, pero había conseguido fuerza suficiente para emerger.
Ahora solo debía invadir la siguiente línea temporal, ellos mismos le habían traído a sus manos la llave.
Parecía; después de todo, una noche más, una de paseo nocturno por el insomnio, al menos sus pasos ya no eran guiados a las oscuras mazmorras. Había sido encontrado por Aomine tiempo después, cuando platicaba amenamente con el heterocromo, aunque eso sí; el moreno le había taladrado con la mirada al ver sus obvios ojos enrojecidos.
Pero desde hacía un rato, sentía que alguien seguía sus pasos. Cada vez estaba más cerca.
¿Por qué no había nadie en los pasillos?
¿Nadie más tenía insomnio?
¿Porque reinaba el silencio?
Aceleró el paso, la presencia también. Su corazón latía a un ritmo frenético. Comenzó a correr, sentía que lo tenía casi en la nuca. No sabía dónde meterse, porque por más que tomaba los pomos de las habitaciones por las que pasaba estas no se abrían, sentía que ya no le daba tiempo para volver en sus propios pasos.
Seijuuro se hallaba con su legítimo esposo, no sabía dónde estaba la habitación de Seishiro, mucho menos la que compartían Kuroko, Kagami y Aomine.
De pronto una de las puertas se abrió. Del otro lado surgió un oscuro pasillo que no reconocía, a pesar de que el lugar era grande, con el tiempo que llevaba ahí ya casi que conocía todo.
Al fondo, una figura con traje de gala le invitaba a acercársele haciéndole señales con una mano huesuda, reconocía al hombre como uno de los ancianos de consejo, uno que se había ausentado a causa de una enfermedad desde que la partida de soldados al mando de Murasakibara volviera.
Nada más traspasar el umbral, la puerta se cerró a sus espaldas. El hombre se veía perdido, se veía mal, su deber era ayudarlo.
La figura comenzó a acercarse hasta que por fin pudo distinguir su verdadero rostro. Fue entonces cuando oyó unas voces a lo lejos; gritos, lucha, como si de pronto el sonido del mundo hubiese sido encendido de nuevo, comprendiendo al instante que no había nada que hacer, estaba perdido.
Abre los ojos.
Nuevamente esperando que la oscuridad se haya ido o que un mínimo haz de luz le permita observar algo, cualquier cosa.
Pero no; la negrura sigue cubriéndolo todo. Ya no recuerda cuántas veces durmió y despertó. Sí recuerda el dolor, porque persiste.
Muñecas, tobillos, un costado, quizás cerca de las costillas. La cabeza, arde. Respirar sigue siendo difícil, pero puede distinguir el olor a sangre.
Su sangre.
-Es hora de que reines el todo conmigo-
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