¿Que tanto se puede llegar a corromper la mente de una persona, cuando está enamorada o cree estarlo?

Esa era la gran pregunta, que rondaba por la mente del joven agente Jeon, al ver a su novia y compañera apuntandole con un arma a la cara.

Atrás habían quedado su camaradería, al igual que su furtivo y lujurioso romance. Ella parecía dispuesta a tomar venganza, y no dudaría ni un segundo en jalar el gatillo.

Pudo sentir su corazón romperse, al ver a su amada envuelta en llanto y con los ojos destilando en odio hacia el. Jamas lo perdonaría, el le había arrancado de los brazos a su dulce amor.

Ella no lo dejaría pasar.

Diana paso de ser una fiel sirviente de la justicia, y la paz, encarrilada por el camino del bien, a solapar el crimen y formar parte de un mundo, donde los ajustes de cuentas, eran la única forma de impartir justicia.

Había torcido tanto su camino, que nadie podria creerlo. Jamás dudaron de su palabra e impecable trayectoria, y fue eso justamente lo que la hizo pasar desapercibida, para poder lograr su cometido.

Mantener a salvo a la persona, que hacia latir desbocado su corazón.
Esa persona que mataría a medio mundo por ella, la persona que destrozaría todo por tomar su mano y poder besar sus dulces labios.

Diana perdió su camino por algo que ella llamo amor.

Por otra parte, estaba ese hombre, aquel que no le importó jugarse la vida, si al final de la batalla, Diana estaría esperando por el con los brazos abiertos.

Ninguno de los dos, tomo en cuenta la magnitud de sus acciones.
Se jugaron el todo por el todo, sin remordimientos ni ataduras, justo como debe ser el amor, entregado sin medidas.

Cayeron en una espiral sin salida, sus mundos se encontrarían, para colisionar. Dejando de por medio una estela de destrucción, rompiendo en millones de fractales su bello universo, porque si, lo que se siembra sobre el dolor ajeno, crece, no da fruto, y se marchita.

Así fue su amor, forjado a base de mentiras, lágrimas y falsas promesas.