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12

—¿Quieres ser mi modelo?

—¿Ah? ¿Por qué yo?

La sonrisa desapareció poco a poco cambiando por una expresión de confusión pura. 

—Porque tú la rompiste —dijo como si nada —. Estoy acostumbrado a ver ese espacio ocupado. 

Hoseok entendió el punto de Hyungwon. Está de más decir que él esperaba una respuesta diferente, una que no lo colocara como una segunda opción. 

—Primero tienes que terminar tu proyecto —Hoseok se aclaró la garganta levantándose en un solo impulso —. Gracias, por lo de la mano. 

Hyungwon asintió en silencio. 

—¿Qué ocurre? —preguntó el alto, luego de un rato en completo silencio. Un silencio que amenazaba con hacerlo perder la cordura. 

El cabello fucsia se movió ligeramente por la única acción que Hoseok hizo en respuesta a la pregunta. 

—No has dicho una sola palabra y estás extrañamente quieto —agregó. Trazó un par de líneas para terminar de formar los brazos de Hoseok y se relamió los labios. 

—¿Somos amigos? 

Las cejas de Hyungwon se elevaron con sorpresa. 

Hyungwon miró hacia la pared. —¿A qué viene la pregunta? 

—Por favor, responde.

El alto bajó el lápiz y dejó el cuaderno sobre la vieja mesa de madera. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón corto, que horas atrás se había puesto para estar más cómodo, y se acercó a Hoseok. 

—Tú siempre has tenido cierto desprecio hacia mí y no entiendo la razón. Nunca antes nos habíamos conocido y de no haber sido por mí, ni siquiera estuviéramos aquí. 

Hoseok lo escuchaba atentamente y a la misma vez seguía todos sus movimientos. Enarcó una ceja sintiendo el primer pincel tocar la piel de su torso. Una línea azul se creó debajo del pincel justo sobre la línea divisora de sus pectorales. 

—Supongo que te sientes celoso porque soy muy cercano a Ji Han, ¿es eso?

—No te odio, odio tu bonito rostro y tus piernas largas —mordió el interior de su mejilla sin poder creer que sus pensamientos los hubiera dicho en voz alta —. A mi exnovio le gustaban tus piernas y no dejaba de decir lo hermosa que era tu sonrisa. Me da náuseas recordarlo, porque yo permití que me comparara contigo. 

—En cierta parte es tu culpa. Los dos sabemos que somos diferentes visualmente, incluso en nuestras personalidades —cambiando de pincel, dibujó un círculo en el brazo izquierdo con pintura roja —, yo soy más bien un antojo. Todos me miran como una paleta helada en un día caluroso, deseando probar aunque sea un poco de mí. Sin embargo, cuando el invierno llega, es lo que menos quieres saborear. ¿Qué necesitan? Un corazón tibio, capaz de mantenerlos en la temperatura correcta. 

Hoseok sonrió. 

—No puedes hablar de ti mismo de esa forma.

Los pinceles quedaron sumergidos entre una taza de agua, Hyungwon los movía lentamente disfrutando el cambio en el color del agua. Una mezcla perfectamente imperfecta. 

—Sé lo que valgo y también como me miran los demás. No tengo problema con ello —admitió. Remojó un pincel de cerdas gruesas con pintura espesa y comenzó a escribir su nombre en el torso musculoso. —Soy joven, atractivo y con una estupenda resistencia en la cama, ¿por qué me molestaría lo que alguien más piense sobre mí? 

—Fue indirectamente —aclaró. 

El menor sonrió. La piel blanca y tersa era perfecta. Sus manos se movían por si solas, motivadas por la necesidad de marcar el impresionante cuerpo como suyo. 

—Entonces tu odio es injustificado. No tengo la culpa de ser atractivo para tus parejas. 

—No, no es tu culpa —capturó la mano de Hyungwon, interrumpiendo su momento de inspiración.

Hyungwon se echó a reír poniendo una mano en el pecho pálido para darse un poco de espacio.

—Cállate. Ya me siento como un idiota por tenerte aquí, desnudo, cuando estás saliendo a citas con mi amigo.

El pelirrosa soltó su mano poco a poco con la vergüenza subió a su rostro.  —Hablando de él, yo... puede que le haya dicho que nos besamos.

El alto mordió su labio inferior, terminó de alejarse de Hoseok yendo hacia el otro extremo del taller.

—¿Y qué te dijo?

—Nada. Me miró y se inventó una excusa para luego irse.

Él resopló, recogió sus lápices y le lanzó la ropa a Hoseok.

— Vístete y sal de aquí. Voy a salvar tu trasero y él mío.

Ji Han era una persona extremadamente amable, muy pocas veces se enojaba y siempre daba una oportunidad para que la otra parte se defendiera antes de dar su dictamen. Hyungwon ya lo había hecho. Confesó gran parte de su culpa, omitiendo ciertos puntos que creía innecesarios que su amigo supiera.

Él no le quitaba la mirada de encima, pero se veía relajado, contrario a Hyungwon.

Una de las largas piernas saltaba por la impaciencia y a pesar de su expresión seria, por dentro los nervios lo consumían. No era ninguna reacción exagerada, su amistad estaba en juego.

—¿Y bien? —Han limpió sus manos en la servilleta de tela y sirvió café en ambas tazas, deslizó una hacia Hyungwon y él se quedó con la otra —. ¿Eso es todo? Viniste hasta aquí, ¿solo para decirme que te besaste con Hoseok? Ya lo sabía. 

—Fue un error. Un error que yo causé —explicó con cautela. Humedeció su garganta con un trago de café y agradeció el sabor amargo, ideal para ahogar las emociones. —Los sentimientos de Hoseok hacia ti se mantienen intactos.

Ji Han sacó una galleta de la caja con calma tal que incrementó la impaciencia de Hyungwon.

—¿Por qué lo dices? ¿Él lo confirmó? —Hyungwon negó, todavía no desarrollaba el poder de leer mentes —. Entonces no deberías hablar por él.

—Sus acciones me lo confirman.

La risa de Ji Han llenó los oídos de Hyungwon, pero en lugar de hacerlo sentir mejor, solo consiguió molestarlo.

—Entonces deberías visitar un oftalmólogo —sugirió.

Hyungwon rodó los ojos. Con cada segundo que pasaba la calma abandonaba su alma. —Ji Han, estoy hablando en serio.

Su amigo asintió.

—Te lo dije desde un principio y lo voy a repetir — Ji Han se removió sobre su silla y se sentó con la espalda recta —. No estoy interesado en Hoseok. Es un gran chico, no lo niego, pero simplemente no puedo verlo como algo más. Lo siento, él no me gusta.

Hyungwon gruñó, vaciando la taza de café de golpe.

—Eres tan necio —dijo con una expresión aburrida. 

—¿Por qué te importa tanto juntarnos? ¿No debería ser problema de Hoseok y mío? Veo innecesario tu trabajo como cupido. 

—Hoseok está confundido —susurró. El bello hombre miró la pequeña figura de plata en el centro de la mesa; formas abstractas sin un significado claro. —Él está enamorado de ti, pero ha pasado mucho tiempo junto a mí que ahora piensa que le atraigo. 

Ji Han ladeó la cabeza analizando a profundidad el lenguaje corporal de su amigo. De nueva cuenta, no logró saber más de lo ya evidente. 

—No podemos decidir por los demás, Hyungwon. 

Hyungwon cerró los ojos. Había sido flechado por Hoseok la primera semana cuando lo conoció, pero al conocer su interés por Ji Han mató las posibilidades de desarrollar sentimientos hacia él. Desde que tuvo su primer revolcón con su vecina de casi veinte años, cuando apenas cumplía los dieciséis, se dedicó a saltar de cama en cama, probando más bocas que alimento y a enamorarse por una noche. Ji Han insistía que debía controlar su vida sexual y nocturna pero su padre la había dicho "disfruta tu vida mientras seas joven" y él creía ciegamente en los consejos de su padre. 

Ninguna chica o chico lo cautivó por más de dos noches y no veía problema en ello, ya llegaría el momento de enamorarse. Sin embargo, el hombre pálido de cabellos fucsia volvió a parecer en su radar una tarde cuando huía de una cita. Unir a Ji Han y a Hoseok no se veía tan difícil, además, se demostraba a sí mismo que podía ceder sus dulces a alguien más. Si la idea era esa, ¿por qué saboteaba los planes que él mismo había creado? 

Si Hoseok daba un paso, Hyungwon lo haría retroceder dos. 

Eres egoísta. No estás enamorado de Hoseok, solo es un capricho. 

Cada vez que ponía el pie para que Hoseok cayera al intentar avanzar se reprendía por horas. Involuntariamente había creado un juego que amenazaba con lastimar a los tres únicos involucrados. No obstante, recientemente Ji Han admitió no estar interesado en Hoseok. Un herido menos. Pero todavía quedaba Hoseok y él. 

—¿No piensas abrir la puerta? Hazte a un lado 

Los ojos grandes y redondos siguieron la figura alta e intimidante de Chae Hae In por el camino de concreto que daba acceso a la vivienda. Sonrió por inercia reconociendo el abrigo gris que llevaba como uno de los regalos que le compró en la navidad pasada. 

—Me alegra que estés de vuelta —susurró siguiéndolo al interior. Atrapó el abrigo en el aire y comenzó a revisar los bolsillos, por mera costumbre. 

—Bolsillo interior derecho. 

Hyungwon asintió, acató la orden y sonrió al encontrar una pequeña caja negra. 

—¿Qué es? 

Hae In encogió los hombros abriéndose paso al bar de la casa. —Es un regalo en dos partes. 

—Ya tengo un auto y no pienso cambiarlo —anunció segundos antes de abrir la caja. 

—No pensaba comprarte otro. Gastas demasiado dinero en el.

Los empleados que cargaban las maletas miraron con pena a Hyungwon pensando lo peor gracias al último comentario del señor de la casa. La verdad era distinta en su totalidad. Los chistes de Hae eran horribles, Hyungwon se lo decía todo el tiempo, pero todavía los usaba. El menor creía que lo hacía solamente para alimentar los chismes de que lo maltrataba pues solo los empleados más cercanos a la pequeña familia sabían lo consentido que vivía en ese palacio.

—Esta no es una llave de auto —murmuró. Estudió la llave intentando deducir a cual cerradura pertenecía. 

Su padre chasqueó los dedos y uno de sus guardaespaldas puso frente a Hyungwon una caja de roble con las iniciales de su nombre grabadas en la tapa. 

—Pinceles de excelente calidad. Lo mejor de lo mejor —Won abrió la caja y comprobó las palabras de su padre. A pesar de estar feliz su rostro no lo demostró consiguiendo preocupar a su mayor. 

La tranquilidad de volver a su hogar se evaporó y el enojo junto a la preocupación creció a una velocidad desmedida.

—Todos afuera —la orden fue clara y hasta amenazante. 

Con rapidez las sirvientas y los guardaespaldas salieron de la sala, incluso de la casa. Hyungwon se mantuvo inmóvil a la espera de una orden. Hae In bebió el último trago de su copa y con cuidado la dejó sobre la barra. Movió su mirada por todo el cuerpo de su hijo buscando alguna herida, incomodidad o imperfecto que lo pusiera triste. 

—¿Quién te molesto? —preguntó con voz gruesa y áspera. 

Hyungwon sacudió la cabeza, dejando la caja en el sillón. —Nadie, señor. 

Chae enarcó una ceja dudando de su propio hijo.

—Me lo dices ahora o lo investigo por mi cuenta. 

La mirada de Hyungwon se paseó por todo el salón antes de detenerse en el rostro preocupado de su padre.

—¿Siempre estuviste enamorado de mamá? 

El caballero de pulcro traje azul rey sonrió caminando hacia el sillón individual. Tomó asiento cruzando las piernas e invitó a su hijo a ocupar el sofá continuo. Hyungwon cumplió con la silenciosa orden tomando una postura más relajada que la de su mayor.

—Eres muy parecido a mi cuando de estatura, porte y complexión hablamos, pero eres tan bello como ella.

Hyungwon frunció los labios a un costado en una sonrisa triste.

—Nunca voy a verme como ella.

—No tienes que verte como ella o entonces tendría que abandonarte en un orfanato — dijo tan sereno que a Hyungwon le causó gracia —. Cuando conocí a tu madre estaba terminando la carrera. Me faltaba un proyecto final y volvería a la universidad. JiYeon fue tan amable y aceptó ser mi musa, creo que para ese entonces yo le gustaba.

Subió sus piernas al sillón sin miedo de ser reprendido por Hae, después de todo parecía muy concentrado recordando su historia de amor.

—¿Y tú? ¿No te enamoraste de ella?

Hae negó riendo. —Mi único objetivo era terminar la carrera y abrir mi propio camino en el mundo del arte.

—Entonces, ¿cómo terminaron casados?

La sonrisa en el rostro maduro tembló, sus manos se empuñaron y una pequeña lagrima corrió por su mejilla derecha.

—Tu madre era una bruja —susurró —. Con cada día que pasábamos juntos la necesidad de hacerla mía aumentaba. Las dos horas en el taller se volvieron insuficientes y en pocos meses estaba comiendo de su mano. Siempre fue así. Si JiYeon lo deseaba, yo lo cumplía tal cual lo anhelaba.

Hyungwon sonrió extasiado. Amaba escuchar las historias sobre su madre, una artista talentosa y una historiadora comprometida.

—Creo que también estoy enamorado.



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