Epílogo
Martina aguardaba de pie en la esquina de una calle desierta, mirando a su alrededor con precaución. La noche había caído y la luz tenue de los faroles reflejaba una calma engañosa. Su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por el conocimiento de lo que estaba a punto de enfrentar. Inspiró profundo en un intento por calmarse. Hacía meses que la división de trata de personas de la Policía Federal investigaba a una red que operaba en la ciudad, atrayendo a mujeres embarazadas a base de engaños para luego robarles sus bebés y venderlos en el mercado negro y, por fin, uno de ellos había picado el anzuelo.
Tras intercambiar varios mensajes desde un perfil falso, consiguieron que se fijara un encuentro. Era un gran avance para el caso y no podían dejar pasar la oportunidad. Si bien por seguridad, al reclutador no le daban información que pudiera comprometer al negocio, a los matones que lo acompañaban para capturar a las chicas sí, y estos eran sus objetivos. Precisaban que se confiaran y bajaran la guardia, que se acercaran lo suficiente para poder apresarlos con el menor riesgo posible. Y para ello la necesitaban a ella.
Había sido convocada porque era la agente de campo más experimentada en trabajo encubierto; conocida, además, por su capacidad para mantener la calma en situaciones difíciles. Sin embargo, lo que menos sentía en ese momento era tranquilidad. A su equipo no se le había permitido participar y eso le daba mucha inseguridad.
Nerviosa, llevó una mano a su abultado vientre y comenzó a moverse. En pocos minutos alguien aparecería para intentar llevársela y, aunque sabía que eso no sucedería, no podía evitar sentirse inquieta. Estaba acostumbrada a tratar con criminales y narcotraficantes, pero esto era diferente. La perturbaba de un modo que no le gustaba, la hacía sentirse muy vulnerable y, ese era un sentimiento que no le gustaba.
Maldijo cuando el sonido del escape de un auto que pasó a toda velocidad la sobresaltó. Debía controlarse o terminaría cometiendo un error.
—Estoy cerca. Tranquila. —La voz de su marido, al otro lado del auricular, la relajó al instante.
Por supuesto que él estaría allí. Esa fue la única condición que habían puesto cuando les pidieron su colaboración y a sus superiores no les quedó más remedio que aceptar. Volvió a inspirar hondo y exhaló despacio.
—Lo sé —susurró con disimulo.
Alejandro se encontraba a unos pocos metros, en un lugar discreto desde donde podía observarla y actuar en caso de que fuese necesario. Aun así, sentía como si estuviera a kilómetros. Con cada segundo que pasaba, más aumentaba la tensión, y el miedo de que algo pudiera salir mal llenaba su pecho. Impaciente, sus ojos seguían cada movimiento de su compañera. Su corazón latía acelerado. Si bien no dudaba de que fuera capaz de manejar cualquier situación, no podía evitar temer por su seguridad. Había hecho un muy buen trabajo, ya que se veía frágil y vulnerable, como una presa fácil; pero no lo era, y debió repetirse a sí mismo que todo formaba parte de un engaño.
De pronto, el sonido de un vehículo aproximándose resonó en la calle. Todos se pusieron en guardia al instante, comunicándose de forma rápida y concisa por medio de los intercomunicadores, preparados para cualquier cosa. Totalmente alerta, volvió a mirar a su mujer. Ella se tocaba el vientre de nuevo, en un gesto tan natural como extraño. Un escalofrío recorrió su columna ante el repentino y violento impulso que lo invadió de correr en su dirección y sacarla de allí.
Martina alzó la vista hacia el auto con vidrios polarizados que se acercaba a su posición. Sus faros la iluminaron unos segundos antes de detenerse justo a su lado, y cuando la puerta se abrió, un hombre de contextura mediana, con rostro amigable y voz cálida, descendió con paso tranquilo. Se sorprendió un poco al no encontrarse con un matón de expresión dura y apariencia tosca, tal y como había esperado. Al contrario, este parecía inofensivo, casi... educado. Si no supiera con quién estaba tratando, debía reconocer que también habría caído en la trampa.
—¿Jazmín? —la llamó por su nombre falso.
—Sí, soy yo —respondió, ajustando el tono para sonar insegura, como una joven tímida y vulnerable—. Ricky, ¿verdad?
Una cautivadora sonrisa fue su respuesta. Contuvo el reflejo de alejarse cuando el tipo dio otro paso hacia ella y se inclinó para besar su mejilla. Olía bien y cada uno de sus gestos estaba destinado a seducir.
Alzó una mano para acomodarse el cabello, un gesto sutil que, según el acuerdo con el equipo, era la señal para indicar que el objetivo estaba allí. Con los dedos índice y mayor levantados señaló que había dos hombres más en el interior del vehículo. Aunque no podía verlos con claridad, sabía en qué fijarse para identificar sus siluetas o movimientos.
—Sos mucho más bonita que en la foto —declaró el hombre mientras sus ojos descendían hasta su prominente abdomen—. ¿Vamos? Conozco un lugar en el que podremos estar cómodos.
Antes de que pudiera reaccionar, ya la estaba sujetando del brazo con la intención de llevarla hacia el auto. Al mismo tiempo, los dos que estaban dentro bajaron con rapidez de este. No obstante, Martina no era para nada la presa indefensa que creían. Con un movimiento ágil y calculado, se soltó de su agarre y retrocedió, poniendo distancia entre ellos. Al instante, varios agentes los rodearon dando la voz de alto.
El reclutador, sorprendido al darse cuenta de que había sido engañado por la mujer, con el rostro transfigurado por la furia, sacó un arma y apuntó en su dirección. Un disparo resonó en el aire justo antes de que la pistola desapareciera de su mano y abundante sangre brotara de esta.
La tensión se rompió en un instante. Desde varios puntos a su alrededor, la policía devolvió el fuego cuando los criminales comenzaron a disparar en un desesperado intento por escapar. En medio de la balacera, Alejandro llegó a su lado y la cubrió con su cuerpo, sus ojos oscuros llenos de temor y determinación, apuntando con su arma al imbécil que se retorcía en el suelo a causa de su herida. Un solo movimiento y era hombre muerto.
El tiroteo fue breve, aunque intenso. En pocos minutos, los secuestradores fueron neutralizados y la operación concluida. Martina exhaló aliviada. Todavía podía sentir la adrenalina en su interior. Por un momento, había llegado a creer que no lo lograría. El operativo requería que fuera desarmada y la atención de los agentes estaba centrada en los otros dos, por lo que se encontraba totalmente expuesta. Sin embargo, Alejandro siempre le cubría la espalda y esa noche no fue la excepción. Su rápido y certero disparo detuvo a su atacante antes de que este siquiera tocara con el dedo el gatillo, destrozándole la mano en el proceso.
Su compañero, tras ladrar unas cuantas órdenes y asegurarse de que todo finalmente estaba bajo control, regresó a su lado. Con expresión tensa, comenzó a revisarla en busca de alguna señal de daño. Tenía la respiración agitada y la preocupación colmaba sus ojos.
—Estoy bien —aseveró ella mientras se deshacía de su vientre falso—. Gracias por cubrirme.
Él la observó por un momento, contemplando cómo la imagen que tanto lo había afectado antes se desvanecía delante de sus ojos. Todo el tiempo había sabido que no era real, que solo se trataba de un ardid y, de todos modos, no pudo evitar la reacción visceral que sintió al ver a su mujer embarazada y desprotegida.
—Siempre, corazón —respondió en cuanto consiguió recuperar el habla, y la rodeó con sus brazos para acercarla más a él—. Vamos, hagamos el maldito informe y volvamos a casa.
Martina salió del baño envuelta en una fina capa de vapor que atrapó la atención de Alejandro al instante. Vestía solo una musculosa ajustada y la parte de abajo de su ropa interior. Su cabello, todavía húmedo, caía desordenado a ambos lados de su rostro. Sus ojos la recorrieron con admiración y deseo. Era preciosa... Embelesado, la observó en silencio mientras se peinaba, ajena al efecto que estaba teniendo en él.
De pronto, la vio levantar los brazos para hacerse un rodete, dejando expuesto su abdomen, y su mirada quedó fija en ese punto. Una vez más, sintió un nudo en el pecho. Su imagen con aquel vientre falso seguía grabada en su mente, despertando emociones que no sabía que existían con tanta fuerza. En aquel momento, incluso sabiendo que no era real, había experimentado una reacción tan instintiva y visceral que lo sacudió como una descarga. Y debió luchar contra sí mismo para no poner en riesgo el operativo cuando la necesidad de protegerla, a ella y al hijo que no tenían, lo embargó por completo.
—¿Estás bien? —preguntó Martina al notar la preocupación en su rostro, acercándose para sentarse a su lado.
Él suspiró antes de asentir.
—¿Alguna vez pensaste en tener hijos?
La pregunta la tomó por sorpresa.
—Sí, claro que lo pensé, pero... —Hizo una pausa. Una leve sonrisa curvó sus labios—. No estaba segura de si vos querrías, dado el tipo de trabajo que tenemos.
Alejandro, incapaz de contenerse, deslizó una mano sobre su abdomen, acariciándola con suavidad. La de ella cubrió la suya en el acto.
—Siempre quise una familia con vos, corazón. Y si también lo deseás, podríamos hacerlo. Aunque... —Bajó la mirada, su voz teñida con un dejo de tristeza—. Si te soy sincero, te pediría que te alejes de las misiones encubiertas. No soportaría verte en una situación como la de hoy otra vez.
Asintió, comprendiendo su temor.
—Jamás arriesgaría a nuestro hijo de ese modo —aseveró con total seguridad.
—Nuestro hijo... —repitió él con una sonrisa tonta en sus labios—. Me gusta cómo suena eso.
Martina se inclinó un poco más cerca, su mirada encendiendo una chispa traviesa.
—A mí también —confesó mientras se subía a horcajadas sobre sus piernas.
La sujetó de las caderas, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la ropa. Su movimiento, deliberado y tentador, hizo que su respiración se agitara.
—¿Lo decís en serio? —preguntó con voz entrecortada, sus manos aferrándose instintivamente a su cintura.
—Muy en serio —respondió en un susurro antes de apartar la tela de sus bóxers y rozarlo con suavidad, arrancándole un gemido—. De hecho, ya no tengo el DIU.
Alejandro se detuvo, congelado por la sorpresa, y se reclinó un poco hacia atrás para mirarla a los ojos.
—¿Estás diciendo lo que creo?
Una sonrisa lenta y juguetona curvó sus labios.
—Estoy diciendo que podemos empezar a practicar.
El efecto de sus palabras fue inmediato. La tomó de la nuca, atrayéndola hacia él con una fuerza contenida, y estrelló sus labios contra los suyos. La besó con ímpetu y pasión, desbordado de deseo. La amaba con todo su ser, y la idea de formar una familia con ella lo hacía sentir completo.
Trató de cambiar de posición, dispuesto a colocarse encima y tomar el control. No obstante, Martina no se lo permitió. Antes de que pudiera moverse, descendió sobre él con una firmeza que lo dejó sin aliento, deslizándose lentamente a su alrededor.
Cerró los ojos mientras la sentía cubrirlo poco a poco, hasta que estuvo por completo encajado en su interior. Su húmedo calor lo envolvió, quemándolo como brasa ardiente. Sus movimientos, lentos y profundos, lo llevaron al límite de la locura en segundos.
—No creo que pueda... —jadeó con voz rasposa, luchando por recuperar algo de racionalidad.
Pero ella lo ignoró, extasiada por su respuesta, y aumentó la intensidad de su vaivén, provocando que cualquier resistencia en él se desvaneciera al instante. Sus suaves suspiros se entremezclaron con su propia respiración entrecortada, elevándolo cada vez más en esa espiral incontrolable de placer. Al límite de su resistencia, la abrazó con fuerza, dejando que el arrollador deseo lo colmara por dentro.
—Mirame —rogó en un susurro al sentirla contraerse a su alrededor. Estaba al borde del abismo y necesitaba anclarse en su mirada.
Obedeciéndolo, clavó sus ojos de miel en los celestes de él justo cuando toda la tensión acumulada estallaba dentro de su cuerpo. Alejandro susurró su nombre, perdido en el éxtasis de la pasión, y con un ronco gemido, se dejó ir.
Aún respiraban agitados cuando acunó su rostro entre sus manos y volvió a besarla. Esta vez, con más calma, pero con un sentimiento de posesividad que logró sorprenderlo. Ella era su mujer, siempre lo había sido, y esperaba que pronto también fuera la madre de su hijo.
—Te amo, Martina —confesó, abrumado por la emoción—. No hay nada que no haría por vos, ningún límite que no estaría dispuesto a traspasar.
—Lo sé, Ale. ¿Sabés por qué? —Le acarició la mejilla con ternura—. Porque yo siento lo mismo. Te amo con todo lo que soy, con cada latido de mi corazón.
Una vez más, unieron sus labios, sellando para siempre la promesa que acababan de hacerse. Habían cruzado una arriesgada línea de fuego para estar juntos, y no se arrepentían. Porque al otro lado del peligro estaba lo que siempre habían buscado: el amor.
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¡Y llegamos al final de esta historia!
Espero que les haya gustado.
En el siguiente apartado les dejaré las fotos de los personajes.
Estoy muy contenta de terminar otro proyecto. Y, si bien me llevó más tiempo que con las otras, al igual que los protagonistas, perseveré hasta alcanzar la meta. 🤭
Línea de fuego fue todo un desafío para mí, creo que es la que más trama policial tiene porque el trabajo es muy importante tanto para Alejandro como para Martina y era imposible desligarlos. Investigaciones cruzadas, suspenso y mucha acción, además de un romance arrollador que buscaba emerger en cada página. Y cuando finalmente lo hizo... 🔥❤️
En fin, espero que lo hayan disfrutado tanto como yo lo hice al escribirla.
Tal y como anuncié al principio, con esta historia concluye la Serie Peligro, el cierre de un ciclo que nos acompañó durante años y que nos regaló un libro en físico hasta el momento. Con unos personajes maravillosos: hombres fuertes y sexys que nos arrancaron varios suspiros, y mujeres dignas de ellos. Será difícil despedirme de ellos, aunque es posible que en el futuro hagan alguna aparición.
Supongo que lo próximo será la historia de Rodrigo, y después, tal vez, la de Esteban Campos... ¿quién sabe?¿Les gustaría? 😏
Mientras tanto, voy a tomarme un descanso para recargar pilas y ordenar un poco todas las ideas que tengo.
Muchas gracias por el apoyo, por demostrarme su cariño a través de sus comentarios y votos. Los valoro un montón.
¡Hasta la próxima historia! ❤
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