Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7

En la plataforma de la terminal del ferry en Puerto Madero, resguardado detrás de unas columnas, Alejandro observaba a las personas que embarcaban con destino a Uruguay. La investigación que le había encargado su jefe finalmente dio resultado y si todo salía según lo esperado, pronto vería a varios miembros de una banda de drogas que le brindaría la conexión que necesitaba para poder demostrar su vínculo con agentes corruptos de la policía.

Había pasado la última semana buscando el nexo faltante entre el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y un comisario mayor de la fuerza, pero no había tenido éxito. O bien las sospechas eran infundadas o alguien más los protegía. Decantándose por esta última opción, se centró en las comunicaciones registradas entre el comisario y el servicio penitenciario. Estas eran frecuentes y sistemáticas, como si fueran utilizadas para pasar indicaciones. Siempre los mismos días y a la misma hora. Porque ¿qué otra razón tendría un oficial superior para estar en permanente contacto con la prisión?

Seguro de que por allí estaba la clave, indagó un poco más, recopilando datos importantes no solo de los prisioneros, sino también de los guardias. Uno de ellos en particular llamó su atención. Su legajo era bastante colorido y las quejas por violencia y abuso de autoridad abundaban. Ese mismo año, de hecho, había sido suspendido durante un tiempo luego de que, en una trifulca, uno de los prisioneros terminara en coma.

Como su número aparecía regularmente en el historial de llamadas del comisario, Alejandro examinó los nombres de los presos que estaban en su sector. No se sorprendió cuando advirtió que, dentro del pabellón, se encontraba el líder de una banda criminal que, años atrás, había sido desarticulada por la policía. Al parecer, esta seguía operativa. Probablemente, el comisario mayor recibía dinero a cambio de impunidad y protección. Pero ¿y el político? ¿De qué manera estaba involucrado en todo esto? Si quería que el juez autorizara una investigación exhaustiva debía encontrar más indicios de esa relación.

Por fortuna, su informante lo llamó para transmitirle lo que había averiguado. Más de cincuenta kilos de cocaína y marihuana serían transportados hacia Uruguay en el interior de un auto modificado para la carga de droga, a bordo de un ferry de la empresa comercial que, curiosamente, pertenecía al jefe de gobierno. Allí, los integrantes de la banda subirían al final del embarque sin tener que pasar por el control de aduana. Estaba claro que recibían ayuda no solo de la policía, sino de alguien de Prefectura Naval.

Eufórico de tener la oportunidad de atraparlos con las manos en la masa, le presentó a su jefe la información recabada, así como sus conclusiones, y gracias a eso, solicitaron la autorización correspondiente del juez que les permitiría llevar adelante el operativo. No obstante, debían ser muy cautelosos para no encender las alarmas de las fuerzas que custodiaban la costa. No tenían forma de anticipar cuales eran los agentes corruptos y preferían no arriesgarse.

Apostados en puntos estratégicos de la dársena, sus hombres vigilaban los accesos al buque, atentos a la llegada de cualquier auto que se ajustara a las características aportadas por su informante. No faltaba mucho para que este partiera y comenzaba a pensar que los habían engañado. ¿Y si habían cambiado el vehículo a último momento? ¿Y si les mintieron para distraerlos mientras la droga era ingresada por otro medio? No, eso era imposible. Habían sido muy cuidadosos.

La voz de Villalba surgió de pronto en el auricular, acaparando toda su atención. Un Peugeot blanco se acercaba por el camino que conducía a la bodega del ferry. Como los vidrios tenían un tinte oscuro, no se podía especificar la cantidad de pasajeros en su interior, pero tampoco importaba demasiado. En cuanto se bajaran del auto, serían abordados, sin darles tiempo a reaccionar. Alejandro observó cómo Campos, vestido con un chaleco amarillo como si fuera parte de la tripulación, les hacía un gesto con la mano para que se detuvieran. Domínguez, en cambio, permaneció escondido, listo para actuar.

Alejandro, por su parte, escaneó de nuevo el lugar, asegurándose de que no hubiera ninguna sorpresa. En cuanto Villalba estuvo a su lado, los dos corrieron hacia la rampa para reunirse con sus otros dos compañeros y así interceptar a los delincuentes antes de que se mezclaran con la gente. Perfecto. Todo estaba saliendo según lo previsto. Pero entonces, un caniche salió de la nada y ladrando estridente, comenzó a correr hacia ellos. Detrás, una joven de no más de catorce años, lo seguía a grito pelado.

—¡La puta madre! —siseó al ver que los delincuentes bajaban del auto justo en ese momento. Si no actuaban rápido, todo se saldría de control.

Por fortuna, un empleado que se encontraba al costado de la bodega vio lo que sucedía y en un acto heroico, se atravesó en el camino espantando al perro que, con un chillido, dio media vuelta para correr de regreso a su dueña. Distraídos por el bullicio y los aplausos de la gente ante el reencuentro entre la chica y su mascota, los tres hombres se quedaron inmóviles mirando la escena el tiempo suficiente para que ellos pudieran acercarse sin ser notados.

A partir de ahí, todo sucedió en un instante. Dando la voz de alto, se lanzaron hacia ellos antes de que pudieran sacar sus armas y los redujeron en pocos segundos. Mientras sus agentes procedían a esposarlos, Alejandro les mostró tanto su placa como la orden del juez a los dos agentes de la Prefectura que se acercaron al ver lo que sucedía. Estos la revisaron y tras constatar en sistema los antecedentes penales de los tres que viajaban en el rodado, procedieron a requisarlo. Y allí estaba la droga, ingeniosamente escondida en el panel modificado del aire acondicionado.

Pasaron varias horas hasta que los delincuentes fueron trasladados. Si bien al principio ninguno parecía inclinado a hablar, con el correr de la noche los dos más jóvenes, que nunca antes habían sido detenidos, empezaron a ponerse nerviosos. Lo cierto era que no tenían muchas opciones. El delito era grave y lo sabían, pero si colaboraban, la pena podría reducirse, además de ser ubicados en el penal menos peligroso. Ahora solo quedaba esperar a que tomaran la decisión correcta.

Eran casi las tres de la mañana cuando, agotado y sucio, Alejandro volvió a su departamento. Luego de una necesaria y reconfortante ducha, se preparó un sándwich con los restos de pollo que habían quedado de la comida anterior, algunas rodajas de tomate condimentado con sal y orégano, y mayonesa. Por un momento, pensó en agregarle huevo también, pero debía cocinarlo y ya no tenía energía. Como su teléfono se estaba muriendo, no se molestó en revisarlo. En lugar de eso, lo enchufó al cargador y se fue a la cama. Ya revisaría los mensajes al día siguiente.

El insistente sonido de la vibración de su teléfono sobre la mesa de luz lo despertó. Se apresuró a atender cuando vio en la pantalla el nombre de su jefe. Al parecer, los delincuentes decidieron hablar y como el inspector a cargo de la investigación, debía estar presente. Completamente despabilado, saltó de la cama para lavarse la cara y los dientes y tras vestirse con premura, se puso en marcha. De camino a su auto, revisó el celular. De inmediato, se sorprendió ante la cantidad de notificaciones recibidas. Era evidente que hacía rato que intentaban localizarlo.

Como iba retrasado, prefirió revisarlas más tarde. Ahora mismo, necesitaba enfocar su mente en la importante tarea que tenía por delante. Solo esperaba que la información que recibieran de los detenidos valiera la pena o, al menos, alcanzara para que el juez diera la orden de pinchar los teléfonos del comisario mayor y las cabezas policiales y de Prefectura. Con el político, la cosa era un poco más complicada, aunque no tenía dudas de que terminaría cayendo también.

Horas después, cuando por fin regresó a la comisaría, procuró adelantar un poco del papeleo acumulado. Por primera vez en semanas, se sentía optimista. Si todo seguía como hasta ahora, más pronto que tarde los responsables de esa red de narcotráfico por fin serían condenados. Claro que esto era recién el comienzo. En el caso del comisario, quedaría inmediatamente apartado de sus funciones hasta el momento del juicio, si es que efectivamente se demostraba su culpabilidad. En cuanto al funcionario, por desgracia, contaba con la protección de los fueros, pero la imputación seguiría allí para cuando su mandato terminara.

Llegado el mediodía, hizo una breve pausa para comer algo al paso y continuó con su trabajo. Si bien el día anterior había podido reducir la pila de pendientes a la mitad, aún quedaba mucho por cerrar. Luego, cuando terminara su turno, iría a ver a su madre. No tenía muchas ganas para ser sincero. El cansancio acumulado, más el agotamiento físico del arduo entrenamiento al que se sometía a diario para evitar pensar, comenzaba a pasarle factura y lo único que deseaba era dormir. Sin embargo, le había prometido visitarla más seguido y no rompería su palabra.

—¿Cómo lo llevás, jefe? —le preguntó Esteban Campos desde su escritorio a la izquierda.

Estaban solos. Los demás ya se habían marchado.

—Bien. Ahora solo queda tener paciencia.

—No me refería al caso.

Alejandro se removió, inquieto, en su asiento. Los ojos del oficial no se despegaban de los suyos, como si buscara algo en estos. De los tres agentes que pertenecían a su equipo, él era el más observador. Pese a su personalidad extrovertida y sentido del humor, había pasado por un divorcio muy difícil, luego de una traición aún más complicada. Su cinismo fue el que lo ayudó a atravesar ese duro momento y el que le permitía hoy reparar en cosas que tal vez los otros simplemente pasaban por alto. Porque podía mostrarse despreocupado y alegre, pero no se perdía detalle de nada a su alrededor. Al parecer, esto incluía su estado de ánimo debido a la ausencia de su compañera.

Se encogió de hombros.

—Misma respuesta.

—¿No tuviste bastante ya?

Frunció el ceño.

—¿A qué te referís?

—A que todo tiene un límite, Ale. ¿Cuánto tiempo más vas a fingir que no sentís nada por ella? —Abrió la boca para protestar, pero se detuvo al verlo alzar la mano—. No hace falta que digas nada. Sé que no es asunto mío y no es mi intención meterme en tu vida. Solo voy a decir que creo que las cosas son más simples de lo que vos pensás.

Sonrió con pesar.

—Soy su mejor amigo —afirmó como si ese simple hecho lo explicara todo.

—Sí, seguí diciéndote eso, amigo —declaró, pero antes de que pudiera replicar, prosiguió—: Nos vemos mañana. Tratá de dormir un poco. Te ves como la mierda.

Sin más, se puso de pie y se marchó, dejándolo solo con sus pensamientos. ¿Tan evidente eran sus sentimientos? ¿Acaso todos en la comisaría lo sabían? Esperaba que no. Se frotó la cara, nervioso, y se levantó para irse también. No iba a desperdiciar un segundo más en el mismo tema. Había decidido no pensar en eso y no empezaría justo ahora.

Contrario a sus planes, fue incapaz de apartarla de su mente durante todo el trayecto al geriátrico. Sabía que estaba en Tandil con la familia de su hermana y en cierto modo, eso lo tranquilizaba. Cecilia siempre había cuidado de ella, por lo que se encontraba en el lugar indicado para recibir la contención que tanto necesitaba. No obstante, también lo frustraba, ya que habría preferido que ese consuelo lo hubiese buscado en él. Para colmo, ni siquiera habían vuelto a hablar desde aquella noche en el bar y la sensación de opresión que sentía en el pecho desde su partida se volvía cada vez más intensa.

Curiosamente, la visita a su madre le aligeró el corazón. Ella estaba tranquila, centrada y se mostró feliz de verlo. Como la temperatura era agradable, le cubrió los hombros con un chal y la llevó de la mano al parque trasero. Caminaron despacio entre los jazmines y rosales de la propiedad hasta sentarse en el banco situado frente a la hermosa fuente de agua. Al instante, sintió que la calma lo invadía, más por la compañía que por el Feng Shui, y cerró los ojos, imaginándose que se encontraban en el hogar de su infancia durante una preciosa tarde de verano mientras miraban a su padre trabajar en el jardín.

—¿Por qué estás tan triste, hijo?

Contuvo las lágrimas al oír el tierno susurro de su madre. Ella siempre había sabido cuando algo le pasaba y por supuesto, esta vez no era la excepción. Sonrió. La maldita enfermedad no había conseguido arrebatarle eso.

—No es nada, mamá. Todo va bien.

Pilar lo observó por unos segundos antes de colocar una mano sobre la suya.

—Sos tan parecido a tu papá... Él también se guardaba todo adentro cuando algo le preocupaba. Pero vos no tenés que hacer lo mismo. La carga compartida es mucho más liviana.

—Solo estoy cansado. Tengo mucho trabajo últimamente.

Ella asintió.

—Tal vez deberías hablar con tu amiga. Siempre tuvo el poder de ponerte una sonrisa en el rostro.

Se estremeció al oírla. Se refería a Martina, por supuesto. Se conocían desde hacía años y se adoraban mutuamente.

—Me aseguraré de hacerlo cuando vuelva de su viaje —respondió, procurando no darle demasiada importancia al asunto.

Pero al parecer, ese día era uno de los buenos y no consiguió engañarla.

—Ya veo. Quizás tengas que ir a buscarla.

Ninguno de los dos dijo nada más. No obstante, sus palabras quedaron flotando en su mente. Tal vez debería hacerlo. Lo cierto era que odiaba la absurda distancia que se había formado entre ellos. La amaba con todo su ser, siempre lo había hecho, y no sabía cuánto más podría seguir ocultándolo.

—Tenés frío —murmuró al notarla temblar y le pasó un brazo por encima de los hombros.

Ella se inclinó hacia él con una sonrisa.

—No importa. Me gusta estar acá con vos.

—A mí también, pero mejor vamos adentro. No quiero te enfríes.

—¿Te quedás un ratito más? —preguntó de repente, buscando su mirada.

Alejandro tragó con dificultad a través del nudo que se había formado en su garganta. Había veces, como ahora, que parecía sana, lúcida, sin mayores problemas que los típicos achaques de la edad. Entonces, la culpa lo embargaba, haciéndolo sentir el peor hijo del mundo por haberla abandonado allí. Sin embargo, era consciente de que no debía engañarse a sí mismo. La demencia estaba allí, aguardando el momento menos pensado para aflorar y no iba a arriesgarse a que se pusiera en peligro a sí misma por no tener a nadie que la cuidase.

—Claro que sí, mamá —aseveró y le besó la frente con ternura.

En lugar de ir a su departamento, prefirió seguir hasta la costanera. Al igual que el ejercicio, caminar solía ayudarlo a aclararse cuando los pensamientos lo abrumaban. Si bien se sentía cansado, sabía que no dormiría teniendo tanto en mente, por lo que decidió pasear un rato junto al río y absorber un poco de la calma y equilibrio que este transmitía. Visitar a su madre había terminado de drenarlo. Todavía le costaba aceptar la condición que la aquejaba, en especial los días en los que no parecía confundirse en absoluto.

El viento soplaba con fuerza, trayendo consigo un tentador aroma a parrillada proveniente de los puestos de comida ambulantes que hizo que, en el acto, su estómago rugiera en protesta. Dispuesto a saciar su hambre —uno de ellos al menos—, compró un choripán y una gaseosa. Nada de alcohol esa noche. La última vez que había tomado, despertó con un dolor de cabeza infernal, por lo que no cometería de nuevo ese error. Minutos más tarde, tras haber devorado hasta las migas, consideró comprarse otro, pero lo descartó cuando notó que comenzaba a llegar más gente.

En búsqueda de silencio, se dirigió a la baranda costera y se inclinó hacia adelante hasta apoyar los antebrazos en esta. A continuación, dejó que su mirada vagara por la enorme masa de agua frente a él, tan solo iluminada por la luna. Suspiró. A ella le encantaba ese tipo de noches. Gruñó al advertir el rumbo de sus pensamientos. Era evidente que no podía olvidarla, sin importar lo mucho que lo intentara. "Quizás tengas que ir a buscarla". Las palabras de su madre volvieron a resonar en su mente. ¿Debería? ¡Se moría por hacerlo! Sin embargo, le daba miedo. ¿Y si volvía a alejarlo? "Podrías probar de llamarla", susurró una voz en su mente, pero se apresuró a desestimarla. No creía poder soportar que lo rechazara de nuevo.

De pronto, recordó que no había revisado sus mensajes. Por la mañana había salido tan apurado que prefirió hacerlo más tarde y después, habló directamente en persona con sus compañeros, por lo que se olvidó por completo de ellos. Girando para poder apoyar la espalda en la baranda, sacó su teléfono. Si fuera por él, ni se molestaría en leerlos, pero su jefe podría escribirle en cualquier momento por alguna novedad con relación al caso y no quería perdérselo, así que se dispuso a hacerlo antes de volver a su casa.

Fue descartando cada mensaje, asegurándose de que lo que leía hubiese quedado resuelto durante la jornada. Las conversaciones más viejas subían conforme iba despejando las nuevas. Se notaba que no le había prestado atención a su teléfono en todo el día. Uno, dos, tres... ¡La lista parecía interminable! Para su tranquilidad, no encontró nada urgente y todo ya había sido solucionado. No obstante, cuando llegó al número diez, el corazón le brincó dentro del pecho. Era de ella. ¡Carajo! ¿Cómo no lo había visto antes? ¿En qué momento le había escrito?

Revisando la fecha y el horario, se percató de que lo había recibido durante la madrugada, pero había quedado tan abajo debido al ingreso de otros nuevos que no se dio cuenta. Notó que, además, tenía una llamada perdida. Al parecer, había intentado comunicarse con él y como no tuvo respuesta, decidió enviarle un audio. Frunció el ceño. ¿Qué hacía despierta a esa hora y por qué lo había llamado? ¿Le habría pasado algo? Las respuestas a todas sus preguntas estaban allí, delante de él, solo tenía que atreverse a oírlo. Porque lo cierto era que estaba aterrado.

Inspirando profundo para armarse de valor —no sabía por qué se sentía tan inquieto—, activó la reproducción y lo acercó a su oreja.

"—Veo que estás demasiado ocupado para atenderme, por eso te mando un audio así lo escuchás cuando te liberes. ¿O debo decir liberen? —Frunció el ceño, confundido. ¿De qué hablaba? Pero ella prosiguió con su diatriba—. Como sea, yo también me estoy divirtiendo. Hace un rato bailé con un tipo que estaba tremendo... Unos músculos... Tenía lindos ojos también, no tanto como los tuyos, pero... —No pudo evitar recrear en su mente la imagen que ella estaba relatando y todo su cuerpo se tensó—. Quizás un poco confianzudo, aunque entiendo por qué creyó que podía... Igual no hicimos nada porque parece que no puedo dejar de pensar en... —Ella se calló antes de terminar la oración y aunque lo alivió saber que no había hecho nada con ese tipo al que ya quería destripar con sus propias manos, sintió una gran frustración. ¿No podía dejar de pensar en qué? O, mejor dicho, ¡¿en quién?!—. En fin, suficiente de mí. Mejor hablemos de vos.... ¿Candela? ¿En serio? ¿Esa trola disfrazada de mosquita muerta? Bueno, tal vez es lo que te gusta y yo les corté el momento feliz. Lo siento por eso. —Otra pausa, esta vez más breve que la anterior—. No, en realidad, no. Odio que ella te... —Una vez más, se detuvo, fastidiándolo aún más—. Chau, Ale. Ahora sí estamos en paz."

¡¿Qué carajo acababa de pasar?!

Invadido por una mezcla de emociones que ni siquiera podía identificar, reprodujo el mensaje de nuevo. Su tono de voz era levemente más agudo del habitual. Hablaba rápido, con torpeza y nerviosismo. Y las palabras tenían cierto arrastre, como si hubiese tomado y le costara modular. ¡Dios! La sola idea de ella saliendo y emborrachándose lo desquiciaba. Cualquier hombre con sangre en el cuerpo se sentiría atraído por ella. Era una mujer hermosa y cuando se relajaba dejaba salir toda su sensualidad. Gruñó al imaginarla de nuevo en los brazos de alguien más. ¿Y si este se aprovechó de su estado? No, había dicho que no hizo nada, pero sonaba decepcionada por ello y eso le dolió.

"No seas hipócrita que vos trataste de hacer lo mismo con Candela", se regañó a sí mismo. Sí, probablemente lo había hecho, pero en el fondo sabía que no lo conduciría a nada bueno y por eso se detuvo. No iba a dormir con una mujer mientras deseara a otra. Porque hacía tiempo que ya no le funcionaba el autoengaño. A esta altura le resultaba imposible evadirse de sus sentimientos.

¿Y qué había dicho de ella? Trola disfrazada de mosquita muerta. La oyó molesta, enojada... celosa. Recordó cuando los había visto en el bar y se apresuró a marcar territorio. Porque sí, eso había hecho, solo faltó que lo meara. Y ahora, estaba despotricando en su contra. "Odio que ella te...", decía otra de las frases que había dejado inconclusa. ¡¿Qué?! ¡¿Qué odiaba?! ¿Que le hablara? ¿Que lo tocara?

Se pasó una mano por el cabello en un gesto nervioso. Cada vez entendía menos. O tal vez, no quería entender. Porque si lo hacía, entonces tendría esperanzas y eso era algo que no se podía permitir.

Una vez más, evocó las palabras de su madre: "Quizás tengas que ir a buscarla". Y tal vez sí debería hacerlo. De hecho, con cada minuto que pasaba, menos descabellado le parecía. No tenía idea de qué pasaba por la cabeza de Martina, pero solo había una manera de descubrirlo. Pero no lo haría por teléfono. Quería poder mirarla a los ojos cuando finalmente hablaran.

------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de votar, comentar y recomendar.

Grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.

¡Hasta el próximo capítulo! ❤

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro