Capítulo 16
Se pasó una mano por el cabello en un gesto nervioso. Martina lo miraba con preocupación y todo en él se sacudió por su imperiosa necesidad de protegerla, de resguardarla de todo mal. Sin embargo, tenía que contarle lo que sucedía. Ella había visto el brusco cambio en su expresión cuando, al otro lado de la línea, el tipo le lanzaba la amenaza y sabía que no la convencería con una simple evasiva. Aunque tal vez, podría suavizarle un poco las cosas. Después de todo, no creía que fuese necesario que supiera con exactitud lo que dijo. Estaba pasando por mucho y esto solo la haría angustiarse más. Además, contrario a lo que aquella voz afirmaba, él sí podía cuidarla.
Cerró los puños con fuerza. ¿Cómo carajo supo que él fue quien había atendido? ¿Acaso podía verlos? Inquieto ante ese pensamiento, caminó con premura en dirección a la ventana y apartó la cortina con brusquedad para mirar hacia afuera. Desde allí se veía gran parte del parque ubicado entre las dos propiedades y un poco más allá, al otro lado de la vivienda, atravesando la calle, asomaban las copas de algunos viejos y tupidos árboles. Una sensación desagradable le recorrió la columna en el acto al comprender que era el escondite ideal para cualquier francotirador. ¡Mierda! ¿Acaso Ariel sería capaz de tanto solo para vengarse? Con una maldición, se apresuró a cerrar la persiana.
—¡Alejandro, decime de una vez qué está pasando!
Se giró al oír su exabrupto. Estaba nerviosa. Probablemente porque podía ver su propia inquietud en él y eso, sin duda, no la tranquilizaba en absoluto.
—Creo que puede vernos.
—¿Quién?
—Quien sea que te haya llamado —replicó a la vez que desbloqueó su teléfono para poder entrar en la aplicación de las cámaras—. De alguna manera, supo que yo estaba del otro lado de la línea y no vos, y eso es imposible, a menos que pueda vernos.
—¿Por qué creés eso? ¿Qué te dijo? —Silencio—. ¡Alejandro! —lo llamó al ver que no respondía.
—Simplemente lo sé.
Estaba eludiendo la pregunta y sabía que ella no tardaría en darse cuenta. Sin embargo, de momento, era lo único que le diría. Con los ojos fijos en la pantalla, se concentró en cada cámara. Todas funcionaban correctamente, y las que apuntaban hacia el lugar desde donde podría alguien observarlos, no mostraban nada fuera de lo normal. Por lo que podía ver, todo se encontraba en orden. Aun así, no se confiaba. Tendría que revisar los alrededores para estar seguro. Pese a que estaba nublado, todavía había luz de día, por lo que utilizaría eso a su favor para recorrer el perímetro y buscar cualquier indicio que alertara la presencia de alguien más.
Volvió a guardar el móvil en su bolsillo y con determinación, rebuscó en su bolso hasta encontrar la pistola y una linterna. Luego de corroborar las inmediaciones de la casa, se aventuraría un poco más lejos hasta los malditos árboles. Se subiría a cada uno de ellos si fuera necesario, pero se aseguraría de no dejar rama sin revisar.
—Esa no es una respuesta —se quejó Martina, por supuesto, llamando su atención una vez más—. Te dijo algo, ¿verdad? ¿Qué fue, Ale? Y no intentes ocultármelo. No estarías tan alterado si no fuera así.
Definitivamente lo conocía.
A continuación, cargó el arma, la metió en la cintura de su pantalón, a su espalda, y avanzó hacia ella.
—Ahora vuelvo. Tengo que comprobar si los sensores siguen en su sitio. Por favor, no te muevas de acá.
Pero ella no cedería tan rápido.
—¡Ni loca te dejo ir solo! —exclamó a la vez que se giraba para ir también en búsqueda de su pistola.
La sujetó de la muñeca al instante y tiró de ella para detenerla.
—No, Martina. No me concentraría si sé que estás allá fuera. No puedo hacer mi trabajo y preocuparme por vos al mismo tiempo.
—Bueno, lo lamento entonces porque voy a ir de todos modos. No necesito que estés encima de mí. Puedo cuidarme sola.
Alejandro gruñó de frustración. Cuando se empecinaba con algo no había forma de convencerla de lo contrario. Inspiró profundo para calmarse. No conseguiría nada imponiéndose y lo sabía. Tenía que ser inteligente y aplicar la lógica con ella.
—Sé que sí, corazón, pero no puedo evitar preocuparme. Estaría nervioso todo el tiempo y eso me haría vulnerable, me volvería una presa fácil. No queremos eso, ¿cierto?
—Claro que no, pero...
—Por favor, Martina. No discutas conmigo. Lo haré mucho más rápido si voy solo.
Ella exhaló. ¿Cómo negarse si se mostraba tan razonable? Lo que menos deseaba era ponerlo en peligro.
—Está bien. Pero si en veinte minutos no volviste, saldré a buscarte.
Él sonrió y sin poder evitarlo, presionó los labios contra los suyos.
—Lo haré en diecinueve —aseveró con seguridad.
Y sin más, se alejó con premura en dirección a la puerta.
Afuera, todo estaba en silencio, a excepción del silbido del viento que por momentos se alzaba de forma tenebrosa por encima de sus pisadas. Una fina garúa mojó su rostro en segundos conforme rodeaba la casa. Ya no sentía esa urgencia en sus entrañas, por lo que suponía que, si alguien estuvo allí, ya se había ido. Aun así, continuó avanzando.
Una vez que estuvo seguro de que ninguna cámara o sensor había sido vulnerado, se alejó en dirección a la calle. No estaría tranquilo hasta comprobar los árboles que había visto desde la ventana. Aunque faltaban algunos minutos para el atardecer, debido al clima, algunas luces comenzaban ya a encenderse. No obstante, el cielo estaba gris, completamente encapotado, lo cual le dificultaba bastante la visión. En el más absoluto silencio, escaneó los alrededores antes de acercarse finalmente a destino. Entonces, apuntó con la linterna y su arma, dispuesto a disparar ante mínimo movimiento.
Solo cuando tuvo la certeza de que nadie había escalado en ellos, reafirmado por el hecho de que no había encontrado ninguna alteración en sus ramas, ni hojas desprendidas junto a sus troncos, emprendió la vuelta. Había rastrillado la zona en tiempo récord y utilizaría los minutos restantes para advertir a Cecilia y Manuel sobre lo sucedido. Era consciente de que corrían peligro si seguían quedándose allí. Si bien la cosa no había pasado a mayores en esta oportunidad, no podía asegurar que no pudiera irse todo a la mierda en el futuro. Hasta que no eliminase por completo la amenaza que se cernía sobre su compañera, ninguno a su alrededor estaría en verdad a salvo.
En cuanto la puerta se cerró, Martina corrió a la habitación en búsqueda de su arma. No había mentido cuando le advirtió que iría tras él si no volvía pronto. Odiaba que siempre se expusiera de ese modo, lo cual incluso había sido motivo de muchas discusiones entre ellos en el pasado, en especial cuando, en medio de un operativo, se ponía en peligro a sí mismo solo para intentar protegerla. No importaba lo mucho que se disculpase al final, luego de que le reclamase que estaba tan capacitada como él. A la siguiente misión, volvía a hacerlo.
Pero el problema era que a ella le pasaba algo similar. También le preocupaba su seguridad y se le encogía el estómago cuando se presentaba una mínima posibilidad de que resultara herido. Sin embargo, jamás intervenía ni entorpecía su trabajo porque confiaba en sus habilidades y su capacidad para ponerse a salvo incluso en las peores circunstancias. Por el contrario, se las apañaba para lidiar con la incertidumbre y mantener a raya su miedo, aunque terminara con el corazón en la boca cada puta vez. ¿Por qué él no podía actuar de la misma manera que ella?
De pronto, pensó en su hermana. Si bien dudaba de que se le fuese a ocurrir salir en ese momento, no estaba dispuesta a arriesgarse. Sin dudarlo, regresó al living y recogió su teléfono de la mesa para llamarla. No le gustaba preocuparla, en especial cuando ni siquiera ellos tenían claro lo que pasaba, pero jamás se perdonaría a sí misma si le pasaba algo por su culpa. Maldijo cuando ella no respondió y de inmediato, todas sus alarmas se encendieron. Miró la hora. Todavía faltaban cinco minutos para los veinte que le había dado a su compañero. "A la mierda todo", pensó, nerviosa. Iría a buscarlo.
Con el corazón latiéndole de forma acelerada, abrió la puerta y miró a su alrededor antes de salir. El silencio afuera imperaba y aunque ya no llovía como antes, la fina y constante garúa lo mojaba todo en cuestión de segundos. El cielo estaba por completo cubierto de nubes densas y grises, y a la distancia, algunas luces se encontraban encendidas a causa de la repentina penumbra, incluso pese a que era de día todavía. Cerró aún más la mano alrededor del mango de su pistola, por si necesitaba usarla, y corrió hacia la otra vivienda. Se aseguraría primero de que su hermana y su familia estuviesen bien y luego, iría tras él.
Estaba por llegar a la puerta cuando esta se abrió de par en par y una figura emergió de ella, difuminada con la oscuridad del interior. Su corazón dio un vuelco al pensar que había llegado demasiado tarde y se detuvo en el acto. A continuación, de un rápido movimiento, extendió el brazo hacia adelante y apuntó en su dirección. Pero entonces, la silueta dio un paso al frente y le permitió ver la totalidad de su rostro. Por un momento, el alivio la colmó de lleno. Sin embargo, pronto volvió a alarmarse al notar el cambio en su expresión. La sorpresa había destellado de forma fugaz en sus ojos antes de ser reemplazada de inmediato por una inconfundible y escalofriante ira que la hizo retroceder.
Alejandro sintió la tensión en su cuerpo nada más verla y un latigazo de furia le atravesó la columna con violencia. ¡¿Qué carajo estaba haciendo ahí afuera?! Conteniendo un gruñido, avanzó hacia ella en silencio. Sin detenerse, envolvió su cintura con un brazo y tiró hasta pegarla a él al tiempo que la instaba a ponerse en movimiento.
Todavía nerviosa, Martina lo dejó hacer y se apresuró a seguirle el paso. Las manos aún le temblaban y su corazón no terminaba de encontrar sosiego. Por un instante, creyó que se trataba de alguien más y el temor de que hubiera lastimado a su familia casi había acabado con ella.
Exhaló en cuanto estuvieron de nuevo a resguardo y tras oír que la puerta se cerraba a su espalda, se giró para enfrentarlo. No terminaba de entender lo que pasaba y tenía los nervios a flor de piel.
—¡Me prometiste que no te moverías de acá! —Su voz era brusca, profunda. Estaba en verdad furioso.
—También te dije que saldría si no regresabas pronto.
—¡No tardé ni quince minutos, mujer! —exclamó con exasperación.
—¡Bueno, a mí me pareció más tiempo! —replicó, a la defensiva—. Te fuiste como un loco después de decirme que alguien nos estaba observando y ni siquiera me dejaste acompañarte. ¿Qué esperabas? ¿Que me quedara acá tranquila esperándote? ¡Disculpame, pero no! Necesitaba asegurarme de que mi hermana estuviese bien.
—¡Yo ya me estaba encargando de eso! Pero, no. Tenías que arriesgarte de todos modos. ¡Dios no permita que la valiente inspectora reciba ayuda!
—No es así, Ale. Yo...
Pero él no la dejó hablar. Estaba demasiado molesto para hacerlo.
—¡¿Qué pasaba si afuera había alguien al acecho apuntando hacia acá con un rifle desde un árbol?! ¡¿Te detuviste a pensar siquiera en eso?! ¡Un segundo le habría llevado dispararte, carajo!
Martina se estremeció ante el profundo miedo y la angustia que alcanzó a percibir en su voz. Alejandro estaba aterrado. Furioso también, sin duda. Pero lo que lo llevó al límite fue el temor que había sentido por lo que pudiera haberle pasado a ella si el sicario contratado para matarla hubiese estado allí. ¡Dios, todavía le costaba creer que eso fuera posible! Dio un paso hacia adelante a la vez que levantó la mano, determinada a apoyarla en su pecho, pero él se apartó antes de que pudiera tocarlo.
—Lo siento —murmuró, avergonzada, en un intento por aplacarlo.
Alejandro negó con la cabeza y levantó las manos en ademán de rendición. No podía seguir escuchándola. Simplemente, necesitaba distanciarse de ella tan solo por un momento. Se frotó el cabello en un gesto nervioso y en silencio, se alejó para volver a guardar su pistola dentro del bolso. A continuación, se apresuró a sacarse la ropa mojada y se puso cómodo. Por último, llevó todo lo que había usado desde que llegó al lavarropas. No tenía demasiada allí, por lo que debía asegurarse de que estuviese limpia y seca para los próximos días.
Ni siquiera la miró cuando pasó junto a ella para ir a la cocina. Estaba demasiado molesto y no quería terminar diciendo algo de lo que pudiera arrepentirse después. Minutos atrás, había recorrido los alrededores en búsqueda de algún rastro que le indicara la presencia de un extraño, pero la constante llovizna le hizo muy difícil la tarea. Las cámaras y los sensores, por su parte, tampoco mostraron signos de haber sido vulnerados, por lo que nada indicaba que hubiera alguien más allí con ellos. Sin embargo, podía sentir el peligro en sus entrañas y eso no le permitió relajarse del todo.
Tampoco encontró nada significativo en los árboles que había visto desde la ventana, ninguna señal de que los hubiesen escalado. Todo estaba como se suponía que debía estar. Por consiguiente, más aliviado, aunque todavía intranquilo, había pasado por la casa de Cecilia y Manuel para intentar convencerlos de que se fueran un tiempo a lo de sus suegros. Si bien lo de esa noche parecía ser una falsa alarma, podrían no tener la misma suerte la próxima, y los sicarios no eran famosos por preocuparse por los daños colaterales. Porque sin duda, eso serían si decidían usarlos como medio para un fin.
No le agradó ver el repentino miedo que surgió en los ojos de la mujer, pero era necesario decírselo para que comprendiera la gravedad de la situación. Contaba con que su marido la hiciera entrar en razón. No obstante, nada le afectó tanto como verla a Martina allí fuera nada más abrir la puerta. Pese a que le había prometido quedarse y esperarlo, decidió arriesgarse y exponerse a sí misma, facilitándole así la tarea a su verdugo. ¿Qué hubiera pasado si el asesino lograba burlarlo y se encontraba a la espera de una oportunidad? ¡Dios, la sola idea lo desquiciaba! Imaginarla tirarla en el piso con un agujero de bala en la cabeza fue más de lo que pudo soportar y por eso necesitó alejarse de ella. No quería tratarla mal, pero en verdad se sentía al límite.
A Martina le estaba resultando cada vez más difícil contener las lágrimas. Odiaba la repentina y fría distancia que él acababa de imponer entre ellos y quería gritar de frustración. Ahora entendía lo que él había experimentado cuando ella lo apartó, tiempo atrás, y la culpa le cayó encima como un balde de agua fría. Lo había lastimado sin tener siquiera una causa justificada porque, al final, él no la rechazó cuando le contó lo que había tenido que hacer. Al contrario, la aceptó sin condiciones ni reclamos. ¡Dios, quería ir hasta él y refugiarse en sus brazos una vez más! Se moría por volver a sentir su calor. Pero no iba a forzarlo. Era evidente que necesitaba espacio y ella se lo concedería. No importaba si en el proceso, moría por dentro.
Un escalofrío la sacó de pronto de su estupor. Todavía no se había quitado la ropa húmeda y comenzaba a sentir frío. Imitando sus pasos, fue a la habitación y se vistió con el short y la musculosa que solía usar para dormir. Luego, llevó todo al lavarropas. La ropa de él estaba allí y los compartimientos de jabón y suavizante ya cargados. Aun enojado, la había tenido en cuenta. Había sabido que ella también querría lavar la suya y lo dejó todo listo para que lo activase una vez lleno. Tras ponerlo en marcha, se dirigió al living, se sentó en el sofá y encendió la televisión.
Podía sentirlo moverse en la cocina mientras al parecer, preparaba la cena y pensó en ofrecerle ayuda, pero optó por quedarse callada. Esperaría un rato más para darle tiempo a que se calmara y luego intentaría volver a acercarse. Uno a uno, recorrió los canales hasta que reconoció el principio de una emblemática película de terror de los noventa donde la chica atendía el teléfono y respondía una serie de preguntas sobre cine para evitar que un loco, disfrazado con una máscara, la matara. Suspiró y dispuesta a distraerse, subió el volumen.
Alejandro procuró mantener las manos ocupadas. Debía hacerlo si quería deshacerse de su enojo. En otras circunstancias, habría salido a correr para descargar tensiones, pero no iba a hacer eso esta noche. No volvería a dejarla sola. Por eso, llenó con agua una olla, la puso al fuego y mientras esperaba a que hirviera, procedió a cortar algunas cebollas con la intención de preparar una salsa rápida. Si bien faltaba todavía para la hora de la cena, prefería adelantarla un poco a seguir rumiando con lo sucedido en su cabeza. No tenía sentido que continuara amargándose. Por fortuna, nada malo había pasado.
Mientras rehogaba la cebolla, comenzó a pensar soluciones. Hasta que Pablo lo llamara, no sabría a ciencia cierta de dónde procedía la amenaza. Aún así, tenía claro que, quien fuera, habría sido enviado por el empresario. No pudo evitar tensarse al pensar en ese hijo de puta y todo lo que le había hecho a Martina en la última misión. ¡Dios, si lo tuviese en frente, lo molería a golpes hasta desfigurarle la cara! ¿Cómo podría haberlo conseguido tan rápido? ¡Mierda! Tal vez, debía llamar a su jefe y pedirle ayuda.
En cuanto vio que la salsa ya estaba lista, la retiró del fuego para que no se quemase y echó los fideos al agua. Ahora solo quedaba esperar a que estos se cocinaran. Ya sin distracciones, volvió a mirarla. Sentada en el sofá, miraba una película en silencio. Sabía que estaba apenada, había podido verlo en sus ojos cuando trató de disculparse antes, pero él se sentía tan furioso que no se permitió siquiera consolarla. Exhaló. Ya estaba más calmado. Ocuparse de la comida le había venido bien.
Incapaz de permanecer lejos por más tiempo, caminó en su dirección y se sentó a su lado. No importaba lo enojado que estuviera. Su cuerpo se sentía irremediablemente atraído al de ella y por eso, necesitaba tenerla cerca.
Martina notó que el almohadón se hundía ante su peso cuando él se sentó junto a ella. Sin embargo, no se giró para verlo. Con la mirada perdida en la pantalla, las piernas flexionadas hacia un costado y los pies semiocultos bajo su trasero, se acariciaba de forma inconsciente la cicatriz que tenía en una de ellas. Era la única secuela física que le había quedado tras el operativo y había sanado por completo. Lamentablemente, no podía decir lo mismo de la emocional.
Se estremeció cuando de pronto sintió su mano sobre la de ella y ya sin poder refrenarse, giró la cabeza hacia él. Para su alivio, sus ojos volvían a ser amables y cálidos.
—Estaremos bien. No voy a dejar que te lastimen de nuevo. —Su voz salió temblorosa, todavía afectado por el miedo que había experimentado antes.
Ella inspiró profundo al oírlo y de inmediato, colocó su otra mano encima de la suya.
—No es por mí por quien temo —confesó con ojos húmedos—. Ariel Deglise es un hombre muy rencoroso, y sé que no se conformará solo con matarme. Querrá dañar a los que amo antes de eso y ¡la sola idea de que vaya tras mi hermana me aterra! —prosiguió a través del nudo en su garganta—. Ella es la única familia que me queda. No podría vivir si le pasara algo.
—No le pasará nada —aseveró con seguridad—. Hablé con ellos hace unos minutos para que mañana mismo se vayan un tiempo a lo de los padres de Manuel. Solo espero haberlos convencido. Es lo más conveniente hasta tanto sepamos bien de dónde viene la amenaza. —Hizo una pausa a la vez que bajó la mirada, apenado—. Lo siento. Es mi culpa. Tendría que haberles insistido antes. Estaba seguro de que tenía más tiempo. —Alzó la vista de nuevo y fijó los ojos en los de ella con una determinación que logró conmoverla—. Pero no te preocupes. Te prometo que los mantendré a salvo. No pude protegerte entonces, pero lo haré ahora.
—¡Dios, Ale! —se apresuró a replicar mientras se giraba para quedar de frente a él. Entonces, alzó la mano para acariciar su mejilla—. Nada de lo que me pasó fue tu culpa. No podías saber lo que sucedía.
—Debí saberlo —insistió—. Yo... no puedo quitarme de la cabeza las cosas que ese tipo te hizo. Te juro que daría lo que sea por volver el tiempo atrás y poder ayudarte...
—Ya lo hiciste, mi amor —aseveró, sorprendiéndolo—. No tenés idea de lo mucho que tu solo recuerdo me ayudaba en los momentos más difíciles. Pensar en vos y saber que estabas a salvo me daba fuerzas para seguir. Y el imaginar que me abrazabas y me decías que todo estaría bien fue lo único que me mantuvo entera durante todo ese tiempo.
Alejandro tragó con dificultad, afectado por sus palabras. Incapaz de seguir conteniéndose, la rodeó con sus brazos y la acercó más a su cuerpo. Ella se acurrucó contra él al instante y apoyó la cabeza en su pecho, como deseaba hacer desde que habían regresado.
—Todo estará bien, corazón. Ya estoy acá —susurró él antes de depositar un beso en su frente.
Ella suspiró, feliz de saber que por fin estaba donde pertenecía.
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