Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 15

Eran casi las once de la mañana cuando Martina abrió los ojos y, sin embargo, afuera seguía oscuro. Si bien la tormenta había pasado, dejó en su lugar una persistente y continua lluvia que no parecía tener intenciones de mermar pronto. Alejandro yacía dormido a su lado. Recostado sobre su espalda y cubierto tan solo por la sábana, justo por debajo de su ombligo, era la viva imagen de un dios griego. Su firme y marcado abdomen subía y bajaba al ritmo de su pausada respiración mientras que la fina tela se deslizaba de forma tentadora sobre su masculinidad.

Incapaz de resistirse al hipnótico vaivén, se acomodó de costado para tener una mejor visión y extendió la mano hacia él, deseosa por tocarlo de nuevo. Con cuidado de no despertarlo, pasó con suavidad la yema de los dedos sobre el estrecho sendero de vello que iba desde su pecho hasta su bajo vientre, y sonrió al notar cómo su piel se erizaba en respuesta. De pronto, un profundo gemido escapó de sus labios. Incluso dormido, su cuerpo reaccionaba a ella con una intensidad que la hizo vibrar por dentro. Decidida a probarlo del mismo modo que él lo había hecho la noche anterior, continuó lentamente con su osado descenso.

Alejandro inspiró profundo al sentir el delicioso placer que comenzaba a recorrer su cuerpo y desembocaba con violentas descargas en su palpitante erección. Su respiración se encontraba acelerada, al igual que su corazón, y un arrasador deseo crecía de forma vertiginosa en su interior, electrificando cada nervio a su paso, tensando sus músculos. Hacía tiempo que no despertaba tan excitado y, somnoliento, llevó una mano a su miembro con la intención de envolver el puño en este y calmar así la repentina ansia. Pero entonces, el ardiente calor de unos labios lo cubrió por completo, haciendo que largara de golpe el aire contenido en sus pulmones.

—¿Puedo? —preguntó ella al retirarse apenas, su aliento rozándole la piel sensible y humedecida.

Abrió los ojos, perdido en la exquisita sensación, y los posó en los de ella, justo a tiempo para verla envolverlo con sus labios y descender con tortuosa lentitud. ¡Santísimo Señor! ¿Acaso había muerto y se encontraba en el cielo? Sin poder contener un largo y ronco gemido, enterró los dedos en su rubio cabello y se aferró a este con moderada fuerza. Quería empujar hacia abajo para instarla a tomarlo más profundo, pero se contuvo. Era ella quien llevaba el control esta vez y no iba a arrebatárselo. Por el contrario, la dejaría marcar el ritmo y hacer con él lo que quisiera. Estaba por completo a su merced.

—Sí, corazón —balbuceó con voz temblorosa.

Martina gimió al oírlo, y dispuesta a complacerlo, se retiró solo lo suficiente como para poder enroscar su lengua alrededor de la cabeza de su falo. Lo saboreó despacio, lamiendo primero la circunferencia para luego, ir hacia el centro y deslizarse con extrema suavidad sobre su zona más sensible. Entonces, volvió a rodearlo con su boca y sin tregua, descendió en torno a él, devorando su carne lentamente. Lo oyó gruñir al tiempo que cerraba con más fuerza el agarre sobre su cabello y empujaba hacia arriba la pelvis para permitirle ir más hondo.

—Dios, Martina... —siseó cuando la sintió tragar contra su miembro, comprimiéndolo con su garganta.

Pero ella no respondió. Estaba por completo centrada en el placer de él, y no pararía hasta llevarlo al límite. Sin cambiar el lento y constante ritmo de su boca, continuó estimulándolo con fervor. Le gustaba sentirlo estremecerse cada vez que, al retirarse despacio hacia atrás, arremolinaba su lengua en torno a su eje antes de volver a envolverlo con sus labios y cubrirlo por completo. Se había imaginado a sí misma haciéndolo muchas veces antes, pero nunca anticipó que su gozo aumentaría a la par que el de él. Porque solo tenía que verlo en ese estado para perderse en su propio deseo.

Alejandro gruñó al sentir la acumulación de electricidad en la base de su columna. Su orgasmo era inminente, y si no se detenía en ese instante, no sería capaz de hacerlo después. La sola idea de terminar en su boca le pareció de lo más tentadora, sublime, y lo arrojó al instante al borde del precipicio. Sin embargo, no iba a dejarse llevar sin que ella lo acompañara. Con esfuerzo, recurrió a lo último que quedaba de voluntad en su cuerpo y le sujetó el mentón con una mano en un intento por detenerla. Pero ella lo ignoró para seguir devorándolo con ahínco. ¡Dios, tenía que pararla o no habría vuelta atrás!

—Pará, Marti... —La voz se le cortó ante la intensidad de la pasión que lo embargaba.

¡Mierda! No iba a poder contenerse. Ya sentía su clímax arremolinándose en la base de su columna. Su boca era el puto paraíso, y él un simple mortal.

Su centro vibró al oír la debilidad en su voz. Podía sentir el temblor de su cuerpo debajo de ella, así como su fuerza contenida cuando la sujetaba del rostro y acompasaba el movimiento de su cabeza sobre su falo. Sabía que estaba al límite, justo al borde del precipicio, y que no tardaría mucho más en perder la batalla; y su deleite no hizo más que aumentar el propio fuego que ardía en su interior. Ni siquiera la había tocado, pero no le hacía falta. Verlo en ese estado era estímulo más que suficiente.

Necesitando sentirlo dentro de ella, se retiró con rapidez y se sentó a ahorcajadas sobre él. Con una mano en su pecho y otra alrededor de su pene, se inclinó para besarlo, ansiosa por volver a probar su sabor. Se adentró con su lengua en cuanto él separó los labios y hurgó en su boca con ansia y deseo. Nunca antes había experimentado tanta pasión en un encuentro sexual. Disfrutaba sí, pero no de esta forma tan desinhibida, con tanto frenesí y anhelo. Lo oyó emitir un gemido que ella devoró, y llevándolo a su entrada, comenzó el delicioso y lento descenso.

Alejandro se aferró con ambas manos a sus caderas al sentirla envolverlo poco a poco con su ardiente calor, y gimió, extasiado, ante la magnitud de lo que estaba experimentando. No se había sentido así con ninguna otra mujer antes, tan al límite, deseoso, enfebrecido. Apenas podía respirar, perdido por completo en el desgarrador anhelo que solo ella despertaba en él. Enterrando los dedos en su carne, la instó a bajar un poco más cada vez, al tiempo que alzaba la pelvis para entrar más profundo. Ambos gimieron ante la exquisita fricción de sus cuerpos, y entregados al placer, aumentaron el ritmo.

Absorto en su precioso rostro, continuó embistiéndola con ímpetu, cada estocada más brusca e intensa. Sin apartar los ojos de los de ella, navegó en su mirada de miel, perdiéndose de inmediato en el inmenso placer que la colmaba en ese momento, placer que él mismo le estaba brindando y que no quería que acabase nunca. Porque amarla y hacerla feliz era lo único que le importaba.

Se tambaleaba en la cornisa, dispuesto a sacrificarse para llevarla con él a la cima antes de caer. La electricidad recorría su cuerpo y cosquilleaba su ingle. ¡Carajo! Era la tortura más dulce y excitante a la que se sometió alguna vez, y estaba más que dichoso de cumplir con su condena. De pronto, la sintió contraerse a su alrededor al mismo tiempo que esa arrolladora corriente se arremolinaba en su vientre, anunciándole la llegada de su inminente liberación.

Incapaz ya de contenerse, la sujetó de la nuca y tiró de ella hacia abajo para tomar posesión de su boca, una vez más. En cuanto sus labios se unieron, la invadió con su lengua a la par que la penetraba con su falo, impulsado por la creciente e imparable emoción que solo ella generaba dentro de él. La embistió sin pausa, una y otra vez, hasta que sus paredes se cernieron sobre él, arrojándolo al instante al vacío.

Jadeó su nombre cuando el placer la desbordó de repente y un arrollador clímax la alcanzó por fin. Su ardiente pasión y la forma impetuosa en la que la estaba tomando, incluso cuando era ella quien se encontraba arriba, la lanzó directo a la cúspide, y con un largo y tembloroso gemido, se dejó ir.

Él gimió también al sentirla deshacerse en medio de su orgasmo, y ya sin fuerzas, se enterró por última vez en ella, vaciándose en su interior. La rodeó con los brazos cuando, tras los últimos espasmos, cayó por completo laxa sobre él, y apretándola contra su cuerpo, le acarició la espalda mientras intentaba regular su respiración.

—No hay chance de que te deje salir de la cama después de esto —declaró con voz ronca, todavía afectado por lo que acababan de compartir.

Se rio al oírlo, y con la poca energía que le quedaba, alzó la cabeza para mirarlo.

—Como si yo quisiera irme a algún lado.

Alejandro se carcajeó ante su respuesta, y tras apartarle el despeinado cabello de la cara, volvió a besarla, ya con más calma. Pero entonces, su estómago rugió de pronto, recordándoles que se habían saltado la cena. Ambos sonrieron, divertidos.

—De acuerdo, podría hacer una excepción. Pero pienso arrastrarte acá de nuevo en cuanto terminemos —anunció, a la vez que cerró las manos sobre sus preciosas nalgas.

Ella gimió en protesta.

—Te tomo la palabra —susurró, antes de morderle la oreja con picardía.

Mientras Alejandro se duchaba, Martina se apresuró a hacer café. De paso, aprovechó para sacar la picada a medio comer que, por fortuna, él había tenido el recaudo de guardar en la heladera antes de quedarse dormido. Cortó un poco más de pan y llevó todo a la mesa. Por la hora, se trataba más un almuerzo que de un desayuno, así que estaba bien. Además, tenía que asegurarse de alimentarlo si quería que cumpliera su promesa en cuanto recuperara las fuerzas. Sonrió al pensar lo mucho que las cosas entre ellos habían cambiado en tan solo algunas horas.

—El café huele delicioso, corazón —murmuró él al tiempo que se inclinaba sobre ella desde atrás para besar su hombro.

Volteó nada más sentirlo cerca y con una sonrisa que hizo que sus ojos aterrizaran en los labios de ella, le rodeó el cuello con sus brazos.

—Vos también —dijo, pasando la nariz por su barbilla.

Él cerró las manos con fuerza alrededor de su cintura, sin duda, afectado por sus palabras.

—No tiente a la bestia, inspectora, o voy a tener que tomar represalias.

Su voz ronca y profunda reverberó por su columna hasta desembocar a modo de descarga en su centro, haciendo que este palpitara de deseo. La maravillaba la vehemencia con la que su cuerpo siempre reaccionaba a él, y supo que por eso le había resultado tan difícil contener lo que sentía cada vez que estaban juntos.

—Tome su café primero, inspector. —Le siguió el juego—. Pero después de eso, definitivamente quiero a la bestia.

Sin darle tiempo a responder, se alejó en dirección al cuarto de baño. Reprimió la risa al oírlo gruñir a su espalda, pero no se detuvo. En verdad necesitaba una ducha.

Alejandro se perdió en el vaivén de sus caderas, consciente de que acababa de descubrir su talón de Aquiles. ¿Cómo era posible que hubiesen desperdiciado tantos años? Ahora que por fin se permitieron ceder a la tentación y dar rienda suelta a la pasión, no había forma de poder contenerse. La deseaba a toda hora, más y más con cada segundo que pasaba, y cada fibra de su ser se encendía de solo tenerla cerca. Con un suspiro, apoyó las manos en la mesada y cerró los ojos, a la espera de que su cuerpo sosegara sus demandas.

Una vez más aplacado, se sirvió café y comió algo mientras revisaba en su teléfono que todo estuviese en orden. Aprovechó también para enviarle un mensaje a su jefe y decirle que se tomaría más días de lo pensado, aunque no mencionó la razón, como así tampoco dónde se encontraba. Según su informante, Ariel tenía contactos tanto dentro como fuera de la prisión, y ahora que había empezado a relacionarse con Paco, el narcotraficante, no sabía hasta qué punto alguno de su equipo estaría siendo espiado. Esperaba que no, pero no iba a arriesgarse. No cuando se trataba de ella.

Inquieto ante esa idea, entró en la aplicación de las cámaras con la intención de chequear que no las hubiera dañado la tormenta. Maldijo al ver que una de ellas, la que se encontraba en la parte más alejada de la propiedad, estaba desconectada. Si bien era consciente de que para acceder a la vivienda había que saltar la alta pared que la separaba del resto del terreno, el bosque ubicado justo detrás le preocupaba un poco. No tenía forma de colocar sensores allí, como tampoco podía hacer que el video captara lo que sucedía más allá de los primeros árboles, y eso lo volvía el escondite perfecto para cualquier intruso.

—¿A dónde vas? —le preguntó Martina cuando, nada más abrir la puerta del baño, lo encontró preparándose para salir.

—Algo pasa con una de las cámaras.

—Pero está lloviendo afuera.

Él sonrió al notar su preocupación y avanzó hacia ella.

—Lo sé, pero necesito revisarla y ver si puedo conectarla de nuevo o debo reponerla.

—¿Y no podés esperar a que pare un poco?

Acunó un lado de su rostro con la mano y le acarició la mejilla con el pulgar. Le gustó ver que se inclinaba hacia su toque.

—Hasta entonces tendríamos un punto ciego. Estaré bien, corazón. No me tardo —aseguró, antes de depositar un suave beso en sus labios.

A continuación, recogió el estuche donde tenía algunas de sus herramientas, y se dirigió hacia la puerta. Cuanto antes resolviera el inconveniente, más pronto regresaría a su lado.

Martina exhaló al verlo salir, y determinada a no preocuparse, se sirvió una taza de café. Aunque habría preferido que compartieran juntos el desayuno —o almuerzo para el caso, ya no estaba segura—, le gustó comprobar que había comido algo antes de marcharse. Lo cierto era que, entre los nervios y la reciente actividad física, cada vez era más difícil encontrar un momento para saciar el hambre. Al menos, esa clase en particular.

Con una sonrisa asomando en su rostro, procedió a enviarle un mensaje a su hermana para advertirle que no se le ocurriera aparecerse por allí, mucho menos con los chicos. Gimió cuando, un minuto después, su teléfono comenzó a sonar con una llamada de ella.

—¿En qué andás que no querés interrupciones?

No pudo evitar sonreír ante la acusación encubierta.

—En nada malo, lo prometo. De hecho, creo que es algo bueno. Muy bueno —agregó con picardía.

Tuvo que alejar el celular de su oreja cuando el grito de emoción de Cecilia amenazó con dejarla sorda.

—¡Martina Soler, más te vale que empieces a hablar!

Se carcajeó, divertida, y con un suspiro, se dejó caer en la silla a la vez que agarró un pedazo de queso y lo llevó a su boca.

—¿Qué te puedo decir, hermanita? Todavía me tiemblan las piernas.

Otro grito desaforado, mezclado con una risita nerviosa, la alcanzó de nuevo. Casi se atragantó al intentar aguantar la propia.

—¡Me muero! ¡Por Dios! ¡Necesito detalles!

—¡No! —se negó, carcajeándose.

—¿En serio? ¡Hace años que espero este momento! Por favor —rogó—. No seas cruel. Tenés que darme algo.

Martina se mordió el labio inferior mientras pensaba qué podía contarle a continuación. No iba a ventilar su intimidad, aunque se tratara de su hermana. Mucho menos la de él. Sin embargo, ella también se moría por hablar de la maravillosa noche —y alucinante mañana— que habían tenido.

—¡Alejandro es un fuego en la cama! Solo eso voy a decir.

Una vez más, su hermana dio un grito de júbilo, al parecer, frenética por lo que escuchaba.

—Por el amor de Dios, Cecilia, ¿qué te pasa? —Martina oyó la voz de su cuñado de fondo.

—Nada, nada. Perdón, no me di cuenta de que estaba hablando fuerte.

—Más bien gritando, preciosa. ¿Todo está bien?

—Sí, sí, tranquilo. Es Martina que me estaba recomendando una película que vieron anoche con Ale y me pareció muy interesante.

—Bueno, después decime el nombre así la busco y la vemos esta noche.

—Oh, sí, mi amor. Yo después te muestro cuál es.

Esta vez, sí se atragantó al oír el doble sentido en sus palabras. Estaba por bromear con ella cuando su teléfono comenzó a vibrar con otra llamada entrante.

—Te dejo, Ceci, que me están llamando. Después hablamos.

Atendió sin siquiera mirar de quién se trataba, justo al mismo tiempo en que Alejandro abría la puerta y entraba, tras regresar de su pequeña excursión.

La sonrisa se evaporó de su rostro en cuanto el desagradable sonido de una respiración la alcanzó. Pero antes de que pudiera cortar, una voz masculina que reconoció de inmediato, la llamó por su nombre.

Alarmado por el cambio en su expresión, el policía fue hacia ella sin dudarlo. Se había mojado bastante, por lo que estaba dejando un reguero de gotas a su paso, pero no le importaba. Estaba al tanto de las misteriosas llamadas que había recibido días atrás y quería comprobar si el número podía ser rastreado. Pero entonces, ella balbuceó un torpe saludo a la vez que un precioso y tentador color rosado tiñó sus mejillas. Supo quien era sin necesidad de preguntarle, y eso lo puso más en guardia que cualquier otro tipo de amenaza.

—Hola, Enzo. Sí, sí, todo bien —respondió, nerviosa.

Al parecer, se había quedado preocupado después de que ella se marchara con tanto apuro la otra tarde y quería saber si podía volver a verla. ¡Dios! Nunca respondía una llamada sin mirar su procedencia, pero estaba tan distraída con la conversación con su hermana que ni siquiera se le ocurrió hacerlo, y ahora no sabía de qué disfrazarse. Podía sentir los ojos penetrantes de Alejandro sobre ella, lo que hacía que apenas entendiera lo que el muchacho decía, y para peor, sabía que no podría engañarlo. Él había visto su inquietud cuando creyó que se trataba de otra llamada, así como su más que evidente nerviosismo posterior al descubrir finalmente quien era.

—Lamento haberme ido de ese modo. Surgió algo y... No, no creo que sea una buena idea.

Alejandro cerró los puños, molesto. ¿Qué carajo hacía dándole explicaciones a ese idiota? Bastante suerte tenía de que él no hubiese entrado en ese restaurante a buscarla personalmente y se contentara con llamar al lugar para hacerla salir. Ahora mismo, se arrepentía de no haberlo hecho.

—Sí, te entiendo, es que...

Pero el policía ya había tenido suficiente y con impaciencia, le arrebató el teléfono de la mano.

—Ale, ¿qué...?

—Escuchame bien, imbécil, borrá este número de tu teléfono y de tu mente. ¡Ella no está disponible! ¿Te quedó claro? Y no llames más o voy a explicártelo de otro modo.

Colgó la llamada y dejó caer el celular contra la mesa con un golpe seco.

Martina estaba anonadada, y muy molesta también. No por el chico, el cual no podría importarle menos, sino por el atropello de Alejandro y la meada que, cual perro, acababa de echarle encima. Le golpeó el pecho con un dedo a la vez que abrió la boca para decirle lo que pensaba de su actitud. Pero él la sujetó de la muñeca y pegándola a su cuerpo, la acalló con un beso.

Estaba furioso. Los celos lo ahogaban, le quitaban la respiración. Todavía recordaba lo que ella le había dicho en ese maldito audio que le envió, y no soportaba la idea de que ese tipo le estuviese rondando. Sabía que no había actuado bien, que su comportamiento no solo fue inapropiado, sino tóxico, pero no pudo contenerse. Por eso, cuando vio venir la justa y merecida reprimenda, optó por responder de la única manera que sabía que ganaría.

—Sos mía —gruñó contra sus labios—. Y más le vale a cualquier otro hombre saberlo o los mataré con mis propias manos.

Martina jadeo cuando él volvió a apoderarse de su boca con férrea pasión. La autoridad y posesividad con la que había hablado, lejos de ahuyentarla, la excitó aún más y, por completo incapaz de resistirse, se entregó a él con absoluta rendición. Por supuesto que era suya. Siempre lo había sido.

Los dos respiraban agitados cuando se separaron. Alejandro le acarició el labio inferior con el pulgar, deleitándose al verlo inflamado a causa de su beso, y sonrió al sentirla temblar entre sus brazos. No solía comportarse como un cavernícola —aunque ganas de cargarla sobre su hombro y llevarla a la cama no le faltaban—, pero la sola idea de que alguien más la deseara lo desquiciaba sobremanera, y de algún modo, tuvo la necesidad de demostrar, más para sí mismo que para ella, que le pertenecía.

—Tengo que volver a configurar la cámara —anunció de golpe mientras se apartaba para buscar la notebook—. El viento la arrancó anoche, pero pude volver a conectarla.

—Está bien —respondió ella, aún atontada por aquel beso.

Por acto reflejo, agarró su celular y miró la pantalla. Enzo habría entendido el mensaje porque no volvió a llamar. Era lo mejor. Después de todo, no estaba interesada. Se apresuró a bloquear su número y luego, eliminó su chat. Lo que menos necesitaba en ese momento era que Alejandro leyera la conversación subida de tono que había tenido con él varias noches atrás.

Estaba por dejarlo en la mesa cuando este comenzó a vibrar en su mano. Número privado, indicaba la pantalla, tal cual la última vez. En silencio, aceptó la llamada y de inmediato, se escuchó por el altavoz el inconfundible sonido de una pesada respiración.

Alejandro regresó a su lado al tiempo que le indicaba con señas que no hablara. El desagradable ruido continuó durante unos segundos más hasta que la llamada se cortó. Pero volvió a sonar inmediatamente después, esta vez fue él quien respondió. Desactivando el parlante, lo llevó a su oreja. Algo en el tono bajo y entrecortado de su voz le indicaba que se trataba de un hombre, y quería escuchar con atención. Entonces, sorprendiéndolo, la persona habló, y todos los músculos de su cuerpo se tensaron al instante.

—No podrás protegerla siempre.

La llamada se cortó antes de que pudiera responderle.

Gruñó furioso, y estuvo a punto de arrojar el dispositivo contra la pared. No obstante, logró contenerse y volvió a dejarlo sobre la mesa.

—¿Qué pasó? ¿Dijo algo? —preguntó ella, alarmada al ver su reacción.

Pero él la ignoró, y tras buscar un contacto en su teléfono, sacó el que usaba para hablar con su informante y lo utilizó para llamar a dicho número. 

—Hola, Pablo, soy yo, Ale. Necesito pedirte un favor.

Martina se sorprendió al oír el nombre de su amigo de la adolescencia. Pablo Díaz era inspector de la Policía Federal al igual que ellos, pero trabajaba en una delegación de investigación en Misiones, más específicamente en la Triple Frontera. ¿Qué hacía llamándolo en ese momento? ¿Y por qué le pediría algo a él si contaba con su propio equipo en Buenos Aires?

Si bien su primer impulso fue llamar a sus hombres y pedirles que rastrearan la maldita llamada con la compañía de telefonía, recapacitó a tiempo. Confiaba en ellos con su vida, pero no podía saber si sus líneas estaban intervenidas, por lo que decidió, en su lugar, pedirle ayuda a Pablo. Su amigo era uno de los mejores detectives de la delegación en la que trabajaba y también quien había estado a su lado meses atrás durante el operativo en el que le salvaron la vida a Martina. Pese a que ya no se veían seguido, la amistad seguía intacta y sabía que estaría dispuesto a hacer lo que fuera por ella.

Más tranquilo después de que este le asegurara que se encargaría de todo, se giró para mirarla. Ella aguardaba a que él le explicara qué carajo estaba pasando, y si bien su necesidad de protegerla era imperiosa, sabía que tenía que contárselo. Al fin y al cabo, era policía también y sin duda, una muy inteligente. No podría engañarla, aunque quisiera.

------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de votar, comentar y recomendar.

Grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.

¡Hasta el próximo capítulo! ❤

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro