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Benimaru Shinmon

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εïз)No hay contenido +18.

εïз)¡Espero que les guste mucho!

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"La debilidad del melón".

Otra vez volvió a ocurrir. De nuevo el día se le había ido con rapidez en la asamblea que se llevó a cabo entre las cabezas de las brigadas especiales y para cuando volvió a su territorio, el sol ya se estaba poniendo. Por suerte, las calles seguían igual de concurridas por las personas, quienes no se cansaban de reír en voz alta y gritarse con aquella confianza que solo es infundida por una enorme amistad.

Benimaru tenía sus razones para repudiar a sus mayores y algunos compañeros, pero se veía obligado a acudir al llamamiento cuando Konro intervenía y le hablaba con franqueza. Al menos ya habían terminado, y por suerte podía estar entre los suyos, en las tierras donde se familiariza con la comodidad y su comunidad, que más parece una familia super enorme.

El joven de mirada curiosa puso un pie en las calles de Asakusa, un grupo de niños le recibió con sus risas, corriendo frente suyo. Se rascó la cabeza y con esa mirada llena de pereza, los siguió hasta que doblaron en un callejón. Se llegó a preguntar de dónde sacaban tanta energía esos niños, y mientras, una voz llamó su atención.

—¡Oh! ¡Beni, al fin vuelves! —dijo un hombre de edad avanzada, calvo y con un poco de peso de más.

El carnicero de esa calle justamente estaba cerrando su negocio, mas le causó una alegría enorme poderse encontrar con el comandante regresando de una junta. La noticia se esparció con facilidad entre la gente, y en ausencia del azabache, actuaron en equipo para cuidar de Asakusa.

No importaba la profesión de nadie, todos podían ayudar y unirse gracias a ese carisma que tenía el comandante Benimaru.

El mencionado asintió con la cabeza, formó una mueca y detuvo sus pasos.

—Sí —dijo. Benimaru se llevó uno de sus brazos dentro de sus ropas, como bien era su costumbre, adoptando esa posición tan relajada y atractiva.

El carnicero levantó su mano, con el índice bien arriba la sacudió un poco, como si una idea le hubiese llegado justo en ese momento.

—Muchas gracias por tu trabajo, Beni —inquirió entre risitas. Quienes pasaban por esa calle no dejaban perder una oportunidad para saludar al comandante de la séptima brigada especial, quien devolvía la atención o con una mueca, o con una mirada—. Mira, acabo de recordar que me sobró un poco de carne fresca. Dame unos minutos y te la puedo traer bien envuelta, ¿Sí? ¿Qué te parece?

"Otra vez, regalando la carne. Este viejo..." Pensó el joven, y negó con la cabeza.

—No, no es necesario que me des algo que puedes vender el día de mañana —le dijo con aquella frialdad que todos conocen pero que también es uno de sus atractivos.

Shinmon se disculpó haciendo una sutil reverencia, le deseó las buenas tardes al carnicero y se despidió de él. Camino a casa, la gente lo detenía de cuando en cuando, ofreciéndole parte de su comida o algún regalo, pero absolutamente a todos tuvo que negarse.

No era que odiara tales cosas del pueblo, pero prefería que se les diera el uso correcto entre ellos, en lugar de que algunas cosas fueran a parar a manos de esas dos pequeñas enanas traviesas.

Como Benimaru se lo imaginó, antes de llegar a las puertas del cuartel, justo frente al mismo y en un puesto de frutas, se encontró con la mujer que desde hacía medio año lo había enamorado. Su garganta se cerró cuando la encontró curiosa por un melón, mientras sus cabellos largos y castaños le recorrían la espalda como un río.

Ella todavía no lo había notado, por suerte. Sintió su rostro, casi siempre impasible, enrojecerse y tras regañarse mentalmente, recobró ese tono blancuzco de piel. Todavía no entendía cuáles eran las razones por las que esa chica lo dejaba en tal estado con solo aparecer frente suyo.

Su expresión volvió a la normalidad, aunque por dentro estaba perdiendo la lucha contra sus emociones. Benimaru tragó saliva y en lugar de entrar a casa, desvió su camino hasta ese puesto y se posó al lado de la joven, quien ni bien lo estudió de pies a cabeza, le sonrió con una genuina y extravagante hermosura que Shinmon se vio obligado a desviar la mirada.

—Beni-chan —dijo la jovencita con aquella voz que cala hasta el corazón del comandante. Pagó el dinero del melón y lo recibió en una bolsa—. Al fin vuelves.

Benimaru asintió, como si se notara la diferencia de edades que los separaban. Ella era mayor por unos dos o tres años, aunque no lo pareciera.

—Gracias por todo tu trabajo —dijo ella y esta vez estas palabras sí fueron bien tomadas por el azabache, quien intentó formular algo, pero sus labios no emitieron nada más allá de un gruñido.

La chica emitió una leve risita, sabía muy bien lo que le sucedía a su novio. Todavía le costaba un poco ser honesto.

—¡Ya sé! —dijo ella aferrándose al brazo de Shinmon, mientras lo dirigía a la entrada del cuartel—. Te ves cansado. Acabo de comprar un melón, ¿no quieres probarlo? Así de paso y si te portas bien, podría darte un masaje.

—Portarme bien... —gruñó, chasqueando los dientes siguiéndole el paso—. No te creas mucho por ser mayor. Es muy tonto.

—Uh... —respondió ella. Cruzaron el umbral y cerraron la puerta, siendo recibidos por tres pares de ojos—. ¿Me estas diciendo que no vas a querer un masaje? Ah, por mi está bien.

Benimaru sabía de sobra lo que significaba un masaje, no era eso lo que quiso decir. Se arrepintió al segundo siguiente, y ella sonrió victoriosa. Nuevamente Shinmon murió por las palabras de su boca y para cuando quiso aclararse fue muy tarde, dos niñas le estaban dando la bienvenida a su manera.

—Bienvenido a casa —dijeron al unísono para después evocar una expresión de rechazo al toparse con la castaña, la pareja de Benimaru—. ¿Qué hace esa cualquiera en casa? —volvieron a decir, como si lo tuvierna ensayado—. ¡Sácala a patadas, no la queremos!

—Qué groseras son —respondió Shinmon ladeando la cabeza.

—Aprendieron del mejor —detrás de las dos pequeñas apareció Konro, formando una corta reverencia a la pareja a la vez que tomando a las menores de los hombros—. Lo siento mucho. Joven maestro, no les hagan caso. Ya me las llevo. Buenas noches.

La noche había ya caído en el trascurso del tiempo. Konro desapareció con Hika y Hina a la fuerza, mientras Benimaru en compañía de la joven se internaban en una habitación, asegurándose de correr y cerrar muy bien la puerta.

—Esas niñas son groseras por tu culpa —dijo la mujer, terminando con el silencio que se formó después de que Shinmon tomara asiento en uno de los pequeños cojines que había en el suelo.

El azabache chasqueó nuevamente los dientes, se liberó de parte de su uniforme para después rascarse la nuca. Protestó a su manera, rodando esos ojos con un circulo y equis en ellos.

—No es cierto, mentirosa —dijo, bajando la mirada.

—Sí, sí... —atacó la chica, dejando el melón en una mesa—. Lo que tu digas. Una mentirosa ¿Qué más?

Benimaru inspiró hondo. Se distrajo tanto con sus pensamientos que no prestó tanta atención a la provocación de la castaña, y mucho menos a sus intenciones. Para cuando pudo volver en sí, ya la tenía sentada por sobre sus piernas cruzadas.

Con las piernas lo abrazó por la cadera, aferrándose a él e inspirando cierto nerviosismo en sus facciones y acciones. Shinmon se mantuvo callado, sentía el corazón salírsele por la garganta a causa de la corta proximidad que hizo real la castaña.

Ella sonrió, el sudó la gota gorda y se atrevió a atraparla por su cadera, la cual le pareció tan frágil, como si nunca la hubiese probado.

—Entonces, ¿Qué más soy para ti? —volvió a preguntar y Shinmon volvió a atreverse a guardar silencio—. Bien, sigues cansado. Te haré un masaje, pero piensa bien tu respuesta, quiero saber.

Y dicho esto, la mujer cumplió con su palabra comenzando a masajear los hombros del chico con fuerza, haciendo de las suyas para casi rozar sus labios y hacerlo sentir sediento.

Mientras tanto, Benimaru comenzó a sentirse acalorado cuanta más fuerza recibía a sus hombros y cuello. Estaba relajándose, pero ni bien lo hacía, pronto se tensaba a sentir ese aroma dulce a melón que emanaba de su novia. La provocación estaba siendo más que efectiva, y Shinmon pronto llegaría a su límite.

—¡Listo! —murmuró ella, con lentitud y la sensualidad palpable en su voz. Movió sus caderas por encima del regazo de su menor y éste reaccionó con un delicado jadeo—. Entonces, ¿cuál es tu respuesta?

Toda la atención se centró en los ojos de Shinmon, los cuales se encendieron y el silencio se murió de ansias esperando su voz llegar de golpe.

De pronto la atrapó en un abrazo dominante, ella ahogó un grito de sorpresa. Shinmon le besó el cuello, atacó también sus labios en un beso húmedo y atrevido, con un tinte de egoísmo y necesidad donde sus lenguas se encontraron.

Ella le hundió la mano en su cabellera oscura y él terminó el beso no sin antes morderle su labio inferior con poca fuerza.

—Mi debilidad, mujer.

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