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Capítulo 6: Cuántas veces dije "sí" queriendo decir "no".


Si los tenía bloqueados era por algo, ojetes.

La primaria, secundaria y ahora prepa eran la misma chiva pero revolcada: memes con mi cara, apodos raros y gente que juraba éramos amigos.

Estocolmo.

Las personas funcionales por lo regular vivían sus vidas, eso, viven sin cuestionar o preguntarse si se merecen el hecho de estar vivos. Otros llegan a pensar si acaso lo que se merecen es la muerte, ya sea bajo el contexto de merecer un castigo o un regalo de escape.

Merecer, ¿acaso todos nacíamos con ciertas características que nos hagan merecedores de algo en específico? ¿Uno valía más que el otro? ¿Teníamos el derecho de intimidar?

Yo tenía estos pensamientos con el amor que recibía, no me sentía digno o siquiera atraído por aquellos que decían quererme. Era frustrante ver cómo alguien que me profesaba cariño, del tipo que fuera incluyendo familiar, se iba eliminando de mi cabeza hasta ser desagradable. Me odié aún más cuando descubrí que empatizaba con quienes me odiaban.

Cuando fui nombrado síndrome de Estocolmo, aprendí a sobrellevarlo gracias a mi padre que lo padeció, pero sobre todo por mi hermano, quien solo se limitaba a gritarme o hacer chistes hirientes sobre mí.

Pero él no sabía cuánto le observaba, la forma en que sus chistes hacia mí se redujeron con el tiempo, y cómo su forma atrevida de enfrentar el mundo me hizo comenzar a vivir y dejar de cuestionarme si merecía cariño.

Por eso cuando se marchó, no supe si lloraba porque le amaba, o si solo era mi síndrome llorando por él. Entonces el odio volvió, junto a la duda, una pequeña duda capaz de hacerme sufrir cada vez que volvía a mi cabeza:

El no ser merecedor de amor, solo violencia; amar lo que me lastima.

—I mean, solo te dan 30 minutos para responder las lecturas. ¿Por qué es tan poco? ¿No pueden dar media hora? —Se frustró un estudiante a mi costado, avanzando tan rápido que casi golpeó la mochila en mi hombro.

Eso es media hora, qué loco, ¿no?

Savant era re LGBT+, déjenme explico este fenómeno: ser bueno en inglés equivale a formar parte de la comunidad. Era un mal chiste, como lo que decían sobre las escuelas religiosas de las que sales siendo de todo menos creyente, hasta traficante de drogas. O la creencia de que en L.A. los alumnos eran buenos usando navajas, de eso no tenía duda.

Mi punto es, siempre había un prejuicio o cierta imagen que no podías cambiar de algunas cosas. Color de piel, belleza, estudios, lugar de origen... enfermedad, trastorno o síndrome. Cuando decían que tus privilegios dependían de tu padecimiento, no era una mentira, por ende tu vida se veía afectada por ello y hasta tu personalidad, era inevitable que se volviera parte de ti.

Eso y el privilegio de ser lindo. Hipocondríaco entraba en esa categoría.

Yo era parte de los memes de Savant. No solían hacerme bullying en esta institución, la gente no me temía pero tampoco buscaban conversar conmigo, era mejor guardar distancia de alguien a quien le podías afectar emocionalmente con solo hacer una mala elección de palabras o acciones. Parece que era tradición familiar alejar a las personas.

Una corrección, no eran memes, lo digo porque me daban risa algunos, pero se trataba mas de imágenes que veía pegadas ocasionalmente en los pasillos.

Como esta.

Mis ojos se centraron en la pared.

Acomodé el cubrebocas. Agradecía la existencia de ese pedazo de tela para no ser consiente de la sonrisa poco expresiva que puse; no me daba risa verme entre esas imágenes.

Yo, comiendo mi almuerzo a solas en el jardín trasero solo porque me salté una clase. Me veía feliz echándole un poco de catsup y unas papitas a la torta de jamón; creo que jamás me había visto con una sonrisa más grande que en esa foto.

—"Uno aprende a ser feliz con cosas simples, chingándose un pan para volver a estudiar por un buen futuro. No olvides quién eres, siempre humilde" —leí la imagen entre murmullos.

No mamen, solo me estaba comiendo un bolillo.

Caminé cabizbaja, esperando pasar desapercibido. Entre menos personas me hablaran mejor, o en general que no me tomaran fotos. Me sentía maquillado de payaso al caminar por los pasillos, algo que cuando la gente observaba se reía o solo murmuraban, incluso haciéndome dudar de si llevaba algo en la cara.

Apresuré mis pasos cuando vi a más alumnos abandonando sus salones. Me quité la credencial y pasé el código por la puerta de la enfermería. Adentro no había nadie, ni los miembros del supuesto club de enfermeros donde solo apoyábamos a la médico.

El interior tenía las luces apagadas y las persianas abajo. Dejé mi mochila junto a la mesa del centro donde se acumulaban recibos, arrojé mi celular a la camilla y me puse de rodillas para no pisarla.

Ya debe estar llegando.

Se extendieron los rayos de luz al levantar las persianas, un destello veloz que me cegó por unos segundos. Extendí las manos para cubrir un poco su intensidad, pero di un brinco al ver el uniforme azul al otro lado de la ventana.

—Te tardaste, creí que me verían —habló entre grandes bocanadas de aire. Se quitó la capucha y me miró desesperado indicando que le abriera.

—Me asustaste —solté, apretando los párpados. Me hizo señas urgentes—. Sí, sí, ya.

Tan pronto levanté los cristales, Tourette pegó un brinco al interior, junto a una patada para apartarme del lugar donde iba a meterse. Lancé varios golpes para gritarle que se calmara, ambos teníamos una fuerza similar así que solo nos golpeamos en la camilla hasta que él cayó al suelo.

—IMBÉCIL, TODAVÍA QUE TE HAGO EL FAVOR.

—LO HACES POR LA PRESIDENTE MARFAN, DÉJATE DE MAMADAS —grité, lanzando otra patada al suelo para que no se levantara pronto.

—¿YO? YO NUNCA... —El chico de piel oscura se paniqueó.

Me arrojé al piso de igual forma para evitar que se siguiera restregando. Pedí que solo se quitara el uniforme de L.A, a lo que reaccionó rápido y comenzó a quitárselo, entre algunos gruñidos y sacudidas de cabeza. Me aseguré de que no estuviera dañado cuando lo devolvió a mis manos.

—No deberías prestarlo tan fácilmente. —Me regañó, vistiéndose en una esquina con el uniforme rojo.

—Sí, sí —suspiré, volviendo la vista a la tela para doblarlo.

El uniforme de mi hermano mayor, azul con amarillo que rogué por conservar. Me frustraba no ser una enfermedad o un trastorno, de ser así pude haber asistido a L.A, pero mis padres optaron porque fuera a la academia de síndromes. A mí no me importaban cosas como las posiciones sociales, yo solo deseaba ir al mismo lugar que él.

Era irracional que nos lleváramos mal solo por lo que se nos asignó al cumplir 10 años. Tourette estaba de acuerdo conmigo, su síndrome le hacía tener movimientos incontrolables y producir sonidos no intencionales que causaban cierto rechazo, pero no era del tipo que haría algo al respecto, no le importaba ni un sector ni otro.

Yo solo buscaba que la relación no fuera tan mala.

Quizás mi egoísmo de sentirme atraído hacia los trastornos y enfermedades, pero también ver el reflejo del odio que otros se profesaban fue lo que me hizo tomar esa decisión. Quería evitar que los alumnos de L.A. arruinaran el PLJ, pero no solo ellos, también los de Savant.

—¿Has pensado en lo que pasaría si dejaran el prejuicio y se reorganizara la pirámide socioeconómica? —Cuestionó, arrojándome una bolsa de plástico que se encontraba en los anaqueles.

La sostuve sin voltear a verlo y comencé a meter el uniforme. Era mejor llevarlo con protección dentro la mochila, aprendí por las malas que si me distraía cualquier persona podía vaciarle un bote de leche o cualquier cosa solo para joderme.

Aunque una vez se batió mi yogurt con cereal. Me deprimió.

—¿No crees que sería contraproducente? Seré sincero, Est, tu país funciona gracias a sus posturas. —Agregó, encaminándose a mí con su mochila en el hombro, esperando para salir del club.

—¿Por qué parece que defiendes esas cosas horribles? —Inquirí, tratando de no sonar molesto, solo buscando una respuesta coherente que no me hiciera dudar de que es un buen chico.

Nos miramos de cerca, él tenía ojos de cazador, su color de piel era muchísimo más oscuro que el mío pero su cabello era de un lacio antinatural. Venía del sur del continente, un territorio cercano al nuestro, pero con un abismo de diferencias culturales. Salió de su país porque ya no había allí posibilidad de sobrevivir por la falta de recursos, y las enfermedades bacterianas se salieron de control.

Solía ser un sitio perfecto para jubilarse, ahora solo se sabía de guerras internas y manifestaciones. Nuestro país les cerró las fronteras hace poco tras verlos migrar a los países que tenían más cerca, él logró llegar acá porque se había naturalizado años antes.

—La razón por la que funciona es porque hay una minoría que debe ser apartada, darle kilómetros de tierra a unos y apenas unos metros a otros; como ustedes viviendo en la ciudad y las condiciones bacterianas en las afueras, son así también al asignar medicamentos, unos reciben más otros menos —explicó con calma, removiendo sus pies para dejarme libre el paso y que camináramos juntos hasta el pasillo—. Es el prejuicio lo que promueve esto, sí, pero también tiene beneficios. Y gracias a que unos tienen miedo de contagiarse y otros incapaces de soportar el rechazo, se resignan a no querer cambiar esto.

—¿Es tu punto de vista? Acá se habla de que se mejoró el sistema educativo y eso ayuda a mantener la economía, al ser menos gente ignorante y más atenta a problemas de salud, no se apoyan empresas que exploten los recursos, se promueve el consumo de productos locales, se preserva la cultura y también se evita la delincuencia por...

—Los delincuentes están, rrr, en el gobierno —se rió, apoyando una mano en mi hombro, sus dedos se movían involuntariamente—. Eres una buena persona, pero te juro que no se llega a buenos resultados solo con buenas manos.

Sabía que aunque pareciera una ciudad tranquila, un estado silencioso y un país en armonía, era todo menos eso. Muchísimas cosas ocurrían simultáneamente en cada rincón, alguien estaba siendo golpeado, uno obtenía el cuadro de honor, la venta de drogas influía en la economía y seguro estaban haciendo una frase motivacional con mi cara.

Pero no era del tipo que se abrumaba pensando que no podía hacer nada al respecto, lo aceptaba, pero cambiar mi pequeño entorno solo porque quería llevar una rutina más amena no me parecía una decisión tonta.

—Quiero que mi último año sea bueno, y que otros los disfruten también, Marfan y otros estudiantes de Savant quieren participar en el PLJ y seguro en L.A hay personas así, ¿comprendes? —Suspiré, tratando de que no insistiera en rendirnos.

—Wey, las palabras son tan esperanzadoras pero las dices con una cara de culo que es impresionante.

Lo miré de reojo, asustándole. Mi familia tenía mirada algo intimidante así que no podía evitar que se me percibiera así. Dijo que no le mirara feo, yo me sentí feo.

Caminamos junto a los carteles con mi rostro y también los de él, solo echándoles una vaga mirada para después mirarnos mutuamente. Sacamos los audífonos al mismo tiempo y no continuamos charlando entre nosotros, solo presenciando el caminar del resto de alumnos que por los uniformes parecían cuervos ensangrentados esperando devorar a quien chocara con ellos.

Miradas amenazantes, conversaciones en inglés, en las esquinas alguien bailando para Tik Tok, y muchos cabellos teñidos como si esto fuera una feria de pollitos de colores.

Al detenerme en el club arranqué el papel con terrible letra que trataba de minimizar a las condiciones del interior con una sola palabra:

Malformados.

—What the F, no sabía que había morenos aq...

Tourette arrojó su mochila al rubio que caminó detrás de nosotros. Cerré los ojos porque sabía que el pasillo se volvería una guerra campal, otra vez. Solo recuerdo haberme quitado el saco.

• • •

Desde hace unos años no me dejaba intimidar por nadie. Me uní al club de atletismo, disfrutaba correr y en ocasiones hacer salto de altura.

Hice un trato con mi cuerpo, yo lo entrenaría, él se mantendría saludable y con la fuerza suficiente para poder defenderse, siempre priorizando el peso ligero para no afectar mi velocidad.

Me di cuenta de que me gustaba correr poco antes de graduarme de la secundaria. Allí conocí también a Hipocondríaco.

Dedicarle mis memorias a alguien como Hipocondríaco resultaría en un desperdicio, no lo digo con afán de ofenderle, sino librarle de la bazofia de ideas que surgieron en mí y de las que no tendría que hacerse responsable. Seguro estaría aliviado.

Él preferiría algo como: Para Hipo, con rencor.

Lo que más amaba de la secundaria era no usar uniforme, lo único que amaba en realidad. Mi primer año transcurrió sin gracia, en segundo una persona le hizo competencia a mi amor de no usar uniformes, y fue él. Me maldigo cada día de solo pensarlo, putas hormonas de satanás.

Se había organizado un evento deportivo por parte del instituto al comienzo del semestre, yo ayudé con el papeleo en el consejo y se me otorgaron los alimentos del día para consumir allí, sin poder salir del salón. Me dije que podía soportarlo ya que me dieron gelatina, un raspado y palomitas.

Cuando Hipocondríaco entró para dejar unos papeles, mientras llevaba en su otra mano un raspado, recuerdo haberme atragantado con una semilla de maíz. Tosí tan fuerte que sentí se me saldrían los mocos, por eso aparté la mirada con prisa y me aseguré de no se me había salido nada.

Dios, de qué clase o grado es esta persona.

Dicen que cuando conoces a quizás el amor de tu vida se te retuercen los intestinos, como si algo te gritara VE Y CÁSATE. Tras años de meditar en ello, definitivamente no se trata de eso, sino de una reacción superficial al ver a alguien de buena apariencia y pensar que es uno de tus muchos posibles amores predestinados. Fue mi culpa haber sido superficial, pero incluso verlo mirar confundido me quitó el aire unos segundos.

—¿No se encuentra aquí el consejero? —Murmuró hacia la nada, no supe si me hablaba a mí así que no le respondí.

AGH, ERES EL ÚNICO AQUÍ, QUÉ DICES.

Inclinó el raspado en su mano, miró al suelo unos segundos y mantuvo la calma como si no tuviese nada más que hacer o no le interesara terminar para ver el partido. Supe por sus zapatos que era un año menor, pero era más alto que el promedio, llevaba una gorra colgando de su mochila y parte de su playera oscura metida en el pantalón.

—Me sentaré —agregó, desviando la vista hacia una de las sillas libres. No me miró, yo aparté el rostro pues sus ojos negros harían que me ahogara otra vez.

Dos, ya perdiste dos oportunidades de responderle.

Los alimentos que me dieron estaban en una charola enorme, me cubrían la vista de su perfil. Solo alcanzaba a ver su raspado sobre la mesa de centro; no lo bebió, supuse miraba por la ventana el momento donde el sol era dorado.

Tomé la charola azul e intenté meterla en uno de los soportes de la mesa donde yo tenía los papeles. Se supone estaban fabricados a la medida para que entraran las charolas de comida.

Uh... —Apliqué más fuerza, sintiendo la charola rebotar.

Estiré mis manos para sostener el bote de palomitas que se tambaleó pero no pude evitar que se cayera la mitad del contenido. Supe que el chico volteó al ver el desastre, no quise levantar la cara. Me apresuré a dejar el bote de palomitas en la charola y volver a acomodarlo en el soporte.

Solo acomodo esto y recojo lo que tiré.

—Sí, sí. —Me alenté, presionando con nervios hasta que volvió a rebotar.

Las palomitas terminaron de caerse. Suspiré y sonreí, evitando la frustración y vergüenza.

—¿Qué pasa? —El estudiante habló, observándome de reojo, después, con sutileza miró la escena del crimen.

—Es que, esto como que no entra, no sé si está mal hecho el soporte o es más grande la charola de lo normal —expliqué en bajo tono, arrastrando la charola al frente para que él la observara. Asintió, diciéndome que tal vez había un problema con la charola, su confirmación hizo que hablara con más seguridad como si de un amigo se tratase—. ¿Verdad que sí? Mira, es que la intento meter y observa cómo esta madre...

Rebotó más pronto de lo que esperé. Mi raspado y gelatina cayeron junto a las palomitas, volviéndose un pequeño estanque pegajoso que casi empapó sus zapatos.

—No esperaba este efecto —comenté, volviendo a sonreír para no pensar. No pensar en nada.

—Pff.

Lo miré fijamente tras escuchar ese sonido. No parecía haberlo producido, pero entre más lo miraba no pudo contestar y lo repitió con disimulo, se estaba riendo, muy discreto.

—Se te cayó tres veces, literal.

—Eso parece, sí, sí.

—Puedes beber este, no me gusta —me extendió su raspado, a medio derretir pero sin haberle hecho ni un sorbo—. Solo, no lo tires, ¿ok? Sería muy deprimente una cuarta vez.

Alavergaaaa.

—¿No lo quieres? —Quedó con la mano colgada esperando que lo tomara.

—Sí, gracias, qué lindo eres. —Se lo recibí, sonriendo como bobo. Lo lindo de no entrar en el estándar de belleza era que podías decirle cumplidos a los guapos y ellos lo tomarían como algo del montón.

—Nah, it's ok, perdóname a mí, se te cayó porque...

—¿Qué cosa? —Ya no supe de qué hablaba. Negó con la cabeza y dijo que no era nada, después de eso solo me pidió vigilar que los papeles llegaran al consejero y se retiró.

Los días después de ese encuentro se resumían en yo pidiendo permisos para ir al baño, cosa que no iba a hacer, sino que daba la vuelta por las máquinas dispensadoras para comprar alguna botana y caminar cerca de los salones con la esperanza de ver a mi crush.

Me parecía alguien que cambiaba rápido de humor, si yo pasaba por la mañana él estaba somnoliento, por la tarde estaba rodando los ojos y escupiéndole a su compañero de pupitre, y en la salida de la escuela caminaba con su compañero a carcajadas. Era cool a mi vista, pero en realidad era como cualquier estudiante que pasa el rato con sus amigos.

No tardó mucho para que yo me hiciera presente.

—Tráeme un jugo, de manzana —ordenó, tomando del cuello a un tal Ex, su compañero.

—Tengo orejas de pescado —le sonrió el otro, dejando que le sacudiera sin quitar la mirada burlona y estirar los brazos como trucha.

—TIRASTE EL QUE ME IBA A BEBER, IMBÉCIL.

Revisé mi reloj de bolsillo, tenía 3 minutos antes de que comenzara mi clase, y otros 5 minutos de tolerancia. Salí corriendo en búsqueda de una máquina dispensadora, rogando que cuando volviera él siguiera en los pasillos intentando asesinar al tipo con complejo de pescado.

Compré el jugo y corrí entre pasillos, urgido por encontrarlo. Escuché su voz, me guié hasta uno de los salones de su equipo en el que estaba entrando. No recuerdo la expresión que puso ya que no pude verlo a los ojos por los nervios, solo bajé la cabeza al decir:

—Toma, espero te guste. Si quieres algo más, puedo traértelo, mi clase aún no empieza —balbucí, sentí que mi cerebro entraba en pánico cuando rozó mi mano para tomar la bebida—. Es por el raspado.

—Am, ¿gracias?

Las cosas que le regalaba fueron incrementando, desde pequeños caramelos hasta cosas que yo compraba un día antes. Quería aprender sus gustos, mi madre siempre me crió para ser alguien atento con los demás, hacía eso también con mis hermanos pero mi enfoque con Hipocondríaco era distinto. Solo me gustaba, pero me daba nervios cruzar miradas, perder el valor.

Meses después, durante una clase de Educación Física mixta, nos pidieron escoger a alguien para estiramientos en pareja. Vi a su compañero lejos, peleando con el profesor, por lo que supuse Hipo estaba libre. Me aproximé con el costal de pelotas de práctica en mi espalda.

Las pelotas debía dejarlas con el profe, pero ya fue.

Él caminaba con pasos lentos hacia la sombra, seguro yo era el único viéndole, parecía no querer ser atrapado. Su amigo le gritó, corriendo en la misma dirección, por lo que aceleré mis pasos y tartamudeé al dirigirle la palabra.

—Hi-Hipo, ¿quieres pract...?

Su mano tiró del cuello de mi playera, hacia atrás, haciéndome tropezar sobre el costal. Mi rodilla se golpeó con las pequeñas rocas del suelo, mi tobillo ardió pero no tanto como mis manos al detener el impacto.

No debí acercarme de golpe, seguro me confundió con alguien más.

Hipo me miró por el rabillo del ojo, como si no me hubiese jalado hacia atrás.

—Estoy bien, no te preocupes —me reí, sacudiendo mis manos—. Perdón por asustarte... solo quería saber si quisieras...

Su amigo detrás de mí me cubrió del sol, volviéndome parte de la sombra donde él estaba. Se sintió el frío de la mañana, tan repentino.

Hipo se agachó. Estiré la mano para tener su ayuda, pero no intentó levantarme, sino que susurró a mi oído. Pensé que me pondría colorado.

—Te quiero a dos hectáreas lejos de mí, ¿puedes hacerlo?

El frío que sentía ya no era producto de la mañana, como si sumergieran mi pecho en hielo con agua. El estómago me dolió. No supe si le molestaba que estuviera cerca o solo estaba pasando un mal rato, era Hipocondríaco, quizás tuvo una crisis o adoptó algún padecimiento.

—No quisieras lastimarte, ¿verdad? —Dejó caer su mano en mi hombro, dando una palmada antes de retirarse.

Sí, es eso, él ha de estar sufriendo al ser hipocondríaco.

En mi último año, aún me desvelaba cada noche tratando de justificar sus acciones. Una parte de mí se veía forzado a querer entenderlo, y me negaba a aceptar que era producto de mi síndrome el empatizar con él, aunque claramente lo era. Yo no podía evitar querer apoyarlo.

Pero mis otros sentimientos, el de ser alguien enamorado, se hirió tanto hasta volverse un profundo rencor. No podía comprender en ocasiones cómo le veía sentido a recibir pelotazos en la cara, sin quejarme, sin rechistar, igual que cuando mi hermano mayor se burlaba de mi cara o me daba manotazos por diversión.

La diferencia con mi hermano es que sabía él se portaba así sin pensar en hacerme daño, Hipo por su parte, me odiaba.

Lo peor era hacer equipo durante las clases.

—Mantén la pelota aquí —pidió Hipo, arrojándola contra mi nariz.

Sostuve con ambas manos la pelota en mi rostro, siguiendo sus órdenes. La devolví, ésta volvió a mi rostro de inmediato, no me acostumbraba a tener las manos en esa posición.

—¿Tienes algo mal en tu cerebro? Te digo que la mantengas en ese ángulo, no quiero ver tu puta cara.

Recibía una que otra patada si no me daba cuenta de que caminábamos en el mismo pasillo. Su única petición era que estuviera lejos, tanto que él no pudiese ni oír mi voz, pero era inevitable cuando estudiábamos en el mismo instituto. Incluso si me observaba por la ventana barriendo el jardín, recibiría maldiciones y gritos.

—¿NO ENTIENDES QUE TE ALEJES? —Su grito me asustó, haciéndome soltar la garra con la que recogía hojas.

—DIOS, LÁRGATE, YA TE LO PIDIÓ MIL VECES —su amigo se unía de vez en cuando.

—Voy a bajar, tienes cinco antes de que te rompa una mano.

¿Y yo? YO NO QUERÍA ENCONTRARTE A TI.

—Perdón, ya me retiro... —Intenté entenderlo, apartándome de su vista.

Intenté, intenté, lo intenté tanto que comencé a vivir con la guardia arriba esperando no topármelo. Y no lo denuncié porque las cosas serían más difíciles para él, ni me quejé de las heridas que me hacía al tropezar o lo mal que me sentía al recibir desprecio de quien me gustaba.

Mi hermano falleció antes de mi graduación. Recuerdo a mi tía llamarme, rogándome que me contactara con mis padres de inmediato o con alguien que supiera qué hacer ya que ellos no respondían las llamadas, tenían miedo de suponer de qué se trataba.

Creí que estaba aliviado, él no sufriría ya por su cáncer, mi padre no querría comer por unos días pero eventualmente se recuperaría. Todos estaríamos bien. ¿No era solo el sentir alivio por mi síndrome? Quizás la idea de que lo extrañaría por quien era, y no por el trato que tenía conmigo.

En clases todo fue tranquilo. Yo estaba bien, pensando que las cosas resultarían mejor.

Cuando sentí el golpe a mi espalda, y la voz de Hipo resonó, seguro un Dios lunático se estaba carcajeando al ver hasta dónde llegó mi paz mental, mi alivio momentáneo. Yo no estaba afrontando bien la muerte.

Golpeé hasta que me cansé, con mis puños llenos de sangre. Mi cerebro no soportaba la idea de ver su lindo rostro, y al no comprenderlo solo quería desaparecerlo. El compañero de Hipocondríaco estaba siendo retenido por otros compañeros junto a sus gritos pidiéndome que parara.

—YO LO EMPUJÉ, ÉL NO QUERÍA CHOCAR CONTIGO, ASÍ QUE YA DEJA ESA CHINGADERA DE GOLPEARLO.

No sabría decir cómo me libré de la denuncia que querían meter sus padres. Hubo una junta a la que no asistí, mis papás solo me dieron un abrazo y pidieron disculpas por no haberse dado cuenta de la situación, pero estaban más sumidos en su propio duelo. Yo no estaba al tanto de a qué resultado se llegó en el consejo.

Me cambiarían de escuela, me graduaría en otra parte. Pero me sentía fatal de haber malinterpretado su intención al chocar conmigo, también me decía que no debía sentirme así pues él había comenzado esto.

Pero tal vez sufrió consecuencias que no me han dicho. O yo malinterpreté todo. Me confundí y él no quería portarse así. Él no era así, lo sabía.

Pasé por su salón, con la mochila llena de las cosas que recogí para abandonar el sitio. Mis padres esperaban con la camioneta en la lluvia, sin saber que yo me encontraría aún con él.

Estaba limpiando la pizarra, sumido en silencio, tenía compañeros en el salón que estaban sentados en la última fila. No le presté atención a ese grupo, me miraban con extraño pero me armé de valor solo para pedir disculpas públicas.

—Voy a cambiarme de escuela, pero lo lamento, no sé si recuerdes cómo chocaste conmigo pero no era mi intención...

Continuó limpiando la tiza. Sus brazos eran largos así que parecía fácil alcanzar cada mancha blanca. Yo llevaba mi bote de benzodiacepinas, un fármaco sedante que debía entregarles a mis padres para que fuera recibido en el nuevo instituto, a quienes organizarían mi medicamento junto a antidepresivos para asignar en momentos vitales.

No tenía la fuerza para ver a Hipo sin que me influenciara mi trastorno. Por eso llené de pastillas mi palma durante el silencio, me las pasé sin agua por la boca. Nadie dijo nada, ni los pocos alumnos o él.

—Mira, estoy medicado, quizás te molestaba mi actitud pero estoy siendo sincero, no me acercaba a ti por nada más, solo nos topábamos accidentalmente. —Hice un revoltijo de mis palabras, no era claro lo que quería decirle pero rogaba no se malinterpretara mi síndrome con la empatía que le tenía; aunque yo me engañaba a mí mismo—, yo... perdón, te quiero. En realidad, me gustas mucho y me siento mal por esto.

No, quieres decirle que odias esta situación. ¿No tomé suficientes pastillas? ¿Para qué demonios son estas cosas?

Mi confesión logró que me mirara, sin quitar la mano de la pizarra aunque ya estaba por completo limpia. Su piel era bastante blanca, y a contraluz podría confundirlo con un maniquí aterrador. Decepción, dolor, enojo, expresaba tanto su mirada pero nada al mismo tiempo; no supe qué cruzaba por su mente.

—Lo siento, no quería incomodarte. En realidad me gustabas antes, cuando nos conocimos, sé que es bastante tonto pensando en que después nos llevaríamos de esta forma. Es como si tuviera le necesidad de decirlo, pero lamento decirlo así. Perdón, y perdón por disculparme tanto. Yo...

—Me das asco.

Sacudió de sus manos la tiza blanca. Dio media vuelta para recoger la mochila de su pupitre y guardar sus libros.

—No soporto cómo me miras y acorralas, detesto que seas así. Pero así eres, ¿no, Estocolmo? Egoísta, sin darte cuenta de lo mucho que me incomodaste estos dos años.

Los afectos secundarios de las benzodiacepinas incluían somnolencia, mareos, debilidad, incluso dependencia de la sustancia. Solté el resto de pastillas y solo me limité a observarlo, no supe si él se tambaleaba, mis ojos o mis piernas.

—¿Siquiera me estás escuchando?

La lluvia que golpeaba en la ventana me nubló la vista. No, mis ojos estaban llorando pero ni un quejido se articulaba en mi boca.

—Te tengo asco. Si desapareces, sería mejor para mí, así que gradúate donde quieras graduarte, pero no me cuentes tus planes.

—Comprendo, ¿eso sentías? —Mascullé, llevando una mano al pecho para lidiar con la taquicardia. Me atreví a mirarle a los ojos, incluso su expresión era borrosa por las lágrimas—. Sí, está bien...

No, no, quisiste decir que no. No.

—Solo púdrete.

—Perdón.

NO TE DISCULPES.

Me aferré a la mochila. Allí descubrí mi amor por correr, con tantas pastillas en mi sistema que ya no había vuelta atrás. Con mis propias manos tratando de sostener mi acelerado corazón, y mis oídos ignorando el pitido del carro de mis padres, quienes al verme salir corriendo de la escuela no reaccionaron en seguirme de inmediato.

La lluvia volvió resbalosa la avenida, podía ver mi piel debajo de la playera húmeda. Ya no estaba llorando, dejé de hacerlo cuando corría entre los pasillos, ahora con la lluvia solo pensaba en el dolor de cabeza y mi consciencia gritándome que estaba en una situación emergente.

El cielo y las calles azules, el puente donde crucé, los vehículos pitándome. Entre más caminaba más helado se volvía, como adentrarme en un espacio donde no había ningún ser viviente que brindara calor, el aire que escupía se volvía vapor. Tan empapado que no creería estar fuera del agua.

Quiero cambiar esto, quiero ser normal como los demás. Nada de esto está bien.

Unos extraños dijeron verme vomitando, otros que me desmayé.

Recuerdo a una señora arrastrarme de los brazos y tratar de sostener mi cabeza. Es irónico que sean tan vividas sus palabras:

—Apenas te conozco y ya te vas, wero.

Me dijo wero, por eso lo recuerdo. En mi vida me habían dicho wero.

De una u otra forma terminé en el hospital, donde me hicieron un lavado de estómago y se investigó a mis padres por negligencia. Los médicos y el juez consiguieron que mis padres abandonaran su duelo y volvieran a centrarse en los hijos que tenían.

Para Hipocondríaco, aquel que mancilló mi cerebro con los recuerdos. Jamás dejé de sentir culpa, pero, ¿colaborar con él en contra de mis deseos? No, mi síndrome estaba más enfocado en otras perdidas que tuve.

Pero él quería arruinar otro evento importante de mi vida, eso no lo permitiría. Supe que llevaba meses intentando que L.A. y Savant no resolvieran su enemistad, fue fácil saber que estaba detrás de todo pues pasé dos años distinguiendo hasta su respiración para evitar aparecerme en su vista.

Metieron a un zorrillo a los jardines de Savant hace dos meses, vi sus manos entre los árboles y la voz de su amigo de la secundaria, planeaban que el animal nos atacara durante una reunión al aire libre. Yo perseguí a ese zorrillo y fui el único que necesitó tomar una ducha de tres horas con lava trastes entre otras sustancias.

¿Intentar robar una estatua hace pocos días? Me cree idiota. Pero le aplaudo el haber conseguido que le desbloqueara. Su mensaje pidiéndome un favor urgente junto a una reunión haría que intervenir en su siguiente plan fuera más fácil para mí.

Observé la pantalla y su foto de perfil, el mismo rostro, cada día más cara de culo. Me eché en la cama antes de responder al mensaje.

• • •

LO MALO DE SER BUENO ES LA CANCIÓN PERFECTA PARA ESTOCOLMO.

Estocolmo e Hipocondríaco acabaron TERRIBLEMENTE MAL, razón por la que Hipo estaba enchilado con Ex por haber aceptado la ayuda del otro cuando se cayó de la ventana. ¿Teorías al respecto?

¿Opiniones sobre Estocolmo? Su hermano Cán nunca imaginó que le generaría inseguridades con sus comentarios o actitud pasiva-agresivo, ay.

¿Comentarios del día? ¿Qué tal la vida?

Este capítulo podría dividirse en dos, pero como no quiero hacer más ilustraciones se quedará en uno GAHSHA. PERO ILUSTRÉ A EST:

La genética de su familia es impresionante, me gusta muchísimo. Aunque no puedo traerles ilustraciones terminadas. :(

Esta es una ilustración más grande pero como tampoco la tengo terminada solo les muestro a Estocolmo de 15 años. Usaba el cabello súper corto, qué bueno que lo dejó crecer GAHHAA.


NOS LEEMOS PRONTO. <3

~MMIvens.

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