
Capítulo 37: Debería ser yo.
Comencé a observar el cielo, que se aborregaba al amanecer, con el color de un incendio que se volvía azul.
Solo caminé debajo de ese cielo, viendo los árboles que no parecían ser los mismos, ni el aire que respiraba se sentía igual.
Ex le llamó "Los ojos del amor.".
Qué perro más estúpido era Exin.
Hipocondríaco.
Consideraba que había muy poco tiempo para cualquier cosa, desde disfrutar mis pasatiempos hasta ejercitarme, como muchos insistían que hiciera.
No, literalmente no tenía tiempo para nada. Dormir era una necesidad básica, pero apenas pegaba el ojo cuando ya debía estar despertando para llegar temprano a la escuela. Los fines de semana últimamente me servían para descansar, y el resto me sentía prisionero del PLJ.
Literalmente, era un esclavo del tiempo. De todas formas, me imponía al mismo con algo tan simple como llevar un itinerario.
Pensé que no tenía tiempo para meter nada más.
—Y aún así hago tiempo para ver a Estocolmo. —Balbucí, sentándome en la banca frente a la entrada de la plaza.
Me encogí hasta sumergir mi barbilla en la chaqueta. Esperé unos minutos a Albin, con quien quedé de verme temprano para hacer unas compras, después poder seguir con mis planes del día. Él por suerte no me hizo demorar.
Llevaba prendas más llamativas de lo normal, pero no era eso lo que me sorprendió, ni su maquillaje que consistía de tonos blancos que hacían destacar más sus pecas. Extendí mi mano para asegurarme de estaba viendo bien y no era solo el cansancio en mis ojos.
Albin no llevaba peluca, solo su cabello alaciado, casi como si intentara recrear la forma de mi cabello.
—¿Vienes ya? —Me ayudó a ponerme de pie.
—¿Está seg...? —Me callé al ver su sonrisa ingenua, tratando de ser ajeno al comentario que casi se escapaba de mis labios—. Te ves bien.
—Lo sé, tonto. —Lanzó una palmada a mi brazo, antes de impulsarme al interior.
Las miradas le siguieron todo el camino dentro de la plaza. Se aferró a mi brazo, mientras hablaba despreocupado de las cosas que quería comprar: calcetines, abrigos para cuando bajase la temperatura, algunos accesorios y unas historietas que le gustaban.
Me haría escoger en qué gastar su dinero.
—Mi papá se comprometió otra vez, así que me consintió prestando su tarjeta. —Destacó con orgullo como era natural en él, pero también fue normal que dijera esas cosas para expresar su disgusto.
Nunca entenderé cómo puede pretender ser esta clase de persona con facilidad.
La primera tienda a la que entró fue de ropa interior. Dijo que necesitaba calcetines, entre otras cosas, así que solo me dejó sentado en lo que le echaba un ojo a cada espacio.
Me senté a hablar con Exin, quien respondió con velocidad. Tuve que colgarle al poco tiempo pues me incomodaba llamar en público y los murmullos detrás me distraían.
—¿Su cabello será natural?
—Creo que sí, mírale los ojos. Encima es blanquísimo.
Albin corrió para preguntarme si me gustaban más los gatos o los conejos, ya que las calcetas que le gustaron tenían esos diseños. Insistí en que llevara su favorito, pero forzosamente quiso saber mi opinión.
—Ya sabes qué voy a responder... —Suspiré.
—Que ninguno en particular, ajá.
—El de gato está bien.
—Súper, llevaré el de conejo. —Achiqué los ojos al verlo burlarse de mí.
Continué escuchando especulaciones detrás, pero se detuvieron tan pronto miré a las personas que nos rodeaban. No parecía importarles si Albin les escuchaba, solo si alguien como yo, un acompañante, les miraba con hastío. Eran del tipo que no se avergonzaban de sus palabras hasta que un extraño señalaba su comportamiento.
—Esto es cansado...
La siguiente tienda fue para buscar sus historietas; tenía un gusto bastante amplio, desde romances adultos hasta obras paranormales. Llevó algunos tomos mensuales, y al salir dijo que se moría de hambre, tanto que su estómago discutía sobre qué órgano degustar primero.
—Te invito un cuernito o algo antes de seguir. —Me propuso.
—No como fuera de casa.
—¿Quieres... agua? —Fue lo único que se le ocurrió ofrecerle a un Hipocondríaco. Igual me negué, no tenía sed.
Terminó su cuernito antes de llegar a la siguiente tienda. Aunque recibió miradas curiosas, salió y entró sin pena del vestidor solo para mostrarme unos pantalones, camisas blancas que necesitaba para la escuela, algunos zapatos.
Albin en realidad era penoso en público; aunque parecía confiado y hablaba fuerte mientras me enseñaba; su lenguaje corporal era todo lo contrario.
—¿Qué tal esto? —Se tambaleaba en un mismo lugar, sonriente, con las manos en su cadera.
Parece más ansioso que confiado.
—No es de tu talla.
—Es para estar en onda con la chaviza.
—Se supone que tú eres la chaviza, Al.
—Llevaré la mista talla, ya, me queda claro tu mal gusto. —Aunque cuando le hacía comentarios sarcásticos, él me respondía de la misma manera, olvidando por momentos los nervios que le apresaban.
Había un sitio donde le gustaban mucho los abrigos. Me arrastró hasta el lugar, aunque yo quería ir a la tienda de a lado pues desde la fachada podía decir que vendían ropa deportiva. Me pareció hilarante reconocer algunos de los conjuntos de Estocolmo, parecía que su sentido de seguir las tendencias era orientado al deporte y no la moda común.
¿Debería comprarle un termo en lugar de una taza?
¿Preferirá ensaladas a chocolates?
Oh, no, salchichas. Definitivamente salchichas.
—Mantén tu cabeza en mis compras, por favor, que solo te reservé dos horas y media. —Albin insistió en que cruzara las puertas, despegándome de la otra tienda para centrarme en los abrigos.
Escogió unos abrigos oscuros, solo uno de ellos destacaba por ser verde; dijo que quería intentar ese color con más frecuencia. Le animé a que entrara al probador, ya que algunas personas se estaban viendo en los espejos.
—Siéntate donde pueda verte... —Me miró amenazante, dándome la espalda para ingresar.
Una de las empleadas chocó con él al girar. Las disculpas entre ambos fueron interrumpidas por el rechazo inmediato de la mujer.
—No, espera, aléjate un poco. —Ella retrocedió al igual que Albin—. ¿Eres algún síndrome o condición bacteriana? No está permitida la entrada a cualquier mutación producida por...
—El albinismo no es contagioso, ¿de qué hablas? —Albin respondió, extendiendo su mano por debajo de su espalda baja para indicarme que me quedara sentado. Estaba por levantarme al escuchar la conversación.
—Lo sé, solo te estaba pidiendo que te identificaras. ¿Eres Hipoplasia? ¿O te llamas Hermansky Pudlak? —Exigió que le dijera—. Necesito saber si sufres sangrados o algo.
—No necesito porqué aclarar eso, pero solo soy Albinismo.
—¿Como enfermedad o solo trastorno genético?
—Trastorno.
Las miradas que intercambiaron fueron incómodas.
—Qué tontería las clasificaciones de hoy en día. —Bufó, dejándole pasar a los probadores. La mujer apenas sonrió al ver que yo le miraba.
Albin no salió a mostrarme lo que se probó. Me pareció lógico que no quisiera enseñarme en público después de ser cuestionado de esa forma, así que solo fui paciente al esperar.
—¿Te gustó algo? —Me reincorporé al verlo salir.
—Nada en particular —respondió a secas con las prendas colgando de sus brazos. Ni siquiera estuve seguro de que realmente se probó algo—. Vamos a otro lado, quiero ver qué otras cosas puedo llevar.
Se detuvo a colgar lo que se probó, pero la empleada de la tienda le detuvo, sosteniendo la ropa. Apreté los párpados al ver la actitud con la que volvió, incluso el cabello atado, dispuesta a discutir.
—No devuelvas así lo que ya te probaste. —El tono con el que hablaba ni siquiera era apropiado para un cliente, parecía que le hablaba a cualquier chico en la calle.
—¿Y qué quiere que haga? ¿Que lo compre? —Albin se habría reído, pero al ver la seriedad de la muchacha sólo pudo sorprenderse—. Oh, lo decía en serio...
—Disculpa, pero de donde vengo, el blanco significa muerte. No está bien tener lo que usaste aquí, incluso si eres un síndrome de down albino, o alguna otra cosa así, da igual.
Le arrebaté los abrigos a la empleada, devolviéndolos al área donde estaban colgados.
—No puedes obligar a nadie a comprar, mucho menos si lo único que hizo fue literalmente probárselo. No es como si dañara el precio. —Espeté, tratando de buscar mi celular en el bolsillo.
—Claro que lo daña, su mutación genética está sobre toda su piel —le señaló con arrebato, poniéndome los pelos de punta—, ¿qué no ves como hasta los ojos se le desvían? Parece idiota cuando le pega la luz.
—TE JURO QUE TE VOY A DENUNCIAR.
—Ya, déjala. —Albin tiró de mis mangas, tratando de evitar que la fotografiara. Siguió escuchando los comentarios despectivos sobre sus problemas de visión en lugares luminosos, pero parecía más enojado conmigo por insistir en reportarla—. ¿POR QUÉ NO ME ESCUCHAS? SOLO VÁMONOS.
Su grito hizo que me concentrara en su rostro, estaba agitado, mirando por la cola del rabillo al resto de clientes que guardaban silencio al vernos, incluso habían detenido sus actividades con tal de centrarse en la discusión. Como si hubiese sido expuesto delante de todos, cual animal que necesitaba protección, por mí.
—Mierda... —Unos chicos al fondo estaban grabando cuando se les activó el flash. Este solo estuvo unos segundos sobre Al, quien parecía haber sido azotado por una horrible tormenta.
Olvidé por completo la forma en que él vivía, como un reflejo que imitaba su entorno para no ser señalado.
—Muévase. —Me abrí paso a través de la empleada, saliendo con Albin de la tienda.
No dijimos nada hasta abandonar la plaza, arrastrando las bolsas de las compras que dejó sobre una banca al salir. Le llevé a la entrada donde un viejo árbol cubría la zona con su sombra, supuse que llevaba bloqueador pero de igual forma no era bueno que se expusiera directo al sol.
Él notó eso así que volvió a hablarme.
—No tienes que ser cuidadoso conmigo. —Expresó, con la mano en su cabeza, tratando de sostenerse a sí mismo.
—¿Quieres que solo vea cómo soportas lo que te dicen?
—Puedo manejarlo, el que les dé curiosidad o asco. Tú no me mentiste, ¿verdad? —Su pregunta me hizo dudar, no supe de qué hablaba—. Dijiste que me veía mejor sin ocultar mi albinismo así que incluso dejé mis lentes oscuros en casa. ¿O de verdad me veo idiota, con algún problema mental o deforme?
No sé cuál es la respuesta que él espera.
—Los veo a todos ustedes, y no soy capaz de comprender cómo no pude nacer así. En un cuerpo capaz, del tipo que puede sobrevivir a esto. —Suspiró más calmado, pero las cosas que decía eran crudas. Entrelazó sus dedos, la mirada baja, centrado en alguna roca del suelo—. Realmente los envidio, con la capacidad y talentos que tienen.
Rehuía de mi rostro como si fuese la luz.
—Solo he dedicado mi vida a verme bien, es como mi carta de presentación; mientras el resto continúa avanzando y cambiando para superarse a sí mismos.
—No te mentí. —Respondí tarde a lo anterior.
Levantó la vista hacia mí, haciendo esfuerzo por mantener la mirada a pesar de que la sombra le protegía. El cabello que caía en su frente se movió a los costados, dejando ver las pecas que estaban en su frente, también las cejas que parecían poder desaparecer si alguien las tocaba.
Realmente dejó su condición a la vista de todos.
—Literalmente no gano nada con mentirte.
Me encogí de hombros. No supe si debía darle un abrazo, unas palmadas, o simplemente mantener el silencio. Si alguien se desahogaba así, las palabras de otros sobraban; no era como si pudiera cambiar su condición, cambiar a los demás o solo llevarle la contraria. Me pareció más correcto el silencio.
Aún así, no pude quedarme callado.
—Incluso si los demás cambian y "se ven mejor" desde tu perspectiva, me gustas así como luces. No creo que sea necesario cambiar lo que eres solo porque no les gustas ahora, puede que en unos años les encante apreciar tu condición, y más adelante les será indiferente —hablé fluidamente, aunque hice una pausa para tratar de buscar un ejemplo—. Es como el arte, antes solo se valoraban las piezas que retrataban a la nobleza, y aún así hubo periodos donde el impresionismo lo fue todo. Antes los colores debían imitar la realidad, ahora los usan saturados porque les parecen hermosos. Pero yo sé que llegará el día en que incluso las piezas más grises destacarán; la ausencia de color no significa nada malo, pasa que no están acostumbrados aún.
—¿Por qué siento que ya habías pensando demasiado en decirme eso? —Albin me miró como si yo no hubiese hecho esfuerzo por explicarme ante él—. Lo pensaste mucho, ¿verdad?
—Es que me gustan las piezas en blanco y negro, o los dibujos grises que apenas tienen una mancha de color. Literalmente, ya todos están usando los mismos colores para...
Albin tiró de mi chaqueta, esforzándose por llegar a mi altura y besarme.
Me tambaleé por su cuerpo que se apoyaba en el mío. Vi sus ojos grises cerrarse, mientras sus labios inmóviles permanecían sobre mi boca. No pude cerrar los ojos, solo observar sus mejillas enrojecer. Sentí sus manos tratar de llegar a mis brazos.
Apenas saqué los dedos de la chaqueta, estos rozaron con los suyos.
Hice un ligero movimiento con la cabeza, esperando tomar distancia, pero comenzó a mover sus labios con más seguridad. Sentí el repentino calor de su boca amenazar la temperatura fría de mi cuerpo.
Mi mano se movió por instinto hacia su cuello, separándolo de mi rostro mientras apretaba cerca de su mandíbula. El movimiento rápido le despeinó, sus cejas se contrajeron y llevó sus manos hacia las mías para que no ejerciera más presión.
—No pensé que lo odiarías tanto. —Balbuceó, risueño, mientras daba algunos golpes a mi brazo—, lo siento.
Fue tan extraño ese beso.
—Lo siento, hey... —Lanzó otro golpe, consiguiendo que lo soltara.
Retrocedí desconcertado.
—No, perdón, no debí alejarte así...
Comenzó a toser, con una mano en alto siendo sacudida para pedirme silencio. Dijo que estaba bien, aunque en su cuello se notaba la marca que dejé por la presión. Sentí que se me fue el aire al notarla, pero se excusó en que era albino; su piel era sensible a cualquier contacto.
—No te disculpes, yo soy quien no debió insistir en que devolvieras el beso. —Trató de acercarse para aparecer en mi campo de visión, pero me negué a levantar la cabeza. Albin se aferró a mis manos, llevándolas a su pecho, como si les intentara dar calor—. Perdóname a mí. Solo, por favor, olvida esto. Si no puedes, lo arreglaré, pero no quiero perder tu amistad.
¿Por qué suplica?
—Hipo, ¿puedes seguir siendo mi amigo? Solo eso. Está bien si no te gusto, pero no puedo perder lo que ya tengo contigo. —Se aferró con más fuerza.
Solté sus manos para tomar asiento en la banca. Le dije que estaba bien, podíamos seguir siendo amigos, pero solo si él se sentía capaz de mantener ese límite conmigo. Pero si mi amistad le traía más problemas era mejor que me evitara.
—Nah, no te preocupes, ya sabes que yo me enamoro con facilidad —Se sacudió, sentándose a mi lado—. Dame una semana para llorar y la próxima ya me gustará alguien de por ahí. Yo estaré bien, solo no quiero alejarme de ti. Eres lo único que tengo ahora.
Le miré de reojo, sin mover mi cabeza en su dirección. Él se había sentado con una pierna sobre la banca, su cuerpo en dirección a mí, esperando paciente a que le diera mi aprobación.
—Sabes que hablo en serio, me gusta todo el mundo. —Su sonrisa le cerró los ojos falsamente.
—¿Por qué ni siquiera puedes ser tú mismo conmigo?
Abrió los ojos, que finalmente demostraron su cansancio. Aunque trató de reírse para fingir no haber escuchado, mis ojos le avergonzaron.
Albin jamás se mostraba natural, lo único que conocía de él eran esos pequeños instantes donde guardaba silencio, sumergido en sus pensamientos. La indiferencia con la que veía las multitudes, los suspiros cuando escuchaba problemas ajenos, y sus puños siendo apretados cuando escuchaba algo fuera de su agrado.
—Cuando quieres ser amado, puedes perderlo todo si tu verdadero yo no es aceptado.
Al dijo, con esfuerzo y esa manía por soltar una risa espontánea, que tenía la sensación de que nació con un rostro sintético. Algo pegado a su piel, que por más que intentase arrancar por las buenas o las malas, tan pronto alguien le observara, se echaría a reír o minimizaría todo lo que estaba sintiendo.
—A veces creo que en realidad sí soy así, gracioso, sociable, sincero, solo un poco inestable. Dejé de reconocer mi propia identidad. —Aclaró, serio, pero incluso agudizaba la voz al decir algo denso—. Nadie sabe cómo soy realmente, ni siquiera yo.
—¿Entonces por qué sientes que tienes que forzarlo?
—Me asustan las personas, sus reacciones. No sé qué harán si me ven llorar, lo que dirán si me desahogo, o si les confío lo que siento. Prefiero que juzguen lo que les mostré que soy, pero aún es ajeno a mí. Así que perdón si no puedo hacer mas que expresarte el problema, pero no hacer nada por cambiarlo.
Giró para mostrarme solo su perfil. Estaba nervioso incluso de contarme eso, como si cada vez que hubiese expuesto sus sentimientos, le hubiesen arrojado un golpe.
—Incluso considerando que no me lastimarías por decisión propia, también eres alguien que me gusta. No puedo mostrártelo todo, quiero solo guardar lo mejor para ti.
—Gracias por tu esfuerzo. —Fue lo único que pude decir.
—Hey, no te estoy vendiendo nada.
—Seré directo, literalmente, porque no quiero confundirte —hablé, bajando mis manos hasta apoyarme en la banca—. No siento lo mismo que tú, así que solo puedo seguir ofreciéndote mi amistad.
—Bien, no hay problema. —Asintió, sin voltear a verme.
Pasaron apenas unos minutos, de sumo silencio, donde la brisa nos sacudió. Él peinó uno de sus cabellos, su ligero movimiento me dio la impresión de que se estaba deshaciendo.
—Te gusta ese estudiante trigueño, ¿verdad? ¿Cuál era su nombre? ¿Estocolmo?
—No sé porqué lo preguntas si nunca he hablado de eso contigo —cerré los ojos, viendo solo el rojo de mi propia sangre a través de mis párpados—. Tampoco puedo responderte, es algo más... íntimo.
—Puedo verlo, incluso si desearía no hacerlo.
Ambos éramos observadores taciturnos, del tipo que se podían percibir desde el otro extremo de una habitación. Cruzábamos miradas, reteníamos las palabras, y continuábamos observando a los demás con la seguridad de que no nos expondríamos mutuamente.
Podía verlo murmurar en esa esquina, con un lento movimiento en sus labios: "Te estoy viendo."
Pero ambos odiábamos ser atrapados.
—Ha de ser increíble ser querido sin sentir que debes darlo todo para merecerlo —soltó, levantándose mientras tomaba las bolsas de sus compras—. Debería ser yo.
Aquello último apenas se escuchó. Lo ahogó intencionalmente.
—Ten un lindo día, Hipo. De verdad.
Se inclinó para dejar un beso en mi mejilla. Una de sus manos subió por mi nuca hasta despeinarme, jugó con mi cabello como si fuese la última vez que demostraría ese romántico gesto.
Tan pronto se alejó, me permití sacar el celular para revisar mis mensajes y llamadas. Ya era la hora en que Estocolmo llegaría, pero mi cabeza era como una bola de papel tirada en un charco; nada de lo que estaba pensando se concretaba, solo se deshacía.
¿Por qué le lastimé si me quería?
—No comprendo esas cosas... —Solté mi aire. Temas como el amor me eran ajenos, desde que nací.
Recibir afecto a una edad tardía se volvió una tortura.
Nunca enfrenté una consecuencia real por mis actos, solo amabilidad de la persona a quien le había hecho daño. Albin también decía gustar de mí, como si fuese alguna especie de ayuda para él, o alguien valioso a quien no podía perder.
Esa amabilidad era una herida dulce, que me hacía temer cada vez que la recibía; el miedo a perder todo eso, en cualquier momento, por los pecados que cometí en el pasado. Recibir me hacía codicioso.
Y cuando las consecuencias lleguen por mí, ese amor terminará por apuñalarme.
• • •
Rompí a Albin.
Dice que estará bien porque es enamoradizo, pero a saber cómo piensa realmente, Hipo no es capaz de comprenderlo al 100%. Aunque en realidad jamás podremos comprender por completo a los demás.
Uff, realmente me faltan palabras para hablar sobre lo que pasó. El tema de que alguien guste de Hipo le abruma, no es algo que pueda manejar; al contrario, diría que incluso le causa ansiedad porque siente que esas cosas las pierde rápido.
Aún me es curioso lo rápido que mueren y llegan otras tendencias. Hace unos años los lunares en el cabello eran considerados horribles, ahora son "aesthetics". El arte de ahora no será el arte de mañana. Ni siquiera nuestros propios gustos serán los mismos, nos aburrimos con facilidad.
Quizás llegue el día en que Albin sea visto normal. Espero que si se acepta a sí mismo, no sea solo porque alguien más le dijo que era lindo, sino porque simplemente le gusta verse así.
¿Comentarios? ¿Cosas a destacar?
¿Qué esperan de la reunión con Estocolmo? Hipocondríaco se puso algo mal antes del encuentro; aunque siempre se contiene de decir cosas fuera de lugar.
ESTOY ASÁNDOME DE CALOR, LES MANDO UN ABRAZO Y UN FRENTE FRÍO A LOS DE MÉXICO. BESOS Y ADIÓS.
~MMIvens.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro