Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 19: El mar.

El amor, desmitificado, es la creación de un individuo que actuará durante la segunda generación. Porque el amor, no es más que una necesidad de procreación. Un frenesí de necesidades físicas.

Por ello, había fracasado como enamorado, pues me negaba a tocar su piel si eso significaba categorizar mis sentimientos como solo una necesidad física.

Y personalmente, el amor no debería ser cuestionado antes de que sea capaz de expresarse.

Hipocondríaco.

Puedo recordar la sensación de la playa dentro de mi calzado, incluso contra mi voluntad. Ese ardor entre los dedos, de algún corte provocado por los granitos de arena, que ralentizaba mis pasos nocturnos sobre la costa.

Una de esas tantas noches, de vacaciones con mis padres, después de estar en la piscina cuando el sol se ocultó, decidí acercarme al mar. No era caliente a esas horas, el bullicio del día estaba ausente, pero el olor y el rugido de las olas se intensificó. No estaba seguro de si al final existía algo, o si el mar a lo lejos se convertía en el cielo.

Todo me pareció inmenso.

—Hipo odia el mar, no creo que haya bajado.

Permanecí tras las rocas junto a las escaleras que dividían la alberca de la arena.

Mi madre dijo que cenaríamos caldo de camarón, eso me ahuyentó por completo de la habitación. Prefería tener una reacción adversa al cloro antes que morir por envenenamiento a sus mariscos. Incluso ocultarme en la playa me pareció buena idea.

—Si no volvemos con él, tu madre nos matará. —Mi padre descendió hasta la arena, pasando de largo junto a las rocas sin notar mi presencia.

Para ese entonces ya Denis, se acercó lo suficiente a la orilla para remojar sus pies y sacarse parte de la arena seca con el agua del mar. Mi papá le hizo compañía, luciendo idénticos de espaldas, la misma complexión delgada y no tan alta.

—Que nos mate. Sabe que no le gusta el caldo de camarón.

—Pero a ella le encanta. —Mi padre le rodeó con un brazo mientras la daba palmaditas en el hombro izquierdo.

Durante ese breve silencio que compartieron, rodeé con ambos brazos mis piernas. Sentado en la arena pensé que no me cansaría tanto, pero debido a ello puse una de las toallas debajo ya que no me arriesgaría a estar sobre alguna criatura.

Sentía el frío en mis huesos, el cabello aún lo tenía empapado con cloro, y olía a mar.

—¿Por qué están tan peleados? No lo comprendo, ya llevan como dos o tres añitos así.

—¿Hipo y tu mamá? —Cerré los ojos al escuchar la sorpresa de mi padre. Apreté los puños, rogando que midiera sus palabras—. Nada serio, no te preocupes. Tu hermano solo atraviesa por la adolescencia.

Cubrí mi nariz para no estornudar. No deseaba resfriarme, sería uno de cincuenta habitantes propensos a enfermar por el entorno. Aquello me produjo migraña, si ser hipocondríaco era extraño para el mundo, resfriarme lo hacía más raro.

—No comprendo a Hipo.

—¿Qué no comprendes?

—A él, en general.

Pasé una mano por mi cabello, echándolo todo hacia atrás. Las gotas que caían sobre mi mejilla descendieron por mi nuca, helándome.

—No sé cómo alguien que parece siempre estar pensando, no dice nada —soltó, con cierto tono divertido—. A veces quisiera lucir así, pero me dicen que parezco ido, así sin pensar nada. Pero él tiene esa mirada... como si analizara cada detalle. Incluso cuando mi mamá hacía el caldo, vio toda la preparación, pero al final solo dijo que iría por hielo al pasillo.

Y se marchó —cantó mi papá.

—Y a su barco le llamó... libertad. —Ambos se distrajeron.

Me puse de pie. No podía seguir ocultándome, cenaría algún cereal.

—Antes me asustaba, pero desde que dejé de vivir con ustedes, me siento tranquilo de que haya alguien como él en casa. Sé que siempre cuida los detalles y observa el más mínimo cambio —expresó, devolviendo el abrazo con una mano a mi padre—. No sean tan duros, ¿sí? Se le ve en la cara que los cuidará de viejitos, seguro piensa que conmigo y mis habilidades culinarias, los mantengo vivos de pura quesadilla o algo así. No creo que me tenga fe.

—Aprende a cocinar, hijo...

—¿Ves? Ténganme un poquito más de fe. —Se carcajeó.

La tengo en ti. Desde siempre.

Toda mi vida escuché lo que otros decían de mí, oculto y en silencio. Esa fue la primera vez que alguien no dijo algo malo sobre mí, o al menos, no en una connotación negativa. Mi hermano, por supuesto, no tenía ni idea del peso que significaban sus palabras.

Esa noche guardé silencio, con el viento helado golpeando mi torso desnudo. Una vez se marcharon, salí de entre las rocas y me dirigí al hotel, no sin antes pasar por hielo. Aún así, en mis tobillos podía sentir la densidad del agua y el ardor de la arena.

Esa sensación desagradable del mar... me atormentaría por más tiempo.

—¿No pensaste, con esa cabeza, que tu simple presencia hace de la vida de Hipocondríaco un infierno? —Estocolmo arremetió verbalmente contra Impostor, pero este tampoco delimitó su lengua.

—Ya somos dos... —Bufó el castaño.

—No soy tan cínico para pretender que no, pedazo de bruto.

Solté una risilla, dejando ir mi espalda en la pared de la callejuela. Ellos hablaban sobre la avenida, apenas a unos metros de mí, pero por la poca afluencia a esas horas sus voces resonaban con más fuerza. Me envolví en el abrigo, esta vez protegido del frío.

—¿Tu padre tuvo algo que ver con lo que pasó? ¿Limpió el desastre que hicieron en secundaria? —Est dio algunos pasos hacia él, forzando a que mi viejo acosador retirara la mano de su golpe y tratara de mantener distancia.

—No, él no tiene nada que ver —sonó angustiado—. La responsabilidad era mía. Conociste a toda mi familia, Est, sabes que no puedo fallarles más de lo que mi condición naturalmente les falla. Si no arreglaba esto solo, me asustaba que...

—¿Estabas "arreglándolo"? ¿Así, pidiéndome ser pareja, cuando verdaderamente ni te conozco? Hermano, qué te pasa...

Impostor negó aquella acusación, a medias. Habló de la secundaria, de cómo él estuvo presente en el abuso hacia mi persona, pero que no era activamente un acosador. Dijo que era joven, que no sabía escoger amistades, mucho menos diferir lo que estaba mal. Yo pensé en darle la razón.

—Dudo mucho que pensaras que era bueno golpear a alguien en primer lugar. —Estocolmo fue más un defensor de mi caso. Me habría reído en cualquier otra ocasión, pues estaba de brazos cruzados, incrédulo, como asqueado.

—Jamás pensé que era bueno, pero, a esa edad todo es divertido —añadió, con un tono lamentable. No supe si aquello era arrepentimiento—. No comprendí la gravedad de las cosas hasta que vi tus fotos junto a él cubrir Savant. Sentí pánico, la simple idea de que ustedes hubiesen hablado y señalado ya a sus culpables me torturó. Me acerqué a ti porque quería saber cómo me percibías, si acaso sabías algo, o si mi padre sabría algo de lo que pasó.

»Soy el síndrome del Impostor, Est. Sabes que no puedo defraudar más a mi padre.

Cubrí mi nariz fría con ambas manos e inhalé.

—¿Sentiste miedo por ti mismo? —Est suspiró.

—Si te sirve de algo mi honestidad, sí. Estaba aterrado. Mi familia es importante y no puedo ser el terrible ejemplo de todos para señalar a mi padre —habló, más confiado—. Al conocerte, supe que podrías comprenderme. Pudiste comprender a Hipocondríaco. Si sabías o no, que pensé que sí, daba igual siempre y cuando pudieras comprenderme. Creí que tal vez tú y yo podíamos ser compañeros.

»Me gustó tu empatía.

Est mantuvo el silencio. Quizás por eso Impostor no paró de hablar.

—A juzgar por tu síndrome, consideré que serías la pareja ideal para alguien que no aspira a mucho, como yo. Mis sentimientos de culpa nada tenían que ver en ello. Me gustaste por simple interés, Hipo tampoco viene al tema...

—El problema no es tu síndrome, Impostor. Es que eres un retorcido narcisista, y eso jamás tendrá mi empatía.

La segunda persona en hablar bien de mí a mis espaldas fue Exin. Y hubo una tercera vez, protagonizada por Estocolmo, una tercera vez que jamás pensé que ocurriría, porque no creí merecer un acto como ese.

—Tus mejores partes no se acercan ni un poco a las peores de Hipocondríaco —dijo con calma—. Sal de tu burbuja, mi síndrome no significa que sea empático. Si tomaras solo un poco de tu tiempo para investigar, también te mantendrías alejado de mí, porque a diferencia de los demás a los que tú y tu grupito de amigos han acosado, soy alguien que no se queda callado. Y conozco lo suficientemente bien a tu familia como para ir soltando mi boca.

Miré su dedo índice apuntar el pecho del otro.

—Vive con la cabeza agachada si no quieres que tu familia sepa las cosas que hiciste.

—¿De verdad terminaremos así?... —Tomó su mano—. Me he arrepentido, y he tratado de corregir mis...

—De tapar tus errores... Impostor, solo detente. Tu vida sería mejor si solo olvidas que acosaste a alguien hace casi cinco años, no actúes como si en realidad quisieras atormentarlo. No estás resolviendo nada.

—Est...

—Y es una amenaza. No hagas más.

~•~•~•~

Cualquiera consideraría a Estocolmo un tonto. Defender a tu acosador, ser empático con él. Y peor aún, corresponder sus sentimientos. No pensarían que estaba en sus cabales después de ese día.

Pero prometí no sobrepensar, al menos no demasiado, si estaba a su lado.

—Vayan con cuidado. Si sus papás no están afuera, vuelvan a dentro —se despidió de los niños, con una mano en alto—. Que no les levanten, ¿sí?

Me sacó una sonrisa verlo hablar con los estudiantes como si fuese maestro. Él no trabajaba allí, pero le hizo el favor al dueño que tuvo que retirarse antes de cuidar a los niños hasta que llegaran por ellos. Est era de confiar para los adultos; me parecía admirable.

—Perdón por el retraso, las primeras citas no son lo mío... —Estocolmo rascó su mejilla mientras caminaba hacia mí.

—¿Has tenido muchas? —Levanté mis ojos hasta los suyos. Aquellos puntitos en su esclera se hicieron más pequeños por el cuestionamiento.

—No, no realmente... no preguntes esas cosas —sonó avergonzado. Su traje era negro, junto al mío destacaba.

Tomó asiento a mi lado, y extendió la mano para que retomara lo que estábamos haciendo. Le había llevado la pulsera de aquella noche, una cadena de plata, con una especie de destello a los costados que le unía. Pensé que no le quedaría, pero sus muñecas eran más delgadas de lo que recordaba.

Ahora estaba en el mismo brazo que su pulsera con el acrónimo de A.C.A.B.: All cops are bastards.

Tallé sus nudillos. Me gustaba verle, así fuesen solo sus manos.

—No he tenido más de tres. Y estoy contando la que tuve contigo en el cine... —dijo de pronto.

Solté su mano y miré a un costado, con los dedos tirando de mi dobok por el calor que recorrió mi rostro. Era peligroso para mí estar cerca de Estocolmo; siempre tan sincero, escupiendo lo que pensaba sin reparar en ello.

—Ay, wey. Ya me acordé —solito se corrigió, también en voz alta—. Perdón, dije wey, ¿verdad? Era para mí. Es mi voz interna. Tú no eres wey. No, no.

Se puso de pie, casi chocando con la viga sobre nosotros. Apoyó una palma en la madera antes de caminar hacia el centro del estudio, donde me hizo señas para que me levantara y continuáramos la práctica. Le seguí con la cabeza gacha.

—¿Puedo organizar una cita la próxima vez? —pregunté.

Est giró con los ojos encogidos. Su mano derecha ya estaba dentro de una de las manoplas que usaba para frenar mis patadas; aunque dijo poder usar los brazos, no se saltaría el protocolo de seguridad.

—¿Estás diciendo que organizo horrible las citas? No pues, gracias —chistó, sacándome una carcajada—. ¡No te rías! Lo tienes prohibido. No puedes ir diciendo esas cosas después de que te dije que las citas no son lo mío. Es ofensivo, Hipo.

—No es que me disgusten tus ideas, Est —tomé la postura indicada, y le miré a los ojos para mostrarle que era sincero—. Vaya... es que literalmente estoy sudado. Quisiera volver a salir contigo sin sudor. No me siento cómodo así.

—Ya...

—Perdón si te he ofendido.

Nunca consideré tonto a alguien como Estocolmo. Me era imposible siquiera imaginar que otros lo veían así. Su fuerza, la manera en que sus pies se mantenían clavados al suelo mientras recibía mis golpes en sus palmas. Sus ojos, que siempre parecían centrados, nunca perdidos incluso si pensaba en voz alta. El tono de su voz, la forma en que reía, incluso al tropezar, me parecía elegante y preciso.

Me era tan fácil creerle. Y me odiaba a mí mismo por no darme cuenta de ello hasta años después, de la sinceridad que había en sus sentimientos por mí.

Porque al verme en sus ojos, veía más que deshechos: estaba completo.

—Me gustan tus ojos.

—Hipo, concéntrate. —Est me llamó la atención.

Me gusta cómo se ve el mundo a través de él.

No estás concentrado, ¿cierto? —Detuvo una de mis patadas con su brazo. Bajé la pierna de inmediato por la preocupación.

—Perdón —balbucí, inclinando la cerviz—. Est, no vuelvas a detenerme así. Literalmente puedo lastimarte.

—No te lo niego, has mejorado muchísimo, sí, sí. —Se cruzó de brazos.

—Hablo en serio, Est...

—Ya, ya, ¿vamos a discutir o practicar?

—¿No es una cita también?

No sabía todo sobre Estocolmo; pasar esos días juntos me hizo darme cuenta de muchas cosas, pero una en particular destacó: Actúa molesto cuando está avergonzado. Su rostro se torna rojizo como las salchichas de asado que le gustan. Rasca el comienzo de su ceja como si quisiera evitar líneas de expresión.

Juntaba los labios y los apretaba para no soltar palabras sin pensar.

—Me va a matar... —Y de todas formas, las soltaba.

Estocolmo elevó los párpados y me miró, estático. Su índice aún seguía sobre su ceja, su cuello inclinado al piso, pero los ojos alertas a mí. Desvié la mirada cuando imaginé lo que diría.

—¡¿Me estabas analizando, verdad?! —Estocolmo tiró de mí, como si fuese a darme una paliza—. Hipo, Hipo, BASTA. No hagas eso cuando me avergüenzo. Dijiste que no sobrepensarías, eso está dentro del límite.

—No puedo evitarlo, todo de ti me atrapa. Literal.

Recordé mi primera y última vez en la playa. Por supuesto que la primera experiencia fue terrible; el sol, la arena, el calor quemando mi piel. La segunda fue cuando me escabullí del hotel porque no quería comer el caldo de camarón de mi madre.

La noche, el frío, y el agua entre mis pies. Como si estuviese hecho de piedra. Podía escuchar el mar, las voces ajenas, y sentir cómo la sal me petrificaba; pero no me movería. Incluso si me llenaba de algas y musgo, o me arrojaban contra la arena, ni siquiera si me partían en dos, haría algo al respecto.

Odiaba el mar porque representaba mis temores a enfermar, la brecha abismal con mi familia, el preludio de una vida desafortunada, y por supuesto, mi estado diminuto para hacer algo ante semejante profundidad. Jamás pensé que sería capaz de pararme sobre arena y agua sin sentir que moría.

Pero Estocolmo era el mar, y el sol que se hundía en él con cada atardecer.

—¿Por qué eres tan...? —Se rió al no encontrar la palabra.

Era la noche, y la luna que parecía escarcha de hielo sobre el mar.

—¿Puedo besarte? —solté, agarrando su muñeca que no sabía dónde reposar. Mi cuerpo estaba de frente, casi sobre él.

Hace tiempo que le había perdido el miedo a su profundidad, o lo que significaba su existencia para un individuo como yo. Solo tardé en darme cuenta de ello.

—No sé... —Juntó los brazos y se inclinó a un costado, como avergonzado. Pero su cuerpo se balanceó, apenas perceptible, como un pendón. Mis mejillas se inflaron para no soltar una carcajada ante su pena, pero aparente deseo porque insistiera.

Una vez le perdí el miedo, no fui más de piedra. El mar de su persona que tenía delante, me incitaba a sumergirme con velocidad, sin siquiera preocuparme por algo tan trivial como la muerte.

—¿Quieras que insista? —Asintió, con los ojos cerrados pero una mueca de disgusto. Dios sabe, si sabe algo de mí, que me esforcé por no reír—. ¿Puedo besarte, Est? Literalmente he querido hacerlo desde hace un año. Me he sentido ansioso, si te soy honesto.

Él asintió.

Si soy de piedra, ojalá que sus olas rompan contra mí.

Me aferré a sus mejillas, apoyando su espalda contra mi propia mano antes de encontrar una superficie en la cual apoyarlo. Estocolmo se apartó para respirar, pero su mano se encontró con la mía cuando trató de tocar mi rostro. El frío de su pulsera de plata trató de hacerme razonar, aunque ya estaba sumergido.

Golpeé mi rodilla contra la pared donde estaba apoyado. Bajé la mirada para asegurarme de que era eso y no había chocado contra su pierna, pero Est levantó mi rostro para que siguiera besándolo.

Por un momento no supe dónde volver a colocar mis manos. Quise sostener su cuello pero no lo sentí, ni sus hombros, ni su torso; los dedos me temblaron y estuve por dejar caer los brazos a mi costado al sentirme ansioso.

La lengua de Estocolmo me dejó en el aire.

Estás aquí, otra vez, Hipo.

Es solo un paso.

Deja de huir de aquello.

Me atreví a sostenerle del cuello, mi otra mano sobre su torso para acercarlo más a mí. No hubo sensación de dolor ni ahogamiento como la primera vez que tuve contacto físico con él; solo nervios recorriendo hasta mi oreja por lo bien que se sentía besarle.

Quería seguir aproximándome a él. Quería. Yo quería algo. Y no me asustó.

—Me quitas por completo el aire... —balbuceó a través de sus labios pegados a mi oreja.

Mi teléfono comenzó a vibrar, tan fuerte que le hizo pegar un brinco del susto.

Dejé caer mi frente en su hombro, avergonzado y agradecido por el cambio de ritmo. Aunque mi cuerpo deseara no apartarme de él, mi ritmo cardiaco no lo soportaría. Necesitaba pausas si se trataba de alguien tan audaz como Estocolmo.

Él es quien no es bueno para mi corazón. Me matará uno de estos días.

Ojalá sea pronto.

—Creo que es Albin... —murmuré, mirando de reojo las letras sobre mi pantalla. A esa distancia no distinguía bien el teléfono sobre la banca.

Est me agarró el brazo antes de que pudiese tomar la llamada. Retrocedí un pequeño paso para no tropezar, y le miré confundido.

—¿Es el albino? ¿El que dices que te besó? —Su sonrisa me demostró molestia más que felicidad. Los párpados se le cerraron—. ¿Tienes que responderle justo ahora? ¿Ahorita?

—Puede ser una emergencia... —Quise explicarle mi situación con Albin esos últimos días, pero sentí que sí seguía hablando, me mataría. De forma literal, no la que esperaba.

—Si me ha quedado claro, estamos saliendo, ¿no? —Moví la cabeza de arriba abajo—. Ok, ok. Y en una relación, ¿vas a estar hablando con quién te besó y se te declaró?

—¿No...?

—¿Y qué estás haciendo en lugar de besarme? —Me mostró su sonriente dentadura.

—Ya, literalmente tienes razón. —Estuve por volver a él, pero Albinismo volvió a marcar. Pensé que la vena en el cuello del ondulado estallaría.

—RESPÓNDELE, QUE ME ESTÁ ALTERANDO.

—¿Quieres que ponga el altavoz?

—No, no. No soy un pesado con eso —bufó, rendido. Aunque parecía relajado tras ceder, le hice saber que sería solo un momento y respetaba su postura. No quería hacerlo sentir mal, encima tan pronto... y sus límites los comprendía. Tampoco estaría cómodo con él hablando con alguien a quien besó.

Estocolmo permaneció en silencio, como limpiando sus tenis y también los míos con toallas húmedas mientras me daba la espalda. Le miré sonriente; del otro lado de la llamada, Albin sonaba como si estuviese en una avenida.

—Bueno, me quedé en la calle unos días, pero eso no es importante —balbuceó, sin siquiera presentarse o decir algo para acabar con la incomodidad que teníamos—. A lo que voy, esto es importante. Es sobre el tercero.

Ah...

—Al, tendré que colgarte. Te pedí que respetaras mi decisión de no saber nada.

—Ya sé quién es —soltó.

Estocolmo me miró sobre su hombro. Aunque me pareció decaído, estaba sonriente, pero eso no duró mucho. Frunció el ceño al ver mi expresión, como si fuese a preguntarme qué hablamos al terminar la llamada.

Yo estaba paralizado.

—El mismo cabrón del PLJ. Sé quién es, Hipo.

• • •

BUENO, PODEMOS VER A UN HIPO CAPAZ DE DAR ESE PASO CON ESTOCOLMO. Por fin confiado en tener contacto físico, algo que nos costó TANTOS CAPÍTULOS.

¿Qué les ha parecido? ¿Tienen algún comentario sobre el desarrollo de Hipo a lo largo de estos años?

Para mí, no es un personaje que encuentre la liberación a través de la violencia. Sé que sería satisfactorio verlo arremeter contra otros GAHAHA, que quizás queremos que grite, que le diga a todo el mundo lo que ha vivido, que ya no se deje. Pero Hipo se considera un pecador, y el tipo de vida a la que aspira es una tranquila, porque sabe que eso está lejos de su alcance.

Aún así, creo que está bastante cerca de ello. Si su vida será larga, quiere vivirla con calma.

Estocolmo es un libro abierto para Hipo. Podría pasar toda la vida leyéndolo como si fuese libro de religión: siempre descubrirá algo nuevo y se consolará en él.

OMG, ¿Albin irá a decirle quién es? ¿Será sincero? ¿Y ocultará algo...?

¿Cómo han estado? ¿Harán algo por Halloween o Día de muertos?

Estoy muy orgullosa de Hipo. Ya no es de piedra, ni muerto viviente. Hice esta ilustración de él:

Les amo mucho. ¡Nos estaremos leyendo!

~MMIvens.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro