Capítulo 13: ¿Qué hago sin ti?
Debe haber oposición a todas las cosas; es algo que aprendí con los años.
Sabía que cuanto más se despedazaba el corazón, más fácil le era el sentir dicha.
Pero tras tanta desesperación, ¿cuándo recuperaría la esperanza?
Hipocondríaco.
Lo irracional de los encuentros me parecía una rebelión a lo que significaban las relaciones sociales. Esperarías encontrar a tus amigos, a tu pareja y a tus compañeros de trabajo. No a tus enemigos, no a quienes te odiaban, no a la transfiguración de lo que significaba tener una relación.
¿Podíamos decir siquiera, que ya habíamos tenido el encuentro definitivo de nuestras vidas?
Porque yo he sido el de muchos. Y todos han sido el mío.
Escuché el viento soplar, aunque no había viento en el interior. Ráfagas golpeando, sin tocarme, sin cruzar, sin perturbar el momento. Y ojos, ojos que diría yo, me acechaban. Hace tiempo no reaccionaba a nada, como un muerto.
Pero esta semana, no he parado de vivir.
Solté a Albin de la camisa. Mi intención no fue lastimarle, pero al dejarlo ir de golpe, este cayó contra el piso y su silla con ruedas golpeó contra la pared. La chica detrás se levantó, e Insomnio se quitó la gorra del rostro al oír el estruendo.
Quise disculparme.
—Hip, no te disculpes. —El albino elevó ambas manos, su tono sereno guió sus movimientos—. Solo escúch...
—No me hagas cargar con esto otra vez, no puedo. —Pedí, redirigiendo mis pasos hacia la puerta.
—¡Hipo!
No puedo, lo juro.
—¡Lo que pase con otros no tendrá nada que ver contigo! —Insistió, arrojando una pluma que pegó a un costado mío—. YA NO TE CULPARÁN POR TODO. Las personas se centran en cosas nuevas, ¿sabes? ¿Y qué si se van a la mierda? No tienen relación contigo. Me aseguraré de que no tengan nada que ver contigo, ¡¿sí?!
Giré el rostro, lleno de vergüenza. Mis ojos apenas podían visualizarlo por sobre el hombro, debido al escritorio no podía ver más allá de su cabello. TDAH se levantó a recogerlo, mientras Insomnio me veía con la misma pena en que se veía a un animal moribundo en carretera.
—Me crucificarán de cualquier forma.
Abrí la puerta.
—Deja de intentar hacerlo tú —rogué en un hilo de voz.
Me eché a andar por el pasillo después de azotarles la puerta. La mochila me pesaba como si llevara mis propios huesos, sintiéndome frágil al caminar. Traté de pensar en mi horario, en que tenía las horas encima así que debía apresurarme, pero mi mente no dejó de darle vueltas a distintos escenarios.
Si se joden más vidas, no podré con eso.
Parece que solo nací para condenar.
Todo lo que hago es corrosivo.
—Detente, mierda... —Pedí, pasando mis manos por mis lagrimales.
Me detuve en mi casillero para dejar mi libro de texto, también sacar un trozo de papel para secar el agua que se me escurría de los ojos. Estaba seguro de que tenía algún problema, si no era el síndrome Pseudobulbar, desconocía el porqué lloraba tanto. Me perturbaba tanto. Me destrozaba tanto.
Mi oreja se rasgó con el casillero abierto cuando el empujón a mi espalda me hizo golpearme contra este. Por un segundo, no escuché nada, solo la voz de una mujer.
—Perdón... —Se rió, inocente—. No te vi bien, me doblas el tamaño.
Cerré el casillero de golpe. Mis manos se dirigieron a las suyas, obligando su cuerpo a girar antes de arremeter contra ella.
—Discúlpate —exigí, con presión a su muñeca.
—Ah... —Sus pupilas se contrajeron. Tenía el cabello rizado, castaño, de piel bronceada y cejas pobladas. Presioné mis dientes contra mi lengua para detener esa memoria fotográfica mía, porque sabía que me atormentaría por la noche su imagen.
—Dije que te disculpes. —Le sacudí.
—Per-perd...
—No volveré a repetirlo: Discúlpate.
Alrededor nos miraban. El espacio se había hecho más amplio por el empujón que le di. Estaba por gritarle una vez más, pero al sentir que iba a resbalar, ella decidió terminar la discusión.
—¡YA, PERDÓN! Perdón, de verdad... —Se soltó de mí. Sus manos crearon un espacio vacío entre ambos. Se vio desorientada incluso al recibir apoyo de otro chico, ambos mirándome con horror.
Alguien del comité disciplinario se dirigía al círculo de estudiantes que se formó al observar lo sucedido. Varios se giraron y pararon de hablar para no ser castigados, pero otros permanecieron de brazos cruzados como esperando el castigo. Llevé mi mano a la oreja que me ardía y esperé el reporte.
—Déjenlo en paz... —El presidente del comité al que serví por dos años, interpuso su mano entre los chicos que venían haciendo la nota. Elevé la vista hacia él, sin poder ocultar la sangre y el agua que corría en toda mi cara—. Ya tiene suficiente con el público.
El presidente suspiró, dándome la espalda junto a los demás.
~•~•~•~
Mi primera relación complicada, fue con mi madre.
No estaba seguro de si me veía en ella, o porqué insistía tanto en que fuese tranquilo como lo era de pequeña. O que fuese igual de taciturno que mi hermano. Siquiera pasivo como mi padre. Pero era demasiado joven para saber lo que se me exigía, no entendía realmente lo que era no ser un fastidio.
Al crecer me volví más reservado, taciturno, silencioso. Pasaba de puerta en puerta sin hacerme notar, nadie diría que estaba en casa. Pero eso tampoco le agradaba.
Tal vez sabía que en el fondo, yo era un jodido ciclón.
—Ah. —Di un microsalto por el dolor, pero la señora me sostuvo de la cara con fuerza.
—Quédate quieto, Haza. Que luego vas a andar chillando porque que se te caerá la pinche oreja. —Me dio un golpe en la espalda, mientras me limpiaba la herida con un algodón.
—Gorda, ya le he dicho que su nieto falleció, no está estudiando. —Dirigí mis ojos a la otra anciana sentada sobre una reja de mangos. Parpadeé varias veces, sorprendido por el hecho, pero más por el poco tacto en que lo decía.
—Gorda tu abuela.
—Ni la tuya vive, gorda. —Su mejor amiga, casi me hace escupir.
—Auch... —Me aparté una vez sentí que pegó cinta porosa en la herida—. Gracias, supongo.
Sacudí la cabeza y me dejé llevar con la canasta en mano. Yo solo había dado la vuelta para recoger unas cosas cerca de la caja y la dueña me agarró tan pronto me vio con un apósito mal puesto. Yo quería curarme en casa, en la sanidad de mi hogar, pero tampoco quise ser maleducado con quien me ofreció su ayuda inmediata. O literalmente, me forzó a recibirla.
—Ya deja de andar chingando y vete a tu puesto, que por eso no te compran flores. —La anciana, Doña Carmen, le sacudió los deditos a la otra como corriéndola.
En respuesta, su amiga masticó con fuerza el aire, dejándome ver que no tenía dientes—: Mmta, uno ya no puede moler a gusto.
Se cruzaron de brazos, antes de volver cada una a su sitio. Yo solo elevé los ojos hacia sus caras molestas mientras cerraba con llave los dispensadores de nueces.
—Así nos veíamos, ¿no? —Bufé, pensando en Exin.
Otro encuentro crucial de mi vida era mi mejor amigo. Del tipo que en un inicio pensaría que nacimos para ser enemigos. No concordábamos en nada. No nos gustaba lo mismo. Su voz era tan insoportable como sus malos hábitos, y ni hablar de la forma en que masticaba elotes. No sé cómo conseguía irritarme tanto.
¿Qué demonios hacía sin él ahora?
La primera vez que conocí a su padre, fue al salir de la escuela, cuando llegó a abofetearlo por reprobar y se lo llevó a rastras al coche. Desde entonces me propuse a ayudarle a mejorar sus calificaciones, sin saber que nos volveríamos amigos, y eventualmente, compartiríamos más momentos así.
Él tomaría fotos de mis heridas para ayudarme a investigar si debía tratarlas en el hospital o si podía hacerlo desde casa. Yo le llevaría el almuerzo siempre que quisiera evadir el desayuno familiar. Des se unió en un periodo en que estábamos tan acostumbrados al otro, que quizás sintió que no había espacio para nadie más. Y no le culpo, yo no quería a nadie más en mi vida; no me arriesgaría a saber si eran amigos o enemigos.
Porque en mi cabeza, erróneamente, Estocolmo fue mi enemigo.
—Haza, ¿puedes poner la canción que me gusta?
Miré a la señora Carmen al otro lado del mostrador. Sonriente, canosa, con una verruga en la nariz de un tono morado. Su mente no le permitía distinguir ya, cosa que me alivió; al menos con el tiempo yo también dejaría de desconfiar y pensármela tanto.
Esa desconfianza alejó a Exin.
Atormentó a Des.
Aterrorizó a mi madre.
Y tal vez, desencantó a Estocolmo.
—No le hagas caso, ya márchate, niño. Yo se la pongo. —Me habló la otra mujer.
Bajé la cabeza como encargándoselo, antes de quitarme el mandil azul. Retrocedí para ir en búsqueda de mis cosas, pero choqué contra Estocolmo, quien parecía haber corrido hasta mi posición. Mi mandil cubrió por completo su cabeza, pero sus manos alzadas me hicieron reconocerlo sin dudar.
—Boo. —Fingió ser un fantasma.
—Ah... —Fingí asustarme.
—No, no lo hagas... —Pidió avergonzado, quitándose la tela de encima—. He tenido mejores.
Estocolmo hizo que me despidiera de las señoras. Dijo que debía hacer lo posible por agradarles, ya que de ello dependía mi futuro laboral. Le miré sin decir mucho mientras caminamos por la avenida; no era bueno tratando con gente mayor, en general con gente, pero haría el esfuerzo, le prometí.
Le extrañé.
La última vez que me había reunido con él, me fue imposible contener lo que sentía. Le expresé mis preocupaciones sobre Exin, mi futuro, la forma tan desalentadora en que me percibía. Se sentó a escucharme, diciendo que fuera abarcando poco a poco algunos puntos; él podía preguntar por algún trabajo en la central, también me ofreció ayuda para contactar a Ex.
Arrimó unos colchones en el salón deportivo, puso videos musicales de mi agrado, y comentó al respecto mientras se bebía unos electrolitos. Me sentí aliviado de ver que me trató como un amigo, porque eso deseaba; dudaba poder tener algo más de él.
—¿Te parece que si nos alejamos sea siempre a unas dos cuadras de distancia? —Est caminó delante de mí. Parecía tenerlo todo organizado—. Esta zona es algo insegura, ya, ya.
Estoy agradecido y dispuesto a ello.
—También ten cuidado con...
Se resbaló al pisar la calle; deslizándose por el cruce peatonal teñido de amarillo. Corrí con las manos al aire para evitar que algún coche le pasara encima, pero en esa zona iban tan lento que solo nos miraron correr de un extremo a otro. Bueno, me vieron perseguirlo.
—Creo que Dios no me quiere —dijo relajado, sin levantarse. Su chaqueta impermeable era bastante gruesa, así que me mostró la seña de OK—. Sin heridas.
No pude evitar sonreír. Me agaché para reincorporarlo y secar sus rulos con mi abrigo. Quise disculparme por no poder evitar su desliz, pero se culpó a sí mismo por alejarse tanto de mi posición.
Recorrimos distintas calles, con fotos pequeñas que tenía de Exin, sobrantes de las imágenes que pedían para las credenciales. Estocolmo me recomendó no sacar el teléfono, para no despertar tentaciones, según. Al menos en locales, no tenían ni idea de quién era.
—¿Seguro que frecuentaba estos sitios?
—Tenía varios amigos de la zona, literal.
—Con la suerte que tengo, capaz ando salando todo. —Estocolmo se culpó como si no caminara junto a la mala suerte—. ¿Te cuento? Me han leído la mano alguna vez. En contra de mi voluntad, me agarraron como cinco viejas en un viaje familiar que hicimos.
—¿A qué olían?
—¿Por qué te importa? —Se carcajeó. Yo también, solo quería demostrarle que estaba dentro de la conversación.
Me extendió la mano para ayudarme a andar por una calle cuesta abajo, pero caminé un poco más y yo se la di en su lugar; me preocupaba que volviera a resbalar.
—Dijeron que aunque viviría algunos eventos turbulentos, me deparaba algo mejor —expresó, bajando con los zapatos ladeados por precaución—. Las pequeñas cosas que hago serán recompensadas. Y tendré una vida feliz. Me gustaría compartir eso contigo.
Se pasó a las banquetas, ya que por el desnivel, algunas casas tenían el diseño de pequeñas escaleras para que fuese más fácil descender. Yo me mantuve a media calle, mirándole. Capaz mi oído seguía dañado, o mi vista, o mi cerebro.
El lunar que se apreciaba desde su perfil, se elevó cuando volvió a hablar—: Sería bueno que compartiéramos la poca suerte que se supone que tengo, también las desgracias. Creo que las conexiones sirven para equilibrar nuestras vidas.
Estocolmo siempre veía la vida de forma positiva. Y a los demás, como criaturas que siempre aportarían algo a su desarrollo. A mí me era difícil comprender porqué me ayudaba tanto pese a estar sin contacto por casi un año. Como si nada hubiese cambiado entre los dos.
Incluso si desearía que hubiese cambiado.
—Tal vez si preguntamos por Exin en la ferretería de abajo... Me suena a un sitio al que le gustaría ir, no diré porqué.
—Est, ¿puedo preguntarte al...?
Resbalé, pasando de él como si fuese agua corriendo por la calle.
~•~•~•~
—Dicen que debemos aprender de errores ajenos.
—No me digas. —Soné irritado. Mi mano yacía fría por el hielo que sostenía en mi cabeza.
—No me digas. —Su sobrino me imitó, completamente serio.
Miré al niño, de apenas tres o cuatro años, sentado en la sala a oscuras mientras su madre nos miraba sonriente. Estocolmo dijo que fuésemos a su casa, ya que no estaban sus padres; pero no mencionó a su hermana ni su hijo.
—Acostaré a Sábado, ustedes sigan platicando. —La muchacha tomó de la mano al pequeño ondulado mientras lo llevaba al fondo de un pasillo; se parecía a Estocolmo.
—Es tu retrato —comenté.
—Nuestra genética te sorprendería. No solo compartimos los mismos males.
Lucía entretenido abriendo la alacena. Me dijo varias cosas que podía prepararme, emocionado, como si hubiese esperado mucho por cocinar lo que fuera. Propuso freír espárragos, si me gustaban, con filete de pollo y una ensalada que tenía preparada desde la tarde.
—No toma más de 15 minutos, ¿está bien si cenamos juntos? —Preguntó después de haberme dicho que cenaríamos juntos.
—Gracias por invitarme. No quiero estorbarte, así que déjame limpiar una vez terminemos.
—Me parece, me parece...
Puse la bolsa de hielo sobre la mesa. Solo la luz de la cocina y el comedor estaban encendidas, el resto era oscuridad y silencio. Veía cuadros colgados pero no distinguía las fotos de las pinturas, ni si olía a incienso o aromatizante. Jamás había estado en casa de Estocolmo.
Es tan callado, a diferencia de él.
—¿Por qué siento que andas pensando en mí y de mala forma? —Estocolmo no me estaba viendo, pero me hizo pegar un salto al atraparme—. Si quieres saber algo, solo pregúntame.
—¿Es normal este tipo de ambiente?
—¿Hablas de que mi casa se siente como un velorio? —Puso la sartén sobre el fuego—. Seh, es medio normal. Mi madre ha hecho y deshecho con la decoración. No se decidía por ninguna estética, al final la dejó sin vida, y nadie más le metió nada. Tampoco suelen ser muy ruidosos. Yo soy el único que en las mañanas anda como si fuese un tractor.
—¿A qué te ref...?
Golpeó el sartén contra otra olla en el comal. Rascó su nuca y añadió—: Soy bien desastroso, la neta.
Bajé la vista a su teléfono cuando una notificación encendió su pantalla. Ya me había arruinado la oreja, la cabeza, pero mi vista por desgracia aún funcionaba. Me fue imposible no ver el nombre de Inpostor allí, como retomando una conversación.
«Sí recuerdas cómo llegar a mi casa, ¿no? Podemos ir a Cristal, después de las siete.»
El dolor en mi cabeza incrementó.
—Est, será mejor que vuelva. Tengo tareas que terminar.
Escuché el filete de pollo caer en el poco aceite del sartén, chillando. Ambos nos miramos, miramos el sartén, la comida fuera. Debía hablar ahora o callar para siempre.
—Fue un chiste. Sí comeré.
—Casi te mato. —Echó el segundo filete, ya condimentado.
• • •
Cómo quiero a Estocolmo. Es el único que está relativamente relax desde que se reencontró con Hipo. Como que la vida la volvió a ver a color.
Fuaaaaa, hay varias cosas en este capítulo que me gustan, como ver a Hipo trabajando. Siempre achica los ojos y hace esa expresión de ¿¿¿
Realmente se ha vuelto mucha más expresivo en comparación a los primeros capítulos. Bueno, no diría expresivo porque siempre lo fue aunque sea un poco, sino más sensible.
¿Hay algún detalle que notaran? ¿Comentarios?
Espero que de la actualización de ayer para hoy, se encuentren bien. Se les quiere mucho.
NOS LEEMOS PRONTO.
~MMIvens.
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