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Capítulo 12: Chico estrella.


Escuché el tronar del cielo, mientras las gotas de lluvia solo eran visibles bajo la luz amarilla de los postes.

El ventilador para llevarse el bochorno. La televisión encendida, con solo el menú expuesto, ausente de sonido.

Ese día casi muero, de solo pensar en la vida. Como cada noche, desde que nací.

Albin.

—¿Seguro que estás bien? Quédate con mi sombrilla, aún hay rocío por la lluvia y tú eres enfermizo —insistió el moreno, esforzándose por entregarle el paraguas.

Hipocondríaco intentó retroceder, pero si no lo sostenía, este caería al suelo. No le quedó remedio mas que aferrarse a él. Mis manos, por otro lado, se sostuvieron de un árbol mientras les observaba.

—Est...

—Luego me lo devuelves, ¿va? —El chico apretó la gorra de su chaqueta, consiguiendo que sus rulos se ocultaran. Mis ojos descendieron a sus botas de combate, que no tardaron en comenzar a correr por la dirección en que llegaron.

Alcé la vista lentamente hacia la espalda de Hipocondríaco, quien no pudo apartar la mirada del otro. Levantó la mano como deseando detenerlo, pero finalmente la dejó caer.

Saqué el vape del bolsillo interno de mi abrigo. Inhalé, mezclando el vapor con la niebla nocturna. Hipo volvió en sus pasos, hundiéndose por completo en la sombra de los árboles que me ocultaban, y tan formal como de costumbre, me habló:

—Perdón por la tardanza.

—Linda escenita. —Le mostré mi dentadura.

Hipocondríaco arrugó la nariz, y pisó una rama al abrirse paso, dejándome atrás. Me entretuve allí un rato, fumando del cigarro electrónico. Las gotas cayeron sobre mi peluca roja, y debido a la corta longitud de esta, mi cuello se sintió húmedo.

Mis ojos se desviaron hacia una cigarra en el árbol de frente. Pensé en esa tarde, habían dos cigarras en la ventana del club.

—¿La dejarás así? —Insomnio me cuestionó.

—Con toda la intención, cariño. —Miré orgulloso la ventana entreabierta, sin seguros. Mi beneficio favorito de ser presidente es que el salón era mi responsabilidad, por ende, también mi entrada fuera del horario escolar.

—A veces siento que te falla, ¿no?

—Cierra el hocico. —Rodé los ojos, encaminándome a la puerta.

Al salir, esperé unos segundos a que él también saliera: una vez fuera, cerré con llave el club. Evitaba de esa manera que entraran a revisar el seguro de las ventanas, ya que eran mi única forma de ingresar, no tenía habilidades en forzar entradas como River, no aún.

—Oh, ¿ya nos vamos? —La pelona apareció detrás de ambos. Yo suspiré al ver que llegó justo al final del día.

—No finjas que llegaste con la intención de hacer algo en el club. —Insomnio sonó como mis pensamientos.

—Oye, hermano, ¿por qué tan agresivo?

Insomnio miró a TDAH, como si se tratase de alguna extraña criatura. Yo no sabía mucho sobre la vida personal de los miembros del club, poco me interesaba saber qué hacía la pelona en sus ratos libres e Insomnio con su tiempo, ni porqué a veces actuaba más irritado de lo normal. Ese día fue como cualquier otro, TDAH llegando al final del día, Insomnio que parecía cargar sus propios problemas, e Hipo yéndose antes que todos.

—¿Por qué no se van a comer algo juntos?

—¿Quiénes? —La chica dejó caer sus manos al costado de su falda, mirándonos a ambos.

—¿Tienes antojo de algo? Capaz el hambre te pone malhumorado —comenté, desviando los ojos hacia Insomnio.

Él arrugó su rostro y llevó ambas manos a su gorra para reacomodarla. Habló más relajado—: Sí, tengo hambre. Pensaba comer en una cocina económica acá cerca.

—¿La que está junto a la panadería? —La pelona volteó a verle con ojos sonrientes. Él asintió—. Ah, es de mis favoritas. No la panadería, esa no, hablo de la cocina económica, esa sí está sabrosa. La panadería es Doña Kelly, ¿no? Está bien feo ese pan, pero mi mamá siempre le compra a la vieja esa.

—¿No está bueno el pan de Kelly? —Giré extrañado, haciendo esfuerzo por no soltar la mochila que me pesaba—. Pensé que sí, la fila de estudiantes es larga, llega hasta la chingada.

—Maldita sea la hora en que doña Kelly decidió hacer pan. —Insomnio no tardó en volver a cruzarse de hombros y hablar golpeado.

—Es que no hace bolillos, hombre...

—No, no hace ni madres —le afirmó el otro—. Ni una baguette.

—¿Pero sí les gusta la cocina económica de a lado? —Reí, alzando ambas manos sobre los hombros de ambos—. ¿Por qué no van juntos? Les dejo una tarea, ¿sí?

Aunque Insomnio lució incrédulo y TDAH como quien preguntaría después a Inso qué fue lo que les pedí, fueron abiertos a mi petición:

»Estar atentos a los chicos en la escuela que estuviesen pasando por momentos complicados, ya sea que los hayan visto aislados, incómodos, con algunas faltas, o simples rumores a voces. Comprendieron que era una de las responsabilidades como miembros del club, y aunque yo estaba ocupado con mil cosas, odiaba descuidar mi posición como presidente.

—Coman juntos y planeen lo que harán, ¿sí? —Les despedí con un ligero empujón, impulsándoles a salir.

Intercambiaron algunos diálogos que no alcancé a escuchar. Mi mente perdida, en un silencio que era apartado del mundo. Pensaba en encuentros poco relevantes cuando me sentía abrumado.

—¿Albin? —La voz de Hipo me hizo suspirar—. ¿Sí dejaste la ventana abierta?

—Lo sabrías si hubieses ido hoy al club... —Respondí, aún observando al lado contrario de su dirección.

—Me disculpo. Salí temprano para buscar empleo cerca de casa.

Guardé el vape en mi chaqueta y giré en mis talones, caminando hacia al área donde permanecía sentado en cuclillas. Me senté de igual forma, entre los árboles, apenas rozando su brazo con el mío. Hipocondríaco también vestía de negro, no era común para mí verlo con ropa deportiva, sumado a la chaqueta que cubría parte de su boca.

—¿Encontraste algo, pequeño? —Le sonreí. No me sentía con un nivel decente de serotonina para funcionar, pero Hipo tampoco, por eso fui dulce.

—Hay una tienda en la central de abastos donde no me piden estudios. La dueña es una anciana, antes le ayudaba su nieto pero se mudó para estudiar, así que necesita a alguien que despache literalmente gramos de nueces y arándanos. —Me brindó toda la información para saber que quizás tomaría esa opción—. Iría de lunes a jueves si lo tomo, aunque abren a las cuatro de la mañana. Así que solo iría de cuatro a siete; al salir, me encontraría con Est para correr hasta las ocho y media. El recorrido sería de la central hasta L.A.

Arrugué el entrecejo, sosteniendo en mi mano el termo aburrido que comencé a usar esos días.

—A las dos que acaba mi horario, seguiría en el club hasta las cuatro, si te parece bien. Ya que cuatro y media debo volver a despachar hasta las 6 de la tarde que cierra la central.

—Por lo que me has contado, también hay días en que ves a Estocolmo por la tarde-noche, ¿no? —Le miré de reojo. Su silueta cubierta por la sombra que venía de mi costado y la luz dándole la espalda, como si le ocultara de mí—. ¿A qué hora harías tus tareas? ¿Los quehaceres del hogar? ¿Tus comidas?

—Me gustaría asignar dos días para la planificación y organización de la semana entera.

—¿Y cuándo piensas limpiar tu expediente, Hipocondríaco? ¿Asignaste tiempo para ello?

—Me enfocaré en el servicio comunitario cuando acabe la escuela, Albin. Tomaré un año para eso, pero no puedo solo dejar de trabajar; no tengo tanto dinero para darme ese lujo —explicó, tranquilo pese a su formalidad y el claro tono ofensivo de mi voz.

Agaché la cabeza hacia el cesped ante la pena.

—¿Cómo ha estado Exin? ¿Has sabido de él?

Negó con la cabeza, consiguiendo que le mirara con angustia. Si aquello me causaba preocupación, no imaginaba cómo se sentiría él.

—Puedes dejármelo a mí, investigaré a dónde se ha metido ese cabrón.

—Gracias, Al —suspiró—, pero también quiero buscarlo por mí mismo. Hagámoslo de forma eficaz.

Saqué los prismáticos de teatro que me regaló mi padre. Mi vista no me engañaba, una figura al otro extremo de la institución había saltado a las canchas. Supuse que River ya estaría entrando a alguno de los salones o por donde sea que fuese su entrada ideal. Le informé a Hipo de esto.

—Debemos movernos ya —hablé, guardando mi termo dentro de la mochila oculta en un arbusto.

—Justo ahora, ¿literal? —Achicó los ojos hacia el frente. El guardia acababa de terminar su ronda así que teníamos media hora antes de que diera otra vuelta; era tiempo de sobra para entrar y salir.

Me levanté, ajustándome la gorra y poniéndola la otra a Hipo. Él se levantó una vez se la puse, volviéndose inalcanzable para mí. Cruzamos la calle sin correr, y llegamos al estacionamiento abierto que conectaba con al área verde.

—Ten cuidado. —Hipo interpuso sus dedos entre mi cabeza y el marco de la ventana. Apreté los ojos, pensando en cómo se sentiría aquella acción si yo no llevase mi peluca.

—Gracias... —murmuré, pasando una de mis piernas al otro lado.

Pero nunca podría andar sin peluca en las noches; es imposible ocultarme.

El club lucía abandonado a esas horas. Sin siquiera un rastro de que alguien lo ocupaba, ya que al retirarme me aseguraba de dejarlo impecable. Mis miembros, o al menos los cuatro que éramos, no se habían dedicado a poner nada en la pizarra ni decorar como lo hacían miembros de los años pasados. Como si realmente solo fuese un club fantasma, de pura promesa en papel.

Giré para ver a Hipocondríaco entrar.

Era incómodo para mí verlo deseoso de hacer cosas, como reunirse con el chico que le gustaba. No porque aún tuviera sentimientos por él, supongo eran celos bobos; si yo era capaz de pasar desvelos a su favor, él también lo haría por alguien más.

—Albin, ¿seguro que estás bien? —Preguntó, sacudiendo el polvo de sus manos—. Te noto distraído. No sería bueno que te accidentaras aquí.

—Sería fantástico morirse así de repente —bufé, apartando la mirada.

Ambos nos distanciamos dentro del club. Él, como de costumbre, observando el vitral mientras me daba la espalda. Siempre le encontraba parado frente a las fotografías de miembros anteriores, dudaba que fuese por mí y mi predecesora. Supuse que veía a su hermano, o a quien sea que recordara de su infancia.

Yo me limité a reposar en la silla del presidente. Nada en particular me ataba al club más allá de hacer que otros dependieran de mí.

Pese a ello, todos nos han dado la espalda este año.

—Estaba pensando —habló de repente, en un tono bajo que solo escuché por la ausencia de sonidos—, no sé mucho de ti, Al. Sabes cómo he vivido todos estos años, pero ni siquiera yo termino de comprender porqué haces esto. ¿Es solo por mí, o tienes otros deseos?

—Yo tampoco sé mucho de ti, solo lo que es de conocimiento público, Hipo —añadí, fijando mi vista en el escritorio que reflejaba la luz de la luna—. Sé que te acosaron. Tú también sabes que sufrí acoso por muchos años. No creo que haya mucho más que decir.

—Me habría gustado poder hablar más contigo —mencionó.

Hipocondríaco no me veía, pero si lo hubiese hecho, capaz se habría percatado del dolor en mi garganta. Ese nudo, como si fuese asfixiado otra vez por confesar mis sentimientos. Sabía que estuvo mal besarlo, reconocía mis sentimientos e incluso mi actuar distante desde su rechazo.

Él no insistiría en conocerme más allá de un amigo en el que confía, ni yo me abriría con él al punto de depender de su existencia. Porque él no me amaba, ni yo quería amarle de esa forma.

—Si te sirve de algo, así una información bien aleatoria de mi vida —reí, con ambas manos detrás de la nuca—, mandé a hacer una prueba de ADN entre mi padre y yo. Por la anécdota.

—¿Todo por la anécdota? —Esbozó una sonrisa, ladeando su rostro de tal forma que me permitió ver su perfil—. No espero menos de ti, literal.

—¿Verdad? —Me contagió su reacción.

Vi su mano posarse en el vitral, por su altura la palma quedó al nivel de su pecho.

—Mi hermano era amigo del hermano de Estocolmo —mencionó al chico moreno, como si fuese libre de hablar por primera vez—. Ambos se encuentran aquí. También, mi hermano tenía un mejor amigo, él...

Su mano se deslizó por el cristal.

—Fue la primera persona que, sin ser de mi familia, todos trataron como si lo fuese antes que yo.

Enderecé el rostro, sorprendido.

—De alguna forma, parece que nací de nada.

Hipo no era agraciado en su hogar por su pasado como acosador. Pero había algo en esa última oración suya, que pensé se trataba de mí mismo. Hijos de nadie, ni de nada.

—Me hizo feliz saber que le importaba a alguien, como si no fuese un extraño en este mundo —suspiró—. Gracias, Al. Por la preocupación que siempre tienes hacia los demás, ya sea como mi amigo o presidente. Respeto cada parte de ti.

¿Cuándo Hipo había podido expresarse así?

Las manos me temblaron, al igual que los párpados. No conocía a ese Hipo, tan dulce y sincero.

—¿Qué sucedió cont...?

El trozo de papel pasó por debajo de la puerta. Ambos volteamos a verlo, como si nos hubiesen cortado la voz. Me levanté de inmediato para abrir la puerta.

Retrocedí de golpe ante la entrada de River. Siempre tan imponente, como si con solo moverse pudiese sacarme volando. Hipo tampoco parecía esperar ese tipo de presencia, pero aunque se vio sorprendido a través de la gorra, no retrocedió.

«Dame los archivos.» —Ordenó con la pantalla de su celular en mano. Yo rodé los ojos antes de quitarme la mochila para extraerlos.

—Ni un "Hola, lindo, ¿cómo estás? ¿Traes los archivos?". —Me vi ofendido.

«Hola, estrellita. Jiji jaja.»

Achiqué los ojos ante el mensaje.

Hipo se acercó de brazos cruzados, mirando al sujeto detenidamente. Lo bueno de traerlo es que era igual de perspicaz que yo, por desgracia, también se topó con las mismas dificultades: Ni un rastro de su identidad más allá de su altura, y eso, no sabría decir si era su postura habitual.

—Tengo todo organizado hasta hace un año. Tengo que recopilar el último año, pero me tomará más tiempo...

«Necesito todo.»

—Sí, sí...

Mantuve el folder en mi posesión hasta que lo vi extraer el teléfono de su chaqueta. Hipo elevó la mano como si fuese a tomarlo, pero River lo evitó al retroceder.

—Dáselo, está bien —indiqué. Hipocondríaco lo tomó de inmediato.

—¿Por qué tienen el teléfono de Des?

No tardó ni un segundo en reconocerlo, es como un perro.

Me llamó por mi nombre cuando llevé las manos a mi cabeza. Sabía que era mala idea mostrárselo, pero no me quedaba de otra. Yo no era un genio para descubrir su contraseña o hackearle el teléfono. Él, por otro lado...

—Revísalo tú, esto es lo único que quiero y puedo hacer por ti. Después me detendré —aclaré, mirándole por el rabillo del ojo—. Sé que sabes su contraseña, debes saberla.

River que se hallaba solo de pie, me pareció que hizo un side eye incluso si no veía su rostro.

—Albin, por favor...

—¿No quieres al menos buscar alguna pista de Exin allí? —Le insité.

Sus cejas se contrajeron, como angustiado. Bajó la cabeza ante la pantalla que le iluminó el rostro, y le vi presionar el número "dos mil trece".

Di algunos pasos para acercarme a ver lo que leía. Estaba en los chats archivados, viendo la vista previa de una conversación con alguien de nombre Anemia. No los abrió para no dejarle en visto, pero por su expresión, sabía algo. Yo ya había hecho lo que debía hacer.

Miró otras conversaciones recientes, pero más que eso, fue a su buscador de internet y se detuvo en las ventanas abiertas. Cosas tipo "¿Cómo arreglar una discusión con tu amigo?" estaban a plena vista. Y en sus descargas, el expediente de Hipocondríaco.

—No hay nada aquí que valga la pena. —Le devolvió el teléfono a River.

Es literalmente la prueba de que Des estaba involucrado también...

Oh, literal.

Le entregué el folder a River. Este extrajo apenas unas hojas para leer por encima, antes de volverlas a guardar sin permitir que Hipo echara un vistazo. Yo agradecí a los dioses, porque si supiera lo que entregué, ya estaría colgando de un mecate.

—¿Qué tienes tú que ver en todo esto? —Preguntó Hip tras recuperar la compostura.

—No acepta preguntas, es como un idol. —Bromeé.

River le habló con señas, pero al notar que a Hipo también le costaba entenderle, escribió en su teléfono: «No vuelvan por acá si no quieren ser arrastrados. Esta mierda no es para ustedes, estudiantes.»

Estudiantes.

—Qué considerado eres, amor, ¿te lo han dicho? —Me incliné para apagar su pantalla, pero su manota empujó mi rostro hacia atrás. Hipo se posó detrás para evitar que perdiera el equilibrio.

Se despidió en una seña simple, como si fuese un militar. Hipo estaba decidido a retirarse por la ventana, pero le pedí que me aguardara un segundo antes de que siguiera a River a través de los pasillos.

Corrí de puntitas, deteniéndome cuando el criminal también se detuvo. Me miró de soslayo, y si tuviera sentido del humor, seguro le causó gracia el desastre de mi cabello.

—Perdón por traer a alguien más —hablé, con una mano en el pecho—. No me gustaría molestarte con eso.

De un solo paso e inclinándose hasta mi altura, quedó frente a mi rostro. Pude sentirle respirar a través de la careta, como esperando a que dijera algo más.

—Aunque fue en parte por apoyar a mi amigo, nuestros objetivos son distintos.

Me hizo unas señas. Una de ellas en particular fueron sus palmas avanzando hacia delante, rozándome con esa acción. Le habría acusado de coqueto si estuviésemos en otra situación.

Extrajo su teléfono, y con unas palmadas a mi espalda, leí el texto:

«Perdón si empujé tu cara muy fuerte», se disculpó por lo pasado. «Si no tuvieses un futuro por delante, me habría ayudado tenerte de mi lado.»

Supe que me agradeció en señas. Palpó su mochila como si ya fuese todo lo que necesitaba del lugar. Le recordé que faltaban los datos de este año, intencionalmente no los incluí, porque River se equivocaba en algo: Yo no le dejaría escapar, en parte porque me entretenía, en parte porque me asustaba; debía conocerlo más para decidir si atraparlo o dejarlo ir.

Yo ya no doy nada gratis.

~•~•~•~

—Les propongo, chan chan chan chaaaaaan... detener por la fuerza al extraño que se cuela en L.A.

La pelona e Insomnio se miraron, mientras Hipo solo arrugaba el entrecejo. Una cigarra se golpeó contra el cristal de la ventana, sin poder entrar al aire acondicionado con nosotros.

—En caso de que no hable, claro. Al menos quiero que nos explique sus intenciones. Comienzo a sospechar que es un adulto.

—Ah... ¿Dices que en fin de semana? Tengo una cena con mi compañera de clase, no creo poder hermanito, me agarras de la nada. —La pelona rascó su nuca mientras desviaba la vista al piso.

—Trabajo desde hoy, Albin.

—No, no me incluyas en tus cosas raras. —Insomnio exhaló, reclinándose en el asiento.

—Por favor, realmente me preocupa —balbucí—. Estoy haciendo lo posible por mantenerlo aquí.

Hipocondríaco suspiró. Se apoyó en sus rodillas mientras me habló con seriedad, advirtiendo que lo mejor era no meterse en cosas relacionadas a la escuela, mucho menos cualquier cosa que incluyera al consejo y a ese sujeto. Dijo que no quería verme en su situación, porque él metió las narices en donde no debía.

—Y nadie te está orillando a esto, Albin. Tú puedes tomar la decisión —dijo—. Solo déjalo ir. Ya obtuviste lo que querías de él, no quieras más. Yo agradezco lo que ya hiciste por...

No lo entiendes.

—Ya llegué muy lejos, Hiiiip —hablé estresado—. Lo estoy apostando todo por saber qué planea hacer, capaz tiene más relación con lo que pasó en el PLJ. No lo puedo dejar así nada más después de darle los datos del club.

—¿Diste datos del club? —La pelona abrió los ojos en sobremanera.

—Ja. —Insomnio se rió, no supe si de mi lengua suelta o por la simple escena. Se quitó la gorra, echó su cabeza para atrás y como si se fuese a dormir, dejó la cachucha cubriendo su rostro. Hipo por otro lado, me miró incrédulo.

—¿Qué datos diste?

Tenía las palmas sobre el escritorio, de pie. Quise encogerme, pero todo me tembló y se tensó al mismo tiempo. Volvió a preguntarme; se levantó de la silla al no recibir respuesta más allá de murmullos bajos.

—Albin, ¿qué demonios hiciste?

Mis ojos se centraron en su rostro, lejano por la diferencia de altura. Sabía que se enojaría, pero lo mío no era mentirle, él lo sabría tarde o temprano.

—Quería datos, testimonios de estudiantes que han venido al club...

—ALBIN, ¿DE QUÉ DATOS HABLAS?

—TESTIMONIOS, de acoso escolar —confesé, cabizbaja. Me sentí hastiado—. Le di todos los del año pasado hasta algunos pasados. Pero guardé los de este año, no se los quería poner todos en bandeja de plata. Solo quería...

Me agarró de los hombros, obligándome a verle. Abrí mi boca como si fuese a reír o decir algo, pero su fuerza evitó que hablara. Hipocondríaco estaba enojado, ni siquiera lo había visto así cuando hace un año grité cosas hirientes sobre su persona.

—Te pedí que no hicieras nada.

—¡¿Y qué si lo hago por mí, eh?! —Alcé la voz—. Soy el presidente, es mi decisión.

—Eres un gran presidente —escupió, empujándome hacia atrás.

• • •

Todo se derrumbó... dentro de mí, dentro de mí.

Hola, gente bonita. Qué capítulo tan pesado. Se nota la fatiga mental de Albin.

Es doloroso ver a Hipo orgulloso por la empatía de Albinismo, para descubrir finalmente lo que hizo.

¿Cómo se encuentran?

¿Comentarios, reflexiones, teorías? ¿Opiniones sobre los personajes?

Les quiero muchoooo. Aquí un Exin e Hipo:

E Hipo en modo chivo expiatorio:

~MMMIvens.

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