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Capítulo 11: Si fallo, me desmoronaré.


Cosechas lo que siembras, decía cualquier tía nefasta en las reuniones cuando chismeaban sobre alguien más. Putos chismes venenosos.

Quería fingir que todos eran mentira, aunque cuando se trataban de mí había cierta verdad. Traté de engañarme a mí mismo.

Hipocondríaco.

A veces tenía pesadillas, donde volvía a estar con la nuca contra el suelo mientras recibía cada golpe bañado en sangre de mi propio rostro. El dolor no me permitía ni siquiera ver con claridad.

Era surreal, observar esas manos al intentar dormir, las manos de Estocolmo que un día no solo destrozaron mi cara, sino que acabaron con todo a mi alrededor.

Era mi fin. Dejé de existir incluso para mí, como un castigo divino.

No me toques —pedí, apartando su mano.

Me centré en la mía, que temblaba entre más le miraba. Mi cerebro trataba de distraerse pero la sensación de ahogarme llegaba a cualquier hora del día, en cualquier momento, siempre estaba allí esperando a que bajara la guardia para recordarme.

No quería que otros sintieran el temblor, ni estaba acostumbrado a que me guiaran, mucho menos lograba quitarme la incomodidad de recibir atención.

—Perdón —balbucí, parpadeando con fuerza para liberarme un poco del sobrepensamiento—. Gracias por ayudarme, he estado dando vueltas toda la mañana. No logro centrarme.

—Sí, sí. —No añadió más.

La línea azul de "autobuses" era conocida por ser un tren ligero, a veces llamado bus, metro, sin llegar a ser ni uno ni otro; era como sea que lo conocieras, incluso podías decirle el camión azul por su característico color y franjas amarillas. Su base y bancas tenían barrotes de tubos metálicos a los que sólo debías insertar unas monedas o pasar tu tarjeta del mismo metrobus.

Llegaba hasta cierto extremo de la ciudad, una línea recta que apenas se curvaba. Subimos la rampa que llevaba a la estación, yo pasé mi tarjeta del transporte público dos veces, pagando su pasaje.

—Ah, yo puedo hacer eso... —comentó, bajando su mano antes de seguirme.

—Vas por mí, debo pagar.

—¿Trabajas o por qué quieres pagar todo? ¿Lo repusieron tus padres? —Estocolmo continuó caminando, chocó con mi espalda cuando me detuve de golpe. Quiso apoyar sus manos en ella pero me aparté de inmediato.

—¿No puedo?

Le pagué la medicina con parte de mi beca.

—¿Me estás pagando tú entonces? —Sostuvo su propia corbata, pensativo.

—Déjalo así. —Reanudé el camino.

—Eres muy bueno conversando. —Le oí susurrar con sarcasmo.

¿Sabrá que habla muy fuerte o le dejo seguir pensando que no?

Estocolmo vivía a cinco estaciones después de la mía. Me indicó el dibujo de la casilla antes de abordar y buscar lugares. Estaba algo lleno así que tuvimos que permanecer parados por varias estaciones. Mi brazo comenzaba a adormecerse por sostener la mochila al frente.

—¿Me puedes...? —Intentó hablarme, asfixiado a un metro de distancia; la corbata negra y roja le apretaba. Dio un paso tembloroso hasta poner todo su peso en un brazo y apoyarlo cerca de mi cuello, evitando caerse—. ¿Puedes presionar mi teléfono?

Me sentí como si quisiera golpearme por el impacto, pero se sostuvo con tanta fuerza para mantener aún la distancia de un metro y no venirse sobre mí. Elevé la barbilla y me desencorvé, alejándome de su mirada al preguntarle qué debía presionar.

—O solo el audífono, es que no me gusta esta rola, ¿sí? —Pidió a secas, como recordando que no nos llevábamos tan bien.

Estiré la mano y presioné, varias veces, pero no me dio la señal de parar. Cerró los ojos y escuchó atento los cambios, su lunar se volvió borroso por el movimiento constante del transporte público, al igual que su cabello ondulado que comenzó a despeinarse.

—Ah, allí está bien. Graci...

Abrió los ojos de golpe al sentir como el traqueteo se detuvo. Su mano se resbaló, dejando ir su rostro sobre mis hombros.

Habría evitado resbalar si le hubiese abrazado, pero me moví al sentir su piel rozar con la mía así que solo se golpeó contra el tubo del que me agarraba.

Estocolmo parecía un mosquito aplastado. Su mejilla tenía la marca rojiza del metal. Mínimo sus audífonos estaban bien, los recogí del suelo para que no los pisaran.

—Gracias... —Terminó, arrebatándomelos de la mano.

Le señalé los asientos que quedaron vacíos tras esa estación en la que ocurrió su accidente. Se sentó junto a la ventana, el asiento a su lado fue llenado por mí. Me aseguré de no haber tenido alguna herida: no me estrellé ni rasguñé con nada; solo pensar en que pude haberme golpeado contra él me puso alerta para tener más cuidado al andar.

Podría haberle aplastado algún órgano, o mi cabeza se habría roto.

—Oye.

—Mande.

—Puedo meterte a la escuela, quizás dentro de semana y media —comentó, abrazando su mochila mientras giraba su cara hacia mí. Tenía un iris tan pequeño que parecía apenas un lunar sobre su esclera—. Pero no se vale que sepa tan poco. Específica a qué lugar quieres llegar, porque hacer un mapa entero solo porque quieres cubrir tanto espacio como gustes es una pérdida de tiempo para mí. También soy estudiante y tengo otros deberes.

—De acuerdo. —Asentí.

—¿Sí? Ay, ¿entonces qué zonas? —Sacudió la cabeza en acuerdo conmigo cuando mencioné puntos claves: El jardín trasero, donde estaba la estatua del director; la cancha de basketball, petición de ciertos idiotas; el salón de audiovisuales; entre otros—. Bien, me lo anoto.

El trayecto fue silencioso después de que Col me hiciese una serie de preguntas. No me contuve, esperaba ver su reacción y la forma en que procesaba todo, no me podía dar el lujo de fallar al contarle todo mi plan.

Por otra parte mi cabeza se debatía en si bajar estaciones antes o llegar a casa para continuar las mismas discusiones cortas que me hicieron salir con prisa en la mañana.

Mi madre fue la primera en caminar sobre el recuerdo, sirviendo platos en mi mesa como si intentara hacerme tragar para vomitar cualquier cosa que me guardara. Pero yo odiaba el vómito, y hablar de más.

—¿Por qué se quedó a dormir? ¿Fue porque te sentías malito o él también nos mintió? Y no estoy tirando una moneda al aire, me lo topé cuando se iba. —Fue más directa que otras veces, sentí que me ahogaría con el pan en mi boca. Tosí, al igual que mi padre que solo nos miraba de reojo y se ocultaba tras las noticias en su teléfono.

—Supongo que le dio sueño, por eso duermen las personas. —Bajé los ojos para centrarme en el jugo de manzana que estaba por beber.

—No le saques. —Me quitó el vaso, yo me apresuré a alcanzar el de ella para quitarme la sed.

—Subiré por mi mochila.

Dejé el desayuno a medio terminar. Mi madre suspiró, sosteniendo su frente con la palma de su mano; mi cabeza estaba tan ansiosa que incluso yo habría creído que anoche amenacé a Estocolmo para quedarse, y aunque le veía por decisión propia cuidar de mí, me negaba a que llegásemos a ese punto.

Era una vergüenza, no solo haber sido visto por él, sino que entrara a mi habitación, a mi casa, donde mi entorno familiar era algo que quería mantener a espaldas de cualquier tercero. Ahora que lo vio de cerca incluso verlo de frente me hacía sentir con náuseas, apunto de desmoronarme.

—Tu hermano vino en la mañana para buscar unos papeles suyos, pero te dejó un portalápices de arcilla.

—Tíralo, ya tengo muchas cosas de arcilla.

—¿Puedo ponerlo en mi oficina? —Escuché detrás la voz de mi padre, como si se estirara para alcanzarlo. Di media vuelta.

—Se están volviendo acumuladores. Yo lo tiro. —Lo recogí antes de que lo tocaran.

Lo puse en la repisa tan pronto entré a mi habitación. Se veía bien junto al resto de cosas del mismo material. Mi hermano era artesano, le gustó desde pequeño la arcilla, así que su primer trabajo en primaria fue un martillo para mí por mi apodo asignado: Thor.

Después de ese regalo, mis padres siempre le pedían cosas para la casa así que yo no recibí nada más; después pasó su etapa de genio, y la mía también. No recuerdo cuándo se convirtió en una persona normal, pero los regalos volvieron a acumularse, al igual que mis padres esperando tener un trozo de ellos.

La vida tenía tres puntos de quiebre: Extraordinario, un niño que apenas obtiene consciencia no como recién nacido, sino quizás en un cumpleaños de ocho años donde piensas "soy un ser viviente" que no recuerda una mierda de los primeros años de vida. Solo comienzas a existir en algún punto, abres los ojos.

La segunda vez es más como un despertar: Genios, una adolescencia donde eres diagnosticado y los primeros meses son tan difusos, como sueños que apenas pueden conectarse entre ellos, golpes, gritos, risas ahogadas. Haces las cosas que son necesarias, sigues la corriente, aceptas que es tu culpa ser tu condición. Es tal vez hasta que algo sucede, quizás a los 15-17 años, donde entiendes y cuestionas lo que te rodea.

Después silencio: Eres una persona común, con dolores musculares y pérdida de cabello. ¿Cómo demonios alguien vive tanto?

Cada vez que veía la arcilla acumularse, saltarse etapas, con fecha de creación debajo, era como un recordatorio de que ya había vivido hasta ese punto. Me abrumaba, como si ni siquiera el tiempo de creación impidiera que fuera tan frágil como un pedazo de artesanía.

—Ah... —Respiré repetidas veces, apreté los ojos y me dije a mí mismo que no iría a casa aún.

Mi respiración se detuvo al sentir la cabeza de Estocolmo apoyarse en mi pecho, deslizándose hasta calentar mi abdomen que se revolvía con cada roce.

Me tembló el ojo al igual que el meñique. Se había quedado dormido sobre mí, consecuencia de la noche tan incomoda que tuvo.

—No te... —Cubrí mi boca lentamente. Sabía que debía dejarle dormir, pero mi cuerpo deseaba bajarme en cualquier lugar antes que seguir allí.

Mi respiración empeora y me duele el pecho como si tuviera tarántulas retorciéndose.

Levanté la vista al techo del transporte. Si me centraba quizás olvidaría su peso. Cerré los ojos maldiciendo cuando se aferró a mi pierna con un brazo, casi usándome de almohada. Me pareció que era inquieto.

Estuvimos así por 10 minutos. Los dioses lunáticos seguro se apiadaron ya que me bajaría en esa estación.

Sacudí sus hombros para despertarle.

—Vete a la verga, estoy durmiendo. —Estocolmo me maldijo.

—Ya me voy a bajar. Recuesta tu cabeza en el otro extremo para que no te golpees.

Lo que dije le hizo abrir los ojos como chivo loco. Levantó su cabeza, volviendo a su sitio, quizás ocultando la vergüenza por mandarme a la verga cuando yo le servía de apoyo.

No se atrevió a verme, se centró en el anuncio de la pantalla al frente y me dijo que no era mi zona.

—Voy a hacer una parada antes. Y mejor no te duermas hasta llegar a casa.

—Ok, ok.

Salí de la estación, reacomodé la mochila detrás de mi espalda y me apresuré a cruzar la avenida para llegar a las calles que tenían letreros enormes sobre ser una vía segura. Los pusieron tras instalar luces para andar en las noches, cosa que me parecía una idiotez ya que era obligación del gobierno ponerlas y no mofarse de ellas.

Saqué mi teléfono para seguir la dirección de Exin, era algo confuso el camino pero llegué cuando aún me iluminaba el sol de la tarde.

Beviernes, día en que cuidaba el changarro, todo el fin de semana. Su garage estaba abierto pero solo había una niña jugando en una de las tres computadoras con internet.

—Pásele gallo —dijo, elevando una mano sin siquiera verme.

—No soy un gallo, muerto.

Ex bajó las patas del mostrador al igual que el teléfono que usaba. Me miró unos segundos, metió una papita a su boca y me dijo que tomara la computadora que quería. Aunque él me pidió venir le impactó que mi enojo me lo permitiera.

—¿Me la enciendes? —Pedí, sin recordar cómo funcionaban las computadoras. Solo usaba laptop.

—Va, dame shampoo. —Pidió chance, levantándose para encender el equipo. Me moví un poco para darle el espacio.

Jaló una silla, se sentó para abrir YouTube y me preguntó qué quería ver. Me comentó de el estreno de una canción de mi grupo femenino favorito, dijo que "Estaba perro" para expresar que le gustó. Le dije que la pusiera.

—¿Cómo andas? ¿Ya se te pasó el berrinche?

Ex se recargó en el asiento con rueditas, apoyando su pierna sobre la mía para mecerse en espera de mi respuesta. Rechisté, sin agregar más.

—Pero dime si no hay pedos entre nosotros, papá. Neta, lamento si te ofendí al irme sin avisar pero Des se me desmayó, ¿qué querías que hiciera? —Lanzó pequeños golpes a mi hombro, yo me centré solo en el video y los sonidos de la niña que jugaba de fondo—. No quiero pez contigo. Habla...

Mi silencio le hizo pensar más pendejadas de las que pude imaginar.

—¿Fue el besito? ¿Quieres un besito? —Bajó su pata, acercando su silla a la mía para sostenerme de la cabeza; mi expresión seguía igual de irritada—. Qué celoso saliste, perrito. A ver, ven, un besitoooo.

—Vete a la mierda, Ex. —Empujé su cara, antes de seguir quejándome—, te pedí que mantuvieras distancia. Se supone que aún tienes novia.

—Y de eso te quería hablar, papá. Voy a decir que recién corté con mi novia, ando ligando y Des seguro me verá como un imbécil infiel si no lo aclaro. Podré ser muchas cosas pero no infiel.

—Yo te advertí. —Me encogí de hombros.

—Y sabes que siempre te hago caso, pero también deberías darle una oportunidad a las personas. Nunca te has equivocado, pero puedes hacerlo en cualquier momento.

Me perdí en el video musical, lleno de rosa y melodías que aunque disfrutaba en ese momento se sintieron ajenas, como si yo fuera solo parte de otro video. Ex le pidió a la chamaca detrás que bajara el volumen.

Ya me equivoqué.

—Está bien, di que terminaste. Sobre Des, lo pensaré.

Había algo en el trastorno de despersonalización-desrealización que no terminaba de gustarme. Las personas que no me inspiraban confianza eran quienes ocultaban con todas sus fuerzas la incomodidad o poca felicidad de estar en cierto lugar.

Estos individuos se reían, hablaban, observaban con tanto ánimo su alrededor, pero en el silencio esto cambiaba, sus expresiones se volvían sombrías, amargas, y se asustaban cuando alguien les veía en ese estado. Yo atrapaba numerosas veces a Des, él me sonreía para pretender que no cruzamos miradas.

Exin en contraparte, era tan claro como el agua. A menudo las personas desconfiaban de él pues no se hacían la idea de que fuera sincero, pensaban que quizás ocultaba algo, cuando solo reflejaba la poca habilidad de los demás para confiar en alguien.

—Gracias. —Palpó mi espalda.

Me comentó que vendría un chico con el que estaba ligando, disque a surtirse de chatarra. Me invitó unos Takis durante ese tiempo.

—Buenas tardes, casi noches... —Apareció el chico pálido.

¿No es el primo del capitán de su club? Siempre lo detengo al ingresar a la escuela.

Me saludó al verme de reojo, yo solo asentí como saludo. Se asustó al ver a la niña gritar de repente por haber muerto en su videojuego, Ex tuvo que volver a callarla.

—Viniste a cotorrear, eh. —Exin quiso parecer un galán que no esperaba la visita del otro.

—Claro, en buena onda.

Me sacudí por los retorcijones que me causaba tan pobre interacción. Las relaciones adolescentes me daban tortícolis. No me hacía sentido que se echaran los perros tan descaradamente.

De qué sirve una relación si no van a quererse para toda la vida.

Me sacudí otra vez al sentirme asqueado de ese pensamiento plagado de romanticismo.

El chico que vestía con ropa veraniega comenzó a tomar todo lo que compraría. Exin fingió no prestarle atención pero lo miré con molestia cuando se percató de que se estaba comiendo al otro con la mirada. Agachó la cabeza como si le hubiese regañado, y eso hice, todavía no eran nada así que era un vulgar al observarle de espaldas.

Literal, piensa con el pene.

—Por cierto, soy el trastorno explosivo intermitente. —Ex rompió el silencio. Le puse pausa a la música al reparar en que no se habían presentado.

Seguro se manosean antes de decir "hola".

Me atrapé a mí mismo criticando, como Estocolmo lo hacía en voz baja. Al menos no iba a contarle chismes a otros.

—Lo sé. —El chico contuvo las risas. Sacó su cartera para pagarle.

—Ah, ¿no estábamos manteniendo el misterio?

—Supongo, no me preguntaste mi nombre. ¿Te gustan los riesgos?

No decir tu nombre era peligroso. Aunque yo le conocía, era famoso por no entrar en ninguna categoría.

—Sí, me gustan. —Exin se puso de pie, apoyando ambos brazos en el mueble que les dividía.

—Pff, soy Albin —dijo, haciendo parpadear al otro repetidas veces—. Albinismo.

Exin miró su cabello, sus ojos, casi juré que analizaba sus pestañas pintadas. Albin dijo que usaba pupilentes, eso seguía sin hacerle sentido a mi amigo; comentó que llevaba peluca también. No le gustaba que le identificaran en la escuela pues nadie lo consideraba una afección real.

Siempre lo detengo en la entrada porque viola muchos códigos de vestimenta, igual oculta su nombre.

—Voy por bebidas... —Ex no le dijo nada, solo volvió al interior de su casa.

Albin me miró, casi esperando una respuesta o excusa sobre la actitud de mi amigo. No le iba a mentir:

—Solo le gusta el cabello negro, los ojos igual.

—¿Me estás jodiendo? —Negué, haciéndole suspirar—. Vaya, así que le gusté por eso.

Tomó asiento donde estaba antes Exin, la silla que pegó a mí. Quise alejarme un poco pero ya no había espacio así que quedamos bastante pegados, pensé ignorarlo pero también me hizo plática.

—Eres Hipocondríaco, ¿verdad? ¿Cómo te está yendo? —Me preguntó. Guardé silencio así que continúo—: me refiero, ¿cómo te está yendo con el sistema? Tengo tu historial en mi club, soy vicepresidente del club de consejeros así que estoy al tanto de las enfermedades y trastornos que viven discriminación.

—No deberías preguntarme esas cosas si no estamos en el club.

—Entonces te invito a ir. Somos buenos escuchando y aconsejando, podemos ayudarte si no te encuentras bien.

—¿Tú te encuentras bien? Parece que quieres ser alguien más —expresé, señalando su peluca negra que le llegaba a los hombros por el largo.

—Creo que serías mejor en nuestro club que en el comité disciplinario.

—Soy bueno en cualquiera donde pueda observar.

No buscaba dinero, ni reconocimiento, sabía las consecuencias de participar en lo que hacía. Arruinar el PLJ no me parecía una acción egoísta, sino necesaria. Si dos escuelas eran forzadas a convivir, habrían más incidentes que buenos resultados.

La situación es tan tensa que todo podría terminar en un accidente si nos ponen en el mismo lugar.

—¿Aunque te estén usando? —Le respondí que él buscaba hacer lo mismo conmigo, pero negó varias veces que no era eso—. Solo creo que te vendría bien, siquiera ir a hablar. Sé lo que es sentirte culpable por tu condición.

—No me siento culpable, es quien soy.

—Es que "no eres". Ah... solo olvídalo, ve cuando quieras.

Exin apareció con una charola que contenía tres vasos de agua de frutas. Su mejilla tenía un raspón, hinchado, con pequeños puntos de sangre que no terminaban por formar una gota. Nos dio un vaso a cada uno.

Albin no dejó de observar con sorpresa su herida. Me levanté para tomar un apósito de mi mochila.

—Caminas como borracho, por eso te golpeas con cada cosa que se topa en tu camino. —Expresé, haciéndole tomar asiento para cubrir la herida.

—Vamos a pistear al rato pues. —Ex me siguió el juego.

Terminamos por evitar preguntas de Albinismo. Aunque estaba seguro que después de hoy, Exin no volvería a escribirle.

No necesita pensar en nada más que el plan, nos queda poco tiempo.

• • •

HOLA, OTRO CAPÍTULO Y CON MARINA DE FONDO.

Todo este argüende está bastante difícil. Pero hey, Estocolmo e Hipo se están acercando por intereses propios. No sé qué tan mal pueda terminar. ¿Comentarios?

Estocolmo se fue pensando "Hipo no tiene ni la decencia de agarrarme cuando me caigo". Hipo seguro piensa "Qué bueno que no le caí encima" GAHAHAHA.

Hipocondríaco y Exin, Dios... Ambos tienen una relación curiosa. Se conocen desde hace unos años, no hay nada que probar ni ocultar con el otro, aunque Hipo sigue sin hablar muchas cosas con él.

ALBINISMO ES PARTE DEL CLUB DE CONSEJEROS. Y quién diría que físicamente se parece más a Des.

¿Preguntas, curiosidades?

¿Qué tal el mes?

No tengo ilustraciones de nuevo, pero es que no creo poder ilustrar na' hasta agosto por la cantidad de comisiones que tengo. :( Igual les mando un abrazo y besitos.

Estocolmo:

HASTA LUEGO. <3

~MMIvens.

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