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Capítulo 10: Para no matarme.

Como el hombre en búsqueda de la felicidad, di lo que podía de mí. Lo dejé todo, aprendí a sufrir.

¿Pero cuándo aprendería a dejar de torturarme? ¿Cuándo sentiría que me castigué lo suficiente?

Ya estaba crucificado antes de arrastrar mi propia cruz. Entonces, ¿qué más hacía falta?

Hipocondríaco.

Exin no volvió a casa desde aquella ocasión.

Lo esperé varias noches, también llegué tarde a clases con la esperanza de encontrármelo. Hablé con los vecinos para que me enviaran un mensaje en caso de que lo vieran pasar, pero a los pocos días solo recibí una notificación del casero diciéndome que pagaron la mitad de la renta. Supe que estaba en algún lado; si estaba bien o mal, no lo mostró.

Mis llamadas jamás le entraban. No pensé en llamar a ningún ser querido suyo, sino que al contrario, yo era el ser querido a quien marcaron algunos excompañeros.

Me sentía debilitado con cada día que pasaba. Sé que le importaba a Exin, pero cuando se fue de ese espacio tan estrecho, su abrupta ausencia dejó un hueco en el sitio; yo no sabía si debía arreglarlo o vivir así.

Mi cuerpo comenzó a reaccionar como un puercoespin debido al estrés. A la mínima molestia, se me caían mis púas.

—¿Bueno? —Atendí antes de salir de casa. Al escuchar el tono del otro lado, me arrepentí de haber respondido.

—Qué alivio que contestaras, tu padre y yo nos cansamos de buscar la llave de tu cuarto. —Eirín suspiró, como si la vida le hubiese regresado. Aunque lo que dijo me resultó confuso, aclaré sus dudas.

—Es porque le cargo en mi llavero —expliqué, viendo las llaves en mis dedos que estaban por abrir la puerta—. La conservé por mera costumbre.

—Con razón... ¿Puedes traerla antes de las 12? Queremos habilitar el espacio como cuarto de invitados.

—Pensé que ese era el cuarto de Denis —musité, con el torso de mi mano contra mi frente—. Y no, no puedo llevarla ahorita. Estoy saliendo para ir a clases.

—No te pongas así, puedes llegar a la siguiente hora de clases.

—¿Crees que voy a perder tres clases por ir a dejarte la llave? Solo espera un rato, te la paso a dejar por la tarde. —Bufé. Sacudí la cabeza al abrir la puerta, deseando que fuera el final de nuestra conversación.

Afuera el sol me cegó. Mis rodillas se sintieron frágiles, al igual que mis ojos.

—No tardas tanto, si te vinieras en el autobús estarías llegando como a las...

—Mamá, ¿crees que voy a perderme unas clases y literalmente jugármela con los profesores a quienes poco les agrado?

—No es mi culpa que no les agrades. Pero fuera otra cosa, y sin problema te saltarías las clases, ¿no? —Insistió.

Quizás era mi falta de sueño, pero sentía mi propia irritación, la intoxicación del cortisol y la adrenalina regándose por mi cuerpo. Puse mis ojos en blanco y sostuve mi mochila en la otra mano.

—No les agrado porque me denunciaste.

—Fue tu elección —espetó.

—No tuve elección.

—Hipo, todos tenemos libre albedrío.

—¡¿Lo tengo?! —Alcé la voz, arrojando mi mochila contra el fierro de la escalera; este tembló igual que mi mano tratando de detener su ruido—. No te atrevas a pedirme un favor que ponga en riesgo mi propia vida, es lo único que te pido. No que hagas algo más por mí.

—Ya lo oíste —habló con alguien al fondo, seguro mi padre por su silencio—. Qué bueno que tu hijo es tan egoísta que ni un favor puede hacerle a sus padres. Me da la confianza de que así evitará que se aprovechen de él cuando sea más grande, ni vivirá siendo humilde para pedirnos algo otra vez.

—¿De qué demonios hab...? —Me colgó.

~•~•~•~

Nunca fui alguien volátil, me gustaría decir. Pero incluso si vuelvo al pasado, me encuentro discutiendo con Exin por diversos motivos, ya sea porque se bebió algo mío, porque llegaba mal vestido a la escuela ocasionando que lo detuviera en la entrada, por imágenes de internet o simplemente por ser la única persona con quien podía demostrar lo fastidiado que estaba.

Con quien podía gritar sin sentirme un monstruo.

—¿Estará bien que vaya hoy en la noche a seguir practicando? Creo que debería ir a buscar a Exin... —Me repetí, andando por los pasillos de la escuela mientras sentía mis uñas alrededor de mis dientes—. No tengo ni idea por dónde empezar.

Miré el tablero donde colgaban noticias. Desde hace una semana se encontraban fotografías de los rayones que se hallaron en la mesa del consejo estudiantil, pero la nota era opacada por unos alumnos de primer año que se comieron unos pañales mojados como reto.

Albin no destacó tanto como esperaba.

—Van a convocarnos por la tarde para saber de quién es el termo de Sanrio —escuché murmullos entre jóvenes que pasaron tras de mí—. Anduvieron preguntando y cazando internamente, pero ya se cansaron de que no haya un responsable por estarse metiendo.

—¿No tendrá algo que ver con el que rayoneó la mesa? —Alguien más se les unió, siguiendo de largo hasta que la última sílaba se esfumó con el escándalo alrededor.

O tal vez sí destacó, pero no de la forma que quería.

—Otra vez con sus cosas... —Rechisté, girando de golpe. Retrocedí al ver que asusté a los alumnos alrededor, no tardé en recuperar mi compostura antes pues recordé que yo seguía destacando más que cualquier otro criminal.

Al llegar al club, no pude regañarle por su descuido. Estaba recostado sobre el escritorio, con sus audífonos puestos mientras le cubría una sudadera que solo había visto en Insomnio. Se quedó dormido, mientras tomaba un descanso aparentemente.

—Si estás molesto con él, no lo despiertes. —El castaño habló desde su sitio en la esquina, sacándose también los audífonos. No cuidó su tono de voz pero Albin ni siquiera despertó, es más, la música del albino sonaba en toda la sala.

—No lo estoy —suspiré, arrastrando una silla hacia la chica pelona que jugaba a un costado del escritorio—. Sé que lo hace por mí.

Los tres permanecimos sumidos en silencio. Después de quince minutos alguien llamó a la puerta. Me sorprendió al igual que los a presentes que alguien quisiera dirigirse a nosotros después de una semana sin recibir personas interesadas en el club.

La pelona se levantó corriendo para buscar los bocadillos que dábamos. Insomnio fue a abrir la puerta, asegurándose de que no fuese una broma. Cuando vi cruzar a una muchacha de baja estatura, llevé mi silla a un costado de Albin para encender el computador y registrar la visita.

Albin permanecía como niño fallecido de alguna pintura clásica. Tuve que ver a detalle su espalda porque no le percibía ni respirar.

Sigue vivo, gracias a Dios.

La joven, de primer año, se sentó como si estuviera apunto de dejarse fallecer en el lugar. Sonrió pese al cansancio en su rostro, se presentó como Parálisis de Sueño, no habló de nada más como si buscara solo descansar en la silla.

Insomnio dejó el salón tras decir que tenía una clase. La pelona y yo tomamos la responsabilidad de escuchar.

—¿Estás aquí en busca de un consejo o quieres que escuchemos en silencio? —TDHA acercó su silla para estar casi frente a ella.

—Un poco de ambas, supongo. Aunque no creo que haya algún consejo para mi caso —divagó la otra.

Pese a mis deseos desde que me uní al club era no escuchar a los alumnos que buscaban apoyo, una vez que comenzaban a hablar no me podía hacer el desinteresado. No era tan insensible como para pasar de largo si alguien comenzaba a llorar.

—Desde que fui diagnosticada, sé lo que corresponde tener mi condición —sollozó, con los hombros caídos mientras veía algún punto entre el piso y la pared—. Sé que durante las noches habrán momentos de alucinación, sé que debo mantener los ojos cerrados si tengo un poco de fuerza para hacerlo. No hay más gravedad aparte de un pequeño susto.

Sus palmas apretaron la tela de su falda que llegaba después de sus rodillas.

—Pero cada día estoy más cansada. Y creo que con el tiempo, tengo más miedo a sufrir una parálisis.

La Parálisis de Sueño era comúnmente asociada a posesiones en el pasado. Los delirios, la parálisis, la falta de aire, se consideraba un intento de un fantasma o demonio por poseerte. Debido a la ignorancia, las personas se referían al padecimiento como «Se te subió el muerto».

—Quizás es porque cada día tengo más estrés y esto lo agrava. Pero no estoy lista todas las noches para pelear o huir contra ello.

TDHA levantó la mano. Yo solo vi su torso tatuado desde mi lugar.

—Sé los síntomas de la parálisis nocturna, pero no sé si haya una razón sobre los delirios o una forma de pararlos —habló lento, como si controlara el ritmo rápido que solía usar con nosotros—. No quiero verme ignorante pero igual prefiero preguntar. No sé si puedes ilustrarme. No de dibujar. O sea, me explicas, creo que se entiende. Perdón.

Tosió. Parálisis de Sueño se relajó con un mejor humor.

—Mi condición suele suceder durante el sueño MOR, digamos que mi cerebro despierta durante ese proceso pero mi cuerpo sigue dormido —dio inicio, con algo de conocimiento general—. Pero muchos no saben que durante el sueño MOR, que es la fase de sueño donde soñamos más, la actividad cerebral aumenta, igual la frecuencia cardiaca y nuestra respiración. Los ojos están cerrados, pero se mueven con rapidez.

Y si de repente despiertas, incapaz de moverte, estos movimientos producen alucinaciones.

—Sé que es un síntoma natural, pero uno nunca se acostumbra al miedo. Incluso si no es algo que pueda matarme.

—Te entiendo, me dan miedo los caballos —dijo la pelona. Yo la miré de reojo—. O sea, sí pueden matarte, pero a lo que voy. Antes me gustaba montar a caballo, estaba acostumbrada a hacerlo pese a las consecuencias de caerme. Me encantaba de niña montar en mis cumpleaños.

Entrecerré los ojos, pero no le llamé la atención por ponerse hablar de cosas suyas. Yo no era mejor guiando una cesión.

—Me gustaba mucho, pero cada día lo hice menos, hasta que dejé de hacerlo... —veía solo su nuca inclinarse al frente, mientras su tono se volvía bajo—. Entre más crecía, más miedo me daba.

Ambas hablaron sobre miedos. Ya sea montar a caballo, alucinar, cruzar la calle, o las puertas abiertas al dormir. Se rieron de ello, hicieron chistes después de un rato sobre los temas. Vieron justificación en sus temores, pero al final la hora se terminó sin solución a lo que sentían. Fue un desahogo simple.

—Albin jamás se despertó, literalmente... —dije al aire, separándome del computador y el escritorio donde él descansaba.

»Gracias por hacerte cargo de la chica —pasé a un costado de la pelona, mientras me metía en mi saco—. Aunque tuvieras que hablar sobre caballos.

—No hablaba sobre caballos —pronunció, sentándose devuelta sin ánimo.

Me detuve frente a la puerta. No podía ignorar a alguien llorando, culpo a mi incapacidad para hacerlo, o el miedo irracional de abandonar a alguien que sufría.

—Sé que parezco muy sociable, pero no es ni la cuarta parte de cómo era de pequeña. Amaba relacionarme con otros —explicó, de nuevo en cierta posición donde ninguno de los dos nos veíamos el rostro—. Pero cada vez que cambiaba de grado, de escuela, de talla, comenzó a aterrarme iniciar una conversación. Tenía que enfrentarme una vez más al rechazo, que no era tan grande en primaria, ni al comienzo de la secundaria. Cuando llegué a la preparatoria, ya no era solo disgusto a mi condición, sino la forma en que hablaba, me veía, me expresaba.

Me contó sobre las microexpresiones de las personas al conocerla. Así llevara chocolates, paletas, se riera de cada chiste y actuara igual que lo hacía en primaria para hacer amigos, los grupos la mirarían de soslayo y recibirían las cosas con vergüenza, y eso, si las recibían.

—Hace un año llegué con bolsitas de dulces a mi clase... encontré varias en la basura, otras sí se las habían comido, pero las notas que hice terminaron tiradas por el salón así que recibí un reporte por el desperdicio —añadió, con un suspiro—. Este año no preparé nada.

—Trajiste tacos al club —contradije. Dejé de darle la espalda para mirarle de frente, con una mano sobre la correa de mi mochila.

—Porque ya había escuchado del club. Mi miedo a que otros fuesen crueles conmigo, me hizo decidir entrar aquí; pensé que les haría falta alguien sociable y más normal al resto que... —me miró de arriba abajo, riendo—, ustedes.

Aunque pudo sonar a burla su oración, me pareció que se juzgó a sí misma por haber entrado al club bajo ese prejuicio. Yo me consideraba bueno leyendo a las personas, que acertara, era meramente un milagro.

—Por eso no aconsejé a Parálisis de Sueño. No pude ni siquiera darle una opinión de lo que creo provoca su miedo.

—Me asusta enfermarme —dije lo evidente—. Creo que porque sé que si me enfermo, no dependo de nadie más.

Alucinar en medio de la noche es solitario.

—Sé que me asusta la soledad, incluso si he vivido toda mi vida solo. Uno nunca se acostumbra a vivir con temor. —Mis palabras parecieron despertarle una idea. Se levantó de golpe con la mochila en mano, pidiéndome que le abriera paso para salir. Dijo que iría por la chica.

—Es mi compañera de clase, pero siempre me ha asustado hablarle —explicó.

—Suerte... Pero antes de que salgas —la detuve, señalando a Albin—. Por favor, avísame si hace algo raro, ¿no?

La pelona pasó corriendo después de aceptar mi petición. Me encogí de hombros al salir también.

No esperé nada por hablar de mis sentimientos. Olvidé que lo hice durante clases, solo escuchando a los profesores que demostraban un claro desinterés en tenerme presente. Fui por la tarde a dejar la llave a casa, con mi cabeza llena de reflexiones durante el trayecto de cómo sería encontrarme a mi madre después de haber discutido otra vez, y cómo yo me equivoqué durante esa pelea; pues así faltara a clases o no, no cambiaría el hecho de que le desagradaba a los demás.

—Ya para qué, yo quería ir en la mañana a comprar las cosas para la remodelación, pero no pudimos ni siquiera abrir la puerta. —Eirín rodó los ojos al recibirme.

No crucé ni siquiera el umbral. Extendí las llaves al frente para entregárselas.

—No se puede hacer todo lo que uno desea —mascullé, sin verdadera intención de que me escuchara.

Ella arrugó el entrecejo y se cruzó de brazos. Mi padre me vio de fondo, se acercó con una mano elevada para saludarme felizmente, pero al ver mi expresión y el silencio de ella, se desvió a la sala.

—Qué grosero te has vuelto, de verdad —pronunció mi madre.

—Ya tengo que irme.

Me aferré a mi propio cuerpo antes de volver en mi camino. Ya con el viaje en la línea azul, llegaría a tiempo para ver a Estocolmo.

Los días, los días.

Comúnmente me encontraba haciendo ese recorrido con ánimos, frustraciones, irritación, cansancio, desinterés. Ese trayecto en particular careció de toda emoción, no tenía ningún pensamiento en mí aparte de mis reflejos para no perderme la estación. Los ojos sin ver nada, como si necesitara lentes pero los hubiese olvidado en algún lugar, condenándome a ir a ciegas. Tuve molestia en mi garganta, pero no tosí ni demostré incomodidad.

No supe decir qué ocurría.

—¿Joven, tendrá cinco pesos que me–?

Choqué de hombros con el anciano. Volteé a verle, aferrado a la correa de mi mochila. Detrás de mí, el señor lucía agotado, un tipo de cansancio que no era por trabajo; me provocó horror ver la misma expresión que yo llevaba en alguien más.

Me sacudí los hombros, retrocedí casi tropezando con otros descensores. En automático extraje cinco pesos de mi bolsillo y se los entregué, como si pagara mi pasaje de salida.

¿Qué se supone que haga con mi futuro?

—Gracias, joven... —Agradeció amargamente, con la nariz arrugada.

Exin ya no está conmigo.

Mis padres jamás lo estuvieron.

Cuidado, cuidado, no avances sin mirar atrás. —Las manos de Estocolmo acolcharon mi espalda, evitando que chocara con alguien más. Giré preocupado, casi golpeando con su frente que se cubría por el cabello recién mojado.

¿Qué se supone que haga conmigo?

—No hay porqué mirar atrás si no tengo intención de retroceder —balbucí, retomando mi compostura.

—No es que tengas la intención, a veces uno solo retrocede. —Elevó su dedo índice, como burlón. No pude reír, no supe qué expresión le mostré pero tosió antes de hablar—: Ajá, bueno, vamos a la instalación deportiva.

El lugar era bastante amplio, solo un salón dentro de un edificio de dos pisos. Tenía un área para cambiarse, y un baño con dos duchas. Los tatamis en el centro eran amplios, dejando poco espacio para caminar a los costados.

Un hombre de mediana estatura pasó por el pasillo de afuera solo para chocar manos con Estocolmo.

—Te dejo las llaves, Est —habló, acomodando su gorra que cubrió su rostro de oscuridad—. Practiquen con cuidado.

—Gracias, gracias, Ernie. —Mi acompañante le sonrió al recibirlas con ambas manos.

Siempre se ha llevado bien con personas mayores.

—Puedes cambiarte al fondo —me informó Est, quitándose el chaleco que cubría su ropa de entrenamiento—. Una vez salgas vamos a comenzar a calentar, ¿de acuerdo? Planeé toda la semana pasada una rutina de flexibilidad, pero antes haremos ejercicios de calentamiento. Oh, igual debo servirte agua, no sé si trajiste botella o no pero... ¿Hipo, estás bien?

—Sí, estoy bien —Me limité a asentir con una mano en mi nuca mientras avanzaba hacia los baños. No supe porqué me preguntó eso.

—Vale.

En los baños mojé mi cabeza con agua fría, fluyó por el grifo abierto un rato hasta que me percaté de que lo tenía abierto aún. Lo cerré de golpe. Me golpeé las mejillas y arrojé mi toalla contra la mochila al salir ya vestido con la prenda de una sola pieza.

Realicé ejercicios de calentamiento antes de iniciar los estiramientos para no lastimarme. Estocolmo lucía tranquilo como si apenas hubiéramos comenzado, pero cuando me intenté abrir de piernas en el piso me fui de frente hasta golpearme las rodillas como si ya estuviese terminando.

—Ay —se rió, consiguiendo que yo apenas pudiera expresar algo además de molestia en mi rostro, quizás también me causó gracia—. ¿Estás bien?

—No sé, tal vez si me dieras una mano. —Levanté mi palma, con el rostro pegado al piso.

—Cierto, cierto. —Se agachó para sostenerme.

Estábamos a contra luz así que la luz dorada a lo lejos le creó una silueta que me cubrió por completo. Vi las sombras de sus rizos y sus manos rodear mi pecho, y el claro sonido de su teléfono al golpear el piso. El aparato se salió de su dobok negro, pero no le prestó atención pues parecía más preocupado por cómo sacarme de esa posición sin lastimarme.

Maldije, como si Dios me hubiese dado el derecho siquiera de quejarme, a los nuevos celulares que con solo ponerse en cualquier superficie y percibir un rostro encendían sus pantallas.

«No hemos hablado desde que cenamos con mi familia. A mi padre le agradaste, en serio. Por favor, respóndeme. Y lo siento si te he ofendido en algo, Estocolmo.»

Apreté mis dientes, tomé fuerza para levantarme al mínimo esfuerzo de Est por reincorporarme. Aunque las rodillas me ardían, caminé por agua y permitir que respondiera el mensaje de Impostor.

No supe si solo quería reírme para evitar que los músculos de mi rostro denotaran lo que mi estómago sentía, pero jamás fui bueno riendo. Me ahogué a mí mismo en agua, como si estuviera en las piscinas donde pasaba horas, pero nada de eso evitó que se revolvieran mis intestinos y la garganta se me anudara.

—¿Estás bien? No deberías beber tan desesperado después de calentar, te va a doler... —Est se paró a un costado, con la mirada fija en mi mano que sostenía mi abdomen—, eso. Te va a doler horrible el estómago. Discúlpame, Hipo, trataré de no ponerte ejercicios tan pesados de ahora en adelante.

Le miré de reojo. Estaba sonriente, sin el teléfono en mano. El cabello libre de sudor, aunque un poco esponjado. Me pareció verlo pequeño, así que sonreí con cansancio; no quería revivir el pasado donde hablé solo poseído por mi coraje, desquitándome con él.

Porque comprobé que sí, Dios me hizo aún capaz de sentir coraje.

—Podemos seguir, no te preocupes —solté, al igual que la botella de agua que quedó marcada por mis dedos.

Tomó mi mano para guiarme. Me dijo que ya era algo tarde para gritar así que no lo haríamos.

—Recuerda que no soy profesor, así que tampoco me voy andar dando de mamador porque se me olvidan las cosas básicas, y la neta como que neeeh, prefiero ser bien básico con esto y capaz hasta lo combine con otras cosillas porque nuestra intención es que le entres a los veeeeeer... —Me soltó la manita cuando vio que me estaba haciendo sonreír—. Perdón. Te decía, mi intención es que puedas combatir, sí, pero más que nada defenderte. Tomé cursos de defensa personal de pequeño, pero nunca los apliqué, no me gustaba.

—¿Por qué los tomaste entonces?

—Mi mamá me inscribió para que mi hermano no me agarrara de su puerquito —se carcajeó—. Dejé de ir cuando se murió.

—Oh.

—Bueno, esta es la primera forma del Taekwondo. —Se posicionó en el frente feliz, haciendo una reverencia hacia mí.

Con los puños formados, dio media vuelta hacia su izquierda. Con un paso al frente y el otro detrás, se deslizó por el tatami hasta golpear al aire con uno de sus puños, seguido del otro. Realizó el mismo movimiento a su derecha, moviendo sus pies con calcetines como si se deslizara incluso sin haber pisado el suelo, antes de sembrarse seguro.

Le vi repetir esa acción por unos minutos mientras explicaba las claves. Yo no podía dejar de admirarlo, no solo por lo que hacía en el momento, sino porque los recuerdos de cuando corría venían a mi mente, cuando saltaba, cuando levantaba peso, cuando podía aferrase a mí con tanta fuerza como si fuese nada. No era solo pasión por lo que hacía, sino disciplina pura, eso era lo que más me gustaba de Estocolmo.

Lo que sea que le gustara a él, lo viviría y le dedicaría su tiempo como si fuese hecho para esa tarea.

Imité mientras me corregía y tocaba las partes que no le convencían de mi postura. Después de un rato, se unió a mí, así que con su voz tratábamos de ir sincronizados en movimiento.

—No creo que estés listo aún para aprender la segunda figura, si quieres podemos seguir una hora más acá, pero mientras te doy otros consejos, ¿te parece? —Asentí de inmediato. Mis brazos ya se sentían entumidos.

—Va, va, primero, intenta golpearme.

—¿Ajá? —Entrecerré los ojos. Bajé mis puños y me paré de frente tras abandonar toda postura de combate.

—Tienes una cara... —esbozó una risilla—. Intenta golpearme. Con tu puño. Acá, en mi palma.

—Hoy andas chistosito.

—¿Perdón?

—Literalmente —suspiré—. Estás loco si crees que te golpearía. Pensé que eso lo practicaría con alguien más, pero no lo haría contigo.

—No mames, Hipo —soltó de pronto, sorprendiéndome—. Es una práctica, no me vas a lastimar. Solo trata de pegarme fuerte. Y no te quiero ofender, pero...

—Está bien, lo haré. Así que no termines esa oración.

Arrojé mi puño a su palma. Est mantuvo los pies clavados en el piso y el brazo firme, así que solo escuché el impacto pero no le removí ni un cabello. Sacudió la mano, mientras apretaba los labios, como diciendo: «Pues más o menos.»

—Sostén esto —me pasó sus llaves—. Cierra la mano y vuelve a darme el golpe.

Hice lo que ordenó. El siguiente golpe aunque no le hizo retroceder o alterar su postura, si ocasionó un rebote en su brazo que le hizo apretar sus dedos con mi puño. Cuando aparté mi mano, la suya se sacudió mientras apretaba los labios y asentía, como: «Mejor.»

—El agarrar un objeto pequeño es bueno para que el golpe tenga más fuerza, así que procura tener cualquier cosa a la mano. Aunque no es lo mismo, apretar tu propio pulgar ayuda y es más fácil reaccionar con él —explicó, mostrándome. Yo me acerqué para verlo mejor—. Por eso existen también los puñales, no solo para golpear con el metal al ratero o ser el que ratea en cualquier calle.

—Interesante.

—Ahora intenta golpearme con eso en mente, ¿sí? Al rostro.

—Estás loco.

—Ya tuvimos esa conversación, hace... literalmente nada.

Me alejé antes de intentar arrojarle un golpe, confiando en que él sabía lo que hacía. Se agachó para golpear mis rodillas e impulsarme adelante. Caí sobre mi pecho contra el tatami, y aunque no fue tan doloroso, quizás por su mano que intentó sostener el traje para amortiguar la caída, fui incapaz de levantarme.

—Eres alto, así que es complicado para ti hacer lo que hice. Pero quería que lo experimentaras porque por tu altura, es normal que vayas a pelear con gente más baja, ¿sabes? —Empezó a hablar a mis espaldas—. Necesito que te enfoques en el panorama más bajo. Pueden atacarte las rodillas fácilmente, así que hay que fortalecer tus piernas; insistí con este arte marcial por eso. Pero si quieres aprender más a la mala y de calle, yo puedo...

Me sostuve de mi pecho con la sien contra el tatami, viendo la botella arrugada a lo lejos. Esta estaba sobre la banca, con los huecos que dejé en ella. El agua se le estuvo saliendo, goteando sobre el piso sin que nadie se diera cuenta hasta ese momento.

Estocolmo la miró.

—¿Es la botella que te di?

—Lo siento.

—Ah, no, perdón —se puso de cuclillas—. No te preocupes. ¿Tú estás bien? ¿Te ayudo a levantarte o quieres descansar un rato ahí? Sé que puede ser difícil pararse. ¿Ya estás cansado?

Volteé de nuevo al piso al sentir que mis ojos por el ardor comenzaron a humedecerse, solo pasaba cuando se me metía algo al ojo, pero no por entrenar.

—Hipo...

—Estoy bien —fui cortante—. Solo estoy cansado. No creo que pueda seguir.

—¿Tienes algo que quieras...?

—No tengo nada. —Le volví a cortar—. ¿Sabes? No tiene sentido que esté estudiando, ni que busque trabajo o qué puedo vender por mi cuenta, no debería esforzarme en nada ya. No considero tampoco que valga la pena hacer algo por mí. ¿Esforzarme de nuevo? ¿En qué? ¿Para hacer algo con mi vida?

La mano me dolía, tanto por escribir y anotar tareas desde que deperté, por sostenerme de las barras en el autobús, por los golpes dados y los golpes recibidos. Sentí que se me caería al igual que todo lo que decía como un sinvergüenza.

—Si literalmente no soy dueño ni siquiera de mi vida —expresé, con ese nudo en mi garganta que amenazaba con cortármela si seguía hablando—. Quiero descansar de eso. Siento que si muevo la mano tan solo un poco, quedaré paralizado hasta mi muerte, la cual por puta desgracia, no es cercana.

—Lo siento. —Sus manos se posaron en mi espalda.

—¿Por qué te disculpas? —Me cubrí mi rostro de vergüenza.

—Siento que te he dado el golpe final —talló su palma en un ligero masaje—. Igual que siempre.

—No, no eres tú, Est.

Me giré hasta tener su mano sobre mi pecho, sosteniéndolo también. Lucía angustiado por verme, pero aunque viese deshechos de sangre y órganos, él no apartaba la mirada incluso de mi cuerpo descompuesto. Por el contrario, me hizo sentir que me había diseccionado para ver cuál era el problema en mí y poder exponerlo; si me iba a arreglar o no, no era una opción.

—No es tu culpa. Nada de esto.

No quiero vivir así, como un cuerpo abierto después de morir.

Han sido meses difíciles —suspiré, el esfuerzo que me tomó no ahogarme con mi propia voz—. Me he sentido como muerto, antes no era así...

Antes, me sentía como un fantasma, porque me negaba a estar o irme. Pero como muerto. Ya había vivido, ya había sufrido, no quedaba más. Lo había soportado. Y me estaba yendo.

—No sé cuánto más pueda soportar. Pero dejé mis pasatiempos de lado así que no he podido darme tiempo a mí mismo, creo que es eso —le aclaré más tranquilo, apretando su mano sobre mí—. Solo debo recordar cómo disfrutar mi compañía.

—¿Te parece si descansamos y vemos algo en el celular? —Me dio palmaditas sin levantar su muñeca—. Podría ser algún video que te guste o un nuevo lanzamiento que no hayas visto.

Sería agradable. Gracias.

Aún puedo llorar, eso significa que vivo.

• • •

Hola.

Hipo ya no estaba soportando. Tuvo un día de mierda, literalmente.

Ok, hay varias cosas en este capítulo. Eirín demostrando que "no le afecta" que Hipo los haya "dejado".

La pelona demostró problemas para socializar, y aparentemente también tenía prejuicios hacia el club.

Albin bien dormido todo el capítulo. Insomnio le puso su chaqueta encima para que no le diera frío con el clima.

Bueno, bueno. ¿Comentarios? ¿Algo que quieran destacar?

Estoy haciendo un sorteo nacional para México en mi Instagram, en el que pueden ganarse un sketchbook de Línea Azul, unos standees de Hipo y Est, un sticker de Des, una totebags del shipp, y unas photocards 🥹🤍
No olviden participar si tienen la oportunidad. Me encuentran como @mm.ivens

También tengo un DTIYS de Albin con peluca azul.

~MMIvens.

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