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capítulo treinta y uno

CAPÍTULO TREINTA Y UNO.

La primera semana había sido caótica. La muerte de Cedric que se sentía tan latente como el primer día —sobre todo cuando se encontraba sola, pensando en él en la noche, o cuando aparecía el recuerdo de su cuerpo inerte en el césped mientras dormía—, todo lo que había acontecido en casa y sus peleas cada vez más frecuentes con Draco la dejaban agotada. Y de alguna manera, el clima frío, lluvioso y nublado la hacían sentir más nostálgica.

Todas las discusiones que tuvo con Draco durante la semana se basaron en lo mismo: el trío de oro. El rubio ya ni se molestaba en mofarse de Luna o Noemí frente a ella, pero no había discusión en la que no se nombrara a Harry, Ron o a Hermione. Y desde que él supo que Adela prefería creer fielmente en Harry Potter respecto al regreso de Lord Voldemort, la tensión entre ellos se había vuelto palpable.

Si bien los deberes eran demasiados, podían resultar ser un aliciente a toda su semana.

Internamente agradecía que fuera viernes y que las clases del día hubieran acabado. Había sido una jornada intensa con la profesora Trelawney, quien, aunque no le desagradaba, la abrumaba. Algunas veces mencionó la muerte de Cedric para corroborar sus predicciones y eso la hizo sentir incómoda. Quizá pronto encontraría algo que la ayudara a distraerse.

Adela, al percatarse que Hermione estaba sentada en un rincón de la biblioteca con aspecto cansado, se le acercó sin pensarlo.

—¿Todo bien, Mione?

La Gryffindor le asintió, casi cabeceando.

—Tantos deberes me tienen exhausta, además, he estado haciendo gorros para los elfos sin parar.

Adela levantó sus cejas, entendiendo de lo que le hablaba. Durante el curso anterior, Hermione había creado una organización que implicaba velar por los derechos de los elfos domésticos, que debían ser en igual medida con los de los magos. Esta tenía por nombre "Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros". Hermione alguna vez se lo mencionó, pero en ese entonces no eran tan unidas y Adela tenía otras cosas en qué pensar.

Y aunque a muchos de los elfos les gustaba su trabajo, Adela comprendía las buenas intenciones de Hermione.

—Oh... ¿Te refieres a la P.E.D.D.O?

Hermione le asintió, bostezando, y de repente, abrió sus ojos con entusiasmo y una sonrisa enérgica.

—¿No querrás ayudarme a hacer algunos?

Adela le sonrió devuelta.

—Claro, me gustaría.

Y así, Adela y Hermione pasaron gran parte del tiempo faltante juntas, hasta que casi anocheciendo cada una se fue por su lado. Cuando vio que Ron se llevó a rastras a Hermione, celebrando, logró escuchar decir al pelirrojo que había conseguido el puesto de guardián en quidditch.

Yendo por un pasillo que creyó vacío, se estrelló con alguien que pasó corriendo, causando una inevitable caída en ambos que golpeó sus cuerpos contra el frío suelo, uno frente al otro.

Era Harry, y este tenía la respiración agitada y el entrecejo fruncido. Parecía inquieto, casi asustado, y Adela se preguntó el porqué de su estado.

—Discúlpame —murmuró, levantándose del suelo para luego ayudarla a colocarse de pie también.

—No te preocupes... ¿Estás bien?

Harry sólo asintió y pasó una mano por su cabello para arreglarlo, y entonces, Adela distinguió algo que la descolocó: tenía una marca rojiza en el dorso de su mano.

—¿Qué...? ¿Qué tienes ahí?

—No es nada.

Y aunque trató de zafarse al ser descubierto, Adela sostuvo su mano y se la acercó lo suficiente a sus ojos para comprobar lo que había visto. Su estómago se estrujó al instante. Tenía una frase grabada sobre la piel, que decía: "no debo decir mentiras".

—¿A eso le dices que no es nada?

Harry apartó la mirada y soltó su agarre con brusquedad. Llevó la mano a la nuca y rascó la zona, incómodo, evitando decir una sola palabra.

Supo, por la facilidad en que corrían las noticias en Hogwarts, que Harry había estado asistiendo todos los días de la semana durante las tardes al despacho de la profesora Umbridge como castigo por sus habladurías, pero no le fue relevante hasta ese momento. ¿Ella habría sido capaz de cometer tal atrocidad? Era la única respuesta lógica que se le cruzaba por la cabeza, después de todo, su castigo dio inicio porque Harry estaba ensañado en decir la verdad acerca del regreso del señor tenebroso y que él había sido el causante de la muerte de Cedric.

—¿Fue la profesora Umbridge, verdad? —preguntó, aunque sonó más como una confirmación—. ¡Deberías decirle a alguien!

—Adela, esto no te incumbe —dijo cansino, a la vez que acariciaba su frente con fuerza.

—Soy tu amiga, Harry, claro que me incumbe. Además, lo que te hizo no es justo, tú sólo estabas hablando con la verdad. Yo te creo.

Escucharla decir eso, aunque ya lo intuía, fue tranquilizador, y se sintió como una ola cálida que le atravesó los huesos. Ya no sólo contaba con el voto de la excéntrica Luna y del pedante Ernie Macmillan, sino también con el apoyo de aquella Ravenclaw a la que tanto estimaba, a la que alguna vez había invitado al baile de Navidad y ahora se arrepentía de no haber disfrutado el tiempo con ella, la misma que también le causaba malestar el sólo hecho de verla con Malfoy, su enemigo.

—Yo... Gracias, Adela, pero de verdad estoy cansado. Deberías ir a dormir y ya casi es toque de queda.

—Está bien, pero, considera decirle a alguien... Dumbledore seguro te escuchará.

Harry, con una expresión que Adela no supo descifrar, le asintió. En realidad, Adela era la segunda persona después de Ron que le decía que debía contarle a Dumbledore, pero Harry tenía sus propios motivos para no hacerlo; creía que al viejo director no parecía importarle mucho más allá de su cicatriz.

Sumado a que, últimamente le era difícil controlar sus emociones, que sentía cada vez más a flor de piel.

Después de eso, se despidieron con un gesto y cada uno siguió por su camino.

El camino hacia la torre de Ravenclaw le pareció más largo que de costumbre, los pasillos estaban en su mayoría vacíos y la tenue luz de las antorchas acompañaban su caminar, aunque la oscuridad opacaba en demasía.

Cuando sintió unos zapatos resonar contra la cerámica tras de sí, Adela apresuró su andar sin mirar atrás, con los pelos de punta. Si el viejo Filch la atrapaba a deshoras, estaría en grandes problemas.

Aún cuando intentó ir más rápido, una mano alcanzó su antebrazo, deteniéndola sin más. Adela, que sentía que el corazón se le saldría del pecho, se alivió al caer en cuenta que no se trataba de Filch o alguien más, sino de Draco.

—Por un momento pensé que eras...

—¿El squib?

Adela sólo asintió.

—De todos modos, te recuerdo que soy prefecto... —dijo, llevando su mano hacia la insignia de prefecto que daba honor a Slytherin en su uniforme—. ¿Qué debería hacer? ¿Debería darte alguna detención? —preguntó, para luego mirar sus labios con atención—, ¿debería simplemente castigarte?

—Draco...

Y antes de que pudiera decir algo más, Draco, que todavía tenía su mano sobre su antebrazo, la atrajo hacia un punto del pasillo en que no pudiesen ser vistos. Con cuidado, colocó su mano sobre su boca, para evitar que dijera algo que los dejara al descubierto.

Cuando Adela planeaba quejarse de su reacción, observó pasar a Pansy Parkinson caminando rápidamente, mientras parecía buscar al rubio. Molesta, murmuraba una y otra vez en voz baja: "¿Dónde se ha metido Draco?"

Una vez que Parkinson se alejó lo suficiente, el Slytherin apartó su mano de la boca de la castaña.

—Ve a tu sala común, Adela.

—¿Estás molesto?

Draco sólo negó, indiferente. Antes de que Adela hablara otra vez, él dio media vuelta y se fue.

Lo cierto es que no habían hablado en todo el día, y, considerando las últimas discusiones y tensiones que existían entre ellos, eso estaba realmente afectando a Adela. Aunque valoraba que cada uno tuviera su propio espacio, en este contexto la hacía sentir fatal. Apenas se habían sonreído durante el desayuno.

Pensando en eso, y entre tantas otras cosas que le dejaban un mal sabor de boca, se durmió en cuanto llegó al dormitorio que compartía con tres de sus compañeras de casa.

A la mañana siguiente, llegado el día sábado, Adela se apresuró a ir al Gran Comedor —no sin antes cambiarse y arreglarse—, para llegar directamente a la mesa de las águilas y compartir con sus amigas más cercanas, Luna y Noemí. Al verla llegar, ambas se miraron de reojo, saludándola con normalidad.

—¿Amaneciste bien, Adela?

—Si con bien te refieres a terrible, Luna, entonces sí —y al notar que esperaban que continuara hablando, siguió—, dormí muy mal, el recuerdo de Cedric se volvió a colar en mis sueños, y además... Con Draco hemos estado raros.

—¿Raros? —repitió Noemí, con una creciente curiosidad.

—Sí, raros. Hemos tenido algunas discrepancias respecto a lo que dice Harry, y bueno... —suspiró desganada, llevando sus manos hacia sus ojos para restregarlos, mientras sus anteojos subían a la altura de su frente.

Noemí elevó sus cejas, evidenciando su casi nula sorpresa.

—Bueno, yo siempre he creído que Malfoy es un idiota.

—Eso lo sé —contestó, con un tono menos cansado y más divertido.

Luna, que no había dicho mucho hasta ese momento, se permitió opinar.

—Quizá deberías tratar de conversar con él. Me parece muy... Tonto, que estén teniendo problemas por terceros.

—Es que no es sólo eso, Luna, él está muy seguro de que Harry sólo dice cosas con el único fin de vanagloriarse y yo no puedo darle la razón, estoy del lado de Harry.

—Te entiendo... En fin, sólo creo que deberías conversarlo con él, que busquen una solución, o al menos, no traten el tema en cuestión —concluyó, llevando sus manos hacia su cabello para recogerlo en un moño alto, revelando la varita que escondía tras su oreja—. Quizá me salte alguna clase para buscar algunas criaturas interesantes que han sido mencionadas en El quisquilloso, ¿no están interesadas?

Adela le sonrió afable y asintió, para luego mirar su plato desganada.

Noemí, al igual que la rizada, también le asintió con una leve sonrisa. Luna simplemente les sonrió devuelta.

A medida que pasaban tiempo juntas —haciendo lo que a Luna más le gustaba—, Adela percibió una cercanía mayor entre sus amigas, que luego ignoró.

Después de varias horas, las tres decidieron dirigirse al campo de quidditch a petición de Noemí, quien quería ir a ver a su mellizo, Dominick, practicar como Cazador, ya que el equipo de Gryffindor estaría entrenando. Adela no había hablado mucho con él, pero sabía que a diferencia de su hermana, Dominick pertenecía a Gryffindor, y además, era muy cercano a los gemelos Weasley.

En tanto se dirigían hacia las gradas para poder observar al equipo con más comodidad, Adela divisó a Draco. Él estaba sentado en las tribunas, lejos de ellas, junto al equipo de quidditch de Slytherin y algunos hinchas.

El equipo de Gryffindor apenas estaba comenzando, y Adela pudo ver cómo empezaban a organizarse en el campo.

—¿Qué es eso que lleva Weasley? —gritó Malfoy con su voz burlona—. ¿A quién se le ocurriría hacerle un encantamiento volador a un palo viejo y mohoso como ése?

Al escucharlo, las tres chicas voltearon automáticamente en su dirección, y por primera vez en ese lugar, Draco notó la presencia de su novia y la miró con una expresión que Adela no logró descifrar.

Los perros falderos de Draco: Crabbe, Goyle y Parkinson no tardaron en reírse de forma estruendosa con sus comentarios, como si hubiese dicho el mejor de los chistes en la comunidad mágica.

—Como te dije... Malfoy es un idiota —murmuró Noemí, volviendo a dirigir los ojos hacia su hermano.

Mientras volaban hasta quedar suspendidos en el aire, fue Pansy Parkinson esta vez, quien decidió abrir su boca en contra del equipo de Gryffindor.

—Eh, Johnson, ¿quién te ha hecho ese peinado? —gritó desde las gradas—. ¡Parece que te salen gusanos de la cabeza!

Angelina Johnson, capitana del equipo de Gryffindor y estudiante de séptimo año junto a los gemelos Weasley y los mellizos Archer-Medina, trató hábilmente de ignorar a Parkinson.

Adela notó cómo Noemí se tensaba con rapidez. Sabía que, si tan sólo decía alguna otra cosa, no se lo guardaría ni un segundo más. Parecía un caldero en ebullición.

Angelina levantó la quaffle y se la lanzó a Fred, quien se la pasó a George, George a Harry, y Harry a Ron. Sin embargo, Ron la dejó caer, sintiéndose nervioso. Al ver eso, los de Slytherin no tardaron en estallar en risas.

—¡Archer! —vociferó Parkinson otra vez, esta vez refiriéndose al hermano de Noemí—. ¿Por qué simplemente no bajas ya de esa escoba? ¡Quizás los chicos de tu equipo estarían más tranquilos si no les echaras tantas miraditas!

Ya, eso fue suficiente. Noemí se levantó de golpe y giró la cabeza hacia la odiosa pelinegra, mientras una furia creciente se encendía en su interior.

—¡Vaya! Yo creía que Malfoy era un idiota, pero tú eres una completa estúpida —soltó lo suficientemente alto para que el equipo de Slytherin la mirara, a la vez que la observaba con una expresión ceñuda.

Parkinson la miró impresionada y con indignación.

—¡No trates de defender la nula masculinidad de tu hermano, Archer! —contestó, burlona en su máxima expresión—, después de todo, no es una sorpresa. Todos saben que él sólo está aquí para que los chicos lo miren y no para jugar, no es mi culpa que sea un marica. ¡Y no te atrevas a llamarme estúpida, sangre sucia!

Algunos Slytherins a su alrededor se rieron de la forma más burlesca posible, dejando claro que les daba mucha gracia.

—No, tienes razón... Porque la palabra estúpida te queda corta. Al menos Dominick tiene el valor de ser él mismo, cosa que tú jamás experimentarás. Pasas tanto tiempo intentando hacerte notar que ni siquiera sabes quién eres.

Al terminar de responderle, Pansy no supo cómo contraatacar, por lo que cruzó sus brazos y volteó sus ojos con irritación.

Noemí por su parte sonrió victoriosa y se sentó, para continuar observando el entrenamiento con mucha satisfacción. Luna le sonrió con orgullo y también se dedicó a observarlos.

Adela no dejaba de mirar hacia los Slytherins, especialmente a Draco. Él tampoco podía apartar la vista de ella, y aunque tuvo ganas de lanzarle algún comentario a Potter, se lo reservó, porque lo que más le importaba era ver a su novia.

La extrañaba, y de repente se sintió fuera de lugar estando junto a sus amigos.

No es que no quisiera darle la razón a Adela, le molestaba que, intrínsecamente tendría que dársela a Potter, y odiaba la sola idea de hacerlo.

Pero no era menos cierto que detestaba más la idea de distanciarse de su chica.

Parkinson, que había notado el intercambio de miradas que se estaban dando, tomó la mano de Draco con una sonrisa tonta y se acercó peligrosamente a su oído, como si fuera a susurrarle algo.

En cuanto Adela vio eso, se levantó y bajó de las gradas sin dar explicación alguna a sus amigas, decidida a huir del campo de quidditch. Al instante, Draco soltó con brusquedad la mano de Parkinson y comenzó a seguirla, no sin antes mirar con desprecio a la que se autoproclamaba su amiga más cercana.

—Adela —la llamó una vez que la alcanzó.

Adela, sin saber qué sentir respecto a lo que había visto, se dio la vuelta para enfrentarlo.

—¿Qué? —le espetó, con el disgusto a flor de piel.

—Lo que viste... Parkinson no es nada mío.

—No me expliques nada. Ya entiendo que son muy amigos.

Cuando Adela intentó girarse para escapar una vez más, Draco la retuvo, sujetando sus hombros con firmeza y ejerciendo presión para evitar que se moviera.

—No. Escúchame bien. Desde ahora, Parkinson no puede hacerse llamar amiga mía, ni por conveniencia.

—¿Debería aplaudir, Draco? —le respondió con sarcasmo, a la par que entrecerraba sus ojos y un rastro de desdén se colaba en su tono.

—No es eso, trato de hacerte ver que sólo me importas tú. Sé que hemos estado peleando por Potter y todas las estupideces que dice... —se interrumpió, sabiendo que hablaría demás—. Bueno, Adela, no diré nada respecto al tema. No quiero alejarme de ti por él ni por un segundo más.

Aún reacia a lo que le decía, Adela miró al suelo, tratando de esquivar su mirada.

El rubio suspiró, y sólo entonces, llevó sus manos desde los hombros hacia sus mejillas, levantando su rostro para obligarla a mirarlo.

—Adela, mírame —le ordenó en susurros, que se mezclaron con la respiración irregular de la chica—. Lamento ser un tonto.

Adela lo miró, y al ver sus ojos, supo que lo decía con sinceridad.

Lentamente, Draco acercó su frente a la de Adela, y en ese instante, ambos se perdieron en la intensidad de su mirada. La fría suavidad de su nariz rozó la de ella, causando un sutil cosquilleo que se extendió por toda su piel. Sin prisa, él comenzó a acariciar sus labios sobre los suyos, sintiendo cada roce más cercano e íntimo, como si el tiempo se hubiese detenido sólo para ellos dos.

Sus bocas se unieron con la precisión de un rompecabezas, encajando a la perfección. Draco saboreó los labios de Adela, dulces como el néctar más delicioso. Con una mano, acarició suavemente su cuello para intensificar el beso, mientras que la otra se deslizó hacia su cintura acercándola aún más a él, buscando sentir el calor de su cuerpo por sobre su uniforme.

Su lengua recorrió su cavidad bucal, con una cierta timidez que Adela no había vislumbrado antes en Draco, pero pronto cualquier rasgo de recato desapareció y se centraron en disfrutar del tiempo que le regalaba el otro.

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El mínimo de votos serán 150 y el mínimo de comentarios 100.

¡Holis! Espero les haya gustado el capítulo. En el anterior les prometí que el siguiente sería más largo y, heme aquí. 💙

¿Teorías? 👀 Comenten.

¿Hay algo en especial que les gustaría que sucediera en la historia? Siempre los estoy leyendo y tomo en consideración sus comentarios. 🎀

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