capítulo dos
CAPÍTULO DOS.
Adela no paraba de pensar ni un segundo en el Torneo de los Tres Magos, el cual claramente se haría en Hogwarts. Detestaba pensar que habrían otras personas, eso la invadía y la hacía sentir inquieta. Sí, no le gustaba para nada la idea de que habrían más personas que quizá la molestarían, pero mientras estuviera la posibilidad, tenía un ligero temor. Definitivamente prefería ser transparente.
Diggory se sentó en una mesilla algo apartada y comenzó a leer con detenimiento. La biblioteca era realmente tranquila, un excelente lugar para relajarse y por supuesto, leer en paz. Claro, hubiese podido seguir leyendo si no fuese por Draco Malfoy, quien aprovechaba cualquier situación para atormentarla.
—¿Qué lees? —preguntó con tono altivo y agarró el libro de la contraria con brusquedad, sentándose junto a la Diggory.
Con enfado Adela miró al rubio platinado y extendió su mano tratando de quitárselo, lo cual fue totalmente en vano. Malfoy la observó con incredulidad y levemente la empujó. La castaña suspiró pesadamente y decidió mirar al frente, sin prestarle ningún tipo de atención.
—¿No piensas responder, Diggory?
Adela siguió en silencio y parecía firme, aunque en su interior moría. Temía de como reaccionaría el rubio y eso le daba una sensación de disgusto. El de ojos grisáceos al no ver respuesta agarró la muñeca de la castaña con rudeza, obligándola así a mirarlo.
—Primero tropiezas conmigo y finges inocencia haciéndote la desentendida. Ahora qué, ¿te hablo y no piensas responderme? —se dirigió a ella con malestar.
Malfoy podía ver en los ojos de Diggory el nerviosismo. Rió burlesco y soltó su muñeca.
—He de suponer que leías para alimentar tu falta de inteligencia. Ambos sabemos que careces de ella y fue una equivocación que quedaras en Ravenclaw.
La castaña apartó la mirada y quedó cabizbaja, no quería seguir escuchándolo. Al parecer no le bastó con molestarla los últimos tres años y quería seguir haciéndolo este y posiblemente los próximos, era un caso perdido.
—Bien, no me contestes —alzó ligeramente los hombros restándole importancia—. Te podrás dar cuenta que ya van dos veces que he sido comprensivo contigo dejándote pasar tus repentinos cambios de actitud, pero no habrá una próxima vez —el rubio se acercó lo suficiente a la castaña y le susurró con desprecio—. Deberías ir conociendo tu lugar.
Le sonrió falsamente una última vez y prosiguió a alejarse de ella dejándola sola. Adela durante unos minutos no paró de pensar en lo que le dijo y suspiró con tristeza, quizá él tenía razón y debía comenzar a entender cual era su lugar. Una lágrima resbaló por su mejilla, mojando ligeramente su pálida piel, pero rápidamente la limpió al notar que una rubia de cabello largo y ojos grises se le acercaba.
—¿Está todo bien? —preguntó con un tono calmado y suave.
Adela ya la conocía, ella era Luna Lovegood y también estaba en Ravenclaw. Pocas veces intercambiaron palabras, pero en esas ocasiones a ella le agradó en su totalidad, aún así no sabía si a la rubia también le había agradado.
—Sí, estoy completamente bien, como nunca lo había estado —Diggory tragó duro y contestó con supuesta seguridad.
—Tus ojos no dicen lo mismo.
Definitivamente la había atrapado y ya no sabía que contestar ni tenía como excusarse. Luna se sentó junto a ella y terminó de limpiar su mejilla, sonriéndole con gentileza.
—No necesitas contarme si no quieres, pero estaré dispuesta a escucharte si lo necesitas.
Aquello que había oído era sin duda lo más dulce que escuchó durante sus largos catorce años de vida. Le parecía una chica encantadora y con eso lo había comprobado por completo, no tenía dudas. Adela le devolvió la sonrisa, una totalmente sincera.
—Gracias, de verdad. Eres muy amable.
—Adela Diggory, ¿cierto?
—Sí, soy yo —la castaña se removió en su asiento y sonrió.
—Bien. Siempre que quieras conversaremos, Adela. Pienso que podríamos llevarnos bastante bien.
—Pienso igual. Nos llevaremos bien, no tengo dudas —contestó con certeza.
Las dos chicas estrecharon sus manos y se sonrieron. Luna era una chica agradable y tranquila. Adela sabía que con ella podía formar una amistad, aunque ciertamente no quería ilusionarse. Hubieron muchas personas que fingieron ofrecerle una verdadera amistad y después la apuñalaron por la espalda, diciéndole cosas que a nadie se le ocurriría decir, a menos que odies lo suficiente a alguien y quieras herirlo de la peor manera.
—Adela, ¿te gustaría venir conmigo a leer? pero no aquí, mejor vamos a un césped. Será mucho más tranquilo, te lo aseguro.
La castaña no dudó y asintió sonriéndole. Ambas fueron hacia el césped, y durante todo su recorrido no pararon de contarse anécdotas graciosas.
Entre muchas de sus conversaciones ambas notaron lo mucho que tenían en común, y no dudaron en afirmar que su amistad estaba siendo técnicamente perfecta. Las dos podían compartir mucho de la otra y eso les alegraba. Por primera vez en mucho tiempo Adela se sentía realmente parte de una conversación.
—Luna, sigo pensando que debieron quedar juntos.
—Realmente amas ese libro, ¿verdad? no has parado de hablarme sobre el.
—Lo lamento, es que sigo pensando que es injusto. Bueno, de todas maneras también me gustan los libros de romances trágicos.
—Lo sé. Créeme que he podido comprobarlo —contestó sonriendo.
—¡Adela!
La castaña dio un ligero giro, mirando a quien le había hablado. Cedric.
—¿Qué sucede? —preguntó en un tono calmado pero tímido, mirando hacia los lados y abajo.
La joven Diggory sabía que habían personas mirando, en especial de Hufflepuff y Ravenclaw. Ninguno de los dos podía tener conversaciones tranquilas, porque inmediatamente habían algunos que comenzaban a murmurar a sus espaldas, y no precisamente cosas agradables.
—Lo he pensado, y entraré en el Torneo de los Tres Magos.
—¿¡Qué!? —Adela alzó la voz, y al darse cuenta que las miradas se intensificaron en los dos aclaró su garganta, removiéndose con nerviosismo.
—¿No te agrada la idea? —Cedric la miró arqueando una ceja.
—Si es lo que quieres hacer entonces no me interpondré, pero eres mi hermano, podrías salir herido.
—Estaré bien, créeme. Sabes bien que soy fuerte —el castaño le dio un inofensivo golpe en el hombro, sonriéndole.
Adela asintió, devolviéndole la sonrisa.
—Está bien, confío en ti.
—Bien, eso era todo. Solo quería avisarte para que después no te sorprendas si logro entrar yo.
Cedric le sonrió una última vez a su hermana y se alejó con su grupo de amigos.
—Tu hermano es bastante valiente.
Adela miró a Luna, quien aún se mantenía a su lado. No pudo evitar soltar una risita orgullosa.
—Lo es —contestó abrazando el libro que mantenía en sus manos.
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