8. Dawn FM
17 de septiembre de 2022
HEATHER
Pasé toda la noche hablando con Linda, aclarando las cosas, así que por la mañana apenas podía cerrar los ojos sin quedarme dormida. Agradecí que era sábado y ya había hecho los deberes el día anterior porque pude disfrutar de horas de sueño extra hasta el mediodía, cuando mi madre me despertó dando porrazos a la puerta para que bajara a comer.
No me preguntó dónde había estado ni cuándo había vuelto. Estaba acostumbrada a que los fines de semana deambulara por el pueblo hasta tarde. Era un pueblo pequeño donde nunca pasaba nada malo, así que no se preocupaba demasiado.
Me desperecé y bajé los escalones con pesadez. En la isla de la cocina olía súper bien. Mis hermanos estaban sentados a la mesa y discutían por la tablet, pero al menos estaban vestidos. Mamá les arrebató el aparato y miró mi pijama con desaprobación.
—Ya no sé qué hacer contigo.
Mientras llenaba mi plato con sopa, noté que me vibraba el teléfono y bajé la vista a mis piernas para ver el mensaje. Era Linda.
Buenos días <3
holaa. tu madre te ha dicho algo??
Que va, le dije que me había quedado en la biblioteca hasta tarde haciendo repasos
y te creyó?
Eso espero
Pero vamos, no me ha dicho nada
oks, pues entonces tenemos vía libre para el domingo. ahora en un rato se lo digo a mi madre
Se le va a quedar una cara...
seguramente
jajaja
—El móvil, fuera de la mesa —me interrumpió mi madre. Me vi obligada a dárselo y ella lo colocó sobre la nevera.
Me sentía tan feliz de poder hablar de nuevo con ella. Quizás gracias a los cabeza-cuernos nos habíamos acercado aún más como amigas. O simplemente era una excusa porque en realidad sí que queríamos estar juntas. Al principio, como es habitual después de una pelea, perdí la confianza con ella. Sentí que había una distancia no escrita entre nosotras y andaba con pies de plomo. Pero aclaramos las cosas bastante, e incluso me dijo cosas sobre su vida en Sundale, sobre su padre y su infancia.
Me contó que era un adicto a las drogas y por su adicción, había llegado a pegar a su mujer pensando que le escondía las dosis. De pequeña, en sus ratos libres, no solía jugar con otros niños como yo. En la ciudad no había tanta confianza para que saliera a la calle ella sola a hacer amigos.
Así que se quedaba en casa limpiando, ordenando, manteniendo ocupada su mente de los gritos. Ya más mayor, su madre le regaló un kit de maquillaje y aprendió a usarlo de forma casi profesional, cubriendo los moratones de su madre siempre que podía.
De hecho, me confesó que no salía a la calle sin maquillarse. Le daba una capa extra de seguridad. Temía que al mostrar su cara todos pudieran ver lo vulnerable que era. Pero parecía tan natural que yo nunca me hubiera dado cuenta de que su cara no era así del todo.
Yo le conté que había llegado al pueblo hacía unos años con mi familia al completo. Mi padre era psicólogo y pensó que vivir junto a la naturaleza nos afectaría positivamente en cuanto a desarrollo mental. Pero mis padres habían empezado a pelearse mucho desde que llegaron.
Los pacientes escaseaban y mi padre no contaba con que en el pueblo la gente no creyera en la importancia de la salud mental. Trató de aplicar para psicólogo escolar, pero no lo contrataron. Una noche me desperté y oí gritos. Mi madre había tirado una de las lámparas de pie del salón contra una ventana, y esta había estallado en mil añicos.
Lloraba y maldecía a mi padre. Fuera de aquí, recuerdo. No vuelvas en tu puta vida.
Esa fue la última vez que le vi. A veces me llamaba por teléfono, diciéndome que estaba orgulloso de mí y que me quería y esas cosas. Pero yo seguía sintiendo su ausencia y cuando llegué a la adolescencia caí en el tópico de los daddy issues y me enamoré de Drake, que representaba una figura masculina y paternal en mi vida. Fue muy dulce al principio. Lástima que se volviera un capullo con el tiempo...
Supongo que cuando te guardas el dolor durante tanto tiempo tienes dos opciones: acostumbrarte y disociarlo para siempre, o sacarlo todo de una.
Linda iba a contármelo todo de una, pero su madre entró en el cuarto y tuvo que esconder el móvil y hacerse la dormida. Después, no siguió con su relato y pasamos a otros temas. Pero me pregunto qué secretos me hubiera desvelado si hubiera seguido hablando.
—¿Qué te pasa? —me sobresaltó mi madre—. Comes muy lento.
—Nada, estaba pensando... —Esa era mi oportunidad—. Mamá, ¿puedo ir a la iglesia contigo mañana?
En casi diecisiete años de vida, creo que nunca la sorprendí de esa manera.
—¿Me tomas el pelo? —preguntó con la boca llena, intentando taparla con una mano.
—No.
—Claro que puedes venir. ¿Pero por qué? ¿Qué te ha hecho cambiar de parecer?
—Estoy investigando sobre la historia del pueblo y creo que la iglesia es un buen punto de partida. —Lo cual no era del todo mentira, ahora que lo pensaba—. Me he dado cuenta de que no sé nada sobre tu religión.
Aquello le sentó muy bien. No disimuló su sonrisa.
—Vale, pues... mañana iremos —exclamó—. Por cierto, ¿cómo te fue en la prueba de teatro?
Menos mal que estaba mirando a mi plato, porque si hubiera visto mi cara de desconcierto, habría destapado mi mentira. Ya es que ni me acordaba de lo que le había dicho el primer día de clase como excusa para volver más tarde.
—Ah, pues... No me cogieron.
—No saben lo que se pierden —dijo, toda orgullosa de mí—. Aunque teatro es más bien como un pasatiempo, ¿no? No te conseguirá un buen trabajo. —Y tuvo que estropearlo justo cuando yo empezaba a pensar en apuntarme de verdad—. Ahora termínate la sopa.
*
Después de comer subí a vestirme para ir a la biblioteca a buscar alguna novela con la que entretenerme. Necesitaba algún libro nuevo para mantener la cabeza ocupada, pero no tenía ganas de gastar dinero.
Me puse un jersey de rayas azul marino y verde, unos vaqueros de tiro bajo y calcetines con corazones rojos pequeños. Me había empezado a molar el downtown girl aesthetic, así que rebusqué entre las prendas que tenía de Brandy Melville y cogí los cascos retro que me habían regalado por mi cumpleaños. Hablé un rato con Linda y le describí con pelos y señales la cara que había puesto mi madre.
Ella seguía estudiando encerrada en su torre, por orden de Su Majestad, la reina Emma Jones. Tenía examen de química el lunes, así que ya podía hincar el codo para no meterse en más líos. Intenté hablar con ella acerca de por qué me daba la impresión de que a su madre le caía fatal, pero me contestó con evasivas y quedó en que me lo contaría todo cuando estuviéramos en la iglesia.
Salí por la ventana —no por castigo, sino por costumbre— y eché a andar hacia el instituto. De día no me daba tanto miedo avanzar por esas calles. Con la luz los árboles adquirían un tono dorado y no había extraños demonios entre ellos. Así que avancé con confianza. La lluvia del día anterior me había fastidiado el alisado, pero de todas formas empezaba a gustarme sacar mis rizos naturales. Eran más difíciles de cuidar, pero me devolvían esa esencia que creía ya perdida al inicio de mi adolescencia.
¿Sabes? Me había pasado tanto tiempo fingiendo lo que no era que había olvidado a la Heather verdadera. La Heather que no era gruñona, sarcástica y dramática. La Heather que era cariñosa y dulce con sus hermanos, y unas ganas inmensas de vivir aventuras. Bueno. Quizás lo último no lo había olvidado para nada.
Sumida en mis pensamientos, llegué de forma inconsciente al edificio gris con estandartes azules que se hacía llamar instituto, pero ocultaba una cárcel. Saludé al conserje de las tardes y este alzó la cabeza.
Llegué a la gran sala llena de estanterías y subí el volumen de la música. El silencio me abrumaba. Recorrí con los dedos los estantes llenos de libros magullados, antes de caer en que no tenía ni idea de qué quería leer.
Moby Dick, Anna Karenina, Cazadores de sombras... Los libros se sucedían como fantasmas junto a mí. No les presté mucha atención porque en aquel momento vislumbré un estante frente a mí con un libro que desentonaba. De lomo de piel marrón, sucio y demacrado. Demasiado demacrado. Lo tomé entre las manos y soplé.
Una capa de polvo salió disparada y me hizo estornudar. Pero aun así quedaba un montón en su superficie. Froté con la mano y revelé las cubiertas de un vivo rojo. Era un libro antiguo, de eso no cabía duda.
Me dirigí a una mesa cercana y levanté la tapa del libro. Pasé las páginas amarillentas hasta topar con un dibujo esquemático. De forma circular y pintado en rojo, había una especie de círculo con ocho celdas o porciones triangulares, dentro de las cuales había representaciones de diversos elementos tales como un sol, una luna, un campo, una mujer sentada en un trono, un esqueleto crucificado, una copa dorada...
Las ilustraciones eran de colores vivos y bordes delineados como las cartas de tarot. Y en cada esquina de la página, alrededor del círculo, había cuatro símbolos extraños de un marrón negruzco que desentonaba. Como si hubieran sido añadidos mucho después de la impresión del libro
Tuve un extraño instinto y pegué la nariz a uno de los símbolos. Rezumaba un olor muy intenso y asfixiante, como el de la... Mierda, así olían mis bragas una vez al mes. Era sangre podrida. Sangre en descomposición.
Me aparté del libro con el corazón a mil.
—¿Qué cojones pasa en este pueblo? —susurré. ¿Y por qué nunca me había dado cuenta de nada de esto?
Saqué una foto de las páginas que más llamaron mi atención para analizarlas en casa. Estaba casi segura de que no me dejarían coger en préstamo ese libro.
A medida que pasaba las hojas me di cuenta de todos los motivos religiosos que adornaban los textos. Los dibujos se tornaban más macabros conforme llegaba a la mitad. Esqueletos tumbados sobre círculos de sangre pintados en el suelo, con velas y restos de animales sacrificados alrededor, era una de las páginas más inquietantes.
Noté cómo alguien apoyaba la mano en mi hombro y me sobresalté, cerrando el libro de golpe. Al girarme por unos instantes me pareció vislumbrar unos cuernos de la cabeza de la bibliotecaria que se desvanecieron al parpadear mientras tropezaba con la mesa en intención de huida. Me estaba volviendo paranoica. Dejé caer los cascos en mi cuello y escuché a la mujer.
—Quedan cinco minutos para cerrar, Heather.
—¿Ya?
—Sí, son las ocho. —¿Las ocho? Había pasado el tiempo volando.
Me fijé entonces cómo alzaba la mirada por encima mía y observaba con expresión seria a lo que fuera que estuviese detrás de mí. Giré sobre mis talones y vi a una chica de cabellos largos y rubios vestida con una falda oscura y una gabardina, al dark academia aesthetic. La había visto a menudo en las fiestas de Betty o con el grupo de estudio del instituto. Sostenía el libro contra su pecho y una leve sonrisa asomaba de sus labios.
—Me he dejado aquí el libro para la función de mañana, señora Higgins.
—Oh, tranquila, Adelaide —murmuró con la cabeza gacha, sin mirarla a los ojos. ¿Por qué esa docilidad?
—¿Función? —pregunté desorientada.
Adelaide me miró como si acabara de reparar en que yo estaba presente.
—Sí, mañana hacemos una obra de teatro en la iglesia sobre los inicios de nuestro pueblo. Pero claro, tú nunca vas a la iglesia, ¿verdad Heather? —Eso último lo dijo con un tono de voz que casi sonaba burlón. Como si me tomara por tonta. Claro que me ofendió.
—Pues mira, mañana justo tenía pensado ir.
—¿Ah, sí? —De nuevo esa falsa condescendencia—. Pues espeto que te guste la función. Nos ha tomado meses hacer todos los decorados. —Alzó entonces el libro y lo agitó un poco como indirecta muy directa.
¿Entonces solo era un decorado? ¿Y la sangre?
—Pues ese libro huele fatal —dejé caer y Adelaide frunció el ceño.
—La pintura es con base de huevo, como la hacían antiguamente. ¿Qué esperabas?
Me entraron arcadas. Huevo podrido. Tenía sentido.
—Bueno, Heather. —Adelaide relajó su expresión—. Entonces nos veremos mañana —Me sonrió con cinismo y abandonó la sala al sonido de sus mocasines de charol.
Por mi parte recogí mi mochila y bufé bajo la expresión apremiante de la señora Higgins. En el exterior ya había anochecido y los cedros plantados en las calles proyectaban sombras del tono más oscuro. Ni de coña iba a volver a mi casa sola. Esperé en la parada de bus más cercana y al subir me senté en los asientos traseros mientras observaba las ventanas empañadas por el frío. Cuando el bus se movió y las luces fluorescentes verdes iluminaron mi rostro, las primeras notas de Dawn FM comenzaron a sonar en mis cascos.
—You are now listening to 103.5 Dawn FM. You've been in the dark for way too long. It's time to walk into the light and accept your fate with open arms...
Nota de la autora
Ha pasado mucho tiempo, pero por fin retomo esta historia. Espero que la motivación me dure bastante y pueda pasarme el otoño escribiéndola, que me hace mucha ilusión <3
Noveno capítulo: 17 de septiembre de 2023
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