6. Somebody's Watching Me
16 de septiembre de 2022
HEATHER
La odiaba. La odiaba de una forma que no podía explicar. Tenía razón, me había ilusionado y me había cegado de la realidad. ¿Cómo había podido ser tan rematadamente idiota? Había entrado en mi vida de una forma tan rápida y certera que al irse había arrancado un gran pedazo de mi ser.
Desde que tenía móvil habíamos pasado toda la semana anterior hablando por mensajes, conociendo nuestros gustos, compartiendo listas de reproducción, memes, y hasta nuestras fotos más vergonzosas. Me había inspirado tanta confianza que una vez rota, me sentía incapaz de confiar en nadie más. Es increíble cómo cada persona que conoces agranda un trauma tras otro.
Lo peor había sido verla de nuevo en los pasillos de clase. Fría, impasible, indiferente. Como si nunca nos hubiéramos conocido.
¿Sabes? No me creía nada de lo que me había dicho. ¿Por qué había cambiado de opinión sobre mí de forma tan repentina? Cuanto más repasaba la situación menos lógica veía. No. Había algo que no me estaba contando.
Armada con los prismáticos de mis hermanos, corrí hacia la ventana de mi habitación, bajé la persiana y colé las mirillas entre un agujero, tratando de que no se ensanchara mucho.
Su casa había mejorado en los últimos días. El equipo de reconstrucción que había contratado su madre había pintado toda la estructura de blanco y había dejado el terreno vacío de hierbajos. Quedaba una fina capa de hierba recortada, y todo tenía un aspecto perfecto. El Mustang descansaba en su plaza bajo la ventana de la cocina. Rojo y brillante, impoluto. Me hubiera encantado montarme algún día.
Levanté la cabeza hasta su habitación. Ahí estaba ella. Alcanzaba a ver solo la parte superior, pero me imaginaba que tendría un escritorio ahí. Se la veía mover la cabeza al ritmo de la... ¿música? Sí, llevaba cascos.
Levantó una hoja de papel, le dio la vuelta y volvió a colocarla sobre la mesa. Estaría haciendo los deberes. La observé durante unos veinte minutos, hasta que se dejó caer en la silla, con una mueca de disgusto. Al momento comenzó a llorar sin taparse con las manos, por lo que distinguí sus ojos achinarse y su boca entreabrirse para soltar un llanto que no oí.
De pronto me sentí muy incómoda y dejé de mirar, dejándome caer en la cama.
¿Lloraba por mí? Tal vez los deberes eran difíciles; ella misma me había dicho que iba bastante atrasada. Y yo misma había llorado mil veces por no haber estudiado y sacado un cero, porque entonces mamá me tiraba un zapato y... ¿la madre de Linda la pegaba? ¿Habría sido ella la que la había prohibido estar conmigo y ella en un intento de alejarse de mí había decidido que la odiara y así hacer las cosas más fáciles?
Suspiré. Estaba siendo egoísta. Por mucho que me hubiera gustado que llorara por mí, por echarme de menos, estaba presuponiendo a mi favor. Era un razonamiento retorcido. Quizás no era tan complicado y simplemente me odiara, por algo que no me había alcanzado a decir. Me había hablado fatal. ¿Por qué siempre defendía a los que me hacían daño? Tenía que dejar de hacer eso. Puede que Linda simplemente me odiara. Y no había más. Así que decidí centrarme en quedar con la gente que sí me quería. Como Betty.
*
—Son dos dólares.
—Gracias, Joe —dijo Betty soltando la pasta.
Estábamos en la pequeña droguería junto a la gasolinera: Joe's Store. El tío era majo, pero Joe no era su verdadero nombre; la verdad es que siempre se me olvida. Nos vendía alcohol para las fiestas, así que era un punto a favor, aunque no fuera especialmente listo. Nunca lo había visto por el insti y sabía que era mayor que nosotras; aún así, le lancé un beso al aire mientras salíamos y Joe se puso colorado.
Betty llevaba el pelo recogido en un moño y se había hecho ondas oscuras a los lados. Yo con mi pelo-arbusto quedaba bastante eclipsada. Tenía la costumbre de fijarme en lo que los demás tenían y yo no. Que baja autoestima, por favor.
Abrí mi lata de refresco y la choqué con la de Betty. Hoy íbamos a estar sobrias.
—¿Qué tal con Linda? —preguntó y casi me atraganto.
—Pues no me habla. Se ha enfadado conmigo y no me dice por qué.
—Pues yo la he visto hoy en clase. Estaba normal. —¿Habían hablado?—. Me ha dicho que el domingo irá a la iglesia con su madre.
¡¿Qué?!
—¿Qué?
—¿Qué el qué?
—¿Linda? ¿Oyendo sermones con su madre? —Empecé a hacer gestos raros con las manos—. Tipo, ¿con un vestido blanco y un rosario? ¿Cantando y bebiendo vino?
—Eso es la comunión, gilipollas.
—Como se llame.
—Pues no sé, vendrá a escuchar, supongo. Dice que quiere conocer las costumbres del pueblo.
Me sentó como un balazo en el pecho. Ella era la chica diferente a las demás. La que iba conmigo contra las normas y hablaba sobre teorías conspiranoicas. Betty debió de verme triste porque me pasó un brazo por encima y me dio un beso en la mejilla.
—¿Quieres que hable con ella para que hagáis las paces?
—Ya me ha dejado bien claro que no quiere volver a saber nada de mí —bufé con despecho.
—Mañana la abordaré en el recreo. Si no habla, la sacrificaremos por ser la enana del grupo.
—Solo mide dos centímetros menos que tú.
—¿Y cómo sabes tú eso?
Heather, cállate.
—Me lo dijo ella, equisdé. —No quería quedar como una acosadora (cosa que tal vez sí fuera).
—¿Por qué os habéis peleado? —preguntó entonces.
Lo confieso: me daba una vergüenza enorme decírselo y eso que la conocía de años.
—Dice que ya no puede quedar más conmigo, que la distraigo y soy una pérdida de tiempo. —Obviamente no se lo dije sin bajar la cabeza para no conectar con su mirada.
—Eso es bastante cruel, pero si de verdad necesita centrarse en sus estudios, la entiendo. Va súper atrasada.
—¿La defiendes? —Arrugué la frente con rabia.
—La entiendo —repitió—. Mira, este es un pueblo de mierda, sinceramente. Yo sé que quieres disfrutar tu juventud y todas esas cosas, pero ser mayor está a la vuelta de la esquina y si quieres salir de aquí, vas a tener que estudiar algo que te permita irte para siempre.
—Me cuesta estudiar. No me puedo concentrar. Por más que leo y leo, no entiendo lo que pone y mucho menos se me queda la información grabada —me sinceré—. Te lo juro que no se me queda. Y claro que quiero salir, pero no de esa forma. Quiero viajar. Estudiar conlleva quitarte tiempo de vida, para que luego lo remplaces por un trabajo que se llevará aún más tiempo. Vivir no debería ser así de difícil
—Para viajar necesitas dinero. Así funcionan las cosas. Estudias mucho para luego no tener que trabajar tanto. Yo voy a estudiar medicina, que está bien pagada. —Sorbió con orgullo.
—Pues no me gusta este sistema. —Me crucé de hombros y apuré mi refresco.
—Ni a ti ni a nadie, cariño. —Me señaló con su lata y repitió mi proceso—. Anda, vamos al coche.
*
La linde del bosque se mostraba reacia a dejar pasar un alma. Los árboles se agitaban de forma monstruosa y el atardecer se había cubierto de oscuros nubarrones. A lo lejos, un rayo surcó el cielo. Una de las últimas tormentas del verano. Fuerte y furiosa.
—No sé yo, Betty —le grité por encima del ruido—. Creo que hasta el coche nos vamos a mojar.
—Joder, se ha puesto el tiempo así, de repente.
—¿Vamos a tu casa?
—Están mis padres. —Chasqueó con la lengua—. Creo que mejor nos despedimos aquí. —Nuestras casas estaban cada una en un extremo del camino. El punto medio era el bosque. Nos abrazamos en despedida.
Betty había crecido en Mooredale. Fue la primera persona que conocí al mudarme con mis padres. Había salido a explorar el pueblo y ella y yo, dos niñas de doce años, coincidimos en la linde del bosque. Tal y como estábamos ahora. A esa edad hacer amigos era tan fácil como preguntar un ¿Quieres jugar conmigo? Así que se dio y acabamos internándonos en el bosque, un verano de 2018. Allí descubrimos el coche y pasamos dos meses conociendo al dedillo los secretos que se escondían entre los árboles. Como esa caja oculta entre matorrales que ocultaba... Bueno, ya me estoy adelantando.
—Hasta mañana. —Agité la mano.
Antes de retomar mi camino a casa, me quedé observando un instante los troncos de los árboles. Se mostraban oscuros y firmes contra sus bamboleantes ramas. Tan pegados entre ellos que la poca luz de las farolas apenas llegaba a iluminar la linde. Más allá se extendía la oscuridad eterna. Hipnótica. No me di cuenta de que llevaba al menos un cuarto de hora ensimismada hasta que las primeras gotas heladas comenzaron a caer sobre mi frente.
Empecé a oír crujidos que salían del bosque y se me heló la sangre. Permanecí quieta, casi sin respiración y escruté aquel sonido, rítmico y espeluznante. Algo me decía que debía ver aquello que se acercaba a mí. Que, si no lo veía, perdería una experiencia importante en mi vida.
Me llamaba. Y me sentía observada.
Entonces, con el reconocible chasquido de una rama al romperse, el sonido cesó. Un rayo cayó kilómetros tras de mí, y en el negro de la noche distinguí una figura alta y oscura, corpulenta y amenazadora. Un depredador observando con paciencia a su presa, con dientes afilados y sonrientes; ojos inyectados en sangre y pupilas escarlata. Las manos manchadas de sangre negra en torno a una afilada y vieja hacha, que aún goteaba en la punta por su última presa. El olor a metal me llegó al instante. Las llamas envolvían su espalda, mostrando sobre su cabeza dos cuernos que crecían y brotaban y se enredaban como las ramas de los árboles, ardiendo al menos a diez metros de altura.
Una visión del mismísimo diablo.
Claro que, todo esto lo vi en el espacio en que la luz del rayo se extinguía. Así que no puedo asegurar si fue real o no. Solo sé que mi cuerpo reaccionó tan rápido, que cuando el trueno retumbó en el valle, yo ya estaba al final de la calle.
Nota de la autora
Capítulo algo cortito pero ahora la fiesta se ha animado por fin. En Mooredale comienzan a pasar cosas raras y esto solo es el principio. Los siguientes capítulos se vienen cargados de misterios y más momentos de tensión. En este pueblo no todos son lo que parecen ser. Tienes que estar atento a cada mínima pista... Dato curioso: el estribillo de la canción de este capítulo es cantado por Michael Jackson, pero no quiso que le dieran créditos. Nos leemos el próximo domingo, besos.
Séptimo capítulo: 16 de octubre de 2022
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