Esta tarde será aburrida, una reunión. El tío por parte de mi madre que aún me guarda algún cariño. Pero hoy no veré a gente de mi sangre. De hecho, hoy solo iré a la iglesia. Me sentare en un banquillo y oiré alguna otra cosa que me arrastrara a mi juventud "Escuchad a vuestros maridos" Tiene gracia, que la biblia sea escrita para excusar esta impertinencia.

Cuando era pequeña, nos separaban. Las mamás a los cuneros, con los lactantes en brazos. Los señores a la predica. Parvulitos, clases juveniles...todo se va reemplazando. Mientras la biblia que fue biblia de un inocente se vuelve libro del pecador. No nos permitían tener citas, nos hacían llamarnos primos y hermanos. Y el amor lo veía como un lazo matrimonial que se cruzaría al llegar a los dieciocho. La iglesia crecía pequeñamente, su modesto estacionamiento seguía sin llenarse. Con todo había un joven que me gustaba, sería cuatro años mayor. Pero entonces eran las chicas con las chicas y los chicos corriendo o peleando entre ellos.  Antes de irnos y dejar la religión, no le dije nada. Antes era tímida, ahora soy orgullosa. Se obtiene lo mismo.

A mí me gustaba la iglesia, porque tenía un piano. Un piano de tono clarito, colocado en el fondo detrás del púlpito para animar la alabanza y el canto sagrado de los himnos. Yo soñaba con tener mi propio himnario. Y cuando los maestro de clasecitas bíblicas soltaban una pregunta yo saltaba de mi asiento con mi izquierda alzada al techo. Tanto entonces deseaba ir al cielo, creía que si oraba a Dios él en su bondad cuidaría a mi media naranja. A la mitad de mi corazón.

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