Nueva Vida
—Carol, cariño, no te alejes tanto de nosotros.
—¡Pero ya quiero llegar al parque, mami!
—Mi amor, hazle caso a tu madre, ¿de acuerdo? Llegaremos allí pronto; sólo ten paciencia.
—Bueno, está bien.
Esa era la conversación que se estaba dando entre una linda niña rubia de cinco años y sus padres George y Céline. Los tres conformaban la familia Pingrey, los recién llegados a Royal Woods.
Hacía un mes que habían llegado, y sin embargo no habían sido capaces de darse el tiempo de conocer la ciudad que sería su nuevo hogar. La mudanza había sido agotadora, y no ayudaba en lo más mínimo que tuvieran tantas cosas que acomodar en una casa tan grande. George iba y venía, dividiendo su tiempo entre ayudar a desempacar, trabajar en su empresa de farmacéuticos y pasar tiempo con su familia; Carol hacía todo lo posible por ayudar a sus padres con el arduo trabajo, incluso si eran cosas diminutas; y Céline ejercía todas sus obligaciones como esposa y madre, a la vez que intentaba distraer su mente de... eso. Distraer su mente de la noticia que quebró una parte de su corazón...
Seis meses atrás, Carol les había pedido a sus padres que quería un hermanito o hermanita, y la verdad es que los adultos no se opusieron a la idea; de hecho, desde hace tiempo habían pensado en la posibilidad de tener un segundo bebé, y escuchar la petición de su primogénita borró hasta el más mínimo rastro de duda que podrían haber tenido. Lo intentaron, realmente lo intentaron, pero la concepción no se daba y cada prueba de embarazo resultaba negativa. Eso preocupó tanto a la pareja, que decidieron hacerse estudios médicos. El espermiograma de George no mostró ni una anomalía; él estaba perfectamente bien. Sin embargo, con Céline las cosas fueron muy diferentes...
«Infertilidad Secundaria», es lo que les había dicho el doctor. Al parecer, tenía las trompas de Falopio dañadas desde que había nacido Carol. Sin embargo, al no haber mostrado malestar o dolor en ningún momento, ella nunca tuvo la necesidad de ir al médico. Y el hecho de que su periodo siguiera siendo normal tras tantos años, sólo ayudo a no darse cuenta de que algo andaba mal.
Acudieron con doctores y especialistas, pero las respuestas siempre eran las mismas. El daño tenía tanto tiempo que sería realmente difícil hacer algo para corregirlo. Incluso si quedaba embarazada, corría un alto riesgo de perder a la criatura.
Con todo el dolor de su corazón, la pareja decidió renunciar a su sueño de tener otro bebé, pues cada vez que lo pensaban, llegaban a la misma conclusión: no soportarían el dolor de perder a un hijo. Lo más seguro era no arriesgarse y dejar las cosas como estaban.
La segunda cosa más difícil que tuvieron que hacer fue explicarle a su pequeña que no tendría el hermanito o hermanita que tanto deseaba. ¡Les partía el corazón imaginar la decepción que se llevaría su princesa! Esperaban tantas reacciones; esperaban gritos, pucheros y suplicas por parte de su hija. Sin embargo, nunca esperaron que entre lágrimas ella sólo asintiera con la cabeza y susurrara un débil: «Está bien, lo entiendo».
Incontables noches, George llegaba del trabajo, sólo para encontrarse con una vista que le rompía el corazón: su esposa acostada en su cama, abrazando una almohada y llorando en silencio. A lo mejor no lo mostraba durante el día, pero aquella noticia sin duda la había afectado hasta lo más profundo de su ser. Se culpaba a si misma; se culpaba por no haber ido al médico, por no hacer a su esposo padre por segunda vez y por no cumplir el deseo de su angelita. Se sentía inútil, vacía.
Sentía que no era mujer suficiente para su familia...
Fue una suerte que su esposo la escuchara murmurar eso una noche, en la que ella pensaba que se encontraba sola, y por más de cinco horas, él le recordó lo mucho que la amaba y lo agradecido que estaba con la vida por haberse casado con una mujer tan hermosa, gentil y buena como ella. Le dijo una y otra vez que aquello no era su culpa y se aseguró de que Céline lo viera a los ojos todo el tiempo. La mujer no lo aguantó más y rompió a llorar en el pecho de George. Todo su cuerpo temblaba y mientras abrazaba a su esposo, sus uñas se enterraban en la espalda de éste. Le pidió docenas de veces perdón, y él respondió a cada disculpa con un «no es tu culpa, mi amor». Durante ese abrazo, cuando ya ninguno dijo nada, se permitieron llorar juntos, a la vez que él intentaba con todas sus fuerzas transmitirle todo su amor a su esposa.
Fueron con un terapeuta, pues ambos sabían que tenían que tratar con aquel dolor que cargaban en su interior. Pero no solamente fueron ellos, también lo hizo la pequeña Carol, pues no querían arriesgarse a que en algún momento del futuro, ella desarrollara algún complejo de culpa, debido a que los adultos tuvieron que explicarle a la niña la razón por la que Céline no podría tener hijos.
El tiempo pasó y pudieron reponerse un poco. Céline ya no se culpaba a sí misma, aunque había días en los que aún lloraba; y Carol volvió a ser la niña alegre y llena de vida que conocían. Decidieron mudarse a otra ciudad para empezar de nuevo, y así fue como llegaron a Royal Woods.
—¡Mira, papi, un carrito de helados! —exclamó Carol muy emocionada—. ¡¿Podemos comer uno?! ¡Di que sí, por favor!
—¿Pero no querías llegar al parque rápido, corazón? —preguntó George, aguantando las ganas de reír por la reacción tan tierna de su hija.
—Sí, quiero llegar rápido... ¡Pero un helado es un helado!
Esta vez, George y Céline dejaron salir una pequeña carcajada, pues la cara de la niña parecía que brillaba cuando hablaba de aquel postre. George compró un helado para cada uno y se sentó en una banca junto a su familia. Carol comía muy feliz, tenía las mejillas sonrosadas y cada vez que le daba una lamida al dulce, daba pequeños saltitos en su asiento. Cuando los tres terminaron de comer, se levantaron y buscaron algún bote de basura donde pudieran deshacerse de los envases de plástico, más no encontraron nada. Caminaron un par de calles más, hasta que la niña vio un contenedor metálico grande.
—Mira, mami. Allí hay un bote.
—Oh, que buena vista tienes, mi cielo —contestó Céline con una sonrisa—. Anda, dame tu vasito para tirarlo.
—No, mami, yo los tiro. No hay problema.
Los padres intercambiaron miradas, pero luego se voltearon y aceptaron el ofrecimiento de su hija. La niña se dirigió al contenedor dando pequeños saltitos, pero de repente se detuvo.
—¿Carol? —llamó su padre—. ¿Pasa algo?
—... Hay algo ahí...
—¿A qué te refieres? —preguntó su madre, algo preocupada.
—A que escucho algo ahí dentro.
Los adultos se acercaron a la niña a pasos agigantados. Céline tomó a su hija en brazos y George se acercó con cautela al contenedor. Agudizó su oído y logró escuchar un sonido ahogado por el grueso metal; no era un animal... Entonces, ¿qué podría ser? Levantó la tapa poco a poco y al observar el interior, se quedó petrificado.
—¿Cielo? —llamó su esposa—. ¿Qué es?
El hombre se volteó; tenía la cara pálida y sentía que su voz había desaparecido, sin embargo, se repuso lo suficiente como para hilar una oración.
—E-Es un... bebé.
Cuando la mujer comprendió del todo las palabras de su marido, se acercó a él casi corriendo y también vio el interior. No era broma... Realmente había un bebé ahí.
Un pequeño, indefenso e inocente bebé.
La mujer dejó en el suelo a su hija y después metió los brazos al contenedor para sacar a la criatura. Era tan liviano..., lloraba y sus movimientos eran débiles. Lo inspeccionó un par de segundos más y vio que su espalda estaba roja. Seguramente era por el golpe que se debió haber dado al ser arrojado a la basura...
... Arrojado a la basura...
La mujer se puso a llorar, mientras acercaba al pequeño a su pecho y lo envolvía en un abrazo; el hombre, igualmente, se acercó a su esposa y la abrazó, teniendo por supuesto, mucho cuidado con el infante; y Carol, viendo el estado en que estaban sus padres, se acercó a ellos y abrazó sus piernas, mientras que por su cabeza pasaban cientos de preguntas.
«¿Por qué alguien tiraría a un bebé a la basura? A los bebés se les quiere y se les protege. Esto no tiene sentido..., no lo tiene. Entonces, ¿por qué...? ¿Por qué alguien haría algo así?»
Ni siquiera la niña supo el porqué, pero también se puso a llorar, mientras veía a aquel ser humano que había sido desechado como si de un desperdicio se tratase.
El viaje al parque obviamente se canceló. Todos volvieron a su casa rápidamente para limpiar al pequeño y verificar que no tuviera ninguna herida grave. Afortunadamente ese no fue el caso, pero sí sería necesario llevarlo con un pediatra para verificar que todo estuviera en orden. De lo que si se dieron cuenta, fue de que el pequeño estaba hambriento, pues succionaba desesperadamente el dedo de la mujer. George, tras ver la acción del bebé, no tardó ni un segundo en meterse a su automóvil y dirigirse al supermercado para comprar leche de fórmula, pañales, y un pequeño pijama.
Ya entrada la noche, cuando el niño se encontraba profundamente dormido entre los brazos de la mujer y Carol dormitaba en el regazo de su padre, los adultos hablaron sobre aquella difícil situación.
—¿Qué vamos a hacer, George? —preguntó Céline, sin despegar sus ojos del infante.
—No lo... No lo sé, querida. Lo más seguro sería... ir a denunciar el caso y que... un orfanato se encargue de él... —contestó el hombre, no muy seguro de sus propias palabras.
—Pero... ¿Qué tal si nosotros...? Podríamos...
—Céline..., cariño..., sé a donde quieres llegar con esto. Créeme cuando te digo que yo mismo lo he considerado, pero debes entender que...
—Lo tiraron...
George dejó de hablar y, tanto él como su esposa, vieron muy sorprendidos a su hija, quien portaba una cara que sólo reflejaba una profunda tristeza.
—¿Carol?
—Lo tiraron, papi... Tiraron a ese bebé a la basura. ¿Hay algo que entender?
—Bueno, hija... Y-Yo me refería a... Quise decir... —no supo ni que contestar.
—¡Tiraron a un bebé a la basura! —gritó la niña, mientras lágrimas corrían por sus mejillas—. ¡No hay nada que entender con eso! ¡La gente que hizo eso es mala! ¡Muy, muy mala!
—Cariño, cálmate por favor —intervino su madre, muy preocupada por el estado en el que se encontraba su hija. Jamás la había visto así.
—¡No me voy a calmar! ¡No lo haré! ¡Nadie merece que le hagan eso! ¡Nadie, nadie, nadie! ¡Y mucho menos un bebé! Mucho menos... un b-b-bebé.
La niña ya no pudo decir más, pues el llanto la dominó por completo. Ella, al ver al niño ser sacado de aquel contenedor por su madre, había entendido la gravedad de la situación; sin embargo, fue horas después cuando verdaderamente resintió el peso de tan horrible acción. Tanto el hombre como la mujer envolvieron a su hija en un abrazo para intentar amainar el llanto de la inconsolable niña; no obstante, la siguiente acción de su hija los dejó estupefactos...
La niña tomó al pequeño de los brazos de su madre y lo abrazó contra sí misma.
Poco a poco, Carol dejó de llorar, más nunca dejó de abrazar al niño. Los adultos intercambiaron miradas y luego llevaron a la niña a su habitación; ya era hora de dormir. Cuando llegaron, Céline pretendió tomar al niño, sin embargo, Carol lo apegó más a su cuerpo y le dio una mirada suplicante a su madre, quien entendió a la perfección el deseo de su hija y asintió con la cabeza.
Una vez que se encontraban arropados en la suave cama, los adultos le dieron un beso de buenas noches a su hija... y también al pequeño. Salieron de la habitación y cerraron la puerta, creyendo que su hija se había ido a dormir inmediatamente.
Una vez en la sala, completamente solos, la pareja se sentó en el sofá sin decir palabra alguna; ninguno sabía que hacer, ninguno sabía que decir. Sin embargo, había algo de lo que ambos estaban seguros y podían estar de acuerdo...
Se habían encariñado con el bebé.
El deseo de Céline de adoptar y proteger a la criatura se había vuelto aún más fuerte de lo que ya era, y la débil intención de George de llevar al niño a un orfanato languideció a tal punto en el que él mismo empezó a considerar muy seriamente la opción de adoptarlo... Pero ¿sería lo correcto? ¿No habría consecuencias al hacerlo? ¿Y sí alguien lo estaba buscando? ¿Y sí...?
Aquel hilo de pensamientos fue cortado de repente cuando sintió la mano de su esposa sobre su hombro; parecía temblar. George la volteó a ver y se puso nervioso al ver la expresión tan asustada de su mujer. Posó una mano sobre su mejilla y le preguntó:
—Céline, ¿qué te pasa?
—M-M-Mira las n-noticias —contestó ella, mientras apuntaba al televisor.
Obedeciendo a las palabras de su esposa, George se giró para ver mejor, y se llevó una sorpresa mayúscula al ver la noticia de última hora: «Secta satánica es acribillada en las afueras de Royal Woods». La pareja se quedó en silencio, mientras escuchaban los horribles detalles del caso. Los treinta y tres miembros de la secta fueron asesinados, encontraron cuerpos de animales descuartizados y hallaron instrumentos de tortura que habían sido recientemente usados. Sin embargo, todo lo anterior mencionado no fue nada comparado con lo que escucharon a continuación...
Aparte de los cadáveres de los sectarios y animales, la policía encontró el cadáver eviscerado y calcinado de un bebé recién nacido.
Céline lloró con tanta fuerza que empezó a hiperventilarse; jamás se había sentido tan horrorizada en toda su vida. George tuvo que llevársela a su habitación para intentar calmarla, pero fue en vano; el también se encontraba mal después de escuchar semejante atrocidad. El hombre acarició la espalda de su esposa —la cual tenía constantes espasmos debido al llanto— y se quedó junto a Céline, quien lloró y gritó contra su pecho, mientras miles de preguntas pasaban por su cabeza.
«¿Por qué, Dios? ¿Por qué yo, que deseo un bebé más que nada en el mundo, no puedo tenerlo? ¿Por qué las mujeres que sí pueden amarlos, desperdician esa oportunidad? ¿Por qué les das hijos a quienes están dispuestos a tirarlos como si fueran basura? ¿Por qué se los das a gente que está dispuesta a matarlos de manera tan ruin? Eso no es justo... ¡No es justo!», pensó ella, totalmente destrozada.
Ambos adultos se abrazaron durante horas hasta quedarse dormidos, sin embargo, no experimentaron ni el más mínimo descanso.
El día llegó, y con él, también vino una nueva esperanza. George fue el primero en abrir los ojos, más no fue capaz de levantarse, pues sobre él se encontraba Céline, aferrada a su pecho. Observó su rostro por unos minutos; era hermoso. Y sin embargo, no podía evitar sentir una enorme impotencia al ver todos los rastros de lágrimas secas que había en sus mejillas. Acarició la cabeza de la mujer y susurró:
—Céline, despierta, mi amor —la mujer se retorció un poco, pero abrió los ojos—. Buenos días.
—Buenos días, cariño —respondió ella—. Oye..., con respecto a lo de ayer... Lo pensé y... nosotros podríamos... ¡Nosotros debemos...! —quiso hablar, pero fue silenciada por su esposo, quien puso un dedo sobre sus hermosos labios.
—Shhh, no digas nada. También lo estuve pensando... —hizo una pausa y después sonrió—, y llegué a la conclusión de que... deberíamos adoptarlo.
La mujer se congeló. Ella creyó que tendría que convencerlo, pero al parecer estaba muy equivocada...
—¿E-En serio?
—Sí, cariño. Si te soy muy sincero, también tenía un deseo enorme por adoptar inmediatamente al pequeño... El verlo en aquel contenedor me heló la sangre, e inmediatamente sentí un deseo inmenso por cuidarlo y protegerlo. ¿Me explico? —ella asintió, también le pasó lo mismo—. Lo único que me detenía era el temor a que hubiera repercusiones legales, que creyeran que nosotros habíamos secuestrado al bebé, incluso si les explicábamos la situación —cerró los ojos, pero continuó—. Sin embargo, ver la noticia de anoche, borró cualquier rastro de duda. Si las autoridades piensan que hicimos algo incorrecto, ¡que lo hagan! ¡Nosotros les demostraremos lo contrario! ¡Después de todo, nosotros no somos unos monstruos desalmados como los que tiran y asesinan a seres inocentes!
Luego de eso, Céline se echó una vez más a los brazos de su marido, y por primera vez en mucho tiempo, las lágrimas que corrían por sus ojos eran de alegría.
La pareja salió de su habitación y se encontraron con la sorpresa de que su hija ya se encontraba levantada; aún cargaba al bebé y se veía muy decidida.
—Mami, papi..., tenemos que hablar.
—Dinos, cariño —habló Céline.
—Yo quiero... Yo quiero... ¡Yo quiero que este bebé sea mi hermanito! —exclamó ella viendo al suelo—. ¡Sé que apenas lo conozco! ¡Sé que lo sacamos de la basura! Pero... aun así, yo... —levantó la mirada, y con los ojos húmedos, gritó—: ¡Yo lo amo! ¡Ni siquiera sé por qué, pero lo hago, y quiero que tenga una vida feliz! ¡Él se la merece! ¡Todos los niños la merecen!
Cuando Carol terminó, la casa quedó en total silencio, con excepción de su fuerte respiración. Los padres caminaron hasta su hija y cuando quedaron justo frente a ella, se arrodillaron y le sonrieron.
—Carol —habló George—, ¿de verdad quieres que él forme parte de la familia? —la niña asintió enérgicamente—. Entonces, supongo que no hay nada que hablar...
—¿Eh? Entonces... —la niña se empezó a emocionar—. ¡Eso significa...!
—Sí, Carol..., saluda a tu nuevo hermanito.
La niña soltó un gritito lleno de alegría y abrazó al niño, el cual reía y tocaba las mejillas de su nueva hermana. Los adultos se unieron a sus hijos y se fundieron en un cálido abrazo, donde no existía nada en el mundo, más que su felicidad. Se preocuparían del registro y la adopción después, por lo pronto, disfrutarían de cada segundo de ese bello momento.
—Por cierto..., ¿cómo se va a llamar? —preguntó Céline, acariciando el rostro del bebé.
Los adultos se miraron el uno al otro, y empezaron a decir varios nombres, pero ninguno les convencía; incluso al bebé no parecía gustarle ninguno, pues emitía un pequeño bufido con cada opción. Carol, por su parte, se quedó pensando. ¿Cuál sería el nombre perfecto para su hermanito? Tenía que ser único y bonito, justo como él. ¿El nombre de algún famoso, quizá? Eso sonaba bien, sin embargo, los únicos nombres que se le venían a la mente eran los de los presidentes de los Estados Unidos, debido a que había visto un documental en la escuela. Al principio no se sentía muy convencida, pero luego, en el fondo de su mente resonó un nombre que le había parecido único y encantador. Sonrió y habló:
—Ya sé cómo se llamará.
—¿En serio, mi amor? —preguntó muy sorprendido George—. ¿Cómo?
—Se llamará...
—Lincoln, ¿puedes venir un momento, por favor?
—Dame un minuto, Carol —contestó él, detrás de la puerta—. Sólo falta que me ponga la camisa —al terminar de abrocharse el último botón, salió de su habitación y se encontró con su hermana en el pasillo—. Listo, ¿qué necesitas?
—Je, je. Es una sorpresa.
Luego de eso, la muchacha tomó al chico de la mano y lo guio hasta su habitación. Era un cuarto muy espacioso, que contaba con balcón, baño propio, una estantería llena de libros, un televisor de cuarenta y dos pulgadas, un escritorio de madera con su laptop, y una cama tamaño reina con cortinas blancas. Invitó a su hermano a tomar asiento, mientras ella lo observaba con las manos detrás de su espalda.
—Muy bien, Carol. ¿Ahora me dirás cuál es esa sorpresa? —preguntó él con una sonrisa, mientras sentía la suave textura del edredón morado.
Ella sin decir nada, se acercó a él, se agachó y se puso al mismo nivel. Luego le susurró.
—Cierra los ojos —él obedeció y de repente sintió un ligero peso sobre sus piernas—. Ahora..., ¡ábrelos!
Al hacerlo, Lincoln casi salta de la emoción, pues en sus manos tenía la saga completa de la serie limitada «Ace Savvy: All In»: una historia alterna que había sido aclamada por la crítica y los fanáticos. Él y Clyde habían esperado por más de tres horas en la fila de la tienda de cómics para comprarlo; desafortunadamente, todas las copias se habían agotado en un santiamén. Se sintió tan decepcionado que ya se había hecho a la idea de que nunca sería capaz de leerlo. Al parecer creyó mal...
Dejó las historietas en la cama y se lanzó a los brazos de su hermana, mientras la abrazaba muy efusivamente.
—¡Gracias, gracias, gracias! ¡No tienes idea de lo feliz que me siento! —exclamó él.
—Me lo puedo imaginar —contestó ella entre risas, mientras le devolvía aquella muestra de afecto a su hermano. Amaba poder abrazarlo—. No me gustó para nada que llegaras triste a la casa ese día. Sabía muy bien lo mucho que deseabas estos cómics, por lo que busqué por internet y, ¿qué crees? ¡Los encontré!
—Seguro te costaron mucho, ¿verdad? —preguntó él, un poco avergonzado.
—Eso no tiene importancia, Linky —contestó ella, mientras lo tomaba de las mejillas—. Lo que a mi realmente me importa es hacerte feliz.
—Al menos, ¿te puedo pagar una parte?
—Verte así de feliz fue más que suficiente para mí. No te preocupes por eso. Y ahora, cambiando de tema..., te tengo otro regalo.
—¡¿Qué?! —exclamó él, atónito—. No, no, no, Carol. Los cómics fueron más que suficientes; no tienes que darme otra cosa.
—¡Ay, por favor, Lincoln! Es tu cumpleaños. ¡Déjame consentirte! Ahora, obedece a tu hermana mayor —el chico emitió un bufido, pero ya no dijo nada. Se limitó a observar a la muchacha, quien se dirigió a su armario, y del cual sacó una preciosa camisa de color blanco—. ¡Ta-da! ¿Te gusta? Pensé que te verías muy guapo en una camisa blanca, ya que combinaría con tu lindo cabello. Y no te preocupes, es de la talla correcta.
Lincoln se quedó unos segundos admirando la prenda. Realmente era muy bonita, el cuello italiano tenía detalles azules, y se veía que el material del que estaba hecha también era muy suave. Habló:
—Carol..., no sé qué decir... Muchas gracias.
—De nada, Linky. Pero anda, ¡pruébatela! —el chico tomó la camisa y se dispuso a salir de la habitación, pero fue detenido por Carol, quien preguntó—: ¿A dónde vas?
—Ummm, al baño a cambiarme.
—¿Al bañ...? ¡Oh, sí, claro! Je, je. No te tardes —«Podrías haberte cambiado aquí. Yo no tengo ningún problema», pensó Carol, algo decepcionada, mientas veía a Lincoln salir de su habitación.
Dos minutos después, el chico regresó vistiendo la elegante camisa; realmente le había gustado. La chica se le quedó viendo.
—¿Y bien? —habló él—. ¿Cómo me veo?
—Te ves muy guapo, Lincoln —ella se acercó a él, y le acarició la mejilla izquierda—. No hay duda de que eres el chico más lindo del mundo.
Lincoln, tras escuchar las palabras de su hermana, no pudo evitar sonrojarse. Levantó el rostro y preguntó:
—Y dime..., ¿crees que Lucy vaya a pensar lo mismo?
—Por supuesto que sí, Linky —contestó ella con una sonrisa y con los ojos cerrados—. Ella y todas las niñas del mundo.
—Gracias, Carol. Por cierto..., ¿crees que me puedas dar los consejos que te pedí hace un tiempo?
—Oh... ¿Acaso harás lo que creo que harás? —preguntó ella con un tono de voz picarón.
—Pues..., la verdad es que... sí.
—¡Mi pequeño Linky ya es todo un hombre! —exclamó ella, avergonzando al chico—. ¿Qué te parece si hablamos sobre el tema en un rato? Mamá y papá quieren hablar contigo.
—¿Eh? ¿Sobre qué?
—Supongo que quieren darte sus regalos. Anda, ve.
—Muy bien, ¿te veo en mi cuarto cuando acabe?
—Seguro, Linky. Después de todo, no perderé la oportunidad de instruirte en el bello arte del amor.
El chico una vez más se sonrojo ante el comentario de su hermana, pero le sonrió y salió de la habitación. Una vez sola, Carol soltó un largo suspiro y se acostó en su cama, mientras abrazaba una almohada. Le sorprendía lo mucho que su hermanito había crecido en los últimos dos años. Recordó al pequeño niño al que no le interesaba nada, más que jugar con sus amigos a los super héroes; recordó a todas las niñas que habían empezado a mostrar interés en Lincoln, incluso cuando él ni siquiera se daba cuenta; y recordó cuando él le había confesado que estaba enamorado de su amiguita Lucy.
Desde ese día, Carol se había dedicado a escuchar y aconsejar a su hermano sobre como actuar con la niña, pues incluso cuando Lincoln era alguien caballeroso y atento, al parecer él temía cometer errores. Se dedicó a ayudarlo a tener más confianza en sí mismo, y de vez en cuando, a molestarlo con pequeñas bromas que incluían a su pequeña enamorada; le divertía ver las reacciones tan tiernas que tenía su hermano. Ella deseaba con todo su ser que él fuera inmensamente feliz. ¡Era su deber como la hermana mayor asegurarse de que él encontrara a la mujer ideal! Y sin embargo...
... Siempre sentía una fuerte presión en el pecho cuando lo imaginaba saliendo con una chica. La que fuera...
Volvió a suspirar, y abrazó la almohada con un poco más de fuerza.
Espero que este capítulo les haya gustado, pues hasta ahora ha sido el que más trabajo me costó escribir. Como dije en el capítulo anterior, yo publiqué la historia primero en FanFiction, pero luego decidí probar suerte en Wattpad para ver como eran las cosas por aquí. Así que, si bien ustedes esperaron sólo cinco días por aquí, allá han esperado más de veintiún días.
No sé si los próximos capítulo irán saliendo más rápido, pero prometo hacer un esfuerzo para que así sea.
Sin nada más que decir, me despido.
Dark Dragon Of Creation
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