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Lucy

—¡Lynn! ¡Deja de lanzar ese balón por todos lados! ¡Literalmente casi rompes mi celular!

—Ay, no exageres, hermana. Además, estoy practicando para mi partido de baloncesto.

—Chicas, ¿quieren oír un chiste?

—Ahora no, Luan.

—¡Caray! Parece que acabas de «botarme», como al balón de Lynn. ¡Ja, ja, ja! ¿Entienden?

—¡Ugh! Ese fue muy malo, incluso para ti.

—¡Si vas a ser payaso, entonces sé divertida!

—¿Payaso? Creí que ella era Luan.

—No, Leni. Lola se refería a... ¿Sabes qué? Olvídalo.

—¡Luna! ¡¿Cuánto tiempo más te vas a tardar?! ¡Entre más rápido me bañe, más rápido podré jugar en el lodo con Charles!

—¡Dame un minuto, hermana! ¡Ya casi llego a la nota correcta!

—¡Unidad fraterna! ¡Emitir sonidos armónicos por medio de la vibración de las cuerdas vocales es intrascendente a la hora de asearse!

—¡¿Es tan difícil hablar normal?!

—Ustedes dicen tomate, yo digo Solanum lycopersicum.

Una niña de nueve años escuchaba sin interés la discusión que se estaba dando en el pasillo, afuera de su habitación. Ya estaba acostumbrada a aquellas riñas; era lo mismo de siempre. Ya se imaginaba la escena a la perfección: Lori regañando a Lynn, mientras protegía su teléfono con ambas manos; Luan haciendo chistes malos, mientras se agarraba el estómago al reír; Leni, como siempre, no entendiendo la situación y llevándose un dedo a los labios; Luna tardándose en la ducha por creer que está en un concierto; Lola siendo agresiva; Lana queriendo huir lo más rápido posible de la limpieza; y Lisa diciendo las cosas de forma rimbombante. Por esa razón ella había decidido mejor no salir de su habitación esa mañana; igual no había problema, aún eran las ocho. Tenía tiempo para bañarse y arreglarse; incluso, quizás para hacer otra cosa. La verdad era que ese día en específico, a ella le daba igual si se bañaba antes o después; el orden no importaba si el resultado era el mismo.

Y el resultado era que hoy iba a ir a casa de Lincoln Pingrey: el niño más guapo, lindo, atento, amable y noble que alguna vez hubiera conocido.

Sonrió. Ella no era alguien que se permitiera mostrar emoción alguna, pero estaba sola y la situación lo ameritaba. ¡Iría a la casa del chico que le gustaba! Esta vez suspiró profundamente y puso sus manos sobre su pecho, justo donde estaba su corazón; palpitaba muy rápido. Sí, seguramente ese día sería...

—¡Niñas, dejen de gritar, por el amor de Dios!

...como todos los años anteriores.

El repentino grito del señor Lynn Loud hizo que el tumulto cesara; sin embargo, eso no era provocado por respeto a la autoridad paterna, no. Era por miedo. Miedo al regaño o castigo que podrían recibir si no se comportaban bien ese día... Ese único día. La sorpresa por escuchar a su padre hizo que la niña saliera del ataúd que reposaba sobre su cama. No quería ser regañada por no estar con sus demás hermanas. Aunque, si ella lo pensaba detenidamente, estaba a salvo de cualquier reprimenda.

Después de todo, nadie notaba su presencia en esa casa... Incluso en una familia de doce personas Lucy Loud se sentía sola; invisible.

Lucy era la sexta hija de Lynn Loud Sr y Rita Loud, vivía en una gran casa con ellos y sus nueve hermanas, y se sentía como una extraña en su propio «hogar». Nadie compartía sus gustos, siempre estaba oculta en los ductos de ventilación e incontables veces había sido la responsable de asustar a sus consanguíneos..., incluidos sus propios padres.

Pero Lucy no lo hacía intencionalmente. Nunca lo hacía. En realidad, ella quería ser escuchada; deseaba ser tomada en cuenta. Pero sobre todo, anhelaba ser vista sin temor; sin que pareciera que estuvieran viendo a un fantasma...

La niña suspiró, está vez con melancolía y salió de la habitación. Como era de esperarse, observó la larga fila que había en el pasillo para entrar al baño. Sin embargo, ahora todas las muchachas estaban calladas. A Lucy no le disgustaba el silencio, en lo absoluto; de hecho, ella lo aprovechaba al máximo para escribir los poemas que tanto le gustaban; que tanto la ayudaban para expresar sus emociones. Pero ahora el silencio era distinto; era tenso y definitivamente incómodo. Dudaba que alguien quisiera externar palabra alguna.

—Oh, ¡buenos días, Lucy!

Supuso mal.

—Buenos días, Leni —contestó, con una voz monótona.

—Dime, ¿dormiste bien? Como que, yo dormí igual que una bebé.

—Sí, la verdad es que sí.

—Me alegro por ti, hermanita. Después de todo, hoy vas a ir a una fiesta de un amiguito tuyo, ¿verdad?

Lucy se sonrojó; seguramente su segunda hermana mayor no se había dado cuenta, pero la palabra «amiguito» podía tener otra connotación más... íntima.

—No sabía que los aburridos de tus amigos hacían fiestas —dijo una chica castaña de trece años con cierta burla—. ¿Qué harán? ¿Jugar con una ouija?

—Para tu información, Lynn, los Morticians no hacemos eso. Y en segundo lugar, no, no voy a una fiesta de ellos.

—¿Oh, en serio? Yo creí sí, después de todo, sólo te juntas con tus amigos raritos —dijo Lynn, inyectando cierto veneno en la última palabra.

—Eso no es cierto —replicó Lucy, intentando contener su enojo—. Y no los llames así.

—Yo los llamo como quiera. ¿Entendiste?

—No, y no lo haré.

—¡Bueno, bueno, ya basta! ¡Dejen de pelear! ¡Literalmente no estoy de humor para esto! —exclamó una chica rubia con enfado.

—Pero ella fue la que... —comenzó Lucy, pero fue interrumpida.

—No me interesa quién fue, o quién empezó. Ambas se callan.

—Pero...

—¡Ambas!

La niña ya no dijo nada, sólo fijó su mirada en el suelo y trato con todas sus fuerzas evitar soltar lágrimas de impotencia y enojo. Al mismo tiempo, una chica castaña de quince años salió del baño con una toalla en la cabeza y envuelta en una bata de color púrpura. Había escuchado todo el alboroto, pero decidió no entrometerse; no quería estar en malos términos con ninguna de sus hermanas menores. Se dirigió a Leni y habló:

—Te toca.

—Gracias, Luna —dijo ella, mientras veía como su hermana menor inmediata entraba a su habitación, evitando el contacto visual con todas. Después vio a Lucy y se sintió mal por ella. Tal vez no entendía muchas cosas, pero sí sabía que Lynn había sido muy grosera con ella, y que Lori actuó de manera injusta; quería hacerla sentir bien—. Lucy, ¿quieres entrar primero?

La mencionada se sorprendió mucho por la oferta; era raro que cualquiera, incluida ella misma, cedieran el puesto para entrar al baño.

—¿Estás segura, Leni?

—Muy segura. Anda, ve a bañarte y, como que, te arreglas muy bonita para tu fiesta.

—¡Espera! —gritó una niña rubia que usaba tiara y un camisón rosa—. ¡No puede meterse en la fila!

—Sí puede, porque yo me voy a ir al final, Lola.

Todas las chicas se sorprendieron aún más. Al parecer este era uno de esos momentos cuando Leni entendía la situación. Lucy por un momento olvidó su actitud estoica y habló con voz temblorosa.

⸻G-Gracias, L-Leni.

⸻De nada, hermanita.

La niña entró al baño y cerró la puerta sin mirar atrás. Sin duda, esa no era la manera en que quería iniciar su día; al menos, ahora podía bañarse sin sentir el peso del tiempo sobre sus hombros. Cuando se dirigió a la bañera para dejar correr el agua, no pudo evitar mirar en dirección del espejo. Como siempre, no le gustó la imagen que la miraba de vuelta. Para empezar, su piel era mucho más blanca y pálida que la del promedio y, por lo tanto, era mucho más sensible; era unos pocos centímetros más bajita que el promedio de las niñas de su edad; y su pelo no se parecía para nada al de sus demás hermanas, las cuales eran rubias o castañas. Ella tenía un cabello negro natural en algunos lados, y teñido en otros; pues ella padecía de poliosis, lo cual hacía que le crecieran dos mechones blancos en cada lado de su cabellera.

Sin embargo, el rasgo que más odiaba Lucy de su persona eran sus ojos; aquellos que siempre ocultaba con el flequillo. Por un momento se descubrió el rostro y observó en silencio y con amargura. Tenía heterocromía total, lo cual podía sonar como algo bueno, pues el iris de su ojo izquierdo era de un hermoso color azul celeste y el derecho de un profundo color marrón. No obstante, el problema estaba en la esclerótica del ojo derecho, el cual sufría de epiescleritis difusa simple; es decir, lo blanco de su ojo era completamente rojo. Sus padres le habían dicho que se enfermó de eso cuando era tal sólo una bebé, pero ningún doctor pudo predecir como se complicarían las cosas con el tiempo; al final, pudieron salvarle el ojo y evitar que perdiera la vista; desafortunadamente había quedado con esa apariencia permanentemente.

No recordaba con exactitud de quien había sido la idea de dejarle crecer el flequillo para taparle los ojos, aunque, no era como si le importara. Igual, habían encontrado la mejor solución a su «problema» pues en el pasado había hecho llorar a las gemelas una vez cuando estas los vieron.

Lucy nunca olvidaría la mirada de terror de las niñas; pero intentaba no pensar en ello, después de todo, en ese entonces ellas tenían tres años. Y todos los pequeños de tres años se impresionan fácilmente; son muy sinceros, y si algo les parecía horrible, no trataban de disimular.

Porque esa fue la impresión de las niñas... Que su hermana era horrible. O al menos, era lo que Lucy sentía.

De repente, Lucy apoyo ambas manos sobre el espejo y pensó en sus hermanas; se comparaba con ellas.

«Acéptalo, Lucy... No hay punto de comparación con ninguna de tus hermanas. Lori y Leni son unas bellezas con cuerpos increíbles y que tienen a más de un chico detrás de ellas; Luna, Luan y Lynn aún no se desarrollan del todo, pero ha habido chicos que piensan que son bonitas; Lola es reina de belleza infantil y Lana es su gemela idéntica; Lisa ha crecido mucho este último año; y Lily... Estoy segura de que Lily será una mujer preciosa en el futuro... ¿Pero y yo?»

La niña se sorprendió de ver que una lágrima corría por su mejilla izquierda; se la limpió rápidamente. No quería llorar; no este día. Sin embargo, otra lágrima salió..., y otra..., y otra. Para cuando se dio cuenta, Lucy estaba en cuclillas, llorando silenciosamente.

Esta vez se levantó sin siquiera limpiarse el rostro y volvió a dirigirse al espejo, tenía que asegurase de que su cabello seguía completamente negro. No le gustaba que se vieran esos mechones blancos; no porque le disgustara el color, sino porque parecía que su familia veía a un fantasma.

Específicamente, a su difunto hermano..., quien daba la casualidad de haber nacido con cabello blanco.

De repente, la voz interior de Lucy le dijo con saña:

«Sólo eras un reemplazo. Ellos únicamente querían intentar tener otro hijo. En cambio saliste tú... Una muñeca defectuosa, rota y fea.»

—Eso... no es cierto —susurró ella.

«Ya no te engañes más. Sabes que lo que te digo es cierto. Mamá y papá esperaban a nuestro hermano llenos de amor y dicha, pero lo perdieron... Y luego tú entras al juego; una niña diferente al resto de la familia... Reacciona, por favor; hasta tu pelo es un recordatorio constante del hijo que perdieron y que nunca podrán recuperar; es el recordatorio de su perdida; pero sobre todo... es el recordatorio de que nunca serás lo que ellos querían.»

—Y-Ya d-d-detente..., p-por f-favor —suplicó, tapándose el rostro con ambas manos.

«De hecho, ¿ya hablé sobre tu horrendo ojo? Sí, ese que tienes que ocultar porque tus padres y hermanas sienten miedo cuando lo ven... ¿Cómo reaccionaría Lincoln? ¡Oh, ya lo sé! Igual que el resto...»

—¡Cállate!

—¡Lucy! —de repente alguien tocó la puerta. Era Lori—. ¿Te vas a tardar mucho? Literalmente aún hay ocho personas esperando.

—N-no, no me tardo —contestó ella, intentando hablar sin emoción alguna.

—Está bien, pero por favor, apúrate.

Luego de eso, Lucy intentó no pensar en nada. El color de su cabello era aceptable y debía bañarse. Eso era lo único que debía importarle. Pero...

«Eres fea.»

Se duchó lo más rápido que pudo, aunque lo hizo muy bien.

«Eres fea.»

Salió del cuarto de baño y entró a su habitación sin mirar a nadie.

«Eres fea.»

Eligió ponerse un camisón blanco y unos pantalones holgados grises por el momento, pues no quería arrugar el vestido que había elegido para la fiesta.

«Eres fea.»

Se metió a su ataúd, lo cerró y suspiró profundamente, mientras se abrazaba a si misma y se ponía en posición fetal.

—Soy fea.

Al decir eso, Lucy volvió a llorar; sabía que su rostro se estaba manchando por los rastros de lágrimas, pero no le importó; sabía que estaba mostrando debilidad y emociones humanas; pero no le importó. Era imposible controlarse en ese momento. Todo era igual... Todo...

Sólo deseaba que en algún momento de su vida fuera incapaz de sentir pena o dolor; y que tal vez, sólo tal vez, pudiera sentirse cómoda en su propia casa; como parte de la familia; como una hija y hermana más.

Y también, de ser posible, adquirir la suficiente confianza como para confesarle a su Lincoln lo mucho que lo amaba y deseaba estar a su lado...


Muchas gracias a @MonsieurYehushua y a @ahu3v0 por ser seguirme, espero de corazón que les guste éste capítulo y lo encuentren interesante.

Dark Dragon Of Creation

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