La Fiesta
Un timbrazo, y otro más.
Lincoln se dirigió hacia la entrada principal a pasos apresurados y con una sonrisa. Era exactamente la una de la tarde, y él sabía quién era aquel que siempre llegaba puntual a donde fuera. Tomó la manija y abrió la gran puerta de madera.
—Hola, Clyde —saludó él a un chico afroamericano y con lentes de su misma edad. Su mejor amigo, Clyde McBride.
—¡Hola, amigo! ¡Feliz cumpleaños! —exclamó Clyde, mientras le daba un fuerte abrazo al peliblanco, quien devolvió el abrazo con la misma energía.
—Buenas tardes, Lincoln. Feliz cumpleaños —saludó un hombre afroamericano y rechoncho detrás de los muchachos. Él era Harold McBride.
—Esperamos que siempre seas muy feliz y te la pases muy bien en tu fiesta, querido —completó otro hombre. Éste era pelirrojo y más delgado. Él era Howard McBride.
Lincoln dejó de abrazar a Clyde y se dirigió a los padres de éste.
—Hola, Sr. McBride. Hola, Sr. McB. Muchas gracias por dejar venir a Clyde.
—Al contrario, Lincoln. Gracias a ti por siempre tomar en cuenta a nuestro hijo.
—Je, je. No es nada. Es mi mejor amigo, después de todo.
Tras una pequeña plática y abrazos de parte de los adultos, los muchachos se despidieron de los señores McBride, quienes se fueron con una sonrisa; pero no sin antes advertirle a su hijo las cosas que era preferible evitar para que no se lastimara.
Los chicos observaron durante un momento el automóvil, el cuál se iba alejando y daba la impresión de hacerse más pequeño. Dieron media vuelta y entraron a la casa.
—¡Ah! Por cierto, Lincoln; toma —dijo Clyde, mientras le entregaba al mencionado una bolsa de regalo blanca y decorada con papel lustre de color naranja—. Es de parte mía y de mis papás; espero que te guste.
—Muchas gracias, Clyde —contestó él, con una sonrisa y recibiendo el regalo—. Pero dime, ¿qué es?
—Mejor velo por ti mismo.
El peliblanco se dirigió a la sala, y puso la bolsa en la mesa; luego, sacó el contenido de ésta con cuidado. Era la versión remasterizada de la última entrega de «Muscle Fish»: el videojuego de peleas favorito de ambos.
—¡Vaya, amigo! ¡Gracias! —exclamó Lincoln—. Esto es perfecto, ya que mi papá me regalo una nueva consola; y creo que ya sé con qué la voy a estrenar —hizo una pausa, y luego dio a Clyde una sonrisa de complicidad—. Pero, no sé con quién estrenarla. ¿Alguna idea?
—Mmm..., sólo se me ocurre éste guapetón —contestó Clyde con la misma sonrisa y señalándose a sí mismo con ambos pulgares.
Ambos rieron; la idea les agradaba, pero sabían que su sesión de juegos tendría que esperar. Después de todo, ese día se divertirían en la fiesta; tendrían mucho tiempo otro día. Lincoln subió corriendo las escaleras para dejar el regalo en su cuarto, y luego bajó inmediatamente. El peliblanco le ofreció a su mejor amigo una bebida, y se quedaron en la sala platicando un rato.
—Y dime, Lincoln, ¿qué más te han regalado? —preguntó, mientras le daba un sorbo a su lata de refresco
—Pues, como ya te dije, mi papá me regalo la consola nueva; mi mamá, la edición de colección de El Señor de los Anillos; y Carol, los comics de «Ace Savvy: All In», junto con esta camisa.
—Bien por ti, ami... ¡Espera un segundo! ¡¿Dijiste «Ace Savvy: All In»?!
—Eso mismo —dijo él, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Caray! Y yo pensando que nunca los vería en vivo y en directo... Oye, Linc, ¿crees que luego me los puedas prestar?
—Seguro, amigo. De hecho, tenía planeado hacer eso mismo; pero tendrás que esperar un poco. Después de todo, planeo disfrutarlos como no te puedes imaginar.
—Que cruel..., pero es lo justo —dijo Clyde con un tono de voz dramático, pero con una pequeña sonrisa.
Lincoln sólo rio ante el comportamiento de su amigo, y luego desvió la vista hacía el ventanal que daba al patio trasero. Ninguno de los dos dijo nada, más no era un silencio incómodo. Era uno de esos momentos de paz en donde simplemente disfrutaban de la compañía del otro; uno de esos momentos en los que sabían que se encontraban con una persona a la que podían considerar un verdadero amigo.
El chico cerró los ojos unos segundos. Recordaba las palabras de su madre. «Lincoln, un amigo es como un tesoro: muchos lo buscan, pero pocos lo encuentran. Si tú lo haces, cuida y valora esa amistad; porque, con el paso del tiempo, te darás cuenta de lo valiosa que es.»
—¿Clyde? —articuló Lincoln.
—Mmm.
—... No es nada. Es sólo que... Gracias por venir el día de hoy.
—No tienes nada que agradecer, Lincoln. Somos amigos, es lo normal, ¿no?
El peliblanco sonrió y levantó su puño.
—¿Clincoln McGrey por siempre?
Clyde devolvió la sonrisa y con su propio puño, lo chocó con el de Lincoln.
—Clincoln McGrey por siempre.
Un par de minutos después, el timbre volvió a sonar. Los dos chicos se levantaron y se dirigieron a la entrada. Al abrirla, se encontraron con sus tres amigos pelirrojos: Liam, Rusty y Zach. Al parecer, el padre de Rusty, el señor Spokes, se había ofrecido a traer a los tres muchachos a la fiesta. El hombre no salió de su camioneta, pues tenía que volver inmediatamente a su trabajo, pero saludó a Lincoln con la mano, le deseo un feliz cumpleaños, y se retiró. Todos los chicos entraron a la casa.
—¡Hey, Lincoln! Feliz cumpleaños —felicitó Liam con su típico acento sureño.
—Sí, amigo. Finalmente eres tan maduro como yo —dijo Rusty con una sonrisa presumida, y mientras se señalaba a sí mismo.
—Rusty, Lincoln sólo es un mes más joven que tú... —apuntó el chico más bajo del grupo.
—¡Oh, cállate, Zach! Un mes más, un mes menos; no importa. Sigo siendo mayor.
—El mayor perdedor, querrás decir —añadió el aludido, entre risas.
Lincoln soltó una carcajada ante la imagen de Rusty persiguiendo a Zach, se veía muy ofendido; no obstante, los detuvo de inmediato, pues no quería arriesgarse a que, durante la persecución, rompieran algo de la sala. Los dos chicos se detuvieron; uno con una sonrisa victoriosa, y el otro murmurando cosas inentendibles.
—Bueno, bueno —interrumpió Liam—. Ya dejamos en claro que Rusty es mayor y un perdedor. ¿Por qué no mejor vamos al patio y disfrutamos de la fiesta?
—Es lo que yo dig... ¡Oye!
Luego de esa pequeña discusión, Lincoln condujo a todos sus amigos al patio trasero, y les sirvió refresco en vasos de plástico de color rojo. Los chicos agradecieron, y tras tomar un sorbo de sus bebidas, también le dieron sus obsequios al cumpleañero: la versión del director de la película Blade Runner, de parte de Zach; un tablero de ajedrez, de parte de Liam; y un casco de ciclismo, de parte de Rusty.
—¡Esto es genial! —exclamó Lincoln—. Gracias, chicos. En serio me encantaron sus regalos.
—No hay de que, amigo —se encogió de hombros Zach—. Los miembros de la «Formación Serpiente» saben lo que les gusta a sus camaradas.
—No hables tan formal, cuatro ojos —dijo Rusty viendo hacia otro lado.
—¡Oye! ¡Yo también uso lentes! —se metió Clyde.
—Ya, ya, chicos —interrumpió una voz femenina detrás del grupo—, no peleen. el día de hoy es para divertirse, ¿no lo creen?
Los chicos se voltearon y pudieron ver a Céline, quien llevaba una bandeja con dulces. Los muchachos dejaron de discutir un momento y saludaron a la señora Pingrey con una sonrisa. Por su parte, Lincoln meneó la mano y con una sonrisa dijo:
—No, no, mamá. No te preocupes, así son ellos. Por cierto, déjame ayudarte —se acercó a la mujer, tomó la bandeja y tras ofrecer las golosinas a sus amigos, la dejó sobre una mesa que tenía distintos aperitivos: sándwiches de crema de maní con mermelada de uva, galletas de vainilla con chispas de chocolate, fruta picada, palomitas, botes de helado y, por supuesto, el pastel de cuatro chocolates.
Lincoln se detuvo un momento a observar todo lo que había en aquella mesa; amaba todos los alimentos que había ahí. Recordó cómo el día anterior le había ayudado a su madre a preparar el pastel; la mujer estaba encantada de que su niño siempre la ayudara a preparar los postres, pero le pareció un poco extraño que Lincoln quisiera ese pastel en específico. Le preguntó sobre ello, pero el chico sólo contestó con un: «Bueno, de vez en cuando es bueno probar algo nuevo. ¿No lo crees, mamá?»
Sonrió. A pesar de que le atraía la idea de probar aquel sueño de chocolate, la verdadera razón por la que quería ese pastel era Lucy. En una de las tantas veces que habían convivido y conversado, Lucy le confesó a Lincoln que ella —y todas sus hermanas— era una fanática del chocolate. Simplemente no se pudo resistir. Verla jugando con sus dedos y con ese lindo sonrojo que cubría sus mejillas le hizo mucho más fácil la tarea de elegir el sabor del pastel.
Era su cumpleaños, pero quería darle gusto a Lucy.
A su linda Lucy.
El peliblanco sintió como su corazón se empezó a acelerar. «¿Le gustará el pastel? ¿Elegí los sabores correctos? ¿Cuál será su reacción al probarlo? ¿Qué pasará si...?», pensaba Lincoln, pero fue interrumpido por Clyde.
—Hey, amigo, ¿estás bien? Tienes la cara roja.
Esto alertó a Céline, quién se acercó a Lincoln a pasos agigantados y empezó a revisar a su hijo.
—Bebé, ¿te sientes mal? ¿Tienes fiebre? No te sientes caliente, pero si te ves colorado. ¿Necesitas una medicina? ¿Llamo a un doctor, o...?
—¡Mamá, mamá! —interrumpió Lincoln—. No te preocupes, estoy bien. Sólo... pensaba.
Céline observó a su hijo detenidamente. No se veía enfermo; sin embargo, seguía un poco preocupada.
—¿Seguro, mi vida? Porque si te sientes mal, podemos posponer la fiesta.
—Seguro, mamá. Estoy bien... —el rostro de la niña vino a su mente y sonrió—. Perfectamente bien.
La mujer imitó la acción de su hijo.
—De acuerdo. Pero si te llegas a sentir raro, avísame inmediatamente —le dio un beso en la frente y volvió a entrar a la casa.
Los chicos se quedaron callados unos momentos; sin embargo, ese silencio se rompió cuando Rusty soltó una carcajada.
—¡Vaya, Lincoln! —dijo—. ¡Se ve que eres un «niño de mami»!
El comentario no lo molestó en lo absoluto. Sí, a veces le apenaba que aún lo tratara como a un bebé, pero ¿qué madre no hacía eso? Aparte, aunque no lo dijera en voz alta, le gustaba ese trato. Lo hacía sentirse amado, especial. Sabía que esa mujer haría lo que fuera para protegerlo. Así era Céline Pingrey con sus hijos.
Así era su madre... Y no podía estar más agradecido con la vida por tenerla.
No obstante, Lincoln decidió no dejar que Rusty tuviera la última palabra.
—Bueno, «señor maduro», si ser un «niño de mami» significa que me quieren en mi casa, entonces sí, lo soy —dijo con una sonrisa burlona y con los brazos cruzados.
Aquel comentario hizo que todos los muchachos, excepto Rusty, se empezaran a reír. El chico se puso tan rojo como su cabello, haciendo que sus pecas fueran virtualmente imperceptibles; pero antes de que se lanzara a perseguir a Lincoln, escucharon el timbre de la casa una vez más.
El corazón de Lincoln dio un salto. «¿Ya llegó? ¿Es ella?»
El peliblanco entró a su casa, y se dirigió a la entrada principal, casi corriendo. Llegó, pero antes de tomar la perilla, se acomodó el cabello, se alisó la camisa y revisó su aliento. Estaba listo.
Se limpió las palmas de las manos en sus pantalones y, tomando una bocanada de aire, abrió la puerta. Se encontró con cuatro personas frente a él: una hermosa mujer asiática, cuyo largo cabello negro caía en cascada por su espalda; un hombre asiático casi tan alto como su padre; una linda niña de cabello negro de su misma edad, la cual usaba un sencillo vestido de color púrpura que cubría sus pies; y a... Lucy.
Se veía... tan hermosa. El aire abandono sus pulmones de golpe. Verla ahí, con aquel precioso vestido, con sus manos detrás de su espalda, y viendo el suelo, apenada, le generaron un fuerte impulso de querer lanzarse a ella y abrazarla con todas sus fuerzas. No importaba que el color de la ropa de la niña fuera negro; así se veía perfecta.
Para él, Lucy Loud era perfecta.
Se pudo haber quedado mucho más tiempo admirando a la niña, pero Lincoln hizo acopio de todas sus fuerzas y salió de aquel trance autoinducido en el que se encontraba. Levantó la mirada y saludó a los adultos.
—Buenas tardes, Sr. Akemi. Buenas tardes, Sra. Akemi. Gracias por venir a dejar a Haiku y a Lucy.
—No hay nada que agradecer, muchacho —contestó el Sr. Akemi—. Eres el amigo de nuestra hija; para nosotros es un honor que la tomes en consideración.
—Por favor, cuídala durante el tiempo que esté aquí —añadió la Sr. Akemi con una pequeña reverencia.
—Mamá..., papá..., no tienen que ser tan formales —dijo Haiku, con un pequeño sonrojo cubriendo sus mejillas. Su rostro permanecía estoico, pero se podía distinguir un dejo de vergüenza en su voz.
—No se preocupe, señor —contestó Lincoln, intentando apurarse para no apenar más a su amiga—. Aquí estará en buenas manos.
Tras la respuesta del peliblando, los padres de Haiku se despidieron de las dos niñas, deseándoles que se divirtieran. También le ofrecieron a Lucy llevarla de regreso a su casa cuando el día terminara, pero la niña dijo que no era necesario; alguien ya vendría a recogerla, pero igualmente agradeció la oferta. Los adultos se metieron a su camioneta y se retiraron.
—Lo siento, Lincoln —dijo Haiku, mientras soltaba un largo suspiro—. Pero ya sabes cómo son mis padres. Siguen siendo un poco... sobre protectores.
Lincoln rio.
—No te preocupes, Haiku. El hecho de que tus papás quieran asegurarse de que no te pasará nada malo no me afecta en nada. Eso sólo muestra que te quieren.
Los labios de Haiku dibujaron una tenue sonrisa.
—Tienes razón... Pero bueno, iré a saludar a los demás, ¿está bien?
—Sí, seguro. Están en el patio trasero.
La chica se retiró, dejando solos a Lincoln y a Lucy. Ambos miraban el piso.
«¡Vamos, Lincoln! —pensaba el muchacho—. ¡Actúa normal! ¡Sólo salúdala como siempre lo haces en la escuela! Pero ahora se ve tan... tan... tan tierna..., y si me trabo, quedaré como un tonto.»
Por su parte, Lucy tenía pensamientos parecidos.
«¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Se ve tan guapo! Pero ¿cómo inicio la conversación? ¿Qué hago? ¡¿Qué le digo?!»
—Uhmmm...
—Yo...
Los dos levantaron el rostro. Habían hablado al mismo tiempo, pero esto tuvo un efecto positivo, pues hizo que Lincoln soltara una pequeña risa y se expresara con un poco más de normalidad.
—Hola, Lucy.
—H-Hola, L-Lincoln —saludó con timidez—. Feliz cumpleaños. Ehmmm..., yo... Este... E-Espero que... —cerró los ojos y tomó aire—. ¡C-Con todo mi corazón deseo que seas inmensamente feliz y sigamos estando juntos!
La última parte la dijo de corrido, sin detenerse a respirar. Pudo hacerlo. Pudo felicitar a Lincoln y decirle que deseaba seguir a su lado.
... Seguir juntos... El rostro entero de Lucy se volvió de color carmín. «¡¿Acaso dije eso?! ¡No, no, no! ¡¿Por qué?! Ahora pensará que soy rara... ¡Sabrá que él me...!»
—Gracias, Lucy —dijo Lincoln, sonrojado y con una cálida sonrisa—. Yo también espero que sigamos juntos... Éste y muchos años más...
Lucy se quedó perpleja. Aquellas palabras tan lindas se las había dicho él. Lincoln no pensó mal de ella... Él sentía lo mismo. El alivio inundó todo su cuerpo.
—Ah, por cierto —dijo ella, mientras descubría las manos de su espalda—. É-Esto es para ti. Espero que te guste. S-Sé que no es mucho..., pero...
La niña le entregó dos paquetes, ambos envueltos en papel lustre negro y con un moño rojo. Lincoln los abrió con cuidado, y pudo ver que ambos eran libros. Uno tenía en la portada el rostro de un hombre con mirada cansada y bigote; y el otro no tenía ni una imagen, sólo el opaco color negro de la tapa.
—Uno es una recopilación de cuentos y poemas de Edgar Allan Poe —explicó Lucy—, y el otro es una recopilación de poemas que... escribí... p-para ti...
«Que escribí para ti», esas palabras se repetían una y otra vez en la mente de Lincoln. Era una frase tan simple y hermosa a la vez. Se imaginó a Lucy pensando y componiendo cada uno de los versos que estaban plasmados ahí..., sólo para él. Dejó los libros sobre un sillón y se acercó a la niña, lentamente.
—¿Lincoln? ¿Qué ha...? —su pregunta fue interrumpida, pues el muchacho la abrazo con tal ternura y delicadeza que ella no supo ni cómo actuar.
—Lucy... —comenzó él—, muchas gracias.
La niña reprimió el impulso de soltar lágrimas de felicidad y se abandonó en la sensación de estar siendo abrazada por Lincoln: el chico más maravilloso de su mundo. El chico que ella amaba con todo su corazón. Devolvió el abrazo y se quedaron así por un momento que ellos deseaban que nunca terminara.
Se separaron y Lincoln habló:
—C-Creo que es mejor ir con los demás. Seguro se estarán preguntando en dónde estamos.
—C-C-Claro, Lincoln.
—Si quieres adelántate, dejaré esto en mi habitación.
Lucy se dirigió al jardín y Lincoln se quedó ahí parado observándola, admirándola. Llevó su vista a los libros, y de nuevo a la niña. El corazón corría desbocado en su pecho; tuvo que inhalar y exhalar un par de veces para normalizar su ritmo cardiaco. Se sentía eufórico, como si pudiera caminar entre las nubes. El regalo de Lucy había tenido un fuerte impacto emocional en él. Nunca pensó que algo así pudiera causarle tal conmoción. Aunque, pensándolo detenidamente, Lincoln llegó a la conclusión de que eso sí era posible. En ese libro no sólo tenía un regalo más, no, tenía los sentimientos y pensamientos de Lucy, de su mejor amiga..., de su amor. Ese libro sería su nuevo tesoro. Se convertiría en una de las dos posesiones más importantes de su vida.
Subió las escaleras, y al entrar a su habitación, dejó el poemario de Edgar Allan Poe en su librero, y el libro de Lucy lo guardó en una caja metálica que se encontraba en su armario. Tomó una pequeña llave y la abrió. Con cuidado movió el otro objeto que estaba ahí, y guardó el libro. Escondió la caja y se dirigió al patio una vez más.
Ahí se dio cuenta de que los chicos y las chicas hablaban sobre algo, aunque Lucy no parecía tan convencida.
—No lo sé.... No soy la más atlética que digamos —decía ella.
—¡Vamos, Lucy! ¡Será divertido! —insistió Clyde.
—Hey, ¿de qué hablan? —preguntó Lincoln, uniéndose al círculo que ya se había formado.
—Oh. Es que nos ponemos de acuerdo para jugar a la atrapadas —explicó Liam.
—Mmm, suena divertido —dijo el peliblanco con una sonrisa—. Y ¿quién atrapa?
—¡Tú! —gritó Zach mientras él y todos los demás se alejaban de Lincoln. Incluso Lucy lo hizo, pues fue arrastrada por Haiku.
—¡Oigan, no es justo! ¡No estaba listo!
—Ni modo, amigo —se burló Rusty—. Tienes que hacerlo, ¿o acaso eres gallina?
Lincoln no medió palabra y se lanzó a la persecución del pelirrojo; no obstante, los demás niños empezaron a correr y a gritar, retando al chico a que los alcanzara.
Derecha, izquierda. Adelante, atrás. Iban en todas direcciones y Lincoln no sabía por quién ir; sin embargo, notó que Lucy se mezclaba muy bien con todos. Estaba jugando con los demás, y se veía tan... feliz. El chico sonrió. Ya sabía a quién «cazar». Empezó a correr en dirección de la niña, pero ella lo evadió y él se detuvo un momento para verla: reía y gritaba. Y para Lincoln eso era música; una melodía sin igual. Quería ser la fuente de su felicidad, y se esforzaría para lograr su cometido; pero sólo por ahora, en ese preciso momento, en ese preciso lugar, se conformaba con seguir escuchando su voz. Reanudó la persecución.
La hermosa chica de negro huía a través del jardín, y el cumpleañero iba en pos de ella.
La universidad me está matando. Sin duda, no es como te la pintan en las películas, ja, ja. Pero no importa, pues finalmente logré encontrar un momentito para escribir este capítulo. De todo corazón espero que les guste.
Ahora, quiero hacer un paréntesis para hacer algo. El día de ayer pasó algo muy curioso, y debo decir que fue una muy agradable sorpresa. Ahora, no sé si lo que estoy a punto de hacer es incorrecto, pero siento que tengo el deber moral de informar ésto; pero si en verdad estoy haciendo algo erróneo, editaré el capítulo y borraré esta nota de autor, no tengo ningún problema.
Bien, como todos sabrán, Octware borró su perfil de Wattpad y me permitió a mi continuar "Lincoln Pingrey"; no obstante, siguió un rato más por FanFiction hasta que decidió que simplemente ésta no era su plataforma. Estoy seguro que a muchos de nosotros nos dolió su partida, pero ¿qué creen? Él está activo en otra plataforma llamada "Archive of Our Own", en donde no sólo está resubiendo sus historias, sino que además está volviendo a escribir su versión de "Lincoln Pingrey". Lo único que debes tomar en cuenta es que su historia ya no se titula así, sino "Fue obra del destino (Lincy)", y su seudónimo ahí es "Phoenix80s".
No sé si dejar un link contará como "spam", y la verdad no me quiero arriesgar a ello; pero si quieren encontrar la historia, simplemente pongan en el buscador de Google "Fue obra del destino (Lincy) Phoenix80s", y el primer resultado será su historia. Si es posible, dejen comentarios, ya que es una historia increíble, y el maestro en verdad tiene el toque.
Que bueno que volviste.
Sin nada más que decir, me despido.
Dark Dragon Of Creation
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