
Capítulo 1: CASUALIDAD O DESTINO
Aryam.
—No puedo creer que falte poco para verte. ¿Ya estás aquí?
—No, apenas estoy bajando del avión en Valera, son dos horas en coche de aquí a Monterrosa.
—¡Ayyy! no puedo esperar más. Muero por verte. Además, tengo muchos chismes jugosos que quiero contarte.
Sonrío y espero por el auto de mi tío Ancizar. Un despachador me mira de arriba abajo y eso me hace sentir incómoda de inmediato, aunque a veces disfruto de la atención masculina, especialmente de hombres tan bien parecidos como él, sus ojos tienen algo que me inquieta totalmente. Mi cerebro me grita que corra lejos del hombre y la piel se me pone de gallina. Esto no es un buen augurio.
—Puedes irme contando para hacer más corto el camino.
—No, quiero ver tu cara cuando te cuente los chismesitos. Necesito ver tu reacción y así reírme de ella.
—Eres mala. No puedo creer que me envíes a casa sin nada en qué pensar o con que entretenerme.
Por el rabillo de mi ojo veo como el despachador, que no ha dejado de mirarme, se acerca a mí. Los vellos en mi nuca se levantan de nuevo y las ganas de gruñirle y correr me aturden. Gracias al cielo mi tío llega en ese momento, por lo que subo rápidamente al auto y trato de no volver a mirar al tipo espeluznante.
—Está bien, voy a adelantarte algo que te hará pensar todo el camino.
—Soy toda oídos.
—Tenemos carne fresca, bastante suculenta y deliciosa carne fresca.
—Hmm ¿de qué estás hablando?
Gruñe y luego se ríe. —No importa, cuando llegues aquí lo verás. Te has perdido de mucho en estos seis meses.
—Vale, te dejo entonces, el tío ya va a tomar camino. Nos vemos en unas horas.
—Wiii, te quiero prima.
—Y yo a ti.
Termino la llamada y le sonrío al tío Ancizar.
—Bea está que muere por verte, te ha extrañado mucho —dice al tomar la carretera hacia nuestro pueblo.
—Y yo a ella, tío. Las videollamadas no eran lo mismo.
Asiente y enciende la radio. —Pon la música que quieras, cariño, te mereces un descanso después de todo lo que tuviste que vivir esos últimos días.
—Gracias. Pero prefiero dormir y escuchar el sonido del camino.
Mi tío sonríe y niega. Siempre ha sido así conmigo, prefiero el sonido del ambiente a la música de la radio. En parte es porque no me gusta distraerme de lo que sucede a mi alrededor, quiero estar consciente de cualquier sonido para poder reaccionar a tiempo, si es necesario. No sé por qué razón lo hago, pero me gusta estar pendiente de mi entorno.
Sorprendentemente, el viaje de regreso a casa se me hace corto. Tal vez es debido a lo ansiosa que estoy por regresar a casa, he extrañado todo y a todos, incluso a los indeseables Sorrento, esa insoportable familia también hizo falta.
Estar seis meses alejada del lugar donde crecí y de las personas a las que conozco de toda la vida fue difícil, acostumbrarme a otro clima, otro horario... creo que nunca terminé de hacerlo. Extrañaba Monterrosa, mucho.
Tuve que irme hace seis meses a Alcázar para realizar mis prácticas como técnico veterinario y así poder obtener mi título, la clínica de mi abuelo necesita más manos para poder tratar a todos los animales del pueblo. Aunque no somos un pueblo extremadamente grande, tenemos la suficiente población humana para llenar tres, de las cuatro tribunas del estadio en la capital, y sumado a eso, cada uno de los habitantes del pueblo tiene una mascota o animales a su cuidado.
Después de seis meses de agonía en una enorme cuidad, con caos todos los días, regreso a la paz y tranquilidad de mi pueblo. Mientras nos adentramos en sus calles, veo como todos miran el auto de mi tío y sacuden sus manos en saludo. Agito mi mano en respuesta, feliz de poder estar nuevamente aquí.
—Dios, extrañaba este olor —murmuro y vuelvo a tomar otra profunda respiración. Extiendo mis manos a cada lado y dejo que la suave brisa me acaricie—. No quiero volver a irme, nunca.
—Y nosotros no queremos que te vuelvas a ir
Sonrío a mi tío y tomo la maleta del auto, mi tío se adelanta y la quita de mis manos. Niego y corro dentro de casa para poder saltar sobre mi tía y mi prima.
—¡Ya estoy aquí! —grito y un estruendoso "sí" se escucha desde el piso de arriba. Mi tía Monse sale de la cocina con una dulce sonrisa en su rostro.
—Es tan bueno tenerte de regreso, Aryam. —Me abraza fuertemente y besa mis dos mejillas, me aferro a mi tía y aspiro el característico olor a canela que la rodea.
—Ah tía, te extrañé tanto.
—Veo que sí, estás más delgada. ¿No te alimentabas en la gran ciudad?
Ruedo los ojos y mi tía me palmea el hombro. —Sí, tía, si comía. Sólo que allá no tenía a la mejor chef del mundo ni llegaba a casa para encontrarme unos deliciosos canelones todos los días. Y... apenas perdí tres kilos, nada más.
—Pues parecen veinte. Voy a preparar más canelones y un poco más de pasta. No quiero que te me desaparezcas.
Resoplo ante lo exagerada que es mi tía. Jamás desaparecería, nunca podría llegar a ser tan delgada. Primero, mis anchas caderas no me lo permitirían al igual que mis grandes pechos y trasero. Sí, estoy menos cachetona que antes y mi cintura mucho más marcada, pero tampoco estoy hecha un palillo.
Abro la boca para decirle que comí algo en el aeropuerto, pero antes de poder hacerlo, alguien se estrella contra mi espalda.
—¡Llegaste!
—¡Bea! —chillo y me vuelvo para abrazar a mi prima. Si a alguien extrañé más allá de lo imaginable, es a ella. Mi cómplice, mi mejor amiga, mi alma gemela. Mi otro pulmón.
—Por fin estás aquí. Te juro que si vuelves a marcharte te arrastraré de regreso aquí, y de los pelos, ¿me entiendes?
Me río y la estrecho más, ganándome un gemido de ella. —Vale, prometo no volver a irme. No voy a encontrar otra prima como tú en ningún otro lugar.
—Por supuesto que no, soy única, cuando Dios me hizo inmediatamente rompió el molde.
Me río. Voy a tomar las maletas para subirlas a mi cuarto, pero mi tío no lo permite, así que lo dejo ir hasta el segundo piso y ponerlas en mi cuarto. La tía Monse me hace señas para que vaya con Bea cuando ella tira de mí.
—Ya voy, deja de halarme así, vas a romperme el brazo.
—Apresúrate, tengo muchas cosas que contarte, y mostrarte.
Resoplando, sigo a mi prima hasta el granero de nuestra propiedad que ha sido adecuado como un refugio para chicas. Las paredes de madera han sido pintadas de rosa pálido y están llenas de posters de actores y bandas favoritas, los futones y sofás varían entre morado y rosa fuerte, hay un televisor de 52" pulgadas para ver nuestras series favoritas, un refrigerador y una mini cocina donde guardamos nuestros tesoros comestibles, una ducha, una cama, un armario lleno de atuendos locos, un probador, un enorme espejo, una biblioteca con nuestros libros y DVD favoritos y un enorme tocador con el maquillaje que usamos para jugar.
Este pequeño espacio fue adecuado por mis tíos y mi abuelo para el disfrute de Bea y mío hace unos diez años. Ha sido nuestro lugar de escape de la realidad desde que entramos a la adolescencia y exigimos un poco de privacidad e independencia, es lo menos que dos adolescentes pueden pedir en una casa inundada por adultos, hombres en su mayoría.
Nuestro rancho es uno de los más grandes y modernos de la región, mi familia se ha dedicado toda su vida a la ganadería, la asistencia médica para animales, y el entrenamiento de caballos. Mi bisabuelo, Elías, compró las tierras por unos cuantos pesos cuando tenía dieciocho años, construyó una pequeña casa y cuidó de la única vaca que sus padres le habían dado. El pueblo era menos de la mitad de lo que es ahora y la mayoría de los habitantes se dedicaba a la agricultura, por lo que cuando mi abuelo decidió vender la leche que obtenía de su única vaca y entregarla en su austera bicicleta puerta a puerta, obtuvo muy buenos resultados. Y así, poco a poco, una vaca se convirtió en cuatro hasta que tenía suficientes cabezas de ganado para empezar no sólo a comercializar leche sino también carne. Conoció a mi bisabuela María cuando una de sus yeguas cayó en un hueco y mi bisabuelo ayudó al rescate, se enamoraron y se casaron, heredando parte de los caballos que mi bisabuela poseía en el rancho de su padre.
Mi abuelo, Joshua, nació dos años después y al crecer rodeado de animales, decidió convertirse en veterinario. En la escuela conoció a mi abuela Martha y se casaron al terminar la carrera, regresaron al pueblo y fundaron la primera y única tienda veterinaria del lugar en la parte trasera del rancho. Unos meses después tuvieron a su primer hijo, el tío Ancizar y no se detuvieron hasta el cuarto hijo, mi padre, Doménico.
Poco a poco el rancho se fue modernizando y adecuando para albergar a la familia y todos los animales. El rancho cuenta con la casa principal que tiene ocho habitaciones —aunque sólo ocupamos cinco de ellas—, una enorme cocina, una sala de estar, dos oficinas, un estudio, cinco baños, comedor y sótano. Hay tres caballerizas, así como las dos pistas de entrenamiento y adiestramiento; la clínica ocupa la parte trasera, es muy moderna, con dos salas de cirugía, cinco habitaciones para hospitalización, tres consultorios, una gran recepción, bodega de almacenamiento y una confortable sala de espera. Tenemos todo para poder atender a los animales del pueblo y alrededores.
Pero el granero, el granero es nuestro lugar sagrado, allí nadie más aparte de nosotras dos puede entrar. Con el desfile de mi abuelo, mi tío Ancizar, mi tía Monse, los trabajadores y clientes del rancho y los amigos de mi primo Jonathan y él mismo... necesitábamos un espacio.
—Suéltalo ya, Bea. Se que te mueres por contarme lo que ha sucedido en mi ausencia.
Mi prima se muerde el labio y brinca frente a mí. —No te imaginas todo lo que te has perdido. Hay muchos chismes jugosos que te harán babear... ¡Pero! —chilla, deteniéndose por fin y dándome un respiro. Me dispongo a ordenar los libros que ha dejado fuera de su estante—, lo más importante es contarte sobre los nuevos habitantes del pueblo.
Eso llama mi atención. —¿Nuevos habitantes? —Levanto una ceja y me cruzo de brazos—. ¿A eso te referías con carne nueva?
—Pero es que esta no es cualquier carne, mi querida Aryam, es la mejor carne, del mejor ganado que pueda haber en más de mil kilómetros a la redonda.
—Así de bueno, ¿eh?
—Más que bueno. Créeme que cuando los veas vas a caerte de pa' atrás y sufrirás una combustión instantánea. Tus ojos probablemente saldrán de tus cuencas y babearas todo el camino de regre...
—Vale, ya entendí, están más buenos que chocolate caliente con malvaviscos, sigue.
—Se mudaron hace más o menos tres meses. Son diez, hay cuatro mujeres que están para chuparse los dedos, si yo bateara para ese lado y me gustara la frecuencia y no la antena, juro que probaría de eso. —Suspiro y me vuelvo para recoger los libros—. ¡Eh!, vale, dejaré de divagar tanto.
—Ajá, sí tú lo dices.
—En serio. Bueno, hay cuatro mujeres: Crystal, Betsy, Arana y Sonya que creo es la esposa del papá de todos o eso creo que es, porque se ve más viejo, aunque viejo, viejo, viejo... no, más bien añejo y madurito. Velkan tiene ese pequeño lunar de canas en sus sienes que me hace querer...
—Beatriz —bramo—, ¿vas a contarme o no?
—Está bien... pero sabes que amo dar detalles. ¡Los detalles lo son todo! —La miro, tratando de evitar reírme y le pido que continúe. Con Bea no se puede—. Como te decía, está esta pareja mayor super guay, y le siguen las otras tres chicas y los otros cinco chicos... yo creo que están entre mitad de los veinte y los diecisiete o dieciséis años, porque los dos más chicos fueron matriculados en el colegio.
—Ya veo.
—Creo que vienen de Tilburi, en el viejo continente, tienen ese acento de las viejas tierras. —Hace una pausa como si estuviera recordando algo—. Y son hermosos, como muy hermosos, sexys y... —Se sacude como un ratón tratado de secarse el pelaje—. Tienen este cuerpo fuerte, marcado... y son altos. Demasiado altos. —Suspira—. Sabes que amo los hombres altos que a mi lado me hacen ver como su llavero. Y son tan simpáticos, hablan con todos los del pueblo, uno de ellos, Kenneth, estuvo ayudando a la señora Pardo con la puerta de su casa. Kenny siempre te ofrece su ayuda cuando llevas bolsas o cosas así, Killiam es todo sonrisas y amabilidad, siempre está contando chistes. Keyner es más tímido y creo que es el menor, pero siempre que le pides algo te ayuda sin chistar.
—¿Y el que falta?
Bea se muerde el labio y junta sus manos. —Bueno, ese si es la excepción. Kellan es un poco extraño. No habla con nadie, siempre se le ve aburrido o enojado. Cada vez que hemos visto a la familia junta, él siempre está un paso atrás, perdido en sus pensamientos. —Suspira y se detiene a mi lado—. Tiene la mirada, ¿sabes?
Frunzo el ceño. La mirada de la que habla Bea, es la mirada que tienen los animales que llegan a la clínica y están tan lastimados, enfermos o dolidos y se han rendido.
—Y a pesar de eso, también es muy solidario. Lo hemos visto alimentando a los callejeros, si le pides ayuda lo hace, no te habla, claro, pero te ayuda. Y nunca sonríe... nunca. Es totalmente triste.
—Hay personas que son así —Me encojo de hombros—, eso no quiere decir que este bien o mal. Puede que sea su personalidad.
—Sí está mal, Ary, el hombre es demasiado hermoso para no sonreír y lucir lamentable siempre.
Me río y termino de acomodar los libros. —No puedo creer este desorden, Bea. Me fui sólo seis meses y mira como tienes nuestro refugio.
—Lo siento. He estado muy ocupada.
—¿Espiando a los nuevos?
—Eso y más. Pero ya te contaré, quiero que me hables de todos los corazones que rompiste en Alcázar.
—No rompí ningún corazón, Bea.
—¿Te lo rompieron? —Niego y suspira dramáticamente—. Bien, ya que sólo tienes historias sobre como de aplicada eras en los estudios, yo te contaré todo lo que sucedió en estos seiss meses de ausencia. Prepárate.
Ruedo los ojos y me siento a su lado, mi prima se ríe como Maléfica y empieza a inundarme de chismes, me sorprendo con algunos y con otros me aburro, pero no le pido que pare, si lo hago, Bea se ofendería y ya que soy su única confidente, me pongo más cómoda para poder soportar todo el tiempo posible. Algunas veces regresa a los nuevos integrantes del grupo y algo dentro de mí me hace pensar en ellos. No habíamos visto una familia tan grande dese hace mucho.
Dios se apiade de mí y haga que el día termine pronto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro