Capítulo 23.
«Me he enamorado de ti Cassandra.»
Cuando aquella frase salió de mis labios, es como si al mismo tiempo yo también descubriera el peso de aquellos sentimientos. Me he enamorado. ¿Es eso posible? Supongo que sí. Supongo que todavía tengo sentimientos, supongo que todavía soy capaz de sentir amor.
¿Pero, por qué me negaba tanto a aceptarlo?
No lo sabía.
¿Porque no quería que Cass se enamorará de mí?
Porque eres un monstruo.
Pero merezco ser feliz también. ¿No?
Sí.
No.
Un suspiro irritado sale de mis labios. Insoportable. Mi vida era completamente insoportable.
—¿Qué pasa? —susurra Cassandra cerca de mi rostro.
Fresas.
Niego con mi cabeza sin quitar mi mirada de sus labios. Deliciosos labios con sabor a fresas. Todavía seguimos bailando bajo la atenta mirada de todos, pero hay una que ha hecho que me incomode completamente. No sé de quién se trata, pero me hago una idea.
Cassandra decide no insistir y vuelve a poner su cabeza en la curva de mi cuello. Sus labios están encima de mi marca. Me estremezco y una oleada de calor se expande por todo mi cuerpo. Frunzo mis labios cuando un gruñido trata de salir de lo más profundo de mi ser. Todavía es desconcertante como mi cuerpo reacciona a Cassandra. Como mis cambios de humor dependen de sus estados de ánimo. Y sé que no debo ser el único. Como con una simple sonrisa puede hacer que todo mi ser se llene de felicidad. Pero claro, no todo es maravilloso. Porque estar enamorado es una espada de doble filo y más cuando se son mates. Una mala decisión, una mala acción y una simple frase, puede hacer de esa felicidad el mismísimo infierno. Por eso no quería albergar sentimientos por nadie.
¿Porqué, qué pasaba si Cassandra llegaba—o llega—a aburrirse de mí? ¿Cómo puedo vivir con ese sufrimiento? ¿Cómo puedo vivir con la decepción de que no fui lo suficiente para mi mate? Simplemente no podría. No podría porque ahora dependo mucho de ella. Ella ha sido la única que me ha hecho ver las cosas desde otra perspectiva. Ha sido la única que me ha enseñado que no todos son seres malos. Ha sido la única que ha acallado a mis demonios. Y sobre todo...ha sido la única que me ha enseñado a amar. Pero aquí la pregunta es; ¿Que le he enseñado yo a ella?
Nada.
◆◇◆◇
—¡Buenas noches!—dice Cassandra mientras se levanta, llamando la atención de todas las personas que estan en sus respectivas mesas. Todos levantan la mirada de la mesa y sonríen en su dirección.
—Espero disfruten de esta maravillosa cena.—dice mientras cambia su mirada de una mesa a otra. —Y sin más brindemos en honor a tantos años de paz, en honor a todos nuestros compañeros que cayeron en guerra para al fin tener este tratado de paz. Un tratado de paz que espero perdure hasta la eternidad. ¡Salud!
Todos levantan sus copas y la chocan con las personas a su alrededor. Un grupo de personas se acercan con platos, que colocan frente nosotros y se retiran silenciosamente. Todas las comidas son diferentes y de nombres extraños. Decido no darle mucha importancia y agarro los cubiertos. Todos copian mi acción y empiezan a degustar su cena. El sonido de los cubiertos, conversaciones y algunas risas llena todo el salón. Todos parecen cómodos con la presencia de las otras especies. Es como si se considerarán compañeros y amigos.
Quién lo iba a imaginar.
A pesar que a veces hay roces, que es algo normal porque no todo el tiempo van a compartir la misma opinión, no hay odio. Pero por alguna extraña razón me siento incómodo, como si no perteneciera a éste lugar. Todos hablan con la persona que está a su izquierda o a su derecha, incluso Cassandra conversa con una bruja de ojos rosados, que según escuché pertenece al clan de las Graham. Pero no sé de qué me preocupo. Nadie nunca ha querido hablar conmigo y si soy sincero prefiero que así sea. Si me tocara hablar con otros Alfas, tendríamos que hablar sobre nuestras manadas. Manada que no tengo.
—Y...¿a qué manada perteneces?—pregunta una delicada voz a mi derecha. Algo confuso levanto la mirada, encontrándome con una enorme sonrisa lobuna escondida bajo unos labios rojos escarlata.
¿Me habla a mí?
Decido hacer de oídos sordos y seguir cenando. Lo más seguro era a otra persona a quien le habla. Una risa algo aguda se escucha nuevamente a mi derecha.
—Lo siento. Creo que no me has escuchado.—dice esa voz nuevamente con un toque burlón. —Alfa Liam.
Ahora si levanto del todo mi mirada y lo primero que veo son unos ojos dorados bajo unas muy espesas—casi falsas—pestañas marrones. Una loba. Y si no me equivoco, Luna de alguna manada. El tatuaje de su cuello es la que me lo confirma.
—Amelia Blanco, Luna de la manada de España.—se presenta sin borrar su lobuna sonrisa mientras alarga su mano. ¿España? Me siento un poco desubicado, sin saber qué hacer veo su mano como si de veneno se tratara. Un carraspeo falso sale de ella. Inclino mi cabeza en su dirección.
—Liam McCartney.—me presento con mi rostro neutral. Ella me observa confundida, su sonrisa flaquea y una muy forzada se forma en sus labios. Baja su mano algo tensa. Parece ser que no le gusto que no la tomé. No lo hice adrede, pero simplemente no hallaba—y hallo—apto tocar a otra mujer que no sea Cassandra.
—Con qué McCartney, ¿eh?—dice con un tono muy interesado, demasiado diría yo. —Una de las manadas más poderosas de todas.
Mi ceño tienta a fruncirse pero permanezco con mi rostro indiferente.
—Sí.—es lo único que respondo. Su mirada me recorre y su sonrisa lobuna sigue presente en su rostro. Su mirada dorada se clava en la mía.
—Tienes unos ojos muy extraños.—dice sin apartar la mirada. Siento mi cuerpo tensarse. —Pero... son muy interesantes.
Se acerca más y sus largos dedos, con unas largas uñas de color rojo escarlata pasan por encima de mi manga derecha. Hago mi mano un puño y sonríe más como si eso era lo que esperaba. Una oleada de desagrado me recorre por todo el cuerpo. ¿Por qué está mujer me toca como si fuera algo mío? Sin contar que su mate debe de estar por ahí. ¿Qué es lo que quiere?
—Entonces...—dice en tono juguetón. —¿Te estas divirtiendo?
¿Divertirme?
Sus largas uñas siguen jugando en mi brazo. Veo de reojo a las demás personas. Pero todos parecen ajenos a lo que sucede, incluso Cassandra se encuentra ajena a lo que sucede.
—No te preocupes, nadie se dará cuenta.—dice llamando mi atención. Frunzo mi ceño no comprendiendo lo que dice.
—¿Di-isculpa?—pregunto totalmente desconcertado. Lastimosamente un tartamudeo sale dejándome como si su presencia me pusiera nervioso, cuando no es así. Me provoca desagrado y su actitud me está poniendo algo incómodo. Trato de alejarme pero ella se acerca más.
Esta mujer es como un chicle.
La mujer sigue diciendo más palabras en doble sentido, y tonterías, pero no presto mucha atención a lo que dice y trato de apartarme a ella.
—Con que eres difícil.—dice entre dientes. Clavo mi mirada en ella con molestia. —Tu primo no fue tan difícil en caer al igual que otros estúpidos Alfas.
Mi ceño se frunce, hasta que comprendo lo que acaba de decir. Abro mis ojos como platos, completamente sorprendido y horrorizado. ¿Cómo Paul tuvo el descaro de meterse con una Luna? ¿Es que acaso quiere morir? Sin contar, ¿cómo es que esta mujer no ha muerto? Se supone que cuando uno tiene la marca de mates y mantienes relaciones con otro ser que no sea tu compañero aquella marca hace retorcer tu cuerpo, como si millones de descargas eléctricas te atacarán. Cuentan que el sufrimiento es tan agonizante que prefieres morir a seguir sintiendo aquello.
La mujer suelta una larga y burlona carcajada cuando ve mi reacción.
—Sólo un clan de brujas puede hacer que la marca se apague.—dice con una voz de autosuficiencia. —Pero solo por veinticuatro horas.
¿Es eso posible? Nunca escuche algo como aquello. ¿Qué clase de magia puede ser tan poderosa? No quiero saberlo. Esta mujer no tiene respeto por su compañero ni por ella misma.
Desagradable.
—Así que no te preocupes.—dice mientras se acerca nuevamente. —Nos podremos divertir cuánto queramos.
Mi pecho se infla cuando un gruñido completamente furioso quiere salir de lo más profundo de mi ser.
—No sé qué hará con los otros Alfas. Pero yo no seré uno de aquellos, yo si respeto a mi compañera.—digo con la voz tensa y con el ceño fruncido. Ella se ve algo descolocada por mis palabras. —Así que, señora Bonilla le voy a pedir que por favor deje de tratar de tocarme. Me desagrada.
Y aparto mi brazo. Volteo mi rostro y lo clavo en otra dirección que no sea en la de ella. Todos parecen como si estuvieran en otro mundo, es increíble que no se hayan dado cuenta de lo que está sucediendo.
—¡Por favor! ¿Es que acaso no me has visto? Tu querida mate es un ser insignificante en cuanto a mi belleza se trata.—dice con la voz cargada de furia y egocentrismo. Siento mi pecho llenarse de gruñidos y la ira correr por mis venas. —Es una amargada, prepotente y sosa reina. Solo mírala, tengo mucha más belleza que ella, pero aun así es ella la “legendaria” híbrida, Alfa y reina. Que desperdicio...
Nunca sería capaz de ofender o golpear a una mujer. Yo no podría. Pero para desgracia de ella... Zurich sí.
Una ronca y escalofriante risa escapa de mis labios. Puedo sentir como mi vista se vuelve más nítida y mis colmillos se alargan un poco. No debo ser un genio para saber que mis ojos han cambiado y se han hecho más intimidadores. La mujer nos observa extrañada y cuando clava su mirada en mis ojos un escalofrío le recorre. Puedo escuchar su acelerado corazón y aquello es música para mis oídos. Cruzo mis brazos sobre mi pecho y la arrogancia que emana mi cuerpo es superior al de esa mujer. Zurich la observa en silencio.
*—Definitivamente Cassandra es mucho más hermosa que esta espanta pájaros.—dice burlón por nuestra conexión. Suspiro mentalmente.
*—Zurich...—digo en tono de advertencia. —¿Que se supone que haga ahora?
Pero antes de que Zurich me pueda responder la mujer nos interrumpe.
—¡Vaya!—dice impresionada mientras me repasa, sus ojos brillan deleitados. Zurich le sonríe coqueto y ella sonríe complacida.
¿Qué estás haciendo Zurich? Pienso completamente horrorizado.
—Ven...—dice la ronca voz de Zurich. La chica jadea y sus ojos se vuelven más oscuros.
¿¡Qué rayos!?
La mujer se acerca y Zurich se acerca a su oído disimuladamente. Un aroma empalagoso y muy dulce llega a mis fosas nasales. Ambos hacemos una mueva de asco.
Zurich acerca mi boca cerca de su oído y sopla un poco, haciendo que la mujer se estremezca y salga un gemido ahogado de sus labios.
Que incómodo.
—Un ser tan bello pero tan malvado a la misma vez...—inicia Zurich, la mujer parece estar en algún trance. —Un ser tan insignificante que se da aires de grandeza que no le corresponden. Entiéndelo muy bien, nunca obtendrás ni con toda la ayuda de las brujas, la belleza y el poder que posee mi mate. Porque no hay ser que le llegue a los talones. ¿Lo has entendido?
Y sin más se aparta dejando a la mujer—incluso a mí—sorprendida y desconcertada. Zurich alarga mi brazo y agarra con elegancia una enorme copa de vino.
—¿Quién te crees que eres?—espeta la mujer completamente roja de enojo. Zurich nos encoge de hombros y sigue tomando de la copa. La mujer estaba a punto de decir algo más pero Zurich la interrumpe.
—¡Cállate!—ordena Zurich en tono Alfa. Aquel tono demandante y escalofriante que tenía años de no escuchar. El rostro de la mujer se contra de completo dolor, como si la hubieran golpeado. Recuerdos de la última vez que utilicé aquel tono vienen a mi mente. Recuerdos para nada agradables. Siento mi rostro ensombrecerse.
—Largo.—ordena nuevamente. Y la mujer no tarda en obedecer, su rostro esta pálido y sus ojos expresan miedo. Se levanta algo bruscamente, llamando la atención de las personas de la mesa, y se va corriendo asustada.
—¿Amelia?—dice una voz que reconozco como la del Alfa Bonilla. Se escucha una silla arrastrándose y una disculpa. Veo de reojo como alguien pasa corriendo en dirección hacia dónde se fue la mujer. Todos en la mesa están callados y siento una presión ordenándome levantar la mirada. Y unos ojos amarillos observándome intensamente es lo primero que veo.
*—Nos veremos pronto... Margaret Walker.—dice la voz de Zurich en nuestra mente. Como si aquella mujer pudiera escuchar. Y dirigiéndole una sonrisa burlona con algún otro significado secreto es lo último que le dirige, antes de que vuelva a lo profundo de mi mente.
—¿Liam?—murmura Cassandra a mi lado. Clavo mi mirada en aquellos hermosos ojos que nadie sería capaz de igualar y que me observan curiosos. —¿Qué fue lo que paso?
¿La mentira o la verdad?
No me gusta mentir pero tampoco le puedo decir la verdad, cuando muchos están pendiente de mi respuesta.
—Lo siento. Derrame un poco de agua en su vestido.—digo en un falso tono apenado. Varias risas femeninas se escuchan a nuestro alrededor.
—No sé preocupe Alfa Liam, Amelia suele ser muy dramática en cuanto a su aspecto se trata.—dice una joven loba de ojos verdes. Otras risas femeninas se escuchan alrededor.
—¡Es cierto! ¿Te acuerdas cuándo...
Y de ahí no supe qué más dijeron porque empezaron a hablar de otras cosas y todos siguieron en lo suyo. Sus ojos dorados llenos de miedo se vienen a mi mente.
—¿Estás bien?—me pregunta Cassandra con una voz cargada de preocupación sacándome de mis deprimentes pensamientos.
—¿Por qué?—respondo con otra pregunta. Cassandra bufa y me observa con una ceja alzada. He notado que detesta que responda con otra pregunta. En algunos casos ni respondo. Si no tengo una respuesta y lo que diré serán mentiras, es mejor no decir nada.
—Te vez algo...—dice y se queda en silencio, pensativa. Buscando la palabra correcta. —Perturbado y algo sombrío.
Una sonrisa sin gracia se forma en mi rostro. Toda mi vida es sombría.
—Estoy cansado, eso es todo.—respondo mientras bajo mi mirada un poco.
—¡Oh!—exclama llamando mi atención. Frunce un poco sus labios y eso lo hace sólo cuando está un poco molesta. —Deberías habérmelo dicho antes.
Y se levanta dejándome confundido. Todos los presentes levantan la mirada. No me había percatado que algunos ya se habían ido y otros estaban a punto. De hecho sólo los Alfas se han quedado, los otros líderes ya se han retirado. Repaso con mi mirada la mesa y suelto un suspiro de alivio cuando no encuentro aquellos ojos amarillos que son bastantes intimidantes.
—Siento decirles que nos retiramos.—dice Cassandra mientras les sonríe. Todos se levantan también.
—Fue una magnífica cena.—dice el Alfa de la manada de Rusia. Un hombre algo mayor bastante corpulento. —Esperamos vernos en una semana en la reunión del consejo.
—¡Claro! Ahí estaremos.—responde Cassandra en su dirección. La servidumbre trae los abrigos de varios. Y sin más empiezan a despedirse de nosotros. Hasta que solo cuatro personas quedan junto a nosotros en el enorme salón.
—Alfa Cassandra.—dice la profunda voz de mi padre. Cassandra y yo clavamos la mirada en él. Molestia brilla en sus ojos cuando los míos conectan con los suyos. Y sin poder evitarlo bajo la mirada.
«—Nunca veas a un alfa a los ojos. Porque un monstruo como tú, no tiene derecho a vernos a los ojos.»
—¡Levanta la mirada, Liam!—ordena Cassandra algo molesta. Puedo sentir como mi cara se sonroja. Qué patético he de ser.
—¿Y se puede saber por qué todavía siguen aquí?—pregunta Cassandra a mis padres pero puedo sentir su mirada en mi perfil. Mi mamá carraspea falsamente.
—Tranquila querida. Solo que mi esposo y yo deseamos conversar contigo. —dice en un falso tono meloso. —¡A solas!
Indirecta captada.
Un suspiro sale de los labios de Cassandra.
—Bien.—responde en un tono cansado y de derrota. —Acompáñenme a mi despacho.
Pero antes de irse se acerca a mi lado y me da un beso cerca de la comisura de mis labios.
—En un momento vuelvo.—susurra cerca de mis labios. Asiento en su dirección sin salir de mi estupidez. Los besos, la voz, el aroma y toda ella, me desarma dejándome con mis sentidos adormilados. Tacones sonando contra el pulido mármol del salón es lo único que se escucha.
—¡Aria!—llama mi madre algo molesta. No tengo que ser un genio para saber que por ningún motivo mi madre iba a permitir que Aria estuviera cerca de mí. Pasos alejándose y una puerta al cerrarse es lo último que escucho.
—“Aunque la mona se vista de seda, mona se queda...”—la voz de Paul rompe aquel incómodo silencio. Frunzo mi ceño confuso.
—¿Qué?—es lo único que soy capaz de responder. Su desagradable risa no tarda en llegar a mis oídos.
—Qué aunque te pongas trajes caros y a la medida. Y así te operen esa fea cara que tienes, no dejarás de ser un monstruo. Nunca...—dice en tono mordaz mientras me ve con asco Algo que no es nuevo para mí. Decido no responder. Significaría rebajarme a su estupidez y suficiente tengo por este día.
—Pueda ser que la manada te la devuelvan. Pero tú mejor que nadie sabes que ellos nunca seguirían a un monstruo y a un inútil como lo eres tú.
Y eso es lo último que dice antes de darme una sonrisa arrogante y dirigirse a la salida. Dejándome solo con mis demonios, que han vuelto para carcomer mi mente.
¿Podrá llegar un día que al fin tenga tranquilidad en mi vida?
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