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Capítulo I: Primera parte.

Los altos y frondosos árboles a mi alrededor se veían de una forma distorsionada, casi macabra, cuando los dejaba atrás por la alta velocidad a la que iba corriendo. Mi presencia se ocultaba perfectamente en la sombra de ese amplio bosque, como si él también quisiera esconderme de los demonios que venían detrás de mí. Aunque no los podía ver, sí podía escuchar sus gruñidos furiosos, las pisadas fuertes de todos ellos que estaban a punto de pisar los talones. Pero aún cuando sabía que eran más que yo; y que en cualquier momento podían alcanzarme, no podía detenerme. Si lo hacía, algo malo iba a suceder, mi instinto me lo decía, todo mi cuerpo se tensaba en señal de alerta. Por lo tanto, lo único que podía hacer era eso... correr. Aún cuando sintiera como poco a poco me quedaba sin aliento, el dolor que sentía en mis extremidades inferiores me recordaba el gran sobreesfuerzo al que estaba sometiendo mi cuerpo. Pero era algo soportable. Todavía no podía rendirme. No, todavía no.

Ya falta poco. Aguanta amigo. Ruego en mi interior, esperanzado de que mi otro subconsciente me entienda y deje de tratar de tomar el control. Era demasiado doloroso y estaba haciendo que correr se convierta en un completo infierno. Por no mencionar, que eso es lo que ellos quieren que suceda. Que «Él» tome el control. Así tendrán un motivo real para deshacerse de una buena vez por todas de los dos.

¿E-Eso es... —un agitado, casi incomprensible, susurro escapa de mis labios cuando finalmente consigo vislumbrar el límite del territorio de los McCartney. Una vez pasada la barrera que nos separa del mundo mortal, entraría a territorio de nadie. Y donde tal vez... sólo tal vez, podría iniciar una nueva vida. Aunque eso implique vivir como un humano, no volver a ver a mi hermana y desaparecer de los ojos de mi familia. Estaba decidido hacer ese sacrificio, porque sabía, algo muy profundamente dentro de mí me decía, que si me quedo un minuto más; iba a suceder una tragedia.

Y sólo el pensarlo, aumenta el sudor frío, así como la tensión en mi cuerpo.

Ya casi. Un poco más...

Redoblo mis esfuerzos al verme tan cerca. Incapaz de esconder una expresión de alivio, acompañada de una sonrisa ligera en mi rostro, enfoco mi completa atención en esa dirección. Algo, que por supuesto, nunca debí haber hecho.

¡AHH!

Un grito de dolor escapa de mis labios al sentir como algo atraviesa mi pierna, provocando que caiga de bruces contra el suelo. Al ir a una alta velocidad no consigo controlar muy bien mi cuerpo y me llevo tras mi paso uno que otro árbol, dejándolos partidos en diferentes formas. Pongo las manos alrededor de mi cuerpo, tratando de amortiguar los golpes; pero es algo inútil, ya que pasan algunos segundos hasta que finalmente me detengo. Aturdido, adolorido y confundido por lo que sucede, busco la fuente de todo este sentir, y me encuentro con una flecha atravesando mi pierna derecha. Para este punto mi regeneración debería de haber empezado por expulsar la flecha y cerrar la herida. Pero ninguna de las dos cosas suceden. Y es ahí donde mis alarmas se encienden a toda potencia.

¿De verdad pensaste que podías abandonar a la manada? ¿Con el permiso de quién?

Todo mi cuerpo se estremece al ver la imponente figura de mi padre salir de la sombra, de la cual empiezan a surgir otras personas; incluidas entre ellas gran parte de la manada, junto con mi madre y Paul. Los demonios finalmente me encontraron. Hago el intento de decir algo, pero ni una sola palabra era capaz de pronunciar, el nudo que sentía en mi garganta no me dejaba ni respirar. Lo único que podía hacer era observar como todos empezaron a rodearme con sus formas pseudo-lycan. Es decir, aunque no eran completamente lobos tampoco eran humanos. Era una transformación a medias. Y es ahí donde comprendo, que todos estaban preparados para atacar.

¡Ugh! —un gemido de dolor escapa de mis labios y sostengo mi cabeza en un acto reflejo al sentir una gran presión. Lágrimas saltan de mis ojos. Era insoportable.

Liam... cariño —levanto la mirada con una expresión de dolor bien marcada en mi rostro y me encuentro con los ojos dorados de mi madre. La cual trata de sonreír, pero se ve muy antinatural—. No queremos hacerte daño, no somos nosotros quien te provoca dolor. ¡Esa abominación que tienes dentro es el culpable de todo tu sufrimiento!

Su expresión amable, se vió alterada por una mirada llena de un oscuro propósito, por la aberración que no podía ocultar por el ser que me otorgó la Diosa Luna. Él... es cierto que me estaba provocando dolor, pero era físico. El mental lo experimenté el día que lo vieron por primera vez y es el único que me ha mantenido con pesadillas por días. Las miradas, muy parecida a la que tienen todos en este momento, no abandonan mi mente; cada una de ellas perforan mi alma y ése sí es un sufrimiento que ni mi madre o mi padre les importa curar.

Vamos, Liam. En cuanto acabemos con esto, más rápido resolveremos este problema —me levanto de golpe al ver a mi padre acercarse. Con los latidos de mi corazón a todo galope, ignoro la flecha que atraviesa mi pierna y enfoco mi atención en el frasco de vidrio que tiene en una de sus manos—. No corras, no te va a servir de nada.

¿P-Por qué? —asustado, con los sentidos a toda potencia, retrocedo los mismos pasos que él dio—. E-Entiendo que no es lo que todos esperaban. Pero la Di-Diosa Luna me lo otorgó, ella es la única que puede decidir qué hacer con él.

¡Cállate! —ruge mi padre furioso. Mi madre frunce el entrecejo y si antes me miraba con amabilidad, falsa pero amable al fin y acabo; ahora me observa con frialdad—. ¡Yo soy el Alfa! Y para desgracia también soy tu padre, así que lo que yo decida hacer con mi hijo es decisión mía y los Dioses no pueden hacer nada.

Mi cuerpo sintiendo la aproximación de alguien se mueve sin que yo lo ordene haciendo que dos de la manada choquen entre ellos. Lo que provoca que la furia de mi padre aumente a grados preocupantes. Mi mirada pasaba de un lado hacia otro, no sabiendo qué hacer. ¿Escapo? ¿Peleo? ¿Ruego? ¡¿Qué hago?! Pero antes de tener la oportunidad de buscar una respuesta a tantas preguntas, más de veinte personas empezaron atacarme a la misma vez. Una que otra flecha empezó a volar en mi dirección y aunque alcancé a esquivar alguna que otra, algunas consiguieron clavarse en mi cuerpo. Luchaba contra mi familia, contra mi manada y contra mi otro subconsciente para que éste no tomara el control.

¡Maldita sea! ¿Cómo carajos un inútil como él puede contra la élite de la manada McCartney? ¡Traiganlo ahora mismo, así sea semi muerto!

Alcanzo a escuchar a mi madre gritar. Pero no podía distraerme, si lo hacía, significaría mi pérdida. Así que luché al punto de ignorar el dolor por la adrenalina que recorría cada centímetro de mi cuerpo. Sin embargo, todo cambió en cuanto Paul abrazó mi cuerpo, haciendo que ejerciera fuerza en la pierna derecha, que tenía ahora dos flechas.

¡AAH!

¡AHORA!

Simultáneamente ambos gritos fueron dichos. Y en el momento que hago el amago de quitar a Paul, entre muchos pares de manos —enguantadas— envuelven mi cuerpo con unas pesadas cadenas, privandome de todo movimiento. Aturdido trato de procesar lo que ocurrió, pero un olor a piel quemada empezó a llegar a mi sentido y para cuando bajé la mirada podía ver como un ligero humo salía de todas las partes donde las cadenas tocaban. Plata. Ellos me envolvieron en cadenas de plata. Incrédulo observo como la piel de mi cuerpo empieza a caer, dejando la zona en carne viva. Y aunque al principio traté de soportarlo, los gritos involuntariamente empezaron a salir de mis labios. Lo peor es que, entre más me moviera, las cadenas más daño me provocaba.

Ahora sí Liam, finalmente nos desharemos de esa abominación que nunca debió de manchar nuestro prestigioso linaje —con lágrimas cayendo de mis ojos, observo a mi padre acercarse nuevamente con el frasco de vidrio; donde un líquido espeso, de color platino lo llenaba—. ¿Estás curioso sobre lo qué es esto? ¿Quieres saber qué es? Te lo diré, ya que el hecho de que lo sepas o no, símplemente no altera los planes. Porque nunca podrás escapar de esas cadenas.

Un estremecimiento recorre mi herido y adolorido cuerpo al ver una sonrisa arrogante y sádica formarse en los labios de mi padre. Ni siquiera tengo que saber lo que contiene, para hacerme una idea del sufrimiento que me hará pasar.

Esto es plata líquida mezclada con Aqua Deorum (agua de los dioses) que sólo puede ser extraída de los manantiales dejados por los mismos dioses en ciertas partes del mundo mortal. Según dicen las Maleficis (brujas) este extracto es capaz de sellar nuestra parte lycan, pero... —hace una ligera pausa, donde la sonrisa no desaparece de su rostro. Todo lo contrario, mueve el frasco a centímetros de mi rostro—, también es capaz de “matar” la otra parte. Como sabes, nuestro segundo subconsciente vive en una parte de nuestra alma por eso tienen ego propio, pero no cuerpo físico. Necesitan nuestro permiso para canalizar su ego en la forma lycan, así que te hago la pregunta; ¿qué pasa si nuestra alma rechaza ése ego de nuestro interior? Sellarlo es lo mismo que rechazarlo.

Matarlo. Eso significa. Ellos tienen ego propio pero no dejan de ser una masa espiritual creada por la Diosa Luna que es alojada en una parte de nuestra alma. Un estremecimiento recorre mi cuerpo y siento como entro en shock al comprender lo que tratan de hacer. Es... terrible. Entraría en un frenesí de ira pura, incapaz de razonar en mi estado lycan.

—¿Ahora sí lo entiendes?

Levanto la mirada y observo a mi padre que, junto con mi madre, Paul y parte de la manada que en ese momento se encontraba en frente de mí; empezaron a reír a carcajadas. Satisfechos de mi expresión, orgullosos de producir el mayor terror que alguna vez haya sentido. Incapaz de aguantarlo, bajo mi cabeza y cierro mis ojos con fuerza mientras las lágrimas bajan hasta mi mandíbula. ¿Qué clase de infierno es el linaje McCartney?

Perdóname. Perdóname, por favor. No pude hacer nada. Perdóname.

«Esta bien, Liam. Todo está bien. No eres cruel, no hace falta que digas nada más porque yo sé quién eres. Descansa en nuestro espacio y sana. Yo me encargaré de todo»

¿Qué demonios está haciendo?

Poco a poco mi conciencia se fue apagando, pero no sin antes escuchar un gruñido espantoso que hizo vibrar todo el bosque.

Son las escorias más estúpidas que alguna vez he conocido en mi vida. Pero no se preocupen, les enseñaré lo que significa “la verdadera desesperación”

No. ¡No! ¡NOOOOO!

Abro los ojos de golpe y tomo una brusca bocanada de aire al sentir una urgencia espantosa de respirar. Es la misma sensación de cuando estás siendo asfixiado y la presión desaparece, buscas desesperadamente oxígeno. Es algo que he experimentado con anterioridad, así que me toma unos cuantos minutos calmar mi respiración. Y como siempre bajo la mirada a mi cuerpo, para encontrarme con la mitad de éste semi transformado en lycan. Cierro mis ojos con fuerza. Desde hace un mes aproximadamente he empezado a soñar con ese recuerdo, que fue una semana después de mi primera transformación, el único problema es que nunca lo sueño completo ni tampoco recuerdo qué fue lo que pasó después de caer en la inconsciencia. Lo único que sí sé es que cuando desperté, además de encontrar mi cuerpo en un estado lamentable, lleno de sangre y heridas; mi familia me había corrido de la mansión. Vuelvo abrir mis ojos, con un pesado suspiro escapando de mis labios y observo mi cuerpo volver poco a poco a su habitual estado.

Una odiosa melodía, que provenía de la alarma, empezó a sonar a todo volumen. Dando a entender que era hora de levantarme y volver al infierno de todos los días. Todavía no entendía por qué lo soportaba. Bien podría quedarme encerrado en esta habitación para el resto de mi vida. O eso es lo que me gustaría pensar. Pero la promesa que le hice a mi abuelo, más el hecho de que si mis acciones nuevamente provocan que la manada ponga la mira en mi lobo; me impulsa lo suficiente como para levantarme y salir. Continuar con la monotonía. Además, si le agregamos que mi lobo siempre que puede trata de tomar control sobre mi cuerpo y salir me permite enfocar mi atención en algo más. No puedo dejar que él vuelva a tomar control sobre mí. Las consecuencias que conlleva eso, es algo que no quiero volver a experimentar. Un suspiro, largo y cansado, escapa de mis labios cuando a mi mente vuelven esos terribles recuerdos.

Nunca me había sentido tan agotado física y mentalmente como en estos últimos días. Es como si mis escasas reservas de energía poco a poco estuvieran siendo consumidas, lo que dificulta aún más mantener un perfecto control mental sobre mi lobo. La forma pseudo-lycan que experimento todas las mañanas después de fuertes sentimientos que me provocan ciertas pesadillas; es el claro ejemplo.

¿Debería simplemente renunciar? ¿Dejar que Zúrich haga lo que quiera?

Cierro los ojos con fuerza. No, no puedo permitirlo. Mi familia, así como toda la manada, lo que más desean en el mundo es poder librarse de él. Y si no puedo protegerme a mí, por lo menos podré protegerlo a él. Es lo menos que puedo hacer. Ante ese pensamiento vuelvo abrir mis ojos y le regalo una rápida mirada al reloj digital que hay sobre mi mesita de noche. Las seis y quince de la mañana.

—A la misma rutina de siempre —mi murmullo, uno que no escuchará otra persona más que yo, rompe por una milésima de segundo el tenso silencio de mi habitación.

Para muchas personas tal vez no sea la habitación más lujosa o la mejor del mundo, considerando que vivo en un sótano. Y estoy seguro que no tiene comparación alguna con las amplias habitaciones de la mansión del Alfa, llenas de lustrosos muebles, de lujos que la misma Sophia —mi madre— se encargó de comprar para que combine con los colores frívolos de las altas paredes y el brillante piso de mármol. Pero es el único lugar que puedo considerar como mi hogar. El único, dejando por fuera el bosque, donde puedo estar sin que nadie me moleste. Donde puedo respirar con tranquilidad porque nadie me observará y me juzgará. Pero, sobre todo, es el refugio que tanto había anhelado por años; porque me separa de la manada y de mi familia.

Con un suspiro resignado, me levanto finalmente y me dirijo hacia el cuarto de baño. Al encender la luz, me encuentro de frente con el espejo que está colgado unos centímetros arriba del lavamanos. Observo fijamente mi reflejo y no puedo evitar fruncir mis espesas cejas. Mi cabello negro se ve opaco, con un estilo de corte que no tiene forma determinada, ya que algunos mechones ya sea que escogen acomodarse hacia la izquierda o hacia la derecha y sino hacia arriba. Es frustrante tratar de acomodarlo, pero eso me pasa por cortarlo yo mismo. Enfoco la mirada en mi rostro y no puedo evitar hacer una mueca al observar lo demacrado que me veo. Los pómulos de mis mejillas se notan cada vez más, por no mencionar la palidez de mi piel que aumenta el tono oscuro de las ojeras y una que otra cicatriz que adorna mi rostro. Soy un hombre lobo, pero no por eso soy inmune a la fealdad. Y lo que más odio de mi rostro: mis ojos. Mis iris son de distintos tonos. El ojo izquierdo es de un color turquesa bastante extraño con motas negras, en cambio mi ojo derecho es de un tono café con motas rojas. Heterocromía Iridium, para los humanos, pero para mi familia es una maldición de los dioses. Todo un monstruo.

Bajo la mirada a mi esquelético cuerpo. Se supone que para lograr tener masa muscular —y músculos— debo de dejar salir a mi lobo diariamente y practicar en esa forma. Pero sólo una vez dejé salir a Zúrich. Y fue el peor día de mi vida; mi primera transformación.

«Liam.», Escucho aquel conocido y lejano gruñido. Cierro los ojos mientras masajeo mis sienes. Nunca ha sido sencillo privar a mi lobo de comunicarse y tomar control de mi cuerpo. A veces trata de pasar la barrera que coloqué entre mi subconsciente y la de él. Gracias a la Diosa Luna con los años me hice muy habilidoso al bloquearlo, porque si no fuera así... no me gustaría ni imaginar lo que sería capaz de hacer.

Una vez siento que desaparece la presión que Zúrich provocó al querer tomar el control nuevamente, le doy una última mirada a mi lamentable aspecto, me desvisto y entro a la ducha. Todo mi cuerpo se tensa al sentir las gotas frías caer con fuerza sobre mi piel, pero no me importa. Me gusta como el frío adormece cada rincón de mi cuerpo, la forma en que mi mente se despeja. Es como si en ese momento no pudiera pensar en nada.

Era tan agradable.

Pasado los minutos hasta sentir que mis dientes castañean, apago la ducha. Y mientras salgo del cuarto de baño, no sin antes secar mi cuerpo con una toalla —la cual enrollo entorno a mi cintura— peino mi cabello negro hacia atrás con mis propios dedos. Tomo uno de mis viejos pantalones negros de mezclilla, que si bien es cierto que no tengo un amplio vestidor; por lo menos cumplen su cometido. Ya es suficiente malo no contar con el típico físico de los licántropos. Así que, con un par de bóxer, mi viejo pantalón, una camisa manga larga negra de algodón, unas gastadas tenis grises; término de vestirme en menos de quince minutos. Una vez que he comprobado que no me falta nada, busco mi mochila, las llaves del sótano y mi billetera. Todo lo encuentro sobre uno de los sencillos sillones individuales que forman parte de la pequeña sala de estar.

Aunque está lejos de considerarse como tal.

Le doy una rápida mirada al reloj digital que hay al lado de mi cama. Siete y quince de la mañana. Entro a las ocho, y de aquí al Instituto de la manada me toma cerca de treinta minutos. Suspiro con gran pesadez ante la idea de que, si llego un solo segundo o minuto tarde, todos se encargarán de recordarme que debería de sentirme agradecido de... no sé, de seguir viviendo en la manada. De respirar su mismo aire. Cualquier razón que se les pueda ocurrir. Por lo que siendo consciente que, si no me apresuro, realmente será un infierno de día; salgo a toda prisa por la puerta que lleva directamente al bosque.

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