T r e s
Pese a que una parte de mí ya se había hecho a la idea de Gris y Diego juntos, había otra partecita protectora hacia ella que me hacía mirar a Diego con recelo cuando la abrazaba o la besaba frente a mí. No era una cuestión de celos románticos sino más bien de celos fraternales, algo así como los que sienten los padres con sus hijas y aunque yo sabía que no había un hombre mejor para ella que mi hermano, seguía sintiendo que él no era suficiente. Supuse que para mí, nunca habría nadie suficiente para mi alma gemela.
Faltaban apenas unos días para que nuestras vacaciones terminaran y decidimos escaparnos los cuatro por un día, ir a algún sitio alejado de la ciudad y de todo el mundo y nos decidimos por ese pequeño pueblo a donde habíamos ido con Gabriel hacía unos meses para San Valentín.
En la mesa de una pizzería, la noche anterior y mientras terminábamos de arreglar detalles, Diego tenía su frente fruncida.
—No veo nada de malo en llevar la moto.
—Yo sí —dijo Gris.
—También yo —secundé. Las miradas de los tres cayeron en Gabriel, esperando su opinión. Dejó la pizza que iba a medio camino de su boca y se encogió de hombros.
—A mí me da igual.
Al parecer para Diego era mucho más práctico llevar las dos motos para ir en lugar del auto de papá donde todos iríamos más cómodos.
—¿Qué hay de malo? —insistió mi hermano.
—¿Y si llueve? —aventuró su novia—. Es mejor ir en auto por si llueve. Y además iremos con más espacio, con más calma y si maneja cualquiera menos tú, no iremos con la incertidumbre de si nos vamos a estampar contra el pavimento por la velocidad.
—Yo conduciré —exclamé—. Y juro ir a velocidad normal.
Diego, viendo su evidente derrota en el tema, blanqueó los ojos y accedió. Gris le dio un beso en la mejilla para quitarle el ceño fruncido y funcionó pues él sonrió; mirándolos me sorprendí de ese poder que ella tenía sobre Diego. Era impresionante.
El plan fue desde el comienzo ir —si hacía buen día— a alguna piscina pública a pasar el tiempo. Dado que fuimos a mitad de semana, no estaba tan atestada, apenas y había una o dos familias pequeñas allí cuando llegamos. Diego y yo salimos de los vestidores con la pantaloneta de baño puesta; Gabriel y Gris que se habían quedado cuidando las cosas y la mesa que tomamos junto a la piscina, cambiaron puestos con nosotros y se fueron a los vestidores. Iban charlando y riendo. Cuando los perdimos de vista, nos sentamos y destapamos la soda que habíamos pedido al llegar.
—Se llevan bien —comentó Diego y yo que lo conocía, pude detectar ese tintineo de envidia en su voz—. Ahora parece que fueran mejores amigos.
—¿Celoso, Diego?
—No.
—Parece —aseguré—. Estás celoso de tu cuñado, qué absurdo.
El sol estaba en lo más alto y el calor que hacía invitaba completamente a lanzarse de cabeza a la piscina que lucía refrescante. Diego se puso sus gafas de sol y se recostó sobre el espaldar de su silla. Nos habíamos acomodado bajo una enorme sombrilla pero el solo viento estaba caliente.
—Solo comentaba.
Diego no iba a aceptar los posibles celos que tenía y desistí de sacar más el tema.
—Oye, estaba pensando —empecé—. Cuando recogimos a Gris y tuviste que agacharte en tu asiento para que no te viera su madre caí en cuenta de que eso es absurdo, dado que ya estamos bien. ¿Cuándo piensa Gris decirle a ella que sale con otro Diego y no conmigo?
Él sonrió.
—Ni idea. Por ahora no me molesta y ella creo que ni siquiera le pone atención a eso.
—¿Por qué te ríes?
—La verdad es que deseo con todas las fuerzas ver a su madre cuando nos vea juntos a ti y a mí —confesó—. Hemos vivido con esa mirada de sorpresa toda la vida, pero nunca se hace menos divertida.
—Hablemos con Gris hoy que estamos con tiempo —propuse—. Podemos presentarnos nuevamente con su madre y así ya puedes llamarla suegra con confianza —concluí con una risa.
Diego estaba riendo y yo lo estaba viendo, entonces de repente se enserió y dejó la vista quieta en algún punto tras de mí, como tenía sus gafas oscuras puestas no supe exactamente a dónde miraba así que volteé también y vi a Gris y a Gabriel acercarse. Gris llevaba un bikini negro que le contrastaba con esa piel blanquísima que tenía, tardé dos segundos mirándola y entonces moví un poco la atención a su lado derecho. Gabriel venía con un vestido de baño azul un tanto más corto que el mío, venía descalzo y obviamente sin camiseta. La primera vez que lo vi con ese aspecto había sido en la piscina del gimnasio, bajo techo y con una pantaloneta más larga. Allí, en esa piscina, el sol le daba un brillo precioso a su piel morena y ya que acababa de ducharse —como debe hacerse antes de entrar a la piscina— varias gotas le resbalaban por el abdomen para perderse en la cintura del vestido de baño.
Tragué saliva, con mi mente repitiéndome que no lo viera así porque era un lugar público pero mis ojos escaneando cada centímetro de su piel. Miré de reojo a Diego y se había bajado un poco las gafas de sol, ahora las tenía a la mitad de la nariz y parecía que se comía a Gris con la mirada.
Renuncié a mi deleite personal para darle una colleja y sacar mi lado protector a flote.
—¡No la mires así!
Diego se sobresaltó y salió también de su trance para reclamarme.
—¿Estás loco?
—La estabas violando con la mirada.
—Y tú a Gabriel y yo no te interrumpí, imbécil —rebatió.
—¡Es diferente! Gabriel es mi novio y...
—Y Cristal mi novia.
—Y mi alma gemela.
—Ni que le estuviera violando el alma.
—Ni qui li istiviiera viilindi il ilmi.
Los dos llegaron a la mesa y nos vieron a ambos con el ceño fruncido, posiblemente ajenos a esa mini discusión.
—¿Qué pasó?
Diego y yo compartimos una mirada y con ese gesto llegamos a la conclusión que decirles el motivo del ánimo no era muy bueno y además era vergonzoso.
—Nada —dijimos al tiempo.
—¿No pueden pasar unos minutos solos y sin discutir? —dijo Gris.
—Hace calor —cambió de tema Gabriel. Me observó—. Vamos al agua.
—Nosotros también —le dijo la rubia a mi hermano.
Él, sin esperar a que le rogaran se levantó y tomó a Gris en brazos de repente, sacándole un chillido de pura sorpresa y se metió de sopetón al agua con ella. A los tres segundos salieron y ella, aclarándose la visión, le reclamó por hacer eso. Gabriel y yo reímos.
—¿Una carrera de lado a lado? —propuso Gabriel.
—Acepto.
Habíamos llegado poco después de las once de la mañana y con el correr de los minutos y las horas, la piscina se fue llenando de más y más gente. El día estaba extremadamente caluroso y parecía que nadie quería salir del agua.
Estando en la piscina y mirando a Gabriel y a Gris, estuve de acuerdo con Diego cuando dijo que se llevaban muy bien. Realmente se llevaban bien, parecían amigos de toda la vida, se reían juntos, hablaban, jugaban; por un efímero momento pareció como si fueran pareja y me reprendí por estar un poquito celoso de su relación. Luego, en un momento dado, Gabriel me miró y me guiñó sutilmente un ojo y bastó eso para dejar cualquier duda de lado, él me amaba, no había nada de lo que dudar.
La piscina tenía un área abierta al lado que hacía de bar y de restaurante, con varias mesas, sillas y una variedad limitada de cervezas y algún otro licor. Allí habíamos almorzado y luego volvimos al agua otro par de horas. A eso de las cuatro el sol ya estaba bajando su intensidad y los cuatro ya teníamos la piel arrugada como una uva pasa así que decidimos salir y sentarnos en el bar y al sol para secarnos con su calor antes de ir a cambiarnos.
Diego y Gabriel se tomaron una cerveza cada uno, Gris y yo tomamos soda y hablamos cómodamente por un buen rato. Gabriel se levantó, fue al baño, tardó unos segundos y cuando volvió, antes de sentarse, se inclinó y me abrazó por la espalda, dejando un beso en mi mejilla. Sonreí y me soltó para ubicarse junto a Diego.
Debimos haber supuesto que la paz de todo el día nos iba a cobrar un poco en algún momento.
Un grupo de chicos y chicas que habían llegado al lugar un par de horas antes y que ahora estaban en otra mesa lejos de la nuestra empezaron a hablar de nosotros.
—Te dije que eran maricas —escuché a uno, habló tan fuerte que supe que era para que lo oyéramos a pesar de no decirlo directamente—. Y tras del hecho son dos igualitos, eso no se ve todos los días.
Diego enderezó la espalda y arrugó la frente. Gris le tomó la mano.
—No les prestes atención.
Mi hermano estaba de espaldas a ellos pero yo los veía, eran tres hombres y cuatro chicas que reían pero les decían con gestos que bajaran la voz. A ellas les divertía, pero se avergonzaban.
—Sí, oídos sordos —apoyé yo. Diego suspiró y no dijo nada.
—Deberían prohibir el ingreso a putos como esos —dijo otra voz de aquella mesa—. Contaminan la piscina.
Había algo que me temblaba por dentro que me auguraba problemas. Yo soy pacifista, estaba casi seguro de que Gris lo era también, pero conocía a Gabriel y a Diego lo suficiente para saber que buscar y seguir peleas era algo que no les molestaba hacer, a veces hasta lo disfrutaban. Gabriel en el pasado había golpeado a Charlie Dimas por mí sin miramientos y Diego nunca agachó la cabeza ante nadie.
—Vámonos —dije y me levanté de la silla.
Gris, creo que pensando lo mismo que yo, apoyó la idea y se levantó, empezando a recoger su bolso y algunas cosas sobre la mesa. Seguíamos en los trajes de baño pero con tal de evitar líos, no me importaba irme así en el auto y a Gris tampoco.
Gabriel y Diego habían accedido y se estaban levantando también y aunque le rogué al cielo que no lo hicieran, los de la otra mesa añadieron:
—A falta de hombría, huír, por supuesto. —Soltaron una carcajada y por primera vez Diego los miró con desprecio. El de la otra mesa rió más—. Oh, ¿el marica se enojó?
Cerré los ojos un segundo, sabiendo que algo malo iba a pasar y lamentándolo. Los de la otra mesa ya tenían varias cervezas en la cabeza y eso se dejaba ver en su manera de hablar y de actuar, además de que su mesa estaba llena de botellas vacías. Gabriel no guardó más silencio.
—¿Qué problema tienen? Nadie les tiene miedo, partida de imbéciles.
Gris le agarró el brazo a Diego y yo la muñeca a Gabriel. Los tres de esa mesa —y dejando a las chicas atrás—, se acercaron con la clara intención de pelear.
—Diego, oídos sordos —suplicó Gris—. Vámonos.
—¿Cómo nos llamaron? —inquirió el más alto de los tres.
Diego dio un paso adelante, soltándose de sopetón de su novia.
—¿Aparte de imbéciles, son sordos?
El problema se desató cuando ese alto le lanzó un golpe a mi hermano. Él lo esquivó apenas por el borde pero él atacó de nuevo y alcanzó a lastimarlo en el hombro. Diego se le lanzó a darle un puño pero los dos de atrás se inclinaron también con la intención de defender al tipo ese y Gabriel se metió a detenerlos, a uno pudo empujarlo y mientras ese retrocedía, el otro le lanzó un puño. Yo soy pacifista pero no idiota y cuando vi que el otro estaba recuperando el equilibrio y que iba hacia Gabriel, rodeé la mesa y me enzarcé con ese, lanzándole un golpe en el abdomen que lo dejó sin aire por unos segundos.
—¡Diego! —escuché que Gris gritó—. ¡Denny! ¡No!
Escuché más gritos de las otras chicas, las que estaban con ellos. Cuando uno se encuentra en una pelea física, a veces parece que la mente racional se desprende para dar paso a la instintiva. El deseo natural de protegerse nubla a la razón que pide no pelear; sentí un puño en toda la cara y la visión se me nubló un segundo, ahí quedé desorientado pero mi instinto me llevó a cubrirme la cara evitando un segundo golpe. Golpe que no tardó en llegar, esta vez en mi oreja derecha. Todo empezó a zumbarme y entonces el otro se alejó o lo alejaron, no lo sé, pero quedé solo. Parpadeé varias veces y vi a Gris que lo había agarrado por el cabello —que era considerablemente largo, he de agregar— y lo halaba hacia el otro lado; al haberlo tomado por la espalda, él no podía tocarla. Sabrá Dios de dónde sacó Gris el valor y la fuerza para agarrarlo así y arrastrarlo hasta su mesa, con voz dura le gritó a las chicas que los acompañaban que lo retuvieran, entre tres de ellas no lo dejaron volver. Miré alrededor, Diego tenía sangre cerca a su ojo y Gabriel en su labio pero los otros dos estaban en el suelo, concientes pero sin muchos deseos de levantarse, más bien miraban con ira a Diego y a Gabriel que aún estando lastimados, estaban en posición de defenderse si se llegaban a levantar de nuevo.
Gris, aún en su bikini negro, los tomó a los dos de las muñecas y los haló hacia atrás, ellos se resitían a dejar de mirar a los dos del suelo y tenían sus puños apretados. La fuerza de menos de metro setenta de Gris no pudo arrastrarlos y yo, que estaba solo a un par de metros, me acerqué.
—Vámonos —gruñó Gris..
Esta vez, los problemáticos no dijeron nada. Aparte de esas dos mesas, solo estaban los dos empleados del lugar y una pareja en la esquina que no intervino para nada, el resto de gente seguía en la piscina, algunos mirando desde esa distancia pero nadie con intención de decir o hacer cosa alguna.
Llegué a Gabriel y pudo ser una cuestión de orgullo herido y dignidad, pero sin vergüenza alguna lo tomé de la mano para sacarlo de allí. Gris hizo lo mismo con Diego y cuando él cedió, vi que ella llevaba sus ojos llorosos.
Gris soltó a Diego y tomó su bolsó y mi mochila, metió sin orden alguno todo lo que estaba en nuestra mesa —las toallas, los zapatos, la ropa, los teléfonos y dos gafas de sol— en ellos y se colgó ambos al hombro. Descalza, caminó, empujando a Diego hasta el auto.
Me subí en el lado conductor y Gris se sentó en el copiloto, a diferencia del viaje de ida en el que se había ido atrás con Diego. Estaba molesta y la tensión nos había dejado a todos en silencio, aunque ella era el eje de todo pues todos estábamos pendientes de ella.
Conduje fuera de la piscina y unos minutos después estacioné en una gasolinera amplia y al parecer abandonada a un lado de la carretera, necesitaba respirar un poco. Gris giró su cara entonces y miró hacia atrás, a Gabriel y a Diego.
—¡¿Qué mierda estaban pensando?! ¡¿No podían hacer caso cuando dijimos que nos fuéramos?!
—¡Escuchaste cómo los llamó ese imbécil! —bramó Diego.
—¡¿Y?! Que digan lo que les de la gana, ustedes no tenían por qué responder. —A Gris le bajó una lágrima y se la secó con ira. Pude notar cómo los dos de atrás, al igual que yo, bajábamos la mirada. Ella se dirigió a Diego—. Pásame tu sudadera y mis zapatos.
Él obedeció y sacó eso de la mochila. Ella se puso ambas cosas y me pidió que abriera el maletero del auto. Oprimí el botón sin preguntar para qué y ella se bajó, la sudadera le cubría hasta la mitad del muslo y su cabello estaba desordenado al estar recientemente salido de la piscina.
—Está furiosa —dijo Diego—. Está furiosísima.
—¿La sientes? —Él asintió—. Ella me sacó a ese tipo de encima —dije—. Me habría golpeado más si no hubiera intervenido.
—No es tan débil como parece —apostilló Gabriel—. Puede que...
Sus palabras quedaron a medias cuando la puerta de su lado se abrió bruscamente. Gris estaba allí con el botiquín en sus manos; con su ceño fruncido y su mirada seria, sacó el algodón y el spray desinfectante.
—Acércate.
Gabriel sacó las piernas del auto y la miró desde abajo. Ella le aplicó con cuidado del líquido en el labio, Gabriel emitió un jadeo adolorido pero no se quejó en voz alta. Ella le pasó el algodón y limpió de nuevo, cuando dejó de sangrar, dio la vuelta al auto e hizo lo mismo con Diego pero en la esquina de su ojo, cerca a la ceja.
—Cristal... —intentó decir él.
—Sshhhh —lo calló.
Cuando terminó, volvió a su asiento y me miró a mí. Yo no me había mirado en un espejo y de la misma adrenalina no sentía gran cosa pero cuando ella se acercó y me aplicó el spray sobre la mejilla, sentí el ardor y supe que allí sangraba cuando vi el algodón teñido de rojo.
Todo sucedió en poco más de diez minutos y en completo silencio; Gris pese a estar enojada y con deseos de llorar, nos cuidó a todos. La amé en ese momento más que nunca.
Cuando terminó conmigo guardó todos los algodones sucios en una bolsita y el spray en su botiquín.
—Busquen sus camisetas —ordenó. Me sentí como un niño pequeño ante el regaño de su madre y creo que los tres nos sentíamos así pues obedecimos sin chistar. Gabriel me pasó mi camiseta y me la coloqué—. Llévenme a casa.
Ninguno tuvo las palabras para hablarle, no sabía precisamente qué pensaba o qué sentía, solo sabía que estaba muy enojada. Prendí el radio de vuelta a casa solo para no ir en completo silencio, pero la tensión se sentía en el pequeño auto. Cuando llegamos a casa de Gris, ella tomó su bolso y sin mirar si todas sus cosas iban allí, se bajó, solo abrigada por la sudadera de Diego y con el bikini debajo; me pregunté qué iba a pensar su madre cuando la viera llegar así. Sus ojos estaban rojos, en parte por el cloro de la piscina y en parte por su estado de ánimo. Diego se dispuso a bajarse.
—Voy a entrar sola.
—Pero...
—Necesito estar sola, Diego. —Cerró la puerta del auto y se asomó por la ventana, emitiendo un profundo suspiro—. No estoy molesta con ustedes —aseguró, aunque sonó más tranquilizante que sincero— solo estoy algo abrumada... por todo.
Solo entonces caí en cuenta de que Gris, al igual que Diego, tenía esa capacidad de sentir las emociones ajenas y por la forma en que se dieron las cosas, sobraba suponer que tuvo que absorber una cantidad enorme de emociones no del todo agradables.
—Nos vemos pronto —dijo Gabriel.
—Sí.
Sin muchos ánimos, Gris entró a su casa, con sus piernas descubiertas y pude notar que temblando, eran poco más de las siete de la noche y ya hacía mucho frío.
Conduje otro poco y dejé a Diego en su apartamento. Gabriel se sentó en el lado del copiloto cuando quedamos solos, era extraño pensar que el ambiente festivo y alegre con el que salimos de casa esa mañana había cambiado tan drásticamente a esto. Me detuve a una calle de su casa y apagué el motor, la ausencia de su vibración nos sumió más aún en el silencio. Lo miré pero él no me devolvió la mirada, solo enfocaba a la calle frente a él.
—¿Qué piensas?
—¿Te das cuenta de que todo eso pasó solo porque te abracé en público? —dijo—. Solo eso, Denny, un abrazo y un beso en la mejilla.
Yo también lo había pensado pero había evitado decirlo en voz alta porque me dolía, solíamos hablar seguido con Gabriel de los posibles escenarios que tendríamos que afrontar en la sociedad pero creo que hasta ese día no fuimos conscientes realmente del alcance del rechazo y el odio hacia la homosexualidad. Solo éramos pareja en casa, a puerta cerrada y a veces en Bluest pero allá era normal, sin embargo, ese día habíamos estado en el "mundo real" y parecía que era más complicado de lo que pudimos imaginar.
—Sí, lo sé.
Cuando habló de nuevo luego de una pausa larga, su voz estaba quebrada y muy baja.
—Cada día me planteo el dejar de esconderme porque te amo tanto, Denny, que no me cabe a veces en la cabeza el porqué oculto lo que me hace tan feliz. Pienso que hay muchísimas relaciones dañinas en el mundo que se viven a los cuatro vientos y nadie dice nada, y luego estamos nosotros que tenemos algo bonito y lleno de amor y es completamente injusto tener que vivir bajo una roca para poder estar tranquilos solo porque a los demás no les parece. —Aclaró la garganta y suspiró—. También me imagino a mí mismo diciéndole a todo el mundo que te amo y que eso no me duele ni me pesa ni me hace menos persona, que al contrario, me da razones para levantarme feliz cada día... y luego pasa algo así y me pregunto si algún día podré hacerlo o si realmente vale la pena hacerlo.
Sonaba tan desolador, tan roto, tan cierto... temí que lo siguiente a esas palabras fuera un rompimiento, que Gabriel se diera cuenta de que no debía estar conmigo y me dejara. Temí que cada vez que saliéramos juntos pasara lo mismo y tener que ver esa mirada desesperanzada de su rostro me sonaba como un castigo eterno por un crimen que no cometimos. Yo tenía ahora a Gris y a Diego de mi lado, tenía su apoyo y recordé lo solo que me sentía cuando nadie lo sabía; Gabriel debía de estarse sintiendo así de mal en ese momento, con la incertidumbre y el peso de sus decisiones, no incorrectas, pero sí más complicadas.
—Las cosas mejoran —dije—. Puede que no ahora, pero lo harán. Los puentes hay que cruzarlos uno a uno, Gaby, no podemos dejar que un par de piedras de más en el camino nos saquen de la ruta.
Gabriel suspiró, decaído.
—¿Y si nos quedamos solos, Denny?
—No nos quedamos solos, nos quedamos juntos —objeté—. Yo no voy a dejarte, y si el mundo te da la espalda, me la dará a mí también porque esto es de los dos. Entiende, yo no puedo imaginar mi vida sin ti ahora... —Mi respiración empezó a desestabilizarse y me mordí el labio inferior—. Si nos cruzamos con más gente como los de hoy, les hacemos frente juntos, el dicho dice que la unión hace la fuerza y me tienes a mí, tienes a Diego y a Gris.
Gabriel se giró y levantó su mano para tocar mi mejilla, alrededor de donde tenía la herida. Miró específicamente esa herida y negó con la cabeza.
—No me gusta verte así y por mi culpa.
—No es tu culpa.
—Si no te hubiera abrazado...
—No es tu culpa —insistí— y punto. Tú no eres responsable de las reacciones y el odio de los demás y tus acciones no deben depender de lo que los demás puedan pensar o decir.
Irónicamente, eso mismo me había dicho Diego. En otro contexto, sí, pero más o menos lo mismo.
—Eres todo para mí, Denny y no voy a dejarte. Simplemente esta situación me gana a veces.
—Lo sé, a mí también. Pero decidí a consciencia estar contigo, así que asumo lo que sea que venga con ello.
Gabriel rió por lo bajo y buscó mi mano para tomarla.
—¿Qué le pasó al Denny inseguro y que buscaba consuelo en lugar de darlo?
Con una sonrisa sincera, le respondí:
—Se enamoró perdidamente.
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