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O n c e

#ÚltimoCapítulo

#Final

♥ Las  lágrimas las dejan a la izquierda  y sus comentarios a la derecha ♥

Tuvimos la infortunada casualidad de que la graduación de Gabriel y la mía fueran el mismo día, solo con una hora de diferencia. La mía era a las tres y la suya a las cuatro.

Cuando Gabriel me contó de que le había confesado todo a Luka y que se lo había tomado de la mejor manera, me sentí genial. Estuve feliz por él y porque sabía lo importante que era su amigo en su vida, especialmente luego de todo lo ocurrido con su familia.

Tuvimos un pequeño dilema al ver los horarios de las graduaciones, queríamos todos estar en ambos lugares al tiempo pero al ser imposible intentamos dividirnos, por horrible que suene. Diego y Gris aún tenían dos años de preparatoria antes de graduarse así que solo era por nosotros dos. Decidimos al final que Diego y Gris estarían apoyando a Gabriel en su ceremonia desde temprano, y que mamá y papá irían a la mía, esperando a que fuera rápida y pudiéramos salir casi volando hacia el colegio de Gabriel para al menos alcanzar a verlo arrojar el birrete.

La verdad era que en mi colegio no tenía muchos motivos para asistir a mi grado más que el anhelo de mis padres de verme con toga y recibiendo mi diploma; no puede decirse que tenía amigos del alma o algo similar así que asistir fue más por ellos dos que por mí.

La ceremonia sería en ambos colegios en su aula más grande, en mi caso la que se usaba para las clases de teatro y el coro y en el caso de Gabriel, en el campo al aire libre tras las instalaciones.

Esa tarde a eso de las dos, Gabriel estaba en la sala de mi casa con Gris y Diego, que estaban con un poco más de tiempo pues él debía estar una hora después en Crismain, yo estaba acabando de vestirme para salir.

Me estaba colocando mi saco negro cuando abrieron la puerta a mis espaldas; era Gabriel, que también estaba vestido elegante pero no se había colocado aún el corbatín del traje.

Me miró de pies a cabeza y sonrió.

—Es bastante irónico que cuando más admiro cómo te luce algún traje, es cuando más ganas tengo de que te lo quites.

Se acercó y me besó suavemente en los labios.

—Deberías dedicarte a la poesía —dije con sarcasmo—. Y de paso diré que el traje no te luce mal tampoco.

Yo había acomodado mis manos en su cintura y él tenía las suyas en mis hombros. Me acarició con ternura la mejilla, como tantas veces hacía últimamente. El negro azabache de su mirada brilló y el par de sutiles hoyuelos alargados en sus mejillas se marcaron cuando sonrió.

—Nunca dejaré de admirar el azul de tus ojos, son preciosos. —Hizo una pausa y suspiró—. Estoy orgulloso de ti, Denny y agradecido de que estés conmigo. Y no sé qué tanto dure un siempre viniendo de alguien que solo ha tenido un amor en su vida, pero te amaré por el siempre que la vida nos tenga preparado.

Nuestros rostros se acercaron solos para degustar los labios del otro y sellar esa promesa que él proponía y que yo aceptaba, fue bastante inocente y dulce... hasta que un relámpago repentino nos hizo separarnos; era Gris que nos había sacado una foto con mi cámara. Blanqueé los ojos.

—Esta me quedó hermosa —dijo, mirando la toma en la pantalla de la cámara—. Ahora una mirando acá.

No era muy fan de las fotos, pero estábamos tan bien vestidos y era un día tan especial que no objeté, sino que me ubiqué al lado de Gabriel y ambos sonreímos ampliamente para otra foto. Con el tiempo persiguiéndonos, porque claro, nos agarró el tarde, nos tomamos todos fotos con rapidez; con mis padres, con Gris, con Diego y finalmente, pusimos la cámara con temporizador y nos tomamos una los seis.

Salimos con mis padres en su auto y llegamos a tiempo; partimos caminos dentro del estacionamiento, ellos hacia el teatro para tomar lugar y yo al salón donde nos reunimos todos los de la clase antes de dar inicio al evento.

Entré feliz y sintiéndome tranquilo. Vi a Joshua y a Diana en una esquina y ambos me miraron con algo de desdén, pero esta vez no les agaché la mirada, es más, la sostuve y les sonreí hasta que fueron ellos los que desviaron la atención.

Charlie y Damian se acercaron a mí.

—¿Feliz por librarte de la preparatoria, Keiller? —preguntó Damian. Era fácil ver la emoción que tenían del día en general.

—Por supuesto, no es que quisiera quedarme para siempre acá.

—¿No nos vas a extrañar? —dijo Charlie con clara burla. Negué con la cabeza.

—No voy a extrañar absolutamente nada.

Dimas levantó su mano derecha.

—Entonces chócala porque nosotros tampoco.

Reí y choqué la palma con él. En ese momento no éramos lo que se llama amigos, pero dejar las diferencias de lado por una hora hasta que me dieran me diploma no sonaba nada mal para mí.

Las palabras del director del colegio se me hicieron eternas y por estar pendiente cada diez segundos de mi reloj, no les puse atención. Seguro fue algo sobre el futuro y las puertas que se abren, yo que sé.

Cuando las eternas habladurías de dos maestros acabaron, ya eran las tres y cuarenta minutos, mis piernas empezaron a moverse mientras permanecía sentado en la segunda fila y a cada estudiante que llamaban sentía que lo hacían con más lentitud. Afortunadamente, Keiller estaba a mitad de la lista y no de últimas, aunque hubiera agradecido solo por esa vez tener un apellido que iniciara con A.

Pasé, estreché la mano del director, de seis maestros, recibí mi diploma y me ubiqué rápidamente para la foto frente a la bandera escolar mostrando el cartón. Se suponía que debía cruzar el escenario y volver a mi lugar para esperar más palabras del director y de una de mis compañeras que fue la elegida para el discurso final, pero obviamente no iba a esperar a eso. Cuando llegué a la fila de sillas donde había estado yo, seguí de largo llamando la atención de un par de profesores y varios compañeros; no les puse atención y cuando iba cerca de la salida, mis padres ya estaban también más afuera que adentro.

—Son más de las cuatro —exclamé con preocupación mientras nos subíamos al auto.

—Llegaremos a tiempo, no te preocupes. —Las palabras de papá no me tranquilizaron de a mucho realmente y le pedí con gentileza que acelerase.

—Felicidades, recién graduado —dijo mamá sonriendo desde el asiento del copiloto luego de un rato de ir en camino—. Estamos orgullosos, hijo.

—Gracias... a ambos.

Esperaba que el hecho de que el apellido de Gabriel empezara con una de las últimas letras del abecedario, ayudara a darnos tiempo de llegar para verlo subir por su diploma... Gris prometió grabarlo por si no llegaba, pero no quería ver el video, quería estar allí.

Saqué mi teléfono y le marqué a Gris. Me contestó en un susurro:

¿Ya casi llegan?

—Estamos a unas cinco calles, ¿cómo va todo?

Van por el apellido Martin, pero quedan solo como seis estudiantes, entre ellos Gabriel. Estamos del lado derecho, hasta atrás.

—¡Ya casi llegamos!

Colgué y miré a papá que sorteaba como podía los autos. Estábamos a solo dos calles pero el semáforo estaba en rojo. Quedamos de terceros en la fila y para nuestra enorme fortuna, el auto de adelante entró en discusión con un motociclista, creo que casi chocan y por eso los gritos. El conductor se había bajado y aleteaba al motociclista, señalando su puerta, gritando algo de que se lo había rayado. Cuando el semáforo cambió a verde, ninguno parecía querer arrancar y los claxon de todos atrás empezaron a formar el caos.

—De seguro no tarda mucho...

Me olvidé de la voz de mi padre y me bajé del auto para correr hacia Crismain, sabía que así me iba a rendir mucho más y así fue; en menos de tres minutos vi el edificio e ingresé —por motivo de graduación, las puertas estaban abiertas— corriendo hasta la parte trasera donde la gente se aglomeraba. Fue fácil encontrar a Gris y a Diego pues eran de los pocos que estaban de pie y la melena rubia de Gris destacaba.

Llegue a su lado cesando y sudando, solo entonces noté que no me había quitado aún la toga, pero no me importó.

—¿Y mis padres? —preguntó Diego.

—Se... atascaron en un... semáforo. —Inspiré hondo una vez para recuperar el aliento y luego enfoqué la baja tarima que estaba bien adelante, donde los estudiantes pasaban—. ¿Me lo perdí?

—No, no ha pasado.

Sanders, Gabriel. —Se escuchó en el micrófono.

Todos —con formalidad— aplaudieron, igual que con los demás, pero a Diego se le salió lo imprudente y chifló, llamando la atención de mucha gente que giró a mirarlo. Como siempre, le valió un pimiento la mirada y siguió chillando; desde la distancia, levanté mi mano para que Gabriel viera que yo estaba ahí con él y él sonrió tan ampliamente que desde mi lugar pude ver el brillo de su sonrisa... aunque puede que tal vez se hubiera avergonzado por el escándalo de mi hermano. Sus profesores nos observaron con un reproche implícito y Diego se calló por fin.

Gabriel era el último de la lista de su clase y con él, se acabaron las entregas de diplomas. Luego de eso, mis padres llegaron y las cortas, más concisas y apropiadas palabras de su director, sí las escuché:

—Queridos maestros, familiares y amigos, estos son nuestros graduados, generación 2017. —El lugar prorrumpió en una aplauso y una ovación y bulla de los mismos estudiantes. Cuando la algarabía cesó, el director retomó:— Estimados estudiantes, que este diploma sea solo un pequeño ladrillo en la vida que quieren construir, atrévanse a soñar y a dejar que esos sueños vuelen alto, persíganlos y luchen por ellos. Están en la edad de enamorarse de la vida y de empezar desde cero lo que los va a definir de ahora en adelante. Espero que todos se lleven un buen recuerdo de Crismain, de sus compañeros, de sus maestros y de los lazos que han formado dentro de la institución. Les deseo que la perseverancia la lleven siempre en sus bolsillos y que el éxito los siga a todas partes. Felicitaciones a todos por este nuevo logro que han alcanzado —Hizo una ligera pausa dramática y todos en el lugar, sin excepción, sonreímos—. ¡Oficialmente son bachilleres graduados!

Aplausos de nuevo y los más de cuarenta graduados se pusieron de pie y lanzaron su birrete al aire, corrieron abrazos entre ellos, lágrimas entre unos cuantos, sonrisas inacabables y luego cada uno o en grupos, se iban repartiendo entre sus familiares para llenarse de más abrazos. Estando tan atrás, el caminar hacia donde estaban todos parecía una odisea, así que Diego prefirió no hacerlo.

—Yo lo voy a esperar acá —sentenció. Gris blanqueó los ojos.

—Nosotros sí vamos —aseguró mamá, papá asintió y Gris se nos unió.

Yo me adelanté, sorteando con más agilidad a las personas y las sillas ya desocupadas de los asistentes; quería ser el primero de nosotros en felicitarlo y en darle un enorme abrazo.

A mitad de camino, lo vi buscando también la manera de caminar hacia atrás; le dio un abrazo a un par de compañeros y a un par de compañeras en el camino. Cuando me vio, dejó de saludar gente y empezó a andar en mi dirección; creo que nunca dos personas han compartido una sonrisa más grande que las nuestras en esa pequeña pasarela.

Estaba feliz por la graduación, por estar allí, por los diplomas; incluso el tener mi toga puesta me ponía de buen humor. Siempre me había dicho a mí mismo que una graduación solo era un cartón que le daban a uno, pero estando allí y sintiéndome muy afortunado, me dije que no era solo eso, que la graduación era una representación de más de doce años de estudio, de tareas, de maestros, de amigos, de aventuras, actividades y amores.

Cuando el camino nos encontró a ambos en la mitad, me dispuse a abrazarlo, estiré mis brazos para recibirlo pero él no hizo lo mismo; a cambio de eso, hizo la graduación más perfecta aún al halarme de las manos y plantarme un beso allí frente a todos.

La sorpresa me tuvo con los ojos abiertos los primeros dos segundos, pero cuando sentí sus brazos aprisionándome con determinación y sin miedo, los cerré para disfrutar de lo que fue nuestro primer beso en público. Me besó con insistencia, varias veces y con una sonrisa constante entre beso y beso. Fueron los quince segundos más mágicos de mi vida hasta entonces y me di cuenta de que no me importaba si al abrir los ojos teníamos a medio colegio mirándonos mal porque no se trataba de ellos, ni de nadie, se trataba de nosotros. Solamente de nosotros.

Subí mis manos a su cabello y las deslicé hasta su mejilla. Entreabrí los ojos y él tenía los suyos también a medio cerrar, su nariz rozó con la mía.

—A partir de hoy, no serás mi novio a escondidas —declaró—. Todo el mundo debe saber que te amo.

No supe qué decir y solo asentí, realmente complacido y enamorado y deslumbrado y cualquiera de sus sinónimos existentes en cualquier idioma.

Los cambios de perspectiva de una persona no siempre toman mucho tiempo, el estar con la certeza de que algo es real y luego saber que no lo es solo es cuestión de activar un interruptor que haga cambiar de opinión por el grosor de la realidad. Siempre había supuesto que sería terrible e incómodo ser una pareja en público con Gabriel pero esa percepción no era del todo por la reacción del mundo sino por mi reacción a su reacción.

Cuando me separé de Gabriel y vi, efectivamente, a varios ojos sobre nosotros, unos más amables que otros, y no me importó en absoluto lo que pudieran cuchichear al vernos, supe que las cosas no eran tan terribles como lo imaginaba.

Mis padres abrazaron a Gabriel y lo felicitaron, al igual que Gris que le dio un beso en la mejilla y Diego, que después de todo se nos unió y le dio un apretón de manos; fue más de lo que esperábamos de él.

—Vamos a cenar afuera hoy —propuso papá—. Yo invito, debemos celebrar.

Accedimos y ambos nos quitamos la toga; Diego iría en la moto con Gris y nosotros cuatro en el auto. Íbamos ya saliendo cuando Gabriel pareció recordar algo y se detuvo, hice lo mismo.

—Ya salimos, señor Keiller —informó—. Debo presentarle a Denny a alguien.

Dimos media vuelta y Gabriel me tomó de la mano, entrelazando nuestros dedos sin intentar esconder esa muestra de compromiso. Dios, lo amaba tanto... era casi insano.

Buscamos entre los estudiantes que no habían salido aún y Gabriel dio con Luka con rapidez. Caminamos hacia él y su amigo no pudo disimular la mirada indiscreta que le dio a nuestras manos unidas, no me importó porque luego sonrió.

—Ya se conocían —empezó Gabriel—, pero no formalmente. Así que, Luka, te presento a Denny, mi novio. —Luego me miró—. Amor, él es mi... —titubeó y con seguridad, añadió—: mi hermano de otra sangre.

—Eso nos convierte en cuñados —bromeó Luka—. Gabriel me dijo que también te graduaste hoy, felicidades.

—Gracias, igualmente.

Fue sencillo sonreírle a Luka y luego fue más sencillo sonreírle a su abuela cuando me presentó y fue una maravilla ver al hermanito de Luka, que este le dijera que yo era el novio de Gabriel y que él solo respondiera que mis ojos eran muy azules sin hacer más preguntas ni verlo como algo extraño. Fue normal, fue genial, no me sentí diferente y ninguno de ellos me hizo sentir raro.

Salimos a cenar esa noche a un restaurante medio fino. La comida fue tranquila pero divertida entre anécdotas de mis padres sobre Diego y sobre mí; hubo un momento en la velada en que dejé de escuchar sus voces y solo me concentré en los pensamientos que me decían que no podía ser más afortunado ahora.

Descubrir a Gabriel a mis diecisiete años fue como hallarme a mí mismo, fue saber quién era realmente, fue obtener la mayoría de respuestas a la cantidad innumerable de preguntas que siempre me acechaban, fue conocer el amor en el estado más puro y devoto que existe.

Conocer a Gris fue una explicación de la vida sobre lo que la amistad puede lograr en una persona, encontrar el apoyo incondicional de mis familiares fue otra prueba del amor verdadero que muchos dicen que no existe. Fue un año completo de cosas nuevas; fue el año en que más lloré, en que más reí, en que más perdí gente y también cuando más gané.

El futuro es incierto para todas las personas del mundo pero atormentarse con las posibilidades no es bueno, es mejor dejar que la vida sorprenda y asombre.

Necesitamos que ese destino al que le tememos nos agarre desprevenidos y nos de tres vueltas, que nos despeine, que nos golpeé, que nos haga llorar por las cosas malas y sonreír por las maravillosas, necesitamos de esos momentos en que reímos hasta el dolor de estómago, esos besos que encienden chispas y esas noches íntimas que provocan incendios, necesitamos amor y miedo y valentía y familia... especialmente familia. También necesitamos obstáculos y muros que nos dificulten la subida, eso hace que la llegada sea más glorificante.

Yo necesitaba a Gabriel y su amor y su entrega y su alma y su cuerpo; necesitaba a mi alma gemela y a mi hermano gemelo, a mis padres que vivían en techos distintos pero con un solo corazón dentro del pecho, necesitaba mis sueños y mis ganas de volar, necesitaba esas lágrimas que me faltaba derramar y los besos que aún debía dar, necesitaba el tiempo, la juventud, las fiestas, el baile, el baloncesto, necesitaba todo lo que pudiera hacerme feliz y lo que no también, porque necesitaba el balance de la perfección.

Y en ese momento, en la cena luego de mi graduación, sonreí al ver que lo tenía todo. 

FIN


♥ Falta el epílogo, espérenlo ♥

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