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D i e c i o c h o

Leyendo extensas y cortas definiciones del amor encontré que hay muchas maneras de verlo. Unas decían que era estar en las buenas y en las malas, otras que era ver hermoso al otro par sin importar qué, otras decían que era la imposibilidad de vivir sin esa persona, otras decían que era el matrimonio, otras que el amor era Dios y así, muchas más definiciones.

Yo concluí que el amor no solo es romántico o espiritual como siempre lo pintan, a veces incluso el amor es una persona y no un sentimiento. El amor puede ser el conjunto de cabello, ojos y boca, trazando la línea en la columna y poniendo puntos en las pecas, haciendo curvas en la sonrisa y dibujando en cada centímetro de piel para colorear con cada matiz de la personalidad del ser amado. Y poder apreciar todo eso en una persona, no necesariamente era un amor romántico, era más la apreciación de alguien con todo lo que es, todo lo que no es, lo que le falta y lo que le sobra, encariñarse con un alma y acostumbrarse al cuerpo que la representa.

Para mí, el amor era Grishaild Judran.

Había enfermado ese fin de semana; según mi hermano se habían ido en la moto a no-sé-dónde y les agarró la lluvia, así que estaban compartiendo una gripe cada uno en su casa. Fui a visitarla, claro y a ofrecer mi ayuda o mi compañía. La encontré en cama, sin muchos ánimos de nada, con la voz disfónica y la nariz tapada y cuando en ese momento en que llegué, la vi bonita y la quise más, supe que ella era una de mis definiciones de amor, y de las definiciones más bonitas: el amor puro y desinteresado.

—¿Me pasas mi computadora, por favor? —pidió, luego de atender una llamada.

Yo tenía en realidad mucha curiosidad por la llamada porque se le había cortado y luego quiso mirar su computadora. Soy curioso y quería saber qué hacía pero me daba pena preguntar directamente, no deseaba lucir como un chismoso; intenté que me dijera por ella misma:

—¿Pregunto? —Así, casual.

—Oh, no es nada del otro mundo. Le ayudo a una chica con un detalle para su amor.

Así que esa chica era quien la había llamado. Tenía mi respuesta, pero solo despertó más preguntas.

—¿Cómo es eso?

—Bueno, le ayudo a las personas con sus detalles de amor y declaraciones y eso. Gracias a eso tengo tantos libros —Señaló su basto librero—, si no, no podría comprarlos.

Según entendí, cobraba ¿libros? por ayudar a la gente a ser romántica. Nunca había escuchado algo así y sonreí, Gris no dejaba de sorprenderme.

—¿De dónde sacas las ideas?

—De los libros, las películas, deseos subconscientes de lo que jamás me pasará a mí —respondió con un deje de burla.

—Eres una romántica oculta. —Hice una pausa en que la vi sonreír con algo de nostalgia—. Y una emprendedora de negocios.

—Oculta no, Denny. Lo soy a los cuatro vientos y con mi único novio fui una romántica en todo su esplendor... y como ves, no me salió bien.

Recordé que su novio la había engañado y sentí rencor con ese chico. Gris era... perfecta, ¿cómo alguien podía hacerla sufrir así? Opté por cambiar de tema, ya que ese era complicado para ella.

—¿Y cómo salen las declaraciones que organizas para los demás?

—En su mayoría bien, soy buena en esto de las cursilerías. —Su buen humor volvió—. Los detalles deben ser únicos y llenos de amor. Yo pongo la originalidad, ellos o ellas, ponen el amor.

—¿Cómo es que no tienes novio? —ironicé—. Eres como una Cupido, si yo fuera tú, conquistaría a quien yo quisiera. Pero no lo soy.

No pude evitar pensar en Gabriel y en el brillo que tendrían sus ojos si yo le diera algún detalle genial.

—Aún no encuentro a ese alguien a quien quiera conquistar —admitió Gris—. Lo intenté con Chris, creía que había resultado, pero pues... Creo que en cuestiones del amor, me va mejor en relaciones ajenas. Cupido siempre anda solo, quizás yo también lo esté.

—No vas a ser Eternamente Cupido —afirmé—. La vida tiene a alguien destinado a ti. —Y lo tienes enfrente, quise agregar.

—Quizás mi alma gemela nació en China y por eso nunca la conoceré.

—China solo está a un viaje por el mundo, no seas pesimista. —Era irónico e hipócrita que justamente yo le estuviera diciendo eso y me sentí mal por... bueno, de cierta manera la estaba engañando. Desvié los ojos a la pantalla de su computadora y añadí:— ¿Y qué va para esa chica?

—A su amor le gustan las mariposas —respondió de inmediato—. Tiene como una obsesión con ellas; lo supe porque cuando me acerqué, estaba dibujando una y cuando le pregunté de manera casual, empezó a hablar apasionadamente de ello y me mostró muchos dibujos.

Me extrañé de pensar que a un hombre le gustaran las mariposas de esa manera.

—¿Y le dirás que le regale una mariposa a un chico?

—La chica.

—¿Qué?

—Es una chica. Conquista a otra chica.

—Oh —farfullé, sintiéndome de repente acalorado—. ¿No es más difícil así?

—Lo es —admitió, sin notar mi cambio. No es que fuera yo, pero el tema aún me era extraño, aunque ella lo decía con tanta naturalidad—. La chica, a la que le gustan las mariposas, viene de familia extra religiosa y Karla, la que me llamó, lo sabe.

—¿Y planea hacer que le cuente a su familia? —objeté, de alguna manera indignado—. Eso no es fácil.

—No. Está dispuesta a ser su novia en secreto. —Hizo una pausa en que su concentración se fue de la pantalla; por un momento pensé que me iba a preguntar qué opinaba yo y me aterré, no sabría qué responder, pero entonces, sin mirarme, empezó a hablar—. Es tan puta la vida cuando uno no puede amar libremente; digo, sería genial que una lesbiana pudiera llegar a casa con su novia y presentarla como si fuera un chico y no tener que pasar por esa charla incómoda de confesar sus preferencias. Si el mundo se preocupara más por la felicidad propia que por la aceptación ajena, habría más parejas enamoradas y menos corazones oprimidos.

A pesar de que no era así, sentí como si Gris me estuviera diciendo eso a mí sabiendo de mi caso y como si de algún modo, con ese sexto sentido de las mujeres, supiera que yo estaba enamorado de un chico. Me obligué a tragarme el nudo en la garganta.

—¿Crees que eso sea posible?

—No —sentenció—. La realidad es que no. La gente hundida en su egoísmo y en sus prejuicios dados por miedo o rechazo a lo desconocido, dejan la felicidad de un lado. Apartan los colores de su vida para tratar de encajar en el tono igualitario de la sociedad.

Mordí mi labio y pensé en sus palabras, tenía tanta razón que pensé que me estaba leyendo la vida en los ojos. Eso era lo que yo buscaba: encajar, y si bien no quería quitar los colores de mi vida representados paradójicamente en la mirada oscura de Gabriel, buscaba incesantemente la manera de hacer ambos: de tener a Gabriel y de tener normalidad, pero no veía el daño que le hacía y que me hacía yo en el intento.

La tarde con Gris se pasó volando; esa tarde le conté de mi hermana, de Sarah, que se había ido hacía algunos años de la casa con un novio y no había vuelto. Era adolescente aún y mamá y papá aún sufrían su partida. Me conecté con Gris a otro nivel cuando le abrí el cajón de las verdades familiares que nadie más que nosotros sabía, en ese momento, la sentí realmente mía y parte de mí.

Con todo lo que Grishaild era y lo que yo era estando con ella, ¿cómo era posible no sentir que la amaba?

La maduración mental de las personas llega a distinta edad dependiendo las circunstancias, pero si algo sé es que todos la tenemos. Es ese momento en el que tu mente exige a gritos un cambio, cuando te preguntas constantemente qué es y qué será de tu vida si no tomas acción y al no tomarla, te sientes un inútil cuya vida se desperdicia en el diario vivir. Algunos la llaman "la crisis de los 20, de los 30, de los 40 o de los 50", para mí, fue La crisis de las dudas existenciales adolescentes y amorosas.

A pesar de que relativamente era joven y que tenía toda una vida por delante, el tiempo me asfixiaba; la manera en que corría sin que yo cambiara nada y la forma en que sentía que se me deslizaba de las manos con cada hora que pasaba amando en secreto a Gabriel, me ahogaba.

Empecé a tener una necesidad constante de decírselo a alguien, de poder compartir mis sentimientos con alguien ajeno a Gabriel y más que nada y egoístamente, sentía la necesidad de que alguien que no fuera Gabriel me dijera que yo era normal y que todo estaría bien, que dejara de ser tan dramático y le contara la verdad a Gris y al mundo.

Las posibilidades de que eso pasaran eran muy leves, pero quería pensar que era posible de algún modo.

Así que ese viernes de la semana siguiente me decidí a contarle a Diana. Pensé primero en Joshua pero dentro de mí supuse que para una mujer es más sencillo de aceptar... bueno, en realidad me daba miedo que Joshua lo tomara mal, era un muy buen amigo y si bien Diana también lo era... pues no era Joshua.

Aprovechando la manera en que la vida interfiere para ponerse de nuestro lado, usé la suerte de que Joshua no hubiera asistido a clase ese día para estar a solas con Diana. Al salir de clases le dije que fuéramos a tomar algo; en la cafetería a donde fuimos a parar no hallé el valor de decirle nada, hablamos de Joshua, de sus amigas, del colegio, de la vida y de ovnis, pero no de lo que yo debía decirle sí o sí. Finalmente me ofrecí a acompañarla a casa.

De todos mis amigos, la casa de Diana era la más lejana pero no le vi inconvenientes y en el trayecto en bus busqué mil maneras de sacar el tema.

En la sala de su casa, donde su abuela y sus cuatro primitos estaban casualmente de visita, no encontré oportunidad para mi confesión y me retracté de la idea de que el mundo conspiraba a mi favor.

El día empezaba a oscurecer y la mamá de Diana, de manera muy sutil y amable, me preguntó por qué no estaba en mi casa.

—Tu padre debe estar esperándote, ¿no, Denny?

Diana se sonrojó por el comentario que explícitamente me sacaba de su casa, pero yo sabía que no era con malas intenciones, la señora me apreciaba pero siendo casi las 6, era normal que ya deseara las visitas afuera. Mi amiga me acompañó encarecidamente a la puerta y se ofreció llevarme hasta la estación de buses.

Hasta ese momento le estaba prestando atención a nuestras conversaciones pero cuando el tiempo se acababa, dejé de escuchar y solo oía el martilleo de urgencia que mi subconsciente me daba de que era ahora o nunca. La voz de Diana se percibía lejana y las palabras no parecían formar oraciones coherentes, imaginé mi mente enlazada con el corazón dando una cuenta regresiva como el temporizador de una bomba que no tiene vuelta atrás. Tic, tac, tic, tac...

Tres, mis manos temblaban. Dos, sentí la garganta reseca y tuve que carraspear. Uno, hablaba ya o callaba para siempre por miedo.

—Soy gay —solté.

Calló ipso facto. El martilleo en mi cabeza cesó y dio paso al silencio sepulcral, la ausencia de sonidos me llenó los oídos sumiéndome en el desespero. Diana se detuvo e hice lo mismo; había escuchado, estoy seguro pero optó por no decir nada aún. Instintivamente, y por la necesidad de hacer que el tiempo se moviera de nuevo, repetí:

—Soy gay.

Diana se sonrojó igual o más que yo. Desvió la mirada y empezó a retorcer sus manos, aclaró su garganta e intentó decir algo. En sus ojos color café pude ver reflejado el mismo rechazo que tantas veces me imaginé pero que esperaba no existiera. Me sentí fatal.

—¿Es en serio? —dijo, con un tono que evidenciaba que deseaba con cada parte de su ser que no fuera así.

Ahí sentí cómo una grieta pequeñita se abría en mi corazón.

Suspiré, resignado, ya sin nada qué perder. No le iba a decir que era una broma, no. Bastante trabajo me había tomado decirlo como para retractarme.

—Sí. Soy gay y... tengo novio.

Bien, mentí un poco, pero tenía que aferrarme a algo y en mi mente solo pude hallar el amor que le tenía a Gabriel para sacar valentía de donde no la había.

—Yo... mmmm. —Miró tras de mí—. Ahí viene tu bus. Adiós.

Y sin mirarme a los ojos, se alejó.

Lo que más odié de ese momento, fue la certeza de que Diana ya no me iba a ver igual. La quería tanto y me pregunté si con Joshua hubiera sido igual.

Eso es todo lo que tengo que decir del paso de Diana en mi vida, ella fue el primero de muchos pasos en falso y decepciones que tuve. Que tuvimos.

Esa simple reacción fue como una carta de presentación a la situación en la que estaría de ese día en adelante cada vez que quisiera usar la ilusión de libertad que deseaba tener.

Me sentí vulnerable y roto, me sentí solo y lo único que hice fue correr a los brazos de la única persona que me hacía sentir en mi hogar conociendo todo de mí.

—Puedes quedarte esta noche si quieres —ofreció, luego de que le conté.

Gabriel era otra de mis definiciones de amor, y también era de las más bellas: el amor correspondido.

Le pedí permiso a papá de quedarme en su casa y esa noche, mi Gabriel me consoló con el cariño de un amor tan sincero que solo ve por el bienestar del otro.

Ya en su habitación, pude pensar en lo que había pasado.

Cuando me atreví a enfrentar mi vida con ese pequeño paso de revelarle a alguien el verdadero yo, pude ver la ventaja de vivir en la mentira y en el secretismo, esa fantasía de ser libre dentro de uno mismo, es mejor que la dura realidad de no ser aceptado por los demás.

Y sí, lo admito, esa noche en los brazos de Gabriel, lloré tan fuerte que el alma se me desgastó pero también se limpió con cada lágrima.

Y dolió; pero maduré.

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