2: ☆Petricor☆
Significado:
"Es el nombre que recibe el olor de la lluvia, al caer sobre el suelo seco".
8 años antes:
Desde que tengo uso de razón, Isla siempre ha sido mi mejor amiga, justamente en este momento, me encuentro acostado con ella en su cama. Tengo once años y ella tiene nueve. Es la típica niña cliché que le teme a las tormentas fuertes. En cada temporada de lluvia y de mucho frío, dormimos juntos, ya sea en mi recámara o en la de ella. Eso si, nuestras madres no saben de este pequeño secreto que la castaña y yo, nos hemos construido desde hace ya un tiempo.
La alarma de mi teléfono sonó, ya era hora de irme a mi casa antes de que su madre venga a despertarla para el colegio. Me quité la pierna de ella, que tenía justamente en mi estomago y su brazo que estiró y ya no quitó de mi frente. Duerme como un remolino. Moví sus extremidades con sumo cuidado para no despertarla, como si fuesen piezas de jenga.
Tomé mi teléfono y la alumbré con la lámpara y ví como su boca estaba ligeramente abierta y un hilo de baba le escurría hasta su oreja derecha. Sonreí y abrí la cámara, le tomé una foto y la guardé para burlarme de ella más tarde. O cuando nos peleemos, tendré una arma con la cuál defenderme. Arrastré mi cuerpo perezoso hacía abajo de su cama, pero ella se removió y se estiró alocadamente, luego, frotó sus ojos con el dorso de sus manos y se incorporó con la ayuda de los codos.
—¿Que haces? —susurró con voz ronca y somnolienta. Hasta que abrió los ojos como platos—. ¡El examen! —se puso de pie tan bruscamente, que sus piernas le fallaron y la mandaron de bruces a su suave alfombra.
Me levanté rápidamente y corrí a levantarla y posteriormente la senté en su cama.
—Isla, ¿Estás bien? —ella asintió con preocupación, y yo ya sabia que era lo que la agobiaba —. Tranquila, Isla, no te preocupes, yo te ayudaré ha estudiar y verás que podrás pasar el examen del próximo mes —le recordé el tiempo que faltaba para que dejará de... ¿llorar? —. ¿Son reales o son las de cocodrilo? —bromeé, atrapando una lagrima que caía por su mejilla, pero ella no se lo tomó bien y siguió derramando más de sus saladas gotas oculares —. Oye, muñequita, ya no llores, lo siento mucho. Sólo bromeaba.
Suspiró entristecida y se acomodó entre los almohadones de su cama y me miró fijamente, con sus ojos mojados y su nariz roja. Sorbió sus mocos con poca delicadeza y luego suspiró con sentimiento.
—¿En verdad harás eso por mí? —hizo un puchero, y le sonreí. Llevaba puesto una pijama de Wonder Woman.
—Claro, eres mi hermanita y haría cualquier cosa por tí —me acerqué y le besé la frente, jalé su edredón de Bob esponja y cubrí su pequeño cuerpo del frío que se sentía por la mañana —. Ahora duermete ya, y ya no te preocupes por lo del examen. Aún tenemos tiempo de sobra y te pondré al día con esa materia. —le guiñé cómplice.
—Mi héroe. —apremió sonriéndome dulcemente.
—Mi princesa. —me levanté de la cama y caminé hacia la ventana, pero antes de abrirla ella susurró:
—Cuidado con la rama, siempre que tú la cruzas cruje y me da miedo que se rompa y te caigas al vacío. Más ahora que está muy mojada, por el aguacerazo que cayó en la madrugada.
—Descuida, lo hago excelente. Y la rama cruje por que yo peso más que tú, de hecho, tú ni siquiera pesas.
—Tonto. —me sacó la lengua de forma infantil.
—Duermete otro rato, son las cinco de la mañana, aún falta una hora para que venga tu madre a levantarte.
Bostezó agotada.
—Está bien, te veo en el colegio, Izan.
—asentí.
Mi madre y la madre de Isla, eran mejores amigas desde el instituto, es una amistad muy poderosa que las ha orillado ha nunca separarse. Itatí, la madre de Isaac, Ian e Isla, se casó primero que mi madre y cuándo mi madre contrajo nupcias con mi... el hombre que nos dió la vida a Ibaí y a mí. Itatí le dijo que la casa justamente a lado de ella, estaba en venta, así que mi madre no se lo pensó mucho y junto a ese señor, compraron la casa vecina.
Su mejor inversión y la primera y última vez en que su matrimonio coincidió en algo. En fin.
Cada vez en las noches, me pasaba al cuarto de mi pequeña traviesa para dormir con ella, específicamente como lo mencioné antes; en tiempos de lluvia. Ya que Isla le temía a las tormentas y los truenos.
Siempre crucé por el Árbol que divide nuestras casas, hay una rama grande y fuerte, que extrañamente conecta mi cuarto con el de Isla. Y que por otra extraña razón, nuestras madres ni hermanos, lo han notado y si lo hicieron, no han dicho nada al respecto.
Y eso sin duda, nos beneficiaba ha ambos.
Crucé cuidadosamente con mis brazos abiertos para mantener el equilibrio, llegué al alféizar de mi ventana entreabierta y la subí. Ingresé un pie, luego mi cuerpo doblado y al final mi otro pie. Miré hacía la ventana de Isla y la vi ahi, mirando para asegurarse de que no caí al cruzarme de pe a pa.
Le hice una seña para que viera que llegué en una pieza y para que ya se vaya a acostar aunque sea otros cuarenta minutos. Ella asintió y corrió la cortina lila de su ventana y seguido, la luz se apagó.
Me acomodé en mi cama fría y me acurruqué con mis sábanas de un azul intenso. Me sentía demasiado grande para andar aún con mis cobijas del hombre araña, Hulk o cualquier otro superhéroe infantil. Por eso le dije a mi madre, que ya me quitará esas cobijas y me pusiera cobijas de hombre grande.
♧♧♧
Llegamos al instituto media hora tarde, pues a mi madre se le durmió el gallo.
—Vamos, babys, con mucho cuidado.
Ibaí y yo rodamos los ojos, pues como bien lo dije, yo ya era un hombre de once años y mi hermano... bueno, él era un niño de trece.
—Baby, Izan, yo ya soy casi un hombre. —replicó Ibaí, indignado.
Mamá sonrió y negó divertida.
—Pues para mí, siempre serán mis bebés, asi ya sean todo unos hombres, yo los seguiré viendo como tal. —se jactó ella, amorosamente.
—Yo si soy un hombre. —refunfuñé, arrastrando mi trasero por el asiento trasero de piel, para bajarme de la camioneta.
—Lo dudo, eso será hasta que ya duermas en la misma cama con una mujer. —alardeó Ibaí, con burla.
Estaba por contradecirlo, pero cerré el pico cuándo analicé más mi respuesta y me callé antes de regarla. Si él supiera que últimamente he estado despertando en la cama de una mujer, se desmayaría por la sorpresa. Pero también sé que no contaría, ya que Isla no es cualquier mujer, es nuestra hermana de otros padres. Y tampoco es como si ya fuera realmente una mujer, ella aún era una niña, asi que si, en definitiva eso no contaría.
—Basta, babés, dejen de pelear y vayanse ya, que tengo que ir a la oficina y se hará tarde.
—Tú si puedes llegar a tiempo a tu trabajo, pero nosotros tenemos que llegar media hora después por que a tí se te pegaron las sábanas. —le recriminó mi hermano y ella sólo suspiró cansina.
—Ojalá y nunca seas padre soltero, Ibaí, por que entonces si, me vas a comprender.
Mi hermano ya no le respondió, cerró la puerta de la camioneta y mi madre se fue sin siquiera notar si entramos o no. Aunque bueno, tampoco es como si puedieramos escaparnos, ya que mi madre nos dejó en la puerta del edificio escolar y ella salió por la puerta principal. Dónde está más custodiado que una cárcel de máxima seguridad.
♤♤♤
—Hola, princesa. —me senté a lado de Isla, ella me esperaba sentada en la banca más lejana del resto de estudiantes.
Tenía su lonchera de Dora la exploradora en su regazo y se estaba comiendo un emparedado.
—Hola. —me sonrió con las migajas de pan en la comisura de su boca.
—Toma, limpiate la boca —le dí una de mis servilletas y ella la tomó agradecida—. ¿Que hacías? —inquirí.
—Me gusta oler el Petricor que deja la lluvia en el suelo que antes estaba seco —asentí y aspiré para comprender más su respuesta. Holía a tierra humeda —. ¿Por qué llegaste tarde? —me preguntó de repente, dandole otra mordida a su emparedado.
Dejé de olfatear la tierra húmeda, abrí mi lonchera y resoplé ante el recuerdo del por que llegamos tarde.
—Mi madre, creo que le tuvo que pedir permiso a una pierna y luego a la otra para levantarse. —encogí los hombros sin importancia y mordí mi manzana, mi fruta favorita.
Ella sonrió divertida y asintió, mirando hacia el frente y llevándose nuevamente su emparedado a la boca. Le dió otra mordida y masticó en silencio. Estar con ella siempre fue especial y pacífico.
—Toma, lo olvidaste en mi recámara, por poco y lo ve mi mamá —me tendió mi reloj de... ¡que vergüenza! Lo tomé con rapidez y enrojecido, ella ignoró mi arrebato y siguió mirando hacia el frente, perdida en sus pensamientos —. No sabía que te gustaba, Hora de Aventura —soltó de repente, intentando contener la risa.
La miré y era obvio que quería burlarse. Ya que yo ya me sentía un niño grande.
—¡No es mío! —repliqué mientras lo guardaba en mi lonchera y ella por fin me miró. Para ser una niña de sólo nueve años, tenía una mirada muy inquisitiva y poderosa. Enarcó su tupida ceja café, ante mi negativa ha aceptar que el reloj fuese mío —. Es de Ibaí, me lo prestó por que...
—Mentiroso, yo te cuento todo ¿y a tí te avergüenza admitir algo tan simple como esto? —se cruzó de brazos malhumorada.
Resoplé abatido. Saqué nuevamente el reloj y lo observé.
—Tienes razón, lo siento, es sólo que, es el regalo que me dió mi... padre. Ya sabes, cuándo cumplí los cinco años y aún no eramos una familia disfuncional.
—¿Y por qué si lo detestas tanto, lo sigues conservando? ¿te gusta torturarte? —en definitiva era una niña muy despierta, curiosa e inteligente.
—No lo guardo para torturarme, es sólo que... es el único recuerdo de mi último cumpleaños en el que fuí muy feliz y... mi familia estaba unida. —mi tono se apagó con la última palabra.
Isla se recorrió más a mí, recostó su pequeña cabeza castaña en mi hombro derecho y entrelazó nuestros dedos. Lo hizo para reconfortarme y se lo agradecí.
—Lo siento, no recuerdo el día de tu último cumpleaños feliz. —susurró quejumbrosa, recosté mi cabeza sobre la de ella y suspiré.
—No tendrías por que. Eras sólo una bebé de apenas tres años. Y creo que a esa edad, los recuerdos son nulos, siento que ya empiezas ha tener uso de razón a los cinco años. Es por eso que yo si recuerdo ese día de mi último cumpleaños feliz, como si hubiese sido ayer y no precisamente hace seis años.
Repentinamente se incorporó y me miró con los ojos marrones tan abiertos, que temí que se le salieran de órbita.
—Izan, eso quiere decir qué... yo... ¿no te hago feliz? —su cara se transformó en una de dolor, hizo un puchero y su labio inferior le tembló. La estaba haciendo llorar.
—¿Qué? Estás mal, tú eres la única persona que logra hacerme feliz con sólo sonreírme y decir que siempre estarás para mí —me levanté de la banca y la abracé, acaricié sus dos coletas con sus grandes moños rosados que le adornan dulcemente. Su flequillo se le abrió, pero se lo volví a acomodar —. Listo, te ves preciosa con tu peinado de muñequita de porcelana.
—Gracias.
El tiempo siguió avanzando y mis visitas nocturnas no frenaron ni un sólo día. Incluso, cuándo yo no podía ir a dormir a su habitación, ella cruzaba la rama y se metía a mi cama. Y ha pesar de que los tiempos de lluvia pasaron, me acostumbré tanto a dormir calentito, que se me hacía imposible conciliar el sueño si no dormía con ella.
Con mi princesa, con Isla; ambos nos necesitábamos. Pero cuándo llegué a mi adolescencia, las visitas nocturnas pararon, ya no necesitaba seguir durmiendo con Isla para poder "conciliar el sueño".
Por qué simplemente ahora lo menos que quería, era dormir. Pues me la pasaba de cama en cama, follando como depravado sexual y con diferentes chicas; eso si, siempre me prevenía con infinidad de preservativos.
En fin, Isla tampoco se notó interesada en querer seguir durmiendo en compañia de mí, ya fuese en mi habitación o en la de ella. Pues ella también dejó de irse ha dormir a mi recámara. Ya no eramos unos niños, o al menos, yo ya no lo era, yo ya tenía necesidades diferentes y ella necesitaba su privacidad para lo que una niña decente como ella, ocupaba.
Todo estaba bien, su inocencia no conocía limites y tampoco atracciones, hasta que cumplió quince años (yo diecisiete) y los imbéciles la empezaban a rodear como abejas a un panal. Y a ella le gustaba eso, lo disfrutaba.
Incluso el día en el que me enamoré por primera vez, supe por mi novia, que lo que hacíamos con Isla estaba mal. Pero a pesar de las controversias, ninguno se jactó de nada y seguimos al cuidado de la mujer que amabamos verdadera y puramente. Obviando claramente el amor que sentía en ese momento, por la única chica con la que formalice una relación.
—No te quiero volver a ver cerca de mi hermana, ¿me entendiste? —lo solté y el chico cayó de bruces al asfalto.
—¡Eres un troglodita, maldito imbécil de mierda! —Isla me golpeó el brazo y corrió para auxiliar al tal Franky —. ¿Estás bien? ¿te ha lastimado mucho? ¿donde te duele? ¿quieres ir al doctor?, ¿que puedo hacer por ti, amor?
Rodé los ojos, y con cansancio me acerqué a ella y la tomé del brazo, obligándola a levantarse del piso aún en contra de su voluntad.
—Estará bien, vamos.
—¡Suéltame, maldito insensible de mierda! ¡Tú le ocasionaste su dolor! —chilló con un mal vocabulario.
—Y le ocasionaré su deceso si no caminas de una puta vez. —me miró aterrada y solo rodé los ojos.
—Eres un monstruo, Izan.
—Lo soy, y por esa razón debes de respetar a tus mayores, Isla. —le advertí tajante.
Me miró más furiosa.
—¡Vete a la mierda, Izan James!
—Deja de rebajarte. —la regañé cansino y la obligué a caminar, sin soltarla del brazo.
Franky solo nos miraban sin hacer nada por ayudar a su novia.
—¡Sueltame, desgraciado! —protestó, pero no le hice caso y la jalé más para que caminara —.¡Te quiero Freddy, te veré mañana, amor mío!
Con que su nombre era Freddy ¿Eh? Pues no lo volverá a ver.
Gruñí ante su exclamación romántica.
—Tú no veras a nadie mañana. —tercí ofuscado y seguí arrastrándola.
—¡Auxilio!
—¡Cállate loca!
Un hombre detuvo su carro al ver la escena que Isla y yo montabamos en vía pública.
—¿Necesitas ayuda?
—¿Y tú quieres un puñetazo en la cara?
—le advertí aniquilante al hombre.
—Estoy bien, gracias, él es mi hermano.
El hombre dejó de mirarme y observó a Isla, y suspiró, apretando el volante de su coche.
—Bien, cuídese, señorita.
—Vamonos. —halé de su brazo.
—Eres un imbécil, maldito infeliz. Le diré todo a América.
Me detuve al escuchar su fuerte amenaza. La miré furioso a los ojos.
—Ni se te ocurra Isla, me costó mucho trabajo hacerle ver que de verdad cambié por ella y tú no lo vas a arruinar. —escupí sintiéndome grande ante su pequeña presencia. Pero igual se paró firme.
«Mendiga enana, enaltecida».
—¡Dices amarla y tus putas no dejan de buscarte! —exclamó colérica, logrando que algunos ojos nos miraran con curiosidad.
Les sonreí tranquilo y negué solo para que siguieran en lo suyo.
—Cállate, niña. ¿Que forma es esa de responderle a sus mayores?
—No eres mi puto padre, imbécil. —afirmó, la tomé nuevamente de la mano y la hice caminar a mi paso.
—Claramente no soy tu puto padre imbécil. —le guiñé, sólo para molestarla más.
Se puso más roja del coraje.
—Hijo de...
—Isla... —le advertí y ella la compuso.
—Tu mamá y de tu papá. Vete a la... misa, y déjame en paz de una jodida vez.
—No lo haré, y ya deja de comportarte como una pequeña mujerzuela y comportate como la niña bien que eres.
Resoplé caminando.
—Mujerzuelas las que te tiras, idiota. Y si, soy una niña bien. Bien rebelde, bien perra, bien desobediente y bien enamorada de Freddy, hasta la médula.
Reí burlón, Isla jamás se quedaría callada si de defenderse se trataba.
—Piensa lo que quieras. Pero una cosa si te digo, América no puede saber que esas tóxicas me siguen buscando. Confío en tí, hermanita.
—Pues yo no confiaría en mí si fuera tú. —se cruzó de brazos con altanería.
Reí mientras rascaba mi barbilla, ladeé la cabeza y negué.
—Tú me quieres, Isla. Y sé que jamás dirías, o harías algo que pudiera lastimarme.
Destensó los hombros, le dí justo en el clavo. Suspiró rendida. Se echó a caminar y yo a lado de ella, luego de unas cuantas cuadras en silencio, ella lo rompió:
—De acuerdo, no le diré nada a Amy, sólo si prometes no volver a tratar así a Freddy —detuve nuestros pasos en un cruce, mientras se ponía en verde la luz peatonal. Enarqué la ceja y ella batió las pestañas con suplicia —. Mira, de verdad él... me interesa y así como tú estás enamorado de América, yo lo estoy de él.
Sentí que apreté los dientes y la mandíbula se me tensó. No, ella no podía amar a un hombre, me negaba ha eso.
—No, no te dejaré salir con él. Y más te vale hacerme caso o de lo contrario, hablaré con tus hermanos y les diré todo lo que acaba de pasar.
La luz peatonal cambió, y nuevamente la obligué a caminar. Ignorando su mirada vidriosa por el llanto contenido, por mis palabras empáticas y cero racionales, ella caminó.
—Eres un tramposo, hijo de... la mierda. Y no le diré nada a América por qué no se merece nada de esto. Pero te juro que asi voy a tratar a tu bola de conquistas cuando las vea, en especial a Mila, a Nelly, a Tessa, a Dina, a Loury, a Carly, a Jenny, a Miriam, a Sarah, a Ari, a Anna, a Brenda, a Jenna, a Laura, a Camila, a Dany, a Karol a...
—Sisisi, como digas, me da igual. Pero camina más rápido, que ya me dió hambre.
—Maldito infeliz.
—Lo soy, pero soy el maldito infeliz que más te quiere, y el que nunca te dejará a merced de cualquier imbécil —le sonreí —. ¿Sabes por qué?
—No soy adivina, idiota. —terció molesta.
—Por qué ningún hombre te va a querer, cómo yo lo hago. Jamás, nunca en la vida.
Se burló, hija de su madre.
—Te la volaste con esa frase reflexiva —siguió riendo, a tal grado que hasta se dobló de la risa —. Para tu información, Isaac, Ian e Ibaí, también me quieren. Ridículo.
Encogí los hombros y comencé nuevamente a andar.
—No lo pongo en duda, pero dime ¿En dónde están ellos cuando tú andas de loquita? —me miró expectativa y le sonreí soberbio —. Exacto, a ellos no les importas tanto cómo a mí, Isla. ¿Ves? Ni siquiera ellos te quieren como lo hago yo.
Le restó importancia con la mano.
—Me da igual saber si ellos me quieren más, o menos que tú. Pero lo que quiero que entiendas, es que el amor y el cariño que busco, es diferente al que tú me das. —sonrió con dulzura y una cálida brisa atravesó mi pecho.
—Eso lo sé, pero... aún no es el momento de andar de novia, eres una niña.
Rodó los ojos.
—No seas ridículo. América tiene mi edad.
Buen punto. Isla es un as para la defensa verbal.
—Eso es diferente. Ella es más grande que tú. —insistí sin querer darle la razón a su argumento.
—No, no lo es, solo es más grande que yo por dos días. Así que es exactamente lo mismo.
—Como digas, ya no pienso discutir contigo. Y camina más rápido, tortuga, que muero de hambre. —intenté sonar tranquilo, pero aún así me sentía descubierto.
—No es que sea lenta, es simplemente que tú tienes las piernas más largas y por lo tanto, tus zancadas son más amplias que las que doy yo con mis pies cortos.
Sonreí y la tomé nuevamente de su pequeña mano.
—Te cargaría, pero estás castigada.
—¿Y tú quién eres para castigarme, idiota?
—Deja de insultarme, Isla, que con esa boca besas a tu madre.
—Y también beso a la tuya.
La miré sobre mí hombro y me sonrió con inocencia.
—No te quiero ver cerca de tipos imbéciles, ¿me oíste?
Chasqueó la lengua.
—Eso estará difícil, ya que estoy a merced de un imbécil que me obliga a llevarle el ritmo en la caminata de pie grande, en este momento. —replicó burlona, su tono dolido ya había quedado en el olvido...
Por ahora.
—Lo estabas, si, pero llegué a tiempo y ahora estás a salvo con tu hermigo.
—Ayyy... Te juro que quiero odiarte, pero no puedo hacerlo. Te quiero demasiado, idiota inmaduro. —lloriqueó, pero no dijo nada más y siguió caminando hasta casa en completo silencio.
Y así nuevamente pasaron los dias, las semanas, los meses y finalmente dos años más. Eso si, nunca dejé que cualquier imbécil se acercará a ella, ni siquiera mis mejores amigos, que en cada oportunidad que tenían nos pedían a mis hermanos y a mí, "luz verde" para salir en una cita con Isla.
Pues aunque hubiésemos querido esconderla de los ojos pervertidos que la miraban, ella era libre de salir a la escuela y adquirir conocimientos. Era un derecho que marcaba no sólo su madre, sino también la Constitución y la ley.
Isla se había convertido en una hermosa chica y aunque mis hermanos y yo estábamos de acuerdo en querer tenerla en una caja de cristal para mantenerla a salvo de los imbéciles que gustaban de ella, era imposible y eso sin contar que se vería como un delito... Privación de la libertad.
¿Cierto?
Unas veces tuvimos también la idea de meterla a un internado para monjas. Pero la castaña simplemente nos mandó a la mierda y se negó a obedecernos esa vez. ¡Lo hacíamos por su bien!, pero habían cosas que simplemente no podíamos manejar. Y menos si mi madre y su madre la apoyaban y nos mandaban a la mierda por locos.
Incluso nos amenazaron con cancelar las fiestas que haciamos en el "subterráneo", como ellas llamaban el sótano, si seguíamos atosigando a Isla.
Y eso ni pensarlo, pues las fiestas que organizamos en el sótano de la casa de los White, eran demoledoras. Isla siempre rogaba por querer bajar a las fiestas. Yo estaba de acuerdo al principio, pues estaría con nosotros y podríamos cuidarla mejor.
Pero ellos no quisieron, ya que dándome sus puntos de vista, tenían razón. No íbamos a poder estar de conquista con otras chicas, con Isla, descuidada y acechada por cualquiera de los idiotas que quisieran algo más con ella. Eso no podía pasar.
No cuando ella era un imán para atraer a los tipos más imbéciles e inestables y sin suerte. Irónico, no.
Presente:
Hoy logré convencer a mis hermanos de que Isla ya estaba en edad de disfrutar de una buena fiesta, y que ya era momento de reclutarla en el grupo de adultos WJ para que se familiarizará con los amigos de nuestro círculo; sólo bajó nuestra supervisión. Estaba hilarante, tentado a pasarme por la rama del árbol para ir a su habitación y contarle la noticia que sé, que le agradaría.
Pero temí que esta vez la rama si no soportará mi peso de chico fornido y se terminará rompiendo. Así que decliné ese pensamiento, pues no estaba dispuesto a morir trágicamente, o peor aún, romperme una pierna, sólo por ir de chismoso y luego no poder andar detrás de la chica que me gustará; asi que mejor me fuí a dormir.
—IIzan, despierta. —me desperté de golpe al sentir un manotazo en mi erección matutina.
—¿¡Que... mierda!? —me revolqué adolorido en mi cama, pataleando las cobijas y sobando delicadamente a mi inseparable amigo.
—Te hablé por más de un minuto —Ibaí me observó desde el marco de mi puerta, con burla —. Roncabas como roca.
Lo fulminé con la mirada.
—Y de todas las partes de mi cuerpo que pudiste haber golpeado ¿tuviste que manotearme en la polla? —me quejé con los dientes apretados y aún agarrando mi paquete.
Mi hermano arrugó la nariz y miró espantado entre mis pantalones.
—Era tu... tu...
—Si, mi pene, mi polla, mi chile, mi pepino, mi berenjena, mi verga o como la quieras llamarlo. Tú mejor que nadie sabé cómo duele eso, idiota. —me quejé iracundo.
—Ay, Izan, lo siento, creí que era el control remoto. Pero descuida, aún te va a funcionar, créeme —me guiñó jubiloso, tomé el cuadro de mi buró de cabecera y se lo lancé a la cara. Pero él logró esquivarlo con cara de espanto —.¡Izan...!
—¡Largate de aquí!
—Sólo vine a avisarte.
—¿Avisarme de qué?
—Como que de qué, pues de Elton. Ya llegó de Canadá, entra hoy mismo al Instituto y necesitamos incluirlo en la fiesta que organizamos ayer, como su grata bienvenida.
Isla. Él la verá.
—Isla...
—¿Qué pasa con ella? —lo miré como si fuera... bueno no, si era un imbécil.
—Elton es un mujeriego de primera, es tú, Isaac, Ian, e incluso yo. Todos juntos en un sólo chico —le recordé con los nervios de punta —. Isla no puede congeniar con él. ¡Con todos menos con él! —exclamé nervudo y brinqué fuera de la cama.
—¿Te estás escuchando, Izan? —mi hermano negó, mientras buscaba algo en su chaqueta. Su cajetilla de cigarros —. Isla no puede congeniar con ninguno de los imbéciles que hemos invitado. Es nuestra princesa y debemos cuidarla hasta que llegue el indicado para ella y obviamente en esa fiesta no estará su principe azul. —se acercó a mi ventana, la abrió un poco y encendió su cigarro, le dió una calada y botó el humo.
—Tienes razón, pero hay que advertirle a Milo sobre ella. —farfullé ido.
—Milo, sabe de ella. —me recordó él, sin dejar de fumar.
—Si, pero no la conoce en persona y temo que si la ve, quiera acercarse de más a ella. Y no con buenas intenciones.
—Querrá llevársela a la cama. —afirmó lo evidente.
Y la simple respuesta que acaba de decir Ibaí, me hizo sentir repulsión. Isla es mi hermana y el pensar en ella de ese modo tan íntimo, me daba... escalofríos.
«¡Pues deja de imaginar cosas que te perturban!» me recriminé mentalmente.
Sacudí los hombros e hice una mueca de desagrado.
—Ay, no, que horror. —me quejé, Ibaí blanqueó los ojos y lanzó la colilla por la ventana.
—Mueve el culo perezoso, Izan, tenemos que llegar a tiempo para hablar con Elton, sobre mantenerse al margen con Isla. Ella es intocable para él.
No me lo repitió dos veces.
—Me baño y nos vamos.
Elton estaba sentado en el capo de su auto, estaba fumando un cigarrillo con aparente despreocupación. Y ya tenía en este rato, a un grupo de chicas coqueteando con él.
Busqué con la mirada a Isla, pero no la encontré por ningún lado y eso me hizo respirar por un momento, con tranquilidad.
—Amigo —Ibaí se abrió paso entre las femeninas con tanta facilidad, cómo Moisés al mar. Las chicas lo miraban embelesadas —, años sin verte, hombre. —Elton bajó del capo y se chocó las manos con mi hermano, para luego abrazarse fraternalmente.
—Si, caray, años de no vernos ¿como han estado? —su acento canadiense era por lo que veo, su boleto de conquista. Eso sin contar que el moreno no era feo (y aclaro que no por eso soy gay) y eso es lo que me preocupa. A Isla no le será indiferente.
—Bien.
Elton me miró y sonrió asombrado.
—Izan, te ves más alto, hombre. —me estiró la mano y nos abrazamos.
Si, él era de mi edad, pero digamos que hace cinco años, él era más alto que yo. Pero ahora todo es diferente y contrariado.
—Si, estos cinco años me han permitido crecer más, ha como me recordabas.
—En definitiva.
Los hermanos White llegaron cada uno en sus autos, a excepción de Isla, quien venía ya fuera con Isaac, o Ian. Le hice una seña a Ibaí que él comprendió bien y se llevó a Elton hacía el campus, con la tonta excusa de darle un tour por su nueva escuela. Suspiré con tranquilidad al verlos perderse entre los edificios. Isla bajó del auto de Ian, parecía molesta, y lo corroboré cuando azotó la puerta y caminó cabreada hacía mí. Le sonreí e intenté saludarla.
—Muñeca, buenos días...
—A la mierda, no hay nada de bueno en este puto día. No quiero hablar, déjenme en paz. —y eso es todo lo que me dijo sin detenerse.
«El bendito insulto de cada día».
Me quedé perplejo mirando como se iba.
—¿Que le pasó? ¿Comió gallo? —le pregunté a Ian en cuanto se acercó a saludarme.
—Ni idea, desde que veníamos en camino, me comenzó a reclamar de cosas que claramente desconozco —encogió los hombros con simpleza —. Mujeres, son tan extrañas cuando están de insoportables. Pero seguramente eso es por que la visitó Andres. —su respuesta me alarmó.
—¿Que? ¿Cuál Andres?
—Pues el que la visita cada mes —lo fulminé con la mirada y él bufó, rodando los ojos —. Lo que quise decir, es que posiblemente está menstruando, ¿contento?
Respiré aliviado.
—Pues sé más específico para la próxima. Casi me da el soponcio aquí mismo. —me quejé.
Él resopló.
—No seas dramático, no es mi culpa que seas un tonto para no captar los mensajes encriptados.
—Pues para la próxima, no me hables encriptadamente. —refunfuñé, cuando otra persona hizo acto de presencia.
—Buen día, Izan. —Isaac me saludó y me preguntó por Milo (Elton), como ellos lo llaman.
Le dije que Ibaí se lo había llevado para que no se viera aún con Isla, no sin antes plantearle que Isla era intocable para él. Ellos estuvieron de acuerdo, pues si a Ibaí y a mí nos preocupaba la castaña. A ellos más, ya que literalmente era su hermana de sangre.
♤♤♤
La hora del almuerzo llegó, bajamos todos a la cafetería, y nos sentamos en la mesa de las porristas. Pues ahora mis hermanos y yo, estabamos de conquista con ellas. Aunque yo estaba al pendiente de la castaña, pero Isla no aparecía, y Elton tampoco. Temía que se hubiesen cruzado en el pasillo y que él ya estuviese endulzándole el oído con cosas bonitas.
Pero mis miedos se acentuaron en cuanto la castaña ingresó ya más tranquila que cuando llegó. Venía sonriendo y platicando muy a gusto con Lucia, su amiga y la cuál por cierto me gustaba mucho, pero su novio era un conocido y eso me limitó.
En fin, tenía planeado ir con Isla y darle la noticia de la fiesta de hoy, pero Melissa no me dejaba ir, ya que no paraba de alardear sobre lo que usaría para la fiesta. Apenas un mes conociendo a esta chica, y su actitud de perfeccionista me irritaba.
Peor aún, ya me había aburrido y reprimía constantemente mis bostezos, más que nada para no verme como un tipo maleducado. Mi mirada viajaba de vez en cuando a la castaña, quien comía mientras hablaba con Lucia, supongo que sobre cosas triviales.
Hasta que ví como su mirada se desvió a la puerta, tragó grueso e instintivamente seguí su mirada, encontrándome con Elton. El maldito entró como todo un modelo, él mismo sabía lo que causaba en las femeninas hormonales del plantel. El moreno comenzó a peinar el lugar con su vista, es como si hubiese sentido de todas las miradas que se posaron en él, la mirada de Isla.
Y no me equivoqué, cuándo la encontró, le sonrió coqueto logrando que mi hermana se sonrojara. Ella desvió la mirada en cuanto Lucy la codeó, devolviendola en si. Luego la rubia la pellizcó y ella se quejó molesta. Suspiré pesadamente. Sabía que ambos se gustarían.
—¿Ya te aburrí? —Melissa hizo un puchero, la tomé de la nuca y le planté un beso en los labios.
—No, eres muy entretenida. Pero espérame un momento, ahora regreso. —ella asintió no muy convencida y saludé a Elton en cuánto llegó y se sentó junto a Isaac.
Me disculpé con el grupo y me fuí.
Caminé por la cafetería y llegué a la mesa donde estaba Isla y sus amigos. No me dí cuenta en que momento entró Ashton, pero igual eso era irrelevante. Saludé a Isla y le deposité un beso en la coronilla antes de sentarme junto a ella. No me pasó desapercibida la mirada que les mandó a sus amigos y el gesto que ellos hicieron en modo de complicidad.
Les pregunté si les molestaba mi presencia, Ash se adelantó y dijo que no. Pero sabía que esa mirada era por lo de Elton e Isla. Lo dejé pasar y le dí la noticia de la fiesta y que está vez ella estaba oficialmente invitada. Se alegró, como era de esperarse, saltando a mi regazo y besando mi rostro agradeciendome infinitamente. Aunque un mal presentimiento se instaló en mi pecho, no quise abrumarme. Todo saldría bien. Me repetía.
Pero me equivoqué, Elton insistió en que Isla no era una más, que de verdad le Gustaba. Si, le gustaba nuestra princesa, y el habernos confesado eso, significó mucho para mis hermanos... pero no para mí. Isla bailó con sus amigos en la pista, se mecía de aquí para allá. Mientras Melissa se montó en mí y me bailó eróticamente, yo no descuide a Isla ningún segundo.
Ví todo el bailecito que se dió con Elton, quien en nuestro momento más vulnerable con las porristas, se levantó ignorando a Cindy y se encaminó hasta ella... Isla. La tomó de la cintura y ella se lo permitió, se dejó hacer en sus manos. Hasta que él traspasó la barrera y se pegó a su trasero.
—¿Que te pasa? —se quejó Melissa, ni siquiera noté que la había apartado bruscamente de mí. La miré.
—Lo siento, nena —ví de nuevo hacia la pista y miré a Isla subir las escaleras con rapidez, era el momento para enfrentarla y advertirle sobre el nuevo imbécil —. Iré por más cervezas a la cocina.
—Te acompaño. —se ofreció con picardía.
Pero justo ahora lo menos que tenía en mente, era follarla.
—No, voy y vuelvo, muñeca. No tardo.
No le dí tiempo a que me respondiera, subí las escaleras y escuché ruido en el baño de la cocina. Era agua del grifo, Isla estaba dentro asi que la esperé hasta que salió. Y sólo la intercepte para pelear con ella y que me mandará a volar por una mala interpretación.
Yo no le estaba mirando el culo, sólo estaba más atentó a los movimientos del moreno que se me hizo imposible no ver como se presionó contra ella.
Tendré que arreglar las cosas con ella, las cosas no son como la chiquilla creé, no puedo estar peleado con mi mejor amiga de toda la vida. Mucho menos con mi pequeña hermanita.
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Espero y me ayuden a compartirla con sus amigos lectores, si es que les está gustando. 🙏
Bendiciones para dónde sea que te encuentres leyendo mis locuras. 🙏😍👌❤😘
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