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Los diarios de Camille

Hacia mucho frío, pero necesitaba salir a cazar el desayuno, así que me adentré en el bosque, buscando con mucha desesperación algún ave o ardilla -Dios quisiera un conejo- porque la comida cada vez escaseaba más. Prefería guardar los enlatados y otros alimentos no perecederos para emergencias y abastecernos de carne mientras pudiéramos.

Por un momento, llegué a pensar que estaba equivocada, que había cometido un error, que no debí haber entrado al bosque cuando aún era de noche, con las nubes cubriendo el cielo, dejándolo de un tono gris oscuro, y con una ráfaga de viento helado congelándome hasta los huesos. Pero no quería perder tiempo, sí bien muchos animales estarían escondidos durmiendo o refugiándose porque se aproximaba una tormenta, sabía que tendría más posibilidades cuando aún era de noche y los animales nocturnos aprovechaban el silencio para salir a cazar.

Además, llovería torrencialmente en pocas horas, así que debía aprovechar el momento, pero ni siquiera la luna o las estrellas iluminaban el camino… Me guiaba por mi memoria, porque conocía aquel bosque como la palma de mi mano, y también caminaba guiada por mi instinto, el que había desarrollado durante años para situaciones como aquella, aunque sin saber que eso sucedería alguna vez.

Apenas había llegado a adentrarme doscientos metros cuando noté a los muertos, estaban en todas partes, pero en el suelo, sin moverse, rematados por personas que estuvieron allí antes que yo, pero también por mí, cuando llegué hace unas semanas a la cabaña… A esta altura había acabado con tantos muertos que había perdido la cuenta.

Y esos números subieron en cuánto, sin darme cuenta por la oscuridad de la noche, pasé tan cerca de uno de ellos que me olió y me saltó encima. Otros oyeron el forcejeó, lo supe porque oí sus gruñidos y pisadas acercándose, así que no pude evitar gruñir molesta porque llamó la atención de los demás.

Tenía a mano una de mis flechas y se la clavé en el ojo hasta que entró tan profundo en su cerebro que quedó en silencio y cayó al suelo para no volver a levantarse. Me giré hacia los demás, a penas los visibilizaba en la oscuridad, eran sombras a penas más oscuras que los arboles, pero fueron sus quejidos lo que en realidad me ayudó a ubicarlos. Tomé la misma flecha con la que había acabado con el anterior muerto (porque no podía permitirme contaminarlas todas con su sangre infectada, ya que con ellas debía cazar y comer un animal enfermo, nos enfermaría a todas) y me dirigí yo misma hacia ellos.

Tenía que buscar las partes blandas en su cráneo o empujar con toda mi fuerza, porque por más que estuvieran muertos, no llevaban tanto tiempo así; sus huesos y tejidos aún creaban cierta resistencia, no estaban tan descompuestos como para que fuera un trabajo sencillo de hacer.

A lo mucho, tenían tres meses de muertos, cuando todo había empezado.

Pero eso tampoco era mucho problema para mí, que estaba acostumbrada a despellejar todo lo que cazaba, a cortar la carne y deshuesarla.

El problema era cuando aparecían muchos de ellos juntos, como ahora. Una horda contra una persona. Una horda contra mí.

Las nubes se movieron un poco, despejando algo de cielo y dejando que la luna alumbrara la figuras de los muertos. Los muertos que caminaban. Eran demasiados para mí sola, pero no podía correr porque me seguirían hacia la cabaña y yo ya había perdido a demasiada gente como para guiarlos hasta allí a que terminaran con lo poco que quedaba de mi familia, así que me planté en aquel sitio y no me fui de ahí hasta acabar con todos. Viviera o muriera.

Quedé agotada y llena de sangre, tanta que no me atreví a cazar nada. No quería contaminar ninguna posible comida con aquello que tenía encima, así que regresé a la cabaña con decepción. Sobreviví, sí, pero volví sin comida, lo que para mí era una batalla perdida. Mientras iba llegando, la lluvia comenzó a caer y a lavarme la sangre. Llegué a la puerta empapada, pero casi limpia.

El olor a Merle y Daryl me invadió al abrir la puerta, fue reconfortante, pero también se sintió como una patada en el estómago, porque no eran ellos quienes me miraban molestos por haber salido en medio de la noche a ponerme en peligro. No.

Se trataba de las chicas con las que me había amigado en la residencia de estudiantes de la universidad. Esas chicas con las que había compartido habitación, clases, risas, secretos y lágrimas. Esas chicas que se habían convertido en mi familia, en mis hermanas, incluso antes de que todo esto comenzara.

Se rumoreaba sobre vídeos de internet en donde salían personas enfermas por un nuevo virus que volvía agresivo a su portador y causaba que no reconociera a nadie -ni familia, ni amigos-, ni respondiera ante nada -órdenes, autoridad, leyes, dolor-. Los transformaba en una especie de animal salvaje con rabia. Se lanzaban a morder, a lastimar, a comer a otros humanos. Era una locura además, porque no morían fácil, solo los impactos al cerebro acababan con ellos (disparos, introducción de cualquier objeto corto punzante, golpes muy fuertes).

Al principio todo el mundo creía que era falso, que eran vídeos editados, pero rápido pasó a ser un boca a boca. «Mi hermana vio a uno de ellos», «tengo una tía que…», «la vecina de mi cuñada se enteró de…», eran susurros constantes imposibles de ignorar.
Y entonces empezó de verdad, lo veías con tus propios ojos en las calles y sabías que debías correr a un lugar seguro. Encerrarte hasta que hubiera una respuesta por parte de la guardia nacional, pero en las noticias no había nada y en las radios tampoco hablaban sobre ello. Y poco a poco, todo quedó en silencio, no había señal. Ni siquiera los celulares andaban y hasta la electricidad había caído.

El día que los ataques empezaron en la ciudad, las clases en la universidad se cancelaron al mediodía, junto con cualquier actividad, hasta nuevo aviso. En una situación normal, las chicas y yo nos hubiéramos encontrado felices de tener un día libre, pero en ese momento fue preocupante.

Nos encontramos en nuestra habitación en silencio. Nos calmábamos un poco cada vez que una de nosotras llegaba al cuarto. Nos preguntábamos con la mirada sí habíamos visto a algún enfermo, y por suerte ninguna de nosotras se había encontrado con uno, lo sabíamos solo por cómo nos mirábamos, con una tranquilidad nerviosa. Tranquilas porque no hubo aquel encuentro, nerviosas porque significaba que aún no sabíamos contra qué nos enfrentábamos.

El campus era un desastre de alumnos que iban y venían, al igual que la residencia, porque muchos habían regresado solo para armar la maleta y regresar a casa, nadie quería pasar por aquello solo en una universidad, no cuando podían hacerlo con sus padres o hermanos.

Pero luego estábamos nosotras. Casi todas mis amigas allí eran de pueblitos alejados o de otra ciudad, incluso de otro estado, así que sus familias estaban lejos y fueron lo bastante inteligentes como para darse cuenta que con las carreteras estarían saturadas, así que jamás llegarían a sus casas.

La única que tenía familia en la ciudad era Elle, pero decidió quedarse con nosotras hasta saber más de la situación.

Y yo no tenía familia más que…
Más que…
Yo ahora solo las tenía a ellas, así que no iría a ningún lado.

Había pasado ya cuarenta y cinco minutos desde que las clases se suspendieron. Cada minuto que pasaba era una agonía. La última de nosotras, Sam, había llegado hacia veinte minutos. Y éramos siete allí. Faltaba alguien. Faltaba Cath.

¿Por qué aún no llegaba? No tenía clases en ningún edificio lejano, estaba cerca. Debería haber llegado al menos hace media hora.

Ninguna de nosotras quiso decirlo en voz alta, pero alguien tenía que romper nuestra burbuja.

—Cath… —murmuró Camille, preocupada.

Todas nos levantamos de las camas, en donde estábamos sentadas y nos asomamos a la ventana. Solo veíamos a los demás alumnos ir y venir, casi parecía un día cualquiera de clases, excepto por lo que se notaba en sus cuerpos, en sus posturas, en sus expresiones: el miedo.

—Tenemos que ir por ella. —Me oí decir.

Fue un impulso, no lo estaba pensando. Pero, sí lo hubiera pensado bien, lo habría hecho antes, me hubiera apurado. La hubiera buscado hacia media hora.

Ellas asintieron y salimos del dormitorio, comenzamos a bajar las escaleras.

—¡Chicas! La veo —murmuró Ariana.

Todas nos detuvimos y giramos, regresamos sobre nuestros pasos hasta alcanzar a Ariana en el descanso de las escaleras, en donde había ventanas.

Miramos por allí hasta que la encontramos, entre la multitud de estudiantes Cath era la única que llevaba camisa blanca y pantalones de oficina, porque estudiaba psicología. Todas estábamos apunto de terminar de estudiar, a algunas aún les faltaba otro año, como mucho dos, mientras otras se graduaban en la siguiente primavera.

Ella corría hacia la residencia, hacia nosotras… Daniela golpeó el vidrio como si pudiera escucharla y gritó.

—¡Cath! Vamos, vamos… Ven rápido.

Como si fuera un milagro, ella levantó la vista y nos encontró en la ventana. Su mirada se suavizó, el terror desapareció de sus ojos, pero sus pasos se avivaron, su urgencia de regresar a casa aumentó.

Entonces llegaron de la nada, eran varios y atacan a quién se encontraban. Empezaron los gritos de dolor ante los mordiscos, y también los de terror, por presenciar aquello.

Fui la primera en bajar corriendo, llegué a la puerta principal con las demás pisándome los talones. Me detuve en el umbral, fue Camille la que siguió de largo y salió. Estaba fuera de la residencia y allí se detuvo.

—¡Cath, vamos, Cath! —le gritó. Por un momento, pensé que saldría por ella, pero quién corrió hacia nuestra amiga fue Elle.
—¡Cuidado! ¡Atrás! —vociferó Kelly y el mundo quedó en silencio.

Corrí detrás de Elle mientras veía como un enfermo saltaba sobre Cath, ella forcejeó, pero era tarde, jamás ganaría porque era pequeña y muy menuda, y aún nos separaban cien metros.

Tomé a Elle de la cintura, la rodeé con fuerza mientras ambas veíamos como mordían el brazo de Cath y la oímos gritar por sobre el resto de los sonidos. Lágrimas escaparon de mis ojos, Elle soltó un sollozo tan desgarrador que llamamos la atención del resto de esas cosas. Esas cosas que ya no podían definirse como humanos. Nos miraron y se dirigieron hacia nosotras, haciendo desaparecer a Cath de nuestra vista.

Arrastré a Elle dentro de la residencia, aún escuchando como Cath aullaba de dolor, y miré al resto de las chicas, a mis hermanas, que estaban impactadas por lo que habían visto. En shock. Tuve que decidir, por el bien de todas, reaccionar y tomar el control, así que comencé a dar órdenes.

—¡Cierren las puertas! ¡Ya! Hay que trabarlas. Tapar ventanas y cualquier otro tipo de entrada. Rápido y en silencio.

Dejé a Elle al borde de la escalera para que se sentara a recomponerse, era la que peor estaba.

—Sam, Kelly, las puertas. Daniela, Cam, las ventanas.

Así empezamos. No éramos las únicas en la residencia, había unos pocas alumnas más que se quedaron, ya sea porque no alcanzaron a irse o porque regresaron al presenciar los ataques. Fuimos nosotras quienes comenzaron a asegurar el lugar, pero los que estaban en la planta baja se encargaron de ayudarnos a bloquear las entradas en cuanto se dieron cuenta de que debían ayudar o todos podíamos morir. Al terminar, nos quedamos apoyados sobre las entradas, resistiendo los golpes de los infectados que querían entrar.

Al día siguiente, revisamos cuarto por cuarto por comida, agua y cualquier otra cosa útil. Los repartimos, tratando de racionarlos. Designamos turnos para hacer guardia en la planta baja, mientras que los demás se quedaban en la planta más alta, que sería la más segura sí los muertos lograban entrar, o al menos sería segura hasta que subieran las escaleras.

Eran muertos, estaban muertos. Había tantos con las tripas afuera, sin rostro, sin nada debajo de las caderas… Nadie sobrevivía a eso. No un humano, no un ser vivo.

Múltiples veces vi a Cath, caminando de allí para acá con su traje arruinado por la sangre y las mordidas, con el abdomen vacío y el pecho abierto, exponiendo sus vísceras, las que aún permanecían en su cuerpo.

—Ya no es ella —murmuró Theo, un estudiante de ingeniería, mirando por la ventana en la misma dirección que yo.

Nos había tocado estar juntos durante la guardia. No lo conocía antes de aquello. Fue uno de los alumnos que entró a último minuto después de que comenzó el ataque, vio las puertas abiertas y se metió, luego nos ayudó a cubrir las entradas. Era uno de los pocos hombres que estaban allí con nosotras, solo eran tres, incluyéndolo, ya que esa residencia era de chicas. La de chicos, que quedaba del otro lado del campus, había sido atacada un rato antes, según nos contó Tom, un alumno de diseño gráfico que con mucha suerte pudo huir de ahí y llegar hasta este edificio.

El resto éramos mujeres, había siete además de mis amigas y yo, pero a esta altura es en vano recordarlas porque nos separamos en cuanto la comida se terminó y tuvimos que salir afuera, al mundo real, cada quién por su camino.

Pero me estoy adelantando.

Miré a Theo y luego a Cath a través de la ventana.

—¿Y tú cómo sabes que conozco a alguien de ahí? —murmuré, arqueando una ceja.
—Vi lo que pasó, y he escuchado a tus amigas hablar y mirar por las ventanas. Siempre está esa chica ahí, la de la ropa de oficina —me contestó, mirándome y luego volvió su vista a Cath.

Tenía un perfil perfecto que me molestó por un momento, pero saqué ese pensamiento de mi cabeza porque estábamos hablando de alguien importante para mí: Cath.

—Es curioso que siempre este ahí, la mayoría ya se ha ido —siguió diciendo—. Nos mantenemos en silencio y no llamamos su atención, con las entradas tapadas no pueden entrar y su atención ha pasado a otra cosa, a otras personas, así que se fueron, pero pareciera que a ella no le interesan, se queda por aquí, dando vueltas, como si las buscara a ustedes… Pero no es ella. No puede serlo.

Pensé detenidamente sus palabras. Pero solo pude responder:

—¿Por qué me dices esto?

Él me miró. Ojos marrones, cabello a juego, cejas gruesas, piel bronceada.

—Porque veo como la miras. Y aunque pudiera parecer que sigue siendo ella, aunque quisieras ir a ayudarla, solo conseguirías acabar igual.

Reí con amargura.

—Bueno, tal vez deberías informarte más, en vez de observar tanto. —Miré a través de la ventana—. Claro que no es ella, sé que no es ella, pero era ella cuando la atacaron. ¿Ves cómo la dejaron? La destrozaron cuando estaba viva, gritaba de dolor y fue todo lo que podíamos escuchar. Es todo lo que escucho ahora… Sus últimos momentos, su dolor, los dientes desgarrando su piel. En eso pienso cuando la veo, no en que sigue ahí, no… Pienso en cuánto sufrió antes de irse, antes de que nos la arrebataran. Sola. La dejamos sola.

Él soltó un suspiro pesado, como si mis palabras le hubieran abofeteado.

—Tuvieron que hacerlo. O habrían acabado igual.
—Lo sé, pero eso no hace que sea peor o mejor. No hace que nos sintamos diferentes. La culpa siempre va a estar.

Lo miré, sus ojos me observaban con detenimiento. Quedamos en silencio un largo rato.

—¿La lloraste? —preguntó de repente.
—¿Qué? ¿Y eso por qué importaría ahora? —solté, frunciendo el ceño.
—Importa, ayuda a esa culpa. Ayuda a superar. A ella le hubiera gustado, pienso yo, porque escuché que era psicóloga. ¿No? —Eso fue un fuerte golpe para mí, me dejó sin aliento—. Que la dejes ir. No creo que las culpara por nada de lo que pasó.

Entonces, dio un paso hacia mí, y yo, rehusada, retrocedí uno, él se acercó otro, y otro, y otro hasta estar a centímetros de mí. Hasta que podía sentir el calor que emanaba su cuerpo y mis ojos llorosos no me dejaban ver nada.

—Suéltalo, déjala ir. Llórala. Libérala —murmuró y recordé esa noche, de hacia ya tantos años, cuando lloré por Daryl y por todo lo que perdimos, cuando ellas estuvieron allí para mí, diciéndome esas mismas palabras, a pesar de que les dije que éramos desconocidas, que no eran mis amigas.

Un fuerte sollozo se escapó de mi garganta y sus brazos me rodearon. Lloré en su hombro un gran rato, no solo por Cath, sino por tantas cosas. Yo no era de las que se permitían llorar a menudo, sino de las que aguantaban hasta que el mundo se derrumbaba y explotaba.
Y ahora el mundo se había derrumbado de verdad, tanta gente estaba… muerta, muertos que caminaban, habían comido a otras personas, probablemente a sus seres queridos, y estos también se habían levantado de la muerte. Algunos habían sido rematados por sobrevivientes o militares, pero la mayoría seguía allí, en ese estado anormal entre la vida y la muerte.
Y todos estábamos en peligro, no había ningún lugar seguro.

Así que lloré por todo lo que se había perdido. Y al final fue cierto, me sentí mejor. Más ligera.

Cuando me separé de Theo, vi su chamarra brillar y me avergoncé.

—Perdón, te llené de mocos la ropa —me disculpé, nunca antes me había puesto roja, pero sentía que en aquel momento las mejillas se me llenaron de sangre caliente.

Hizo un gesto quitándole importancia.

—No te preocupes. Era lo único que me faltaba, por aquí hay algo de comida, por aquí un poco de sangre —señalaba pequeñas manchas de su ropa—. Mi colección está completa —me sonrió y no pude evitar reír.

Volví mi vista hacia la ventana y vi a Cath yendo de aquí para allá. Y algo iluminó mi mente.

—Creo que sé cómo hacer para que se alejé —murmuré, convencida de que sería lo correcto, por muchas razones.

En primer lugar, no nos hacia bien verla así, recordarla así.

En segundo lugar, quería demostrar que nada de Cath quedaba en ella. Era solo un caparazón de lo que alguna vez fue mi hermana. Ella, esa cosa que se veía como ella, no se estaba quedando por nosotras. Era imposible. Tenía que serlo.

—¿En qué te ayudo? —preguntó Theo.

Nos dirigimos hacia la recepción, donde habíamos llevado las cosas que habíamos encontrados en los dormitorios y que nos parecieron que podían ser útiles.

—Sígueme.

Tomé unos fuegos artificiales, un encendedor, un trozo de soga, mi arco y mi carcaj. Subimos hasta la azotea. Até los fuegos artificiales a una flecha con el trozo de soga, luego me alisté para el tiro, apuntando la flecha hacia un edificio lejano, pero no tanto como para que se perdiera la luz, sino para que los enfermos lo siguieran y se alejaran.

—Enciéndelos —ordené.

—¿Segura? —interrogó. Asentí y me obedeció, tomó el encendedor y encendió los fuegos artificiales. En cuanto la mecha abrazó el fuego, yo solté la flecha, que salió disparada, soltando luces y estruendos mientras viajaba con el viento hasta que se clavó en el muro de un edificio a casi sesenta metros nuestro.

Los enfermos, tan predecibles como pensé, siguieron las luces y los sonidos. Todos, incluyendo a Cath, nos dieron la espalda y se dirigieron hacia allí.

Oí a Theo a mi lado, aplaudiendo. Giré a verlo. Era simpático y más joven que yo, pero la mayoría de los estudiantes de ahí lo eran, porque todos los de mi edad ya habían acabado sus carreras, incluso mis amigas tenían cinco años menos que yo, porque al final era yo la que había entrado tarde a estudiar una carrera. Al principio, se notaba un poco la diferencia, pero después de tanto tiempo con ellas y de crecer juntas, ya no había distinciones. Además, no era lo mismo chicas de dieciocho que apenas empezaban a vivir lejos de la mirada de sus padres, conmigo de veintitrés, que había vívido como lo había hecho. Y ahora ellas que eran chicas de veintidós que ya habían experimentado la vida universitaria, la vida adulta y la independencia, igual que yo con veintisiete.

Así que tampoco había tanta diferencia entre Theo y yo porque él tenía veintitrés años.

Nos llevábamos dos años menos de los que yo me llevaba con…
No quería pensar en eso. No en ese momento, no cuando el mundo se había ido al carajo y todos podrían estar muertos. Prefería fingir que no tenía a nadie que me importara allí afuera, porque sino, podía volverme loca.

Y casi me vuelvo loca cuando, dos días después de eso, luego de una semana de estar encerradas en la residencia y de tratar que Elle se repusiera de la muerte de Cath, ella decidiera durante la mañana que volvería con su familia. Nos mencionó que eran personas importantes y con poder (aunque ya lo sabíamos, eran jueces de la corte suprema y ella estudiaba para ser abogada), que seguro la estaban esperando, que tenían dinero y una casa muy fortificada contra ladrones, que los muertos jamás podrían cruzarla. Estaba decidida a irse con ellos, pero no quería que fuéramos nosotras, no por maldad, ni egoísmo, sino por preocupación, no quería perdernos en el camino.

—Conseguiré ayuda, vendré por ustedes una vez que los encuentre. Seguro que hay militares con ellos… Tal vez sepan de una zona segura o algún lugar con aislamiento militar al que podamos ir. Tengo que aprovechar ahora que Lilith ahuyentó a los enfermos con esos fuegos artificiales. No hay nadie por aquí afuera.

Ella estaba tan segura de ello, tan convencida y tenía tantas ganas de volver con sus padres que fue imposible convencerla de lo contrario. Pasaban los días y no nos escuchaba, así como nosotras no le hacíamos caso. O íbamos todas, o no iba ninguna; siempre llegábamos a un acuerdo, jamás hacíamos nada que las demás no aprobaran, éramos como un concejo, nuestras opiniones siempre contaban.

Por eso no pensamos que nos abandonaría una tarde sin siquiera avisar. Usó sábanas, las ató y las transformó en una soga, por la que bajó desde una ventana del segundo piso. Pudo haber descubierto una de las de abajo y hacerlo más sencillo, pero pensó en nosotras y nuestra seguridad. Ningún enfermo subiría hasta el segundo piso.

Nos dejó una nota. Nos negamos a leerla. Sam fue la única que la leyó y la guardó. Sí Elle regresaba -cuando regresara- no nos haría falta leer eso, no es que fueran sus últimas palabras, ella misma nos diría lo que decía aquel papel cuando volviera con nosotras.

Entonces la radio retomó la señal y todas las emisoras repetían lo mismo: había una zona segura en Atlanta, un lugar custodiado por militares.

Los estudiantes enloquecieron. Querían irse. Sí había una zona segura, con la protección de militares, comida, agua y electricidad, necesitaban estar ahí. Entonces se fueron. Fue ahí que nos separamos en dos grupos: los que se iban y los que se quedaban.

Mis amigas y yo nos quedamos. No podíamos irnos sin Elle, porque ella volvería y no nos encontraría. No podíamos hacerle eso. La esperaríamos.

Los que se fueron apelaron a su amabilidad y nos dejaron la comida, sin pedir más que algo para pasar aquel día hasta que llegaran a la zona segura, porque probablemente deberían esconderse por el camino cuando se encontraran a algunos de los enfermos, pero de todas formas, llegar no debía tomarles más que unas horas.

Theo se quedó, no dio razones. Tom también se quedó, se había hecho muy amigo de Theo.

Dos días después, el cielo se llenó de humo negro. La zona segura estaba en llamas, junto con otros lugares de la ciudad. Cualquier esperanza había muerto: ser salvados por los militares, volver con Elle, estar a salvo, lo que sea. No había escapatoria, no había salvación.

Nos quedamos sin comida una semana después. Habíamos racionado todo lo posible, apenas estábamos comiendo una vez al día, un solo bocado, cuando no quedó nada.
Y es que tampoco había gran cosa en aquella residencia, más que algunos snacks que tenían escondidos los universitarios. Durante tres días compartimos una bolsa de papitas fritas entre ocho personas.

Decidimos que era hora de salir. Leímos la carta de Elle y le escribimos una respondiéndole. La dejamos pegada en la puerta, en el exterior, lo más alto posible para que un enfermo no la tirara accidentalmente sí quería entrar a la residencia, pero no tanto como para que ella no llegara a alcanzarla, aunque era una chica alta.

No habíamos perdido la esperanza de que ella volvería, pero si nos quedábamos, nos encontraría muertos por inanición.

Mi idea era ir a mi cabaña (algo que mencionamos en la carta, con todas la indicaciones necesarias para llegar), pero antes debíamos pasar por algunos lugares, encontrar provisiones y algunas cosas necesarias.

Lo principal era que no podíamos pasar por el centro de la ciudad porque estaría lleno de enfermos. Muchos se habrían dirigido a las zonas encendidas, por alguna razón el fuego los atraía. Nosotros tendríamos que ir bordeando Atlanta, caminando por los límites de las carreteras, campos y bosques, buscando provisiones y recorriendo aquel largo camino hasta mi cabaña, que quedaba del otro lado de la ciudad.

Fue Tom quién dijo que sabía donde podríamos encontrar comida y refugio para pasar la noche. Lo seguimos, pues solo era dos calles de la universidad.

—¿Una comiquería? —murmuré, incrédula, cuando llegamos y vi el cartel que anunciaba la venta de historietas cómicas.
—A muchos lectores nos gusta comer o beber algo rico cuando leemos —explicó, acomodándose las gafas.

Él estaba feliz de volver a lo que parecía que era su lugar favorito del mundo.
Miré a ambos lados, los enfermos estaban bastante lejos. Suspiré, tomé el pañuelo con el que solía cubrirme la cara, lo enrollé en mi codo y golpeé con todas mis fuerzas el vidrio de debajo de la puerta. Entramos agachados y cubrimos el hueco rápido. El lugar se veía intacto.

—Tapen todas las ventanas —ordené, puesto que todo el frente era de vidrio.

Yo me encargué de revisar el sitio, con el arco tenso y Theo a mis espaldas con una navaja. El lugar estaba vacío. Tenía una cafetería en donde además de vender bebidas y panificación, también tenían snacks.

«No de nuevo», pensé, pero era mejor que nada. Por suerte, también había una cocina aparte para los empleados, con un refrigerador en donde había algo de carne congelada, y también un almacén con algunos conservantes.

—¡Sí! —grité bajo, de alegría y me lancé a abrazar las latas de salsa de tomate y los paquetes de pasta seca.

Theo rió y me dio la mano para ayudarme a levantar.

—Es una mina de oro —comentó.

Obvio que tomamos café en cuanto pudimos y cenamos un buen plato de pasta con salsa de tomate y pedacitos de carne. Nos fuimos al día siguiente, luego de juntar toda la comida que aún servía en nuestras mochilas. También tomamos las cuchillas y cuchillos para defendernos.

Había una lanza, una especie de hacha doble estilo medieval y una katana expuestas dentro de una vidriera, era probable que fueran coleccionables, que entre los nerds valiera mucho dinero y fueran productos para fans de algún cómic específico.

Rompí el vidrio. Sam eligió la katana porque era liviana, Kelly que era deportista quiso el hacha doble y fue Theo quién tomó la lanza.
Tom prefirió llevarse unos cuantos cómics, le tuve que pedir que solo lleve los necesarios porque el peso podría atrasarlo.

—Te juro que solo llevo los necesarios —prometió.

Mentía, pero lo dejé pasar. ¿Quién sabía cuando volvería a ver otra tienda de estas?
Aún así, le dejé advertido.

—Sí te atrasas, nosotros seguiremos adelante. Sí te agarran, solo será tú culpa —le dije, él asintió tragando saliva.

La tienda también tenía un cuarto de música, tipo vintage, con vinilos, tocadiscos, CD’s y un reproductor, pero también IPods conectados a una pantalla. Nada de eso servía sin electricidad. Y el milagro ocurrió: encontré un discman con auriculares, que andaba con cargador, pero también con baterías. Yo pensaba dejarlo, lo disfruté un poco durante la noche cuando no pude dormir. Fue Sam quien se lo robó, junto a unos cuantos CD’s para oír algo de música cuando la necesitáramos.

—Y la necesitaremos —me aclaró, para que yo no le dijera que era inútil. Tenía razón, la necesitaríamos. ¿Cuándo íbamos a volver a poder escuchar algo de música ahora?

Fue a la salida que casi morimos. Esta vez era Daniela quien nos guiaba, sabía dónde conseguir algunas medicinas (que no fuera en farmacias, hospitales y supermercados porque era probable que ya hubieran sido saqueados y estuvieran llenas de enfermos). Era en una veterinaria cercana, donde trabajaba uno de sus profesores de clase, porque casi todos los profesores de la carrera de veterinaria eran veterinarios enseñando.

Era un lugar de dos pisos. La veterinaria quedaba abajo y el profesor vivía arriba, según ella. También nos contó que había ciertas pastillas de animales, como los antibióticos, tenían la misma fórmula que la de las medicinas de humanos. Así que podíamos aprovechar eso.
También había alimento de animales, el balanceado seco y las latas de alimento húmedo, la idea no seria comerlos, pero en caso de necesidad… Era bueno guardarlos.

Íbamos a mitad de camino hacia allí, solo habíamos hecho cinco calles cuando vimos a un enfermo que nos llamó la atención.

Elle.

«Prometo que volveremos a vernos. Volveré por ustedes. No había vívido nada hasta que las conocí, a ustedes, mis hermanas, y no pienso rendirme fácil. Sí tengo que enfrentarme a mil enfermos o militares, lo haré, nada me detendrá. Y sí tengo que morir, quiero que sea con ustedes. Pero primero, debo encontrar a mi familia, mi familia de sangre, verlos aunque sea una última vez antes de decidir hacer mi vida al lado de mis hermanas del corazón. Las amo, chicas. No se desharán tan fácil de mí. No tenemos permiso para morir. Estaremos siempre juntas, aquí y del otro lado.»

Promesas. Promesas rotas.

Camille comenzó a llorar, Sam y Kelly estaban en shock, Ariana cayó de rodillas y fue Daniela quien se acercó a ella.

—Elle… —murmuró—. Elle. Aquí estamos, Elle —le dijo.

Al oír su voz, ella se le acercó. Eso se le acercó. Mirada extraña, ida, perdida. Movía la boca con desesperación, con dolor. Le faltaba un pedazo de hombro y de muslo, la sangre le empapaba esas extremidades, pero ella caminaba bien. Bueno, lo hacía igual que un enfermo, pero sin más problemas. No sentía dolor allí donde estaba herida.

Tragué saliva. Las rodeé y me acerqué por detrás de eso, porque ya no era ella. No era Elle.

—Vamos, Elle. ¿Estás ahí? —fue lo único que pudo decir Dany antes de que eso se le lanzara encima para morderla.

Forcejearon, y yo, con la cuchilla de carne en la mano, le rodeé el cuello y se lo clavé en la zona blanda de la quijada para no arruinar su rostro, su hermoso y apacible rostro, ese que alguna vez había estado lleno de alegría y amor. Enterré la cuchilla hacia arriba hasta que llegó a su cerebro. Su cuerpo cayó flácido en mis brazos. Daniela se apartó llorando.

—Tienes permiso para morir. Descansa, hermana —murmuré dejándola con suavidad en el piso—. Te veremos del otro lado.

Le cerré los ojos recordando esas palabras. Ella era fanática de los videojuegos, había uno de soldados que mataban a sus enemigos en la guerra, era su favorito y nos obligaba a jugarlo. Al principio, lo odiamos, ella siempre nos ganaba, hasta que aprendimos a jugarlo y nos gustó. Era de nuestras formas favoritas de pasar tiempo juntas.

Un día estábamos en una competencia, yo estaba acorralada con los enemigos, que estaban acabando conmigo.

—No, soldado. No te doy permiso para morir. No tienes permiso para morir —gritó, a pesar de que estábamos una junto a la otra.

Todas rieron por la pasión que demostraba y la seriedad con la que se tomaba el juego.

Entonces fue hacia mí, a salvarme el culo. Las demás la siguieron para ayudarme, mataron a todos y quedé viva de milagro, aunque muy herida. Una de ellas me regaló de su energía vital para que me recuperase más rápido y no corriéramos más riesgos.

—¿Así que tenemos que pedir permiso para morir? —murmuré entre risas.
—Por supuesto. Somos un grupo, debes tener el permiso si quieres irte, sino estás desertando.

Desde entonces usábamos siempre esa expresión, en situaciones donde sentíamos mucho estrés, nervios, miedo o tristeza. No en situaciones literales de muerte, pero sí en situaciones que se sentían de vida o muerte. Nos ayudaba a calmarnos, a sentirnos acompañadas, en comunidad. A saber que estaríamos bien sin importar nada, porque nos teníamos la una a la otra.

Miré a todos lados. Nuestro encuentro había llamado la atención de otros enfermos. Pero nadie se movía. Yo tenía que tomar el mando y sí era necesario, debía convertir a esas chicas en sobrevivientes de verdad. En soldados.

—Nos tenemos que mover ya —ordené.

Fue Theo quién reaccionó. Caminó hacia mí.

—Yo la llevó —dijo y se cargó al hombro a Elle.

Algo en mi pecho se oprimió y luego de expandió por su idea. Asentí, agradeciendo en silencio, con ojos lloroso, porque yo había pensado en dejarla ahí, no pensé jamás en llevárnosla.

Jamás le había estado tan agradecida con nadie como ese día lo estuve con Theo.

Las chicas reaccionaron y caminaron hacia nosotros, por último iba Tom, cubriendo sus espaldas con una cuchilla. Corrimos hasta llegar a la veterinaria, rompí el vidrio de la puerta, que era igual al de la comiquería, entramos y sellamos la entrada.

Interludio: Pausa en el desarrollo de alguna obra o acción.






























N/A: Bien, yo les dije que volvería pronto con cositas, con algo nuevo, no con un capítulo de la segunda parte como tal. Y aquí estoy, cumpliendo mi palabra.

Por ahora, tendrán estos interludios. Una introducción de El cambio del mundo y cómo lo vivió Lilith. Son pocos, pero bastantes largos. Espero que los disfruten.

Por cierto, yo que ustedes no me encariño mucho de ningún personaje todavía.

PD: La segunda parte de esta historia vendrá por Mayo o Junio.

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