Interludio 2
Las chicas estaban en el sofá, holgazaneando, así que yo aplaudí para llamar su atención.
—Vamos, hora de salir a practicar —ordené.
Ellas se miraron y leí con facildad sus expresiones: hastio, cansancio, frustación y aburrimiento.
Ya llevábamos una semana en la cabaña. Les había enseñado a utilizar los arcos y a cazar; iban bastante bien, aunque les costaba, pero la verdad era que no les gustaba mucho, en especial a Dany, Cam, Ari y Tom (y este último era a quien encima peor se le daba).
¿Y qué decir de sus habilidades contra los enfermos? La mayoría de mis amigas aún no habían matado a ninguno, ni se animaban. Siempre que podían lo evitaban, los empujaban y golpeaban hasta que lograban apartarlos de su camino y quedaban seguras por un breve momento.
Un día, cansada de que hicieran eso, los llevé al medio del bosque y me subí a un árbol. Las obligué a quedarse allí hasta que mataran mínimo a dos enfermos cada una, para asegurarme de qué podían hacerlo. No podíamos arriesgarnos a que no se animaran a matarlos cuando fuera necesario, así que tendrían que practicar ahora y perderle cualquier miedo.
No a ellos, no a los enfermos. Tenerles miedo nos mantenía aún vivos.
Sino perderle miedo a matarlos. No eran personas ya, no eran nada... Eran muertos.
Me quedé en el árbol preparada para matar a alguno de ser necesario, sí es que estaban muy ocupados con otros o no podían con ellos. Dos veces tuve que disparar; la primera fue cuando Camille se puso tan en peligro porque no lo apuñalaba al enfermo y yo le tiré una flecha a la cabeza un segundo antes de que la mordiera, y la segunda vez fue cuando Tom se distrajo con un enfermo y no cubrió su espalda, no vio que llegaba otro.
No nos fuimos de ahí hasta que Cam mató a tres, porque mostraba tanta debilidad para con ellos que necesitaba asegurarme todavía más. Terminó algo temblorosa, pero se veía más valiente y aliviada.
En eso estuvieron muy bien, con un día bastó. Lo que la verdad más se les dificultaba era pelear, mano a mano, con un humano. Es decir, conmigo.
Había tratado de ayudarlas todo lo posible, las había apoyado y dado todo mi cariño, pero nada servía para que mejoraran. Ni una sola vez habían logrado golpearme. Intenté por las buenas, ahora tocaba por las malas. De la misma forma que aprendí de Merle.
—Sam, tú primero —ordené.
Ella se acercó. Nos pusimos en guardia y ataqué primero. La golpeé directo al rostro, luego le di una patada en la cadera y al final solté un gancho en su estómago. Se dobló por la mitad y tuvo arcadas, pero no vómito.
—¿Qué haces? —preguntó una de las chicas, pero no le presté atención.
—Vamos, Sam. No seas cobarde —le gruñí.
Sam respiró hondo y se recuperó. Se puso en guardia y me atacó, logré esquivar y defenderme. En una pequeña distracción suya, me acerqué y le di con la rodilla en el abdomen. Soltó todo el aire que tenía y se apartó, adolorida.
Me daba la espalda, tal vez avergonzada, humillada o confusa.
—¿Entonces será así? ¿Te mostrarás como una cobarde? ¿Esa es tu verdadera cara? Una chica debilucha, gallina, niñita inútil —declaré en voz alta y fuerte.
Sentía la mirada de todas encima de mí, quemándome. Seguro no entendían nada de aquello. Jamás les había hablado de esa forma.
—Sí no puedes defenderte ni tú, no sé cómo piensas proteger a los demás o ser útil —escupí.
Entonces sucedió. Se giró y me dio en el rostro. Luego continuó, lanzó muchos ganchos, yo bloqueé algunos, otros los recibí. Pude ver sus ojos llenos de ira y dolor, justo lo que buscaba. Peleamos hasta que logré tirarla al suelo y le sonreí.
—Por fin, una buena pelea.
Ella me miró, furiosa, pero también confusa. Yo la ayudé a levantarse y pareció no entender.
—Esto va a ser así desde ahora, sí no pueden por las buenas, tendrán que reaccionar a las malas. Esto es de vida o muerte, hermanas. Y yo no pienso dejarlas morir, y sí para que aprendan debo dejarles el cuerpo morado y tratarlas como basura, lo haré —dije con completa seriedad.
Asistieron y supe por sus expresiones de seriedad que me habían entendido.
Siguió Kelly, que era bastante buena. Fuerte y veloz, aunque yo solía bloquear sus ataques con relativa facilidad. Aquella vez la golpeé tan duro que se enojó bastante rápido y atacó como un animal salvaje. Me golpeó más que Sam.
La tercera fue Camille, que era la más blanda y débil de todas: pequeña de cuerpo y altura; jamás había hecho deportes. La golpeé tan duro que creí que me odiaría de verdad, incluso las demás trataron de separarnos, pero Theo y Tom se lo impidieron. Al final, salió a la luz su instinto de supervivencia. Tiró de mi pelo, me clavó las uñas en los brazos, y me golpeó en la boca y luego en los ojos.
Yo no podía hacer nada más que sonreír. Después la abracé y la contuve hasta que se le pasaron aquellos ánimos.
Tom era otro que jamás hizo deportes y era delgado como una rama. Pero, además, nunca logré hacer que se enojara, se aguantaba cada golpe como una maldita pared y cada insulto como si no le hubiera dicho nada. Su fuerte era estar en frío, pensar en frío, reaccionar en frío. Aprendía a golpear, defenderse y esquivar como sí de una ecuación se tratara; era lento para replicar los movimientos, pero de a poco ganaba fuerza y velocidad.
Ariana había hecho vóleibol durante toda su vida, tenía un cuerpo fuerte. Daniela era fan de ir al gimnasio, así que no era fácil de cansar. Ambas hacían las cosas bastante bien y aprendieron rápido.
Theo era el único que no temía pegarme, pero a la vez, sentía que se contenía demasiado. De todas formas, era él único que lo hacía bien, él único que me daba una verdadera pelea.
Sabía que había sido deportista durante la adolescencia y también en la universidad, así que de ahí venía su fuerza y velocidad, además aprendía muy rápido. Eso era bueno, y aún más considerando que ahora pasaba más tiempo con Camille, porque al ser ella la más frágil, necesitaba a alguien fuerte cerca; él parecía ser su apoyo y ella el suyo, muchas veces se ofrecían a cocinar o ir a ver sí algún animal había caído en las trampas que ponía a nuestros alrededores en el bosque.
Todos los días, sin falta, practicábamos de mañana cacería y de tarde defensa, y durante horas, porque teníamos mucho tiempo libre. Y entre medio, sí parecía un enfermo, se turnaban para matarlo y así seguían practicando.
Aquel día fui a cazar, ya estaba bastante oscuro el cielo, pero no quería desperdiciar ni una sola oportunidad porque pronto vendría el frío y los animales invernarían, serían más difíciles de encontrar y la comida escasearía bastante.
Estaba apunto de dispararle a un conejo cuando un grito seguido de un llanto lo hizo huir. Primero me enojé por perder a mi presa, pero luego me asusté. ¿Quién había gritado así? ¿Por qué? Corrí buscando el sonido y me encontré con dos cuerpos en la oscuridad, tirados sobre el césped, separados. Debían haberme escuchado llegar, porque no había tratado de ser silenciosa. Utilicé mi linterna para iluminarlos y verlo con más claridad, aunque ya antes de eso supe quiénes eran.
Camille y Theo habían ido a ver las trampas minutos antes de que yo saliera de la cabaña; fue extraño porque solían hacerlo de día, pero nadie les dijo que nada cuando salieron al anochecer.
Camille se veía en shock, pálida y agitada. Su camiseta estaba caída en la tierra.
Theo se encontraba igual, pero con los pantalones desprendidos y reaccionó rápido.
—¡Que bueno que llegaste, Lilith! Tu amiga está loca, se me lanzó encima —gritó, entre molesto y sobresaltado.
Parpadeé, tratando de entender sus palabras.
—Le dije que no, le dije mil veces que no. Que tú y yo estamos juntos. Que no iba a hacerte esto a ti, que son amigas. Pero me ignoró por completo. Está loca —siguió diciendo mientras se levantaba del suelo.
Sentí algo en mi pecho, como si mi corazón se encogiera y se conviertiera en una piedra.
Miré a Camille, que lucía perdida, sus ojos brillaban.
—¿Cam? ¿Es esto cierto? —pregunté con suavidad.
—Yo sabía que sentía algo por mí, pero no creí que... —murmuró Theo, a pesar de que no le hablé a él en lo absoluto.
Cam negó, y lento, se fue levantando. Me miró, pero no dijo nada. Se veía tan mal, tan culpable.
¿Por qué se veía culpable? Sí ella no había tenido la culpa de nada, yo bien lo sabía.
Una superviviente reconocía a otra.
Entonces la miré con dureza en mis ojos.
—¡Aléjate de él! ¡Aléjate de él, Camille! —grité, fuerte, enojada y ella obedeció, algo confusa aún. Muy confusa. Creí que volvería a verla llorar.
Cam dio unos cuantos pasos hacia atrás y yo me acerqué hacia Theo, luego di unos pasos hacia atrás, hacia Camille, manteniéndola a mis espaldas.
El rostro de Theo cambió por completo, decayó. Preparé el arco y apunté.
—Lilith, no —murmuró.
—Tienes tres segundos para irte, no quiero volver a verte por aquí —avisé, muy seria.
—Pero, Lilith, no entiendo...
—Tres —solté firme.
—No me entiendes...
—Dos —murmuré. El dedo que sostenía la cuerda me ardía.
—Vamos, no vas a dispararme. No lo harás, Lilith —dijo, serio, casi molesto, muy seguro de sí. Caminó hacia mí...
—Uno —finalicé.
—Tú y yo...
Su frase fue interrumpida por un grito de dolor, de agonía. Mi flecha había impactado en su rodilla, destrozando por completo la articulación. Comenzó a maldecir y hasta llorar mientras caía al piso.
—Te avisé. Te avisé, Theo —murmuré, enojada y muy dolida.
Él siguió quejándose, comenzó a maldecirnos y por fin me miró. Sus ojos habían cambiado. Había fuego en ellos, se llenaron de odio y humillación, me mostraban su ego destruido.
—Agradece que te perdoné la vida, es mucho más de lo que les di a otros —confesé, seria.
—Perra de mierda —soltó, furioso.
—Di lo que quieras, pero vete ya, no quiero volver a verte cerca de este terreno, porque te juro que desearás que no te haya dejado vivir —admití, muy segura de mí.
Nos quedamos allí, en silencio, vigilándolo hasta que por fin se levantó y se fue, rengueando y apoyándose en los árboles. Cuando se perdió entre el follaje, giré a ver a Cam, quien estaba agachada, abrazando sus rodillas.
—Dios mío, Cam, ven aquí —murmuré suave, pero fui yo la que se agachó y la abrazó—. Ya estás bien, estás a salvo, ya no está, no te volverá a tocar. Vas a estar bien.
Ella lloró en mi hombro un rato y cuando se recuperó, volvimos a la cabaña. No la solté ni un segundo.
Al llegar, los demás se dieron cuenta de que algo malo había pasado.
—Él se me tiró encima. Yo... le dije... le dije que no —susurró ella, sabiendo cómo todos la miraban buscando respuestas.
Todos pasaron sus miradas hacia mí y entendieron lo que sucedió. Corrieron a socorrer a Cam enseguida.
¿Quién diría que pasé toda mi vida temiendo y desconfiando de las mujeres por culpa de mi madre, cuando el verdadero peligro eran los hombres?
Aquella noche no dormí nada. Todas mis compañeras estuvieron junto a Cam hasta que se quedaron dormidas bastante tarde. Tom fue el único que se separó un poco del grupo, tal vez porque trataba de asimilar lo que su amigo había hecho o porque no estaba seguro de sí su presencia haría sentir incómoda a Cam.
Llegué a pensar en echarlo a él también. Me pregunté: ¿Sí su amigo hizo, con quien fue tan unido, hizo esto, que me hace creer que él no intentará lo mismo? ¿O que no sabía que sucedería?
Me imaginé tirando sus cosas fuera de la cabaña y dejándolo a su suerte. Sí alcanzaba a Theo, ambos sobrevivirían. Sí quedaban solos, morirían.
Lo sabía en lo más profundo de mí. Ambos morirían si quedaban solos.
Al final, cuando estuvimos solos, me obligué a preguntarle, en vez de tomar una decisión precipitada, porque, después de todo. ¿Cómo podría culparlo de lo que otro hizo? Cuando yo misma había querido a Theo, lo había besado y...
De solo recordarlo, quería vomitar.
—¿No te gustaría irte con Theo?
—¿Cómo dices? ¿Irme con él? ¿Me estás echando? —preguntó, sobresaltado.
—No, es solo una pregunta. Tal vez preferías irte con él que quedarte con nosotras —me limité a decir.
—¿Por qué querría eso? —interrogó, sin entender.
—Porque era tu amigo. Sí echaran a mi amigo de un grupo, tendría sentido elegir irme con él —expliqué de forma sencilla.
—Ustedes también son mis amigas —contestó, dolido, como sí yo le hubiera dicho que no era así. ¿O acaso sí lo era?
Asentí.
—Tienes razón —solté, terminando con la conversación.
Él terminó por dormirse igual que las demás y yo pasé toda la noche pensando, así fue como salí a cazar antes de que amaneciera. Anoche no había logrado traer nada, y ahora tampoco, porque fue cuando los enfermos me rodearon, me bañé en su sangre y la lluvia terminó por limpiarme.
Al llegar a casa, todos me esperaban despiertos, viéndome enojados por mi salida nocturna.
Y yo había regresado sin nada. De nuevo.
Bueno, no. Sin nada, no. Ahora tenía la certeza de que Theo no pudo haber sobrevivido aquella noche, era imposible. Con todos esos muertos a nuestro alrededor, y sin poder llegar lejos con la rodilla partida, no me sorprendería que ya estuviera infectado, o que siquiera hubiera algo de él por revivir, luego de que se lo comieran entero.
No sentí satisfacción por eso, pero tampoco culpa. Solo apagó mi inquietud interna. Era algo parecido a la calma. No volveríamos a verlo jamás. No volvería a dañar a nadie, nunca.

Miré a nuestros alrededores con atención e hice una señal cuando vi el terreno despejado.
—Vamos, parece el momento perfecto.
Las demás tomaron las mochilas y armas, entonces comenzamos a marchar, alejándonos de la cabaña.
Ya nos habíamos quedado sin comida, en aquella zona del bosque no estaban apareciendo animales y cada vez que salíamos a cazar, teníamos que recorrer más kilómetros para encontrar algo.
Fue una decisión difícil, pero la tomamos: nos iríamos de la cabaña.
Acamparíamos, haríamos guardias, pondríamos trampas para los enfermos. Lo que fuera, pero necesitábamos salir por comida.
Nos mantendríamos en los bosques, porque las ciudades debían estar todas infestadas de enfermos. Y en el bosque, entre más te alejabas de los límites de la ciudad y la carretera, había menos enfermos.
Apenas habíamos caminado tres kilómetros, lo que era una hora de caminata, cuando comenzamos a oír gritos. Nos detuvimos y nos pusimos en alerta enseguida.
Parecían gritos humanos. De miedo, de terror, de lucha, de auxilio.
—¿Qué hacemos? —preguntó Tom.
—¿Cómo que «qué hacemos»? —murmuré, frunciendo el ceño—. Seguimos nuestro camino.
—No —negó Camille—. Necesitan ayuda.
—No es nuestro problema —murmuré retomando el camino, pero terminé por detenerme al sentir que solo una persona me siguió.
Cuando volteé confirmé que Tom fue el único que estaba detrás de mí. Desde aquella noche en que eché a Theo y tuve esa conversación con él, se había pegado a mi como una lapa, supongo que trataba de ganar aún más mi confianza y ser un miembro de valor del equipo, lo que en verdad causaba que le tuviera aún más afecto que antes. Era el soldado más fiel, siempre buscando en qué ayudarme y siguiendo órdenes sin rechistar ni una vez.
Entendía que Cam o Ari se quedaran plantadas y decididas, porque solían ser muy amables con todos y ayudar a quien necesitara una mano. Dany estaba en un nivel intermedio; Sam sobrepensaba todo, pros y contras, antes de hacer algo; Kelly se limitaba a hacer sus cosas, a veces siendo algo egoísta, pensando solo en ella misma, por eso creí que al menos ellas tres me seguirían, causando que Cam y Ari cedieran. Pero no, las cinco estaban mirándome con seriedad.
—Ni lo piensen —negué, señalándolas.
Se miraron un instante entre ellas y comenzaron a correr hacia los gritos.
—¡Malditas! —grité y corrí siguiéndolas, seguida de Tom.
Fuimos detrás hasta dar con un grupo de cuatro hombres peleando contra una pequeña horda de enfermos. Los apuñalaban, pero no los mataban porque no les daban donde deberían hacerlo, así que los empujaban para quitárselos de encima.
Ariana, Sam y Cam se encargaron de uno cada una, mientras vi que Kelly se ocupó de tres. Iban cayendo muertos. Uno de los que aún caminaba se me acercó, esperé que llegara hasta mí y lo apuñalé al costado de la cabeza. Vi a Tom matar a dos.
Solo quedaba uno, que estaba a nada de morder a uno de los desconocidos. Tensé mi arco y disparé una flecha, acabando con él justo a tiempo.
El hombre suspiró aliviado cuando lo vio caer muerto sobre sí, luego lo tiró a un lado. Kelly se acercó a ayudarlo y le tendió la mano, que él aceptó.
—Gracias, muchísimas gracias —articuló, aliviado—. Estábamos viajando y nos rodearon de pronto.
—¿Están bien? ¿Están todos bien? —preguntó Ari y los hombres se miraron entre ellos y asintieron.
Vi que sus únicas armas eran unos cuchillos de cocina que estaban desafilados. Puse los ojos en blanco y señalé el camino por donde habíamos llegado.
—Bien, bueno. Los dejaremos seguir con su viaje y nosotras seguiremos con el nuestro —Comencé a caminar—. Vamos —le dije a mi grupo.
—¡Esperen! —gritó uno de ellos—. Por favor, no nos dejen así. No sé cómo estamos vivos...
—Bueno, sí sabemos. Gracias a ustedes —soltó otro. Bufé y giré hacia ellos. Noté que mis amigas no se habían movido de sus lugares—. Nos serviría estar en otro grupo.
Esta vez tuve que soltar una risa antes de ponerme seria y negar.
—No, lo siento. No estamos buscando más personas —respondí, borde. Volví a mirar a mi grupo, quienes estaban dudosos de sí seguirme o no. Fruncí el entrecejo y me crucé de brazos, esperando que se movieran.
—Vamos, por favor. Tal vez sin ustedes muramos... Ustedes tienen mejores armas y se nota que saben utilizarlas mucho mejor que nosotros —admitió uno de ellos—. En estos momentos, debemos ayudarnos entre todos y...
—No —negué, cortándole el rollo.
Me giré para seguir mi camino y por fin escuché a mis compañeras pisando detrás de mí.
—¡Tenemos comida! —Oí un grito a nuestras espaldas, pero no me detuve—. Mucha comida, por favor. Podemos compartir... Hacer una especie de trato, trueque o como quieran llamarlo —dijo, lo que por fin provocó que dudase—. Queremos compartir nuestras cosas, no tenemos problema con ello. Ni siquiera queremos armas... Solo un grupo. Compañía. Protección.
Miré sobre mi hombro hacia mi gente y vi en sus expresiones que pensaban que era una muy buena idea. Nosotros ya no teníamos comida, ellos sí; nosotros teníamos armas y práctica, ellos no.
Un grupo más grande podría ser más fácil de proteger y para un grupo más grande debía ser más fácil encontrar provisiones.
Giré hacia ellos. Me observaron expectantes. Ya se habían dado cuenta de que yo tenía el liderazgo.
—¿No les parece peligroso decirles a desconocidos que tienen tanta comida? —pregunté—. Somos casi el doble que ustedes. Tenemos armas. Sabemos usarlas. Deberían estar agradecidos de que no les robamos.
—Preferimos arriesgarnos —murmuró decidido y sus compañeros asintieron.
—La comida se les acabará el doble de rápido sí nos unimos —dije, al final.
—Da igual, sí estamos muertos tampoco podríamos comerlas. Necesitamos unirnos —articuló, rogando con la mirada.
Y antes de que yo terminara por decidir, mis compañeras hablaron mí.
—Soy Ariana, él es Tom, ella Kelly —comenzaron a presentarse.
Los sujetos, que parecían tener más de veinticinco años, se llamaban Brad, Mike, Joe y John. Eran amigos antes de que sucediera todo esto y quedaron atrapados en la casa de uno de ellos cuando todo pasó, por eso solo tenían cuchillos viejos de cocina como armas. Al lado de esa casa había una distribuidora de alimentos, así que por eso tenían tanta comida.
No me daban buena espina, para nada, no me convencían nada, pero viajamos con ellos igual. Yo apenas dormía, porque gastaba mucho tiempo en guardias. Tom me acompañaba. Solo dormíamos cuando las chicas despertaban, o nos querían cubrir en las guardias para que pudiéramos descansar un poco.
Los hombres no hacían guardias, nos dejaban todo ese trabajo a nosotros. Y en cierta parte, lo prefería, porque significaba que no teníamos que cuidarnos tanto de ellos, ya que ellos no desconfiaban de nosotros.
Dos grupos desconfiados podrían matarse mutuamente, pero solo uno, era otra historia.
¿Pero por otra parte, que confiaran así como sí nada, debería hacerme sentir mejor? ¿Qué se sintieran tan seguros y cómodos que podrían dormir toda la noche sin problemas con nosotros allí?
Eso era muy extraño. ¿Por qué se comportaban así? No me daba buenas vibras.
Podía entender a mis hermanas, porqué los ayudaron, porqué los dejaron quedarse, porqué nos unimos. Teníamos armas y ellos, comida, fue un trato justo. Y entre más gente fuéramos, más fácil era luchar contra los enfermos y protegernos.
Y aún así, desconfiaba. No podía evitarlo. Parecían demasiado «amables y seguros» para ser reales. Ya nadie podía ser tan amable en esta situación, ni sentirse seguro.
Tenía un mal presentimiento. Estuvimos una semana y media con ellos, y mi malestar no paraba de empeorar. Cada mínimo movimiento me ponía en alerta, lo cual me sirvió esa noche para salir a cazar. No fue ningún animal astuto o rápido, pero sí uno que jamás pensé que cazaría.
Un cordero. Seguro se había escapado de alguna granja. En cuanto lo vi, disparé y mi flecha le dio directo al pecho; murió en cuanto llegué hasta él. Dany, Tom y el perro me acompañaban. Ella hizo una mueca cuando me vio despellejar al animal mientras el perro olisqueaba muy de cerca y yo lo alejaba con sonidos y malas caras.
—La mejor cena que vamos a tener en lo que nos queda de vida —me atreví a decir. Ya me estaba saboreando... Necesitaría alguna salsa barbacoa y listo, sería feliz de que aquella fuera mi última cena.
—Yo no lo comería —negó Dany.
Bufé y la miré.
—¿Qué? ¿Tuviste un cordero de mascota? ¿O te volviste vegetariana de pronto? Deberías agradecer que aún no nos comemos a ese perro —le dije, señalando al animal, quien tomó el gesto como algo de buenavoluntad y vino corriendo hacia mí para tratar de lamerme el dedo lleno de sangre, pero me aparté a tiempo, frunciendo los labios.
—No, tiene los ganglios linfáticos inflamados, estaba pasando por alguna infección. No deberían comerlo —explicó mirando con detenimiento su cuello.
Dejé caer los hombros, con mucha decepción.
Daniela había trabajado en un frigorífico, revisaba a los animales cuando llegaban, listos para ser cortados y vendidos. Ella verificaba que estuvieran sanos, también los cortaba y deshuesaba si era necesario.
—¿Moriremos sí lo comemos? —preguntó Tom.
—Hay una infección asegurada, no tenemos ni idea que tenía ese cordero. Cuando un animal llegaba así al frigorífico, lo devolvíamos y nos daban otro sano —comentó—. Yo prefiero no arriesgarme y les ruego lo mismo.
Suspiré, pero seguí con mi trabajo.
—Esperen, esta sangre no es de ahora —murmuré mirando la cola, le faltaba un pedazo... Podría habérsela mordido un enfermo. Podría haber escapado con mucha suerte, pero ya estaría infectado.
—En definitiva, habría que desecharlo —repitió la morena.
Pensé y pensé, al final chasqueé la lengua.
—Bien, como sea. Tal vez pueda darle otros planes a este bicho —murmuré, una lucecita se había prendido en mi cabeza.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Dany.
—Un trampa —contesté, mirándola.
Ella inclinó la cabeza, sonrió y negó.
—Dime que no les vas a hacer eso —pidió Tom, refiriéndose a los hombres con los que estábamos. Sabían que yo no confiaba en ellos, lo tenían muy claro.
—No, aún no tengo razones para hacerles nada. Es por sí llega algún grupo no deseado, no todos son tan buenos como nosotros... Eso lo sabemos bien. Esto es solo precaución.
Guardé el cuerpo en una bolsa, dejé la piel y cola mordida en el piso.
—¡Aléjate de eso! —reté al perro, que se había acercado a olisquear, él bajó las orejas, dejó de mover la cola y nos siguió cuando regresamos al campamento.
Esa noche Dany hizo la guerdia con Kelly, ambas me obligaron a dormir porque llevaba tres días despierta, pero solo unas ocho horas de sueño en total. Lo acepté sin rechistar, aunque ahora que lo pienso, debí haberme quedado despierta.
Dormí bastante profundo y tuve un sueño extraño, de esos que uno tiene pocas veces en la vida. Una caída abismal hacia la oscuridad, que luego se transformó en alguna realidad alterna, tal vez donde hubiera esperado estar sí hace cinco años me preguntaban con quién estaría durante un apocalipsis.
Primero estaba corriendo sola por los bosques, de algo que me perseguía, hasta que un hombre gigante me detuvo.
—¡Hey, hey! —gritó por sobre mis aullidos de desesperación—. Calma, calmate, Lilith. Ya está, ya está.
Fue solo cuando logré acestarle un golpe en el rostro que me soltó y pude relajarme. Entonces vi su rostro y mi corazón se relajó bastante rápido.
—Eres un idiota —le grité a Merle, como si nos hubiéramos visto hace tan solo unas horas.
—Y tú una perra, no tenías porqué golpearme así —se quejó sobándose la mejilla.
—Ya estamos en casa —dijo otra voz a mi espalda. Al voltear observé a Daryl relajado, sonriendo leve; lucía igual que la última vez que lo vi.
Asentí, porque de repente me sentía en casa. Sonreí. Entonces la mierda comenzó de nuevo. Había una razón por la que huía. Gritos. Muchos gritos. Gemidos. Aullidos. Flechas.
El pecho de Daryl se llenó de sangre. Luego el de Merle. Las flechas les habían dado. Los vi caer.
Y fuego, todo el bosque estaba en llamas.
Muertos, o personas, o lo que fueran. No podía verlos bien, pero sabía que eran quienes gritaban así de fuerte. Gritos de dolor, agonía, miedo; me dejaban sorda y no podía pensar en nada, ni siquiera en que mi familia estaba muerta.
Sus cuerpos los cubrieron a ellos, mientras otras manos me tomaban a mí. Se disputaban mi cuerpo como sí fuera su platillo favorito en el menú. Y el fuego nos cubrió hasta que un silencio sepulcral se instaló.
Abrí los ojos con sobresalto y entonces lo vi. Primero estaba el cañón de su arma apuntando a mi rostro. Detrás, vi su cara con una expresión tranquila, aunque algo soberbia. Era un completo desconocido.
—Buenos días, bella durmiente —murmuró, quitando el seguro.

N/A: Disculpen las demoras, son capítulos largos que corregir y además me faltaba escribir unas escenas. En estos dias subo los que faltan🤞🏻
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