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Daryl

Llevaba dos horas esperando, porque no sabía bien el horario. Llegó a pensar que ella jamás aparecería, pero él se quedaría allí plantado hasta que oscureciera, para asegurarse.

Entonces, cuando casi eran las cinco de la tarde, notó que los universitarios comenzaron a llegar. Tocaban timbre y entraban.

Ella llegó en su coche, lo estacionó y se quedó unos segundos dentro, mirando hacia la oficina de fisioterapia. Se colocó el pañuelo negro sobre el rostro, tapando hasta el puente de su nariz, atándolo detrás de su cabeza.

Bajó del coche, tocó el timbre y entró.

Él se quedó allí hasta que terminó aquel taller del que Merle le había informado. Su hermano, que lo conocía bastante bien y lo había visto demasiado mal desde la ruptura, le había dicho que sí quería verla, ver a Lilith, la encontraría los jueves en la tarde en un taller en aquella oficina.

Y él fue, claro que fue. ¿Cómo no iba a ir? Sí Lilith era el amor de su vida y no había segundo del día en que no se arrepintiera de cómo transcurrieron las cosas.

Quería hablarle. Moría por hablarle, pero no lo haría. Por ella. Ella lo había decidido así, ella lo había dejado. Y él lo respetaría, porque fue él quién la había cagado, hasta el fondo. Él la había lastimado. Le había dejado cicatrices permanentes. Se había comportado como la peor persona del mundo.

No culpaba a Lilith por querer alejarse. Él había hecho todo mal, había hecho todo lo que juró jamás hacer, aunque no fuera el único de los dos.
Una pareja debía hacerse bien mutuamente, pero ellos ya no lo estaban haciendo.

La última conversación que tuvieron, esa discusión en donde ambos usaron lo que más le afectaba al otro para darse un golpe bajo, era la prueba firme de ello.

Sus caminos ya no se estaban cruzando, sus vidas ya no encajaban juntas, sus metas eran distintas.

Pensó que lo lograrían, de verdad llegó a pensar por un momento que llegarían a formar una gran familia, con varios hijos y que envejecerían juntos. Pero ya todo había cambiado, desde que Lilith se había rehabilitado todo era diferente, aunque también aquello empezó mucho antes, cuando ella se había dejado llevar por las drogas. O tal vez desde antes, ¿quién sabe? Capaz su relación siempre estuvo destinada a fracasar.

En fin, Daryl solo quería verla. Aunque fuera de lejos.
Y en definitiva, él no quería que ella lo viera. No quería saber cómo reaccionaría, ¿se enojaría? ¿correría a sus brazos? ¿le pediría perdón? ¿lloraría? ¿lo ignoraría? ¿le pediría ser amigos?

No soportaba ninguna de las opciones. Sí eran de las buenas, como que ella quisiera volver con él, sabía que ambos volverían a lastimarse. Por más que quisiera negarlo, en verdad ya no encajaban.

Sí ella seguía enfadada, triste o lo ignoraba... No, no podía; su corazón se partiría en aún más pedazos.

Por eso, cuando llegaron las siete de la tarde y vio que ella fue la primera en salir, él se escondió rápido.
Y así transcurrieron todos los jueves de las siguientes semanas. Él iba a las cuatro y media a esperarla, se quedaba hasta que volvía a salir y se iba cuando la veía alejarse en su coche, siempre procurando que no lo viera... como un jodido acosador.

¿Pero qué más podía hacer? Nada.
Ella no merecía que él siguiera arruinándole la vida. Él tenía que dejarla libre.
Lilith lograría grandes cosas, pero no con él a su lado. Él solo era una carga y ella no merecía eso. Merecía ser feliz con alguien igual de bueno que ella. Con alguien que jamás la lastimara, ni la hundiera.

Así que la espiaba, porque a pesar de que quería dejarla ser libre y feliz, que consiguiera todo lo que quería y merecía, él necesitaba saber cómo estaba. Y aquella era la única forma.

Se prometió a sí mismo que en cuánto la viera bien, la dejaría ir de verdad. No volvería a buscarla.

Y ahora, no la veía bien. Llegaba mirando al suelo, con la cicatriz cubierta por aquel pañuelo. Era la última en llegar y la primera en irse.

Los universitarios comenzaron a esperar afuera, en la puerta, hasta que eran las cinco y ahí los dejaban entrar a todos juntos. Cuando ella llegaba y los veía, se quedaba respirando con dificultad en su auto, antes de calmarse, ponerse el pañuelo y salir. De a poco, semana a semana, Daryl veía como a ella ya no le costaba tanto salir del auto y acercarse a los demás estudiantes.

Lilith no hablaba con nadie al principio, se quedaba afuera con audífonos puestos y evitando meterse entre sus compañeros.
Pero, Daryl notó que poco a poco, ella tardaba unos minutos más en salir de la oficina, ella caminaba con una pose más erguida, más segura, e incluso la vio hablar con otra chica al llegar.
Dos semanas después, la vio irse de ahí en su coche con cuatro compañeras. Y a la clase siguiente, llegó y se fue con ellas.

Sonreía. Lilith se había quitado aquel pañuelo, había dejado su hermoso rostro al descubierto y sonreía. Se la veía feliz.

La vio con maquillaje.
Jamás había usado maquillaje.
Le quedaba bonito y se la veía alegre, muy cómoda, pero sobre todo, estaba sobria, como jamás la había visto con Anna y sus amigas.

Las últimas veces que la vio, ella llegaba tarde con quienes parecían ahora sus amigas. Reían mientras corrían hacia la puerta. También eran las últimas en irse cuando terminaba la clase.

Se reía, se divertía, parecía bromear. Parecía otra persona.

Estaba en su mejor momento.
Estaba mejor sin él.

La última vez que la vio, fue una tarde cuando ya había oscurecido, ella salía de la oficina con las mismas chicas de siempre. Entonces un chico la siguió, le habló, ella se detuvo. Daryl, desde la distancia, no podía oír que decían, pero estaba seguro de que hubo cierto coqueteo. Quería creer que fue solo de parte de él, que Lilith no le correspondió.

Sus compañeras reían apoyadas en el auto de ella. Lilith estaba un poco más lejos, buscando algo de privacidad con el chico. Solo hablaban. Él le sonreía demasiado. Le dio un papelito y se despidió de ella con un beso en la mejilla. Luego la castaña fue hacia su auto. Las chicas seguían riendo y bromeando. Lilith negaba. No le había hecho mucho caso al papel que, seguro tenía el número de celular de aquel chico, y aunque no lo había mirado ni una sola vez, lo guardó en el bolsillo de sus jeans.

Cuando las mujeres que la acompañaban ya estaban acomodadas dentro del auto, ella abrió la puerta del conductor para subirse, pero entonces giró la cabeza buscando a alguien.

Miró en la dirección de Daryl, quién alcanzó a esconderse rápido, como sí fuera una maldita rata. Se sintió como una presa huyendo de un cazador.

Ahí él entendió que debía irse, que ya no debía volver, que ella era feliz, era libre, se había recuperado y estaba cumpliendo sus sueños.

Él no iba a arruinar eso.

Quisiera decir que esa vez cumplió su palabra. La dejó en definitiva. Pero sería una mentira. Luego de unos días, unas semanas antes de las vacaciones de navidad, se le dio por llamarla. Él había cambiado de número y la llamaba en privado, así que ella no sabría de quién se trataba, ni podía devolver la llamada.

En cuánto Lilith contestaba, él quedaba en silencio unos segundos y cortaba.
La llamaba cuando no soportaba más estar sin ella. La llamaba por un poco de confort. Si no podía verla, al menos podría oírla, que no era poco, porque él adoraba su voz. No había sonido más dulce, relajante, lujurioso y suave que la voz de Lilith.

Trataba de no llamarla demasiado, porque no quería que ella dejara de responder. Como mucho, intentaba una vez a la semana.

Al principio, ella solo decía:

—¿Hola? ¿Quién es?

Y lo repetía varias veces hasta que uno de los dos colgaba.

Pero entonces, ella comenzó a decir ciertas ridiculeces, a veces mentiras, a veces verdades, a veces ni él sabía qué eran. Lilith se había dado cuenta que era siempre la misma persona que llamaba y buscaba saber de quién se trataba.

—Supongo que me conoces. Sino, no me llamarías tanto. ¿Te debo dinero?

Quería una respuesta y buscaba la forma de encontrarla, era tan inteligente, usaba sus trucos hasta que él cortaba... Se obligaba a cortar, porque no quería delatarse.

Un día, cerca de su cumpleaños, él la llamó y ella contestó.

—Bien, acosador. Te voy a tener que denunciar, porque esto se está volviendo muy aburrido.

Y él, sin saber el porqué, tal vez por el tono que ella utilizó, entre seriedad y broma, tal vez porque soltó aquello enseguida atendió la llamada, o tal vez porque sonaba tan ella, tan Lil, su chica, su novia, su amor... Él rió. Se le escapó aquella risa, que fue suave, pero había sido suficiente.

—¿Daryl? —murmuró ella, sonaba sorprendida.

Lo había descubierto. Él colgó antes de que ella pudiera salir del asombro y seguido tiró el chip a la basura.

Debió haberla dejado en paz en cuanto casi lo ve espiándola. Debió cumplir su promesa de dejarla ser libre y feliz. Ahora podría haber arruinado su vida una segunda vez.

Así que esa vez, se decidió y cumplió su palabra. No volvió a verla, no volvió a llamarla, no volvió oírla, no volvió a buscarla. Solo la encontraba en sueños y despertaba muy decepcionado cuando no la encontraba a su lado en la cama, cuando despertaba solo, sin el calor de su cuerpo, sin la hermosa vista de rostro o su suave cabello haciéndole cosquillas.

Pero, a pesar de eso, se mantuvo firme, porque era lo único que merecía de ella: su recuerdo.

«Fin de la primera parte»

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